viernes, 2 de enero de 2015

EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA




UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERIODO COLONIAL 1491-1500


CAPITULO I-XV



Eduardo Pedro García Rodríguez

1494. El Fuero de Tamarant (Gran Canaria) establece 6 regidurías para esta isla, a principios del XVI se elevan a 12 por merced real y en el siglo XVIII alcanzan la cifra de 24. En La Palma de los 6 iniciales se pasa a 15 en 1593 y a 24 en 1620. Chinet (Tenerife) también cuenta inicialmente con 6 y, tras diversas oscilaciones, en 1581 son 38 y en 1619 superan los 50. Los regidores constituyen el núcleo principal de los cabildos y eran cargos remunerados, teniendo como su principal incompatibilidad la de desempeñar oficios de la Inquisición. Su cometido principal era la de ser diputados de meses.

1494. Alonso [Fernández] de Lugo, esclavista y capitán por los Reyes Católicos, el 1? de mayo de 1494 inicia la invasión y conquista de Chinech (Tenerife) que logrará someter el 29 de septiembre de 1496, por o cual recibirá el título de gobernador de Tenerife (His.,I, 82; BAE, XCV, 243b); y en 1503 el de Adelantado de las islas de Canarias, aunque sin jurisdicción sobre ellas. En Tenerife hizo el mismo botín que en La Palma. Los esclavizados fueron varios millares; muchos de ellos, de bandos de paces.

1494. Indignados al no haber recuperado una blanca, Juanoto Berardi y Francisco Riberol, demandaron al socio Alonso de Lugo, que los embarcó en la aventura  A punto de ser ejecutado el embargo por el Conde de Cifuentes, salvó los muebles, esgrimiendo el carácter levantisco de los guanches, "que así se llaman los vecinos de la Isla". Asegurando que harían méritos sobrados, para terminar en el mercado de esclavos, consiguió que reinvirtiesen las pérdidas en la empresa. Pero la isla de Chinet deparó a Lugo, sorpresa desagradable. Habiéndose dejado bautizar y concertado paces, en tiempo de Pedro de Vera, los naturales del sur le recibieron, declarándose "cristianos y libres". Sin intención de resignarse a la miseria, reunió a sus hombres, informándoles de que faltando la pelea, no habría botín ni sueldo. Sin causa real para iniciarla, el gallego-castellano la creó ideal: lo abrupto de la orografía, la habilidad de los honderos guanches y la resistencia que opusieron a la cristianización, permitían barruntar que a las primeras de cambio, volverían a las andadas, haciéndose "nuevamente" señores de la isla. No habiendo mejor medio de impedirlo, que la derrota preventiva, acordaron trepar a los riscos, con alevosía y nocturnidad, para meterles definitivamente en vereda. Puesto el plan en ejecución, los castellanos no cayeron en que la experiencia espabila. Debidamente informados de la doblez de los cristianos, los guanches les recibieron con lluvia de piedras, dardos y banotes.

Pero al decir de la documentación, éste convocó al escribano García de la Puebla, para prometer, en escritura pública, otorgada a 14 de junio de 1494, que daría la mitad del botín y la tierra conquistada, a quien aportase 600 infantes y 30 jinetes, encabalgados y dotados de transporte, para la conquista de Chinech (Tenerife). Entregado el documento a Gonzalo Suárez de Maqueda, vecino colono de Gran Canaria, originario de Puerto de Santa María, desembarcó en Cádiz, puerto oficial de Indias. Cruzando la bahía, siguió a Sanlúcar por tierra. El duque de Medina Sidonia, debidamente aleccionado por el obispo Juan de Fonseca, le recibió de inmediato. Alzado banderín de enganche en Bonanza, se reunieron en horas 7 banderas de infantes y 40 jinetes, por tener buena reputación la tierra de destino.
Equipados de espadas, capotes, alpargatas y camisas, comprados en Sevilla, por valor de 178.600 maravedís, zarparon a 25 de octubre, rumbo al puerto de la isleta en Tamaránt y posteriormente al de Añazu (Santa Cruz), llevando al frente a Bartolomé de Estopiñán.
No informó Lugo a sus socios del fracaso, ni de la introducción de un tercer socio capitalista, pero al frecuentar Francisco Riberol el puerto de Sanlúcar, se enteró irremediablemente. Dándose por estafado, volvió a demandar al conquistador. Enterado en Villa Real de las Palmas, salvó el bache, vendiendo los "heredamientos" del valle y villa de Graxere, a 19 de agosto de 1494, ante el escribano Gonzalo de Burgos. Plantación de caña, frutales, "cerramientos", "portones", vivienda, molino de pan, cuadras e ingenio, dotado de calderas, trochas, sobreformas de purgar, 200 arrobas de azúcar y 40 de confites, "con todo lo a ello anejo y perteneciente, que hoy tengo y me pertenece, en al valle de Agarte", 8Agaete) fueron adquiridos por censo anual de 650.000 maravedís, en moneda canaria, que Francisco Palomeras, mercader genovés residente en Valencia, pagaría directamente a Francisco Riberol. (L. Al.Toledo)
1494. Benahuare (La Palma) Francisca de Gazmira (Francisca palmense, S. XV y XVI). Las promesas realizadas por el futuro Adelantado Alonso  de Lugo a los hawaras (palmeros) que hubiesen ayudado en la conquista, asegurándoles vida y haciendas, son rotas sistemáticamente por la parte invasora, que llevada de su codicia requisa ganados y esclaviza, empleando como excusa falsas rebeldías, a numerosas personas de los bandos de paces. La actividad de Francisca de Gazmira está documentada a partir de 1494, denunciando ante la Corte los abusos de que era objeto la población hawara. Entre los hechos denunciados destaca la selección entre los distintos bandos de 25 muchachos de ambos sexos para enviar como rehenes a los Reyes católicos y más tarde vendidos como esclavos; grupo al que seguiría, cinco meses más tarde, otro compuesto por más de cien personas que sigue idéntico fin, sin mencionar los constantes robos de ganados de que son objeto estos bandos. Los Reyes castellano-Aragonés se hacen eco de las denuncias planteadas por Francisca de Gazmira e inician una serie de pesquisas que conducen en 1500 a la localización y liberación de un grupo de esclavos en Jerez de la Frontera, compuesto por canarios, gomeros, guanches y, entre ellos, algunos palmeros del bando de Gazmira.
1494

Los Estados guanches después de la expulsión de los guanches. Castigos impuestos por Bencomo al pueblo güimarero. Importancia de los despojos de la batalla de Acentejo.

La modorra.

La victoria de Acentejo alcanzó gran resonancia en todo el Archipiélago y más aún dentro de la isla, donde los reyes de la Confederación se prepararon a la defensa no dudando ser atacados después de la expulsión de los españoles. La figura de Bencomo era abrumadora. A sus antiguos prestigios sumábanse los nuevos laureles colocándolo sobre los héroes legendarios, y por lo mismo crecieron paralelamente con la magnitud del triunfo los recelos y temores de los que con razón se veían amenazados. Y sin embargo la ambición del tirano, como lo calificaban sus enemigos, no se mostró por ningún lado; bien que el Rey Grande abrigando la seguridad de que no tardaría en aparecer otro ejército, encontrábase obligado a ser cauto, que de no atravesarse esta circunstancia es más que probable que la referida victoria fuera la consagración del soñado imperio de la isla.

Pero si de momento le convino ocultar sus miras de ponderación territorial, no creyó caso de disimulo, antes sí de justificado motivo de público enojo, la alianza del pueblo de Güímar con las armas españolas, que calificaba de rebeldía a su trono y de traición a la patria común. Las tradiciones hablan de severos castigos impuestos, de persecuciones y que de no intervenir los reyes de Tacoronte y de Anaga hubiera ejecutado al príncipe Gueton y demás rehenes que conservaba en su poder. Los autores no dicen palabra respecto a tan interesante particular y sólo Viana se hace eco de estas represiones por otra parte explicables y ajustadas al encadenamiento de los sucesos, pero desconociendo las verdaderas causas las utilizó para hermosear el poema con episodios eróticos.

Cuenta Viana que habiendo desaparecido Ruyman, supuesto primogénito de Bencomo, que se oponía al casamiento de su hermana la infanta Rosalba con el príncipe güimarero Gueton, la voz pública señaló a éstos como los presuntos asesinos; y el Rey Bencomo dello persuadido como enemigo deAnaterve, airado mandó poner en rigurosas cárceles a los dos acusados inocentes, para tomar venganza en su castigo; fue la prisión segura en hondas cuevas dejando un agujero muy pequeño por do pudiesen darles la comida, y con trescientos soldados bien armados de guardia estaba más segura y fuerte hasta que el rey mandase darles muerte. Sabiendo el Rey de Güímar, Añaterve, de su querido hijo las prisiones, sintiólo como padre, mayormente por ser Bencomo crudo, y su enemigo habiendo su consejo con los grandes, determinó enviarle una embajada con Guañon, capitán valiente y noble pues pretende ofender mi hijo amado por lo que sin razón se le ha imputado. y a crudas guerras de hoy más le emplazo, si piensa proceder de tal manera de lo que se le imputa no haga caso; suéltelo libre............ no es lícito pretendan gobernallos señores impropios e imperfectos; si le injurió mi hijo, mi justicia debe dar el castigo a su malicia.

Partió Guañon veloz, presto y ligero, y como puntual, sabio y discreto, dio con acatamiento la embajada, pero Bencomo con soberbia y ira, Decid al Rey injusto que os envía que no debe guardársele el decoro al noble que comete alevosía, y aquesta ley se guarda en mi Tagoro',

Esos bríos que muestra, furia y saña, fuera mejor que de ello hiciera empleo contra la fuerte y domadora España, que contra mí lo tengo en devaneo, pues estando en la tierra gente extraña mostró como cobarde en su deseo, una alevosa voluntad contraría de ver en sujeción la gran Nivaria. Por el Guayajerar que nos sustenta, que he de tomar venganza por mi mano, no es lícito, ni es ley que se consienta, que viva un Rey traidor, un Rey tirano; andad, decid que guarde su cabeza del airado furor de mi braveza. La de Gueton le dé poco cuidado que antes de mucho le verán mis ojos muerto, del tronco de un laurel colgado; y el Rey tirano pierda el reino y tierra a fuego y sangre, con crueldad y guerra.

Mas, ya que el gran Guañon llegó hasta Güímar,
y el Rey supo el suceso y la respuesta,
con guerra a la venganza se apercibe,
y habiendo a ello acuerdo con sus grandes,
despachó luego cuatrocientos hombres
todos nobles guerreros de experiencia,
y al capitán Guañon los encomienda,
y mándales que lleguen con secreto
a la prisión do está su amado príncipe,
y a pesar de las guardas de Bencomo,
lo librasen.................
y así llegó Guañon con sus soldados
les dio a las guardas repentino asalto;
tuvieron la victoria, aunque costosa, los güimareros, sin que de las guardas quedase alguno que el aviso diese; y luego el gran Guañon y gente fiera rompieron la prisión en un instante donde Gueton estaba.........................

Si os envió mi padre a hacer esto mejor acuerdo fuera bien tomara
sabed, que a estarme preso estoy dispuesto,
Decid a mi padre se sosiegue,
mas advertid que de estar preso gusto:
con tal resolución Guañon confuso
se despidieron de su noble príncipe, al Rey de Güímar, ante el cual llegando Guañon con sus soldados valerosos, la batalla cruel, y la victoria, y respuesta del príncipe su hijo, le contaron, y de ello aflicto y triste perdió la confianza de su vida, pero no la esperanza firme y cierta con que esperaba la cristiana gente deseoso de verla ya en la tierra para entretalle su dichoso Reino;

Por lo transcrito se adivinan las penalidades y persecuciones que por su alianza con los castellanos sufrió el pueblo güimarero, personificadas por el poeta en Añaterve y Gueton; sólo que las atribuye a signos distintos de los reales y que escribió en un género de literatura que le resta crédito para los que piensan que la verdad no puede encerrarse en sonoras estrofas. Las «Antigüedades de las Islas Afortunadas de la Gran Canaria» no es un poema lírico en que expone el autor sus ideas y sentimientos, sino un poema meramente narrativo adornado con las galas de la poesía. Hasta el eximio maestro Menéndez Pelayo comulga con la turba-multa, no en su juicio sobre el mérito literario de la obra que cualquiera que fuese lo creemos inapelable, pero sí cuanto al dudoso valor histórico que le concede careciendo de término de comparación, puesto que es superior a todas las publicadas y coinciden en los hechos que les son comunes; y no ya le ha sido imposible disponer de elementos de cotejo, sino que no está en las intimidades del modo de ser de nuestro pueblo, ni en su geografía topográfica con su significativa nomenclatura, ni en sus leyendas y tradiciones, llegando su desconocimiento al punto de considerar convencionales a los personajes. Esto es una afirmación gratuita. Todos fueron de carne y hueso, y muchos de los que figuran en las escenas bucólicas casaron después de la conquista ya con nombres castellanos, como dan testimonio de ello nuestros archivos y señala con gran exactitud D. José Rodríguez Moure en un bien escrito prólogo a la última edición del poema de Viana (1).

¡Y no menos equivocado está el egregio maestro! al que aplicamos lo mismo que dice de Lope de Vega, de «que no leyó entero el poema», cuando asienta que basta «leerle para comprender que gran parte de él era mero producto de la fantasía poética». Esto no es exacto en cuanto afecta a la acción principal. Viana no tuvo que hacer esfuerzo para subordinar la inventiva a la verdad histórica, porque hasta sus numerosos episodios eróticos y de poesía pastoril están calcados en las leyendas del país, limitándose a recoger e hilvanar las tradiciones ' para presentárnoslas en formas más bellas respetando lo sustancial.

Es indudable que Viana, como los demás cronistas, padeció errores, dejó mucho por estudiar, trastocó en ocasiones fechas y sucesos, equivocó a veces las causas determinantes de los acontecimientos; pero con todo hay que reconocer es el autor más completo y verídico de nuestras antigüedades guanchinescas, aunque mal estudiado por la generalidad. Porque lo extraño es que todos los rechazan por su cualidad de poeta y de hecho todos lo siguen... porque no hay otro a quien seguir. «Es el caso —observa el citado D. José Rodríguez Moure— que así como Viana sigue a fray Alonso de Espinosa, a quien trató de refutar, según dice Viera, Núñez de la Peña sigue a Viana con más fidelidad que éste al fraile dominico, a pesar de tildar su obra de comedia; y Viera, el culto crítico, sigue a los tres...».

Terminamos este particular manifestando, que el relato de Viana se acomoda a las tradiciones llegadas hasta nuestro tiempo de los severos castigos impuestos por Bencomo a los desesperados güimareros, que esperaban ansiosamente a los españoles como revelan las últimas estrofas transcritas; pero que obsesionado por espíritu religioso de que la inclinación de los guanches de Güímar a los cristianos obedeció a la presencia de la diosa Chaxiraxi o Virgen de Candelaria, ignoró el motivo que los impulsó a reconocer la soberanía de Castilla desafiando las iras de Bencomo.

Pero la batalla de Acentejo, además del triunfo con la expulsión de los españoles de Tenerife, tuvo para el pueblo guanche una capital importancia por lo que influyó en su destino. Efectivamente, a partir de esa fecha se persuadió el general Lugo, no ya que se las había con un enemigo de mucho cuidado, sino que era imposible dominar la isla por fuerzas de armas no contando con otro ejército mayor de un millar de plazas, que era cuanto podía levantar a su costa. Este convencimiento nos explica la lentitud de las operaciones militares y sus activos trabajos políticos entre los indígenas, fomentando las discordias por un lado, mientras por otro repartía promesas, como iremos viendo en el curso de estos apuntes.

Mas una nueva preocupación se sumó a las que ya embargaban el ánimo del general Lugo, cual fue que con los despojos de la batalla centenares de guanches quedaron armados a la europea con picas, alabardas, lanzas, chuzos, espadas, puñales, etc., que en manos tan varoniles duplicaba el valor del enemigo. Tal suceso que hoy nos parecen de escasa monta, revistió no obstante para los que de cerca apreciaron los resultados trascendencia tan grande, que imprimieron a las campañas de Lugo un marcado carácter de cautela; contribuyendo tal vez poderosamente que el tratado de paz de Los Realejos, estuviera inspirado en un principio de igualdad para ambos pueblos.

Y sin embargo de la importancia del acontecimiento por sus consecuencias, señaladas por las tradiciones, el silencio de los cronistas llega a no mencionarlo o cuando menos a no darle las proporciones que tuvo; excepto Viana que se ocupa de la noticia en distintas partes, revelando la preocupación de los conquistadores, aunque la da disfrazada bajo una alegoría.

Simula el poeta que el capitán conquistador Hernando de Trujillo, en quien personifica al ejército español, al invadir a Tenerife se tendió a dormir cansado del viaje, mientras un sigoñe o capitán indígena que espiaba a los extranjeros, símbolo del ejército guanche, sorprendían dolo descuidado, dormido, le quitó la espada y la entregó al rey Bencomo o sea al Poder enemigo; figura alegórica alusiva al desastre de Acentejo, donde en opinión del autor perdieron los españoles la gloria y las armas por confiados. Aunque alterando a veces el orden cronológico, Viana nos da a conocer el suceso y sus naturales derivaciones en diferentes pasajes; empezando en la relación que el sigoñe espía hace al rey de Taoro de lo que vio y de cómo se apoderó de la espada, es decir, de las armas:

Y sucedió así el hurto, que su dueño
gallardo personaje, convencido
del trabajo del mar, se entregó al sueño
junto de donde estaba yo escondido;
viéndole allí, atrevíme como isleño
a llegar cerca del sin ser sentido,
y entre otras prendas, ésta, aficionado
hurté, y volví a esconderme con cuidado.
En la espesura apenas me encubría,
cuando luego despierto voceando
las yerbas de aquel prado revolvía,
la espada (a lo que entiendo) procurando;
Vestida viene, véisla aquí desnuda,
sólo la tome el Rey que así conviene». (Pag. 114).

Bencomo al probarla se hiere y el poeta pone en su boca un monólogo para significar que si él (representación del pueblo), supo lo que era una espada de los extranjeros a costa de su sangre, ya que en su poder la esgrimiría contra los invasores:
«Sólo Bencomo no se sobresalta, llega a la luz de un encendido hacho, mira el fulgente acero de la espada, pasa los dedos con cuidado y tiento por sus agudos filos y apretándolos, córtase sin sentir.......

¿Qué es esto, agudos filos atrevidos ? ¿Herís mis dedos y vertéis mi sangre? ¿Venís hambrienta? ¿O los recién venidos quieren que en vos mi cólera de sangre?

Ahora que en mi sangre estáis bañada y en vuestro puño con mi mano toco, sois espada de Rey, de ley honrada; a belicosa furia con mi sangre matizada;
Con todo os tengo dende hoy más por buena,
que en lo presente juzgo lo futuro;
mas pues en mí habéis hecho prima extrema,
por la sangre real que os baña juro,
que si esa gente que ha venido ordena
poner en riesgo mi valor seguro,
he de probaros si sois buena o mala
y si la obra a la apariencia iguala».
...................................(Pag. 118).

Rotas las negociaciones de la paz en la entrevista celebrada por Bencomo y el general Lugo en la laguna, sigue la ficción con motivo de enterarse Trujillo que su espada la llevaba el rey al cinto:

¡óyeme, noble Rey, por cortesía, hurtáronme esa espada allá en el puerto cuando llegamos, mientras que dormía que no fuera posible a estar despierto; manda que se me dé, que cierto es mía, y la aprecio y estimo, porque he muerto con ella turcos, moros y paganos, y me afrento de verla en otras manos. Míralo el Rey, altérase y recátase, la espada empuña, y con gran pausa dice: «Quisiera en lo que me pides complacerte, pero perdonarás, que es imposible, si esta espada fue tuya, agora advierte que es mía, con razón llana y creíble: perdióla tu descuido y de una suerte entre valientes poco acontecible.

Eraste en el peligro confiado, que el que se fía en el peligro yerra, y no debe dormirse descuidado quien viene a conquistar ajena tierra,
Demás de que en mi sangre está bañada..............., mas la aprecio
por mía, con mi sangre está sellada;
también llegó hambrienta y deseosa de sangre, y yo le di por sustentalla
la mía propia.......................

El valiente español que reventaba en ira ardiente, al bravo Rey replica
y en tanto el Rey, bramando se despide con grandes amenazas de ambas partes, quedando desde allí por enemigos». ......................................(Pag. 137).
Continúa la invención poética en la batalla de La Laguna, después de la segunda invasión:

Traía el gran Tigaiga una bandera que ganó en la matanza deAcentejo de los de España, de la cual hacía notable menosprecio, que arrastrándola, los unos animaba a la batalla; mas viéndola Hernando de Trujillo, que sin caballo andaba en medio dellos, no lo pudo sufrir su sangre hidalga, arremete furioso al fuerte isleño, trábase entre los dos cruel batalla... dánse terribles y espantosos golpes... mas pudo al fin el noble caballero darle la muerte a costa de su sangre, cobrando esfuerzo, fama, y la bandera,

A todo aquesto el ínclito Trujillo, daba voces llamando al Rey Bencomo para cobrar la espada de sus manos, y no menos el Rey lo procuraba, pero nunca se vieron, ni encontraron.

Es decir, que aunque ganaron la batalla no pudieron recobrar las armas; hasta que al fin en la batalla de La Victoria, que ofrece el poeta a los españoles como desquite de la de Acentejo, supone que Trujillo recuperó la espada o séase las armas y con éstas la tranquilidad, dando de hecho por conquistada la isla. Es verdad que a partir de esa fecha no se libraron más combates hasta el tratado de paz de Los Realejos; pero no es menos cierto que el poeta, ignorando la verdadera causa determinante de la celebración de dicho tratado, se olvida más adelante de su propia alegoría rindiendo culto a la verdad, como veremos oportunamente.

He aquí cómo Trujillo recobró la espada perdida:
«Encuéntrase Trujillo con Bencomo,
y conoce en sus manos carniceras
su cortante espada; y al instante
ambos se embisten por vengar su enojo,
dánse y reciben temerarios golpes,
sacantes sangre las agudas puntas,
encarnízanse más, crece la ira,
y hiriéndose en otras muchas partes,
pasa Trujillo al Rey por el acertó
del brazo diestro, tanto que no puede
mover la espada aunque revienta en cólera;
acúdele sigoñe, caretas y otros,
cercan al buen Trujillo, y favorecen
al Rey, y al fin lo libran de sus manos,
sacándolo en hombros del combate.
Brama Bencomo en verse de tal suerte
y con el gran dolor de la herida
deja caer la espada y la recobra
Trujillo, ufano aunque rabioso, y sigue
del Rey, y de los suyos al alcance
.................................». (Pag. 382).

Según fray Alonso de Espinosa y Viana, una de las causas que más contribuyó a la conquista de Tenerife, fue una epidemia de modorra sufrida por los guanches en proporciones de una horrible catástrofe y esto no pudo acontecer así. La modorra o fiebre tifoidea se padecía como ahora, dándose casos desde fines de la primavera hasta romper el invierno en los altos de la isla, como La Laguna, etc. y durante esta última estación en las zonas costaneras como en Santa Cruz, en relación con cierto grado de calor y de humedad; y probablemente tomaría algunos años carácter más o menos epidémico, cual refieren los citados cronistas en el estío y otoño de 1494, pero nunca en la magnitud de nuestros tiempos cuando no interviene la higiene.

En las condiciones de vida de los guanches las epidemias de modorra necesariamente tenían poco poder difusivo, siendo su radio de acción muy limitado. Hoy que se conoce el germen de la enfermedad y los medios más adecuados de su propagación, cuando se considera que los guanches no contaban con una sola población, ni el más modesto caserío, sino que las familias moraban aisladas unas de otras separándolas 3 o 4 kilómetros, en chozas ventiladas, y que no conocían los estercoleros, ni los alcantarillados, ni pozos negros, ni letrinas, ni lavaderos públicos, ni otros elementos o factores que pudieran dar lugar a la intoxicación del subsuelo o contribuir a la creación y multiplicación de poderosos focos infecciosos, hay que convenir en que las tales epidemias tenían que ser muy poco expansivas.

Ni siquiera se puede alegar como foco de origen los cadáveres de Acentejo, porque es bien sabido fueron quemados por orden del rey Bencomo.

De manera que restando de las noticias el oropel de lo maravilloso y el sello hiperbólico que nuestros cronistas han solido darles, ya hinchando o generalizando hechos aislados, hay que reducir los sucesos históricos a sus naturales proporciones en consonancia con las causas que los determinan. Por esto cuanto refieren fray Alonso de Espinosa y Viana respecto a la epidemia de modorra entre los guanches en 1494 y 1495, de la que dicen «morían a centenares andando, abandonados por los caminos a la avidez de los perros», llegando al extremo de perder el ejército «liguero en menos de diez días más de seis mil hombres», lo estimamos como una ofensa al buen sentido. Tales exageraciones hay que rechazarlas desde el punto de vista científico y por lo tanto de la historia, así como dentro de las costumbres de los indígenas, pues como veremos en otro lugar su profunda veneración por los difuntos relacionada con las ideas religiosas, no les consentía abandonarlos por esos caminos. Trátase de una hipérbole a todas luces por esgrimirla como causa de la rendición de la isla, no encontrando otros motivos para explicarla y no atreviéndose a matar más millares de guanches en las batallas; debiendo aceptarse únicamente que ese año, como acontecería en otros, sufrieron la modorra con mayor intensidad sin llegar ni mucho menos a la hecatombe que nos pintan y con seguridad sin influir de modo eficaz en los destinos de la isla.

NOTAS

1 Algunas tradiciones que hemos recogido no siempre están de acuerdo con las de Viana. Por ejemplo, está muy generalizado por Güímar y Arafo, de que Ruyman, que no era el primogénito de Bencomo sino su segundo hijo varón, tuvo grandes disgustos con su padre por hallarse enamorado de la infanta Guayarmina, hija de Aña-terve, oponiéndose el rey de Taoro a dicho casamiento por contrariarle sus planes políticos. Algunos añaden que la referida infanta se hallaba también en rehenes en la corte de Bencomo.

ANOTACIONES

(1)  Vid. Anexo n." V.
(2)  Esta lanza la conservó D. Manuel de Ossuna y creemos que proviene de la colección de D. Sebastián Pérez Yanes, del Museo Casilda de Tacoronte. Si la comparamos con la descripción que realizó D. Juan Bethencourt Alfonso así como con el dibujo, que se incorpora después de esta ilustración, podremos comprobar que se trata del mismo objeto. (Vid. Anexo documental ne. 2. Historia del Pueblo Guanche, de Juan Bethencourt Alfonso. La Laguna:Francisco Lemus Editor, 1994 (Tomo II); pág. 559).

(3)  (Vid. dibujos del Anexo III. El número V se corresponde con el antiguo número de la Sección de Armas del Museo Casilda. Por lo que se refiere al resto de los datos, éstos se relacionan con los adjudicados al catálogo del citado museo que fue elaborado, en su momento, por Bethencourt Alfonso. La importancia de estos dibujos radica es que para la mayoría de ellos es la única prueba documental de que antes de 1889 se encontraban en Tacoronte, posteriormente a dicha fecha y a raíz del traslado del Museo Casilda a La Plata (Argentina), muchos de tales objetos se han perdido o dispersado).
(Juan Bethencourt Alfonso, Historia del Pueblo Guanche, tomo III)


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