miércoles, 29 de octubre de 2014

PROLOGOS



            Una de las pocas alegrías que la vida me proporciona, consiste en leer  un buen libro sobre aspectos de la historia de Canarias y, este que tienes en tus manos caro lector, me ha proporcionado doble sastifacción, por una parte, por la juventud de su autor, motivo que hace renacer en mi la esperanza y la fe en las actuales generaciones jóvenes en manos de quienes queda la futura historiografía de nuestra nación, por la otra, y - no menos importante – el exhaustivo trabajo de investigación abordado por el autor para ofrecernos una visión amplia – y yo diría que de las más exactas – de la batalla de Acentejo, uno de los hechos de armas más gloriosos protagonizado por nuestros antepasados y, donde las tropas invasoras sufrieron la mayor derrota que jamás les fue Infligida en su larga historia de conquistas y sumisión de otros pueblos. Hecho este que si bien ha sido tratado por diversos autores, siempre lo ha sido desde el punto de vista del vencedor y por consiguiente, con toda la carga peyorativa que ello conlleva.

 Por ello, es digno de destacar el planteamiento objetivo que el autor desarrolla en su obra “La Batalla de Acentejo, La Lucha del Banot contra La Espada”, por otra parte, no deja de ser sugerente el subtitulo que acompaña la portada del libro: “De cómo el resplandor de las espadas castellanas se apagó a manos de las sombras Guanches”, éste subtitulo nos revela el alma de poeta que porta el autor, aunque a decir vedad, esta faceta no se refleja en el resto de la obra, la cual constituye en todo su conjunto un concienzudo y profundo estudio histórico sobre el evento.

            Uno de los aspectos sobre la batalla de Acentejo en que los cronistas e historiadores no se han puesto de acuerdo, es sobre el número de mercenarios castellanos y auxiliares isleños que componían las tropas invasoras que tomaron parte en “rota de Acentejo”. Las apreciaciones de los cronistas oscilan entre novecientos a mil quinientos peones y cien jinetes, pero recurriendo a documentos descubiertos recientemente podemos valorar que la cifra de mercenarios de que se componía el ejército invasor era sensiblemente superior a la que se venía propugnando. Veamos un documento relativo a la formación de la armada que debía formarse para el asalto a la isla de Tenerife, que nos  aporta Eduardo Aznar Vallejo, en su obra “Documentos Canarios en el Registro del Sello: << 1493 Diciembre 28. Orden a Iñigo de Artieta, capitán general de la armada, para que lleve a Tenerife, antes de mediados del mes de marzo de 1494, 1.500 peones y 100 jinetes de estos reinos y 400 peones y 60 jinetes de las islas de Canarias que ya están pobladas de cristianos, así como 1.000 cahices de trigo y harina, 300 cahices de cebada, 2.000 quintales de bizcocho, artillería, herramientas, bestias y demás mantenimientos, de acuerdo con al asiento hecho con Alonso de Lugo, gobernador de La Palma, sobre la conquista de Tenerife, ordenándole que no lleve derecho alguno por dicho transporte e impidiéndole sacar parte de las tropas, una ves desembarcadas en éstas Tenerife. >>. Si bien el almirante Iñigo de Artieta, no se negó a cumplir la orden real, si puso una serie excusas que iban dilatando la formación de la escuadra invasora, pues Artieta era enemigo declarado de Alonso de Lugo desde que éste, se negara a pagarle al almirante los quintos que como a tal le correspondía del botín de esclavos y ganados extraído por Lugo en la conquista y saqueo de la isla de La Palma. Así las cosas y temiendo Lugo al poderío del almirante de Castilla, decide formar por sus propios medios la flota invasora, tal como el mismo futuro Adelantado expone en su descargo en la famosa residencia de Cabitos: <<Que hubo de armar más de 30 navíos>>.

            Así pues, en el campo de las isletas en Gran Canaria, se encontraba el ejército de Lugo, compuesto de 1.500 peones procedentes soldados veteranos de la organización de mercenarios denominada La Santa Hermandad” de Sevilla, más los procedentes de las cárceles y presidios españoles a los que la reina Isabel conmutó las penas de muerte a cambio de servir a sus expensas en la conquista de Tenerife, durante un tiempo mínimo de seis meses, más los isleños auxiliares facilitados por los señores de las islas de Lanzarote, Fuerteventura y La Gomera, aportados por éstos a petición de la reina, los cuales sumaban cuatrocientos peones y sesenta caballos y de los que eran capitanes Ibone de Armas, (gomero) y Fernando Guanarteme, sobrino de Thenesor Semidan, y al que algunos autores han Confundido con éste.

            Por consiguiente tenemos que, las tropas europeas están compuestas de 1.500 peones y 100 de a caballo, más los 400 peones isleños y 60 caballos, las cuales suman 1.900 peones y 160 caballos dando un total de 2.060 combatientes, a éstos hay que sumarle los guerreros aportados por los bandos de paces de Tenerife, es decir los de Anaga, Güímar, Abona y Adeje, los cuales podemos cifrar a la baja en 600 hombres, ello nos da una cifra de 2.660 guerreros como mínimo los que intervinieron por parte de los invasores en la batalla de Acentejo. La ayuda prestada por los bandos de paces al carnicero de Lugo, está debidamente contrastada en la información que posteriormente se llevó a cabo por los guanches de las bandas del sur, cuando éstos reclamaron ante la corona española, por el apresamiento ilícito por parte de Lugo de más de 1.000 guanches de los bandos de paces, y de los cuales el esclavista consiguió vender como esclavos a 700. En la mencionada información en 1498 recién concluida la conquista exponen: <<Ciertos canarios de Dexe e Bona e Güymar que al tiempo que Alonso de Lugo, nuestro gobernador de la ysla de Tenerife, fue a conquistar dicha la dicha ysla, los dichos bandos... (guardando las paçes que tenían puestas e asentadas con Pedro de Vera..., gobernador..., por virtud de los poderes... tenía) diz que se juntaron con el dicho Alonso de Lugo para conquistar la dicha isla ; e que fazian lo quel dicho Alonso de Lugo les mandava, e que acogían en los dichos bandos a nuestras gentes e les amparaban e defendían, e les daban de sus mantenimientos ...>>.

            Por otra parte, confirma nuestro acerto el historiador canario don Tomás Marín de Cubas, quien refiriéndose a los envenenamientos de las fuentes y nacientes de agua por parte de los mercenarios (práctica que ya habían llevado a efecto con buenos resultados en la guerra de Granada) conocida como la “modorra,” nos dice: <<...Buscáronse espías y dieron por aviso que no tenía gente junta de pelea para venir a buscarlos a la playa, porque había gran mortandad en la tierra, o ya fuese por estar apestados por la corrupción de más de 2.000 cadáveres que quedaron por enterrar el año pasado en la batalla de Centejo ...>>.

Por otra parte, es significativo el hecho recogido por don Tomás, de que la mayoría de los cadáveres de los guanches  que habían sido afectado por la “modorra”  yacían en los alrededores de las fuentes y barrancos. Curiosamente, ésta repentina epidemia se extendió solamente por los menceyatos confederados, es decir por los bandos de guerra, sin que afectara en lo más mínimo a los bandos de paces.

Este libro, nos ayuda a comprender mejor uno de los grandes acontecimientos histórico de nuestro pasado, en el que el pueblo guanche dio una lección más de amor a la patria y a la libertad, en él, su autor nos desgrana los acontecimientos con una rica prosa y un espíritu crítico, propio de historiadores más experimentados. Es indudable que si la heroica resistencia opuesta a los invasores por el pueblo guanche en la batalla de Acentejo hubiese tenido lugar en otro contexto histórico y cultural, hoy formaría parte de las grandes epopeyas cantadas universalmente por los poetas.


Eduardo Pedro García Rodríguez
Eguerew, 29 n yect n 2950   

           


           
.PRÓLOGO

Existen dos maneras de conocer la historia de un pueblo, la primera y más habitual es la de rodearse de una serie de buenos libros y publicaciones especializadas y degustarlas sentado en un confortable sillón, al lado de un buen fuego, si es invierno, o acariciado por el aire acondicionado si nos dedicamos a este deleite en plena canícula, y siempre, acompañado de una  aromática copa de licor o un apetitoso refresco según los casos. La otra manera de conocer a un pueblo y su historia, es ¡qué duda cabe! menos grata, pero mucho más gratificante y verdadera, y consiste en patear nuestras sendas, caminos y veredas, corriendo riesgos sin cuento, al subir escarpadas montañas, bajar a profundos barrancos y bordear insondables precipicios, por veredas apenas practicables para las cabras. Esta segunda opción, la más ingrata físicamente, amable lector, fue la elegida por los autores de este pequeño gran libro que tienes en tus manos, en él no esperes encontrar una larga lista de datos tediosos a los que tan aficionados son los investigadores de despacho o de salón, por el contrario, encontrarás datos tomados en el lugar donde se encuentran los yacimientos arqueológicos,  y estando como está, escrito con el corazón, no por ello se falta un ápice al rigor científico o a la verdad histórica.

Por todo ello, doy las gracias a Raúl Melo, y a Román  González    auténticos Indiana Jones de nuestros días e incansables investigadores de nuestros ancestros,  autores de éste libro, por haberme proporcionado el inmerecido honor de poder leer en primicia el manuscrito y permitirme participar con estas mal hilvanadas líneas. Mísera aportación ante el ingente esfuerzo desarrollado por éstos investigadores, quienes imbuidos por su acendrado amor a la patria, su historia y su cultura, han renunciado a pasar muchos fines de semana con sus respectivas familias y a un merecido descanso en la playa o el campo, o al placer de disfrutar de unos momentos de ocio o simplemente ver un partido de fútbol, para elaborar este trabajo que tienes en tus manos. La serie de fotografías que acompañan a los textos, son una mínima parte del ingente material acumulado por los autores de todos los rincones de nuestra geografía insular donde se encuentre algún vestigio material de la cultura de nuestros antepasados. 

Las entrevista mantenidas con nuestros venerables ancianos, auténticos detentadores de nuestra Tamusni, han sido innumerables, éstos investigadores han tenido la irrepetible oportunidad de leer en unos libros vivientes que son nuestros mayores, muchos de ellos ya cerrados para siempre, otros, se irán cerrando, y con ellos se perderá irremisiblemente todo un caudal de sabiduría acumulado durante generaciones, pues parece ser que hoy en este mundo dominado por la informática, la televisión y las noticias al segundo, no tiene cabida la sosegada Tamusni, medio sereno y pausado empleado por nuestros mayores para trasmitirnos de abuelos a nietos, la historia y las costumbres de nuestros ancestros.

Mediante la lectura de éstas páginas, podremos realizar un viaje a través del espacio y del tiempo, situándonos en la planicie de alguna loma desde donde se divisa una amplia panorámica del entorno. En esta planicie situada en cualquier lugar de cualquier Menceyato, existe una construcción de piedras seca y de forma circular de uno diez o doce metros de diámetro, sus muros tienen una altura de 1 a 1,5 metros aproximadamente, el recinto cuenta con dos puertas, una orientada al Norte y la otra al Sur, en su interior y en su lado norte, están situadas y arrimadas a la pared, una serie de piedras planas y lisas por una de sus caras, todas del mismo tamaño excepto una central que es un poco más elevada y tiene un respaldo también pétreo, todas estas piedras están cubiertas por unas pieles de cabra de color marrón, menos la del centro y más elevada que lo está con una  negra moteada de manchas blancas, ésta, corresponde al Mencey.

Está amaneciendo, en este día, hay un inusitado movimiento de personas y animales en la gran explanada que está prácticamente ocupada por rebaños procedentes de Añaza, Tahodio, Abikure, Afur, Taganana, Benijos, Chinamada, Aragüigo, Araguy, Sejeita, Ama amautama y Amazer.

Un grupo de personas se destacan de la multitud, y se dirigen en procesión hacía un saliente rocoso que mira al naciente, al frente de la comitiva va un kanku (sacerdote del Sol). Llegados al borde del precipicio, mientras el disco solar comienza a asomar por el horizonte, todos los concurrentes alzan sus manos hacía el cielo en actitud implorante mientras que el kanku con voz firme y potente, cuyo eco resuena por todos los valles circundantes, pronuncia la siguiente oración:

                                   Tenemir uhana Magék                     Gracias poderoso Sol
                                   Enehana benijime harba                   por salir un día más
                                   Enaguapa acha abezan                     para alumbrar la noche.

Concluida la ceremonia diaria de  bienvenida al poderoso Dios Sol, la comitiva seguida del pueblo se dirige al Tagoro. Al frente de la misma va el portador de la añepa, real símbolo del poder del Mencey, detrás del guíon va el Mencey, los nobles de primer rango y los sacerdotes kankus, en el recorrido hacía el Tagoro, los notables de los diferentes auchones, conforme el Mencey llega a su altura se postran en el suelo y con el borde de su tamarco limpian los píes del monarca y se los besa como señal de respeto y sumisión. Llegados al tagoro los componentes de la comitiva toman asiento en sus respectivos lugares, el Mencey en el centro, los y ancianos y nobles de primer rango, a ambos lados del soberano, los sigoñe o capitanes de guerra a continuación.  Seguidamente el porta estandarte entrega al Mencey la añepa, este la toma y se la cruza en el pecho sobre el lado izquierdo, con lo cual queda abierto el gran Tagoror o asamblea general del Menceyato.

En el Tagoror de hoy son variados los temas a resolver, los Archimenceyes y Chaureros van desfilando ante el consejo y exponiendo la problemática de sus administrados: el chaurero de Benijo expone que, un miembro de su tribu dejándose llevar de un arrebato de ira, mató a otro, el cual dejo a mujer viuda y cuatro hijos huérfanos; oído al matador y el testimonio de sus parientes y vecinos, el consejo estimó que el agresor pudo haber reprimido su ira, y en todo caso podía haber resuelto su agravio en el terrero, por consiguiente; se le condenó al castigo previsto para este delito, el cual se ejecuta inmediatamente, el Mencey da su añepa al ejecutor del castigo y éste procede a aplicar una serie de cincuenta contundentes bastonazos en las espaldas del reo, a continuación se procede a efectuarles doce cortes profundos con una tabona en los glúteos y muslos, acto seguido es expulsado del Menceyato, debiendo en lo sucesivo cuidarse de las iras de los parientes de la víctima. A continuación se le confisco su rebaño de ganados, el cual fue entregado a la viuda y huérfanos como indemnización.

El  Archimencey de Taganana presenta ante el Tagoror su caso; Kathaysa, una joven miembro de su linaje, fue sorprendida en actitud amorosa con un achicasna (plebeyo) del auchón de Tahodio, lo que constituye un gravísimo delito y un imperdonable insulto al linaje de su familia. Oídos los testigos y confirmado la autenticidad del hecho, Kathaysa fue condenada a morir emparedada, acto seguido se la condujo a una cueva situada en una ladera próxima, introducida en ella con un gánigo de leche, cerrándose la entrada con gruesas piedras.

 Dariasa, chaurero de Araguigo, expone que: Dariaga capataz de sus ganados permitió que los rebaños a su cargo, penetraran en los pastos de Chicayca, provocando con ello que el  chaurero de Tinzer, (correspondiente al Menceyato de Güímar) no quisiera compartir con él, el gofio y la manteca, Estando como estaban de paces. Escuchados por el Tagoror  los pastores de Chicayca, el infractor fue condenado a recibir cincuenta bastonazos y desterrado al Menceyato de Achbuna. (Abona)

Después de despachar una larga serie de asuntos de menor importancia, se procede a planificar las sementeras para la próxima cosecha y la redistribución de las zonas de pastos.

El Archimencey de Añaza, Durimán, saluda al Mencey, a los nobles consejeros, kankus y capitanes, sus parientes,  y dice que: después del último Beñesmer, Magék ha permitido que los ganados de sus dominios hayan aumentado en la cuantía que se podrá calcular por los diezmos aportados al Mencey, por ello,  pide que se le amplíe la zona de pastoreo y abrevaderos para los rebaños. Así mismo, durante las últimas once lunas han nacido seis Achic (hijos de nobles)  y seis Achicasna, (hijos de plebeyos) por lo que pide se le aumente la zona de sementeras. Se le concede lo solicitado por ser de justicia.

Itsasa, auchonero del Valle de Abicore, saluda a sus parientes y dice: que de sus hijos, el cuarto llamado Itzar, desea formar un nuevo auchón, y dado que el territorio de su gobierno es limitado y no admite más zonas para el pastoreo, solicita que el Mencey le demarque zona para un nuevo auchón en atención a que su hijo el cuarto, llamado Itzar, fue valiente guerrero cuando la batalla con los extranjeros. El Mencey  responde que es de justicia, y le marca término en el territorio de Aguahuco. Después de esto, el Mencey como depositario y garante del bien común continuo repartiendo las tierras para la próxima sementera a las familias y a cada una  conforme a sus méritos y necesidades.

Ya Magék se encontraba en su cenit y su tafuk (calor)  se hacía sentir, por lo que el Mencey dio orden de que los carniceros comenzaran a sacrificar las ara, ana y cotia, (cabra, carnero y oveja) y preparar el ahoren, irichen, la ahof, chacerquen, bicacaros, creses, morangana y bicores (gofio de cebada, trigo, leche, licor de yoya, fruta, fruto de la haya, fresas y higos) y todo cuanto fuese preciso para la gran guatativoa  con que el Mencey acogía y agasajaba a todos sus súbditos sin distinción, durante el desarrollo del gran Tagoror.

Normalmente, estas fiestas acostumbraban a durar nueve soles.  En transcurso de los mismos se celebraban torneos deportivos, luchas canaria, juegos del palo, lanzamiento y alzamiento de piedras (piedra de los valientes) carrera del guanche, que consistía en cubrir una determinada distancia con un tenique al hombro en el menor tiempo posible, colocación de postes en las laderas más escarpadas, pruebas de agilidad, recogida de ganados etc.

Y hasta aquí estimado lector, nuestro imaginario viaje al pasado a través de las páginas de éste libro, para asistir  someramente al desarrollo de un tagoror celebrado un día cualquiera en un menceyato cualquiera de los nueve con que contaba nuestra isla.



                                                                                  Eduardo Pedro García Rodríguez
                                                                                  Eguerew, enero de 2002.                               





           

           



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