lunes, 7 de julio de 2014

Reflexiones históricas de la Emigración Canaria (I) El Atlante. 1838.





1838 enero 25.
Hace 175 años, el 25 de enero de 1838, el periódico tinerfeño El Atlante publicaba un texto que respondía a la pregunta ¿La emigración para las Américas es un bien o es un mal para estas Islas? Hoy nos preguntamos algo parecido cuando los jóvenes han de partir en busca de mejor vida...
 Con la serie Reflexiones históricas de la Emigración Canaria la revista digital de Cultura Canaria BienMeSabe.org quiere animar a la reflexión actual con textos, igualmente reflexivos, relacionados con la histórica emigración de canarias y canarios a lo largo del tiempo, especialmente la del siglo XIX a América. La intención, así, no es otra que despertar la conciencia histórica, como solemos hacerlo en estas páginas, con una perspectiva crítica vivificada desde el presente para dar con posibles y mejoradas respuestas en nuestro futuro próximo o lejano. Porque a nadie se le escapa la famosa fuga de cerebros (mejor llamar fuga de personas directamente) de jóvenes y no tan jóvenes de Canarias a otras partes del mundo actual que no encuentran un lugar propicio en esta tierra para crear su vida desde el pueblo y la familia que les ha visto crecer.
 No añadiremos reflexiones teóricas ni históricas de bulto, sino las necesarias para presentar diversos textos que hablan por sí solos, y en un lenguaje (en algunos casos adaptado a nuestra norma lingüística actual) directo que se entiende sin mayor dificultad; no sólo por la accesibilidad más o menos clara del registro utilizado, sino más bien y sobre todo por las posibles analogías con el presente que nos duele y que lloramos en buena medida. Algunas de las afirmaciones que podrán leer, en este y en posteriores rescates, se presentarán ante nuestra conciencia como asombrosas actualísimas ideas que en nuestros días también expresamos ante estos fenómenos humanos que se suceden en el mundo insular. En este sentido, se tornan valiosísimos estos escritos hoy históricos pero que fueron tembloroso presente, tantas veces doloroso, en el instante en que fueron dados a la luz en nuestros medios de información del XIX.
 Quedémonos, pues, con el primero de ellos y juzguen ustedes mismos.
 ¿La emigración para las Américas es un bien o es un mal para estas Islas?
He aquí una de las varias cuestiones importantes que pueden ofrecerse a la administración de estas islas, y que se ha sostenido, ya en pro ya en contra, aunque no considerada en todas sus relaciones y consecuencias.

Hasta ahora, no se ha decidido por la legislación si se tiene como un bien o como un mal y de aquí la incertidumbre y contradicciones que se notan en las órdenes que rigen en esta materia, y producen un mal positivo; ya lo sea o no la emigración, porque si lo es, mal hecho permitirá, y si no lo es, mal hecho ponerle trabas.

Importa, pues, que esta cuestión se decida de una vez, y ya sea la emigración sancionada, ya reprobada, fije la administración sus principios sobre ella.

Los nuestros son conformes con los que entendemos establece el derecho natural; y con ellos consideramos hallarse en armonía los principios económicos y administrativos; pero no lisongeándonos nuestro amor propio, antes desconfiando del juicio que hemos podido formar en esta cuestión; menos que exponer nuestras ideas sobre esta materia, nos proponemos hoy sólo dar publicidad a algunos datos que hemos recogido, y pueden servir para la más fácil resolución de tan importante problema, permitiéndonos alguna que otra reflexión al enunciar aquellos hechos.
 La emigración para las Américas ha sido desde el descubrimiento de aquellas regiones no solo permitida a estos naturales, mas estimulada también, pues además de las reclutas que se hacían en islas, para pasar á la conquista, posteriormente en tiempo de los registros era obligación de los buques que se registraban para las toneladas que se concedieron al comercio de islas, llevar gratuitamente, a aquellas posesiones, cierto número de familias, con el objeto de poblarlas; y la historia nos conserva la noticia de muchos pueblos formados todos de isleños, y a los cuales se dieron nombres de estas islas.
 Esta emigración siguió efectuándose constantemente, y aunque debió ser mucho menor, después de cortadas las comunicaciones con las posesiones de América, consta de los registros que hemos tenido a la vista que desde el año 1818 al de 1836 inclusive emigraron 10.905 personas, a saber 8.696 varones y 2.210 hembras; y si se toman en cuenta las emigradas furtivamente y estimándolas en 5 por ciento, resultará que las personas emigradas en el periodo de los 19 años dichos, llegan al número de 11.451; que da por término medio 602 personas en cada año.
 Según los estados del movimiento de la población en los años 1834 y 1835, la comparación de los nacidos y finados en dichos años da en el primero un exceso de 3.921 nacidos, y el segundo de 3.871; de donde se ve que la emigración no ha excedido de un sexto de la población aumentada; y aunque en los años anteriores a la independencia de las Américas debió ser mayor, nunca llegó ni en mucho al aumento que la población tenía anualmente, como se demuestra por los censos, que dan un aumento constante y progresivo en la población de las islas.

Estos datos dejan incontestablemente demostrado que la emigración no es, comparada con el aumento que la población tiene, tan excesiva como ha pretendido abultarse; y que a pesar de ella, el país ha experimentado un progreso en su población, como los más favorecidos en esta parte.

Por estos hechos se prueba igualmente que ni el cultivo de la tierra ha podido experimentar decadencia por la falta de brazos, ni el precio de los jornales subir por aquella misma falta, supuesto que la población, lejos de haber disminuido, ha aumentado; y en efecto, así se observa, en cuanto a lo primero por la conocida extensión que progresivamente se ha dado a la agricultura, reduciendo a cultivo todos los años nuevos terrenos; y en cuanto a lo segundo, por la baja que sucesivamente ha sufrido el precio de los jornales, demostrada por el menor valor de todas las producciones.
 Si, pues, la emigración a América no ha producido hasta el día los males que se abultan, no deben temerse las ocasiones en adelante; antes continuando como debe continuar el aumento de la población (porque las mismas causas producen siempre los mismos efectos), llegará el caso en que aquella emigración sea una necesidad precisa para estas islas; pues lo es para todo país que no puede proporcionar trabajo, ni por consiguiente alimentar, a todos sus habitantes.
 Hasta aquí hemos considerado solo los hechos que prueban no ser un mal la emigración; otros hay que demuestran que es un bien, y su notoriedad hace bastante citarlos. En efecto, nadie podrá poner en duda que una gran parte de las fortunas que existen en islas han sido adquiridas en América, o por sus actuales poseedores o por sus antepasados; que los pueblos que más progresan son aquellos que cuentan con mayor número de emigrados en América, porque sus familias reciben continuos socorros, cuyo numerario sirve para fomentar el trabajo, fuente única de riqueza; retornando por último a su patria muchos de estos emigrados a invertir en ella los capitales que adquirieron en su emigración; que la juventud pereciera en la ociosidad por falta de destino  en esta islas, si no fuera a buscarlo en las regiones de América; y, por último, que cuantos aumentos han tenido estas islas a las riquezas importadas de aquellos países fueron debidos.
 En vista de tales hechos, creemos que nuestro juicio en esta cuestión no es muy aventurado; sin embargo, desconfiamos siempre de él como hemos dicho, y nos limitamos a excitar el patriotismo de las personas encargadas de la administración pública, para que una vez se fijen las ideas sobre esta
materia pues, aunque nos consta que el gobierno político, y la Diputación Provincial, se hallan trabajando sobre esta grave materia, es muy urgente que ya por el poder legislativo, ya por el gobierno, se dicten las reglas que hayan de seguirse en estas islas, en una parte de su administración, que como en otras muchas exigen sus particulares circunstancias, preceptos arreglados a las necesidades que ellas crean, y nada tienen de común con las de las provincias peninsulares; cesando la incertidumbre que hay en el día, y con ella las graves extorsiones y perjuicios que produce.
 (El Atlante, nº 25, 25 de enero de 1838. Este medio se puede consultar en la fundamental página de la ULPGC Jable. Archivo de Prensa Digital)
(El Atlante/ Redacción BienMeSabe.Publicado en el número 466 )


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