viernes, 3 de enero de 2014

CRIOLLOS CANARIOS CELEBRES



JOSE MURPHY Y MEADE


Eduardo Pedro García Rodríguez

El criollo José Murphy y Meade nació un 25 de febrero de 1774 en el seno de una familia de comerciantes, natural de Dublin, Irlanda  afincados en Chinech (Tenerife), Patricio Murphy y Kelly y de la también criolla canaria Juana Meade y Sall, nacida en 1747 y muerta en 1802.

Desde su infancia, fue educado para la carrera mercantil, a la que se dedicaría hasta que su vocación política se impone frente a la tradición familiar. El 3 de enero de 1799 contrajo matrimonio con su prima Juana Anran y Meade, también criolla de ascendencia irlandesa y canaria, de la que enviudaría el mismo año de la muerte de su padre en 1801 y de la que tendría dos hijos. Más tarde volvería a casarse con María del Carmen Greagh y Amat.

Desde joven, José Murphy se dedica, como su padre, al comercio, aunque pronto aflora su vocación política.

Su carrera política estuvo marcada por la lucha por la hegemonía de Añazu (Santa Cruz) frente a Aguere (La Laguna) y Winiwuada (Las Palmas)  por la defensa de las libertades comerciales de las Islas.
Participación de José Murphy en las Rondas de Santa Cruz con motivo del ataque a la plaza de la escuadra del vicealmirante Nelson, según recoge el historiador español Pedro Notoria Oquillas:
“Para la mejor organización de los trabajos se dividió la población en seis sectores, cada uno de los cuales quedaba a cargo de un equipo formado por un cabo de ronda, un ayudante a caballo y diecinueve paisanos, todos bajo las inmediatas órdenes  del alcalde Marrero. Se estableció un almacén de provisiones en el salón bajo de la casa de la familia Campos de la plaza de la Pila que hacía esquina con la calle de las Tiendas (actual calle de la Cruz Verde), lugar que también servía como punto de reunión de las rondas, que por carecer de armas y utensilios de trabajo, fueron surtidas de los almacenes reales de hachas, picos y azadas. También se recogía en el plan el número de camilleros, cirujanos y sangradores que debían estar dispuestos para la recogida y atención  a los posibles heridos, y se solicitó al Vicario y priores de los conventos dos sacerdotes que debían unirse a las rondas.
En este Plan de Rondas aparece don Patricio Murphy junior, hermano de don José Murphy, en el cuartel segundo, ronda segunda, en  compañía de don Tomás Zubieta, don Juan Anran, don Josef Martinón y don Diego Costa.” (Pedro Notoria Oquillas)
Entre 1801 y 1802 fallecen sus padres. Por esas fechas Don José pertenece al Real Consulado Marítimo y Terrestre de las Islas Canarias y el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife le ha elegido como diputado. En 1806 Murphy y Meade es elegido síndico personero del Ayuntamiento de Santa Cruz, y al año siguiente segundo Cónsul del Real Consulado de Irlanda. A consecuencia de la invasión napoleónica y el exilio de los Reyes españoles, con la consiguiente falta de Gobierno se constituye, en 1808, la Junta Suprema de La Laguna, en la que es elegido Murphy como vocal, y en calidad de tal asiste a las reuniones de la Central celebradas en Sevilla y Cádiz. El mismo año 1808 es elegido diputado para la Junta Central junto con el marqués de Villanueva del Prado. En 1812, terminada la denominada Guerra de la Independencia española, establece una Compañía comercial con su hermano Patricio. Poco después, instalada la Diputación Provincial de Canarias en Tenerife, José Murphy figura entre los diputados electos, y luego es nombrado Secretario provisional.

En 1816 hace viaje a Europa; pasa dos meses en París y dos años y medio en Londres, con motivo de su empresa comercial. En 1818 es elegido, de nuevo, síndico personero del Ayuntamiento de Santa Cruz, y en 1820 se le elige como vocal de la Junta de Sanidad. El año 1821, tan importante para la historia de Tenerife, escribe Don José Murphy un folleto titulado Breves reflexiones sobre los nuevos aranceles de Aduanas.
 “Prescindamos, pues, para ver si estamos en este último caso de todos los eventuales a que se ha aludido propios para entorpecer las comunicaciones de estas islas con la península: imaginemos que todo ha de ser propicio en quanto a cosechas, y que estaremos libres de aquellos mil incidentes adversos e imprevistos, de los que rara vez dexa alguno de atravesarse, a contrariar los más bien formados planes; y supongamos aún que ha cesado la guerra actual que subsiste con los disidentes de la América y que tantos daños ha causado: que se pudiera ir y venir de España con la facilidad y prontitud que se va desde Ceuta, o aunque digamos de las islas Baleares; y que en fin, desde la península pudieran surtirse estas islas de todos los géneros de absoluta necesidad y de los renglones de subsistencia que indispensablemente han de menester: supóngase todo esto, y, sin embargo, es bien cierto, que no se evitaría la ruina del comercio de los vinos, y que por lo mismo se atravesaría en mucho el de la barrilla: porque, ni uno ni otro renglón que en España abundan, podrían servir para pagar lo que de allí se trajera ¿con qué, pues, satisfarían estas islas por lo que sacaran de España? Con dinero no podría ser, porque como este signo no entra por lo general en un país sino como representante de los frutos o manufacturas sobrantes de él, que se han estraído; y los que de aquí se sacan no podrían venderse sin gravísimo quebranto, si hubiera de hacerse la venta de modo a que refluyera aquí o en la península su producto en numerario, y no en mercancías, resulta que ni tendríamos éstas, ni tendríamos dinero, ni sobrantes en frutos, por que a tener los últimos sólo estimula la certeza de que sirvan para proporcionar las cosas de que se carece: y no pudiendo servir los vinos sobrantes para venderse por dinero en los países a donde principalmente se llevan, y e donde ahora se expenden, porque se toman por ellos unos efectos que está prohibido recibir; es claro, que no se hará más vino que el indispensable al limitado consumo a que lo reducirá el nuevo estado de cosas, y no se sabrá con que cubrir lo que venga de España, que ha de ser por lo mismo muy poco o nada el consumo de un país así empobrecido vendrá en verdad a ser insignificante, y puestas en la balanza de una parte las ventajas que el estado sacaría de este pequeño aumento de gasto de géneros nacionales, y de la otra la destrucción total de uno o dos ramos preciosos de industria que también son muy nacionales, y de que depende a subsistencia y bien estar de más de doscientas mil almas, parece demasiado obvio de qué lado estaría la mayor pérdida, para exigir una disertación muy difusa a fin de manifestarlo.
Anticipa el Consulado la respuesta que se dará por algunos a estas objeciones, y es, que siendo los hombres naturalmente amigos del ocio, y prefiriéndolo al trabajo, es preciso para hacerlos industriosos que sientan los estímulos de la necesidad, o de algún otro grande interés personal; esto es una verdad; pero no aplicable al caso presente. En estas islas hay industria: ella es la que produce los dos citados ramos de comercio mediante éstos, se compran a los extranjeros las cosas que se necesitan, y que no podrían obtenerse en España por el mismo camino. El tráfico, pues, de estas islas con la mayor parte de los países extranjeros, es un cambio de industria. Las islas Canarias permutan la suya con los únicos países con que es posible verificarlo. Restringido su comercio a la península sola, seria menester abandonar la industria actual, y sostituirle otra capaz de producir los equivalentes a los productos que se traxeran de allí, o establecer aquí mismo talleres que satisfacieran a las necesidades de estos habitantes.
Marchó al exilio tras el derrocamiento del régimen constitucional en 1823. En mayo de 1837 fue nombrado Cónsul General de España en México.

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