JOSE MURPHY Y MEADE
Eduardo Pedro García Rodríguez
El criollo José Murphy y Meade
nació un 25 de febrero de 1774 en el seno de una familia de comerciantes, natural
de Dublin, Irlanda afincados en Chinech
(Tenerife), Patricio Murphy y Kelly y de la también criolla canaria Juana Meade
y Sall, nacida en 1747 y muerta en 1802.
Desde su infancia, fue educado
para la carrera mercantil, a la que se dedicaría hasta que su vocación política
se impone frente a la tradición familiar. El 3 de enero de 1799 contrajo
matrimonio con su prima Juana Anran y Meade, también criolla de ascendencia
irlandesa y canaria, de la que enviudaría el mismo año de la muerte de su padre
en 1801 y de la que tendría dos hijos. Más tarde volvería a casarse con María
del Carmen Greagh y Amat.
Desde joven, José Murphy se
dedica, como su padre, al comercio, aunque pronto aflora su vocación política.
Su carrera política estuvo
marcada por la lucha por la hegemonía de Añazu (Santa Cruz) frente a Aguere (La Laguna) y Winiwuada (Las
Palmas) por la defensa de las libertades
comerciales de las Islas.
Participación de José Murphy en las Rondas de
Santa Cruz con motivo del ataque a la plaza de la escuadra del vicealmirante
Nelson, según recoge el historiador español Pedro Notoria Oquillas:
“Para la mejor organización de los trabajos se
dividió la población en seis sectores, cada uno de los cuales quedaba a cargo
de un equipo formado por un cabo de ronda, un ayudante a caballo y diecinueve
paisanos, todos bajo las inmediatas órdenes del alcalde Marrero. Se estableció
un almacén de provisiones en el salón bajo de la casa de la familia Campos de
la plaza de la Pila
que hacía esquina con la calle de las Tiendas (actual calle de la Cruz Verde), lugar que
también servía como punto de reunión de las rondas, que por carecer de armas y
utensilios de trabajo, fueron surtidas de los almacenes reales de hachas, picos
y azadas. También se recogía en el plan el número de camilleros, cirujanos y
sangradores que debían estar dispuestos para la recogida y atención a los
posibles heridos, y se solicitó al Vicario y priores de los conventos dos
sacerdotes que debían unirse a las rondas.
En este Plan de Rondas aparece don Patricio Murphy
junior, hermano de don José Murphy, en el cuartel segundo, ronda segunda,
en compañía de don Tomás Zubieta, don Juan Anran, don Josef Martinón y
don Diego Costa.” (Pedro Notoria Oquillas)
Entre 1801 y 1802 fallecen sus
padres. Por esas fechas Don José pertenece al Real Consulado Marítimo y
Terrestre de las Islas Canarias y el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife le
ha elegido como diputado. En 1806 Murphy y Meade es elegido síndico personero
del Ayuntamiento de Santa Cruz, y al año siguiente segundo Cónsul del Real
Consulado de Irlanda. A consecuencia de la invasión napoleónica y el exilio de
los Reyes españoles, con la consiguiente falta de Gobierno se constituye, en
1808, la Junta Suprema
de La Laguna,
en la que es elegido Murphy como vocal, y en calidad de tal asiste a las
reuniones de la Central
celebradas en Sevilla y Cádiz. El mismo año 1808 es elegido diputado para la Junta Central junto
con el marqués de Villanueva del Prado. En 1812, terminada la denominada Guerra
de la Independencia
española, establece una Compañía comercial con su hermano Patricio. Poco
después, instalada la
Diputación Provincial de Canarias en Tenerife, José Murphy
figura entre los diputados electos, y luego es nombrado Secretario provisional.
En 1816 hace viaje a Europa; pasa
dos meses en París y dos años y medio en Londres, con motivo de su empresa
comercial. En 1818 es elegido, de nuevo, síndico personero del Ayuntamiento de
Santa Cruz, y en 1820 se le elige como vocal de la Junta de Sanidad. El año
1821, tan importante para la historia de Tenerife, escribe Don José Murphy un folleto
titulado Breves reflexiones sobre los nuevos aranceles de Aduanas.
“Prescindamos, pues,
para ver si estamos en este último caso de todos los eventuales a que se ha
aludido propios para entorpecer las comunicaciones de estas islas con la
península: imaginemos que todo ha de ser propicio en quanto a cosechas, y que
estaremos libres de aquellos mil incidentes adversos e imprevistos, de los que
rara vez dexa alguno de atravesarse, a contrariar los más bien formados planes;
y supongamos aún que ha cesado la guerra actual que subsiste con los disidentes
de la América
y que tantos daños ha causado: que se pudiera ir y venir de España con la
facilidad y prontitud que se va desde Ceuta, o aunque digamos de las islas
Baleares; y que en fin, desde la península pudieran surtirse estas islas de
todos los géneros de absoluta necesidad y de los renglones de subsistencia que
indispensablemente han de menester: supóngase todo esto, y, sin embargo, es
bien cierto, que no se evitaría la ruina del comercio de los vinos, y que por
lo mismo se atravesaría en mucho el de la barrilla: porque, ni uno ni otro
renglón que en España abundan, podrían servir para pagar lo que de allí se
trajera ¿con qué, pues, satisfarían estas islas por lo que sacaran de España?
Con dinero no podría ser, porque como este signo no entra por lo general en un
país sino como representante de los frutos o manufacturas sobrantes de él, que
se han estraído; y los que de aquí se sacan no podrían venderse sin gravísimo
quebranto, si hubiera de hacerse la venta de modo a que refluyera aquí o en la
península su producto en numerario, y no en mercancías, resulta que ni
tendríamos éstas, ni tendríamos dinero, ni sobrantes en frutos, por que a tener
los últimos sólo estimula la certeza de que sirvan para proporcionar las cosas
de que se carece: y no pudiendo servir los vinos sobrantes para venderse por
dinero en los países a donde principalmente se llevan, y e donde ahora se
expenden, porque se toman por ellos unos efectos que está prohibido recibir; es
claro, que no se hará más vino que el indispensable al limitado consumo a que
lo reducirá el nuevo estado de cosas, y no se sabrá con que cubrir lo que venga
de España, que ha de ser por lo mismo muy poco o nada el consumo de un país así
empobrecido vendrá en verdad a ser insignificante, y puestas en la balanza de
una parte las ventajas que el estado sacaría de este pequeño aumento de gasto
de géneros nacionales, y de la otra la destrucción total de uno o dos ramos
preciosos de industria que también son muy nacionales, y de que depende a
subsistencia y bien estar de más de doscientas mil almas, parece demasiado
obvio de qué lado estaría la mayor pérdida, para exigir una disertación muy
difusa a fin de manifestarlo.
Anticipa el Consulado la respuesta que se dará por algunos
a estas objeciones, y es, que siendo los hombres naturalmente amigos del ocio,
y prefiriéndolo al trabajo, es preciso para hacerlos industriosos que sientan
los estímulos de la necesidad, o de algún otro grande interés personal; esto es
una verdad; pero no aplicable al caso presente. En estas islas hay industria:
ella es la que produce los dos citados ramos de comercio mediante éstos, se
compran a los extranjeros las cosas que se necesitan, y que no podrían
obtenerse en España por el mismo camino. El tráfico, pues, de estas islas con
la mayor parte de los países extranjeros, es un cambio de industria. Las islas
Canarias permutan la suya con los únicos países con que es posible verificarlo.
Restringido su comercio a la península sola, seria menester abandonar la
industria actual, y sostituirle otra capaz de producir los equivalentes a los
productos que se traxeran de allí, o establecer aquí mismo talleres que
satisfacieran a las necesidades de estos habitantes.
Marchó al exilio tras el
derrocamiento del régimen constitucional en 1823. En mayo de 1837 fue nombrado
Cónsul General de España en México.
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