¡Cuántas
Cruces! Desde Valleseco a la Aldea, y de ésta a Artenara pueden contarse por
centenares; algunas de ellas refrescando la memoria, evocan un recuerdo, y casi
todas guardan para la presente generación algún secreto.
Manuel Picar y
Morales, fragmento de su libro Teror. Monografías y Excursiones por el
Cronista de la Villa D. Manuel Picar y Morales (1905).
El significado
del vocablo «patrimonio cultural» ha ido cambiando y ampliándose en los últimos
tiempos. La herencia cultural de un pueblo no se limita a sus manifestaciones
tangibles ―caso de los monumentos y colecciones de objetos― sino que también
comprende tradiciones y locuciones vivas heredadas de nuestros antepasados y
transmitidas de generación en generación. Tales expresiones, agrupadas bajo el
calificativo de «patrimonio cultural inmaterial» comprenden formas tan variadas
como las artes del espectáculo, los rituales y actos festivos, los
conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo, los saberes
y técnicas artesanales tradicionales y, por supuesto, las tradiciones y
expresiones orales. Dentro de estas últimas ―nos referimos a las tradiciones y
expresiones orales― cabe destacar la existencia de una ingente variedad de
formas habladas, tales como proverbios, adivinanzas, cuentos, canciones
infantiles, cantos y plegarias, así como mitos y leyendas, entre un largo
etcétera. La localidad de Teror es relativamente rica en lo que a
manifestaciones culturales inmateriales o intangibles se refiere. Sirva como
ejemplo destacado el caso de su Rancho de Ánimas, el único ―junto con los de
los municipios de Valsequillo y la Aldea de San Nicolás―existente en la isla de
Gran Canaria. También es el caso de algunas frases o sentencias populares privativas
de nuestra Villa, algunas de las cuales se encuentra ―tal como ha señalado el
profesor Gonzalo Ortega Ojeda― en franco proceso de decadencia.
Menos
conocidos ―y por lo tanto, más vulnerables y susceptibles a desaparecer― han
sido los relatos y leyendas relacionadas con la costumbre ancestral de colocar
cruces en las encrucijadas de los caminos, al filo de empinados barrancos o en
las orillas de los estanques. Como ya se sabe, muchas de estas cruces señalan
el lugar preciso donde tuvo lugar algún tipo de episodio violento ―por lo
general la muerte accidental o en extrañas circunstancias de una persona―
aunque también existen otras motivaciones menos cruentas, como ocurre con los
casos de la conocida «Cruz Verde», la «Cruz del Siglo» o «El humilladero de la
Virgen», entre otras. Lo mismo se podría decir de la llamada «Cruz de La
Laguna», una cruz de término que en otros tiempos delimitaba ―a modo de mojón o
hito― uno de los límites municipales de los pueblos de Teror y Valleseco, pero
de la que sin embargo existe una leyenda local, conocida con el nombre del
«jacho» de La Laguna, transmitida de forma oral por generaciones de vecinos de
ambas localidades.
Esta fábula
―publicada en la prensa por Néstor Álamo Hernández, en enero de 1975― nos narra
el castigo al que fue sometido un arriero, conocido con el mote de Pancho «el
Ciruelo», quien se vio precisado a romper uno de los brazos de la mentada cruz
para construirse una antorcha o «jacho» con el que alumbrarse en una noche
cerrada y oscura. Narra la leyenda que tal suceso no contó con la aprobación
del vecindario, que juzgó la acción como un acto de sacrilegio, razón por la
cual «el Ciruelo» fue apartado y marginado del trato con sus convecinos. Añade
la historia, que tras aparecérsele la mismísima Virgen María, nuestro personaje
huyó con destino a la isla de Cuba, al objeto de encontrar la suerte y la
reputación perdida. Sin embargo, la perla del Caribe no trajo la paz al
«Ciruelo» quien sólo halló pobreza, desesperación y, finalmente, la muerte. Fue
a partir de entonces cuando comenzó a observarse cierta luz que en forma
«jacho» se aparecía durante un periodo de seis meses en el mencionado paraje de
La Laguna y durante otros tantos en la mentada isla de Cuba. Dicha aparición no
era otra que el alma en pena del infractor, quien de esta manera fue condenado
a purgar su culpa.
Paisaje con cruces. Dibujo
a plumilla de Manuel Pícar y Morales inserto en su libro Teror. Monografías
y Excursiones por el Cronista de la Villa D. Manuel Picar y Morales (1905).
Propiedad: El Museo Canario.
Sin embargo y
eso es lo extraordinario de las tradiciones orales, existen muchas más
versiones y variantes sobre esta llamativa leyenda, enriqueciéndola aún más si
cabe. Tienen en común estos otros relatos el hecho de que en ninguno de ellos
se señala la identidad del sacrílego. De esta manera, tanto en la versión
recogida por Sebastián Jiménez Sánchez como en el resto de narraciones que
hemos registrado, se omite o desconoce el nombre y apellidos del autor del
atentado. También existe unanimidad en lo referente al motivo que impulsó al
profanador a cometer su fechoría, ya que en todas las versiones se coincide en
señalar la necesidad de fabricarse un hacho o antorcha con el que alumbrarse en
una noche cerrada. Igualmente, en estas otras ocasiones se coincide en
calificar al agresor como una persona contraria a la religión cristiana. Así,
doña Mercedes Domínguez Yánez (82 años), nos cuenta que el «jacho» era «el alma
de un masón que no creía en Dios», relato que coincide en parte con el registrado
por Jiménez Sánchez, quien señala que éste actuó llevado «de cierta cólera y de
ideas anticristianas». Por su parte, doña Juana León Sánchez (72 años) ―vecina
del Rincón, aunque procedente del paraje del Hornillo, donde siendo niña le fue
transmitida la historia por su madre― nos dice que el autor del desafuero fue
castigado por maltratar «una cosa santa».
Por el
contrario, no parece existir unanimidad en lo referente a las circunstancias en
las que tuvo lugar su trágica muerte. Así, el vecino de Teror don Eduardo
Quintana Yánez (65 años) coincide en indicar que la aparición en forma de luz
era el alma en pena de un vecino de Valleseco, que agredió contra una cruz para
construirse un «jacho» con el que alumbrarse en una noche sombría. Sin embargo,
la novedad de esta versión consiste en señalar que el individuo se dirigía
hacia la localidad de Arucas para visitar a su prometida, así como en la forma
en la que el infractor encontró la muerte, ya que nos narra cómo al llegar a la
mencionada ciudad falleció trágicamente ahogado en un estanque. Se trata de una
versión parecida a la que nos cuenta doña Juana León Sánchez, con la diferencia
de que en esta ocasión la enamorada tenía su morada en el pago del Zumacal.
Tampoco parece
existir consenso en lo referente a la forma en que se manifestaba el alma en
pena del profanador. De esta manera, Néstor Álamo suma a las apariciones del
pecador, las de «las ánimas penantes de todas las brujas y brujos de La
Laguna». Por su parte, Vicente Hernández Jiménez, en su libro Teror:
historias, semblanzas, apuntes (1991) señala como el «jacho» se trasladaba
desde la mentada Cruz de La Laguna hasta la llamada Cruz del Sobradillo ―y
viceversa― cada vez que un transeúnte pasaba junto a una de las dos. En cambio,
la citada doña Juana León nos cuenta que la luz o «mechón» se aparecía «por las
lomas, [desde] donde la encendió [se refiere al hacho] hasta donde se le
apagó», mientras que don Manuel Domínguez Alfonso (72 años) nos dice que ésta
se aparecía alrededor de la casa del «fulano». Sea como fuere, fueron muchas
las personas que aseguraron haber visto tales fenómenos luminosos. Sirva como
muestra el caso de la ya mencionada doña Mercedes Domínguez Yánez, quien nos
narró las ocasiones en las que desde el paraje terorense del Muñigal se veía la
mentada luz yendo de un lado a otro y describiendo trayectorias diversas. No
acaban aquí los testimonios sobre el «jacho» de La Laguna. En el Blog Cruces
de Gran Canaria se recogen algunas declaraciones novedosas ―y
sorprendentes― que enriquecen aún más esta entrañable y, a la vez, misteriosa
fábula.
Fenómenos o
relatos como el del «jacho» de La Laguna no son exclusivos de esta zona de las
medianías de Gran Canaria. Sirvan como ejemplo casos como el de la llamada «Luz
de Mafasca» en la isla de Fuerteventura o el de la «Santa Compaña» en Galicia.
Por su parte, el propio Manuel Picar y Morales hace referencia en su libro Tiempos
Mejores (Recuerdos Laguneros) (1899), a un suceso parecido al del «jacho»
de La Laguna, producto de unos desaprensivos que arrancaron los brazos de una
cruz para alumbrarse.
Cruz (o cruces) de La Laguna.
Dibujo a lápiz de Manuel Pícar y Morales (1900). Propiedad: El Museo
Canario.
Otra de las
cruces de nuestro término municipal envuelta por un halo de misterio es la
conocida como «Cruz del Peñón Chiquito» ubicada en el paraje del Muñigal. Se
trata de una pequeña cruz de madera que en otro tiempo sustituyó a otra más
antigua y que señala el lugar donde halló la muerte de forma repentina un
vecino de Teror, del que también se desconoce su identidad. Sobre las
circunstancias y la forma en la que se produjo la trágica defunción de este
individuo, contamos con la información proporcionada por doña María del Pino
Sánchez Herrera (84 años) así como con la prestada por la referida doña
Mercedes Domínguez Yánez. Así, al preguntar sobre el origen de este hito
religioso doña María del Pino nos narra que en una ocasión un hombre estaba
robando unas pitas (Agave americana) en una propiedad ajena, ante lo
cual el dueño de la hacienda le increpó, prohibiéndole que en adelante volviera
a repetir el hurto. A las amonestaciones del legítimo propietario del terreno,
el presunto ladrón contestó de forma contundente «muerto me caiga si yo ha (sic)
estado robando» momento en el cual cayó fulminado. Por su parte, la versión de
doña Mercedes Domínguez coincide en señalar el enfrentamiento entre dos
hombres, uno de los cuales robaba en la finca del otro. Sin embargo, a
diferencia del relato proporcionado por doña María del Pino Sánchez, en esta otra
ocasión el propietario del terreno profirió al ladrón la siguiente frase «te
voy a matar y un rayo te parta». Pasado el tiempo el autor de los robos murió
alcanzado por un rayo, siendo enterrado ―según nos cuenta la informante― en el
mismo lugar donde falleció. Añade doña Mercedes que su abuela le decía que el
autor del hurto «no era un hombre bueno».
En relación
con esta misma cruz, más interesante nos ha resultado comprobar la práctica
―aún vigente― de una tradición de la que apenas hemos encontrado noticias o
referencias. Nos referimos al ritual de «cargar» y «descargar» la cruz,
consistente en colocar (cargar) ―o retirar (descargar)― sobre la cabecera, los
brazos y a los pies del citado símbolo, una serie de piedras de pequeño tamaño.
En el caso concreto de esta cruz, doña María del Pino Sánchez nos cuenta que la
tradición mandaba «cargar» la cruz a aquellos transeúntes que se dirigían hacia
el mentado Peñón Chiquito, así como «descargarla» a aquellos que venían de
regreso. Sobre el significado o intención de este tipo de práctica no parece
haber consenso. Doña Mercedes Domínguez nos informa que las piedrecitas son «el
símbolo de sus pecados [se refiere a los cometidos por el supuesto ladrón]»
mientras que doña Juana León nos relata que este tipo de práctica se hacía para
«ganar indulgencias».
Detalle de la Cruz del Peñón
Chiquito. Obsérvese las piedras colocadas en la cabecera y brazos de la
referida cruz. Autor de la fotografía: Pepe Déniz.
Nuestros mayores conservan en su
memoria historias y tradiciones dignas de ser conocidas y recordadas. Sobre
estas líneas y por orden de aparición, don Manuel Domínguez Alfonso (San
Matías, 72 años); doña Mercedes Domínguez Yánez (El Muñigal, 82 años); doña
María del Pino Estupiñán Domínguez (San Matías, 66 años); doña Juana León
Sánchez (El Rincón, 72 años) y doña María del Pino Sánchez Herrera (El Muñigal,
84 años). Fotografías del autor.
El repertorio
de cruces y relatos asociados a ellas es mucho más amplio. Por nuestra parte
sólo hemos pretendido dar a conocer dos casos que juzgamos singulares. Aunque
puedan ser vistos como el producto de la superstición o de prácticas religiosas
poco ortodoxas, la presencia de cruces en los rincones de nuestra localidad nos
instruye e ilustra sobre las creencias y mentalidades de una sociedad
tradicional, como fue la de nuestros abuelos y ascendientes. Acaso, este tipo
de rituales suponían el intento de honrar y de velar por el alma del difunto, a
la vez que señalar de forma física el paraje donde había tenido lugar una
muerte inesperada y, por lo tanto, sin posibilidad de confesión o
arrepentimiento. No en vano, la iconografía cristiana ha empleado la cruz tanto
para expresar el juicio del Mesías como para manifestar su presencia: donde
está la cruz, está el Crucificado. Asimismo, este tipo de fábulas o leyendas
cumplían el papel de transmisoras de valores. De esta manera, a través de la
narración de estas historias se ponía de manifiesto el castigo o sanción que
podían recibir actitudes y comportamientos tan poco decorosos o adecuados como
el hurto o el robo, jurar en falso, o atentar contra la religión cristiana y
sus símbolos, entre otros muchos.
Gustavo A. Trujillo Yánez
ANEXO. La leyenda del «jacho»
de La Laguna recopilada por Sebastián Jiménez Sánchez:
Caso raro y en extremo curiosísimo es la leyenda de tipo espiritista conocida
por la leyenda «El Jacho de La Laguna», y que refiere unas apariciones
luminosas en la jurisdicción de Teror y Valleseco, en el lugar denominado La
Laguna.
Refieren los más ancianos de estos pueblos de medianías y de cumbre oír decir a
sus padres: «Que todas las noches, en el lugar conocido por La Laguna, aparecía
un hacho encendido que seguía trayectorias diversas. Esta misteriosa aparición
luminosa se interpretaba como el alma en pena de una persona que llevada de
cierta cólera y de ideas anticristianas se entretenía en destrozar una cruz, de
esas que tanto abundan en nuestros caminos de herraduras y carreteras,
rememorando fechas religiosas o desgracias personales. La cruz en cuestión
recordaba el accidente, con pérdida de su vida, de uno que se dirigía a una
«última» en el pago del Zumacal. El autor del desafuero impresionado de ciertas
apariciones y sueños, embarcose para la isla de Cuba con el fin de olvidar
correrías y creerse libre de alucinaciones. Refiere la leyenda que el tal murió
allá, y su espíritu venía a penar seis meses a Canarias, en forma de «jacho
luminoso», en el lugar preciso donde él destrozara la cruz de la leyenda, y
otros seis meses en Cuba.
Archivo del Patrono Regional del
Museo del Pueblo Español
Archivo de El Museo Canario.
Fondo de Sebastián Jiménez Sánchez
PARA SABER MÁS:
ÁLAMO, Néstor: «Realidad y
leyenda de “el jacho de la Laguna”», periódico Diario de Las Palmas,
lunes 6 de enero de 1975, p. 13.
BETHENCOURT AFONSO, Juan: Costumbres
populares canarias de nacimiento, matrimonio y muerte. Introducción, notas
e ilustraciones de Manuel A. Fariña González. Publicaciones científicas del
Excmo. Cabildo Insular de Tenerife – Museo Etnográfico, Santa Cruz de Tenerife,
1985.
CHEVALIER, Jean & CHEERBRANT,
Alain: Diccionario de símbolos. Editorial Herder, Barcelona, 1991 (3ª
edición).
DE PEDRO, Aquilino: Diccionario
de términos religiosos y afines. Editorial Verbo Divino-Ediciones Paulinas,
España, 1993 (2ª edición).
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: La
muerte en Canarias en el siglo XVIII (Un estudio de historia de las
mentalidades). Prólogo de Ignasi Terradas. Colección Taller de Historia.
Centro de la Cultura Popular Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 1990.
HERNÁNDEZ JIMÉNEZ, Vicente: «Brujerías,
curanderas, santiguadoras», en La obra de Vicente Hernández Jiménez.
Homenaje al cronista de la Villa de Teror. Anroart Ediciones, Las Palmas de
Gran Canaria, pp. 342-344.
JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Sebastián: Mitos y
Leyendas: Prácticas brujeras, maleficios, santiguados y curanderismo popular en
Canarias, 1955.
Versión digital: http://mdc.ulpgc.es/cdm4/item_viewer.php?CISOROOT=/MDC&CISOPTR=1655&CISOBOX=1&REC=1
RODRÍGUEZ ARTILES, Gregorio:
«Estampas de Teror. La Cruz de Urquinaona (I y II)», periódico Falange,
1 y 8 de junio de 1960.
RODRÍGUEZ ARTILES, Gregorio: «La
Cruz del Siglo», periódico Diario de Las Palmas, 3 de mayo de 1967.
EN LA RED:
Blog Cruces de Gran Canaria,
http://crucesgc.blogspot.com/
INFORMANTES:
Don Manuel Domínguez Alfonso (San
Matías, 72 años)
Doña Mercedes Domínguez Yánez (El
Muñigal, 82 años)
Doña María del Pino Estupiñán
Domínguez (San Matías, 66 años)
Doña Juana León Sánchez (El
Rincón, 72 años)
Don Eduardo Quintana Yánez (El
Recinto, 65 años)
Doña María del Pino Sánchez
Herrera (El Muñigal, 84 años)
Reac
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