viernes, 5 de junio de 2015

¡Cruz, perro maldito! Cruces y aparecidos


¡Cuántas Cruces! Desde Valleseco a la Aldea, y de ésta a Artenara pueden contarse por centenares; algunas de ellas refrescando la memoria, evocan un recuerdo, y casi todas guardan para la presente generación algún secreto.

Manuel Picar y Morales, fragmento de su libro Teror. Monografías y Excursiones por el Cronista de la Villa D. Manuel Picar y Morales (1905).


El significado del vocablo «patrimonio cultural» ha ido cambiando y ampliándose en los últimos tiempos. La herencia cultural de un pueblo no se limita a sus manifestaciones tangibles ―caso de los monumentos y colecciones de objetos― sino que también comprende tradiciones y locuciones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas de generación en generación. Tales expresiones, agrupadas bajo el calificativo de «patrimonio cultural inmaterial» comprenden formas tan variadas como las artes del espectáculo, los rituales y actos festivos, los conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo, los saberes y técnicas artesanales tradicionales y, por supuesto, las tradiciones y expresiones orales. Dentro de estas últimas ―nos referimos a las tradiciones y expresiones orales― cabe destacar la existencia de una ingente variedad de formas habladas, tales como proverbios, adivinanzas, cuentos, canciones infantiles, cantos y plegarias, así como mitos y leyendas, entre un largo etcétera. La localidad de Teror es relativamente rica en lo que a manifestaciones culturales inmateriales o intangibles se refiere. Sirva como ejemplo destacado el caso de su Rancho de Ánimas, el único ―junto con los de los municipios de Valsequillo y la Aldea de San Nicolás―existente en la isla de Gran Canaria. También es el caso de algunas frases o sentencias populares privativas de nuestra Villa, algunas de las cuales se encuentra ―tal como ha señalado el profesor Gonzalo Ortega Ojeda― en franco proceso de decadencia.
Menos conocidos ―y por lo tanto, más vulnerables y susceptibles a desaparecer― han sido los relatos y leyendas relacionadas con la costumbre ancestral de colocar cruces en las encrucijadas de los caminos, al filo de empinados barrancos o en las orillas de los estanques. Como ya se sabe, muchas de estas cruces señalan el lugar preciso donde tuvo lugar algún tipo de episodio violento ―por lo general la muerte accidental o en extrañas circunstancias de una persona― aunque también existen otras motivaciones menos cruentas, como ocurre con los casos de la conocida «Cruz Verde», la «Cruz del Siglo» o «El humilladero de la Virgen», entre otras. Lo mismo se podría decir de la llamada «Cruz de La Laguna», una cruz de término que en otros tiempos delimitaba ―a modo de mojón o hito― uno de los límites municipales de los pueblos de Teror y Valleseco, pero de la que sin embargo existe una leyenda local, conocida con el nombre del «jacho» de La Laguna, transmitida de forma oral por generaciones de vecinos de ambas localidades.
Esta fábula ―publicada en la prensa por Néstor Álamo Hernández, en enero de 1975― nos narra el castigo al que fue sometido un arriero, conocido con el mote de Pancho «el Ciruelo», quien se vio precisado a romper uno de los brazos de la mentada cruz para construirse una antorcha o «jacho» con el que alumbrarse en una noche cerrada y oscura. Narra la leyenda que tal suceso no contó con la aprobación del vecindario, que juzgó la acción como un acto de sacrilegio, razón por la cual «el Ciruelo» fue apartado y marginado del trato con sus convecinos. Añade la historia, que tras aparecérsele la mismísima Virgen María, nuestro personaje huyó con destino a la isla de Cuba, al objeto de encontrar la suerte y la reputación perdida. Sin embargo, la perla del Caribe no trajo la paz al «Ciruelo» quien sólo halló pobreza, desesperación y, finalmente, la muerte. Fue a partir de entonces cuando comenzó a observarse cierta luz que en forma «jacho» se aparecía durante un periodo de seis meses en el mencionado paraje de La Laguna y durante otros tantos en la mentada isla de Cuba. Dicha aparición no era otra que el alma en pena del infractor, quien de esta manera fue condenado a purgar su culpa.

Paisaje con cruces. Dibujo a plumilla de Manuel Pícar y Morales inserto en su libro Teror. Monografías y Excursiones por el Cronista de la Villa D. Manuel Picar y Morales (1905). Propiedad: El Museo Canario.

Sin embargo y eso es lo extraordinario de las tradiciones orales, existen muchas más versiones y variantes sobre esta llamativa leyenda, enriqueciéndola aún más si cabe. Tienen en común estos otros relatos el hecho de que en ninguno de ellos se señala la identidad del sacrílego. De esta manera, tanto en la versión recogida por Sebastián Jiménez Sánchez como en el resto de narraciones que hemos registrado, se omite o desconoce el nombre y apellidos del autor del atentado. También existe unanimidad en lo referente al motivo que impulsó al profanador a cometer su fechoría, ya que en todas las versiones se coincide en señalar la necesidad de fabricarse un hacho o antorcha con el que alumbrarse en una noche cerrada. Igualmente, en estas otras ocasiones se coincide en calificar al agresor como una persona contraria a la religión cristiana. Así, doña Mercedes Domínguez Yánez (82 años), nos cuenta que el «jacho» era «el alma de un masón que no creía en Dios», relato que coincide en parte con el registrado por Jiménez Sánchez, quien señala que éste actuó llevado «de cierta cólera y de ideas anticristianas». Por su parte, doña Juana León Sánchez (72 años) ―vecina del Rincón, aunque procedente del paraje del Hornillo, donde siendo niña le fue transmitida la historia por su madre― nos dice que el autor del desafuero fue castigado por maltratar «una cosa santa».
Por el contrario, no parece existir unanimidad en lo referente a las circunstancias en las que tuvo lugar su trágica muerte. Así, el vecino de Teror don Eduardo Quintana Yánez (65 años) coincide en indicar que la aparición en forma de luz era el alma en pena de un vecino de Valleseco, que agredió contra una cruz para construirse un «jacho» con el que alumbrarse en una noche sombría. Sin embargo, la novedad de esta versión consiste en señalar que el individuo se dirigía hacia la localidad de Arucas para visitar a su prometida, así como en la forma en la que el infractor encontró la muerte, ya que nos narra cómo al llegar a la mencionada ciudad falleció trágicamente ahogado en un estanque. Se trata de una versión parecida a la que nos cuenta doña Juana León Sánchez, con la diferencia de que en esta ocasión la enamorada tenía su morada en el pago del Zumacal.
Tampoco parece existir consenso en lo referente a la forma en que se manifestaba el alma en pena del profanador. De esta manera, Néstor Álamo suma a las apariciones del pecador, las de «las ánimas penantes de todas las brujas y brujos de La Laguna». Por su parte, Vicente Hernández Jiménez, en su libro Teror: historias, semblanzas, apuntes (1991) señala como el «jacho» se trasladaba desde la mentada Cruz de La Laguna hasta la llamada Cruz del Sobradillo ―y viceversa― cada vez que un transeúnte pasaba junto a una de las dos. En cambio, la citada doña Juana León nos cuenta que la luz o «mechón» se aparecía «por las lomas, [desde] donde la encendió [se refiere al hacho] hasta donde se le apagó», mientras que don Manuel Domínguez Alfonso (72 años) nos dice que ésta se aparecía alrededor de la casa del «fulano». Sea como fuere, fueron muchas las personas que aseguraron haber visto tales fenómenos luminosos. Sirva como muestra el caso de la ya mencionada doña Mercedes Domínguez Yánez, quien nos narró las ocasiones en las que desde el paraje terorense del Muñigal se veía la mentada luz yendo de un lado a otro y describiendo trayectorias diversas. No acaban aquí los testimonios sobre el «jacho» de La Laguna. En el Blog Cruces de Gran Canaria se recogen algunas declaraciones novedosas ―y sorprendentes― que enriquecen aún más esta entrañable y, a la vez, misteriosa fábula.
Fenómenos o relatos como el del «jacho» de La Laguna no son exclusivos de esta zona de las medianías de Gran Canaria. Sirvan como ejemplo casos como el de la llamada «Luz de Mafasca» en la isla de Fuerteventura o el de la «Santa Compaña» en Galicia. Por su parte, el propio Manuel Picar y Morales hace referencia en su libro Tiempos Mejores (Recuerdos Laguneros) (1899), a un suceso parecido al del «jacho» de La Laguna, producto de unos desaprensivos que arrancaron los brazos de una cruz para alumbrarse.


Cruz (o cruces) de La Laguna. Dibujo a lápiz de Manuel Pícar y Morales (1900). Propiedad: El Museo Canario.

Otra de las cruces de nuestro término municipal envuelta por un halo de misterio es la conocida como «Cruz del Peñón Chiquito» ubicada en el paraje del Muñigal. Se trata de una pequeña cruz de madera que en otro tiempo sustituyó a otra más antigua y que señala el lugar donde halló la muerte de forma repentina un vecino de Teror, del que también se desconoce su identidad. Sobre las circunstancias y la forma en la que se produjo la trágica defunción de este individuo, contamos con la información proporcionada por doña María del Pino Sánchez Herrera (84 años) así como con la prestada por la referida doña Mercedes Domínguez Yánez. Así, al preguntar sobre el origen de este hito religioso doña María del Pino nos narra que en una ocasión un hombre estaba robando unas pitas (Agave americana) en una propiedad ajena, ante lo cual el dueño de la hacienda le increpó, prohibiéndole que en adelante volviera a repetir el hurto. A las amonestaciones del legítimo propietario del terreno, el presunto ladrón contestó de forma contundente «muerto me caiga si yo ha (sic) estado robando» momento en el cual cayó fulminado. Por su parte, la versión de doña Mercedes Domínguez coincide en señalar el enfrentamiento entre dos hombres, uno de los cuales robaba en la finca del otro. Sin embargo, a diferencia del relato proporcionado por doña María del Pino Sánchez, en esta otra ocasión el propietario del terreno profirió al ladrón la siguiente frase «te voy a matar y un rayo te parta». Pasado el tiempo el autor de los robos murió alcanzado por un rayo, siendo enterrado ―según nos cuenta la informante― en el mismo lugar donde falleció. Añade doña Mercedes que su abuela le decía que el autor del hurto «no era un hombre bueno».
En relación con esta misma cruz, más interesante nos ha resultado comprobar la práctica ―aún vigente― de una tradición de la que apenas hemos encontrado noticias o referencias. Nos referimos al ritual de «cargar» y «descargar» la cruz, consistente en colocar (cargar) ―o retirar (descargar)― sobre la cabecera, los brazos y a los pies del citado símbolo, una serie de piedras de pequeño tamaño. En el caso concreto de esta cruz, doña María del Pino Sánchez nos cuenta que la tradición mandaba «cargar» la cruz a aquellos transeúntes que se dirigían hacia el mentado Peñón Chiquito, así como «descargarla» a aquellos que venían de regreso. Sobre el significado o intención de este tipo de práctica no parece haber consenso. Doña Mercedes Domínguez nos informa que las piedrecitas son «el símbolo de sus pecados [se refiere a los cometidos por el supuesto ladrón]» mientras que doña Juana León nos relata que este tipo de práctica se hacía para «ganar indulgencias».


Detalle de la Cruz del Peñón Chiquito. Obsérvese las piedras colocadas en la cabecera y brazos de la referida cruz. Autor de la fotografía: Pepe Déniz.






Nuestros mayores conservan en su memoria historias y tradiciones dignas de ser conocidas y recordadas. Sobre estas líneas y por orden de aparición, don Manuel Domínguez Alfonso (San Matías, 72 años); doña Mercedes Domínguez Yánez (El Muñigal, 82 años); doña María del Pino Estupiñán Domínguez (San Matías, 66 años); doña Juana León Sánchez (El Rincón, 72 años) y doña María del Pino Sánchez Herrera (El Muñigal, 84 años). Fotografías del autor.

El repertorio de cruces y relatos asociados a ellas es mucho más amplio. Por nuestra parte sólo hemos pretendido dar a conocer dos casos que juzgamos singulares. Aunque puedan ser vistos como el producto de la superstición o de prácticas religiosas poco ortodoxas, la presencia de cruces en los rincones de nuestra localidad nos instruye e ilustra sobre las creencias y mentalidades de una sociedad tradicional, como fue la de nuestros abuelos y ascendientes. Acaso, este tipo de rituales suponían el intento de honrar y de velar por el alma del difunto, a la vez que señalar de forma física el paraje donde había tenido lugar una muerte inesperada y, por lo tanto, sin posibilidad de confesión o arrepentimiento. No en vano, la iconografía cristiana ha empleado la cruz tanto para expresar el juicio del Mesías como para manifestar su presencia: donde está la cruz, está el Crucificado. Asimismo, este tipo de fábulas o leyendas cumplían el papel de transmisoras de valores. De esta manera, a través de la narración de estas historias se ponía de manifiesto el castigo o sanción que podían recibir actitudes y comportamientos tan poco decorosos o adecuados como el hurto o el robo, jurar en falso, o atentar contra la religión cristiana y sus símbolos, entre otros muchos.

Gustavo A. Trujillo Yánez

ANEXO. La leyenda del «jacho» de La Laguna recopilada por Sebastián Jiménez Sánchez:

            Caso raro y en extremo curiosísimo es la leyenda de tipo espiritista conocida por la leyenda «El Jacho de La Laguna», y que refiere unas apariciones luminosas en la jurisdicción de Teror y Valleseco, en el lugar denominado La Laguna.
            Refieren los más ancianos de estos pueblos de medianías y de cumbre oír decir a sus padres: «Que todas las noches, en el lugar conocido por La Laguna, aparecía un hacho encendido que seguía trayectorias diversas. Esta misteriosa aparición luminosa se interpretaba como el alma en pena de una persona que llevada de cierta cólera y de ideas anticristianas se entretenía en destrozar una cruz, de esas que tanto abundan en nuestros caminos de herraduras y carreteras, rememorando fechas religiosas o desgracias personales. La cruz en cuestión recordaba el accidente, con pérdida de su vida, de uno que se dirigía a una «última» en el pago del Zumacal. El autor del desafuero impresionado de ciertas apariciones y sueños, embarcose para la isla de Cuba con el fin de olvidar correrías y creerse libre de alucinaciones. Refiere la leyenda que el tal murió allá, y su espíritu venía a penar seis meses a Canarias, en forma de «jacho luminoso», en el lugar preciso donde él destrozara la cruz de la leyenda, y otros seis meses en Cuba.

Archivo del Patrono Regional del Museo del Pueblo Español
Archivo de El Museo Canario. Fondo de Sebastián Jiménez Sánchez

PARA SABER MÁS:

ÁLAMO, Néstor: «Realidad y leyenda de “el jacho de la Laguna”», periódico Diario de Las Palmas, lunes 6 de enero de 1975, p. 13.

BETHENCOURT AFONSO, Juan: Costumbres populares canarias de nacimiento, matrimonio y muerte. Introducción, notas e ilustraciones de Manuel A. Fariña González. Publicaciones científicas del Excmo. Cabildo Insular de Tenerife – Museo Etnográfico, Santa Cruz de Tenerife, 1985.

CHEVALIER, Jean & CHEERBRANT, Alain: Diccionario de símbolos. Editorial Herder, Barcelona, 1991 (3ª edición).

DE PEDRO, Aquilino: Diccionario de términos religiosos y afines. Editorial Verbo Divino-Ediciones Paulinas, España, 1993 (2ª edición).

HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: La muerte en Canarias en el siglo XVIII (Un estudio de historia de las mentalidades). Prólogo de Ignasi Terradas. Colección Taller de Historia. Centro de la Cultura Popular Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 1990.

HERNÁNDEZ JIMÉNEZ, Vicente: «Brujerías, curanderas, santiguadoras», en La obra de Vicente Hernández Jiménez. Homenaje al cronista de la Villa de Teror. Anroart Ediciones, Las Palmas de Gran Canaria, pp. 342-344.

JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Sebastián: Mitos y Leyendas: Prácticas brujeras, maleficios, santiguados y curanderismo popular en Canarias, 1955.

RODRÍGUEZ ARTILES, Gregorio: «Estampas de Teror. La Cruz de Urquinaona (I y II)», periódico Falange, 1 y 8 de junio de 1960.

RODRÍGUEZ ARTILES, Gregorio: «La Cruz del Siglo», periódico Diario de Las Palmas, 3 de mayo de 1967.

EN LA RED:

Blog Cruces de Gran Canaria, http://crucesgc.blogspot.com/

INFORMANTES:

Don Manuel Domínguez Alfonso (San Matías, 72 años)
Doña Mercedes Domínguez Yánez (El Muñigal, 82 años)
Doña María del Pino Estupiñán Domínguez (San Matías, 66 años)
Doña Juana León Sánchez (El Rincón, 72 años)
Don Eduardo Quintana Yánez (El Recinto, 65 años)
Doña María del Pino Sánchez Herrera (El Muñigal, 84 años)

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