La conquista de la isla de La Palma 1492-1495
También es digno de mención el papel de las guerreras awuaritas
En las fuentes documentales del pasado precolonial de Canarias
suele otorgarse a la población masculina de las Islas un papel preponderante
durante la batalla, al tiempo que la mujer es relegada a un plano secundario:
mientras ellos protagonizan la lucha armada, ellas se limitan a llevar a cabo
ciertas actividades auxiliares.
Cuando
Alonso de Espinosa [(1594) 1980: 43] se ocupa de las guerras y peleas
acontecidas en el seno de las antiguas sociedades amazighes de Tenerife,
también se hace eco de esta particular división del trabajo:
iban
también sus mujeres con ellos, que les llevaban la comida, y para si morían,
que los trajesen a sus entierros y cuevas y, aunque fuesen vencidos, no hacían
daño alguno los vencedores a las mujeres ni hijos de los vencidos, ni a los
viejos y hombres que no fuesen de guerra, antes los dejaban en paz volver a sus
casas.
Abreu
Galindo [(ca. 1590) 1977: 299] apunta en la misma dirección que el dominico
cuando afirma que, en tiempos de guerra, los guanches «llevaban consigo sus
mujeres con la provisión que habían de comer, y, si morían en la guerra, para
que los llevasen a enterrar a sus cuevas». Y también para la isla de Gran
Canaria encontramos testimonios similares, aunque con un matiz muy preciso
acerca de su eventual predisposición bélica:
Si [los
enemigos] los seguían i buscaban peleaban bravísimamente hasta las
mujeres, que tiraban / muchas piedras arrojadizas i dardos i mucho aiudaban.
Venían con ellos a la pelea a traerles la comida i retirar los muertos suios i
a el pillaxe de los caídos i a dar armas a sus maridos i hijos, i a dar voces i
gritos i hacer visajes i echar retos y amenasas que causaba mucha rissa [Gómez Escudero (ca. 1484) 1993: 433].
La
ferocidad de la mujer auarita
Esas
mismas fuentes documentales también son las encargadas de transmitirnos la
excepción más clara a la norma: el caso de la isla de La Palma , donde «Las mujeres
eran más valientes que ellos, y en las emergencias iban ellas en adelante y
peleaban virilmente, con piedras y con varas largas» [Torriani (1590) 1978:
225].
Abreu
Galindo [(ca. 1590) 1977: 272] anota que en su tiempo era común «la fama de
que los palmeros fuesen pusilánimes, y para poco en hechos de guerra, y menos
que las mujeres». Comenta que, al no compartir esa opinión, se decidió a
investigar «porqué ponían más ánimo en las mujeres que en los hombres, y
porqué hacían a ellas cabeza de gobierno de la guerra, y a ellos de la paz».
Tras sus pesquisas, concluirá que la fama de cobardes atribuida a los palmeros
tuvo su origen en la comparación: mientras las mujeres auaritas eran más
valientes de lo que la sociedad de la época esperaba, los hombres, cuya
corpulencia era notable, no resultaban ser proporcionalmente más bravos. En
palabras de Abreu Galindo [(ca. 1590) 1977: 275]:
[...]
las mujeres, para su estado, se mostraban varoniles, y ellos, para los grandes
cuerpos que tenían, no hacían tanto cuanto de ellos se esperaba; y [...] más
común era entre ellos la grandeza de los cuerpos, que de los hechos, por falta
de la ocasión en que emplearse.
De todos
modos, durante la argumentación en favor del hombre auarita, Abreu Galindo
[(ca. 1590) 1977: 275] no resta méritos a la mujer palmera. Al contrario,
afirma que estas no eran «de menos corpulencia que los hombres», que se
caracterizaban por sus «ánimos varoniles», y que «su ferocidad
ejecutaban sin perdón en los cristianos».
El porqué
del carácter belicoso de las auaritas es algo que aún se nos escapa, aunque,
como desliza Pérez Saavedra [(1982) 1997: 243], bien podría estar relacionado
con el elevado prestigio social y religioso del que gozaban las féminas de la Isla. En ocasiones, se ha
pretendido establecer paralelismos entre la mujer palmera y las míticas
amazonas de Heródoto, mencionadas por el historiador griego cuando éste habla
de la Libia –la
zona norteafricana habitada por amazighes desde tiempos inmemoriales–,
por lo que la búsqueda de un hipotético origen común no parece demasiado
complicada. Pero el halo de ficción que envuelve a las legendarias guerreras
continentales hace que lo más prudente sea dejar en suspenso esas
teorías.
La
palmera Guayanfanta y la hermana de Garehagua
Antes de
la invasión y conquista de La
Palma por los mercenarios castellanos , la población auarita
sufrió diversas incursiones piráticas protagonizadas por los colonos europeos
instalados en El Hierro, quienes se dirigían a la isla vecina con el objetivo
de robar y cautivar isleños. También durante aquellas escaramuzas la mujer
palmera hizo gala de una bravura y una fortaleza física que quedarían
reflejadas en la obra de Abreu Galindo [(ca. 1590) 1977: 279], cuando se habla
de la hermana del capitán palmero Garehagua (Gar_ehawa, ‘Perro
vil’):
y los
cristianos que fueron en su alcance prendieron un palmero y una palmera, [...].
La cual, como se vió presa, volvióse contra el cristiano herreño, que se decía
Jacomar, y púsolo en tanto aprieto, que le convino favorecerse de las armas; y
así le dió de puñaladas y la mató.
El mismo
autor inmortalizará en las páginas de su Historia la pelea acontecida
entre una cuadrilla de colonos herreños y la palmera Guayanfanta, mujer «de
grande ánimo y gran cuerpo, que parecía gigante, y [...] extremada blancura»:
[...]
como los cristianos la cercaron, peleó con ellos lo que pudo y, viéndose
acosada, embistió con un cristiano y, tomándolo debajo del brazo, se iba para
un risco, para se arrojar de allí abajo con él; pero acudió otro cristiano y
cortóle las piernas, que de otra suerte no dejara de derriscarse con el
cristiano que llevaba [Abreu
(ca. 1590) 1977: 279].
El trágico
final de Guayanfanta (wayya_n_fant´az, ‘orgullosa’, lit.
‘espíritu de vanidad o jactancia’) no parece haber sido una excepción. En
varias ocasiones, las fuentes etnohistóricas nos hablan de nativos que habrían
preferido la lucha cuerpo a cuerpo –y, en última instancia, el suicidio– antes
que la sumisión al yugo invasor. Y, en ese último aspecto, las mujeres del
resto del archipiélago canario no parecen haber sido menos decididas que
las de La Palma. Un
claro ejemplo lo constituyen los topónimos grancanarios del Despeñadero de
las Mujeres, el Risco de las Mujeres o el Salto de las Mujeres,
todos ellos documentados en nuestras fuentes etnohistóricas [Pérez Saavedra
(1982) 1997: 169-170].
Imagen tomada
de: Mecey Mcro.
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