viernes, 24 de octubre de 2014

BREVE RESEÑA HISTÓRICA DE LA CARABELA




Eduardo Pedro García Rodríguez

La carabela fue una nave muy versátil de uso muy extendido en el mediterráneo durante la baja edad media hasta bien entrado el siglo XVI. Fueron además las primeras naves europeas que navegaron por el Atlántico en la alta edad media y, fueron naves de este tipo las que condujo Cristóbal Colón en su mítico viaje en busca de Cipango, con ánimo de conseguir una ruta más corta hacía los países productores de especias; y que, casualmente le llevó a descubrir para los europeos de la época el continente Americano.

   Con toda seguridad la carabela deriva de los cárabos turcos y beréberes-Mazighios los cuales eran usados por los árabes y beréberes establecidos en la Península Ibérica, para el transporte de cabotaje, la pesca y el comercio en el mediterráneo, siendo también empleados por su ligereza y versatilidad, al corso o a la piratería, actividad ésta profusamente desarrollada por los reyes y nobles en la baja edad media.

   Las especiales características de las carabelas, tanto por la forma de su casco como por sus proporciones, unidas a las características de su aparejo, las hacían particularmente aptas para navegar varloteando. La típica carabela portuguesa tenía un desplazamiento de 60 toneladas, 75 pies de eslora entre perpendiculares, 25 de manga, dos o tres mástiles aparejados con velas latinas, sin bauprés y sin trinquete; el mayor en la medianía, izaba una entena de largo igual a la eslora. En el siglo XIII, había en Portugal carabelas latinas dedicadas a la pesca y al comercio de cabotaje. Después en el siglo XV, los portugueses las perfeccionaron a la vista de las experiencias de sus viajes depredadores a lo largo de las costas del continente africano. Grandes maestros en el arte de la construcción y gobierno de las carabelas, guardaban celosamente en secreto cuanto a ellas se refería; si embargo las gentes marinera de la Baja Andalucía también las conocían bien (herencia dejada por los árabes, al igual que en Portugal)

   Para evitar intromisiones extranjeras en las aguas y costas que iban explorando los portugueses- como algunos milenios atrás habían hecho los fenicios- hicieron correr la voz de que sólo carabelas podían emplearse en aquellas navegaciones, y que a los navíos redondos les era imposible dar la vuelta, en el supuesto que lograran arribar a Guinea. Para Portugal era vital el mantener el monopolio de la explotación de los recursos naturales y el tráfico de esclavos en las costas africanas, y para ello sus reyes y magnates no dudaban en hacer correr los más inverosímiles bulos sobre  supuestos peligros terribles del mar tenebroso. A propósito de esto las crónicas recogen que en la expedición de Diego de Azambuia, la cual salió del puerto de Lisboa el 12 de diciembre de 1481, figurando en ella hombres que en el futuro, habrían de dar lustre a la marina portuguesa como, Bartholomeu Días y Joao alfonso de Aveiro. La escuadra se componía de noventa carabelas, más dos urcas de transporte, éstas convoyadas por Pedro de Evora, con el encargo de unirse a la flota en la bahía de Bezeguiche, al sur de cabo Verde;  las urcas, de 400 toneladas, habían cargado artillería, piedra y madera para la construcción de  fortalezas en la Mina; cumplido el objetivo se destruyeron las urcas para dar apariencia de realidad a la leyenda de que únicamente las carabelas volvían de allí.

   Relacionado con la misma leyenda se cuenta que durante una comida el rey de Portugal, hablaba aparentemente sin darle importancia, de que si algún barco de aparejo redondo se atrevía a emprender viajes parecidos a los de las carabelas, jamás regresaría. Al escuchar esto el célebre piloto Pero de Alemquer, contestó que él se comprometía a la vuelta con cualquier clase de navío por grande que éste fuera, lo cual refutó enseguida el soberano diciendo que ahí estaba el ejemplo de lo sucedido a las urcas, y ante la insistencia de Alemquer, manifestando que se hallaba dispuesto a probarlo, el rey le atajó con brusquedad diciéndole: <<A un pecho villano no hay cosa que no le parezca que hará y al fin  no hacer nada>> Terminada la comida, el soberano mandó llamar a Alemquer, y en privado le dio la razón, aunque recomendándole silencio acerca del asunto pues así convenía a su real servicio.
   Comparadas con las naos, las carabelas tenían superior alargamiento y carecían de castillo. En el siglo XV izaban velas latinas en todos los palos, cualquiera que fuese el número de ellos, si bien, en determinadas circunstancias de viento en popa, también largaban treos, más adelante se les proveyó de cofa y aparejo redondo, ya sólo en el trinquete o en éste y el mayor, llamándose las últimas según opinión de Quirino de Fonseca y de Guillén, carabelas redondas o carabelas de armada-según otros autores, carabela de armada era la perteneciente al Estado-. Existía un tercer tipo con tilla, éste era denominado por el capitán de navío Guillén, como carabelas al modo de Andalucía, pero por sus características creemos mejor denominarla carabelas-naos, por representar una especie de navío intermedio y tener además aparejo redondo.



   A pesar de ser un buque conocido y utilizado por las marinas europeas durante siglos, no todos los autores están de acuerdo en que la carabela fue un barco de características peculiares, así Fernández Duro, sustentaba la opinión de que la voz “carabela” se aplicaba a cualquier buque de pequeño tonelaje apto para descubrir, negando así mismo que en las Partidas se mencionaran, sin embargo en ediciones de la mayor solvencia se puede comprobar que se nombran (Segunda partida, tit. XXIV, ley VII). También son innumerables las citas posteriores: en la provisión dirigida a los vecino de palos obligándoles a contribuir con dos a la empresa del descubrimiento, en el propio diario de Colón y en autores como el Padre de las Casas, Fernando Colón, Fernández de Oviedo, Andrés Bernáldez, Pedro Mártir de Anglería, López de Gomara...En la relación de las naos, galeras, etc., que se haya de azer la jornada de Inglaterra (Ms. Urbin A., 829, pág. 622, Bbbl. Vat.) : <<De la costa de España desde Málaga a Ayamonte, de Carauelas descubiertas, varcones, y chalupas de pesquería, 50, de 80 toneladas cada una>>. En los Servicios de capitanes Nodales (Madrid 1622): <<Hallando en el cabo Finisterre una grande nave, y una carabela de ingleses peleó con ellos...>>.  Crescentio, en su Náutica Mediterránea, publicada en Roma, al proponer en 1607 la transformación de sus galeones en carabelas de armada, dice que éstas son cierta suerte de navíos usados por el rey de Portugal en la flota de Indias para custodiarla contra los ataques corsarios; y que estas carabelas, o pequeñas naves, tienen cuatro palos además de un botalón ; en el trinquete izan dos velas cuadras y las latinas en los otros tres palos, con las cuales <<caminan contra el viento como hacen las tartanas en este mar>>. Son frecuentes los despropósitos al tratar de las carabelas; Sauvage, en una nota al libro VIII, capítulo I, de las Memoires, de Commynes, definía a las carabelas nada menos que como <<navíos de mar a vela y remo>>, cuando navegaban exclusivamente a vela y de emplear remos eran ocasionalmente para ayudarse en una virada o aguantarse contra la corriente.

   La carabela es conocida tal como ha llegado a nosotros desde el siglo XIII, empleándose tanto para el comercio como para expediciones militares o para ambos cometidos, como sucedió con las frecuentes visitas que durante la baja edad media realizaban a Canarias los navegantes europeos en busca de esclavos. Este tipo de navíos los empleó Alonso de Lugo, para transportar las tropas mercenarias y pertrechos necesarios, para la conquista de las islas de La Palma y Tenerife, siendo por estas fechas cuando ya se apuntaba el ocaso de las carabelas, pues las navegaciones Oceánicas precisaban de navíos de mayor porte, consumándose en el siglo XVII, ante el auge de los grandes navíos de línea, las ligeras fragatas y los estilizados bergantines.

   La carabela fue para los turcos  una nave de guerra alterosa y de construcción desmañada. La regencia de Túnez daba el nombre de carabelas a una naves de 300 toneladas de porte, dotadas de aparejo redondo y que portaban unas cuarentas piezas de artillería.

   En Normandía  a determinadas barcas de pesca le aplicaban el nombre carabelas: Caravella o Crevella peschereccia, según el vocabolario di marina(Milán, 1814), de Stratico. Sus características eran: quilla, de 34 a 36 pies(11,04 a 11,64 m.); manga, 12 a 13 pies(3,89 a 4,22 m.); puntal 5 a 6 pies(1,62 a 1,94 m.) y eslora total 36 a 40 pies(11,69 a 12.99 m.); la cubierta muy baja arbolando dos palos, el mayor con una vela cuadra y una gavia, a la altura de 50 a 55 pies(16,24 a 17,87 m.); el palo de mesana con 30 a 32 pies longitud de(9,94 a 10,39 m.). Izaba también una vela cuadra, completando el velamen con foques y velas latinas, y su porte de unas 25 toneladas. Eran embarcaciones muy marineras y efectuaban grandes campañas de pesca.


LAS CARABELAS  EN EL CORSO Y LA PIRATERÍA


 Hemos visto como la carabela fue usada desde un principio no sólo para  el comercio y la pesca, sino que además sus buenas dotes marineras fueron aprovechadas para el rentable ejercicio de la piratería y el corso, tanto por `por armadores y pilotos particulares como por reyes y poderosos de la civilizada Europa. Como ejemplos ilustrativos, a continuación transcribimos algunos pasajes ilustrativos.

   Quizás una de las primeras expediciones de corso fue la encomendada por Enrique III (el doliente), de Castilla a Pero Niño, modesto noble que por su escasa fortuna tuvo que poner sus talentos al mejor postor, que, en este caso lo fue Enrique el doliente; Este encargó a Pero Niño, criado de su casa, recorrer el mediterráneo con una flota compuesta de varias galeras y carabelas. Este recorrió saqueando y quemando, desde la papal ciudad Avignon  a la musulmana Túnez, en el año 1404, y las costas atlánticas de Inglaterra y Francia, en dos campañas sucesivas 1405 y 1406.


   El asesor de la corona castellana para asuntos corsarios Mosén Diego de Valera, residente en el puerto de Santa María, aprovechando la guerra con Portugal por la cuestión sucesoria de Castilla, Valera hacía su agosto asaltando las naves portuguesas en el Estrecho de Gibraltar. Hacía 1482 juntó una verdadera flota formada por dos carabelas propias, algunas más reales, varias galeras del conde de Pallares y mosén Álvaro de Nava y una gran nao vizcaína llamada la Zumaya. Al mando de la flota puso a su hijo Charles y le envió a dar caza a la Borralla, una nao de grandes dimensiones, que según sus averiguaciones volvía de Italia, <<cargada de arneses de Milán e cubiertas e brocados e sedas de gran valor>>. Pero resultó que la Borralla iba acompañada por la nao capitana de la armada de Portugal, bastantes carabelas más y una carraca Génovesa, las cuales constituían una fuerza superior a la de Diego Valera. En el asalto, las naves de Valera tomaron la nao capitana, dos carabelas portuguesas y la carraca de Génova, con sus cargamentos y tripulaciones, y pegaron fuego a la Borralla. En operación de corso las naves de Valera perdieron solamente al maestre y diez marineros de la Zumaya.




LA PIRATERÍA Y EL CORSO DURANTE EL REINADO CASTELLANO-ARAGONES


Los reyes Católicos en su política centralizadora, no tuvieron inconveniente en reglamentar las hermandades y cofradías de piratas y corsarios que pululaban por las costas de sus dominios. Con estas disposiciones se pretendía conseguir dos objetivos, el primero: tener el control regio sobre los dueños de embarcaciones, y así poder afrontarlos en casos de necesidades de la política de la corona, cosa que les era de suma importancia para los proyectos imperialistas que estaba desarrollando en aquellos tumultuosos tiempos. Segundo: obtener una participación económica en los cuantiosos beneficios que el ejercicio de la piratería y comercio de seres humanos producía, implantado para ello el derecho de quintos, sobre las presas capturadas, tanto en el mar, como en el saqueo de pueblos y ciudades de las costas de sus enemigos o las de aquellos que, simplemente, no eran católicos al tiempo que limitaba las actuaciones de armadores y propietarios libres en las aguas y costas de los recién “adquiridos” dominios americanos. Para ello debieron desoír los consejos del “asesor” de  los reyes sobre la materia, nuestro ya mencionado mosén Diego de Valera, quien desde su atalaya marinara de la fortaleza de puerto de Santa María, en 1482 había escrito a los reyes  que,<<toda la gente desta costa verná a vos servir sin sueldo alguno, mayormente si saben que  Vuestra Alteza les da lugar que cada uno haya lo que ganar pudieran>> sugerencias que no fueron atendidas por Isabel y Fernando, quienes a pesar de tener las siempre urgentes necesidades económicas que sufrían debido a las continuas guerras sostenidas con sus vecinos de la península Ibérica; prefirieron tomar decisiones políticas, dando las licencias o patentes de corso, en función de los estados de paz o guerra que mantuviesen con portugueses o franceses, en todo caso, cuando por existir una situación coyuntural de guerra, las licencias se daban con la condición de que los patentados llevasen a bordo uno o dos oficiales reales, quines supervisaban las operaciones y controlaba la parte del botín que correspondía a la corona.



   Una consecuencia inmediata de tales limitaciones, fue la paulatina deserción de los corsarios españoles  de sus puertos de origen. Unos optaron por enrolarse en las armadas oficiales; otros, como fue el caso de Pedro de Mondragón, optaron por dar un buen golpe y retirarse. En 1508, Mondragón secundado por unos cuantos marineros sin complejos, robó un navío en el puerto de Cádiz y se fue a piratear con él al Cabo de San Vicente. Tras hacer varias presas menores y cuando y cuando el rey ya había enviado algunas naves a cazarles, la suerte les puso a tiro una rica carráca portuguesa que  volvía de la India cargada de sederías y especias. La abordaron y saquearon, pusieron proa a Bayona de Francia, vendieron allí la carga y el barco que tripulaban y desaparecieron sin volver a dar señales de vida.

   Por esas fechas y en años posteriores fueron muchos los piratas y corsarios que desarrollaron sus actividades en el mediterráneo y atlántico africano, especialmente en Italia, terreno abonado por las continuas guerras, donde podían alquilarse al mejor postor;  entre ellos podemos destacar a los siguientes: Menaldo Guerra, navarro, quien debido a las malas condiciones del mercado laboral español, se puso a las ordenes de las flores de lis, y en 1494 asaltó con su flota la fortaleza de Ostia, sobre la desembocadura del Tiber, y se instaló en ella.  Las naves del Papa Alejandro VI, que debían cruzarla para subir o bajar de Roma, se vieron así sometidas a las extorsiones del corsario y a la presiones políticas de Francia, hasta que, tres años después las tropas del gran capitán asaltaron y tomaron la fortaleza haciendo prisionero a Menaldo. Cuando Gonzalo de Córdoba lo presentó ante el Papa, es de suponer que no recibió un trato benévolo pues, pues Rodrigo de Borjas era hombre de rencores huertanos, especialmente cuando les mermaban los bolsillos. Otro corsario camarada de Guerra, y también Navarro, (ingeniero inventor de la mina de pólvora)  luchó en el bando de los españoles hasta que cansado de lo mal pagado sus servicios prestados en Italia y Berbería, decidió pasarse a los franceses en 1515, a pesar de sus sesenta años decidió  seguir corseando y batallando hasta que para su mala fortuna cayó en manos de sus antiguos compañeros de armas en las que murió.

   Otro de los corsarios que campeaban libremente por el mediterráneo, sin que nadie hubiera logrado hasta el momento exigirle cuentas de sus rapíñas, a pesar de las disposiciones que sobre el particular dictara Carlos V, quien continuaba aplicando la política de su abuelo de estatificar el corso, era Pedro Bobadilla, hijo segundón del Marques de Moya. Este corsario fue fraile antes que pirata, quien cansado de los grandes esfuerzos que tenía que hacer para mantener el celibato que le imponía el hábito de Santo Domingo, decidió colgar éste y lanzarse al mar. Comenzó robando una nao y llegó a juntar media docena de ellas y unas tripulaciones de medio millar de hombres. Cazaba preferentemente por el Egeo piezas turcas, pero sin desdeñar naves cristianas, una de las que cayó en sus manos fue la del tesorero del virreinato  valenciano, la que desvalijó con más maña que fuerza. Tampoco hacía asco a los carabelones de Indias a los que asaltaba y saqueaba cuando tenía oportunidad para ello. Al <<corsario>> según llamaban a Bobadilla, le acompañaba siempre en sus correrías una amiga griega, que a decir de los cronistas de la época  era la mujer más bella de Oriente, y a cuyos pies rendía Bobadilla, lo mejor de cada presa después del abordaje. Un día se desató una gran tormenta que hundió la mayor parte de su flota, impresionado decidió abandonar su vida de infames delitos y acudió a Roma a solicitar el perdón papal. Su Santidad Julio II se lo concedió con una condición;  no debía regresar al convento sino continuar en el mar, aunque ahora como general de la flota de galeras vaticanas.

  Al estallar la guerra con Francia en 1521, Carlos V le llamó y lo puso al frente de una flotilla para que anduviese al corso en el paso de Calais, donde naufragó bajo las turbulentas aguas del norte.

   Otro corsario poco conocido, pero que asestó uno de los más importantes golpes a la corona española fue el Toscano, Juan Florín, quien al servicio de Francisco I de Francia, logró uno de los botines mayores de que se tiene historia, valorado en 58.000 pesos castellanos más la vajilla de oro de Moctezuma, remitidos por Cortéz a Felipe V, tras la masacre y consiguiente conquista de México, que fue capturado por Florín a los navichuelos que lo transportaba a la altura de las islas Azores.

   Durante la época imperial fueron los corsarios y piratas que, si bien en un principio estuvieron al servicio de la corona, posteriormente, y casi siempre debido a las injusticias sufridas por parte de ésta, optaron por trabajar por cuenta propia. Uno de ellos fue el piloto Andrés de Urdaneta, quien el tierras del pacífico llegó a deponer y entronar príncipes, siendo una continua fuente de perturbación para los portugueses, hasta que estos cansados de las tropelías de Urdaneta y sus seguidores, llegaron a un acuerdo con los españoles pagándoles 3.500 ducados de oro a cambio de la renuncia de estos sobre los supuestos derechos de Castilla sobre las islas Molucas. Cuando tan sólo quedaban diecisiete castellanos en las islas, Urdaneta se entregó a sus enemigos, conducido a Portugal estando en Lisboa consiguió escapar a uñas de caballo y llegado a Valladolid, fue requerido por Carlos V, quien le recibió con todos lo honores y le encomendó nuevas tareas marítimas. Como se ve Carlos V no tenía escrúpulos en contratar a su servicio a dudosos aventureros de mar, llegando incluso a enviar en 1538 a uno de sus mejores oficiales,  a contratar los servicios de Jaradin Barbarroja, no lográndolo por causas políticas o quizás económicas. Aún cuando era practica de las casas  reinantes       reservar las ganancias piratescas a los navíos de la corona, Carlos V concedió algunas patentes particulares entre ellas al castellano Juan Cañete, avecindado en Mallorca, éste era tan cruel y despiadado en sus incursiones que, entre las madres de Argel quedó por refrán cuando querían asustar a sus hijos si éstos se ponían pesados <<Azeute caychi Canete>>, es decir <<Calla, que viene Cañete>>. La lista de los piratas y corsarios que sirvieron a los intereses españoles es demasiado extensa y además está fuera de las intenciones de este trabajo, por ello creemos que con los sucintos ejemplos que hemos narrado, el lector tendrá una idea aproximada de la importancia del negocio de la piratería y el corso para las coronas de la época.

LAS CARABELAS EN  CANARIAS

Las arribadas de piratas, corsarios y esclavistas que llegaron a Canarias en épocas históricamente modernas, fue muy numerosa, generalmente están recogidas en las crónicas como viajes de descubrimientos o comercio pacífico. Nada más lejos de la realidad, ni siquiera cuando estas arribadas eran fortuitas por causas de temporales. Las rutas a las islas eran conocidas desde la más remota antigüedad, por ellas pasaron y posiblemente se establecieron esporádicamente fenicios, iberos y romanos, éstos últimos como herederos por conquista del Imperio marítimo y comercial de Cartago.

   Por otra parte las rutas a las islas Canarias eran sobradamente conocidas por los Maszigios (Beréberes), cuna de las etnias Guanche. En la baja edad media, ya las costas de las islas eran visitadas por genoveses, gaditanos, aragoneses, mallorquines, normandos y posteriormente castellanos, a todos ellos les movía el mismo fin, las razias de ganados y sus pieles (Cordobanes), Orchilla, Cauris etc. pero muy especialmente las razias de lo que para ellos era simple ganado humano, efectivamente, la mayor fuente de ingresos económicos la obtenían del apresamiento y posterior venta de los nativos canarios. De este inhumano comercio, la historiografía nos ha legado abundante información pero en este trabajo sólo trataremos de algunos de los que, de manera explícita se hace mención a las carabelas como medio de transporte empleado para el arribo a las islas.

   Era práctica habitual en los reyes católicos el castigar a sus súbditos díscolos, (siempre que los delitos cometidos no fuese de falsificación de monedas o de atentados contra la realeza) con penas ligeras y casi siempre en servicio de la corona- algo así como  la obligación de prestar servicios sociales a la comunidad, en sustitución de penas leves que se aplican hoy en día-. Por allá en las costas andaluzas, y más concretamente en la villa de Palos, estaban dos hermanos bastantes traviesos que importunaban el sosiego de sus majestades por las continuas quejas que de ellos recibían, por las frecuentes travesuras con éstos se entretenían. Estos chicos eran dos hermanos llamados Martín Alonso y Vicente Yánez Pinzón, tenían su campo de juegos en el mar de Levante. Donde  pasaban el tiempo abordando y saqueando cuantas naos se les ponían a su alcance, sin distinguir entre moras o cristianas, estas travesuras colmaron la paciencia de los católicos monarcas, y doña Isabel que debía estar hasta el moño de estos angelitos, después de recibir las quejas del asalto por parte de éstos de una nave catalana y otra genovesa, les castigó-conjuntamente con su villa natal de Palos, a aportar dos carabelas y sus personas para una expedición que preparaba un tal Cristóbal Colón, quien  pretendía descubrir  una nueva ruta hacía Cipango, lugar de procedencia de las ricas especias; ruta que, Colon, pretendía abrir por el Occidente, y cuya organización estaba patrocinada por su majestad Isabel la Católica.



  Los hermanos Pinzón, aceptaron el maternal castigo a regañadientes como demostraron sobradamente durante la travesía, durante la cual mantuvieron continuos enfrentamientos  con el futuro almirante, pero sobre todo cuando de rebote tocaron en unas islas a las que llamaron las Indias.

   Llegados a esa tierra para ellos nueva, los hermanos Pinzón hicieron gala de sus talantes de chicos mimados y malcriados, desobedeciendo a su maestro don Cristóbal Colón, y marchándose a rapiñar por  cuenta propia cuanto oro e indios encontraron en su camino, lo que motivó el enfado de don Cristóbal, quien deseando dejar bien claro hasta que punto estaba decidido a hacerse respetar como jefe de la expedición, dando ejemplo en  Rodrigo de Triana, al castigarle privándole del jubón y escudo de oro que le correspondía por haber sido el primero en avistar tierra según la promesa que había hecho don Cristóbal.

    La vocación de tratantes de esclavos estaba bien arraigada en la villas de Palos y Moguer, de hecho, hacia muchos años que las carabelas de ese puerto efectuaban correrías por las islas  Canarias y estaban en buenas relaciones con los señores de las islas de señorío. Fernán Peraza, primogénito de Diego de Herrera, y señor de la llamadas islas de señorío, en su desmedido afán de rapiña no dudó en apresar a una gran parte de sus súbditos bajo el falaz pretexto de que iban a armar una carráca, hizo entrar en la isla de la Gomera unas carabelas de Palos y Moguer, con cuyos capitanes ya se había concertado anteriormente, para el traslado y venta en España de los gomeros cautivos. Esta indigna acción propia de la baja catadura moral de Fernán Peraza, motivó que, el Obispo del Rubicón, interpusiera demanda ante el trono en defensa los gomeros esclavizados. Por una Incitativa en Jerez de la Frontera con fecha 18 de Octubre de 1477, a los doctores Andrés de Villalón y Nuño Ramírez de Zamora oidores de la audiencia y miembros del concejo real, para que determinaran en la demanda del Obispo, ya que los vecinos sacados de la Gomera fueron llevados a las villas de Palos y Moguer.

   Cinco meses después  el mismo tribunal cursa una orden a las justicias de Sevilla, e islas de Canaria y La Gomera, para que ejecuten la sentencia pronunciada por los doctores Andrés de Villalón y Nuño Ramírez de Zamora, en el pleito habido entre don Juan de Frías, Obispo del Rubicón y de las islas de Canaria, los capitanes de carabelas Alfonso Gutiérrez, Juan Martínez Nieto, Diego Gil, Alonso Yánez Nainas, Juan de Triana y Juan Martínez de las Monjas, todo vecinos de las villas de Palos y de Moguer, por la que condenaron  a éstos a pagar las costas y a poner en libertad a los 99 gomeros que habían apresado en la isla de La Gomera. El Obispo alegó en defensa de los Canarios que, éstos eran cristianos, recibían los sacramentos y pagaban a la iglesia el diezmo de sus cosechas y ganados, los esclavistas alegaron que el Obispo no era parte para hacer tal demanda.

   Podemos ver como la sentencia no hace mención del principal inductor y autor material de la razzia, el señor de la Gomera Fernán Peraza, tampoco indica si los gomeros han de ser devueltos a su isla de origen ni como, lo que suponía dejar a estos infelices en las manos de quienes los hubiesen comprado, pues sólo en un país desconocido y sin recursos continuaban siendo presas fáciles  para los mercaderes, los 99 gomeros que  arribaron con vida en las seis carabelas.

   De todas maneras es fácil suponer que los referidos capitanes no cumplirían con las penas impuestas al ser amparados y defendidos por la fraternidad de corsarios y piratas denominada “La Santa Hermandad de las Marismas”.

   Los jóvenes reyes católicos,  han sido ensalzados por algunos autores como protectores de los indígenas de los pueblos que por ellos fueron sometidos y expoliados, pero la verdad es que   no tuvieron reparo en fomentar las razzias de esclavos, ganados y cuanto pudiese tener algún valor económico, en las costas africanas, si con ellos podían alimentar las siempre hambrientas arcas reales. El 7 de julio de 1479, en Trujillo, se expide carta de seguro (patente de corso) a favor de Alfonso de Salvatierra a quien se le ordena armar un carracón y dos carabelas para hacer la guerra a Portugal, concediéndole a Alfonso las presas que hiciese, exceptuando el quinto de las  efectuadas en la Mina y en Canarias, que debía ingresar en las arcas reales.

   Un intento de apoderarse de una carabela mediante argucias legales, el promovido por el capitán y traficante de esclavos Pedro Verde  (azote de los menceyatos de Tahoro y Tacoronte, donde efectuaba frecuentes razzias, guiado por los guanches Ibaute de Naga), avecindado en la isla de Gran Canaria, alegando deudas por fletes consiguió que las autoridades embargaran la carabela de la cual era capitán. El propietario de la misma  era otro pirata, Pedro Fernández de Saavedra, veinticuatro de Sevilla, éste consiguió el  levantamiento del embargo de la nave por orden cursada a las justicias de  Sanlúcar de Barrameda, expedida en Santa Fe con fecha 2 de mayo de 1492, en sus alegaciones dijo que dicha carabela procedía de las islas de Canaria y venía al mando del dicho Pedro Verde, y que no le adeudaba cantidad alguna, y sí todo lo contrario. 

   Es más que posible que el corsario y Veinticuatro de Sevilla Pedro Fernández de Saavedra, fuese un portugués que unos años antes había sido protagonista de la violación de una dama canaria. Este hecho recogido por A. Millares Torres en su monumental obra “Historia General de las Islas Canarias”, creemos que es interesante reproducirla porque nos ayuda a comprender la doble moralidad en que se desarrolla la sociedad europea y, por extensión la incipiente de canaria en el siglo XVI.

   El conde de La Gomera, don Guillén en sus años mozos, se ve obligado a trasladarse de su feudo de La Gomera a la isla de Gran Canaria, para allí hacer frente a los diversos pleitos que el joven Conde promovía continuamente. Durante su estancia en la isla conoció a una bella joven llamada doña Beatriz Fernández de Saavedra, el Conde don Guillén quedó prendado de la joven dama, por lo cual decidió hacerla suya, comenzó a cortejarla y con falsas promesas de matrimonio y aprovechando la candidez de la dama consiguió seducirla de tal manera que la convirtió en su amante, teniendo con ella tres hijos, llamados don Fernando, doña Ana y doña Catalina, que llevaron los apellidos de Sarmiento, Peraza y Ayala. Pero como de casta le viene al galgo, don Guillén, fiel seguidor de su padre en cuanto a ruindad de espíritu y desordenados apetitos, antepone su ambición de poder y riqueza a las promesas dadas a doña Beatriz, y abandonado a su desgraciada victima, se traslada a España donde se casa en Jerez de la Frontera con su prima doña María de Castilla, hija del Corregidor de aquella ciudad don Pedro Xúarez de Castilla. La joven doña María aportaba  en dote dos millones trescientos mil maravedies, cantidad que liberó a don Guillén de cualquier escrúpulo en el supuesto de que lo tuviese.

   Volvamos a Pedro Fernández de Saavedra, <<Entre las personas destacadas que formaban el séquito a doña Inés Peraza en su primer viaje a Lanzarote se distinguía su primo, Luis González Martél de Tapia, a quien nombró gobernador de la isla del Hierro. Casóse allí con una bellísima isleña y de esta unión nació Rufina de Tapia, tan bella como su madre. Andando el tiempo esta joven casó a su vez con Diego de Cabrera, gobernador de Lanzarote, y por segunda vez en Canaria con el portugués Manuel de la Noroña, hermano Simón González de la Cámara, gobernador de La Madera. Tratando de volver al Hierro y esperar allí órdenes de su ultimo marido, salió de Las Palmas con dirección al puerto de las isletas, donde debía embarcarse, acompañada de una vistosa comitiva.

   Rondaba por entonces estos mares un hidalgo lusitano, llamado Gonzalo Fernández de Saavedra, con dos carabelas armadas en corso asaltaba las embarcaciones, robando y saqueando cuanto al paso encontraba y llevando el terror hasta los mismos pueblos litorales de las islas. Este corsario, que se apreciaba de galante y guapo, al tener noticia del viaje de Rufina quiso aprovechar la ocasión y, desembarcando en la playa del puerto atacó de improviso la comitiva dispersóla, y apoderándose de la hermosa herreña se encerró con ella en la ermita de Santa Catalina y por la fuerza húbola>>.

  El fruto de esta violación fue doña Beatriz de Saavedra, educada por su madre en Las Palmas a la cual el conde de La Gomera amó, persiguió y abandonó una vez conseguido sus propósitos.

   Doña Beatriz, perdidas las esperanzas de que el Conde cumpliese sus promesas, se retiró a la isla de La Palma, dedicándose a criar y educar a sus hijos, los cuales andando el tiempo tuvieron destinos dispares, don Fernando, vivió pobre y olvidado en Sevilla, quizás cargando con el estigma de su nobleza bastarda, doña Ana casó en La Gomera, con don Diego Prieto Melían, y doña Catalina, en La Palma con el regidor Juan Alonso Carrasco.

   El corsario azote de la corona española Juan Florint, poco tiempo antes de hacerse a la altura de las Azores, con el tesoro de Moctezuma, que el genocida de Hernán Cortés remitía a la corona española como parte de los despojos que a ésta correspondía, patrullaba las aguas canarias con siete naos armadas en guerra, en 1522, se presentó en el puerto de las isletas, teniendo buen cuidado en quedar fuera del alcance de los cañones del fuerte de las isletas, único que había en aquel litoral, durante varios días estuvo el corsario merodeando por la zona hasta que vio acercarse una escuadrilla que venía de Cádiz con familias y mercaderes y de cuya llegada tenía conocimiento por sus espías, también viajaba en ella como pasajero el Obispo de Santa María de la Antigua de Darién, Fr. Vicente Peraza, a quien se había expedido bula por el papa León X con fecha 5 de diciembre de 1520.

   La experiencia vivida por el Obispo al caer en manos del corsario Florint, -como veremos más adelante-, le indujo a redactar su testamento en Las Palmas de Gran Canaria el 24 de agosto de 1522, en el declara ser hijo del señor Pero Fernández Saavedra y de doña Constanza Sarmiento, difuntos, reconoce y declara que después del fallecimiento de su madre le pertenece la sexta parte de la sucesión como a uno de cinco herederos y después de fallecido su padre la quinta parte de la herencia, que su padre hubo por fin de doña Inés Peraza, su hermana, como padre de ella, por tanto por esta hace donación a su hermano Fernán Darias Saavedra, de las sucesiones en las islas de Lanzarote y Fuerteventura, con todo lo que las dichas islas han rentado después de diferidas las sucesiones, con la jurisdicción alta y baja y mero mixto imperio, con todo lo anejo y perteneciente a la jurisdicción y con todas las rentas y provechos, derechos y orchillas, y a su hermano Sancho de Herrera, de toda la parte que le pertenece por tal concepto en la Villa de Alcalá de Juana de Orta?. Término de Sevilla, con todo lo que la villa a rentado después de diferida la sucesión con toda la jurisdicción alta y baja, mero mixto imperio.    

   Florint, dio caza y apresó la flota a la vista de la ciudad. El gobernador-que en aquel momento era don Pedro Xúarez de Castilla, suegro de Guillén, conde de La Gomera- ordenó armar cinco naos que se encontraban en puerto y  puso la flotilla  bajo el mando de los hermanos Arriete y Juan Perdomo de Bethencourt. Salieron en persecución de los corsarios y la flota apresada por éstos, dándoles alcance a la altura de la rada de Gando, donde los franceses entraban con su presa. Se trabó un encarnizado combate, viéndose al fin obligados los corsarios a abandonar la escuadra española que habían apresado, retirándose con sus naves al sur de la isla donde repararon tranquilamente la avería que sufrieron durante el combate de Gando. Una vez reparadas sus naves se hizo rumbo a las Azores, con tan buena fortuna que apresó a dos buques que transportaban el tesoro de Moctezuma, como hemos dicho.      

     Un clásico acto de piratería encubierta, fue la protagonizada por un gobernador de Gran Canaria, quien valiéndose de su posición y de unos “hombres de paja” de su confianza desposeyó de su carabela al propietario y piloto, bajo la pueril acusación de que llevaba a bordo a un malhechor, embargada la carabela y tras una inusual rapidez en los trámites, la nave se subastó a muy bajo precio siendo adquirida por una persona de confianza del gobernador. Ante esta tropelía, algunos vecinos y regidores de la isla denunciaron el hecho ante el Consejo de Castilla, más que por lo justo o injusto de la acción, por cuidar sus intereses ya que la carabela embargada procedía de la isla de La Madera, con la cual se mantenía un intensivo comercio, ante la posibilidad de que las carabelas canarias fuesen objeto de represalias por parte de los habitantes de dicha isla. Con fecha 23 de abril de 1513, el consejo de Castilla cursa orden a los escribanos de Gran Canaria para que remitan al Consejo los autos promovidos por el gobernador de la isla contra el dueño de la carabela Pies de plata, y que el gobernador  tenía dedicada a fletes. Los autos ante el Consejo de Castilla fueron gestionados por el licenciado y regidor de Gran Canaria, Fernando de Aguayo, como procurador de algunos vecinos y regidores.

   Las guerras entre países europeos inevitablemente repercutían negativamente en el comercio con  Canarias, siendo victima de los continuos ataques navales por parte de los corsarios y piratas de las naciones beligerantes que perturbaban el tráfico entre islas y, además asaltaban puertos y ciudades. Como estas guerras eran frecuentes y España según el estado de ánimo del rey de turno y aún en ocasiones con el mismo rey, nunca se sabía  con certeza cuando se estaba en paz o en guerra con Francia, Inglaterra o Portugal, principales antagonistas del imperio español. Así en 8 de mayo de 1514, el Consejo de Castilla remite al gobernador o juez de residencia de Gran Canaria, licencia para que pueda desembargar 20 cajas de azúcar y 9 pipas de remiel, que fueron tomadas como mercancías pertenecientes a súbditos franceses, en una carabela procedente de Tenerife, dicha carabela entró de noche en el puerto de las isletas sin amainar velas ni enviar la vara a la fortaleza, tal como disponen las ordenanzas de Gran Canaria.

   La licencia es concedida a petición del antiguo gobernador de la isla López de Sosa, quien había dado seguro a dos naos francesas de mercancías, de las tres que se encontraban en los diversos puertos de la isla, antes de que se publicase la guerra con el rey de Francia, y que, una vez que se recibió el traslado autorizado de la declaración de guerra y una carta del Obispo de Oviedo, despidió a las que estaban bajo seguro, previa la entrega de fianzas, y puso a recado del capitán Guity a la que no lo estaba, de la que partió el ataque contra la carabela de Tenerife.

   La captura de esclavos era la manera más rápida para amasar fortunas, por ello los mercenarios conquistadores no renunciaban a tan fáciles e inhumanos métodos  a pesar de que gozaban de grandes repartimientos de las mejores tierra en las islas conquistadas. Una de las sagas de éstos esclavistas fue la fundada por el nefasto Alonso Fernández de Lugo, a cuya desmedida ambición no le bastó el conquistar y esclavizar a las islas de La Palma y Tenerife, sino que, además creó en Canarias escuela en la práctica de las cabalgadas en el continente. Uno de los fieles discípulos en esta actividad fue su hijo don Pedro Hernández o Fernández de Lugo, quien tenía bien asumido que las obligaciones fiscales no iban con él, por lo cual no acostumbraba a hacer declaración de las rentas que le proporcionaba su actividad laboral como pirata, corsario y esclavista. Esta actitud de don Pedro para con el fisco real, motivó que la corona le llamase capitulo, mediante una orden  emitida por el Consejo en Segovia, el 15 de septiembre de 1518 y, dirigida al licenciado Bricianos, juez de residencia de Tenerife y La Palma, para que requiriera a don Pedro Hernández o Fernández de Lugo, vecino de Santa Cruz de La Palma, la entrega del quinto y lo que pertenece a la casa y fisco real de la cabalgada y presa que capturó en Berbería.

   El licenciado Pedro Ruiz, procurador fiscal, informó que, hacía dos años, el citado Pedro Hernández de Lugo, como capitán armó una carabela para ir a Berbería. Allí obtuvo importante presa de “muchos Moros”, además de asaltar en alta mar a un indio (?) que se dirigía a Berbería tomándole el navío, oro, plata y mercancías. El quinto de la cabalgada y los bienes tomados al indio fueron evaluados en 2.000 ducados de oro, cantidad que don Pedro no ha querido pagar, habiendo vendido los bienes.

    Las actividades de mercaderes, receptadores, y gobernadores, frecuentemente concurrían en las mismas personas, sin que el aspecto moral de la cuestión perturbara el sueño de los implicados. No obstante el Consejo de Castilla estaba obligado a guardar las formas por lo que, de vez en cuando, trataba de dar alguna leve reprimenda. Así el 29 de septiembre de 1518, encarga al gobernador de Gran Canaria que castigue el robo perpetrado contra unos sufridos portugueses, a quienes le interceptaron la carabela y robaron las mercancías que transportaban, compuesta de sebos, pellejos y otras cosas  que, posteriormente fueron vendidas a Fernán Arias Saavedra, señor de Lanzarote.

    Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, así reza el adagio, aunque, éste no habría sido del gusto (si lo hubiese conocido) de uno de los mayores esclavistas y  ladrones que jamás han pisado Canarias, don Alonso Fernández de Lugo, éste se siente agravado en sus derechos, y recurre a través de sus procuradores en demanda de sus supuestos derechos al Consejo de Castilla. Éste en 5 de enero de 1521, cursa una incitativa al gobernador o juez de residencia de Gran Canaria para determine y dé cumplimiento de justicia a la demanda  que plantea el Adelantado de Canarias, don Alonso Fernández de Lugo, Éste informó que su hijo don Pedro, capitaneó una armada hacía Berbería, hacía nueve o diez meses, con 17 carabelas, en la que también iba Hernán Darias. El citado Darias, además de avisar a los moros, se alzó con los quintos de la cabalgada que correspondían al Adelantado, los cuales reclama ahora.



   Los puertos por muy organizados y guardados que estén no se le libran de la audacia y temeridad de piratas y corsarios, quizás uno de los puertos mejor organizados de la época era el de Cádiz, en el se dio uno de los golpes más audaces. Estado en dicho puerto un navío del rey de Portugal, el  Santa Catalina, a éste le fue robado un cargamento de barriles de clavo y especiería procedentes de Las Indias, además de algunos pasajeros, siendo trasportadas personas y mercancías a la carabela San Lorenzo, de la que era maestre Diego Pérez, vecino de Simes (en el Algarve), quien una vez efectuada la faena puso rumbo a las islas Canarias donde con toda seguridad encontraría comprador seguro para las mercancías robadas, al llegar, las mercancías fueron embargadas a petición del portugués Simón Rabelo. El 23 de mayo de 1521, se cursa orden a los gobernadores de Gran Canaria, Tenerife y La Palma, para que entreguen dichas mercancías a quien tenga poder del rey de Portugal. Cuatro meses después el gobernador de Tenerife y La Palma, el infando Alonso de Lugo, recibe orden del Consejo de Castilla para que entregara  Simón Rabelo, caballero de la casa del rey de Portugal, a los culpables y las mercancías robadas en la carabela de éste y que,  posteriormente fueron llevados a Tenerife, solamente se recuperaron nueve barriles de especias y se detuvieron a algunos de los piratas, del resto, jamás se supo.

   A marea revuelta ...ganancia de pescadores. A algunos patricios tinerfeños se les presentó una oportunidad para mostrar su amor patrio y de paso sacarse algún dinerillo extra. Aprovechando otra de las habituales guerras que servían de entretenimiento a los reyes  europeos. En esta ocasión Fernando el Católico bastante molesto porque el rey francés se entró sin su permiso en sus huertas de Navarra y Logroño, además de otros lugares, decidió castigar tal atrevimiento dando carta blanca a todos sus súbditos para pudiesen patear las huertas francesas, para lo cual cursó la siguiente invitación:  <<Burgos 24 de Septiembre de 1521, Sobre carta de otra dada en Bruselas (8-VII- 1521) y dirigidas a las justicias del reino, por la que se da licencia a todos los súbditos para que hagan guerra, por mar y tierra, al rey de Francia. Éste, a pesar de las paces establecidas con el rey Católico, rompió la paz, aprovechando la ausencia del y los movimientos pasados, al enviar a sus ejércitos a tomar Navarra, cercar Logroño y ocupar cuatro lugares>>. Ahora, Bartolomé Benítez de Lugo, vecino y regidor de Tenerife señala que, en 1514, estando vigentes las citadas paces, le fue robado, por ciertos franceses y bretones, el cargamento que llevaba en la carabela Santa María de la Piedad. Consistía en 2.000 arrobas de azúcar, además de dos jarros y dos tazas de plata, que pesaban más o menos 13 marcos, y cuyo valor era de 4.000 ducados de oro, así como ropas y cosas de sus criados, por valor de  500 ducados. Por lo que Benítez solicita sobre carta para hacer la guerra, por mar y por tierra, y así recuperar lo perdido>>. A continuación van las firmas de los miembros del Consejo. Zapata. Santiago. Coalla. Guevara. Acuña. Tello. Juan Ramírez.

  Las relaciones de determinados poderosos de las isla con piratas, negreros y corsarios, data  de tiempo anteriores a la conquista de las islas “mayores”. Esta ampliamente documentada estas relaciones, aunque no suficientemente conocidas, por ello nos ocuparemos del tema más ampliamente en otro lugar. La condición de receptores ejercidas por estos poderosos, hacían posible no sólo la aguada y reposición de víveres, sino además toleraban en las islas la venta del fruto de las rapiñas, en completa connivencia de regidores, jueces y capitanes generales. Quienes permitían la descarga y venta de los productos robados a cambio de suculentas participaciones en los beneficios y,  amparando estas operaciones bajo el eufemismo de “mercaderes”.

   El señor de Fuerteventura y Lanzarote, don Hernán Darias de Saavedra, no sólo fue un reconocido receptor de mercaderías ilícitas, sino que, además no hacía ascos a practicar él mismo la piratería con tal de sacarse algunos  ducados extras para ir tirando. Las quejas llegadas a la corona sobre las actividades de Hernán Darias, activó la actuación del Consejo de Castilla en varias ocasiones, pero las disposiciones de dicho Consejo fueron cumplidas por el señor feudal en pocas o ninguna ocasión. Una incitativa dirigida al gobernador o juez de residencia de Gran Canaria, pedía que se cumplimentara en justicia una reclamación presentada por Antonio Cerezo, Polo de Morteo y Pedro Capello, estos piratas y esclavista, en condición de mercaderes,  reclamaban a Hernán Darias de Saavedra. Los primeros habían encomendado al maestre Martínez, algunos esclavos, y otras mercancías para que los llevase a rescatar a la Torre de mar Pequeña y otros puertos, como era costumbre desde hacía mucho tiempo, Hernán Darias envío contra la nave de los mercaderes a unas carabelas armadas y con mucha gente y la detuvo con el pretexto de que llevaban armas para vender a los moros. Poco tiempo después liberó al maestre, pero los esclavos y resto de la mercancía continuaron en poder Darias. A pesar del requerimiento del Consejo, las mercaderías apresadas por el señor de Lanzarote y Fuerteventura, pasaron a engrosar su dinero de bolsillo.

   Las frecuentes correrías que corsarios y piratas hacían por los mares del Archipiélago, atraídos por el comercio del azúcar y por el incipiente comercio de la metrópolis con América, cuyas naves recalaban por estos puertos para repostar y tomar o dejar mercancías, tanto en la ida como en el tornaviaje, era campo abonado para la depredación de los denominado “mercaderes”, quienes hacían su agosto a costa de las naves comerciales prescindiendo de sus países de orígenes, para proteger en lo posible a las naves que faenaban en la bahía de Santa Cruz, en aquellos primeros tiempos del puerto de La Laguna se cursaron instrucciones al Adelantado en los siguientes términos: <<Burgos, 28 de Agosto de 1512. Orden a don Alonso Fernández de Lugo, gobernador de las islas de Canaria, para que provea lo necesario para la defensa del puerto de Santa Cruz, en la isla de Tenerife, ya que se ha informado que hace falta construir una torre como la que existe en Gran Canaria, porque el tiempo de guerra se llevan las naos y carabelas que hay en él, que suelen ser muy numerosas>>. (Siguen los nombres de los consejeros) Conchillos. Muxica. Santiago. Palacios. Rubios. Polanco. Aguirre. Sosa.

   El adelantado cumplió la orden comprando e instalando en el modesto castillo dos cañones, los cuales pagó el cabildo de la isla, pero andando el tiempo, don Alonso que no tenía bien claro la línea que separaba las propiedades públicas de las privadas, vendió los cañones a un navío portugués como si de cosa propia se tratara.

   El Adelantado de Canarias Alonso Fernández de Lugo, empleó como medio de transporte en sus frecuentes expediciones al continente a la captura de esclavos, como navíos preferidos a las carabelas, e incluso llegó a tener dos de ellas en su poder, pero esa  es otra historia...





   

    

  

    

  
  
  

  

    






                                                                                      



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