Eduardo Pedro García Rodríguez
La carabela fue una nave muy versátil de uso muy extendido
en el mediterráneo durante la baja edad media hasta bien entrado el siglo XVI.
Fueron además las primeras naves europeas que navegaron por el Atlántico en la
alta edad media y, fueron naves de este tipo las que condujo Cristóbal Colón en
su mítico viaje en busca de Cipango, con ánimo de conseguir una ruta más corta
hacía los países productores de especias; y que, casualmente le llevó a
descubrir para los europeos de la época el continente Americano.
Con toda
seguridad la carabela deriva de los cárabos turcos y beréberes-Mazighios los
cuales eran usados por los árabes y beréberes establecidos en la Península Ibérica ,
para el transporte de cabotaje, la pesca y el comercio en el mediterráneo,
siendo también empleados por su ligereza y versatilidad, al corso o a la
piratería, actividad ésta profusamente desarrollada por los reyes y nobles en
la baja edad media.
Las
especiales características de las carabelas, tanto por la forma de su casco
como por sus proporciones, unidas a las características de su aparejo, las
hacían particularmente aptas para navegar varloteando. La típica carabela
portuguesa tenía un desplazamiento de 60 toneladas, 75 pies de eslora entre
perpendiculares, 25 de manga, dos o tres mástiles aparejados con velas latinas,
sin bauprés y sin trinquete; el mayor en la medianía, izaba una entena de largo
igual a la eslora. En el siglo XIII, había en Portugal carabelas latinas
dedicadas a la pesca y al comercio de cabotaje. Después en el siglo XV, los
portugueses las perfeccionaron a la vista de las experiencias de sus viajes
depredadores a lo largo de las costas del continente africano. Grandes maestros
en el arte de la construcción y gobierno de las carabelas, guardaban
celosamente en secreto cuanto a ellas se refería; si embargo las gentes
marinera de la Baja
Andalucía también las conocían bien (herencia dejada por los
árabes, al igual que en Portugal)
Para evitar
intromisiones extranjeras en las aguas y costas que iban explorando los
portugueses- como algunos milenios atrás habían hecho los fenicios- hicieron
correr la voz de que sólo carabelas podían emplearse en aquellas navegaciones,
y que a los navíos redondos les era imposible dar la vuelta, en el supuesto que
lograran arribar a Guinea. Para Portugal era vital el mantener el monopolio de
la explotación de los recursos naturales y el tráfico de esclavos en las costas
africanas, y para ello sus reyes y magnates no dudaban en hacer correr los más
inverosímiles bulos sobre supuestos
peligros terribles del mar tenebroso. A propósito de esto las crónicas recogen
que en la expedición de Diego de Azambuia, la cual salió del puerto de Lisboa
el 12 de diciembre de 1481, figurando en ella hombres que en el futuro, habrían
de dar lustre a la marina portuguesa como, Bartholomeu Días y Joao alfonso de
Aveiro. La escuadra se componía de noventa carabelas, más dos urcas de
transporte, éstas convoyadas por Pedro de Evora, con el encargo de unirse a la
flota en la bahía de Bezeguiche, al sur de cabo Verde; las urcas, de 400 toneladas, habían cargado
artillería, piedra y madera para la construcción de fortalezas en la Mina ; cumplido el objetivo se
destruyeron las urcas para dar apariencia de realidad a la leyenda de que
únicamente las carabelas volvían de allí.
Relacionado
con la misma leyenda se cuenta que durante una comida el rey de Portugal,
hablaba aparentemente sin darle importancia, de que si algún barco de aparejo redondo
se atrevía a emprender viajes parecidos a los de las carabelas, jamás
regresaría. Al escuchar esto el célebre piloto Pero de Alemquer, contestó que
él se comprometía a la vuelta con cualquier clase de navío por grande que éste
fuera, lo cual refutó enseguida el soberano diciendo que ahí estaba el ejemplo
de lo sucedido a las urcas, y ante la insistencia de Alemquer, manifestando que
se hallaba dispuesto a probarlo, el rey le atajó con brusquedad diciéndole:
<<A un pecho villano no hay cosa que no le parezca que hará y al fin no hacer nada>> Terminada la comida, el
soberano mandó llamar a Alemquer, y en privado le dio la razón, aunque
recomendándole silencio acerca del asunto pues así convenía a su real servicio.
Comparadas
con las naos, las carabelas tenían superior alargamiento y carecían de
castillo. En el siglo XV izaban velas latinas en todos los palos, cualquiera
que fuese el número de ellos, si bien, en determinadas circunstancias de viento
en popa, también largaban treos, más adelante se les proveyó de cofa y aparejo
redondo, ya sólo en el trinquete o en éste y el mayor, llamándose las últimas
según opinión de Quirino de Fonseca y de Guillén, carabelas redondas o
carabelas de armada-según otros autores, carabela de armada era la
perteneciente al Estado-. Existía un tercer tipo con tilla, éste era denominado
por el capitán de navío Guillén, como carabelas al modo de Andalucía,
pero por sus características creemos mejor denominarla carabelas-naos,
por representar una especie de navío intermedio y tener además aparejo redondo.
A pesar de
ser un buque conocido y utilizado por las marinas europeas durante siglos, no
todos los autores están de acuerdo en que la carabela fue un barco de
características peculiares, así Fernández Duro, sustentaba la opinión de que la
voz “carabela” se aplicaba a cualquier buque de pequeño tonelaje apto para
descubrir, negando así mismo que en las Partidas se mencionaran, sin
embargo en ediciones de la mayor solvencia se puede comprobar que se nombran
(Segunda partida, tit. XXIV, ley VII). También son innumerables las citas
posteriores: en la provisión dirigida a los vecino de palos obligándoles a
contribuir con dos a la empresa del descubrimiento, en el propio diario de
Colón y en autores como el Padre de las Casas, Fernando Colón, Fernández de
Oviedo, Andrés Bernáldez, Pedro Mártir de Anglería, López de Gomara...En la
relación de las naos, galeras, etc., que se haya de azer la jornada
de Inglaterra (Ms. Urbin A., 829, pág. 622, Bbbl. Vat.) : <<De la
costa de España desde Málaga a Ayamonte, de Carauelas descubiertas, varcones, y
chalupas de pesquería, 50, de 80 toneladas cada una>>. En los
Servicios de capitanes Nodales (Madrid 1622): <<Hallando en el cabo
Finisterre una grande nave, y una carabela de ingleses peleó con ellos...>>. Crescentio, en su Náutica Mediterránea,
publicada en Roma, al proponer en 1607 la transformación de sus galeones en
carabelas de armada, dice que éstas son cierta suerte de navíos usados por el
rey de Portugal en la flota de Indias para custodiarla contra los ataques
corsarios; y que estas carabelas, o pequeñas naves, tienen cuatro palos además
de un botalón ; en el trinquete izan dos velas cuadras y las latinas en los
otros tres palos, con las cuales <<caminan contra el viento como hacen
las tartanas en este mar>>. Son frecuentes los despropósitos al tratar de
las carabelas; Sauvage, en una nota al libro VIII, capítulo I, de las Memoires,
de Commynes, definía a las carabelas nada menos que como <<navíos de
mar a vela y remo>>, cuando navegaban exclusivamente a vela y de emplear
remos eran ocasionalmente para ayudarse en una virada o aguantarse contra la
corriente.
La carabela
es conocida tal como ha llegado a nosotros desde el siglo XIII, empleándose
tanto para el comercio como para expediciones militares o para ambos cometidos,
como sucedió con las frecuentes visitas que durante la baja edad media
realizaban a Canarias los navegantes europeos en busca de esclavos. Este tipo
de navíos los empleó Alonso de Lugo, para transportar las tropas mercenarias y
pertrechos necesarios, para la conquista de las islas de La Palma y Tenerife, siendo por
estas fechas cuando ya se apuntaba el ocaso de las carabelas, pues las
navegaciones Oceánicas precisaban de navíos de mayor porte, consumándose en el
siglo XVII, ante el auge de los grandes navíos de línea, las ligeras fragatas y
los estilizados bergantines.
La carabela
fue para los turcos una nave de guerra
alterosa y de construcción desmañada. La regencia de Túnez daba el nombre de
carabelas a una naves de 300 toneladas de porte, dotadas de aparejo redondo y
que portaban unas cuarentas piezas de artillería.
En
Normandía a determinadas barcas de pesca
le aplicaban el nombre carabelas: Caravella o Crevella peschereccia, según
el vocabolario di marina(Milán, 1814), de Stratico. Sus características
eran: quilla, de 34 a 36 pies(11,04 a 11,64 m.); manga, 12 a 13 pies(3,89 a
4,22 m.); puntal 5 a 6 pies(1,62 a 1,94 m.) y eslora total 36 a 40 pies(11,69 a
12.99 m.); la cubierta muy baja arbolando dos palos, el mayor con una vela
cuadra y una gavia, a la altura de 50 a 55 pies(16,24 a 17,87 m.); el palo de
mesana con 30 a 32 pies longitud de(9,94 a 10,39 m.). Izaba también una vela
cuadra, completando el velamen con foques y velas latinas, y su porte de unas
25 toneladas. Eran embarcaciones muy marineras y efectuaban grandes campañas de
pesca.
LAS CARABELAS EN EL CORSO Y LA PIRATERÍA
Hemos visto como
la carabela fue usada desde un principio no sólo para el comercio y la pesca, sino que además sus
buenas dotes marineras fueron aprovechadas para el rentable ejercicio de la
piratería y el corso, tanto por `por armadores y pilotos particulares como por
reyes y poderosos de la civilizada Europa. Como ejemplos ilustrativos, a
continuación transcribimos algunos pasajes ilustrativos.
Quizás una de las
primeras expediciones de corso fue la encomendada por Enrique III (el
doliente), de Castilla a Pero Niño, modesto noble que por su escasa fortuna
tuvo que poner sus talentos al mejor postor, que, en este caso lo fue Enrique
el doliente; Este encargó a Pero Niño, criado de su casa, recorrer el
mediterráneo con una flota compuesta de varias galeras y carabelas. Este
recorrió saqueando y quemando, desde la papal ciudad Avignon a la musulmana Túnez, en el año 1404, y las
costas atlánticas de Inglaterra y Francia, en dos campañas sucesivas 1405 y
1406.
El asesor de la
corona castellana para asuntos corsarios Mosén Diego de Valera, residente en el
puerto de Santa María, aprovechando la guerra con Portugal por la cuestión
sucesoria de Castilla, Valera hacía su agosto asaltando las naves portuguesas
en el Estrecho de Gibraltar. Hacía 1482 juntó una verdadera flota formada por
dos carabelas propias, algunas más reales, varias galeras del conde de Pallares
y mosén Álvaro de Nava y una gran nao vizcaína llamada la Zumaya. Al mando
de la flota puso a su hijo Charles y le envió a dar caza a la Borralla , una nao
de grandes dimensiones, que según sus averiguaciones volvía de Italia,
<<cargada de arneses de Milán e cubiertas e brocados e sedas de gran
valor>>. Pero resultó que la
Borralla iba acompañada por la nao capitana de la
armada de Portugal, bastantes carabelas más y una carraca Génovesa, las cuales
constituían una fuerza superior a la de Diego Valera. En el asalto, las naves
de Valera tomaron la nao capitana, dos carabelas portuguesas y la carraca de
Génova, con sus cargamentos y tripulaciones, y pegaron fuego a la Borralla. En
operación de corso las naves de Valera perdieron solamente al maestre y diez marineros
de la Zumaya.
Los reyes Católicos en su política centralizadora, no
tuvieron inconveniente en reglamentar las hermandades y cofradías de piratas y
corsarios que pululaban por las costas de sus dominios. Con estas disposiciones
se pretendía conseguir dos objetivos, el primero: tener el control regio sobre
los dueños de embarcaciones, y así poder afrontarlos en casos de necesidades de
la política de la corona, cosa que les era de suma importancia para los
proyectos imperialistas que estaba desarrollando en aquellos tumultuosos
tiempos. Segundo: obtener una participación económica en los cuantiosos
beneficios que el ejercicio de la piratería y comercio de seres humanos
producía, implantado para ello el derecho de quintos, sobre las presas
capturadas, tanto en el mar, como en el saqueo de pueblos y ciudades de las
costas de sus enemigos o las de aquellos que, simplemente, no eran católicos al
tiempo que limitaba las actuaciones de armadores y propietarios libres en las
aguas y costas de los recién “adquiridos” dominios americanos. Para ello
debieron desoír los consejos del “asesor” de
los reyes sobre la materia, nuestro ya mencionado mosén Diego de Valera,
quien desde su atalaya marinara de la fortaleza de puerto de Santa María, en
1482 había escrito a los reyes que,<<toda la gente desta
costa verná a vos servir sin sueldo alguno, mayormente si saben que Vuestra Alteza les da lugar que cada uno haya
lo que ganar pudieran>> sugerencias que no fueron atendidas
por Isabel y Fernando, quienes a pesar de tener las siempre
urgentes necesidades económicas que sufrían debido a las continuas guerras
sostenidas con sus vecinos de la península Ibérica; prefirieron tomar
decisiones políticas, dando las licencias o patentes de corso, en función de
los estados de paz o guerra que mantuviesen con portugueses o franceses, en
todo caso, cuando por existir una situación coyuntural de guerra, las licencias
se daban con la condición de que los patentados llevasen a bordo uno o dos
oficiales reales, quines supervisaban las operaciones y controlaba la parte del
botín que correspondía a la corona.
Una consecuencia
inmediata de tales limitaciones, fue la paulatina deserción de los corsarios
españoles de sus puertos de origen. Unos
optaron por enrolarse en las armadas oficiales; otros, como fue el caso de
Pedro de Mondragón, optaron por dar un buen golpe y retirarse. En 1508,
Mondragón secundado por unos cuantos marineros sin complejos, robó un navío en
el puerto de Cádiz y se fue a piratear con él al Cabo de San Vicente. Tras
hacer varias presas menores y cuando y cuando el rey ya había enviado algunas
naves a cazarles, la suerte les puso a tiro una rica carráca portuguesa que volvía de la India cargada de sederías y especias. La
abordaron y saquearon, pusieron proa a Bayona de Francia, vendieron allí la
carga y el barco que tripulaban y desaparecieron sin volver a dar señales de
vida.
Por esas fechas y
en años posteriores fueron muchos los piratas y corsarios que desarrollaron sus
actividades en el mediterráneo y atlántico africano, especialmente en Italia,
terreno abonado por las continuas guerras, donde podían alquilarse al mejor
postor; entre ellos podemos destacar a
los siguientes: Menaldo Guerra, navarro, quien debido a las malas condiciones
del mercado laboral español, se puso a las ordenes de las flores de lis, y en
1494 asaltó con su flota la fortaleza de Ostia, sobre la desembocadura del
Tiber, y se instaló en ella. Las naves
del Papa Alejandro VI, que debían cruzarla para subir o bajar de Roma, se
vieron así sometidas a las extorsiones del corsario y a la presiones políticas
de Francia, hasta que, tres años después las tropas del gran capitán asaltaron
y tomaron la fortaleza haciendo prisionero a Menaldo. Cuando Gonzalo de Córdoba
lo presentó ante el Papa, es de suponer que no recibió un trato benévolo pues,
pues Rodrigo de Borjas era hombre de rencores huertanos, especialmente cuando
les mermaban los bolsillos. Otro corsario camarada de Guerra, y también
Navarro, (ingeniero inventor de la mina de pólvora) luchó en el bando de los españoles hasta que
cansado de lo mal pagado sus servicios prestados en Italia y Berbería, decidió
pasarse a los franceses en 1515, a pesar de sus sesenta años decidió seguir corseando y batallando hasta que para
su mala fortuna cayó en manos de sus antiguos compañeros de armas en las que
murió.
Otro de los
corsarios que campeaban libremente por el mediterráneo, sin que nadie hubiera
logrado hasta el momento exigirle cuentas de sus rapíñas, a pesar de las
disposiciones que sobre el particular dictara Carlos V, quien continuaba
aplicando la política de su abuelo de estatificar el corso, era Pedro
Bobadilla, hijo segundón del Marques de Moya. Este corsario fue fraile antes
que pirata, quien cansado de los grandes esfuerzos que tenía que hacer para
mantener el celibato que le imponía el hábito de Santo Domingo, decidió colgar
éste y lanzarse al mar. Comenzó robando una nao y llegó a juntar media docena
de ellas y unas tripulaciones de medio millar de hombres. Cazaba
preferentemente por el Egeo piezas turcas, pero sin desdeñar naves cristianas,
una de las que cayó en sus manos fue la del tesorero del virreinato valenciano, la que desvalijó con más maña que
fuerza. Tampoco hacía asco a los carabelones de Indias a los que asaltaba y
saqueaba cuando tenía oportunidad para ello. Al <<corsario>> según
llamaban a Bobadilla, le acompañaba siempre en sus correrías una amiga griega,
que a decir de los cronistas de la época
era la mujer más bella de Oriente, y a cuyos pies rendía Bobadilla, lo
mejor de cada presa después del abordaje. Un día se desató una gran tormenta
que hundió la mayor parte de su flota, impresionado decidió abandonar su vida
de infames delitos y acudió a Roma a solicitar el perdón papal. Su Santidad
Julio II se lo concedió con una condición;
no debía regresar al convento sino continuar en el mar, aunque ahora
como general de la flota de galeras vaticanas.
Al estallar la
guerra con Francia en 1521, Carlos V le llamó y lo puso al frente de una
flotilla para que anduviese al corso en el paso de Calais, donde naufragó bajo
las turbulentas aguas del norte.
Otro corsario
poco conocido, pero que asestó uno de los más importantes golpes a la corona
española fue el Toscano, Juan Florín, quien al servicio de Francisco I de
Francia, logró uno de los botines mayores de que se tiene historia, valorado en
58.000 pesos castellanos más la vajilla de oro de Moctezuma, remitidos por
Cortéz a Felipe V, tras la masacre y consiguiente conquista de México, que fue
capturado por Florín a los navichuelos que lo transportaba a la altura de las
islas Azores.
Durante la época
imperial fueron los corsarios y piratas que, si bien en un principio estuvieron
al servicio de la corona, posteriormente, y casi siempre debido a las
injusticias sufridas por parte de ésta, optaron por trabajar por cuenta propia.
Uno de ellos fue el piloto Andrés de Urdaneta, quien el tierras del pacífico
llegó a deponer y entronar príncipes, siendo una continua fuente de
perturbación para los portugueses, hasta que estos cansados de las tropelías de
Urdaneta y sus seguidores, llegaron a un acuerdo con los españoles pagándoles
3.500 ducados de oro a cambio de la renuncia de estos sobre los supuestos derechos
de Castilla sobre las islas Molucas. Cuando tan sólo quedaban diecisiete
castellanos en las islas, Urdaneta se entregó a sus enemigos, conducido a
Portugal estando en Lisboa consiguió escapar a uñas de caballo y llegado a
Valladolid, fue requerido por Carlos V, quien le recibió con todos lo honores y
le encomendó nuevas tareas marítimas. Como se ve Carlos V no tenía escrúpulos
en contratar a su servicio a dudosos aventureros de mar, llegando incluso a
enviar en 1538 a uno de sus mejores oficiales,
a contratar los servicios de Jaradin Barbarroja, no lográndolo por
causas políticas o quizás económicas. Aún cuando era practica de las casas reinantes
reservar las ganancias piratescas a los navíos de la corona, Carlos V concedió
algunas patentes particulares entre ellas al castellano Juan Cañete, avecindado
en Mallorca, éste era tan cruel y despiadado en sus incursiones que, entre las
madres de Argel quedó por refrán cuando querían asustar a sus hijos si éstos se
ponían pesados <<Azeute caychi Canete>>, es decir
<<Calla, que viene Cañete>>. La lista de los piratas y corsarios
que sirvieron a los intereses españoles es demasiado extensa y además está
fuera de las intenciones de este trabajo, por ello creemos que con los sucintos
ejemplos que hemos narrado, el lector tendrá una idea aproximada de la
importancia del negocio de la piratería y el corso para las coronas de la
época.
LAS CARABELAS EN CANARIAS
Las arribadas de piratas, corsarios y esclavistas que
llegaron a Canarias en épocas históricamente modernas, fue muy numerosa,
generalmente están recogidas en las crónicas como viajes de descubrimientos o
comercio pacífico. Nada más lejos de la realidad, ni siquiera cuando estas
arribadas eran fortuitas por causas de temporales. Las rutas a las islas eran conocidas
desde la más remota antigüedad, por ellas pasaron y posiblemente se
establecieron esporádicamente fenicios, iberos y romanos, éstos últimos como
herederos por conquista del Imperio marítimo y comercial de Cartago.
Por otra parte
las rutas a las islas Canarias eran sobradamente conocidas por los Maszigios
(Beréberes), cuna de las etnias Guanche. En la baja edad media, ya las costas
de las islas eran visitadas por genoveses, gaditanos, aragoneses, mallorquines,
normandos y posteriormente castellanos, a todos ellos les movía el mismo fin,
las razias de ganados y sus pieles (Cordobanes), Orchilla, Cauris etc. pero muy
especialmente las razias de lo que para ellos era simple ganado humano,
efectivamente, la mayor fuente de ingresos económicos la obtenían del
apresamiento y posterior venta de los nativos canarios. De este inhumano
comercio, la historiografía nos ha legado abundante información pero en este
trabajo sólo trataremos de algunos de los que, de manera explícita se hace
mención a las carabelas como medio de transporte empleado para el arribo a las
islas.
Era práctica
habitual en los reyes católicos el castigar a sus súbditos díscolos, (siempre
que los delitos cometidos no fuese de falsificación de monedas o de atentados
contra la realeza) con penas ligeras y casi siempre en servicio de la corona-
algo así como la obligación de prestar
servicios sociales a la comunidad, en sustitución de penas leves que se aplican
hoy en día-. Por allá en las costas andaluzas, y más concretamente en la villa
de Palos, estaban dos hermanos bastantes traviesos que importunaban el sosiego
de sus majestades por las continuas quejas que de ellos recibían, por las
frecuentes travesuras con éstos se entretenían. Estos chicos eran dos hermanos
llamados Martín Alonso y Vicente Yánez Pinzón, tenían su campo de juegos en el
mar de Levante. Donde pasaban el tiempo
abordando y saqueando cuantas naos se les ponían a su alcance, sin distinguir
entre moras o cristianas, estas travesuras colmaron la paciencia de los
católicos monarcas, y doña Isabel que debía estar hasta el moño de estos
angelitos, después de recibir las quejas del asalto por parte de éstos de una
nave catalana y otra genovesa, les castigó-conjuntamente con su villa natal de
Palos, a aportar dos carabelas y sus personas para una expedición que preparaba
un tal Cristóbal Colón, quien pretendía
descubrir una nueva ruta hacía Cipango,
lugar de procedencia de las ricas especias; ruta que, Colon, pretendía abrir
por el Occidente, y cuya organización estaba patrocinada por su majestad Isabel
la Católica.
Los hermanos
Pinzón, aceptaron el maternal castigo a regañadientes como demostraron
sobradamente durante la travesía, durante la cual mantuvieron continuos
enfrentamientos con el futuro almirante,
pero sobre todo cuando de rebote tocaron en unas islas a las que llamaron las
Indias.
Llegados a esa
tierra para ellos nueva, los hermanos Pinzón hicieron gala de sus talantes de
chicos mimados y malcriados, desobedeciendo a su maestro don Cristóbal Colón, y
marchándose a rapiñar por cuenta propia
cuanto oro e indios encontraron en su camino, lo que motivó el enfado de don
Cristóbal, quien deseando dejar bien claro hasta que punto estaba decidido a
hacerse respetar como jefe de la expedición, dando ejemplo en Rodrigo de Triana, al castigarle privándole
del jubón y escudo de oro que le correspondía por haber sido el primero en
avistar tierra según la promesa que había hecho don Cristóbal.
La vocación de
tratantes de esclavos estaba bien arraigada en la villas de Palos y Moguer, de
hecho, hacia muchos años que las carabelas de ese puerto efectuaban correrías
por las islas Canarias y estaban en
buenas relaciones con los señores de las islas de señorío. Fernán Peraza,
primogénito de Diego de Herrera, y señor de la llamadas islas de señorío, en su
desmedido afán de rapiña no dudó en apresar a una gran parte de sus súbditos
bajo el falaz pretexto de que iban a armar una carráca, hizo entrar en la isla
de la Gomera
unas carabelas de Palos y Moguer, con cuyos capitanes ya se había concertado
anteriormente, para el traslado y venta en España de los gomeros cautivos. Esta
indigna acción propia de la baja catadura moral de Fernán Peraza, motivó que,
el Obispo del Rubicón, interpusiera demanda ante el trono en defensa los
gomeros esclavizados. Por una Incitativa en Jerez de la Frontera con fecha 18 de
Octubre de 1477, a los doctores Andrés de Villalón y Nuño Ramírez de Zamora
oidores de la audiencia y miembros del concejo real, para que determinaran en
la demanda del Obispo, ya que los vecinos sacados de la Gomera fueron llevados a
las villas de Palos y Moguer.
Cinco meses
después el mismo tribunal cursa una
orden a las justicias de Sevilla, e islas de Canaria y La Gomera , para que ejecuten
la sentencia pronunciada por los doctores Andrés de Villalón y Nuño Ramírez de
Zamora, en el pleito habido entre don Juan de Frías, Obispo del Rubicón y de
las islas de Canaria, los capitanes de carabelas Alfonso Gutiérrez, Juan
Martínez Nieto, Diego Gil, Alonso Yánez Nainas, Juan de Triana y Juan Martínez
de las Monjas, todo vecinos de las villas de Palos y de Moguer, por la que
condenaron a éstos a pagar las costas y
a poner en libertad a los 99 gomeros que habían apresado en la isla de La Gomera. El Obispo alegó
en defensa de los Canarios que, éstos eran cristianos, recibían los sacramentos
y pagaban a la iglesia el diezmo de sus cosechas y ganados, los esclavistas
alegaron que el Obispo no era parte para hacer tal demanda.
Podemos ver como
la sentencia no hace mención del principal inductor y autor material de la
razzia, el señor de la
Gomera Fernán Peraza, tampoco indica si los gomeros han de
ser devueltos a su isla de origen ni como, lo que suponía dejar a estos
infelices en las manos de quienes los hubiesen comprado, pues sólo en un país
desconocido y sin recursos continuaban siendo presas fáciles para los mercaderes, los 99 gomeros que arribaron con vida en las seis carabelas.
De todas maneras
es fácil suponer que los referidos capitanes no cumplirían con las penas
impuestas al ser amparados y defendidos por la fraternidad de corsarios y
piratas denominada “La
Santa Hermandad de las Marismas”.
Los jóvenes reyes
católicos, han sido ensalzados por
algunos autores como protectores de los indígenas de los pueblos que por ellos
fueron sometidos y expoliados, pero la verdad es que no tuvieron reparo en fomentar las razzias
de esclavos, ganados y cuanto pudiese tener algún valor económico, en las
costas africanas, si con ellos podían alimentar las siempre hambrientas arcas
reales. El 7 de julio de 1479, en Trujillo, se expide carta de seguro (patente
de corso) a favor de Alfonso de Salvatierra a quien se le ordena armar un
carracón y dos carabelas para hacer la guerra a Portugal, concediéndole a
Alfonso las presas que hiciese, exceptuando el quinto de las efectuadas en la Mina y en Canarias, que debía
ingresar en las arcas reales.
Un intento de
apoderarse de una carabela mediante argucias legales, el promovido por el
capitán y traficante de esclavos Pedro Verde
(azote de los menceyatos de Tahoro y Tacoronte, donde efectuaba
frecuentes razzias, guiado por los guanches Ibaute de Naga), avecindado en la
isla de Gran Canaria, alegando deudas por fletes consiguió que las autoridades
embargaran la carabela de la cual era capitán. El propietario de la misma era otro pirata, Pedro Fernández de Saavedra,
veinticuatro de Sevilla, éste consiguió el
levantamiento del embargo de la nave por orden cursada a las justicias
de Sanlúcar de Barrameda, expedida en
Santa Fe con fecha 2 de mayo de 1492, en sus alegaciones dijo que dicha
carabela procedía de las islas de Canaria y venía al mando del dicho Pedro
Verde, y que no le adeudaba cantidad alguna, y sí todo lo contrario.
Es más que
posible que el corsario y Veinticuatro de Sevilla Pedro Fernández de Saavedra,
fuese un portugués que unos años antes había sido protagonista de la violación
de una dama canaria. Este hecho recogido por A. Millares Torres en su
monumental obra “Historia General de las Islas Canarias”, creemos que es
interesante reproducirla porque nos ayuda a comprender la doble moralidad en
que se desarrolla la sociedad europea y, por extensión la incipiente de canaria
en el siglo XVI.
El conde de La Gomera , don Guillén en sus
años mozos, se ve obligado a trasladarse de su feudo de La Gomera a la isla de Gran
Canaria, para allí hacer frente a los diversos pleitos que el joven Conde
promovía continuamente. Durante su estancia en la isla conoció a una bella
joven llamada doña Beatriz Fernández de Saavedra, el Conde don Guillén quedó
prendado de la joven dama, por lo cual decidió hacerla suya, comenzó a
cortejarla y con falsas promesas de matrimonio y aprovechando la candidez de la
dama consiguió seducirla de tal manera que la convirtió en su amante, teniendo
con ella tres hijos, llamados don Fernando, doña Ana y doña Catalina, que
llevaron los apellidos de Sarmiento, Peraza y Ayala. Pero como de casta le
viene al galgo, don Guillén, fiel seguidor de su padre en cuanto a ruindad de
espíritu y desordenados apetitos, antepone su ambición de poder y riqueza a las
promesas dadas a doña Beatriz, y abandonado a su desgraciada victima, se
traslada a España donde se casa en Jerez de la Frontera con su prima
doña María de Castilla, hija del Corregidor de aquella ciudad don Pedro Xúarez
de Castilla. La joven doña María aportaba
en dote dos millones trescientos mil maravedies, cantidad que liberó a
don Guillén de cualquier escrúpulo en el supuesto de que lo tuviese.
Volvamos a Pedro
Fernández de Saavedra, <<Entre las personas destacadas que formaban el
séquito a doña Inés Peraza en su primer viaje a Lanzarote se distinguía su
primo, Luis González Martél de Tapia, a quien nombró gobernador de la isla del
Hierro. Casóse allí con una bellísima isleña y de esta unión nació Rufina de
Tapia, tan bella como su madre. Andando el tiempo esta joven casó a su vez con
Diego de Cabrera, gobernador de Lanzarote, y por segunda vez en Canaria con el
portugués Manuel de la Noroña ,
hermano Simón González de la
Cámara , gobernador de La Madera. Tratando
de volver al Hierro y esperar allí órdenes de su ultimo marido, salió de Las
Palmas con dirección al puerto de las isletas, donde debía embarcarse,
acompañada de una vistosa comitiva.
Rondaba por
entonces estos mares un hidalgo lusitano, llamado Gonzalo Fernández de
Saavedra, con dos carabelas armadas en corso asaltaba las embarcaciones,
robando y saqueando cuanto al paso encontraba y llevando el terror hasta los
mismos pueblos litorales de las islas. Este corsario, que se apreciaba de galante
y guapo, al tener noticia del viaje de Rufina quiso aprovechar la ocasión y,
desembarcando en la playa del puerto atacó de improviso la comitiva dispersóla,
y apoderándose de la hermosa herreña se encerró con ella en la ermita de Santa
Catalina y por la fuerza húbola>>.
El fruto de esta
violación fue doña Beatriz de Saavedra, educada por su madre en Las Palmas a la
cual el conde de La Gomera
amó, persiguió y abandonó una vez conseguido sus propósitos.
Doña Beatriz,
perdidas las esperanzas de que el Conde cumpliese sus promesas, se retiró a la
isla de La Palma ,
dedicándose a criar y educar a sus hijos, los cuales andando el tiempo tuvieron
destinos dispares, don Fernando, vivió pobre y olvidado en Sevilla, quizás
cargando con el estigma de su nobleza bastarda, doña Ana casó en La Gomera , con don Diego
Prieto Melían, y doña Catalina, en La
Palma con el regidor Juan Alonso Carrasco.
El corsario azote
de la corona española Juan Florint, poco tiempo antes de hacerse a la altura de
las Azores, con el tesoro de Moctezuma, que el genocida de Hernán Cortés
remitía a la corona española como parte de los despojos que a ésta
correspondía, patrullaba las aguas canarias con siete naos armadas en guerra,
en 1522, se presentó en el puerto de las isletas, teniendo buen cuidado en
quedar fuera del alcance de los cañones del fuerte de las isletas, único que
había en aquel litoral, durante varios días estuvo el corsario merodeando por
la zona hasta que vio acercarse una escuadrilla que venía de Cádiz con familias
y mercaderes y de cuya llegada tenía conocimiento por sus espías, también
viajaba en ella como pasajero el Obispo de Santa María de la Antigua de Darién, Fr.
Vicente Peraza, a quien se había expedido bula por el papa León X con fecha 5
de diciembre de 1520.
La experiencia
vivida por el Obispo al caer en manos del corsario Florint, -como veremos más
adelante-, le indujo a redactar su testamento en Las Palmas de Gran Canaria el
24 de agosto de 1522, en el declara ser hijo del señor Pero Fernández Saavedra
y de doña Constanza Sarmiento, difuntos, reconoce y declara que después del
fallecimiento de su madre le pertenece la sexta parte de la sucesión como a uno
de cinco herederos y después de fallecido su padre la quinta parte de la
herencia, que su padre hubo por fin de doña Inés Peraza, su hermana, como padre
de ella, por tanto por esta hace donación a su hermano Fernán Darias Saavedra,
de las sucesiones en las islas de Lanzarote y Fuerteventura, con todo lo que
las dichas islas han rentado después de diferidas las sucesiones, con la
jurisdicción alta y baja y mero mixto imperio, con todo lo anejo y
perteneciente a la jurisdicción y con todas las rentas y provechos, derechos y
orchillas, y a su hermano Sancho de Herrera, de toda la parte que le pertenece por
tal concepto en la Villa
de Alcalá de Juana de Orta?. Término de Sevilla, con todo lo que la villa a
rentado después de diferida la sucesión con toda la jurisdicción alta y baja,
mero mixto imperio.
Florint, dio caza
y apresó la flota a la vista de la ciudad. El gobernador-que en aquel momento
era don Pedro Xúarez de Castilla, suegro de Guillén, conde de La Gomera- ordenó armar cinco
naos que se encontraban en puerto y puso
la flotilla bajo el mando de los
hermanos Arriete y Juan Perdomo de Bethencourt. Salieron en persecución de los
corsarios y la flota apresada por éstos, dándoles alcance a la altura de la
rada de Gando, donde los franceses entraban con su presa. Se trabó un
encarnizado combate, viéndose al fin obligados los corsarios a abandonar la
escuadra española que habían apresado, retirándose con sus naves al sur de la
isla donde repararon tranquilamente la avería que sufrieron durante el combate
de Gando. Una vez reparadas sus naves se hizo rumbo a las Azores, con tan buena
fortuna que apresó a dos buques que transportaban el tesoro de Moctezuma, como
hemos dicho.
Un clásico acto
de piratería encubierta, fue la protagonizada por un gobernador de Gran
Canaria, quien valiéndose de su posición y de unos “hombres de paja” de su confianza
desposeyó de su carabela al propietario y piloto, bajo la pueril acusación de
que llevaba a bordo a un malhechor, embargada la carabela y tras una inusual
rapidez en los trámites, la nave se subastó a muy bajo precio siendo adquirida
por una persona de confianza del gobernador. Ante esta tropelía, algunos
vecinos y regidores de la isla denunciaron el hecho ante el Consejo de
Castilla, más que por lo justo o injusto de la acción, por cuidar sus intereses
ya que la carabela embargada procedía de la isla de La Madera , con la cual se
mantenía un intensivo comercio, ante la posibilidad de que las carabelas
canarias fuesen objeto de represalias por parte de los habitantes de dicha
isla. Con fecha 23 de abril de 1513, el consejo de Castilla cursa orden a los
escribanos de Gran Canaria para que remitan al Consejo los autos promovidos por
el gobernador de la isla contra el dueño de la carabela Pies de plata, y
que el gobernador tenía dedicada a
fletes. Los autos ante el Consejo de Castilla fueron gestionados por el
licenciado y regidor de Gran Canaria, Fernando de Aguayo, como procurador de
algunos vecinos y regidores.
Las guerras entre
países europeos inevitablemente repercutían negativamente en el comercio
con Canarias, siendo victima de los
continuos ataques navales por parte de los corsarios y piratas de las naciones
beligerantes que perturbaban el tráfico entre islas y, además asaltaban puertos
y ciudades. Como estas guerras eran frecuentes y España según el estado de
ánimo del rey de turno y aún en ocasiones con el mismo rey, nunca se sabía con certeza cuando se estaba en paz o en
guerra con Francia, Inglaterra o Portugal, principales antagonistas del imperio
español. Así en 8 de mayo de 1514, el Consejo de Castilla remite al gobernador
o juez de residencia de Gran Canaria, licencia para que pueda desembargar 20
cajas de azúcar y 9 pipas de remiel, que fueron tomadas como mercancías
pertenecientes a súbditos franceses, en una carabela procedente de Tenerife,
dicha carabela entró de noche en el puerto de las isletas sin amainar velas ni
enviar la vara a la fortaleza, tal como disponen las ordenanzas de Gran
Canaria.
La licencia es
concedida a petición del antiguo gobernador de la isla López de Sosa, quien
había dado seguro a dos naos francesas de mercancías, de las tres que se
encontraban en los diversos puertos de la isla, antes de que se publicase la
guerra con el rey de Francia, y que, una vez que se recibió el traslado
autorizado de la declaración de guerra y una carta del Obispo de Oviedo, despidió
a las que estaban bajo seguro, previa la entrega de fianzas, y puso a recado
del capitán Guity a la que no lo estaba, de la que partió el ataque contra la
carabela de Tenerife.
La captura de
esclavos era la manera más rápida para amasar fortunas, por ello los
mercenarios conquistadores no renunciaban a tan fáciles e inhumanos
métodos a pesar de que gozaban de
grandes repartimientos de las mejores tierra en las islas conquistadas. Una de
las sagas de éstos esclavistas fue la fundada por el nefasto Alonso Fernández
de Lugo, a cuya desmedida ambición no le bastó el conquistar y esclavizar a las
islas de La Palma
y Tenerife, sino que, además creó en Canarias escuela en la práctica de las
cabalgadas en el continente. Uno de los fieles discípulos en esta actividad fue
su hijo don Pedro Hernández o Fernández de Lugo, quien tenía bien asumido que
las obligaciones fiscales no iban con él, por lo cual no acostumbraba a hacer
declaración de las rentas que le proporcionaba su actividad laboral como
pirata, corsario y esclavista. Esta actitud de don Pedro para con el fisco
real, motivó que la corona le llamase capitulo, mediante una orden emitida por el Consejo en Segovia, el 15 de
septiembre de 1518 y, dirigida al licenciado Bricianos, juez de residencia de
Tenerife y La Palma ,
para que requiriera a don Pedro Hernández o Fernández de Lugo, vecino de Santa
Cruz de La Palma ,
la entrega del quinto y lo que pertenece a la casa y fisco real de la cabalgada
y presa que capturó en Berbería.
El licenciado
Pedro Ruiz, procurador fiscal, informó que, hacía dos años, el citado Pedro
Hernández de Lugo, como capitán armó una carabela para ir a Berbería. Allí
obtuvo importante presa de “muchos Moros”, además de asaltar en alta mar a un
indio (?) que se dirigía a Berbería tomándole el navío, oro, plata y
mercancías. El quinto de la cabalgada y los bienes tomados al indio fueron
evaluados en 2.000 ducados de oro, cantidad que don Pedro no ha querido pagar,
habiendo vendido los bienes.
Las actividades
de mercaderes, receptadores, y gobernadores, frecuentemente concurrían en las
mismas personas, sin que el aspecto moral de la cuestión perturbara el sueño de
los implicados. No obstante el Consejo de Castilla estaba obligado a guardar
las formas por lo que, de vez en cuando, trataba de dar alguna leve reprimenda.
Así el 29 de septiembre de 1518, encarga al gobernador de Gran Canaria que
castigue el robo perpetrado contra unos sufridos portugueses, a quienes le
interceptaron la carabela y robaron las mercancías que transportaban, compuesta
de sebos, pellejos y otras cosas que,
posteriormente fueron vendidas a Fernán Arias Saavedra, señor de Lanzarote.
Quien roba a un
ladrón tiene cien años de perdón, así reza el adagio, aunque, éste no habría
sido del gusto (si lo hubiese conocido) de uno de los mayores esclavistas
y ladrones que jamás han pisado
Canarias, don Alonso Fernández de Lugo, éste se siente agravado en sus
derechos, y recurre a través de sus procuradores en demanda de sus supuestos
derechos al Consejo de Castilla. Éste en 5 de enero de 1521, cursa una
incitativa al gobernador o juez de residencia de Gran Canaria para determine y
dé cumplimiento de justicia a la demanda
que plantea el Adelantado de Canarias, don Alonso Fernández de Lugo,
Éste informó que su hijo don Pedro, capitaneó una armada hacía Berbería, hacía
nueve o diez meses, con 17 carabelas, en la que también iba Hernán Darias. El
citado Darias, además de avisar a los moros, se alzó con los quintos de la
cabalgada que correspondían al Adelantado, los cuales reclama ahora.
Los puertos por
muy organizados y guardados que estén no se le libran de la audacia y temeridad
de piratas y corsarios, quizás uno de los puertos mejor organizados de la época
era el de Cádiz, en el se dio uno de los golpes más audaces. Estado en dicho
puerto un navío del rey de Portugal, el Santa
Catalina, a éste le fue robado un cargamento de barriles de clavo y
especiería procedentes de Las Indias, además de algunos pasajeros, siendo
trasportadas personas y mercancías a la carabela San Lorenzo, de la que
era maestre Diego Pérez, vecino de Simes (en el Algarve), quien una vez
efectuada la faena puso rumbo a las islas Canarias donde con toda seguridad
encontraría comprador seguro para las mercancías robadas, al llegar, las
mercancías fueron embargadas a petición del portugués Simón Rabelo. El 23 de
mayo de 1521, se cursa orden a los gobernadores de Gran Canaria, Tenerife y La Palma , para que entreguen
dichas mercancías a quien tenga poder del rey de Portugal. Cuatro meses después
el gobernador de Tenerife y La
Palma , el infando Alonso de Lugo, recibe orden del Consejo de
Castilla para que entregara Simón
Rabelo, caballero de la casa del rey de Portugal, a los culpables y las
mercancías robadas en la carabela de éste y que, posteriormente fueron llevados a Tenerife,
solamente se recuperaron nueve barriles de especias y se detuvieron a algunos
de los piratas, del resto, jamás se supo.
A marea revuelta
...ganancia de pescadores. A algunos patricios tinerfeños se les presentó una
oportunidad para mostrar su amor patrio y de paso sacarse algún dinerillo
extra. Aprovechando otra de las habituales guerras que servían de
entretenimiento a los reyes europeos. En
esta ocasión Fernando el Católico bastante molesto porque el rey francés se
entró sin su permiso en sus huertas de Navarra y Logroño, además de otros
lugares, decidió castigar tal atrevimiento dando carta blanca a todos sus
súbditos para pudiesen patear las huertas francesas, para lo cual cursó la
siguiente invitación: <<Burgos
24 de Septiembre de 1521, Sobre carta de otra dada en Bruselas (8-VII- 1521) y
dirigidas a las justicias del reino, por la que se da licencia a todos los
súbditos para que hagan guerra, por mar y tierra, al rey de Francia. Éste, a
pesar de las paces establecidas con el rey Católico, rompió la paz,
aprovechando la ausencia del y los movimientos pasados, al enviar a sus
ejércitos a tomar Navarra, cercar Logroño y ocupar cuatro lugares>>.
Ahora, Bartolomé Benítez de Lugo, vecino y regidor de Tenerife señala que, en
1514, estando vigentes las citadas paces, le fue robado, por ciertos franceses
y bretones, el cargamento que llevaba en la carabela Santa María de la Piedad. Consistía
en 2.000 arrobas de azúcar, además de dos jarros y dos tazas de plata, que
pesaban más o menos 13 marcos, y cuyo valor era de 4.000 ducados de oro, así
como ropas y cosas de sus criados, por valor de
500 ducados. Por lo que Benítez solicita sobre carta para hacer la
guerra, por mar y por tierra, y así recuperar lo perdido>>. A continuación
van las firmas de los miembros del Consejo. Zapata. Santiago. Coalla. Guevara.
Acuña. Tello. Juan Ramírez.
Las relaciones de
determinados poderosos de las isla con piratas, negreros y corsarios, data de tiempo anteriores a la conquista de las
islas “mayores”. Esta ampliamente documentada estas relaciones, aunque no
suficientemente conocidas, por ello nos ocuparemos del tema más ampliamente en
otro lugar. La condición de receptores ejercidas por estos poderosos, hacían
posible no sólo la aguada y reposición de víveres, sino además toleraban en las
islas la venta del fruto de las rapiñas, en completa connivencia de regidores,
jueces y capitanes generales. Quienes permitían la descarga y venta de los
productos robados a cambio de suculentas participaciones en los beneficios
y, amparando estas operaciones bajo el
eufemismo de “mercaderes”.
El señor de
Fuerteventura y Lanzarote, don Hernán Darias de Saavedra, no sólo fue un
reconocido receptor de mercaderías ilícitas, sino que, además no hacía ascos a
practicar él mismo la piratería con tal de sacarse algunos ducados extras para ir tirando. Las quejas
llegadas a la corona sobre las actividades de Hernán Darias, activó la
actuación del Consejo de Castilla en varias ocasiones, pero las disposiciones
de dicho Consejo fueron cumplidas por el señor feudal en pocas o ninguna
ocasión. Una incitativa dirigida al gobernador o juez de residencia de Gran
Canaria, pedía que se cumplimentara en justicia una reclamación presentada por
Antonio Cerezo, Polo de Morteo y Pedro Capello, estos piratas y esclavista, en
condición de mercaderes, reclamaban a
Hernán Darias de Saavedra. Los primeros habían encomendado al maestre Martínez,
algunos esclavos, y otras mercancías para que los llevase a rescatar a la Torre de mar Pequeña y otros
puertos, como era costumbre desde hacía mucho tiempo, Hernán Darias envío
contra la nave de los mercaderes a unas carabelas armadas y con mucha gente y
la detuvo con el pretexto de que llevaban armas para vender a los moros. Poco
tiempo después liberó al maestre, pero los esclavos y resto de la mercancía
continuaron en poder Darias. A pesar del requerimiento del Consejo, las
mercaderías apresadas por el señor de Lanzarote y Fuerteventura, pasaron a
engrosar su dinero de bolsillo.
Las frecuentes
correrías que corsarios y piratas hacían por los mares del Archipiélago,
atraídos por el comercio del azúcar y por el incipiente comercio de la
metrópolis con América, cuyas naves recalaban por estos puertos para repostar y
tomar o dejar mercancías, tanto en la ida como en el tornaviaje, era campo
abonado para la depredación de los denominado “mercaderes”, quienes hacían su
agosto a costa de las naves comerciales prescindiendo de sus países de
orígenes, para proteger en lo posible a las naves que faenaban en la bahía de
Santa Cruz, en aquellos primeros tiempos del puerto de La Laguna se cursaron
instrucciones al Adelantado en los siguientes términos: <<Burgos, 28 de Agosto
de 1512. Orden a don Alonso Fernández de Lugo, gobernador de las islas de
Canaria, para que provea lo necesario para la defensa del puerto de Santa Cruz,
en la isla de Tenerife, ya que se ha informado que hace falta construir una
torre como la que existe en Gran Canaria, porque el tiempo de guerra se llevan
las naos y carabelas que hay en él, que suelen ser muy numerosas>>.
(Siguen los nombres de los consejeros) Conchillos. Muxica. Santiago. Palacios.
Rubios. Polanco. Aguirre. Sosa.
El adelantado
cumplió la orden comprando e instalando en el modesto castillo dos cañones, los
cuales pagó el cabildo de la isla, pero andando el tiempo, don Alonso que no
tenía bien claro la línea que separaba las propiedades públicas de las
privadas, vendió los cañones a un navío portugués como si de cosa propia se
tratara.
El Adelantado de
Canarias Alonso Fernández de Lugo, empleó como medio de transporte en sus
frecuentes expediciones al continente a la captura de esclavos, como navíos
preferidos a las carabelas, e incluso llegó a tener dos de ellas en su poder,
pero esa es otra historia...
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