sábado, 25 de octubre de 2014

AMARO PARGO, UN PIRATA CRIOLLO Y HACENDADO TINERFEÑO Capitulo II



Eduardo Pedro García Rodríguez



E
n el siglo XX se dieron diversos casos de piratería motivados por cuestiones políticas, quizás los dos  más notables por sus connotaciones políticas fueron los sufridos por los trasatlánticos Santa María portugués y  el Andrea Doria italiano.

            La aventura del Santa María, interesó mucho a la sociedad canaria de aquel tiempo, pues el buque con su gemelo el Veracruz, hacían frecuentes escalas en nuestros puertos estando muy vinculados con los mismos desde que se legalizó la emigración con destino a América, especialmente para Venezuela, por ello permítaseme una pequeña digresión. En 1961 un grupo de portugueses y españoles, protagonizaron uno de los actos piráticos de los tiempos modernos. La acción fue inspirada por móviles políticos, debido a la dictadura franquista en España y a la salazarista en Portugal, así mientras en Latinoamérica bullía el fuego vivo de las intentonas guerrílleras. El Trasatlántico Santa María, orgullo de la Marina mercante portuguesa (y en el cual según voz popular tenía intereses económicos doña Carmen Polo, esposa del dictador Franco, mientras que la flota mercante española estaba compuesta por pura chatarra), corría las Antillas con trescientos cincuenta tripulantes y seiscientos cincuenta pasajeros a bordo. En el puerto de La Guaira habían embarcado dos docenas de hombres de aspecto decidido luciendo y con indumentaria menos llamativa que las usadas habitualmente por los pasajeros que desde éste puerto, retornaban a Europa. En la madrugada del 23 de enero atacaron el puente de mando del buque, la cabina de trasmisiones, la sala de máquinas y el camarote del capitán Simóes Maia. El oficial de guardia en el puente José do Nascimiento, presentó resistencia y lo mataron a tiros. Otros dos o tres marineros cayeron heridos en la operación, cuya coordinación resultó solo aproximada. El grupo asaltante era el autodenominado Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación y acababa de inaugurar un nuevo tipo de piratería cuyos móviles como hemos dicho eran paramente políticos. Al mando del grupo estaba el oficial colonial portugués Enrique Galváo, con el gallego Fernando Fernández Vázquez– que se hacía llamar Sotomayor   quizás en recuerdo del levantisco Pero Madruga- de segundo el también gallego Xosé Velo Mosquera como ideólogo. Su primera medida fue cambiar el nombre del buque por el de Santa Liberdade, la caja fuerte, de la nave que guardaba 40.000 dólares, ni la tocaron, ni las pertenencias del millar de rehenes que habían capturado. Los turistas americanos y europeos se vieron sorprendidos por una imprevista aventura que no estaba incluida en el precio del pasaje, por lo que muchos de ellos estaban verdaderamente encantados: no paraban de sacarles fotos a aquel grupo de hombres decididos a luchar hasta la muerte contra las tiranías instauradas por el general Francisco Franco y el doctor Salazar para oprimir a los pueblos de la Península Ibérica. Se decían revolucionarios comunistas exiliados además de unos caballeros, como anédocta de los primeros momentos, es digno de resaltar que con el fin de mantener la calma entre los pasajeros, en el salón sacaban a las damas a bailar fado.

            En principio los planes de los modernos piratas consistían en navegar a la colonia portuguesa de Luanda, y  allí promover un levantamiento, aunque los españoles preferían tomar la isla de Fernando Poo colonia española en Guinea. El armamento de los asaltantes consistía en un par de metralletas y una docena de armas cortas, pero la fe que tenían en su causa les hacía creer en el buen término de su quijotesca  aventura: habían bautizado la operación como <<operación Dulcinea>>. La operación no debía marchar conforme a lo planeado en un principio por lo que Galváo ordenó tocar en el puerto de Castries, isla de Santa Lucía, para desembarcar a los heridos. La posibilidad de cruzar el Atlántico antes de ser descubiertos quedaba desbaratada. Las Marinas de Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda, desplazaron algunas unidades de guerra para la captura de los piratas y defensa de los ciudadanos de estos países que viajaban en el trasatlántico, España y Portugal también enviaron algunas unidades para tratar de apresar a los rebeldes. Sotomayor –oficial de la marina de la República portuguesa- no tenía buen concepto de Galváo de quien dijo que era un figurón de caballería sin idea de las cosas de la mar. Frustrado el intento de llegar a África, Galváo da orden de virar hacía Recife; donde deberían desembarcar los pasajeros según un pacto verbal secreto suscrito por radio entre los capitanes de los buques acosadores y Galváo. El 2 de febrero atracaron en aquel  puerto del Nordeste brasileño y pidieron asilo político al Presidente Junio Quadros quien se lo concedió. Así terminó el penúltimo acto de piratería en la mar en el siglo XX, que según Cunha Rego uno de los piratas diría años más tarde <<Fue un asalto mitómano y romántico>>.

             
E
ntre los piratas que Canarias dio al mundo – según algunos- para castigo y terror tanto de herejes como de cristianos,  una de las figuras que más a fascinado a las generaciones canarias es sin duda alguna la de Amaro Pargo. Esto es así hasta el punto de que, dos de las muchas casas que poseyó el pirata, una en Punta del Hidalgo, y la otra en el  barrio de Machado, en el transcurso de las seis últimas décadas han sido reducidas a escombros por obra y gracia de los desaprensivos buscadores de tesoros de exaltada imaginación, así como por la poca sensibilidad, y secular abandono que las autoridades responsables han mostrado hacía determinados aspectos de nuestro patrimonio histórico. Con ello hemos  perdido un par de casonas históricas, verdadero tesoro cultural del legado del pirata. Una de ellas-la del barrio Machado- aún podría recuperarse mediante un taller escuela, y ubicando en ella un museo y parque temático dedicado a la piratería y al Corso en canarias, con lo que el Ayuntamiento del Rosario dispondría de unas instalaciones de gran interés turístico y alta rentabilidad económica para la zona.


LA CASA DEL PIRATA O DE LOS  MESA


 


La casa del pirata o hacienda “Toriño” en el  del Rosario, (actualmente Municipio) la tenía pro indiviso y sin partir don Juan Gómez de Cañizares, después se partió por mitad según escritura otorgada ante Lucas Rodríguez Sarmiento en el mes de octubre de 1585. Ignoramos quienes fueron los sucesivos propietarios de la hacienda hasta que fue adquirida por el capitán don Amaro Rodríguez Felipe (Amaro Pargo.)

   Entre las múltiples propiedades que don Antonio Rodríguez Tejera, alias Antonio de Mesa, alias Amaro Pargo, adquirió en Tenerife, destacan dos por estar estrechamente vinculadas en la memoria popular con las actividades “empresariales” del pirata. Una de ellas, la ubicada en el barrio Machado, y la otra en la Punta del Hidalgo. Veamos lo que sabemos de estas casonas: por el testimonio aportado por don Felipe Trujillo -último habitante de la casona- que entregó a doña Concepción Reig Ripoll, en el año 1962, y que ésta publicó en su libro La Ermita de Nª. Sª. Del Rosario y la casa del pirata o de los Mesa, en el documento se expresa que don Felipe había nacido en dicha casa en 1878, y habitaba la mitad de la misma, la cual había adquirido por herencia habida de doña Juana Trujillo Mena, y ésta la había adquirido con su finca y otras más de don José González de Mesa, vecino de La Laguna en el año 1835, dicha hacienda conocida como “Toriño”, la había recibido don José González por herencia habida del doctor don Amaro González y su esposa doña Ana Josefa Rodríguez Felipe, sobrina y heredera que fue de Amaro Pargo.

                La hacienda estaba gravada con un tributo perpetuo a favor del capitán don Amaro Rodríguez Felipe de Barrios, quien fundó este tributo ante el escribano público don José Quintero Párraga, según los protocolos 66 y 169 folio 490 del registro de dicho escribano, en el año 1836.

              La casa, o mejor dicho los restos que de ella quedan, está situada en un altozano y próximo al camino de Candelaria, muy cerca de la ermita de la Virgen del Rosario, (en el municipio del Rosario, Tenerife) desde la esquina sur de la casa donde estaba situada una habitación-mirador, se divisa una amplia panorámica de la costa que abarca desde  la Punta de Anaga hasta los confines Sur del Valle de Güímar. Según la leyenda, desde esta habitación el pirata oteaba el movimiento de los navíos que arrumbaban hacía América. Además de ser el lugar una excelente Atalaya, la costa contaba con excelentes puertos y  refugios naturales apropiados para el anclaje de  navíos, entre ellos el de Guadamojete situado en el paraje hoy conocido como Radazul, el que a no dudar usaba el pirata para ocultar o resguardar sus naves de la excesiva curiosidad de los funcionarios no comprometidos con sus “empresas,” residentes en el puerto de Santa Cruz, al tiempo que la abundancia de agua proporcionada por el barranco de Guadamojete, y la facilidad para adquirir víveres de manera discreta  entre los campesinos de la zona, además de las producciones de la propia hacienda hacía de este enclave costero un lugar ideal para el avituallamiento de los navíos  y descanso de las tripulaciones.

              De lo que resta de la casona podemos destacar dos elementos; el Aljibe y un Tagoro o Guachara situado poca distancia de ésta. El Aljibe en su día tuvo un artístico brocal, el cual creo que actualmente se encuentra en un patio del Museo de La Historia  en La Laguna, llaman la atención las losas de toba amarilla que rematan las paredes del Aljibe, éstas tienen excavadas una serie de cazoletas y canalillos, lo que desde mi punto de vista prueba que en el lugar se realizaban prácticas de culto al agua hasta épocas muy recientes.

             Lamentablemente, los desaprensivos se han ensañado también con este lugar y ya han desaparecido varias de las losetas, las cuales poseían una serie de grabados rupestres similares a otros que se encuentran esculpidos en las proximidades de fuentes de agua en varios lugares de nuestra isla.

 El Tagoro o Guachara esta formado por un recinto circular y de unos dieciséis metros de diámetro, destacando del conjunto  el empedrado del piso. Desde un círculo situado en el centro y, de unos 0,60 centímetros de diámetro, parten una serie de líneas rectas hasta el borde interior del muro de piedras que cierra el circuito, el cual queda dividido en doce segmentos. Las líneas están formadas por pequeñas piedras o cantos rodados con una cara más o menos plana que destacan de las del resto del pavimento.


              El conjunto forma un dibujo similar a un signo solar localizado en macizo de Masca así como a otros que se encuentran grabados en algunas piedras de la zona de Los Baldíos. En la parte Oeste del círculo están unos asientos toscos de piedras basáltica a los que da sombra un pino canario de regular tamaño que, curiosamente, es el único que existe en la zona y varios kilómetros a la redonda. Por otra parte, en las paredes de las huertas situadas alrededor de la casona existe gran cantidad de piedras con grabados rupestres. En un altozano situado detrás de la casa está una era grande con el piso empedrado de manera tosca, tal como suelen ser los pisos de este tipo de construcciones agrícolas. Creemos  que, ambas construcciones, así como el aljibe, son  dignas de ser conservadas como bien etnográfico.

             De la primitiva casona de La Punta del Hidalgo, apenas quedan los vestigios de los cimientos. Otro elemento vinculado a la figura del pirata es la cueva conocida como de “Amaro Pargo” cueva de unos 88 metros de longitud, la cual sufrió un derrumbe provocado con unos cartuchos de dinamita, y que según creencia popular conectaba con la casa de Amaro Pargo, y era utilizada por éste para almacenar mercancías precedentes de las “empresas” que los barcos del pirata realizaban en las travesías americanas.

            Quizás el retrato más acertado que poseemos del pirata nos lo proporciona la jovial y siempre joven de espíritu, doña María Rosa Alonso,   en su libro Un rincón tinerfeño, Punta del Hidalgo. En ésta amena e interesante publicación que debieron costarle a la autora algún disgusto proporcionado por los apetentes de apellidos ilustres, según se desprende de una  especie de segunda parte del  mismo, donde a través de los diálogos mantenidos entre el “erudito” don Juan y el curioso pero  tímido don Pedro,  puntualiza con su natural desparpajo y simpatía, algunas notas que enriquecen aún más si cabe la primera parte del mencionado libro.

            Amaro Rodríguez Felipe, desde muy joven se destacó por mantener una actitud poco acorde con las exigencias morales de la sociedad de su época, actitud que hoy denominaríamos de rebelde o  inadaptado.

             El espíritu indómito del joven Amaro, proporcionó innumerables disgustos a sus progenitores, don Amaro Rodríguez Felipe y doña Beatriz Tejera Machado. La azarosa vida del inquieto Amaro, le llevó a buscar su destino en el mar, sirviendo en las galeras reales según una versión (ignoramos si obligado por su padre o por las circunstancias), o embarcando por propia voluntad como grumete en un barco pirata que estaba anclado en la rada de Santa Cruz, según otra. En ambos casos, las versiones coinciden en que, al verse atacado el navío donde prestaba sus servicios el avispado isleño, éste se permitió dar algunos consejos a su capitán, y que, seguidos por éste, les proporcionó la victoria sobre su presa, reportándoles un cuantioso botín, a partir de este hecho el joven Amaro comenzó a gozar de la estima de su capitán, lo que le permitió ir ascendiendo laboralmente, al tiempo que iba adquiriendo una sólida formación marinera y financiera.

            Con el trascurso del tiempo, el emprendedor isleño, decidió independizarse y trabajar por su cuenta, para ello se hizo con un buque (quizás el de su antiguo capitán) y dio inicio a sus empresas con tan buen acierto que en pocos años, y gracias al auge comercial que España, Portugal, Inglaterra, Francia y los países bajos mantenía con sus colonias americanas, Amaro pargo, poco a poco, logró hacerse con una considerable flota de navíos, dedicándolos a la recuperación en alta mar de los más diversos géneros tanto de importación como de exportación, incluidos en ellos los esclavos de Guinea, que después eran vendidos en las Antillas a propietarios de ingenios azucareros.



            Dueño de una considerable fortuna, agenciada durante su dilatada vida de pirata, decide desarrollar su capacidad de traficante iniciando sus actividades comerciales en tierra, y comienza a comprar importantes propiedades rústicas y urbanas en la isla, dirigiendo sus negocios marítimos desde su cede principal de La Laguna, pero siguiendo el movimiento de las flotas que se dirigían o retornaban de Indias desde su Atalaya de la hacienda Toriño. Necesitando de una base de operaciones situada en un lugar discreto, compra la hacienda de la Punta del Hidalgo, de la cual se erige en señor de “orca y cuchillo”, según afirmaban los pocos súbditos de hecho que no de derecho  que habitaban en el pretendido señorío. En esa época inclusa sufrió un motín protagonizado por un negro gigantesco que pastoreaba sus ganados por la zona de Guacada, éste se negó a pagarle tributo al pirata jurando además, matarle allí donde lo encontrara. Es posible que el pastor fuese bien conocido por don Amaro, (quizás un ex miembro de algunas de sus tripulaciones) pues éste decidió recoger velas y dejarle en paz.

             Desde su base puntera, don Amaro organiza la distribución de sus mercancías “importadas”, las que al estar exentas de impuestos y de costos de producción por decisión unilateral del mismo, producían  pingüe beneficios, parte de los cuales don Amaro invertía en obras de caridad, especialmente en iglesias y conventos, comenzando así a asegurarse un saldo favorable para el más allá, al tiempo que se iba ganando el respeto de sus conciudadanos, y muy especialmente la voluntad del clero, que recibía las liquidaciones de las primas del “seguro marítimo”. Este seguro aceptado por corsarios,  piratas e incluso armadores consistía en garantizarse el feliz término de  las empresas emprendidas mediante la protección de determinadas advocaciones y las plegarias de frailes y religiosas, generalmente los piratas y corsarios se dirigían a un santo de su particular devoción y les decía: “esto os daré, asegurador verdadero; guárdame mi navío” así, al término de cada viaje se procedía a la liquidación de la mencionada prima la que generalmente consistía en donaciones de ornamentos de plata para el culto y en crecidas sumas de dinero para misas de ánimas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario