EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1841-1850
CAPÍTULO XLV-X
Viene de la entrega anterior.
Eduardo Pedro García
Rodríguez
Conocíamos
al ilustre Académico, Sr. Fernández de Bethencourt, por
referencias que teníamos de tan distinguida personalidad; le conocíamos por
sus obras literarias, por lo mucho y bueno que de él hemos leído, y
aquellas impresiones que hasta nosotros habían llegado, con referencia al hijo
ilustre de la tierra canaria, quedaron plenamente confirmadas con su discurso
en la velada Sacro literario-musical que tuvo efecto, con todo el éxito que
nuestros lectores conocen, en la noche del jueves último.
La prosa
reposada, galana, llana y rebosante de naturalidad con que el Sr. Fernández de
Bethencourt, deleitó al numeroso auditorio que el jueves llenaba por completo
las naves de la Catedral,
atestiguan como documento fehaciente el preclaro talento, la vasta cultura del
Académico que hoy nos honra con su presencia en Tenerife.
Pigmeos de
las letras, ignorantes en materia histórica y sin cultura suficiente para
criticar la figura excelsa del Sr. Fernández de Béthencourt, tan sólo nos está
permitido expresar en palabra tosca y en juicio deficiente, el deleite, la
satisfacción que en nuestro espíritu produjo el discurso del gran erudito, del
sabio historiógrafo. Aquel lenguaje no era el lenguaje académico que versa
sobre disquisiciones profundas; aquellos párrafos del magistral discurso, no
eran la prosa árida de la ciencia que habla al entendimiento, pero que no
conmueve el espíritu; eran estrofas de la más inspirada poesía: la conversación
familiar que sacude el alma, emocionándola gratamente con recuerdos del terruño
y con rasgos y anécdotas de tiempos que el señor Fernández de Bethencourt no
puede olvidar, porque son los tiempos de la juventud, los tiempos en
que las huellas marcadas sobre el espíritu joven, perduran a través
de los años y se conservan tan frescas como en el mismo momento en
que la naturaleza y el azar las imprimieron.
El Sr.
Fernández de Bethencourt, encantó al auditorio, porque despojó su trabajo de
los ribetes científicos, para hablar al alma del pueblo canario, para mover su
fibra más sensible, para hablar del amor a la patria, de las mujeres de su
tiempo, de la hermosura de las islas Afortunadas y de la madre España.
Muchas
cuartillas representan el discurso del ilustre Académico y gloria del terruño
canario; pero por muchas que hubieran sido, por interminables que fueran, no
llegarían a cansar nunca, porque en ellas van unidos la galanura de un estilo
brillante, el mismo fondo del
asunto que despierta el mayor interés y la pronunciación dulce, el aspecto
simpático que predomina en el físico del culto historiador y que viene a ser
como un rasgo de una elocuencia exterior que encanta, que subyuga.
No tenemos
palabras con que expresar la emoción grata que en nuestro ánimo produjo el Sr.
Fernández de Bethencourt, pero crea el distinguido huésped que hoy reside entre
nosotros, que ese mutismo en que nos encerramos, que esa actitud inexpresiva
con que procedemos, es también un rasgo elocuente del agrado inefable con que
hemos escuchado al canario que no es de Tenerife, que no es de Gran
Canaria, que no es de Lanzarote, que no es de ninguna isla ni de ninguno de sus
pueblos, sino canario a secas.
Salud,
docto Académico de la historia, y vida, mucha vida, para seguir enriqueciendo
los archivos de las bibliotecas nacionales con el conocimiento de hechos y de
hombres pertenecientes a la gloriosa España [27].
A pesar de no
haber sido anunciada su presencia en el programa de actos, don Manuel de
Ossuna, presidente del Ateneo de La
Laguna, logró que Fernández de Béthencourt paticipara en la Fiesta de Arte que celebró
dicha entidad en el Teatro Viana, la noche del 11 de septiembre, donde de nuevo
fue aplaudidísimo.
El 19 por la
noche embarcó en Santa Cruz rumbo a la Península. En la mañana de ese día, se produjo el
fallecimiento en la misma ciudad de don Rosendo García Ramos y Bretillard,
quien había dedicado gran parte de su vida al estudio de la historia local.
En
la Real de la Lengua
Como ya
dejamos dicho al principio de estos apuntes, tan sólo dos canarios han logrado
pertenecer a un tiempo a las reales academias de la Lengua y de la Historia: Antonio
Porlier, primer marqués de Bajamar y Francisco Fernández de Béthencourt. Se da
la curiosa circunstancia de que ambos ocuparon en la Real de la Lengua el mismo sillón
designado con la letra K: de 1790 a 1813, el primero, y entre 1914 y 1916,
nuestro personaje.
Se produjo su
ingreso el 27 de noviembre de 1913 y tomó posesión efectiva de su plaza el 10
de mayo de 1914. Una vez más, la prensa local elogió al paisano cuya carrera en
las letras culminaba al ser acogido por la más alta institución a la que puede
aspirar un literato:
Academia Española
Recepción del Señor Fernández de Béthencourt
Por los
periódicos llegados de la península en el último correo nos enteramos de varios
detalles interesantísimos de la solemne recepción del nuevo académico de la Española de la Lengua, nuestro ilustre
paisano el Sr. Fernández de Béthencourt, que confirman lo que nos había
telegrafiado nuestra activa agencia.
Honró el
acto con su presencia la infanta doña Paz, y presidió el señor Maura, a cuyos
lados se sentaron el nuncio de Su Santidad, los obispos de Madrid-Alcalá y
Sión, el director de la
Academia de la
Historia, padre Fita, y los Sres. Cotarelo y Commelerán.
En el
estrado se hallaban muchos académicos, entre ellos la condesa de Pardo Bazán.
Entre el
público, lo mas granado de la aristocracia y una brillantísima representación
del mundo político. El Sr. Fernández de Bethencourt comenzó así su discurso.
«Sí; lo
deseaba con toda mi alma, señorea académicos. Era ya mi sola aspiración la que
vuestros generosos votos han colmado, libre enteramente como Dios y las circunstancia
me hicieron, de todo otro linaje de ambiciones. Sin que la menor codicia de los
honores ni de las distinciones me tiente, ajeno a toda sugestión de personal
encumbramiento, desligado de todo lo que la vida pública confiere,
siempre entre libros, pergaminos
y papeles, sólo soñaba con que me abrierais algún día las puertas de esta casa,
dándome la única recompensa que pudiera halagarme y satisfacerme. No es un
afectado menosprecio de lo que otorga pródigamente a los que se le consagran la Política, merecedora de
mis mayores respetos cuando la ejercen gravemente íntegros y austeros varones,
no más que al servicio del Rey y de la Patria desinteresada y noblemente consagrados; ni
es desdén ridículo e injustificado de los mismos honores, recuerdo, cuando se
atribuyen en justicia, de grandes sacrificios, de grandes trabajos y de
especiales merecimientos, y que en tamaño grado enaltecen al que los lleva
cuando tiene la conciencia de que los conquistara en buena lid; es,
simplemente, que, entregado yo toda la vida ya no corta, al culto apasionado de
las Letras, las he puesto sobre todo y antes que todo, consagrándome, va para
largos años, sola y exclusivamente a su servicio reconociéndolas y acatándolas
como a mis altísimas soberanas, únicas de las que con algún derecho podría
atreverme a solicitar mercedes y favores.»
Después de
expresar su gratitud a la
Academia por haberle llamado a su seno, hizo una interesante
relación de los varones ilustres que en el transcurso de dos siglos, habían
ocupado la silla académica que le ha correspondido.
Entró
seguidamente el nuevo académico de la
Lengua en el tema de su discurso, «Las letras y los grandes»,
y sentó la afirmación de que la nobleza española ha sido contra lo que
vulgarmente se dice, amiga del saber y de las letras.
Recordó el
Sr. Fernández de Béthencourt la intervención brillantísima que la nobleza
española tuvo en otras épocas en la milicia, en el arte, y en la literatura y
en tantas otras manifestaciones de la inteligencia y de la actividad y
comentando con sincera tristeza la inacción en que ahora vive, decía:
«Yo quiero
creer que no es nuestra nobleza un cadáver, a quien sólo Jesucristo pudiera
resucitar como a Lázaro, sino simplemente uno que duerme y a quien el ruido de
afuera, que crece cada día, ha de despertar y sacudir en cualquier momento.»
El discurso del Sr. Fernández
de Béthencourt, fue muy aplaudido.
Contestó al
recipiendario, con un discurso muy notable, el Sr. Cotarelo, quien ensalzó la
personalidad del erudito historiador cuya gran obra Historia genealógica
de la Monarquía
española sería suficiente para labrar una reputación de saber y de
trabajo.
Inmediatamente
se procedió a la distribución de los premios de la fundación de San Gaspar, y,
levantada la sesión, la infanta Doña Paz y el distinguido público felicitaron
al nuevo académico.
Reciba
también nuestro estimado amigo nuestra sincera y entusiasta felicitación, y
quiera Dios que durante muchos años continúe honrando a su patria con los
frutos de su preclaro ingenio.
Fallecimiento
Poco habría de
disfrutar de su reciente nombramiento el flamante académico de la Lengua. Con motivo del
ingreso en la de la Historia
del general Martín Arrúe, Béthencourt fue comisionado para recibirlo y
pronunciar el habitual discurso de contestacion. En el uso de la palabra se
sintió enfermo y tuvo que ser llevado a su casa. Los rotativos insulares
narraron el suceso:
El señor Fernández de Béthencourt está
gravísimo
Se ha
verificado en la Real
Academia de la
Historia la recepción del General Martín Arrúe, quien leyó su
discurso que versó sobre la guerra de África en 1860.
Presidió el
acto el ilustre Director de la
Corporación y sabio jesuita Padre Fidel Fita, tomando asiento
a su lado los Ministros Sres. Ugarte, Burgos y Echagüe, el Nuncio de Su
Santidad, todos los Sres. Académicos y lo más selecto de la milicia, de
política y la intelectualidad española.
Llevaba la
representación de la Academia
para recibir al nuevo miembro de ella, su ilustre Censor y preclaro hijo de
Canarias Sr. Fernández de Bethencourt, quien a poco de comenzar a leer su
brillantísimo discurso, se vio de improviso obligado a suspender la lectura
víctima de un inesperado desvanecimiento, que enseguida le hizo caer.
Reconocido
el ilustre enfermo se le apreció por los médicos un ataque cerebral diagnosticado
de gravísimo.
Inmediatamente
se le trasladó a su domicilio que está siendo muy visitado.
La
impresión que ha causado este desgraciado accidente es grandísima, por lo
culminante de las circunstancias en que tuvo lugar y por el gran afecto y
reputación de que goza el ilustre Académico [29].
El Sr. Fernández Béthencourt
La prensa
madrileña se ocupa en términos muy expresivos del accidente ocurrido a nuestro
ilustre paisano.
La Época escribe:
«Como es
sabido, el Sr. Béthencourt goza en ésta generales simpatías, siendo muy
estimado por sus dotes personales, tanto como por sus trabajos de historiador.
Cuantas personas concurren a los salones, en los que de continuo se ve al
respetable académico de la
Española y de la
Historia, se interesan vivamente por su salud.
Las circunstancias en que
ocurrió el triste accidente, cuando en esta última Corporación se celebraba
solemnemente la recepción del general Martín Arrúe, han dado mayor relieve al
doloroso suceso.
Estaba el
Sr. Béthencourt acabando de leer su discurso de contestación al distinguido
general. Los oyentes creyeron advertir alguna vacilación en el admirable
lector, que luego apresuró de un modo extraño la lectura. Sin duda, era que el
ilustre académico se dio cuenta de los primeros síntomas de su dolencia.
Al terminar
la última página del notable discurso, el Sr. Béthencourt cayó como desplomado
en el sillón que antes ocupaba. El Padre Fita levantó inmediatamente la sesión.
El paciente
fue trasladado a un salón contiguo y colocado en un diván.
Allí fue
reconocido por dos médicos que se encontraban en la Academia, quienes
apreciaron que el Sr. Béthencourt sufría un fuerte ataque de hemiplejía.
Se le
prestaron los más urgentes auxilios que podían dársele en aquellas
circunstancias, y entre la consternación de todos los asistentes, se adoptaron
las medidas precisas para que el enfermo pudiera ser conducido a su domicilio.
El obispo
de Madrid Alcalá, que asistía a la recepción, y que se halla unido por vínculos
de gran afecto con el Sr. Fernández de Béthencourt, prestó su carruaje para que
en él fuera transportado.
Con las
debidas precauciones se efectuó el traslado, y los médicos, que ya aguardaban
en el domicilio del paciente, pudieron, por desgracia, comprobar que el ataque
proseguía su curso con extraordinaria violencia y que invadía todo el lado
izquierdo.
A la casa
del Sr. Béthencourt comenzaron a acudir numerosas personas de la sociedad,
hombres políticos, académicos y otros para informarse de su estado.
El sobrino
del enfermo, D. Juan, que sufrió dolorosa impresión al enterarse del suceso, no
podía atender a las numerosas personalidades que acudieron a la casa del Paseo
de la Castellana.
Los
auxilios de la ciencia produjeron algún resultado en las primeras horas,
aliviándose el enfermo. Desgraciadamente, a las tres de la madrugada le repitió
el ataque, aunque no con tanta violencia.
Después
reaccionó, y esta mañana se encontraba el ilustre académico algo mejorado.
De todo
corazón lamentamos la desgracia que aflige al Sr. Béthencourt, y hacemos
sinceros votos por que se acentúe la mejoría y recobre pronto la salud [30].
A las once de la noche del día 2 de abril de 1916 falleció Francisco Fernández
de Béthencourt en su domicilio del paseo de la Castellana de Madrid.
Desde el accidente sufrido en la
Academia de la
Historia, vivía muriendo —en palabras de un
compañero suyo en la redacción de La Época— pues aunque
este verano pudo aún hacer su cura de aguas en Mondariz, la enfermedad le
atenazaba y le impedía trabajar, ya que no pudo obscurecer aquella prodigiosa
memoria suya […]. Su vida en estos último tiempos ha sido de
martirio. La marquesa de Bolaños, el marqués de Laurencín, los sobrinos de
Béthencourt y algunos otros amigos, iban a hacerle compañía, atenuando con ello
su tortura. La muerte, piadosa, ha puesto ahora término a ese martirio del gran
trabajador [31].
Fue sepultado en el cementerio de San Justo y el duelo estuvo presidido por el
obispo de Madrid-Alcalá, el director de la Academia Española,
don Antonio Maura y, en nombre del director de la de la Historia, por su
secretario señor Pérez de Guzmán y Gallo. Acompañaron el féretro sus sobrinos
don Antonio Domínguez y Fernández de Béthencourt, don Diego de los Ríos y don
José Orozco y entre los amigos, una larga lista en la que figuran los condes de
Romilla, Cedillo y Laiglesia, el barón de la Vega de Hoz y los señores don José de Roda y don
Emilio Cotarelo.
El humilde
nicho en el que se guardan sus cenizas es, a nuestro juicio, un lugar poco
apropiado como mausoleo de uno de los canarios de mayor renombre literario de
su época. Con un sencillo monumento en la plaza de la iglesia en la que recibió
el bautismo y el traslado de sus restos a la misma, se rehabilitarían tantos
años de injusto abandono y desidia.
Recurrimos de nuevo a la prensa para conocer, de primera mano, el relato de su
fallecimiento:
Fernández de Bethencourt
Anteayer a
las 11 de la noche ha fallecido en Madrid nuestro distinguido paisano don
Francisco Fernández de Bethencourt, Académico de la Lengua y de la Historia, ex- Diputado y
ex-Senador por esta provincia, literato eminente, historiador y genealogista de
indiscutible mérito.
Desde hace
más de un año mortal enfermedad aquejaba al canario ilustre, cuya muerte, según
nos comunica nuestra Agencia, ha sido sentidísima en la Corte, donde sus revelantes
dotes le habían concedido lugar preeminente en el campo de las Letras.
El señor
Fernández de Bethencourt, como recordarán nuestros lectores, vino a Tenerife en
septiembre de 1913 después de treinta años de ausencia, y tomó parte en la
memorable velada celebrada en la Santa Iglesia Catedral con motivo de la
inauguración de este Templo, leyendo un notabilísimo discurso rebosante de
patriotismo y amor al país que le vio nacer.
Descanse en
paz el esclarecido paisano, honra del país canario [32].
Fernández de Béthencourt
De nuestro
colega madrileño Diario Universal.
«Anoche a
las once, falleció en Madrid, a consecuencia del ataque de hemiplejia que
súbitamente lo acometió, hace aproximadamente un año, en una sesión de la Academia de la Historia, el erudito
escritor D. Francisco Fernández de Béthencourt.
La muerte
de este hombre sabio y bueno, en quien como en pocos se daban hermanados el
poder de una gran inteligencia y las virtudes de un gran corazón, ha causado
impresión dolorosísima.
Fernández
de Béthencourt era un escritor que había conquistado su alto prestigio con una
labor incesante y honrada, a la cual una vocación verdadera lo impulsó desde
los primeros años de su juventud.
Son
innumerables los trabajos, todos de singular mérito, que deja esparcidos en
libros, revistas y diarios, revelando en todos ellos su talento y su cultura
portentosos.
Destacóse
principalmente en el cultivo de los estudios históricos, en los cuales su
selecta y erudita labor de investigación encontró, aun en campos muy espigados
anteriormente, frutos inapreciables para la reconstitución de nuestro pasado
nacional.
Su obra más conocida es
la Historia genealógica de la Casa Real y de la nobleza españolas, obra que
dejó sin terminar, desgraciadamente, y de la cual llevaba publicados ocho
tomos.
Había
nacido el Sr. Fernández de Béthencourt en el archipiélago canario, y pertenecía
a una de las familias más distinguidas de aquellas islas.
Contaba
setenta años de edad.
Era miembro
de la Historia
desde hace más de treinta años; en esta Corporación trabajó con celo y
entusiasmo incesantes, elevando su nombre en muchas ocasiones con notables
discursos que quedan como modelo de su género, como aquellos en que contestara
a los de ingreso en la Academia
del duque de T'Serclaes y del marqués de Villa-Urrutia.
Pertenecía
también el Sr. Fernández de Béthencourt a la Academia de la Lengua; había sido diputado
a Cortes, era gentilhombre del Rey con ejercicio, y estaba en posesión de
varias condecoraciones nacionales y extranjeras.
Deja entre
los que lo trataron un recuerdo imborrable de amistad, porque fue siempre leal,
caballeroso, enamorado de su patria y entusiasta de su Rey, y de maneras
afables y corteses.
Nos
asociamos muy sinceramente al dolor general por la pérdida del esclarecido
publicista, y especialmente al que embarga a su distinguida familia» [33].
Concluimos,
anunciando un próximo trabajo sobre las dos ediciones del Nobiliario y
Blasón de Canarias.
Obras
—Recuerdos y esperanzas.
Poemas que a la augusta familia de Borbón dedican las señoras de Tenerife y su
autor Francisco Fernandez de Bethencourt. Santa Cruz de Tenerife. Imprenta
Isleña de Francisco Hernandez, 1872.
—La Virgen de Candelaria. Romance
tradicional. Santa Cruz de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife. Imprenta Isleña.
Francisco C. Hernández. 1874.
—Apuntes para el elogio de
Miguel de Cervantes. Discurso leido en la Sesión Extraordinaria
del Gabinete Instructivo en el Aniversario de aquel insigne Ingenio, por D.
Francisco Fernández de Béthencourt. Imprenta de Sebastián Ramos a cargo de
Manuel Álvarez. Santa Cuz de Tenerife, 1874.
—A los Socios del Gabinete
Instructivo de Santa Cruz de Tenerife. Composición leída por el Sr. D.
Fracisco Fernández de Bethencourt, al tener lugar la elección de Junta
Directiva para el año 1875. Imprenta de J. Benítez y Compañía. Santa Cruz de
Tenerife, 1875.
—Nobiliario y Blasón de
Canarias. Diccionario histórico, biográfico, genealógico y heráldico de la Provincia. Editado
en siete tomos entre 1878 y 1886. Los primeros dos tomos se estamparon en la Imprenta Isleña de
Francisco C. Hernández, en Santa Cruz de Tenerife; el tercero en la de la Viuda de Ayoldi, Valencia;
el cuarto de nuevo en la la
Isleña; el quinto en la de Manuel G. Hernández; el sexto en
la tipografía M. Minuesa y el séptimo en la Imprenta de Marcelino Burgase, estos cuatro
últimos en Madrid.
—Anales de la Nobleza de España.
Primera serie. Imprenta J. García. Once
tomos. Madrid, 1880-1890.
—Les Ordres de Chevalerie en Espagne. Traduction française faite avec l'autorisation de l'auteur par Louis de Sarran-d'Altard. Lofolye Frères. Vannes. ¿1901?
— Anuario de la Nobleza de España.
Segunda serie. 5 vols. Imprentas de Fortanet y J. Ratés. Madrid, 1908-1917.
—La Genealogía y la Heráldica en la Historia, discurso
leído ante la Real
Academia de la
Historia en la recepción pública de don Francisco Fernández
de Béthencourt el 29 de junio de 1900, Madrid, 1900.
—La Corona y la
nobleza de España. Imprenta de M. Romero. Madrid, 1903.
—Para cuatro amigos. Varios
discursos, muchos artículos y hasta algunos versos. Tipografía de E. Teodoro.
Madrid, 1903.
—“Los Battemberg”. La
Época. Madrid, 1 de febrero de 1906.
—“A El Correo Español”. La
Época. Madrid, 19 de febrero de 1906.
—“Los Hauke”. La Época.
Madrid, 22 de marzo de 1906.
— Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública del Excmo. Señor D. Camilo G. de Polavieja y del Castillo, Marqués de Polavieja el 28 de enero de 1912. Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés Martín. Madrid, 1912.
—Príncipes y caballeros.
Cincuenta artículos. Prólogo de la infanta doña Paz de Borbón, princesa de
Baviera. Librería de Francisco Beltrán. Madrid, 1913.
—Discurso leído en la Iglesia Catedral
de Tenerife con motivo de la inauguración de la misma, por... Don Francisco
Fernández de Béthencourt... el día 4 de Septiembre de 1913... Tipografía
Católica. Santa Cruz de Tenerife, 1913.
—Los Grandes y las Letras.
Discurso leído en contestacion al de don Emilo Cotarelo y Mori, en la Real Academia Española.
Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés Martín. Madrid, 1914.
—Historia Genealógica y
Heráldica de la
Monarquía Española, Casa Real y Grandes de España.
Imprentas de E. Teodoro y J. Ratés. 1897-1920. 10 vols.
Notas
[22] La Región Canaria.
Laguna de Tenerife, 7 de julio de 1900.
[23] La Región Canaria.
Laguna de Tenerife, 12 de julio de 1900.
[24] La
Época. Madrid, 30 de enero de 1901.
[25] La Región Canaria,
Santa Cruz de Tenerife, 9 de enero de 1902.
[26] La Región. Santa
Cruz de Tenerife, 5 de septiembre de 1913.
[27] La Opinión. Santa
Cruz de Tenerife, 18 de septiembre de 1913.
[28] Gaceta de Tenerife.
Santa Cruz de Tenerife, 20 de mayo de 1914.
[29] Gaceta de Tenerife.
Santa Cruz de Tenerife, 23 de diciembre de 1914.
[30] Gaceta
de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 3 de marzo de 1915.
[31] La Época.
Madrid, 3 de abril de 1916.
[32] Gaceta
de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 4 de abril de 1916.
[33] La Opinión. Santa
Cruz de Tenerife, 12 de abril de 1916.
Bibliografía:
—Guimerá
López, C.: “Francisco Fernández de Béthencourt, un esclarecido
genealogista nobiliaro [1850-1916]. Hidalguía. Núm. 285. Madrid,
marzo-abril de 2001.
—Hernández
Suárez, M.: Contribución a la historia de la imprenta en
Canarias. Excma. Manomunidad de Cabildos de Las Palmas. Plan cultural.
Madrid, 1977.
—Ossuna
van den Heede, M.: “Anales de la Nobleza de España, por Francisco Fernández de
Béthencourt”. Revista de Canarias. Números 60 y 61. La Laguna, 23 de mayo y 8 de
junio de 1881.
—Padrón
Acosta, S.: Poetas canarios de los siglos xix y xx. Edicion, prólogo y notas por Sebastián de la Nuez. Biblioteca
de autores canarios. Aula de Cultura de Tenerife. Instituto de Estudios
Canarios. Santa Cruz de Tenerife, 1978, pp. 235-245.
—Peraza
de Ayala y Rodrigo-Vallabriga, J.: “Introducción”, en Fernández de
Béthencourt, F., et alt: Nobiliario de Canarias.
Tomo i, pp. li-liii.
—Spínola
Grimaldi, F.: “Crítica de la obra del Señor Fernández de Béthencourt
Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española”.
Imprenta José Perales. Madrid, 1900.
—“La obra del Señor
Béthencourt”. Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Madrid,
1904.
—Revista de Historia y
Genealogía Española, V, Madrid, 1916.
—Vizcaya
Cárpenter, A.: Tipografía canaria. Descripción bibliográfica
de las obras editadas en las Islas Canarias desde la introducción de la
imprenta hasta el año 1900. Instituto de Estudios Canarios. Cabildo Insular de
Tenerife. Santa Cuz de Tenerife, 1964. (Tomado de: Carlos Gaviño de
Franchyhttp://lopedeclavijo.blogspot.com.es/search/label/Francisco%20Fern%C3%A1ndez%20de%20B%C3%A9thencourt%20%28I%29,
2013)
1850 Noviembre 4.
En Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma) Nació Francisco Cabrera Saavedra. Hijo de
Nicolás Cabrera González, y de Bibiana Saavedra González. Tenía 2 años de
edad cuando sus padres emigraron a Cuba y se establecieron en Caibarién, donde,
a base de sacrificios debido a la falta de recursos, pudo estudiar. Se hizo
profesor de primera enseñanza y en 1868 se graduó en la Escuela Normal de
Guanabacoa. Más tarde pasó a Estados Unidos y de allí a su tierra natal con
objeto de terminar el bachillerato y poder entrar en la Facultad de Medicina de
Madrid (España), en la que obtuvo la licenciatura en 1875. Para regresar a
Cuba, opositó a Médico Militar y, ya en La Habana, renunció al cargo para ingresar en la Universidad y lograr
su doctorado. Profesional eminente, de un prestigio extraordinario y de un
renombre sobresaliente en el terreno científico del país, fue el primer médico
que practicó una laparotomía en Cuba y, en razón de sus méritos, el Presidente
de la República Mario
García Menocal le ofreció el nombramiento de Rector de la Universidad de La Habana, si renunciaba a su
ciudadanía, pero no lo aceptó y murió siendo canario. Diputado a Cortes antes
de la independencia cubana; Presidente del Colegio de Médicos; de la Compañía de
Ferrocarriles; de Honor de la
Academia de Ciencias y de la Asociación Cubana,
en cuya clínica se colocó un retrato al óleo en el pabellón que llevaba su
nombre, gozó de gran influencia en los círculos científicos, sociales y
financieros de aquel país, del que había tenido que salir en 1898, junto con
otros ciudadanos prominentes, ante el temor de los sufrimientos que podrían
sobrevenirle a su familia al iniciarse el bloqueo de la isla cuando el Congreso
de los Estados Unidos votó la resolución de considerar al pueblo de Cuba libre
e independiente. Casado con Laura Benítez Jáuregui, con la que alcanzó
descendencia, falleció repentinamente en 1925 en el Hotel Majestic de París, al
encontrarse de viaje con una de sus hijas. Sus restos llegaron a La Habana a bordo del “Alfonso
XIII” el 17 de agosto de aquel año y se le tributaron toda clase de honores,
con asistencia del entonces Presidente Gerardo Machado. Dos años después de su
fallecimiento, con motivo de la inauguración del Congreso Cubano de Medicina,
el 14 de diciembre de 1927, el profesor español Gregorio Marañón Moya glosó
públicamente su figura.
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