EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1851-1860
CAPÍTULO XLVI-V
Eduardo Pedro García
Rodríguez
1855.
A pesar de algunas experiencias limitadas durante el
Trienio Liberal y el Bienio Progresista, es a partir de esta fecha cuando se va
a plantear definitivamente la desamortización de censos y tributos mediante una
disposición legal que planteaba ma yores ventajas para la redención de censos.
Mientras tanto las instituciones eclesiásticas, que habían opuesto una fuerte
resistencia a la redención de tributos, dado que eran propietarias de numerosas
rentas, habían quedado seriamente debilitadas por la desamortización y sus
bienes y rentas habían sido incautados por el Estado. La nueva etapa
desamortizadora coincidía además en la colonia con una etapa de relativa
prosperidad debido al auge del cultivo de la cochinilla, con lo que los
capitales ponibles para redimir los tributos eran más abundantes. Aún no se ha
cuantificado el volumen de capitales destinados a este fin pero las
estimaciones realizadas en 1844 para determinar
El coste de la redención de las
rentas incautadas al clero alcanzaban los 11 millones de reales, cantidad
importante que indica cómo una parte considerable de los capitales invertidos
en la desamortización en Canarias fueron destinados a la redención de censos.
Las primeras ventas de bienes
eclesiásticos en esta colonia se llevaron acabo a partir de 1798 cuando el
gobierno de la metrópoli se incautó de parte de los bienes pertenecientes al
clero y los puso en venta con el fin de redimir la deuda nacional acumulada. Se
trataba de enajenar el patrimonio perteneciente a capellanías, hospicios,
cofradías y otras instituciones eclesiásticas que si bien tenían una escasa
relevancia individual sí que controlaban, en conjunto, una masa importante de
bienes amortizados.
La información referente a la
isla de Tamaránt (Gran Canaria) donde las ventas de bienes eclesiásticos
efectuadas entre 1800-1807 alcanzaron cierta relevancia pues se enajenaron
tierras, casas y aguas de riego por un valor superior a los cuatro millones y
medio de reales, propiedades que en su mayoría fueron adquiridas por las élites
urbanas residentes en la ciudad de Winiwuada (Las Palmas).
Durante los años del Trienio
Liberal vuelve a ponerse en marcha un nuevo programa desamortizador, los
numerosos conventos de las islas fue ron suprimidos en su mayoría y el clero
regular fue secularizado, con algunas excepciones. Se pretendía enajenar la
riqueza de las instituciones monacales, cuyos bienes pasarían a engrosar un
cuerpo de bienes nacionales desamortizados que se pondrían a la venta a cambio
de títulos de deu- da pública. Sin embargo, el corto periodo de vigencia del
Trienio limitó el alcance de las ventas de bienes que en la isla de Gran Canaria
sólo afectaron a las propiedades del Tribunal de la Inquisición con un
valor de unos 590.000 rls. de vellón, en tanto que en Chinet (Tenerife las
propiedades enajenadas alcanzaron una mayor significación y estuvieron
representadas por bienes de los conventos de la isla, vendiéndose unas 77
propiedades, en su mayoría tierras, que alcanzaron un valor total de 1.777.000
rls. de vellón. La abolición en la metrópoli del régimen constitucional tras la
conspiración absolutista de 1823 y la invasión de los cien mil hijos de San
Luís supuso la anulación de las ventas de bienes efectuadas y su devolución al
clero, medida que fue anulada a su vez en 1835 cuando se legalizaron
definitivamente estas ventas de bienes eclesiásticos.
Es muy probable que la
inestabilidad política del régimen constitucional en la metrópoli, agitado
desde sus comienzos por una activa conspiración interna, fuese un factor que
desalentase a los compradores de bienes nacionales, pero junto a ello se
constata la escasa difusión que habían alcanzado en la colonia los títulos de
deuda pública, pues las clases coloniales y criollas dominantes del
Archipiélago no habían participado en las compras masivas de vales reales
emitidos por el Estado a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, y
no contaban por ello con los medios financieros necesarios para adquirir la
masa de bienes que fueron puestos a la venta.
Quizás no se deba a esta razón
que la mayor parte de las ventas de bienes eclesiásticos del Trienio fueran a
parar a manos de empleados del crédito público como los empleados españoles don
Salvador Clavijo y don Francisco Escolar, los únicos que controlaban los
mecanismos necesarios para hacerse con títulos de deuda e invertirlos
posteriormente en la desamortización eclesiástica. (Juan Ramón Núñez
Pestano1991)
1855 enero 9.
Fallece
Manuel Marrero Torres. Tuvo que trabajar como aprendiz de tipógrafo desde su
adolescencia, a raíz de la prematura muerte de su padre, y fue un intelectual
casi autodidacta pero de profunda formación.
Tipógrafo
de profesión y de origen humilde, colaboró en los periódicos y revistas más
destacadas de la época, entre ellas La Aurora y El Noticiero. Coetáneo de Dugour Martín,
al que conoció, con apenas 32 años murió víctima de tuberculosis. Fue un poeta
romántico, cuya obra se publicó mayoritariamente de manera póstuma.
“Y vamos a hacer una salvedad, un
corto homenaje a uno de ellos que los identifique a todos: el poeta tipógrafo
don Manuel Marrero y Torres. Aquel es su entierro.
Nacido en Santa Cruz de Tenerife,
el 27 de septiembre de 1823, pobre y oscuro, dice Dugour, a los doce
años, entró de meritorio en una imprenta. En poco tiempo superó el aprendizaje
y pudo, con el fruto de su trabajo, sostener a su madre viuda y sus hermanos.
Se dio a sí mismo una amplia formación humanista, al tiempo que leía a
Espronceda y Zorrilla y comenzaba a escribir poesía. Deseoso de apreciar en su
pureza a Hugo y Lamartine, emprendió, sólo, el estudio del francés. Pasaban
entre tanto los años tristes y melancólicos. Sin amor. En 1850 fue examinado de
lengua inglesa, estudios en los que había invertido un año y superó con gran
éxito la prueba. Contrajo la tuberculosis y dueño ya de la parte material de la
Imprenta Isleña, expiró a las siete y cuarto de la noche del 9 de enero de
1855, abandonando esta vida que fue madrastra para él, sin esfuerzo y sin
agonía.
El cortejo fúnebre se aleja de
nuestra vista. Entra en el camposanto de San Rafael y San Roque.
Al
ser depositado el cadáver en el sepulcro fueron leídas, con la emoción que el
dolor excitaba en todos los corazones, las composiciones en verso y prosa que
sus amigos le dedicaban: Pérez Carrión, Manuel Savoie, Claudio F. Sarmiento,
Lentini, José D. Dugour y Victorina Bridoux. Ángela Mazzini, bellísima en su
casi ancianidad, apartando el tupido velo de su rostro, recita:
Venid a mí, las que anheláis su gloria,
únase vuestra voz a mi plegaria,
sea la amistad constante a su memoria
leve el polvo en su tumba solitaria.”
(Carlos Gaviño de Franchy)
1855
Abril.
Regularmente en las Canarias todo
lo público empieza de modo halagüeño que
recrea y da esperanzas de la continuación de lo bueno: pero al mejor
del tiempo entra la pereza, o sobreviene la discordia, y quedan las cosas a
medias. Tal sucedió con la publicación del periódico titulado «Correo de
Tenerife» en 1808 y 9, que prometió y empezó de una manera útil e interesante
para la Provincia, y lo mismo con el Boletín Oficial de 1834 a 35, donde vimos
algunos datos curiosos comerciales y sobre
otras materias importantes que se descontinuaron. De los publicados en su
época más interesante, copiamos
aquí los referentes al negocio de barrilla en el Arrecife quedándonos
con sentimiento de habernos faltado materiales para formar la cuenta de un quinquenio de exportación de este
ramo.
Los demás
meses del año parece no hubo exportación, o se ominó, en los Boletines
Oficiales del N.° 90, de abril de 1855, se ven las partidas que se exportaron.
Aquí se
presenta una reflexión. Ahora que no hay que pagar de-rechos
y por lo mismo cesa el interés de guardar misterio, se sabe cuanto
se exporta. El lector ha visto antes en el p°. 5., que calculamos a
razón de 30.000 qqs. según las ideas que
se dejaban transpirar de la aduana y de los favorecidos
por ella. Pero si en los años pasados que la barrilla
valía de 6 a
8, ps. crrs. quintal, también hubo exportaciones de 50 a
60.000 99S considere el dineral que sólo este ramo introducía en la
isla por su Puerto del Arrecife. En la isla de Fuerteventura debió ser otro
tanto o más, por ser mucho mayor. (J. Álvarez Rixo,
1982:138-139)
1856. Los
estudios astronómicos siempre han tenido una estrecha relación con el Teide.
Sus ventajas como punto de observación ya habían sido señaladas por los
naturalistas y astrónomos del siglo anterior. En los años cincuenta de aquel
siglo llegaron a Chinet (Tenerife) el gran astrónomo Ch. Piazzi Smyth y su
mujer Anne Duncan, excelente científica y fotógrafa (a ella le debemos las
primeras fotos estereoscópicas tanto del Teide como de la Isla). El matrimonio vivió
dos meses del verano de 1856 en Altavista, a unos 3300 metros; allí
instalaron su telescopio, junto a la cabaña utilizada por los recogedores de
azufre y hielo. Esta larga estancia a tal altura llamó la atención de los
viajeros de la época así, Ch. Edwardes (escribió un libro de viajes titulado Excursiones
y Estudios en las Islas Canarias) nos legó sus impresiones cuando vio el
inhóspito lugar donde habían vivido sus compatriotas: "La casa
pertenece a una compañía azufrera [...] Fue cerca de esta casa donde Piazzi
Smythe, que se hallaba realizando su laborioso estudio de las características
del Pico, montó su tienda de campaña hace unos años y vivió durante un tiempo
entre el frío y el calor extremo" Los resultados de estos trabajos
tuvieron una gran repercusión entre los astrónomos y, como reconocimiento a la
labor de Piazzi Smythe, bautizaron accidentes lunares con el nombre del Teide y
de la Isla. Demostró por primera vez que los sitios
de gran altitud ofrecían claras ventajas para la observación astronómica. Llegó
a esta conclusión después de observar a diversos niveles en Chinet (Tenerife),
desde el mar hasta la montaña de Guajara (2.717 m) y Altavista (3.250 m), junto al pico del
Teide.
1856. Nace en Los Llanos de Aridane, Benahuare (La Palma),
Elias Santos Abreu. Fue la figura científica más importante
del primer tercio del siglo XX en Canarias. Desde Los Llanos de Aridane, donde
nació, se trasladó a Eguerew (La
Laguna) a estudiar bachillerato, y de aquí a Sevilla
(España), donde se licenció en medicina y cirugía, estableciéndose como médico
en Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma). En 1892 organizó un pequeño laboratorio
de análisis, el primero que se conoció en Canarias para estudios
bacteriológicos y clínicos. En el archivo de sus investigaciones figura el
estudio de cinco muestras de queso con hongos en los que se encuentra el
Penicilliun, hallazgo éste anterior a que Fleming lo descubriera en 1929, según
reseña el doctor A. Martín Sánchez en artículos periodísticos. Su afán
investigador le llevó al estudio de los insectos y las plantas con herbarios de
Benahuare (La Palma)
y La Gomera. Su
trabajo Ensayo de una monografía de los Tendipédidos de las Islas Canarias fue
premio Agell de la Real
Academia de Ciencias y Artes de Barcelona (España) en1916.
1856.
Se redactó por la Comandancia de
Ingenieros una relación de las Plazas fuertes de Canarias y en ella consta:
«Plaza de Santa Cruz de
Tenerife.- Es la capital de la
Provincia de Canarias y su Gobernador es de La Clase.- Está
fortificada sólo por la parte del mar y consisten sus defensas en una línea
formada por cuatro Fuertes principales, á saber: Paso-Alto en el
extremo Norte; en el centro San
Cristóbal y San Pedro, y en el extremo Sur San Juan. Estos fuertes están
ligados por un parapeto de seis piés de altura que sigue las sinuosidades de la
costa misma, y en él están situadas varias baterías cuyo objeto es cru-
zar sus fuegos con los fuertes y
aumentar el número de bocas de fuego en toda la extensión de la línea que
próximamente es de 5.000 varas. Entre Paso-Alto y San Pedro, está el Fuerte
arruinado de San Miguel, la
Batería alta de Santa Teresa, el Pilar, San Antonio y Santa
Isabel. A la izquierda de San Cristóbal la de Sto Domingo, Santa Rosa, á su
derecha siguen las de la
Concepción, las dos de Isabel II que defienden la
desembocadura del Barranco de Santos, la de San Telmo y San Francisco, y por
último, del otro lado de San Juan está la del Lazareto y la de Barranco-Hondo.-
Todos estos fuertes y baterías están en buen estado de conservación á excepción
del Fuerte de San Miguel y de la
Batería de la
Concepción, cuya muralla del mar está resentida y necesita
una gran reparación.- Hay además
en esta isla las Fortificaciones siguientes.- Lo las que defienden el Puerto de
la Orotava y
las componen dos Fuertes, San Felipe y San Telmo hacia los extremos y la Batería de Santa Bárbara
en la inmediación del pequeño muelle que por allí existe.- La Batería y Fuerte de San
Telmo están ligadas por un parapeto de cuatro piés de alto, de mampostería.-
2 °. En Garachico está el Fuerte
de San Miguel, cuyo objeto es defender el pequeño y mal tenedero á que en el
día está reducido aquel puerto.- 3° la
Torre de San Andrés, destinada á proteger la entrada del
Valle del mismo nombre á 10.000 varas del Castillo
de Paso-Alto.- 4° la Batería de Candelaria,
destinada también á defender la ensenada del mismo nombre.- Las obras y reparos
aprobados para este año, importan 25.400 rs. de los cuales son 17.000 para esta
plaza, 4.370 para el Puerto de la
Orotava, 2.040 para Garachico, con más un presupuesto
adicional de 4.800 rs para el mismo puerto y 2.000 para San Andrés». (José
María Pinto de la Rosa,
1996)
1856. Sir Isaac Newton sugirió en Opticks (1730) que los telescopios debían ser instalados donde la atmósfera fuera más serena y estable, lo que sucede en las cumbres más altas de las montañas, por encima de la capa de nubes. Siguiendo esta sugerencia, en el verano de 1856 el profesor Charles Piazzi Smyth (Astrónomo Real de Escocia, denominación que hasta recientemente otorgaba la Corona británica a sus astrónomos más eminentes) organizó un experimento en el Monte de Guajara, en la isla de Chinet (Tenerife), a 2.715 m de altitud (cumbre más elevada del Teide, al sur de la Caldera de las Cañadas). Smyth, recién casado, se desplazó a esta montaña con su mujer. Posteriormente se trasladó a Alta Vista, cerca del actualmente conocido Pico del Teide.
El principal objeto de esta expedición
era determinar cómo podrían mejorar las observaciones astronómicas eliminando
el efecto de la baja atmósfera. Además, en esta expedición se tomaron medidas
geológicas y metereológicas de la zona, observaciones de la Luna (las primeras
infrarrojas), de los planetas, de estrellas dobles, de la luz zodiacal y de la
radiación ultravioleta del Sol.
Smyth presentó estos resultados ante el
Gobierno británico y ante la
Royal Society, antes de publicarlos en 1857 en el
libro titulado Teneriffe: An Astronomer's Experiment. En estos trabajos
se ponen de manifiesto las claras ventajas de estas zonas de montaña,
destacando la medición y detección de estrellas débiles, no detectables en
Edimburgo, y la calidad de los anillos de difracción en el foco del telescopio
(bajo seeing).
En junio de 1895, Knut Angström y sus
colaboradores se instalan inicialmente en el antiguo emplazamiento de Piazzi
Smyth, en Alta Vista, a una altura de 3.252 m. Es entonces cuando se realizan las
primeras mediciones "fiables" de la radiación solar a diferentes
altitudes (Alta Vista, Las Cañadas, el Puerto de la Cruz, Santa Cruz y Güímar
(Angström, 1901).
1856 Enero 8.
En una casa particular del Puerto de Garachico, se reúne la Corporación Municipal
de este pueblo para tratar sobre la crecida del mar del día anterior y
desaparición de la
Casa Consistorial. Asiste su alcalde, don José María Brier,
su teniente, don Faustino de la
Torre y siete concejales más.
Después de un amplio comentario sobre lo ocurrido en la
mañana del lunes día 7, sobre el ataque del mar al pueblo de Garachico, y de
enumerar los daños ocurridos, se acordó dar cuenta de todo ello al señor
Gobernador Civil, a la
Diputación Provincial y a la Diputación de Hacienda:
de las desgracias ocurridas en la población y, principalmente, de la pérdida de
la Casa Ayuntamiento,
su archivo y demás intereses que en ella había, “sin que ningún auxilio
humano hubiese sido capaz de salvar lo que ella contenía de la furia de
tan poderoso elemento”.
Redactadas las comunicaciones, al gobernador civil se le
expuso “la indecible desgracia que acababa de experimentar la población a
causa del crecimiento
del mar”, “recurrimos a V. I. –decía el
escrito– se sirva concedernos aquellos recursos que estén a su alcance para
atenuar, en lo que sea posible, tan lamentable calamidad (…), se pueden
contemplar más de cincuenta casas arruinadas y entre ellas doce destruidas en
su totalidad, incluida la
Casa Capitular, que pereció con todos sus papeles e intereses
(…), el cuadro de desolación que presenta la casa convento y templo del
monasterio de religiosas de la
Concepción, que también sufrió igual desgracia, con la circunstancia
de haber quedado sepultada bajo sus escombros una religiosa, doña Rafaela de la Purificación Rodríguez,
y dos criadas, salvándose, gravemente herida, una de ellas y falleciendo la
otra, su sirvienta, Candelaria de León. Envueltas en lodo las efigies de sus
retablos y socavado el pavimento por el impulso del
elemento destructor, que tuvo poder para levantar las
losas, escombros y trozos de las puertas y arrastrarlas hasta el piso más
elevado de la sacristía (…), es desgarrador el mirar a las calles y verlas
convertidas en verdaderas playas obstruidas por los escombros, maderas y
muebles de las casas que derribó el mar”.
Para
más ampliar la información sobre este suceso, recogemos lo que el periódico “El Eco del Comercio” publicó
de un comunicante, don José de León Molina, el 16 de enero.
“Creo
bastante interesante –comienza el informante– el detalle de las desgracias que
el mar de leva ocasionó en este infortunado pueblo el lunes 7 del corriente.
El puerto de Garachico fue en otro tiempo el emporio
del comercio de la Isla,
el recinto de algunos muy buenos edificios y la morada, por varias épocas, de
sus principales autoridades. Este puerto, que parecía entonces el hermoseado
por la naturaleza, sólo presenta hoy a nuestros ojos el cuadro más fidedigno de
la desolación y del terror. La mano del Omnipotente con sus incomprensibles
designios ha descargado sobre él, en distintas épocas, los castigos de que ha
sido víctima hasta dejar de su auge únicamente tristes, aunque históricos,
vestigios.
Un mar de leva, en el primer tercio del siglo que
atravesamos (s. XIX), entró furiosamente y arrasó una parte de la calle de El
Puerto, construida nuevamente sobre la lava que el volcán dejó, destruyendo, a
la vez, las traseras de otras casas contiguas.
Casi todos sus habitantes han abandonado este lugar,
que parece maldecido del Señor, y los pocos que en él quedaron se creían ya
tranquilos, si en medio de la desgracia se puede hallar la calma, contemplando
con respeto y estupor las ruinas de su patria que les inspiraba mayor apego
cuanto más grandes habían sido sus adversidades.
Ya se figuraban que no tenían nada que temer; ya se
creían que este pueblo, casi al borde de un sepulcro, no recibiría nuevos
acontecimientos de desgracias ¡Pero cuánto se equivocaban! Le restaba el
postrero que sufrir y llegó para ello el día 7 del corriente. Eran las diez de
la mañana de un día oscuro y nebuloso. El mar, aunque bastante agitado, no
parecía pronosticar que dentro de unos momentos vendría a llenarlo todo de
llanto y de luto.
Cumplió tan triste misión arrasando una muralla
recientemente construida, pasó una larga huerta plantada de nopales, quebrantó
sus muros y se estalla en la pared del edificio de las monjas de la Concepción; que,
cediendo a su impulso, cae desplomando las habitaciones contiguas, envolviendo
en sus ruinas a una religiosa y su criada y dándole paso para entrar hasta el
interior del monasterio. Destruyó las dos puertas del templo y arrancó todos
los altares, retablos e imágenes que adornaban aquella iglesia, viéndolas en el
momento flotar por las calles entre los escombros que sobrenadaban y tría ya de
otras casas. El resto de la comunidad, casi todas ancianas, se le veía en lo
alto del convento, arrodillado y bañado en llanto, implorando la misericordia del
Altísimo, cuando entró la autoridad local y lo obligó a salir de aquel peligro,
yendo en consternación y desorden al convento de San Francisco.
Se esperaba un momento de calma, o más bien un momento
en que el mar dejase de agitarse en la iglesia para llegar al sagrario y aún
con el agua a bastante altura, fue el venerable beneficiado don Miguel de la Peña, rompió aquél y condujo
al Santísimo Sacramento a la iglesia parroquial.
Urgía en aquellos instantes ir al Ayuntamiento (cuyas
murallas habían sido ya destruidas por el ímpetu de la misma ola que arruinó el
convento) a salvar sus papeles. Dispuestos ya para este fin, el alcalde y
varios vecinos, llega el furioso mar y en el espacio de dos segundos arrasa la Casa Consistorial
por sus cimientos, llevándose sus archivos, por cierto curiosos e interesantes,
el arca del depósito, que contenía varias sumas (de dinero) y todos los enseres
pertenecientes a dicha casa. De manera que un destino providencial, por
diferencia de unos momentos, dejó de hacerlos víctimas de su celo y de su
arrojo.
Contiguo y frente a ésta arrasó, casi totalmente, una
casa de don Antonio de Monteverde, en cuyos escombros, por poco, no perece su
señora, que actualmente se hallaba en cama con una enfermedad de bastante
cuidado.
Destruyó otra casa de don Gaspar Benítez, otra de don
José González del Pino, otra de don Felipe Adán, otra de don Lorenzo
Monteverde, otra de doña Micaela Fleitas, otra de don Manuel de Monteverde, una
bodega del mismo don José González del Pino y la casa en que vivía el
mencionado don Gaspar Benítez se desplomaba ya por uno de sus ángulos en el
momento en que a él y a su hija se les ayudaba a salir de ella, siendo terrible
el instante de incertidumbre entre el peligro del mar que entraba y salía cual
un torrente y el verse aplastados por los techos que caían como una lluvia
sobre sus
cabezas.
La noche se aproximaba, el mar siempre furioso
ostentaba su bravura y espanto. El pueblo estaba conmovido, abatido el espíritu
de sus habitantes y todo presentaba terror y desolación. Las campanas no
cesaban de llamarnos a la oración y las mujeres de todas las clases y edades,
que no encontraban asilo seguro en ninguna parte, corrían al templo a
interponer sus plegarias entre la ira de Dios y este infortunado pueblo.
En aquella triste noche sus habitantes, llenos de
confusión y aturdimiento, vagaban por las calles, más para lamentar su ruina
que para precaver sus desgracias, puesto que el enemigo curiosamente atentaba,
sin cesar, contra su tranquilidad y sosiego.
En tal ansiedad, la autoridad local sólo pudo tomar,
entre otras medidas, las de poner centinelas y guardias en toda la población,
mandar iluminarla y desalojar las casas de aquella desgraciada parte con el
objeto de evitar nuevas
muertes y aciagos acontecimientos.
El martes 8, aún se sentían los grandes sacudimientos
de mar y este vecindario
creía ser aún espectador de más desgracias, puesto que
las olas encrespadas encontraban ya fácil y expedito tránsito para hollar de
nuevo el territorio que habían asolado. Sin embargo, en medio de su conmoción y
desgracias, llegó al fin a experimentar un momento de sosiego, el furioso
elemento se había calmado.
En medio de tal incertidumbre, no quedaron
desapercibidos los lamentos y ruegos de las religiosas, que desgraciadamente habían
salido de su monasterio, las que deseando con ardiente vocación vivir en
clausura, conforme a sus institutos, pidieron a las autoridades su traslación
al convento de Santa Clara, de este mismo pueblo. Numeroso público, no sólo de
este vecindario, sino de los pueblos inmediatos, atraídos por tan lamentable
acontecimiento, corrió a prestar el auxilio que la compasión y las relaciones
sociales les sugerían. Tributamos un testimonio de gratitud a todos y en
particular a algunos vecinos de Icod y a su autoridad local, por las ofertas
que personalmente hicieron a este pueblo en tan terrible conflicto.
El cuadro que ese día presentaba y que hoy ofrece el
puerto de Garachico es tenebroso y capaz de arrancar lágrimas de dolor al
corazón más insensible.
Sus habitantes errantes y sin hogares, sus calles
convertidas en una playa de abrojos, cincuenta de sus edificios arrasados y
averiados en mucha parte, su fortaleza (castillo) socavados los cimientos, su
plaza contigua atravesada de zanjas, su desembarcadero imposibilitado y
derribada una porción de sus murallas. (José Velázquez Méndez)
1856 Febrero 6.
Si se hubiese de juzgar la
situación de la colonia por las polémicas que sostenían los periódicos de
Tenerife y Canaria desde el día en que cesó la división administrativa, hubiera
sido muy triste la idea que de ellas se formara. Mientras El Eco de Santa Cruz,
agotando todos los argumentos que le sugería su celo patriótico para probar la
justicia y
conveniencia de aquella
supresión, sin escasear las burlas contra la isla vencida, El Omnibus.
periódico de Las Palmas, denunciaba un día y otro día las vejaciones de que era
objeto aquella ciudad en todos los ramos de interés público, especialmente en
elecciones y en asuntos marítimos y comerciales.
En medio de esta lucha incesante,
que absorvía lastimosamente todas las fuerzas vivas del país, llegó a las islas
la noticia (septiembre de 1855) de que él ministerio de la gobernación de la
metrópoli iba a presentar a las Cortes Constituyentes españolas un nuevo
proyecto de división, más amplio y completo que el de Beltrán de Lis. Y en
efecto, así sucedió. El 6 de febrero de 18561eía en el Congreso el ministro don
Patricio de la Escosura
una exposición, de la cual copiamos los párrafos más importantes:
A LAS CORTES
La situación de las Islas
Canarias está llamando hace algún tiempo la atención especial del gobierno de
S. M., y reclama muy particularmente de las Cortes Constituyentes.
La excelente posición geográfica
de aquel Archipiélago, situado como punto de escala para todas las expediciones
que desde Europa se dirigen al nuevo continente o a los mares de la India; la comodidad y abrigo
de sus puertos; la benignidad de sus productos, son otros tantos elementos
natura les que más que en otra época alguna, en la actual en que tanto
incremento ha tomado la actividad comercial y la vida marítima de los pueblos,
debiera haberlas confirmado el nombre con que la distinguieron los antiguos
geógrafos.
Pero el gobierno de S. M. ha
tenido ocasión de observar con profundo sentimiento que, a pesar de tan
ventajosas condiciones, aquella importante porción de los dominios españoles,
lejos de prosperar, se encuentra en manifiesta decadencia. Testigo irrecusable
de ella es, sin necesidad de acudir otras pruebas, la considerable emigración a
América de sus habitantes, emigración que va tomando un excesivo incremento,
que algunas de aquella islas apenas contienen la décima parte de la población
que podría cómodamente mantener .
Este estado llamó naturalmente la
atención del ministro antecesor del que sucribe, el cual se dedicó con especial
cuidado a investigar las causa: del mal y buscar su remedio.
Este estudio le persuadió de la
necesidad de alterar el sistema administrativo de las islas, y con este objeto
acordó la resolución que el actual gobierno de S. M., conforme en un todo con
el pensamiento del anterior tiene la honra de someter a la decisión de las
Cortes.
No pudiendo, pues, tener su
origen el malestar que en las Islas Canarias se experimenta en las condiciones
del país, tan ventajosas en todos conceptos, era de temer que procediese de
vicio en la administración. Así es realmente que la situación de las Islas
Canarias adolece en la actualidad de un grave defecto administrativo, del que
se han derivado muchos males, así políticos como económicos.
Este primer defecto consiste sin
duda en la unión de todo el Archipiélago
en una sola provincia y bajo un solo centro administrativo. Las siete islas que
constituyen el Archipiélago tienen una extensión equivalente a la vigésima
parte de de Península, aún prescindiendo de la anchura de los diferentes brazos
de mar que las separan. El menor de los dos grupos en que la naturaleza las ha
dividido, tiene en leguas cuadradas doble mayor superficie que las tres Islas
Baleares, y excede la de veintiocho provincias de la Península, habiendo
algunas de éstas que son más reducidas que cualquiera de las islas de Gran
Canaria, Tenerife o Fuerteventura…
Consecuencia precisa de esta
falta de división territorial han sido las rivalidades entre los diferentes
isleños, que, no disfrutando con igualdad de los beneficios de la
administración, atribuyen al egoismo de los habitantes de la capital y a
parcialidad de
las autoridades en su favor, el
abandono en que se encuentran. ..
La conveniencia de cortar de raíz
este motivo de discordia es tan grande, que bastaría por sí sola, si otras
circunstancias no la apoyasen, a inducir al que suscribe a proponer una
división territorial de las Islas Canarias. De esperar es que, formados dos
distritos con la actual provincia y disfrutando todos sus habitantes de los
beneficios de la admi- nistración, cesarán las rivalidades que hoy los
aniquilan, convirtiéndose en motivos de noble emulación y de estímulo las
mismas circunstancias que dan lugar a sus desavenencias. Pero además de este
mal político que, aunque gravísimo, sólo afecta a los habitantes de las islas,
la unión administrativa actual de las Canarias ocasiona al Estado otro mal
económico, por el escaso rendimiento de las rentas públicas y la sensible
disminución de valores en todos los ramos de la recaudación.
El ministro que suscribe tiene la
honra de presentar datos que demuestran más pormenor esta verdad; pero hará
desde luego notar dos muy importantes: el 1º , que siendo el cupo anual
correspondiente por la contribución territorial a las tres islas de Gran
Canaria, Lanzarote y Fuerteventura de 1.575.227 rvn., el descubierto en que
estas islas se hallaban al crearse la división administrativa en 1º de julio de
1852, ascendía, incluso los recargos, a 3.921.196 rvn.; y e1 2º , que en un
país en que por todas sus condiciones debía ser grande el movimiento industrial
y de comercio, el subsidio que por estos conceptos se satisfacía, apenas pasaba
en la época cítada de la mezquina suma de 300.000 rvn. A todos los argumentos
expuestos se agrega en el caso presente el testimonio ir recusable de la
experiencía. Sabido es que a principios del año de 1852, el gobierno de S. M.
tomando en consideración la situación de las Islas Canarias, resolvió, en
virtud del real decreto de 17 de marzo, reformar la administración de las islas
creando dos subgobiernos, el 1º de los cuales comprendía las islas de Tenerife,
La Palma,
Gomera y Hierro, y el 2º las de Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote. Los
resultados confirmaron bien pronto el acierto de esta división, tan adecuada a
lo que la misma topografía del país está indicando; y el excesivo aumento que
todas las rentas públicas experimentaron en los dichos años de su existencia,
hicieron patente cuál era la necesidad real y positiva del Archipiélago...
Las pasiones políticas y el
funesto espíritu de partido, vinieron desgraciadamente en aquella época a
cortar el vuelo de esta naciente prosperidad. El ministerio de 1853 había
acogido las Islas Canarias como punto de confinamiento de muchos de sus
adversarios, queriendo que la vigilancia de la autoridad militar sobre los
desterrados fuese más eficaz y discreta, suprimió la división, disponiendo que
el capitán general de las islas se encargase del mando administrativo, como
gobernador civil de la provincia.
No tardaron en hacerse sentir los
efectos de esta resolución. Paralizóse la actividad comercial; hízose pesada la
cobranza de las contribuciones y las rentas empezaron a descender. El subsidio
industrial y de comercio para el año.de 1855 (pues como consta a las Cortes
Constituyentes, el cupo correspondiente a este ramo se fija antes de comen- zar
el año en que se recauda), sólo fue de 566.483 rvn., es decir, que apareció ya
una baja de 68.725 rvn. con respecto al año anterior.
El actual gobierno de s. M.,
queriendo a la vez acudir al remedio de estos males e igualar con las demás
provincias de la monarquía la administración de estas islas, se apresuró a
enviar a la que nos ocupa un gobernador civil; pero esta medida ha sido
ineficaz para contener el desaliento del espíritu público y la decadencia de
aquellos pueblos.
Pero hay más todavía: diferentes
puertos de las Islas Canarias fueron declarados francos por real decreto de 11
de julio de 1852, y como esta medida coincidió con la división de las islas en
dos gobiernos, habría podido creerse que a ella principalmente era debido el
aumento de las rentas y en especial el del subsidio de comercio. Los datos que
acaban de presentarse acerca del descenso de éste, desde el momento en que cesó
la división, demuestran que sería infundado este juicio, haciendo ver también
que las más altas teorías sobre la libertad de comercio son insuficientes para
fomentarlas, si una administración bien entendida por parte del gobierno no
cuida al mismo tiempo de di rigirlo.
Otro hecho prueba igualmente que
los ventajosos resultados obtenidos durante la división, no son la consecuencia
de una acción fiscal más activa y celosa, sino del desarrollo del tráfico, del
movimiento de las contrataciones y del fomento que en la división obtuvieron
todos los elementos de riqueza. Este hecho consiste en el establecimiento,
durante la división, de un buque correo que hacía dos expediciones mensuales
entre las islas de Gran Canaria y Lanzarote, el cual era costeado por el comercio
de Las Palmas y Arrecife, capitales de aquellas islas y que desde la suspensión
de los distritos tiene que ser costeado por el gobierno.
Las Cortes Constituyentes, que
por la ley de presupuesto de 25 de julio último acordaron la supresión de todos
los partidos administrativos de la
Península, teniendo en cuenta la topografía del país
recomendaron al gobierno la conveniencia de establecer el de la ciudad de Las
Palmas, cuyo gas- to asciende a 36.200 rvn. Esta medida no la con-
ceptúa el gobierno de S. M. suficiente
para conseguir el fin que indujo a las Cortes a recomendarla, y fundado en las
consideraciones expuestas propone la creación de dos gobiernos independientes,
con la dotación del personal necesario para el servicio.
Esta división, que el gobierno de
S. M. se cuidará de plantear sin aumento de los gastos de la administración, no
perjudica, como equivocadamente podría creerse por algunos, la unidad
provincial; porque ésta no la constituye la extensión del territorio, sino la
uniformidad con que la máquina del gobierno funciona en las diferentes
provincias.
Dichosas las Islas Canarias el
día en que su importancia exigiese la creación en cada una de ellas de un
centro administrativo.
El ministro que suscribe, fundado
en las consideraciones que preceden, competentemente autorizado por S. M. y de
acuerdo con el parecer del consejo de ministros, presenta a las Cortes el
adjunto proyecto de ley.-Madrid 6 de febrero de
1856.-EI ministro de la
gobernación, Patricio de la
Escosura".
Las Cortes españolas, antes de
resolver ,nombraron una comisión que estudiara este importante asunto y
emitiese dictamen, habiendo sido electos para formarla los diputados Herrero,
Caballero, Navarro, Sagasta, Torres y Acha, de los cuales desempeñaron los
cargos de presidente y secretario Caballero y Sagasta. En 20 de junio
preguntaba el diputado Gil Sanz, cuál era la causa de la dilación que se
advertía en evacuar la comisión su informe, a lo que Sagasta contestó:
"Cuando la comisión fue nombrada, al ver la importancia del asunto, se
acordó pedir al gobierno los antecedentes que sobre esto hubiesen. El gobierno
lo remitió pronto, y al ver un expediente tan voluminoso, la comisión acordó
hacer un extracto. En esto se ha tardado mucho tiempo; pero, como conoce el Sr.
Gil Sanz y los SS., diputados, tratándose de un expediente de
tanta entidad y que hace tanto
tiempo se está instruyendo, el extracto debió tardarse tiempo en hacer. Hace
unos quince se concluyó. Desde entonces ha podido adelantarse algo más; pero el
presidente y algún otro individuo de la comisión pertenecen a otras, y sin duda
por esto no se ha podido reunir tantas veces cuantas hubiese sido de
desear".
Desgraciadamente la comisión no
llegó a emitir dictamen. El ministerio cayó y envolvió en su derrota los
proyectos de ley que había presentado.
La esperanza, sin embargo, no
desapareció del corazón de los tenaces canarios, y aún había muchos para
quienes la descentralización civil de la colonia era una base indispensable, no
sólo de prosperidad futura, sino de sosiego, tranquilidad y reposo para todos
los isleños y el único medio razonable de concluir con una lucha fratricida y
de tan lamentables consecuencias. Favorecía el proyecto la misma estructura,
por decirlo así, geológica del terreno, la separación de la provincia en siete
porciones aisladas, los imperfectos medios de comunicación que entonces
existían y la consideración importante de que no aumentaría los gastos del
Tesoro; pero se oponía tenazmente a ello la isla de Tenerife, que veía de este
modo mermada su influencia política y la supremacía que desde el principio del
siglo había ejercido en el país. ¿Cuál sería el re- sultado de esta nueva
lucha? (A. Millares, t.5, 1997).
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