EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1781-1790
CAPÍTULO
XXXIX-IV
Eduardo Pedro
García Rodríguez
1784 Junio 12.
Tranquilo ya la metrópolis con la
paz que siguió al desastroso sitio de Gibraltar, vino a ocupar la vacante en la
colonia canaria el anciano marqués de la Cañada otro marqués, que lo fue el de
Branciforte, noble señor de afable y cortesano trato, dando principio a su
mando con notables mejoras en aquella población. Apresuróse a circular una
instrucción para que en todos los puertos de las islas se observaran rigurosas
precauciones sanitarias por la peste que se había desarrollado en Dalmacia; y
como continuase la escasez de granos, prohibía su extracción, socorriendo con
donativos a los pobres vecinos de Titoreygatra (Lanzarote) y enviándoles agua
en cascos para apagar su sed.
Un suceso lamentable ocurrido en
la misma villa de Santa Cruz, donde había fijado su residencia, puso a prueba
sus humanitarios sentimientos.
A las 9 de la noche del 28 de
septiembre del mismo año de 1784, se declaró en aquella villa un incendio
horroroso que empezó por una casa de la calle del Sol en la que se vendía leña
y bebidas espirituosas.
Desde los primeros momentos tomó
el incendio tales proporciones que, si bien se acudió a derribar varios
edificios a cañonazos para activar su demolición, el viento, que soplaba con
impetuosidad llevando de una a otra calle las llamas y amenazando devorar el
pueblo, hizo inútiles todas aquellas precauciones. Ya ardían las casas que
estaban enfrente de la Aduana,
en cuyo edificio se custodiaban importantes papeles, depósitos de orchilla,
tabaco y otros efectos, con los caudales de la Real Hacienda,
cuando pudo por aquella parte limitarse el fuego por el decidido arrojo del
vecindario, auxiliado eficazmente de los habitantes de La Laguna, Tacoronte, Tegueste
y Tejina que, en numerosos pelotones, acudían con picos, azadas, cuerdas y
escalas.
Durante los días 29 y 30 estuvo
la guarnición sobre las armas, dedicándose bajo la dirección de sus jefes a apagar
los innumerables focos que estaban esparcidos por la villa. El fuego consumió
treinta y una casas y fueron derribadas veintidós para aislar el incendio,
calculándose las pérdidas en más de quinientos mil duros. El general procuró
aliviar tantas desdichas facilitando los medios de reedificar las casas,
hermoseando la población con una alameda y construyendo una extensa explanada
en el muelle que sirviese en tiempo de paz para facilitar las operaciones
navales y, en guerra, para colocar en aquel sitio una batería rasa.
Al año siguiente concluyó el
hospital militar y fundó un hospicio, con el objeto de albergar a los militares
ancianos y desvalidos y prestar asimismo auxilios a los pobres de ambos sexos
que estuvieran sin recursos o mendigaran por las calles públicamente.
Traía este jefe la comisión de
proteger con todo empeño la pesca de la ballena en las costas meridionales de
Gran Canaria, para cuya industria se había formado una compañía por acciones.
Obligado a cumplir este encargo y deseando a la vez tomar posesión de la
presidencia del Real Acuerdo, pasó a Las Palmas, en cuyo puerto de La Luz desembarcó el 12 de marzo
de 1786. Recibióle el obispo y el gobernador militar, conde de la Vega Grande,
atravesando en coche los arenales que se extendían desde el puerto a la ciudad
seguido de una numerosa comitiva que le vitoreaba. Después de descansar algunos
días en la ciudad, donde fue muy obsequiado, se trasladó a Arguineguín, en cuya
rada se habían descubierto catorce ballenas a las que intentaban perseguir los
marineros canarios provistos de cuerdas, arpones y lanchas; pero, aun-
que se emprendió bajo buenos
auspicios aquella difícil pesca, no se obtuvo por entonces resultado favorable.
Aprovechando su visita a Gran
Canaria revistó el marqués sus tres regimientos y recorrió sus fortalezas, sin
que se cuidara de mejorarlas, volviendo a Santa Cruz el 21 de mayo.
1784 Diciembre 6.
Aparece en aguas de Puerto Naos en la isla de Ecero (El Hierro) un bergantín
inglés-americano que destacó tres sucesivas lanchadas, que contenían un total
de 36 hombres y mujeres, enfermos, como después se pudo comprobar.
Durante el tiempo de su mando (marques
de Branciforte,) tuvo lugar un trágico suceso en la isla del Hierro que ocupó
dolorosamente la atención de la provincia, dando ocasión a una ruidosa causa
que de orden del gobierno de la metrópoli se instruyó. El hecho pasó de esta
manera: En la mañana del 6 de diciembre de 1784 bajaban desde El Pinar, pago
del Hierro, a Naos, cinco isleños con la intención de pescar en una caleta desierta
que por allí se encuentra, cuando descubrieron desde lo alto de una montaña que
domina el mar un buque con las velas cruzadas en facha, que parecía esperar el
regreso de una lancha que bogaba hacia
tierra cargada de gente.
Repitióse esta operación varias veces, en cuyo intervalo se reunieron algunos
paisanos que quisieron impedir el desembarco, pero dos o tres cañonazos del
buque y los fusiles de que venían armados los que custodiaban la lancha
alejaron a los herreños que ya principiaban a sospechar y a tener por gente
apestada a aquellos pasajeros. Se dio cuenta al gobernador de la isla, don Juan
Briz Calderín, quien, acompañado del ayudante de mar don Pedro Agustín de León
y del alcalde mayor don Francisco Hernández de Salazar, se dirigió con algunos
soldados al punto de desembarco, adonde llegó por la noche. Dejóse la
diligencia de exploración para el siguiente día, la cual en efecto tuvo lugar
al amanecer, a cuya hora el gobernador y el capitán don Antonio Payva, que
mandaba el destacamento, reconocieron de lejos la playa y vieron que, tendidos
en ella, se descubrían hasta treinta y seis personas entre hombres, mujeres y
niños, al parecer enfermas y dolientes. Interrogados desde la altura donde
estaban los isleños, contestó uno que eran irlandeses u holandeses, pues no se
entendió con claridad la palabra, que el buque que los llevaba era americano y
que, después de haber estado quince meses prisioneros en Portugal, los habían
abandonado sobre aquella playa por carecer la nave de víveres y agua. Preguntóseles
si padecían alguna enfermedad pestilencial y no contestaron, por lo cual, y
creyendo que su procedencia era de aquellas comarcas infestadas de que el
general hablaba en sus disposiciones sanitarias, el gobernador celebró consejo
con los regidores y oficiales que le habían seguido, y bien fuese por el temor
que éstos manifestaran de que la peste invadiese la isla o tal vez
interpretando torcidamente las órdenes superiores obrando como juez inapelable
en cuestiones de salud pública, no encontró otra solución a tal conflicto sino
la de condenar a muerte a las treinta y seis personas abandonadas en la playa,
mandando que desde lo alto de la montaña fuesen fusiladas sin respetar edad ni
sexo.
Increíble parece que tal
sentencia fuera pronunciada y llevada a efecto en un país civilizado y por un
jefe instruído, pundonoroso y cristiano.
Hecho tan criminal y horrible no
es fácil encontrarlo ni aún en los fastos vergonzosos de las guerras civiles.
Para que la puntería fuera más
certera se les engañó, haciéndoles creer que iban a darles algún alimento,
bajándoles con sogas un barrílete cubierto, a cuya vista se agruparon todos,
siendo esta la señal de las descargas.
Los milicianos hicieron, pues, el
oficio de verdugos y uno a uno aquellos desventurados
hombres, mujeres y niños, en
medio de desgarradores gritos de desesperación y espanto, fueron cayendo
heridos por las balas mal dirigidas de los soldados y, vivos en su mayor parte,
se les arrojó luego al mar con largas varas armadas de acerados garfios que manejaban
dos sayones, acabando por último su mísera existencia ahogados en el mar.
Todavía tuvo valor suficiente el
gobernador para poner el hecho en conocimiento del general que, al principio,
no dio crédito a tan monstruoso asesinato. Transmitida la noticia al gobierno,
mandó éste, de orden del rey, formar causa y que la Audiencia conociera de
ella con exclusión de todo fuero. Preso el gobernador y cinco de sus oficiales
fueron conducidos a Las Palmas, donde esperaron el resultado de su sentencia.
(A. Millares T. 1977)
1784 Septiembre 18. Difícilmente
pudiéramos reseñar los procesos más notables que en el siglo XVIII instruyó la Inquisición española
en la colonia de Canarias.
En general podemos afirmar, que todos se dirigían á
destruir el germen inoculad por los protestantes y filósofos, a penitenciar á
alguna lugareña, que de buena fe creía en la oración de Santa Marta, en el mal
de ojo, y en los zahoríes, y en castigar á algún bígamo ó mal entretenido
galán, aunque sin que la corrección alcanzase a los ricos y poderosos, á
quienes se miraba con paternal indulgencia.
Habíase concluido la casa de penitencia en el mismo
Palacio inquisitorial, destinada exclusivamente á encerrar en sus celdas á las
brujas y hechiceras, siendo los progresos de esta casa, su concusión y
presupuestos objeto preferente de la correspondencia; pero no hemos podido
llegar a comprender, de que valían estos encierros tratándose de mujeres, que
tenían pacto con el Diablo, y les era por consiguiente fácil escapar a pesar de
los cerrojos, y asistir a sus conciambulos nocturnos, burlando la sabia
vigilancia de los Inquisidores. Porque, ó ellos no creían en brujas, y entonces
era una infamia cas-tigar por delitos imaginarios á aquellas infelices, ó
creían en su poder diabólico, y en, tonces eran ineficaces todas sus
precauciones. Una de las personas á quien mas per- siguió el Santo Oficio, fue,
a nuestro criollo Historiador, D. José
de Viera y Clavijo.
Aun antes de publicar sus “Noticias”, y conquistar en la
metrópoli la justa celebridad, que alcanzó luego con sus obras, se le había
notado como atrevido innovador en sus sermones, y se le reprehendió repetidas
veces corno consta de los expedientes que existen todavía y hemos examinado.
Pero, cuando publicó su obra histórica, y se vio la manera con que explicaba la
aparición de la Virgen
de Candelaria, de la Peña,
y del Pino, el sudor de San Jun
Evangelista, y las apariciones y milagros .de los primeros tiempos de la
conquista, cuando se leyó la reseña histórica que hace, respecto á las controversias
del Cabildo con la
Inquisición, y principalmente las reflexiones que se atreve
publicar referentes la causa contra, el célebre Marqués de San Andrés, la
indignación de los Inquisidores llega á sus últimos límites, y a pesar de que
ya estaba nombrado Arcediano de Fuerteventura, en la Catedral de Canarias,
dirigierolen un virulento informe a la Suprema, con fecha 18 de Septiembre de 1784,
exponiendo to-dos estos hechos, acusándole de su humilde origen, achacándole de
condescendencias vergonzosas- con la casa del Marqués, y citando los párrafos
de su obra más dignos de censura. Quejábanse, además, de que el Cabildo
eclesiástico, en odio á la
Inquisición, le suministraba de sus archivos todos los
materiales, que empleó en la redacción del tomo IV.
Este informe quedó sin contestación; pero los
Inquisidores, no pudiendo ver con tranquilidad, que la obra se vendiese
públicamente en la misma Secretaría del Cabildo, y que corriera sin corrección
alguna por todas partes, recogiendo aplausos, y conquistando laureles para su
autor, volvieron á denunciarla en carta de 7 de febrero de 1792, añadiendo, que
era de muy mal efecto, y perjudicaría el buen nombre y autoridad del Tribunal
de la Fe, por
cuanto: “estos naturales, que son aficionados a la novedad, y naturalmente
poco afectos al Santo Oficio, han visto que no se ha tomado providencia”
No hemos encontrado la resolución que recayó á este
informe; solo sabemos que la obra no esta en el Índice, aunque merece a nuestro
humilde juicio estarlo, como digna de este honor. (Agustín Millares Torres; 1981)
1784 Octubre 23.
El Excmo. Señor D. Miguel de la Grúa Talamanca,
Marqués de Branciforte, Caballero de San Juan, Mariscal de Campo de los Reales
Exércitos, etc., celebró una Junta de vecinos y comerciantes y sacó adelante el
proyecto para rematar la construcción del muelle entregando de su propio
peculio 100 pesos, llegando a reunir 9.105. Se encomendó la redacción del
oportuno proyecto al Jefe de los Ingenieros de S.M. Teniente Coronel del Real
Cuerpo de Ingenieros D. Andrés Amat de Tortosa, quien estudió primero la
cimentación y construcción del martillo del muelle, ampliando su base; segundo,
el emplazamiento en su frente de una batería para siete cañones pro-tegida por
un recio muro cerrado con troneras; tercero, cambio de la disposición de las
escaleras del muelle, que si en el primitivo proyecto aparecían separadas,
ahora se enlazaban y comunicaban unas con otras; cuarto, conducción subterránea
de agua a través del muelle para que los navíos pudieran abastecerse en las
mismas escaleras de acceso; quinto, construcción de una casilla para los
Oficiales del resguardo; sexto, disposición en el pavimento del muelle de unos
cajones pretiles que se han hecho para sostener las tierras con facilidad.
Colaboró en esta importante obra, base del engrandecimiento de Santa Cruz de
Tenerife, el Ingeniero Militar Don Francisco Jacott y quedaron éstas terminadas
el 3 de Marzo de 1787, siendo se costo de 257.945 reales.
En el martillo en media luna, y
por la parte del Este, se estableció una batería con 10 piezas de a 24, que fue
mandada por el Teniente del Real Cuerpo de Artillería D. Joaquín Ruiz y
Subteniente de Milicias D. Francisco Duggi en el ataque contra la plaza
intentado por el Contraalmirante Sir Horacio Nelson el 25 de Julio de 1797,
quedando esta batería casi destruida en el referido ataque. (José María Pinto
de la Rosa,
1996)
1785.
Se informaba desde la Comandancia de
Ingenieros de Gran Canaria, que la isla carecía de guarnición, municiones y se
hallaba sin fortificaciones propiamente dichas, dado el mal estado en que se
encontraban las existentes. Se contaba entonces con 93 cañones montados, desde
el calibre de a 2 libras
de bala, hasta 36. Para su servicio había 480 qq de pólvora en barriles, 6.390
balas para los mismos y no de todos los calibres, de suerte que para los
cañones de a 36 sólo había balas de a 2.4; para los de a 2.4, de 18 y así
sucesivamente. Los juegos de armas para el servicio de las piezas, estaban en
proporción: «...existian tres cureñas de respeto, sin mas ni otra prevencion de
maderas, ni piezas sueltas para las cureñas y ruedas a fin de poder efectuar
reparaciones; para la dotacion normal de los cañones de 100 tiros los que
defienden los principales desembarcaderos, 50 los mas apartados y 25 los de la
última defensa, faltan 155 qq de pólvora; 620 balas de a 24; 268 de a 18; 322
de a I0; 44 de a 9; 48 de a 8; 269 de a 7; 128 de a 4; 35 de a 3 y 466 de a 2,
que hacen un total de 2.197 balas de todos los calibres. Faltan faroles y velas
para trabajar de noche en las baterías, encerados para guardar la polvora,
piedras de chispa para los fusiles con objeto de dar dos a cada soldado; no hay
fusiles de respeto. La guarnición con que se cubre la isla y debe hacer la
primera defensa en el puesto atacado interin se reunen las Milicias, ha
consistido hasta 1782 en una compañía fija de infantería de 100 hombres con un
Capitán, un Teniente y un Subteniente, y después se aumentó a unos 60 soldados
para la guarnición diaria de once puestos en fortalezas o baterías distribuidas
de esta forma. Al oriente está el espacioso puerto de la Luz o las Isletas en donde
desembarcaron los españoles para la conquista, los ingleses en 6 de Octubre de
1595 al mando de Drake y los holandeses el 26 de Junio de 1599; dista de la Ciudad una legua y allí se
halla el Castillo de la Luz
con nueve cañones de a 24 guarnecido con un sargento, un cabo y cuatro
soldados.
Avanzando medio cuarto de legua
al Puerto de la Luz
y sin ser visto por él, está la batería de San Fernando abierta por la espalda
y en desamparo; tiene 6 cañones de a 24 y un soldado de Infantería.
Al N. y a espaldas de la Luz y de dicha batería de San
Fernando a media legua separada de los dos fuertes citados y legua y media de
la ciudad, está el fuerte o batería de Buen-Aire con 3 cañones de a 18 para
defender la playa del Confital; tiene un soldado de Infantería. Al venir hacia
la ciudad, a más de la mitad de camino, y en un sitio llamado La
Caleta, dentro de una playa de más de seis mil varas
de largo y donde se efectuaron los ataques y desembarcos mencionados, está el
reducto o castillo de Santa Catalina con un soldado de Infantería para guardar
sus tres cañones de a 24.- El puerto de Gando famoso por su buen fondo, abrigo
y circunstancias conocidas de todas las naciones y a quien acompaña por sus
lados y espalda una llanura de 7
a 8 leguas de largo por una de ancho, despoblada y no
escasa de agua y leña, apartado de la capital unas cuatro leguas y una de
Telde, está fortificado con una Torre con 3 cañones de calibre 12 guardados por
un soldado de artillería y otro de Infantería. El resto de la tropa se emplea
en guarnecer el castillo de San Francisco del Risco donde están todos los
elementos de la isla; baluarte de Santa Ana, en donde se apoya la muralla que
cierra la plaza por el N. hasta el mar; y reducto de Santa Isabel que cierra
por el S.- La defensa de la Isla,
como la de las demás, está a cargo de las Milicias. (En: José María Pinto y de la Rosa. 1996)
1785 Abril 1.
El gabinete español había fijado
ya sus miradas sobre las costas occidentales de nuestro continente, recaudando
la tradicional política que le había legado la católica Isabel.
Llevado de este deseo, el
secretario de Estado Grimaldi de España había pedido informe al general
Bernardi sobre el estado de nuestras pesquerías y relaciones comerciales del
Archipiélago con el imperio marroquí y el Sáhara, que evacuó Bernardi en
comunicación de esta fecha, diciéndole, entre otras cosas, , 'que nuestros
pescadores hacían sus expediciones en toda la costa, desde el cabo de Bojador
para el norte, hasta
llegar a la vista del puerto de
Santa Cruz de Berbería y, desde dicho cabo, hacia el sur, hasta el río que
llamaban del Oro, y aún hasta el otro río al que daban el nombre de San Juan,
pasado Cabo Blanco, que está bajo el trópico". y más adelante añadía:
"Que Glass se había fijado en el sitio que los moros llamaban Voord, el
mismo que la Corona
de España había poseído hasta el año de 1524 con la denominación de Santa Cruz
de Mar Pequeña, al sur de Cabo Naon ya una distancia de treinta leguas de
Lanzarote y Fuerteventura, habiéndosele cedido dicho territorio por los
bereberes, como tribus independientes del sultán del Marruecos". El
general concluía afirmando la conveniencia de anticiparse a los ingleses en la
posesión de aquella costa y en la necesidad de impedirles una nueva tentativa
que lastimara los derechos adquiridos por los pescadores isleños.
Un asunto de tan vital interés
para el Archipiélago quedó resuelto en el artículo 18 del tratado de paz y
comercio con Marruecos, firmado el 28 de mayo de 1767, en el cual se estipulaba
que "S.M.I. se aparta de deliberar sobre el establecimiento que S.M.
católica quiere fundar al sur del río Non, pues no puede hacerse responsable de
los accidentes y desgracias que sucedieren, a causa de no llegar allí sus
dominios. De Santa Cruz al norte, S.M. imperial concede a los canarios y a los
españoles la pesca, sin permitir que ninguna nación la ejecute". En virtud
de este tratado, los ingleses abandonaron por entonces sus pretensiones de factoría
enfrente de las Canarias y los pescadores isleños continuaron sin oposición su
secular industria. Millares T. 1977)
1785 Agosto 24.
El Cabildo de la isla de Gran
Canaria acordó exponer al Rey la necesidad de la construcción de un muelle en
la ciudad. Esta exposición fue tomada con empeño por el Corregidor D. José de
Eguiluz y en carta del día siguiente recomendaba su favorable resolución al
Conde de Floridablanca. Se encargó
del estudio y formación del correspondiente proyecto a Don Domingo de Nava Capitán de la Real Armada, quien
informó el 20 de Noviembre de 1785 que el sitio más indicado para emplazamiento
del proyectado muelle, era el Puerto de la Luz y que su costo sería de unos 50.000 pesos.
Este informe fue criticado por algunos y Nava decía que la naturaleza señalaba
el lugar y él sólo seguía sus indicaciones, y que allí era donde se hallaba el
porvenir de Gran Canaria, como se ha comprobado. La isla, en general, se opuso
a este proyecto, que además fue rechazado en Madrid, ordenando S.M. que el Capitán
de Ingenieros de la Armada
D. Rafael Clavijo, estudiase este asunto e informase: llegó
Clavijo a Gran Canaria en Abril de 1788 y el 26 de mismo, pasó oficio al
Cabildo solicitando algunos datos, acordándose por este organismo que D.
Isidoro Romero, el Síndico y el Escribano, le suministrasen los que existiesen
en el archivo, que les fueron entregados en Mayo siguiente; el 6 del mismo
comenzó a tomar medidas y practicar sondeos junto al Castillo de Santa Ana con
gran regocijo del vecindario: levantó los planos e informó a S.M. que el costo
de la obra sería de unos 22.000 pesos, y por Real Cédula expedida en San
Lorenzo del Escorial el 29 de Noviembre siguiente, se aprobó el proyecto de
muelle de San Telmo, pero con la condición de que antes se levantara el plano
de la obra y se hiciese su presupuesto. En sesión del Cabildo de 23 de Enero de
1789 se vio la Real Cédula
expedida por S.M. para la construcción del muelle, donde cede a este fin el uno
por ciento de entrada y salida; este impuesto había sido concedido por Real
Cédula de 27 de Mayo de 1680, y en sesión de 4 de Junio de 1740, se hacía
presente al Comandante General que este impuesto del uno por ciento de entrada
en la isla, había valido en cinco años (de 1725 a 1730), 15.907 reales
6 cuartos de moneda de vellón, y que dicho arbitrio debía durar hasta 1742 a cuyo tiempo podía la
ciudad recurrir a S.M. para que cesase éste.-
En el de Cabildo del 13 de
Febrero de 1789 se trató de poner en ejecución la Real Cédula de
construcción del muelle y se acordó nombrar a los Señores D. Francisco María de
León y Matos y D. Manuel Perera, Regidores; a D. Andrés Cabrera de León y
D. Francisco de la Isequilla, Diputados del
Común, para que evacuen todos los particulares prevenidos en dicha Real Cédula
y poder cumplir el informe pedido por S.M. sobre caudales. El 23 de Enero
siguiente, el Regidor D. Manuel Perera, manifestó en un oficio, que como
comisionado para la obra del muelle, pasó al Administrador D. Juan Sall con la
orden del Ministro de Hacienda para que diese razón del producto del uno por
ciento de la isla desde 1742, el que dijo que sin orden del Comandante General
no podía darla, acordándose oficiar a esta Autoridad con testimonio de la
orden, para que dispusiese su cumplimiento. También se acordó pasar oficio al
llustrísimo Señor Obispo, Tribunal de la Inquisición, Venerable Deán y Cabildo de la Santa Iglesia
Catedral; Real Sociedad Económica de Amigos del País; Confraternidad de
Mareantes de San Telmo y otros, haciéndoles presente el proyecto de la construcción
del muelle y la protección que el mismo ha merecido de S.M. para que por su
parte contribuyan a ella y manifiesten los donativos con que lo hacen; que se
insinúe al dicho Señor Obispo por si fuera posible dar alguna cantidad de los
espolios y vacantes y caso afirmativo, cuánto,
para poderlo comunicar a S.M.
como la ha prevenido; además que se suplique al Señor Corregidor que acompañado
de los cuatro Comisario de la obra, soliciten donativo de todas las personas
particulares de la ciudad con el mismo fin, y aceptado por él, se le dieron las
gracias nombrando a D. Manuel del Río en sustitución del D. Francisco María de
León que se hallaba enfermo.
En el Cabildo de 9 de Mayo de
1788, el Señor D. Isidoro Romero y el Síndico personero, entregaron el expediente
sobre el proyecto de 23 de Abril y hacen presente estar despachado, menos los
particulares de la que ha producido el uno por ciento de salida desde 1742, que
debió cesar por haberse cubierto los 14.000 pesos, sus costas y gastos del
donativo que hizo S.M. en 1680 por cuyo fin y no más se concedió a la ciudad.
En su vista se acordó pasar el expediente al Corregidor para que la evacue y se
le hace presente la suma necesidad del muelle, por las muchas lanchas que se
vuelcan perdiéndose gran número de vidas y géneros.
En sesión de 9 de Mayo de 1789 se
leyó oficio de la Real
Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria,
excusándose de poder contribuir a la obra, por carecer de fondos, y agregando
que coadyubaría con sus arbitrios y sus personas. En el del 16 del mismo mes se
vio una carta del Comandante General contestando a la petición de la
distribución del uno por ciento.
En el del 12 de Junio, se dio
lectura ala carta del Señor Obispo Martínez de la Plaza haciendo constar no
podía contribuir con dinero alguno para la construcción del muelle.
En el del 25 de Mayo 1789 fue
presentado el proyecto de Clavijo de construcción del muelle de San Telmo por
un total de 577.687 rs 24 mrs y se hacía constar era a base de demoler la Torre de Santa Ana.
El mismo año se dio comienzo a la
obra con piedras del barranquillo de Mata arrastradas por yuntas, pero la obra
iba muy despacio hasta que en 1810 llegó a la isla el Duque del
Parque-Castrillo, Comandante General de Canarias, y se propuso dar impulso al incipiente
murallón a cuyo efecto expidió una orden para que fuesen gratis y por turno las
yuntas de la isla a arrastrar las piedras que habían de formar el muelle, y con
gran satisfacción se inauguró el primer arrastre de los enormes cantos que se
entraron en la playa por un boquete que se abrió en la muralla.
El Señor Obispo D. José Manuel
Verdugo de Alviturría (1749-1816) contribuyó a la obra con 10.000 pesos y el 7
de Mayo de 1811,el Duque del Parque-Castrillo ordenó al Capitán del Puerto
poner a disposición de D. José Luján Pérez un barco con la tripulación
necesaria para efectuar los reconocimientos marítimos encargados y el 26 se le
nombra Aparejador Mayor de las obras del muelle con mil reales de vellón
mensuales, teniendo como Aparejador menor al Maestro Antonio y Sobrestante al
Sargento Juan Antonio Caraballo. Se colocó la primera piedra el 30 de mayo de
1811 con asistencia del Comandante General, Obispo y General Clavijo.
Continuaron así las obras en unión del Dique de San Telmo que se hallaba a su lado,
hasta el fallecimiento de Clavijo en 1813. El muelle figuraba en los planos con
834 pies
de largo, 84 de ancho y la extensión del martillo era de 90 pies con sus
correspondientes desembarcaderos.
Por R.O. de 18 de Noviembre de
1856 se dispuso se formase un proyecto de muelle en el Puerto de la Luz, que fuese auxiliar del de
Las Palmas; redactó éste el Ingeniero Civil D. Francisco Clavijo y Pló, hermano
de los del Real Cuerpo de Ingenieros D. Rafael, D. Salvador, D. Tomás y D.
Nicolás, y autorizada la subasta por R.O. de 11 de Febrero de 1858, se celebró
la misma el día 15 siguiente, quedando desierta.
La Dirección General
de Obras Públicas el 27 de agosto de 1861 ordenó se revisasen los precios del
proyecto de Clavijo encargándose de ello el Ingeniero de Caminos, Canales y
Puertos D. Juan de León y Castillo y éste propuso el cambio de emplazamiento:
fue ron subastadas las obras por D. Santiago Verdugo y dieron comienzo el 9 de
Mayo de 1863, siendo ejecutadas con gran lentitud obteniendo la rescisión de la
contrata el 9 de Septiembre de 1872. Redactado nuevo proyecto, el 26 de Febrero
de 1883 se inau-guraron las obras de la construcción del puerto de Refugio,
siendo director de las mismas el citado Ingeniero D. Juan de León y Castillo;
el primer encargado fue D. Néstor de la Torre Doreste que
falleció a los pocos meses, y luego D. Juan Antúnez Monzón hasta su terminación
el 11 de Agosto de 1902. (En: José María Pinto y de la Rosa. 1996)
1785 Noviembre 2.
Aparece en la ciudad de Eguerew (La Laguna) el “Semanario
Misceláneo Enciclopédico Elemental:” que puede considerarse el primer periódico
impreso en Canarias. Tenía 8 páginas y sólo vieron la luz 11 números.
1786. La Aldea, Tamaránt (G.
Canaria). Sublevación popular por negarse el Marqués de Villanueva del Prado a
pagar la mitad de los frutos de los terrenos de su propiedad.
1786. Vilaflor-Chasna, Chinech (Tenerife). Los vecinos proceden al derribo de las cercas levantadas por Chirino, Marqués de la Fuente de Las Palmas, en su intento de apropiarse de las tierras baldías.
1786.
Empezó a fomentarse el tráfico de la barrilla, y por lo mismo fue necesario construir almacenes, apenas había en el Arrecife algunas casucas o chozas de
pescadores, y una casa de madera en que vivía cierto alemán
compositor de relojes y fabricante de
salterios, algunos de ellos muy buenos que le eran encargados desde Tenerife. No he podido saber la causa extraña
que pudo inducir a este artífice extranjero a habitar en semejante punto
desierto, y en el cual acabó desdichadamente asesinado.
La disposición y fábrica de aquellos primeros edificios participaba
del uso de los demás lugares de las islas de Lanzarote y Fuerteventura. Había un par de grupos de casas en las
inmediaciones de la ermita, cubiertas
de torta, que así llaman la tierra preparada con agua y paja: otro hacia
las Marcas, otros frontero al castillo, con tres destilas de más reciente construcción y una que otra casita esparcidas por aquellos llanos: Cuyo número total de
vecinos casi todos pescadores, y
apenas media docena entre ellos que tuviesen que comer, eran cincuenta y cinco, en el mes de junio de
1798, en que se estableció el
Curato. (J. Álvarez Rixo, 1982:50)
1786. En la
isla Benahuare (La Palma),
la posición política de la antigua terratenencia colonial estaba
considerablemente debilitada desde el año 1771, cuando el Consejo de Castilla
destituyó de sus cargos a los antiguos regidores perpetuos por haber incurrido
en graves malversaciones de los caudales de propios. Allí el reparto de baldíos
entre campesinos sin tierras llegó a programarse durante el año 1786 en medio
de una gran agitación campesina que creía tener al alcance de su mano la
concesión de las tierras baldías de sus pueblos; sin embargo, la Sociedad Económica
de Amigos del País de Benahuare (La
Palma), identificada con los intereses de la terratenencia
local se opuso al reparto y consiguió que se paralizara el expediente de
repartimiento. En Tamaránt (Gran Canaria) el programa de reparto de baldíos
presenta similitudes con lo sucedido en Chinet (Tenerife) y Benahuare (La Palma). El Cabildo y la Sociedad Económica
de Amigos del País se oponían en un principio a que se efectuasen los repartos
de los montes de Doramas y El lentiscal argumentando la grave desforestación
que sufría la isla y consideraban aconsejable repartir tan sólo los terrenos
baldíos del SW de la isla. En general, el reparto de baldíos, tal como se venía
planteando, se centraba en las tierras de monte que habían sido taladas y
roturadas en la oleada de usurpaciones que afectan a las islas mayores desde
mediados del siglo XVIII. El proceso roturador, ampliado en este caso mediante
repartos de tierras que tendían a reproducir las rozas clandestinas en los
límites de las escasas reservas forestales, ponían en peligro el equilibrio del
sistema económico de las islas, sin embargo, tras el debate sobre la
conservación del medio natural se escondía la confrontación entre dos modelos
de aprovechamiento de las tierras públicas; de un lado se situaban los
intereses de la vieja oligarquía terrateniente que había usurpado impunemente
tales terrenos ampliando sus fincas a costa de las tierras comunales, del otro,
los intereses de la burguesía agraria y del campesinado que esperaban acceder a
la propiedad de unas tierras que se habían revalorizado a causa del
encarecimiento de las producciones de subsistencia. (Juan Ramón Núñez
Pestano1991)
1786.
Empezó a
fomentarse el tráfico de la barrilla, y por lo mismo fue
necesario construir almacenes, apenas había en el
Arrecife algunas casucas o chozas de pescadores, y una casa de madera en que vivía
cierto alemán compositor de relojes y fabricante de salterios, algunos de ellos muy buenos que le eran encargados desde Tenerife. No he podido saber la causa extraña
que pudo inducir a este artífice extranjero a habitar en semejante punto
desierto, y en el cual acabó desdichadamente asesinado.
La
disposición y fábrica de aquellos primeros edificios participaba del uso de los
demás lugares de las islas de Lanzarote y Fuerteventura. Había un par de grupos de casas en las inmediaciones de la ermita, cubiertas de torta, que así llaman la
tierra preparada con agua y paja: otro hacia las Marcas, otros frontero
al castillo, con tres destilas de más
reciente construcción y una que otra casita esparcidas por aquellos llanos: Cuyo número total de
vecinos casi todos pescadores, y
apenas media docena entre ellos que tuviesen que comer, eran cincuenta y cinco, en el mes de junio de
1798, en que se estableció el
Curato. (J. Álvarez Rixo, 1982:50).
No hay comentarios:
Publicar un comentario