viernes, 22 de noviembre de 2013

CAPÍTULO XXXIX-IV




EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1781-1790 

CAPÍTULO XXXIX-IV



Eduardo Pedro García Rodríguez


1784 Junio 12.
Tranquilo ya la metrópolis con la paz que siguió al desastroso sitio de Gibraltar, vino a ocupar la vacante en la colonia canaria el anciano marqués de la Cañada otro marqués, que lo fue el de Branciforte, noble señor de afable y cortesano trato, dando principio a su mando con notables mejoras en aquella población. Apresuróse a circular una instrucción para que en todos los puertos de las islas se observaran rigurosas precauciones sanitarias por la peste que se había desarrollado en Dalmacia; y como continuase la escasez de granos, prohibía su extracción, socorriendo con donativos a los pobres vecinos de Titoreygatra (Lanzarote) y enviándoles agua en cascos para apagar su sed.

Un suceso lamentable ocurrido en la misma villa de Santa Cruz, donde había fijado su residencia, puso a prueba sus humanitarios sentimientos.

A las 9 de la noche del 28 de septiembre del mismo año de 1784, se declaró en aquella villa un incendio horroroso que empezó por una casa de la calle del Sol en la que se vendía leña y bebidas espirituosas.

Desde los primeros momentos tomó el incendio tales proporciones que, si bien se acudió a derribar varios edificios a cañonazos para activar su demolición, el viento, que soplaba con impetuosidad llevando de una a otra calle las llamas y amenazando devorar el pueblo, hizo inútiles todas aquellas precauciones. Ya ardían las casas que estaban enfrente de la Aduana, en cuyo edificio se custodiaban importantes papeles, depósitos de orchilla, tabaco y otros efectos, con los caudales de la Real Hacienda, cuando pudo por aquella parte limitarse el fuego por el decidido arrojo del vecindario, auxiliado eficazmente de los habitantes de La Laguna, Tacoronte, Tegueste y Tejina que, en numerosos pelotones, acudían con picos, azadas, cuerdas y escalas.

Durante los días 29 y 30 estuvo la guarnición sobre las armas, dedicándose bajo la dirección de sus jefes a apagar los innumerables focos que estaban esparcidos por la villa. El fuego consumió treinta y una casas y fueron derribadas veintidós para aislar el incendio, calculándose las pérdidas en más de quinientos mil duros. El general procuró aliviar tantas desdichas facilitando los medios de reedificar las casas, hermoseando la población con una alameda y construyendo una extensa explanada en el muelle que sirviese en tiempo de paz para facilitar las operaciones navales y, en guerra, para colocar en aquel sitio una batería rasa.

Al año siguiente concluyó el hospital militar y fundó un hospicio, con el objeto de albergar a los militares ancianos y desvalidos y prestar asimismo auxilios a los pobres de ambos sexos que estuvieran sin recursos o mendigaran por las calles públicamente.

Traía este jefe la comisión de proteger con todo empeño la pesca de la ballena en las costas meridionales de Gran Canaria, para cuya industria se había formado una compañía por acciones. Obligado a cumplir este encargo y deseando a la vez tomar posesión de la presidencia del Real Acuerdo, pasó a Las Palmas, en cuyo puerto de La Luz desembarcó el 12 de marzo de 1786. Recibióle el obispo y el gobernador militar, conde de la Vega Grande, atravesando en coche los arenales que se extendían desde el puerto a la ciudad seguido de una numerosa comitiva que le vitoreaba. Después de descansar algunos días en la ciudad, donde fue muy obsequiado, se trasladó a Arguineguín, en cuya rada se habían descubierto catorce ballenas a las que intentaban perseguir los marineros canarios provistos de cuerdas, arpones y lanchas; pero, aun-
que se emprendió bajo buenos auspicios aquella difícil pesca, no se obtuvo por entonces resultado favorable.

Aprovechando su visita a Gran Canaria revistó el marqués sus tres regimientos y recorrió sus fortalezas, sin que se cuidara de mejorarlas, volviendo a Santa Cruz el 21 de mayo.

1784 Diciembre 6. Aparece en aguas de Puerto Naos en la isla de Ecero (El Hierro) un bergantín inglés-americano que destacó tres sucesivas lanchadas, que contenían un total de 36 hombres y mujeres, enfermos, como después se pudo comprobar.

Durante el tiempo de su mando (marques de Branciforte,) tuvo lugar un trágico suceso en la isla del Hierro que ocupó dolorosamente la atención de la provincia, dando ocasión a una ruidosa causa que de orden del gobierno de la metrópoli se instruyó. El hecho pasó de esta manera: En la mañana del 6 de diciembre de 1784 bajaban desde El Pinar, pago del Hierro, a Naos, cinco isleños con la intención de pescar en una caleta desierta que por allí se encuentra, cuando descubrieron desde lo alto de una montaña que domina el mar un buque con las velas cruzadas en facha, que parecía esperar el regreso de una lancha que bogaba hacia
tierra cargada de gente. Repitióse esta operación varias veces, en cuyo intervalo se reunieron algunos paisanos que quisieron impedir el desembarco, pero dos o tres cañonazos del buque y los fusiles de que venían armados los que custodiaban la lancha alejaron a los herreños que ya principiaban a sospechar y a tener por gente apestada a aquellos pasajeros. Se dio cuenta al gobernador de la isla, don Juan Briz Calderín, quien, acompañado del ayudante de mar don Pedro Agustín de León y del alcalde mayor don Francisco Hernández de Salazar, se dirigió con algunos soldados al punto de desembarco, adonde llegó por la noche. Dejóse la diligencia de exploración para el siguiente día, la cual en efecto tuvo lugar al amanecer, a cuya hora el gobernador y el capitán don Antonio Payva, que mandaba el destacamento, reconocieron de lejos la playa y vieron que, tendidos en ella, se descubrían hasta treinta y seis personas entre hombres, mujeres y niños, al parecer enfermas y dolientes. Interrogados desde la altura donde estaban los isleños, contestó uno que eran irlandeses u holandeses, pues no se entendió con claridad la palabra, que el buque que los llevaba era americano y que, después de haber estado quince meses prisioneros en Portugal, los habían abandonado sobre aquella playa por carecer la nave de víveres y agua. Preguntóseles si padecían alguna enfermedad pestilencial y no contestaron, por lo cual, y creyendo que su procedencia era de aquellas comarcas infestadas de que el general hablaba en sus disposiciones sanitarias, el gobernador celebró consejo con los regidores y oficiales que le habían seguido, y bien fuese por el temor que éstos manifestaran de que la peste invadiese la isla o tal vez interpretando torcidamente las órdenes superiores obrando como juez inapelable en cuestiones de salud pública, no encontró otra solución a tal conflicto sino la de condenar a muerte a las treinta y seis personas abandonadas en la playa, mandando que desde lo alto de la montaña fuesen fusiladas sin respetar edad ni sexo.

Increíble parece que tal sentencia fuera pronunciada y llevada a efecto en un país civilizado y por un jefe instruído, pundonoroso y cristiano.

Hecho tan criminal y horrible no es fácil encontrarlo ni aún en los fastos vergonzosos de las guerras civiles.

Para que la puntería fuera más certera se les engañó, haciéndoles creer que iban a darles algún alimento, bajándoles con sogas un barrílete cubierto, a cuya vista se agruparon todos, siendo esta la señal de las descargas.

Los milicianos hicieron, pues, el oficio de verdugos y uno a uno aquellos desventurados
hombres, mujeres y niños, en medio de desgarradores gritos de desesperación y espanto, fueron cayendo heridos por las balas mal dirigidas de los soldados y, vivos en su mayor parte, se les arrojó luego al mar con largas varas armadas de acerados garfios que manejaban dos sayones, acabando por último su mísera existencia ahogados en el mar.

Todavía tuvo valor suficiente el gobernador para poner el hecho en conocimiento del general que, al principio, no dio crédito a tan monstruoso asesinato. Transmitida la noticia al gobierno, mandó éste, de orden del rey, formar causa y que la Audiencia conociera de ella con exclusión de todo fuero. Preso el gobernador y cinco de sus oficiales fueron conducidos a Las Palmas, donde esperaron el resultado de su sentencia. (A. Millares T. 1977)

 1784 Septiembre 18. Difícilmente pudiéramos reseñar los procesos más notables que en el siglo XVIII instruyó la Inquisición española en la colonia de Canarias.

En general podemos afirmar, que todos se dirigían á destruir el germen inoculad por los protestantes y filósofos, a penitenciar á alguna lugareña, que de buena fe creía en la oración de Santa Marta, en el mal de ojo, y en los zahoríes, y en castigar á algún bígamo ó mal entretenido galán, aunque sin que la corrección alcanzase a los ricos y poderosos, á quienes se miraba con paternal indulgencia.

Habíase concluido la casa de penitencia en el mismo Palacio inquisitorial, destinada exclusivamente á encerrar en sus celdas á las brujas y hechiceras, siendo los progresos de esta casa, su concusión y presupuestos objeto preferente de la correspondencia; pero no hemos podido llegar a comprender, de que valían estos encierros tratándose de mujeres, que tenían pacto con el Diablo, y les era por consiguiente fácil escapar a pesar de los cerrojos, y asistir a sus conciambulos nocturnos, burlando la sabia vigilancia de los Inquisidores. Porque, ó ellos no creían en brujas, y entonces era una infamia cas-tigar por delitos imaginarios á aquellas infelices, ó creían en su poder diabólico, y en, tonces eran ineficaces todas sus precauciones. Una de las personas á quien mas per- siguió el Santo Oficio, fue, a nuestro  criollo Historiador, D. José de Viera y Clavijo.

Aun antes de publicar sus “Noticias”, y conquistar en la metrópoli la justa celebridad, que alcanzó luego con sus obras, se le había notado como atrevido innovador en sus sermones, y se le reprehendió repetidas veces corno consta de los expedientes que existen todavía y hemos examinado. Pero, cuando publicó su obra histórica, y se vio la manera con que explicaba la aparición de la Virgen de Candelaria, de la Peña, y del Pino, el sudor de San  Jun Evangelista, y las apariciones y milagros .de los primeros tiempos de la conquista, cuando se leyó la reseña histórica que hace, respecto á las controversias del Cabildo con la Inquisición, y principalmente las reflexiones que se atreve publicar referentes la causa contra, el célebre Marqués de San Andrés, la indignación de los Inquisidores llega á sus últimos límites, y a pesar de que ya estaba nombrado Arcediano de Fuerteventura, en la Catedral de Canarias, dirigierolen un virulento informe a la Suprema, con fecha 18 de Septiembre de 1784, exponiendo to-dos estos hechos, acusándole de su humilde origen, achacándole de condescendencias vergonzosas- con la casa del Marqués, y citando los párrafos de su obra más dignos de censura. Quejábanse, además, de que el Cabildo eclesiástico, en odio á la Inquisición, le suministraba de sus archivos todos los materiales, que empleó en la redacción del tomo IV.
Este informe quedó sin contestación; pero los Inquisidores, no pudiendo ver con tranquilidad, que la obra se vendiese públicamente en la misma Secretaría del Cabildo, y que corriera sin corrección alguna por todas partes, recogiendo aplausos, y conquistando laureles para su autor, volvieron á denunciarla en carta de 7 de febrero de 1792, añadiendo, que era de muy mal efecto, y perjudicaría el buen nombre y autoridad del Tribunal de la Fe, por cuanto: “estos naturales, que son aficionados a la novedad, y naturalmente poco afectos al Santo Oficio, han visto que no se ha tomado providencia”

No hemos encontrado la resolución que recayó á este informe; solo sabemos que la obra no esta en el Índice, aunque merece a nuestro humilde juicio estarlo, como digna de este honor. (Agustín Millares Torres; 1981)

1784 Octubre 23.
El Excmo. Señor D. Miguel de la Grúa Talamanca, Marqués de Branciforte, Caballero de San Juan, Mariscal de Campo de los Reales Exércitos, etc., celebró una Junta de vecinos y comerciantes y sacó adelante el proyecto para rematar la construcción del muelle entregando de su propio peculio 100 pesos, llegando a reunir 9.105. Se encomendó la redacción del oportuno proyecto al Jefe de los Ingenieros de S.M. Teniente Coronel del Real Cuerpo de Ingenieros D. Andrés Amat de Tortosa, quien estudió primero la cimentación y construcción del martillo del muelle, ampliando su base; segundo, el emplazamiento en su frente de una batería para siete cañones pro-tegida por un recio muro cerrado con troneras; tercero, cambio de la disposición de las escaleras del muelle, que si en el primitivo proyecto aparecían separadas, ahora se enlazaban y comunicaban unas con otras; cuarto, conducción subterránea de agua a través del muelle para que los navíos pudieran abastecerse en las mismas escaleras de acceso; quinto, construcción de una casilla para los Oficiales del resguardo; sexto, disposición en el pavimento del muelle de unos cajones pretiles que se han hecho para sostener las tierras con facilidad. Colaboró en esta importante obra, base del engrandecimiento de Santa Cruz de Tenerife, el Ingeniero Militar Don Francisco Jacott y quedaron éstas terminadas el 3 de Marzo de 1787, siendo se costo de 257.945 reales.

En el martillo en media luna, y por la parte del Este, se estableció una batería con 10 piezas de a 24, que fue mandada por el Teniente del Real Cuerpo de Artillería D. Joaquín Ruiz y Subteniente de Milicias D. Francisco Duggi en el ataque contra la plaza intentado por el Contraalmirante Sir Horacio Nelson el 25 de Julio de 1797, quedando esta batería casi destruida en el referido ataque. (José María Pinto de la Rosa, 1996)


1785.
Se informaba desde la Comandancia de Ingenieros de Gran Canaria, que la isla carecía de guarnición, municiones y se hallaba sin fortificaciones propiamente dichas, dado el mal estado en que se encontraban las existentes. Se contaba entonces con 93 cañones montados, desde el calibre de a 2 libras de bala, hasta 36. Para su servicio había 480 qq de pólvora en barriles, 6.390 balas para los mismos y no de todos los calibres, de suerte que para los cañones de a 36 sólo había balas de a 2.4; para los de a 2.4, de 18 y así sucesivamente. Los juegos de armas para el servicio de las piezas, estaban en proporción: «...existian tres cureñas de respeto, sin mas ni otra prevencion de maderas, ni piezas sueltas para las cureñas y ruedas a fin de poder efectuar reparaciones; para la dotacion normal de los cañones de 100 tiros los que defienden los principales desembarcaderos, 50 los mas apartados y 25 los de la última defensa, faltan 155 qq de pólvora; 620 balas de a 24; 268 de a 18; 322 de a I0; 44 de a 9; 48 de a 8; 269 de a 7; 128 de a 4; 35 de a 3 y 466 de a 2, que hacen un total de 2.197 balas de todos los calibres. Faltan faroles y velas para trabajar de noche en las baterías, encerados para guardar la polvora, piedras de chispa para los fusiles con objeto de dar dos a cada soldado; no hay fusiles de respeto. La guarnición con que se cubre la isla y debe hacer la primera defensa en el puesto atacado interin se reunen las Milicias, ha consistido hasta 1782 en una compañía fija de infantería de 100 hombres con un Capitán, un Teniente y un Subteniente, y después se aumentó a unos 60 soldados para la guarnición diaria de once puestos en fortalezas o baterías distribuidas de esta forma. Al oriente está el espacioso puerto de la Luz o las Isletas en donde desembarcaron los españoles para la conquista, los ingleses en 6 de Octubre de 1595 al mando de Drake y los holandeses el 26 de Junio de 1599; dista de la Ciudad una legua y allí se halla el Castillo de la Luz con nueve cañones de a 24 guarnecido con un sargento, un cabo y cuatro soldados.

Avanzando medio cuarto de legua al Puerto de la Luz y sin ser visto por él, está la batería de San Fernando abierta por la espalda y en desamparo; tiene 6 cañones de a 24 y un soldado de Infantería.

Al N. y a espaldas de la Luz y de dicha batería de San Fernando a media legua separada de los dos fuertes citados y legua y media de la ciudad, está el fuerte o batería de Buen-Aire con 3 cañones de a 18 para defender la playa del Confital; tiene un soldado de Infantería. Al venir hacia la ciudad, a más de la mitad de camino, y en un sitio llamado La  Caleta, dentro de una playa de más de seis mil varas de largo y donde se efectuaron los ataques y desembarcos mencionados, está el reducto o castillo de Santa Catalina con un soldado de Infantería para guardar sus tres cañones de a 24.- El puerto de Gando famoso por su buen fondo, abrigo y circunstancias conocidas de todas las naciones y a quien acompaña por sus lados y espalda una llanura de 7 a 8 leguas de largo por una de ancho, despoblada y no escasa de agua y leña, apartado de la capital unas cuatro leguas y una de Telde, está fortificado con una Torre con 3 cañones de calibre 12 guardados por un soldado de artillería y otro de Infantería. El resto de la tropa se emplea en guarnecer el castillo de San Francisco del Risco donde están todos los elementos de la isla; baluarte de Santa Ana, en donde se apoya la muralla que cierra la plaza por el N. hasta el mar; y reducto de Santa Isabel que cierra por el S.- La defensa de la Isla, como la de las demás, está a cargo de las Milicias. (En: José María Pinto y de la Rosa. 1996)

1785 Abril 1.
El gabinete español había fijado ya sus miradas sobre las costas occidentales de nuestro continente, recaudando la tradicional política que le había legado la católica Isabel.

Llevado de este deseo, el secretario de Estado Grimaldi de España había pedido informe al general Bernardi sobre el estado de nuestras pesquerías y relaciones comerciales del Archipiélago con el imperio marroquí y el Sáhara, que evacuó Bernardi en comunicación de esta fecha, diciéndole, entre otras cosas, , 'que nuestros pescadores hacían sus expediciones en toda la costa, desde el cabo de Bojador para el norte, hasta
llegar a la vista del puerto de Santa Cruz de Berbería y, desde dicho cabo, hacia el sur, hasta el río que llamaban del Oro, y aún hasta el otro río al que daban el nombre de San Juan, pasado Cabo Blanco, que está bajo el trópico". y más adelante añadía: "Que Glass se había fijado en el sitio que los moros llamaban Voord, el mismo que la Corona de España había poseído hasta el año de 1524 con la denominación de Santa Cruz de Mar Pequeña, al sur de Cabo Naon ya una distancia de treinta leguas de Lanzarote y Fuerteventura, habiéndosele cedido dicho territorio por los bereberes, como tribus independientes del sultán del Marruecos". El general concluía afirmando la conveniencia de anticiparse a los ingleses en la posesión de aquella costa y en la necesidad de impedirles una nueva tentativa que lastimara los derechos adquiridos por los pescadores isleños.

Un asunto de tan vital interés para el Archipiélago quedó resuelto en el artículo 18 del tratado de paz y comercio con Marruecos, firmado el 28 de mayo de 1767, en el cual se estipulaba que "S.M.I. se aparta de deliberar sobre el establecimiento que S.M. católica quiere fundar al sur del río Non, pues no puede hacerse responsable de los accidentes y desgracias que sucedieren, a causa de no llegar allí sus dominios. De Santa Cruz al norte, S.M. imperial concede a los canarios y a los españoles la pesca, sin permitir que ninguna nación la ejecute". En virtud de este tratado, los ingleses abandonaron por entonces sus pretensiones de factoría enfrente de las Canarias y los pescadores isleños continuaron sin oposición su secular industria. Millares T. 1977)

1785 Agosto 24.
El Cabildo de la isla de Gran Canaria acordó exponer al Rey la necesidad de la construcción de un muelle en la ciudad. Esta exposición fue tomada con empeño por el Corregidor D. José de Eguiluz y en carta del día siguiente recomendaba su favorable resolución al Conde de Floridablanca. Se encargó del estudio y formación del correspondiente proyecto a Don Domingo de Nava  Capitán de la Real Armada, quien informó el 20 de Noviembre de 1785 que el sitio más indicado para emplazamiento del proyectado muelle, era el Puerto de la Luz y que su costo sería de unos 50.000 pesos. Este informe fue criticado por algunos y Nava decía que la naturaleza señalaba el lugar y él sólo seguía sus indicaciones, y que allí era donde se hallaba el porvenir de Gran Canaria, como se ha comprobado. La isla, en general, se opuso a este proyecto, que además fue rechazado en Madrid, ordenando S.M. que el Capitán de Ingenieros de la Armada D. Rafael Clavijo, estudiase este asunto e informase: llegó Clavijo a Gran Canaria en Abril de 1788 y el 26 de mismo, pasó oficio al Cabildo solicitando algunos datos, acordándose por este organismo que D. Isidoro Romero, el Síndico y el Escribano, le suministrasen los que existiesen en el archivo, que les fueron entregados en Mayo siguiente; el 6 del mismo comenzó a tomar medidas y practicar sondeos junto al Castillo de Santa Ana con gran regocijo del vecindario: levantó los planos e informó a S.M. que el costo de la obra sería de unos 22.000 pesos, y por Real Cédula expedida en San Lorenzo del Escorial el 29 de Noviembre siguiente, se aprobó el proyecto de muelle de San Telmo, pero con la condición de que antes se levantara el plano de la obra y se hiciese su presupuesto. En sesión del Cabildo de 23 de Enero de 1789 se vio la Real Cédula expedida por S.M. para la construcción del muelle, donde cede a este fin el uno por ciento de entrada y salida; este impuesto había sido concedido por Real Cédula de 27 de Mayo de 1680, y en sesión de 4 de Junio de 1740, se hacía presente al Comandante General que este impuesto del uno por ciento de entrada en la isla, había valido en cinco años (de 1725 a 1730), 15.907 reales 6 cuartos de moneda de vellón, y que dicho arbitrio debía durar hasta 1742 a cuyo tiempo podía la ciudad recurrir a S.M. para que cesase éste.-

En el de Cabildo del 13 de Febrero de 1789 se trató de poner en ejecución la Real Cédula de construcción del muelle y se acordó nombrar a los Señores D. Francisco María de León y Matos y D. Manuel Perera, Regidores; a D. Andrés Cabrera de León y
D. Francisco de la Isequilla, Diputados del Común, para que evacuen todos los particulares prevenidos en dicha Real Cédula y poder cumplir el informe pedido por S.M. sobre caudales. El 23 de Enero siguiente, el Regidor D. Manuel Perera, manifestó en un oficio, que como comisionado para la obra del muelle, pasó al Administrador D. Juan Sall con la orden del Ministro de Hacienda para que diese razón del producto del uno por ciento de la isla desde 1742, el que dijo que sin orden del Comandante General no podía darla, acordándose oficiar a esta Autoridad con testimonio de la orden, para que dispusiese su cumplimiento. También se acordó pasar oficio al llustrísimo Señor Obispo, Tribunal de la Inquisición, Venerable Deán y Cabildo de la Santa Iglesia Catedral; Real Sociedad Económica de Amigos del País; Confraternidad de Mareantes de San Telmo y otros, haciéndoles presente el proyecto de la construcción del muelle y la protección que el mismo ha merecido de S.M. para que por su parte contribuyan a ella y manifiesten los donativos con que lo hacen; que se insinúe al dicho Señor Obispo por si fuera posible dar alguna cantidad de los espolios y vacantes y caso afirmativo, cuánto,
para poderlo comunicar a S.M. como la ha prevenido; además que se suplique al Señor Corregidor que acompañado de los cuatro Comisario de la obra, soliciten donativo de todas las personas particulares de la ciudad con el mismo fin, y aceptado por él, se le dieron las gracias nombrando a D. Manuel del Río en sustitución del D. Francisco María de León que se hallaba enfermo.

En el Cabildo de 9 de Mayo de 1788, el Señor D. Isidoro Romero y el Síndico personero, entregaron el expediente sobre el proyecto de 23 de Abril y hacen presente estar despachado, menos los particulares de la que ha producido el uno por ciento de salida desde 1742, que debió cesar por haberse cubierto los 14.000 pesos, sus costas y gastos del donativo que hizo S.M. en 1680 por cuyo fin y no más se concedió a la ciudad. En su vista se acordó pasar el expediente al Corregidor para que la evacue y se le hace presente la suma necesidad del muelle, por las muchas lanchas que se vuelcan perdiéndose gran número de vidas y géneros.

En sesión de 9 de Mayo de 1789 se leyó oficio de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, excusándose de poder contribuir a la obra, por carecer de fondos, y agregando que coadyubaría con sus arbitrios y sus personas. En el del 16 del mismo mes se vio una carta del Comandante General contestando a la petición de la distribución del uno por ciento.

En el del 12 de Junio, se dio lectura ala carta del Señor Obispo Martínez de la Plaza haciendo constar no podía contribuir con dinero alguno para la construcción del muelle.

En el del 25 de Mayo 1789 fue presentado el proyecto de Clavijo de construcción del muelle de San Telmo por un total de 577.687 rs 24 mrs y se hacía constar era a base de demoler la Torre de Santa Ana.

El mismo año se dio comienzo a la obra con piedras del barranquillo de Mata arrastradas por yuntas, pero la obra iba muy despacio hasta que en 1810 llegó a la isla el Duque del Parque-Castrillo, Comandante General de Canarias, y se propuso dar impulso al incipiente murallón a cuyo efecto expidió una orden para que fuesen gratis y por turno las yuntas de la isla a arrastrar las piedras que habían de formar el muelle, y con gran satisfacción se inauguró el primer arrastre de los enormes cantos que se entraron en la playa por un boquete que se abrió en la muralla.

El Señor Obispo D. José Manuel Verdugo de Alviturría (1749-1816) contribuyó a la obra con 10.000 pesos y el 7 de Mayo de 1811,el Duque del Parque-Castrillo ordenó al Capitán del Puerto poner a disposición de D. José Luján Pérez un barco con la tripulación necesaria para efectuar los reconocimientos marítimos encargados y el 26 se le nombra Aparejador Mayor de las obras del muelle con mil reales de vellón mensuales, teniendo como Aparejador menor al Maestro Antonio y Sobrestante al Sargento Juan Antonio Caraballo. Se colocó la primera piedra el 30 de mayo de 1811 con asistencia del Comandante General, Obispo y General Clavijo. Continuaron así las obras en unión del Dique de San Telmo que se hallaba a su lado, hasta el fallecimiento de Clavijo en 1813. El muelle figuraba en los planos con 834 pies de largo, 84 de ancho y la extensión del martillo era de 90 pies con sus correspondientes desembarcaderos.
Por R.O. de 18 de Noviembre de 1856 se dispuso se formase un proyecto de muelle en el Puerto de la Luz, que fuese auxiliar del de Las Palmas; redactó éste el Ingeniero Civil D. Francisco Clavijo y Pló, hermano de los del Real Cuerpo de Ingenieros D. Rafael, D. Salvador, D. Tomás y D. Nicolás, y autorizada la subasta por R.O. de 11 de Febrero de 1858, se celebró la misma el día 15 siguiente, quedando desierta.

La Dirección General de Obras Públicas el 27 de agosto de 1861 ordenó se revisasen los precios del proyecto de Clavijo encargándose de ello el Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos D. Juan de León y Castillo y éste propuso el cambio de emplazamiento: fue ron subastadas las obras por D. Santiago Verdugo y dieron comienzo el 9 de Mayo de 1863, siendo ejecutadas con gran lentitud obteniendo la rescisión de la contrata el 9 de Septiembre de 1872. Redactado nuevo proyecto, el 26 de Febrero de 1883 se inau-guraron las obras de la construcción del puerto de Refugio, siendo director de las mismas el citado Ingeniero D. Juan de León y Castillo; el primer encargado fue D. Néstor de la Torre Doreste que falleció a los pocos meses, y luego D. Juan Antúnez Monzón hasta su terminación el 11 de Agosto de 1902. (En: José María Pinto y de la Rosa. 1996)

1785 Noviembre 2.
Aparece en la ciudad de Eguerew (La Laguna) el “Semanario Misceláneo Enciclopédico Elemental:” que puede considerarse el primer periódico impreso en Canarias. Tenía 8 páginas y sólo vieron la luz 11 números.

1786. La Aldea, Tamaránt (G. Canaria). Sublevación popular por negarse el Marqués de Villanueva del Prado a pagar la mitad de los frutos de los terrenos de su propiedad.
 
1786. Vilaflor-Chasna, Chinech (Tenerife). Los vecinos proceden al derribo de las cercas levantadas por Chirino, Marqués de la Fuente de Las Palmas, en su intento de apropiarse de las tierras baldías.

1786.
Empezó a fomentarse el tráfico de la barri­lla, y por lo mismo fue necesario construir almacenes, apenas había en el Arrecife algunas casucas o chozas de pescadores, y una casa de madera en que vivía cierto alemán compositor de relojes y fabricante de salterios, algunos de ellos muy buenos que le eran encargados des­de Tenerife. No he podido saber la causa extraña que pudo inducir a este artífice extranjero a habitar en semejante punto desierto, y en el cual acabó desdichadamente asesinado.

La disposición y fábrica de aquellos primeros edificios participa­ba del uso de los demás lugares de las islas de Lanzarote y Fuerteventura. Había un par de grupos de casas en las inmediaciones de la ermita, cubiertas de torta, que así llaman la tierra preparada con agua y paja: otro hacia las Marcas, otros frontero al castillo, con tres destilas de más reciente construcción y una que otra casita esparci­das por aquellos llanos: Cuyo número total de vecinos casi todos pescadores, y apenas media docena entre ellos que tuviesen que comer, eran cincuenta y cinco, en el mes de junio de 1798, en que se estableció el Curato. (J. Álvarez Rixo, 1982:50)

1786. En la isla Benahuare (La Palma), la posición política de la antigua terratenencia colonial estaba considerablemente debilitada desde el año 1771, cuando el Consejo de Castilla destituyó de sus cargos a los antiguos regidores perpetuos por haber incurrido en graves malversaciones de los caudales de propios. Allí el reparto de baldíos entre campesinos sin tierras llegó a programarse durante el año 1786 en medio de una gran agitación campesina que creía tener al alcance de su mano la concesión de las tierras baldías de sus pueblos; sin embargo, la Sociedad Económica de Amigos del País de Benahuare (La Palma), identificada con los intereses de la terratenencia local se opuso al reparto y consiguió que se paralizara el expediente de repartimiento. En Tamaránt (Gran Canaria) el programa de reparto de baldíos presenta similitudes con lo sucedido en Chinet (Tenerife) y Benahuare (La Palma). El Cabildo y la Sociedad Económica de Amigos del País se oponían en un principio a que se efectuasen los repartos de los montes de Doramas y El lentiscal argumentando la grave desforestación que sufría la isla y consideraban aconsejable repartir tan sólo los terrenos baldíos del SW de la isla. En general, el reparto de baldíos, tal como se venía planteando, se centraba en las tierras de monte que habían sido taladas y roturadas en la oleada de usurpaciones que afectan a las islas mayores desde mediados del siglo XVIII. El proceso roturador, ampliado en este caso mediante repartos de tierras que tendían a reproducir las rozas clandestinas en los límites de las escasas reservas forestales, ponían en peligro el equilibrio del sistema económico de las islas, sin embargo, tras el debate sobre la conservación del medio natural se escondía la confrontación entre dos modelos de aprovechamiento de las tierras públicas; de un lado se situaban los intereses de la vieja oligarquía terrateniente que había usurpado impunemente tales terrenos ampliando sus fincas a costa de las tierras comunales, del otro, los intereses de la burguesía agraria y del campesinado que esperaban acceder a la propiedad de unas tierras que se habían revalorizado a causa del encarecimiento de las producciones de subsistencia. (Juan Ramón Núñez Pestano1991)

1786.
Empezó a fomentarse el tráfico de la barri­lla, y por lo mismo fue necesario construir almacenes, apenas había en el Arrecife algunas casucas o chozas de pescadores, y una casa de madera en que vivía cierto alemán compositor de relojes y fabricante de salterios, algunos de ellos muy buenos que le eran encargados des­de Tenerife. No he podido saber la causa extraña que pudo inducir a este artífice extranjero a habitar en semejante punto desierto, y en el cual acabó desdichadamente asesinado.

La disposición y fábrica de aquellos primeros edificios participa­ba del uso de los demás lugares de las islas de Lanzarote y Fuerteventura. Había un par de grupos de casas en las inmediaciones de la ermita, cubiertas de torta, que así llaman la tierra preparada con agua y paja: otro hacia las Marcas, otros frontero al castillo, con tres destilas de más reciente construcción y una que otra casita esparci­das por aquellos llanos: Cuyo número total de vecinos casi todos pescadores, y apenas media docena entre ellos que tuviesen que comer, eran cincuenta y cinco, en el mes de junio de 1798, en que se estableció el Curato. (J. Álvarez Rixo, 1982:50).

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