Do de aguas, al quitar la tierra de uno de los huertos y comenzar a ahondar el risco. Pero lo cierto es que estos trabajos, a la larga, acabarían por hacer desaparecer el yacimiento, pues en su lugar se acabó construyendo un estanque para regar las fincas de la Vega. Según le había comunicado el propietario de los terrenos a Batllori, no procede (...), por dejar en pie esa gruta, gastar cien pesetas más en el depósito de agua cuyo trazado había que cambiarse. Por lo que respecta a la descripción del yacimiento, Batllori confirmó que se trataba de un hipogeo subterráneo excavado en la roca arenisca y que presentaba dos niveles distintos: uno más elevado, a modo de pasadizo, y otro medio metro más bajo que el nivel de la entrada, en forma de elipse cortada, y al cual se accedía por unas escaleras. La entrada a este habitáculo era un agujero casi circular, de un metro de alto por lo mismo de ancho, y estaba sellada por una piedra enorme, redonda. En su interior se ubicaba el panteón o cámara funeraria, con ocho sepulcros cuidadosamente construidos con lajas a modo de ataúdes, que contenían los restos de los Guanartemes puestos sobre el costado derecho mirando a la puerta de la gruta. A pesar de que el yacimiento no había sido profanado con anterioridad, estaba desprovisto de toda clase de cacharros. No obstante, y a pesar de este dato, conviene tener presente que, según afirmó el propio Batllori, por efecto de las aguas que en tantos siglos se han filtrado por la entrada, el piso estaba cubierto por una capa de tierra húmeda de medio metro de espesor, lo que propició que tanto él como su acompañante, D. Antonio Pérez, se limitaran a extraer los esqueletos, los cuales se deshicieron al sacarlos. Por lo que respecta a la factura del hipogeo, sólo la perfección y belleza de su trazado puede darnos una idea de hasta donde llegaba la civilización aborigen e importancia de tan histórico monumento.
Maria
Gómez Díaz
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