lunes, 9 de febrero de 2015

La Leyenda del Barranco del Infierno (Adeje)





El viajero, que avanzando curioso por el litoral agreste y dislocado del extremo Sur de esta isla de Tenerife, llega hasta el emplazamiento curioso y pintoresco del pequeño puerto llamado La Caleta, a unos cuantos, muy escasos, kilómetros de Adeje, no puede sustraerse a la impresión extraña y verdaderamente grandiosa que le produce el magnífico e insospechado panorama que ante sus miradas se presenta.

Allí, en efecto, en caótico amontonamiento, convergen imponentes y sombríos, barrancos que, hendiendo con titánica fortaleza las poderosas y enhiestas cumbres, que a modo de desarticulado anfiteatro rodean la diminuta población, parecen ofrecer a las
perplejas miradas del turista, el comienzo de rutas insondables y vertiginosas que han
de penetrar en los más misteriosos senos de la Tierra.

Uno de ellos, quizá el más grandioso e imponente en su salvaje aspecto, es el llamado por todos Barranco del Infierno; y, en verdad, que ni las sublimes fantasías del Dante ni el genio inmensamente fecundo y creador de Gustavo Doré, pudieron nunca llegar a concebir lugar más apropiado y adecuado como mansión maldita de condenados y protervos.

Este barranco, de cuyas múltiples y profundas hendiduras el principal y más caudaloso contingente de aguas de que constituyen la riqueza de Adeje, ofrece en el promedio de su extraño y sombrío emplazamiento, una singularidad tan característica y especial que seguramente constituiría la materia de prolijas observaciones y de profundos estudios de geólogos y naturalistas que se aventuraran por su intrincado y laberíntico suelo.

Se trata de una especie de monolito enorme en su altura, toda vez que alcanza y aun  rebasa  las  crestas  sinuosas  de  las  dos  inmensas  montañas  que  le  sirven  de grandioso marco, y que no parece sino que brindan a que se intente arriesgadísima aventura de terrible vértigo, para pasar desde las agudas aristas de sus cumbres al afilado remate del inexplicable obelisco.

Pero lo que ni naturalistas ni geólogos podrían jamás llegar a sospechar, es que este  esbelto  e  inmenso  espigón  granítico,  surgió  súbita  e  inopinadamente de  los insondables abismos terrestres, como arrebatadora expresión de la cólera divina, para
castigar,  y  sólo  para  castigar,  la  más  nefanda  y  cruel  de  las  traiciones,  el  más
monstruoso y vil de todos los crímenes.

II

Era Mencey (Rey) de Adeje, el sabio y virtuoso Acaymo; su poder y sus riquezas no tenían igual en toda la superficie de la isla; sus tesoros eran inmensos e incontable el número de sus rebaños. Tenía tan sólo dos hijos, que constituían su única preocupación, cuando ya, casi en los límites de la ancianidad, se prendó locamente de la joven Saro, mujer de extraordinaria belleza y gallardía.

Pronto Saro dió al anciano Acaymo un hijo, al que se le llamó Xampó; y desde luego ocurrió lo que ocurrir suele con gran frecuencia en estos casos; y fué que, poco a poco, el niño Xampó, fué ahondando en el corazón del viejo príncipe, que llegó a sentir  por  él  un  cariño  avasallador  y  absorbente, que  se  traducía en  vehementes arrebatos, sobre todo, cuando contemplaba los prodigios de fuerza, arrojo y destreza del joven príncipe.
No tardó éste en enamorarse con delirio de una muchacha algo parienta de su madre, a la que toda la tribu señalaba como un dechado de belleza entre las innumerables y hermosas hijas de la vigorosa raza guanche. Llamábase Iora, y aun cuando honesta y recatada, en el fondo no dejaba de ser altanera y bien prendada de su belleza.

Iora, pues, aceptó los amores de Xampó, más que por el poderoso atractivo de su viril belleza, por ser hijo de rey, porque, quien sabe, si éste fuera el medio de ver realizados los halagadores ensueños de su ambición...!

Pero una tarde, el príncipe Saure, primogénito de Acaymo, al pasar por el lugar donde Iora guardaba su rebaño, le prodigó entusiastas galanteos, que la voluble y ambiciosa Iora recibió satisfecha, por considerarle sin duda mejor partido que su rendido novio.
Pero Saure temía a Xampó; sabía muy bien que su valor igualaba a su fuerza; y que en la típica lucha canaria, no había sido vencido por ningún campeón en tres años a  la fecha; y este temor, agudizado por el odio que su hermano le inspiraba,  ahora mucho más  enconado por  la  belleza de  Iora, le  decidió a  buscar de  nuevo a  la veleidosa doncella; y después de deslumbrarla con la descripción de la vida fastuosa de poder y de riqueza con que su amor la brindaba, le comunicó sus deseos, toda vez que era indispensable deshacerse de Xampó, al que no podía retar abiertamente so pena de incurrir en la maldición, y hasta, quién sabe, si en el desheredamiento de su padre.

III

Acostumbraban a verse los amantes en un sitio apartado, o sea en una agreste meseta emplazada en  el  corazón del  barranco, y que  inspiraba gran temor a  los habitantes de los contornos, porque en ella se abría la boca del Nautemio (Infierno), una espantosa cima de insondable profundidad, que a  las veces arrojaba vapores
caliginosos, acompañados de misteriosos ruidos.

Pues bien; cierto atardecer, y cuando más confiado y contento se sentía el valiente Xampó, enajenado por los atractivos y mentido amor de la pérfida Iora, ésta, arteramente, y fingiendo esquivar, para hacerlas más ansiadas, las ardientes caricias del infeliz muchacho, arrastró a éste con un feroz disimulo, y una infinita crueldad, sobre ella, ofreciendo en su contorno el vacío pavoroso de su seno. Esta roca, que pacientemente había sido quebrantada a fuerza de golpes por el infame Saure, durante noches precedentes, no tardó en ceder, arrastrando con ella al desdichado Xampó, al mismo tiempo que inusitado bramido de las fuerzas plutónicas, por insospechada coincidencia, o más bien por sorda expresión de la cólera divina, se dejaron oír desde el fondo tenebroso del vertiginoso abismo.

Pero Xampó no fué por el pronto víctima de este inicuo plan, tan cruelmente trazado por los dos traidores, sino que, al sentirse perdido, poniendo por instinto en juego sus poderosos músculos de acero, logró asirse con una de sus manos a la afilada arista de la roca partida, y no hubiera tardado seguramente en vencer por su propio esfuerzo el espantoso peligro, si hubiera podido valerse de su otra mano herida y dislocada por el derrumbamiento; por ello, con suplicante voz, invocó la ayuda de aquella mujer, a quien dió su corazón y las más caras ilusiones de su alma; indicándole que tendiera la cayada sobre su cuello, tan sólo un momento, el suficiente para que con tan escaso y liviano punto de apoyo, pudiera él colocar el codo del antebrazo herido sobre  la  roca;  pero  Iora,  aunque  aterrada  y  llena  de    espanto,  tuvo  fuerzas,  sin embargo, para aproximarse al borde del abismo, no para proporcionar el punto de apoyo que imploraba el traicionado novio, sino para esgrimir y golpear brutalmente con su cayada la crispada mano que se incrustaba en la peña, hasta conseguir que aquel cuerpo, lleno de juventud y de belleza, se desplomara pesadamente en el seno del aterrador abismo; al par que el cobarde Saure, prudentemente oculto hasta entonces, tras de unos arbustos próximos, se acercaba precipitadamente saltando de roca en roca, pretendiendo eludir el contacto de vapores que cada vez más intensos y asfixiantes manaban de la negra sima.

IV

Por fin, después de titánicos esfuerzos, consiguió llegar a la peña, en donde la infame Iora acababa de consumar su crimen, a tiempo para sostenerla en sus brazos, pues abatida también por el ambiente irrespirable que la rodeaba iba ya a desplomarse; y apartándola algunos pasos del abismo, bajo el benéfico influjo de una tenue corriente de aire, emprendieron ambos frenética carrera, cayendo y levantándose con aterradora frecuencia, en medio del caótico desprendimiento de piedras, chasquidos espantosos de las lavas que el Nautemio ya empezaba a   desbordar, y en medio del trepidar constante del terreno que pisaban, como tenue y frágil pared de inmensa caldera en que se hubieran acumulado presiones incalculables.

Pero su terror llegó bien pronto al paroxismo de lo inaudito, de lo inconcebible, cuando, en un momento de mayor confusión y oscuridad, al volver sus cabezas, vieron distintamente, en medio de los torbellinos de llamas y vapores que a sus espaldas dejaban, la  desolada y  vengadora silueta de  Xampó, que  avanzaba tras  de  ellos, extendiendo con rabia sus potentes brazos, dispuestos a hacer presa en el cuerpo de los dos miserables.

Pero  ¡oh!  ¡qué  espanto!;  aquel  Xampó  era  una  colosal  silueta,  inaudita, inmensa, del desdichado hermano y amante asesino...! Su cabeza rasaba con las crestas de las cumbres del barranco, y sus brazos vengadores agitábanse siempre hacia ellos,
en un radio de inconcebible longitud...

De pronto, un grito salvaje, de dolor infinito, salió de los ensangrentados labios de Iora, al chocar violentamente en su desenfrenada carrera con una enorme roca interpuesta en su camino; y cuando, ya en el suelo el miserable Saure, pretendió darle ayuda, llegó a ellos con la irreductible violencia del huracán el espantoso gigante que, con rabia sin igual, pisoteó ambos cuerpos, hasta dejarlos convertidos en informe y sangrienta masa, que no tardó en quedar sumergida en el ya caudaloso arroyo de hirviente lava, que corría, arrasándolo todo, por los laberínticos declives del barranco.

Como si tan sólo esperara la satisfacción de la justa venganza, el inmenso y gigantesco Xampó se detuvo en aquel sitio, posando sus enormes pies sobre los restos aun  palpitantes  de  los  traidores,  no  tardando  en  quedar  completamente  inmóvil, permitiendo así que la escoria y ardientes masas de lava lanzadas por el volcán fueran poco a poco revistiendo su cuerpo y petrificando su ser... Pasaron semanas, pasaron meses, y pasaron años... Y allí sigue el gigante, siempre erguido sobre el ejemplar terrible de su venganza, convirtiéndose al fin en lo que es hoy: inmenso monolito, incomparable obelisco que llenaría de admiración a naturalistas y geólogos que lo contemplaran; siendo de advertir que, según el dicho del anciano pastor que me refirió a su modo esta extraña historia, la masa enorme del gigante pétreo, conservó bien distinta y perceptible su enorme cabeza, que al fin fué segada por la guadaña del tiempo o quizá, quién sabe, si por el genio maléfico, que desde la traición de Iora anda suelto por las laberínticas estribaciones del barranco. Granadilla, 1932.Luís Salcedo.

LA LEYENDA Y EL AUTOR

UN CUENTO BASADO EN UNA LEYENDA Y EN UN PAISAJE IMPRESIONANTE

En el primer tercio del siglo XX eran frecuentes las narraciones trágicas situadas en barrancos escabrosos, con un paisaje poco alterado que podía trasladarnos fácilmente a la lejana época en la que la isla estaba habitada por el pueblo guanche, como ocurrió con el cuento “El Barranco de Herques” de Romualdo García de Paredes y Mandillo.
La trama de “La leyenda del Barranco del Infierno”, publicada en 1932, discurre en el conocido paraje adejero en la época guanche, con una trama de tintes dramáticos, en la que se unen temas atemporales como el amor, la infidelidad, los celos, la ambición, el poder, la envidia y la venganza. Todo ello se combina con el impresionante paisaje de ese bello enclave adejero, con sus laderas cortadas a pico, sus fugas y los roques que las coronan. De este modo, apoyándose en la leyenda que le contó un viejo pastor, el autor mezcla la fantasía del infierno con el origen volcánico de las islas y las formas curiosas que configuran el relieve del barranco, espectacular para un hombre que procede de las tierras llanas de Extremadura.

Don Luis Losada, atribuye el nombre de Acaymo al mencey de Adeje, lo que no se ajusta a la tradición histórica, que suele asignar este antropónimo al mencey de Güímar. También se inventa los nombres de los tres protagonistas: la bella Iora y los dos hermanos, Xampó y Saure, hijos del mencey y enamorados de ella. La trama se incia en los amores de Iora con los dos príncipes, alcanza el punto culminante en el asesinato de Xampó por la ambiciosa  aborigen,  con  la  connivencia  de  Saure  (primogénito  del  mencey),  celoso  y envidioso de la fortaleza y valor de su hermano, y se remata con la venganza de Xampó que surgiendo del Infierno se transforma en un gigante que acaba con la malvada pareja y luego, cubierto por la lava, se reencarna en uno de los roques que aún se aprecian en el barranco.

EL AUTOR: DON LUIS SALCEDO Y DÍEZ DE TEJADA, JUEZ DE PRIMERA INSTANCIA E INSTRUCCIÓN, ESCRITOR Y POETA

Nació en la provincia de Badajoz y era hijo de don Luis Salcedo y Arteaga, juez de primera instancia e instrucción de Santa Cruz de Tenerife2. Fue su hermano don Antonio Salcedo y Diez de Tejada (?-1929), recaudador de Hacienda, que falleció en Zafra (Badajoz).
El 20 de septiembre de 1887, nuestro biografiado llegó a Santa Cruz de Tenerife a bordo del vapor correo y junto a su padre, quien ese mismo día tomó posesión como juez de primera instancia e instrucción de dicha ciudad. Cursó el Bachillerato en el Establecimiento de Segunda Enseñanza de la capital tinerfeña, en el que obtuvo el título de Bachiller en el curso 1888-1889. Y el 29 de abril de 1890 embarcó para Cádiz en el vapor correo español “África”.

Tras obtener el título de Licenciado en Derecho y superar la oportuna oposición, en junio de 1924 fue nombrado aspirante a la Judicatura y al Ministerio Fiscal, con el número 32 de la escala del cuerpo.

Por real orden del 24 de marzo de 1926 fue nombrado juez de primera instancia de Alcañices (Zamora), en el turno primero, para cubrir la vacante existente por excedencia de don Damián Galmés, que la desempeñaba; y el 9 de abril inmediato se le expidió el correspondiente título por el Rey don Alfonso XIII. Pero solo permaneció un año al frente de dicho Juzgado, pues fue declarado excedente voluntario de dicha plaza por real orden del 21 de mayo de 1927.

Como curiosidad, el 16 de julio de 1927 llegó a Santa Isabel, en la Guinea Española, a bordo del barco “San Carlos”. Luego, mientras figuraba como juez de primera instancia e instrucción de categoría de entrada en situación de excedencia voluntaria, por real orden del 12 de junio de 1928 se le concedió el reingreso en la carrera judicial. Y cuatro días después fue nombrado juez de primera instancia e instrucción de Granadilla de Abona, en Tenerife, al frente de cuyo Juzgado permanecería durante cinco años y medio.

Durante su estancia en Granadilla de Abona se implicó en la vida social de la localidad y dio rienda suelta a su vena literaria. Así, el lunes 28 de julio de 1930 participó en una fiesta benéfica celebrada en dicha villa a beneficio de la Acción Católica de la Mujer, cuyo acto principal era la representación de la obra “Puebla de las mujeres” y, tal como destacó al día siguiente Gaceta de Tenerife: “Comenzó con la presentación de la obrita a cargo del digno juez del Partido, don Luis Salcedo, quien, con palabra elocuente, explicó la finalidad del acto e hizo un acertado juicio crítico de la obra, obteniendo merecidos aplausos”; y “Terminó la noche recitando la bella señorita Argentina Trujillo una bonita composición poética, original del antes mencionado juez del Partido, don Luis Salcedo”. A comienzos del mes de agosto inmediato, don Luis participó en la velada literario-musical celebrada también en Granadilla y organizada por la banda de música de dicha villa, tal como recogió La Prensa el 9 de dicho mes: “Entre los números literarios tuvimos el gusto de aplaudir al digno juez del partido, don Luis Salcedo, quien hizo historia de la Música, consagrando frases de elogio a este resurgir del Arte entre nosotros”; en el mismo acto, se interpretó una obra teatral suya: “Alfonso Acosta, Félix Saenz y Argentina Trujillo, en el apropósito «Los polvos del querer», de don Luis  Salcedo,  escucharon  también  muchos  aplausos”.  En  octubre  de  ese  mismo  año contribuyó con 5 pesetas a la reparación de la ermita de El Médano. Y el 8 de febrero de 1931 organizó y dirigió, junto a don Antonio Reyes González, una fiesta de arte en Granadilla, que comenzó con el  sainete  “Los apuros de  un fraile”, de  don  Luis  Salcedo, tal  como fue anunciado el 31 de enero anterior en El Progreso.


2  Don Luis Salcedo y Arteaga fue juez de primera instancia e instrucción de Santa Cruz de Tenerife (1887-1890). En 1890 fue nombrado teniente fiscal de la Audiencia de Montilla. Posteriormente ascendió a magistrado y fue destinado a las Audiencias provinciales de Lugo, Jaén y Badajoz, así como a la Audiencia Territorial de Zaragoza, destino en el que se jubiló en 1909.

Por entonces, don Luis escribió la comedia dramática en tres actos (el último dividido en dos cuadros) y en prosa titulada “Tikko”, que el 6 de marzo de 1931 se estrenó en el Teatro Hermanos Millares del Puerto de la Luz de Las Palmas de Gran Canaria, por la compañía de teatro de Leandro Alpuente, obteniendo un gran éxito que fue destacado por la prensa. Esa misma compañía la representó el 8 de abril inmediato en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife, con una favorable acogida, el 18 de dicho mes en el Teatro Leal de La Laguna y en ese mismo mes se llevó al Teatro Circo de Marte de Santa Cruz de La Palma.

El sábado 17 de octubre de ese reiterado año 1931 participó en una velada literaria celebrada en Adeje, incluida en el programa de las Fiestas Patronales, con el discurso inicial de dicho acto (en el que se aprecia claramente su mentalidad conservadora), como destacó al día siguiente el corresponsal de Gaceta de Tenerife: “Abrió el acto el digno juez del Partido, Dr. Luis Salcedo y Diez de Tejada, quien, en un bien documentado discurso, trató una cuestión de tan palpitante interés como lo es la del divorcio, abogando por la indisolubilidad del Sacramento, la unión de la familia y la santidad del hogar que engrandece el amor, base de las sociedades y consuelo sublime en las borrascas de! vivir. Estudió la influencia decisiva del Amor en las organizaciones sociales y en la vida de los pueblos, desde los tiempos antiguos hasta ios actuales, y terminó brillantemente con un elogio a España, la Nación hermosa, cuna de la hidalguía y la nobleza”.

En marzo de 1933, se insertó en la Gaceta de Madrid una orden promoviendo en el tumo de categoría de juez de ascenso, en la vacante producida por promoción de don Lorenzo La Fuente, a don Luis Salcedo y Diez de Tejada, juez de primera instancia de entrada que servía en el Juzgado de Granadilla. El domingo 8 de octubre de ese mismo año volvió a participar en la velada literaria celebrada en la Villa de Adeje con motivo de las Fiestas Patronales, figurando como “ilustrísimo señor juez de primera instancia de este partido judicial”, tal como anunciaba Hoy el 4 de dicho mes. Y el día 15 de ese mismo mes, La Prensa reseñaba el acto celebrado, destacando en “Los discursos” la intervención de nuestro biografiado: “La presencia de los oradores en la tribuna es acogida con prolongados aplausos. / Hecho el silencio, da comienzo al acto el digno Juez de Primera Instancia del partido, don Luis Salcedo y Diez de Tejada, quien dirige al pueblo un vibrante saludo, tributando grandes elogios a la hermosura de su campiña, y entrando de lleno en el fondo de su disertación, pasa a demostrar el influjo beneficioso de la mujer en todos los actos de la vida. En párrafos magistrales describe los viejos torneos medievales, en que los caballeros rompían lanzas por sus damas... Pasa luego a ocuparse de los ya en desuso Juegos Florales, en  que  poetas  y  literatos  desgranaban madrigales a  las  Cortes  de  Amor  y  añade  que actualmente han sido sustituidos por la  elección de “Misses”. Pero  siempre y  en  todo momento dice, tanto en las pasadas épocas caballerescas como en los tiempos actuales, la mujer  ha  ejercido  un  dominio  absoluto  en  la  sociedad.  Termina  su  brillante  oración dirigiendo un cántico inspirado a las hijas de la localidad. / Al final fué calurosamente aplaudido por la concurrencia”; además, se leyó una poesía suya: “La señorita Natividad Rivero Carba11o, da lectura a una bella composición poética del señor Salcedo y Diez de Tejada, que fué muy aplaudida por el público”.

En virtud del concurso convocado para cubrir plazas vacantes, el 16 de diciembre de dicho año 1933 fue nombrado juez de primera instancia e instrucción de Escalona (Toledo), al ser el más antiguo de los concursantes. Por ello, a comienzos de enero de 1934, don Luis abandonó Granadilla, tal como informó Hoy el 4 de dicho mes: “Por reciente orden del ministerio de Justicia pasa destinado a la Península el juez de primera instancia e instrucción del partido judicial de la villa de Granadilla, don Luis Salcedo y Diez de T'ejada, que ha hecho viaje a Cádiz, para posesionarse de su destino. / Del Juzgado de instrucción de Granadilla se encarga interinamente el juez municipal de dicha villa”. En ese nuevo destino permaneció durante dos años y medio.

En junio de 1936 fue nombrado juez de primera instancia e instrucción del partido judicial de la ciudad de Guía de Gran Canaria, plaza de la que tomó posesión a comienzos del mes de julio inmediato, tal como informó Diario de Las Palmas el 3 de dicho mes: “Ha tomado posesión del cargo de Juez de Primera Instancia e Instrucción de Guía, don Luis Salcedo y Diez de Tejada”. Al frente de dicho Juzgado permaneció durante unos cuatro años.

Al mes de tomar posesión se produjo el levantamiento militar del General Franco, al que se adhirió rápidamente nuestro biografiado, que fue uno de sus más firmes apoyos en la capital del partido judicial del noroeste de Gran Canaria. Por ello, durante su estancia en Guía, coincidente en gran parte con la Guerra Civil, intervino en diversos actos patrióticos, de los que informaba sobre todo el periódico Falange. Así, en agosto de 1937 participó en un homenaje celebrado en Guía a los mutilados, heridos y enfermos de la campaña. En el mes de octubre de ese mismo año acompañó a la manifestación celebrada en dicha ciudad con motivo de la toma de Gijón, dirigiendo la palabra al pueblo y “con su acostumbrada elocuencia ensalzó la figura de Franco y su gesta gloriosa”. En mayo de 1938 fue elegido presidente de la Comisión Inspectora Comarcal de Mutilados y Heridos de Guerra. El 18 de julio de ese año participó  en  el  acto  celebrado  en  Guía  para  conmemorar  el  segundo  aniversario  del Alzamiento Nacional, hablando de tan significativa fecha; y al día siguiente presidió la gran manifestación popular organizada con dicho motivo. En la programación especial de esa fecha conmemorativa, Radio Club Tenerife puso en las ondas el poema “18 de Julio… Adelante”, recitado por don Enrique Núñez, que fue publicado ese mismo día en el periódico Falange, aunque estaba fechado en Guía a 10 de dicho mes. En ese mismo mes contribuyó con 5 pesetas a la suscripción a favor del acorazado “España”.  El 8 de enero de 1939 intervino en Guía el acto de reparto del aguinaldo a los heridos y mutilados de guerra, a los que “dirigió breves palabras llenas de emoción y patriotismo”, tal como informó Falange el 10 de dicho mes. En el mes de febrero inmediato contribuyó con 6 pesetas a la suscripción para “Auxilio a poblaciones liberadas”. El 9 de ese mismo mes, en conmemoración de la muerte del primer caído del SEU, don Matías Montoso, se celebró una velada necrológica de homenaje en el Teatro Hespérides de Guía, en la que tomó parte este juez de instrucción, quien ensalzó la memoria de los muertos del bando nacional, “dando normas para la educación futura”. El 30 de octubre de ese mismo año participó en la conmemoración del II aniversario de Auxilio Social, pues “en encendidos tonos patrióticos resaltó la obra de Auxilio Social y la figura del Caudillo  forjador  de  esta  España  justa  y  caritativa”,  según  publicó  Falange  el  1  de noviembre inmediato.
En cuanto a su faceta literaria, del 19 al 22 de agosto de 1937 publicó en La Provincia el cuento: “Crónicas confidenciales. El relicario de Mercedes”, fechado en Guía el 10 de dicho mes. En los días 4-5 y 8-9 del mes de septiembre inmediato publicó en La Provincia el cuento: “Crónicas confidenciales. La conquista del cuerno”, fechado en Guía el 26 de agosto anterior. Y  el  24 de  septiembre de  1938 publicó en  Diario de  Las Palmas el  artículo: “Aniversario. ¡Camarada Rafael Matos Hernández… Presente…!”.

En  1940 fue nombrado juez  de  instrucción de  Talavera de  la  Reina,  por lo  que abandonó Gran Canaria. Pero de momento no tenemos más información de este juez  y escritor, que estuvo vinculado a Canarias durante más de 12 años, diez de ellos como juez de primera instancia e instrucción.

Conocemos a dos de sus hijos: don Manuel Luis Salcedo Gumucio (1898-1958), que nació en Badajoz, en 1920 emigró a El Salvador, donde se dedicó a la agricultura, casó con doña Mercedes Gallegos Caminos y se nacionalizó en 1956, falleciendo en San Salvador; y don Ricardo Salcedo Gumucio (?-1989), Doctor en Ciencias, físico nuclear y autor de varias patentes, que falleció en Málaga. [Octavio Rodríguez Delgado].

(Luís Salcedo y Diez de Tejada. Edición, transcripción y reseña biográfica: Octavio Rodríguez Delgado) blog.octaviordelgado.es

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS (PUBLICACIONES PERIÓDICAS):

ABC, Diario de Las Palmas, Falange, El Progreso, Gaceta de Tenerife, Guía, Hoy, La Gaceta de Madrid, La Guinea Española, La Opinión (de Tenerife), La Prensa, La Provincia. Buscador de prensa histórica digital de la Universidad de La Laguna. [Buscador “Jable” de Universidad de Las Palmas de Gran Canaria].
[Buscador “Prensa histórica” de la Universidad de La Laguna].

Notas.

1  Luís SALCEDO. La Leyenda del Barranco del Infierno. La Prensa, domingo 24 de enero de 1932, pág. 5. [Buscador de “Prensa histórica” de la Universidad de La Laguna].


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