miércoles, 18 de febrero de 2015

AGUSTÍN ESPINOSA GARCÍA



1939 enero 28.

Fallece en la localidad tinerfeña de Los Realejos. Agustín Espinosa García (Puerto de la Cruz, Tenerife. Narrador y poeta

Agustín Espinosa nace el  23 de marzo de 1897 en Puerto de la Cruz, en donde reside hasta los doce años. Cursó los estudios de Enseñanza Media en el Instituto Provincial de La Laguna (Tenerife) entre 1911 y 1917.

  La primera muestra poética de Agustín Espinosa la publica, cuando contaba veinte años, en la revista modernista de Tenerife Castalia –creada y dirigida por el escritor y político Luis Rodríguez Figueroa–. No pasan de cinco los textos que se conservan y, aún menos los que publicó, hasta la redacción de su tesis doctoral en 1924 titulada Don José Clavijo y Fajardo, como culminación de su vida académica iniciada en 1918 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, primero, y luego en la de Madrid.

Después de unas primeras influencias tardomodernistas y del descubrimiento de la poesía de Juan Ramón Jiménez, en Madrid tomará contacto con la corriente vanguardista peninsular (Buñuel, Jiménez Caballero, Lorca, al que ya había conocido en el período granadino, etc.), lo que, unido a su doble preocupación por las formas estéticas más novedosas y el asentamiento de la tradición literaria, va a constituir un poso que comenzará a producir la nueva literatura en la aventura literaria del primer número de la revista de la vanguardia insular La Rosa de los Vientos (1927) con cuatro escritos de diverso tipo: “Vidas paralelas. Azores mudados”, “Romances tradicionales de Canarias”, “Saulo Torón. El caracol encantado” o “Ángel Valbuena Prat. 2+4”.

En septiembre de 1924 regresa a las Islas como ayudante de la Cátedra de Lengua y Literatura de la Universidad de La Laguna. Ya en 1926 Agustín Espinosa publica en La Prensa de Santa Cruz de Tenerife romances de esta isla como búsqueda de una tradición de raíz popular, como ocurría paralelamente con los autores peninsulares de la generación del 27. Junto con Juan Manuel Trujillo y Ernesto Pestana Nóbrega  funda en 1927 La Rosa de los Vientos, primera revista insular que recoge los afanes vanguardistas. En ella publicará, además del mencionado trabajo “Romances tradicionales de Canarias”, “Romancero de Canarias”.

Espinosa actúa entre los miembros de las vanguardias históricas de Canarias como un guía, como un maestro, según ha señalado su máximo estudioso, Miguel Pérez Corrales,  como podemos observarlo en Emeterio Gutiérrez Albelo o en José María de la Rosa, aunque la huella de su obra también puede detectarse en Pedro García Cabrera o en Domingo López Torres.

En 1928 toma posesión de su cátedra de Lengua y Literatura Española del Instituto en Mahón (Menorca), en octubre es nombrado catedrático del Instituto Nacional de Segunda Enseñanza Pérez Galdós de Las Palmas y luego se le envía durante el curso 1928-1929 como Comisario Regio del nuevo centro de Enseñanza Media de Arrecife, en Lanzarote, aunque su plaza siempre se mantendrá en el centro grancanario.

    Fruto de su estancia en Lanzarote es la publicación de su primer libro, Lancelot, 28º- 7º (1929) y también inicia sus colaboraciones en La Gaceta Literaria, la revista vanguardista de Jiménez Caballero. De esta forma, se encuentra bajo la influencia de la vertiente vanguardista que representa este contradictorio representante de la nueva literatura española y futuro ideólogo del fascio español, aquella que pretende nacionalizar la vanguardia y se instala en una doble vocación: por un lado, la innovación literaria y estética, y, por otro, la inserción en una nueva lectura de lo tradicional. Lo que Espinosa llevará a cabo como un auténtico programa cultural y literario en Canarias desde la aventura de La Rosa de los Vientos (1927-1928) hasta su incorporación a la redacción de gaceta de arte (1932-1936). La mirada de la isla que Agustín Espinosa ensaya en  Lancelot, 28º- 7º es una visión integral de la geografía de todas las islas.

En “Óptica del otoño”–crónica de la vida cultural isleña que apareció en La Gaceta Literaria del 15 de marzo de 1929– Agustín Espinosa da a conocer su primer libro, aunque ya había hecho siete entregas o fragmentos de la obra desde octubre de 1928 hasta julio del año siguiente. Como suele ocurrir, el subtítulo –Lancelot es Guía integral de una isla Atlántica– expresa el objetivo o los objetivos no sólo estéticos, también ideológicos, que el propio Espinosa se encarga de explicar en el arranque de “Lancelot y Lanzarote” (“Lo que he buscado realzar sobre todo, ha sido esto: un mundo poético; una mitología conductora. Mi intento es el de crear un Lanzarote nuevo. Un Lanzarote inventado por mí”).

Con frecuencia, Agustín Espinosa publica en los periódicos insulares: colabora en La Prensa de Tenerife (hasta 1934), La Gaceta Literaria (hasta 1931), El País (hasta 1933) y La Tarde (hasta 1936).

En 1930 marcha a París pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios. En Francia entra en contacto con el surrealismo. Publica en Barcelona en colaboración con Ángel Lacalle, también profesor de Enseñanza Media, la Antología de Escritores Españoles.
    En 1932 se inician sus colaboraciones en Diario de Las Palmas y gaceta de arte (hasta 1935); ese mismo año compone sus Poemas a Mme. Joséphine, aunque no se publicarán hasta 1982, editados por  Sebastián de la Nuez.

 En 1934 Agustín Espinosa publica Crimen, considerada la primera novela surrealista española, empero alejada de la escritura automática. Como ha dejado muy claramente expuesto Pérez Corrales los límites genéricos están presentes en la frontera para no ser, en puridad, ninguno de ellos. Además de parecer, sin serlo, poema, relato, ensayo, diario o evocación, como indica el citado estudioso de la obra de Espinosa, deberíamos simplemente considerarlo un “texto surrealista”.

Ese mismo año 1934 compone el texto dramático inacabado La Casa de Tócame Roque, pieza ordenada por Miguel Pérez Corrales, tal y como la conocemos hoy en las distintas ediciones. Este texto de Espinosa ha alcanzado gran notoriedad al aparecer entre las dieciséis piezas dramáticas de las vanguardias históricas en España, según la edición del profesor Agustín Muñoz-Alonso. En el panorama canario, esta farsa de Espinosa “dialoga” con otras dos obras de las décadas de 1920 y 1930: Tic-Tac (1924), de Claudio de la Torre, y Proyecciones, de Pedro García Cabrera.

En 1935 Agustín Espinosa es nombrado Director del recién creado Instituto de Segunda Enseñanza de Tenerife. Ese mismo año escribe su ensayo Sobre el signo de Viera, aunque aparecerá a comienzos de año siguiente.
Trasladado para el curso 1934-1935 al nuevo Instituto de Enseñanza Media de Santa Cruz de Tenerife y designado Presidente del Ateneo de Santa Cruz, organizaría con Eduardo Westerdahl y los animadores de gaceta de arte en dicha entidad cultural la Segunda Exposición Internacional del Surrealismo, con la exhibición de setenta y seis obras, entre el 11 y el 21 de mayo de 1935, con la consiguiente visita a Tenerife de Andre Breton, su mujer Jacqueline, y Péret desde el 4 hasta el 27 de mayo.

Tras el denominado alzamiento nacional, Agustín Espinosa es destituido de su Cátedra en el Instituto de Las Palmas, aunque se le reintegró en 1938 con destino en el Instituto de Santa Cruz de La Palma. Poco después, el 28 de enero de 1939, fallece en la localidad tinerfeña de Los Realejos.

Significación y alcance de la obra de Agustín Espinosa García

Agustín Espinosa es la figura clave del panorama vanguardista insular, ya que desempeñó un  papel central como creador de la moderna prosa en Canarias durante las décadas de 1920 y 1930. Los estudios y ediciones de Miguel Pérez Corrales han sido determinantes para el más cabal conocimiento no sólo de la obra de Agustín Espinosa, sino de todo el período cultural comprendido entre 1926 y 1936 en Canarias. A partir de los trabajos de Pérez Corrales, la figura de Espinosa ha interesado a los estudiosos de la historia de la literatura española del período o bien a quienes se han ocupado de la aventura vanguardista. Sin embargo, aún quedan críticos –como Antonio Becerra Bolaños y Domingo Fernández Agis– que piensan que la figura y la obra de Espinosa debe integrarse «en el canon de la literatura vanguardista no ya canaria —ahí está instalado por derecho propio desde hace tiempo—, sino española, y más allá».

    Como ha señalado Pérez Corrales, hay tres rasgos de Espinosa que entran en nuestra literatura a través de Crimen, con la disolución de la identidad y la humanización del mundo objetal, y mediante Lancelot 28º,7º con el valor plástico de su prosa, que ya había destacado uno de los mejores críticos de esta obra: Emeterio Gutiérrez Albelo. Pero en Crimen la crítica ha encontrado otros rasgos de la modernidad literaria de las vanguardias históricas en España, como así lo ha evidenciado Pérez Corrales en Agustín Espinosa, entre el mito y el sueño: «La presencia inquietante de los objetos con funciones humanas azota todo el texto: una calle que se horroriza de su nombre, un sombrero que tiene sexo, faroles que cooperan «conscientes» en un crimen, bancos que se miran angustiados, una ventana culpable de numerosas muertes, una cabeza arrancada que habla».

 Agustín Espinosa, uno de los más entusiastas impulsores de lo que Domingo Pérez Minik acuñó como Facción surrealista española de Tenerife, junto con Emeterio Gutiérrez Albelo, Domingo López Torres y Pedro García Cabrera, es uno de los firmantes del la “Déclaration” de gaceta de arte sobre el surrealismo en Cahiers d’Art y el Boletín Internacional del Surrealismo en octubre de 1935. Artistas como Óscar Domínguez y Juan Ismael
Selección de textos de Agustín Espinosa García
ELOGIO DE LA PALMERA CON VIENTO
Bien —palmera con viento de Lanzarote—; bien.
Tú tenías envidia de los molinos y de los girasoles. De las ruletas y de los tiovivos. De los astros con sistema y de los viajes de circunvalación. De las hélices. De los discos de gramófono. De las ruedas azules de las fábricas. De todo lo que gira, de todo lo que voltea incansable, tenías envidia.
Bien —palmera con viento de Lanzarote—; bien.
Y por eso llegaste a Lanzarote, isla de viento perenne: isla de alisios. Plantaste en ella tu tienda de campaña. Y ahora has superado a todas tus envidias antiguas: a los molinos de viento y a los girasoles; a las ruletas y a los tiovivos; a los astros con sistema; a los viajes de circunvalación; a las hélices; a los discos de gramófono; a las ruedas azules de las fábricas. Eres ya la primera entre todas las cosas que han aprendido el arte de la voltereta alrededor de un punto absoluto.
Ahora eres tú —palmera con viento de Lanzarote— la envidiada. Por tu color alegre. Por tu honestidad. Por tu amateurismo significado.
Dejas que tus brazos verdes volteen bajo el viento. Ejerces un deportismo puro. Eres —hoy— la única hélice, el único tiovivo y la única ruleta que gira solamente por girar.
Bien —palmera con viento de Lanzarote—; bien.
[Lancelot, 20º–7º (Guía integral de una isla atlántica), 1929 (2006, pp. 78, 80 y 82]
ODA A MARIA ANA, PRIMER PREMIO DE AXILAS SIN DEPILAR DE 1930
[Fragmento]
Hablemos de María Ana y de sus axilas sin depilar.
Hablemos también del Destino.
Agustín Espinosa, alcantarillero de sueños adversos.
Agustín Espinosa, coleccionador de azucenas innumerables.
Enamorados de María Ana.
Jinetes de su sexo único.
María Ana, vacilante entre los dos Agustines.
¿Habría de acabar la empresa quebrando amistades, como en las canciones antiguas: He aqui que es tuya la rosa, vencedor?
Pero dejar 3.114 vellos resabidos, para inventar 489 + 489 vellos olvidados —para descubrirlos— era ya cosa de aventuras de ahora.
María Ana no había comprado nunca hojas Gillette.
María Ana tenía 489 vellos en el hoyo de cada una de sus axilas.
Y esto lo vieron coleccionador y alcantarillero.
Únicamente por sus vientos propios eran luego uno y otro gobernados.
[En Extremos a que ha llegado la poesía, nº 1 (marzo, 1931)]
HAZAÑA DE UN SOMBRERO
Un sombrero fue el protagonista de este divino sueño incontado.
Desde un andamio demasiado alto de una casa en obras lo veía caído abajo, en medio de la calle, esperando a pie firme la hora próxima de una cita exacta. Estuvo a punto de perecer varias veces bajo varias ruedas de automóvil. La brisa de la tarde le libertó de una colilla de cigarro que hubiera terminado perforándole el ala, Un escupitajo cayó tan cerca de él, que le salpicó, aunque sólo de modo muy ligero. El fino zapato de ante de una muchacha rubia le rozó suavemente, y yo vi al sombrero que se estremecía hasta la copa, dolorido de un sexo formado como por asociación de úlceras recientes.
Anochecía, cuando apareció en una esquina un hombre destocado. Atravesó con presura la calle, y, al pasar junto al sombrero, se agachó disimuladamente, lo recogió del suelo y se lo ladeó sobre la oreja izquierda. Luego se perdió más abajo, entre la muchedumbre constituida a aquella hora exclusivamente por oficinistas y obreros recién salidos del trabajo.
Salté hasta el balcón, la tomé del brazo, y salimos juntos, sin que ni una sola palabra se cruzara entre nosotros.
La llevaba de la mano como a niña de seis años, cuando tenía ya más de cuarenta. La aupaba a los tranvías sin grandes esfuerzos; la arrastraba más que acompañarla, porque, a pesar de su obesidad indiscreta, era tan baja, que no pesaba —o a mí me lo parecía por lo menos— casi nada.
Caminamos así durante varias horas a través de la ciudad.
Al final de una calle, pequeña, pero tan ancha, que, a aquella hora sobre todo, tomaba aires provinciales de plaza, estaba la sombrerería que buscaba.
Lo reconocí rápidamente, por su cara de suicida y por una imperceptible quemadura de cigarro junto al lazo. Ella se oponía a ponerse aquel sombrero de hombre, alegando que era un sombrero de hombre. Yo traté inútilmente de convencerla de lo arbitrario de una teoría que quería diferenciar sexos ya bien diferenciados. Abusando únicamente de mis fuerzas, logré ponerle el sombrero, que, como le estaba algo estrecho, le congestionaba cruelmente el rostro y le alargaba aún más las arrugas de la frente.
Debí de hacerle mucho daño, porque cuando salimos de la sombrerería lloraba.
Al amanecer del día siguiente era encontrado en una alameda de las afueras el cadáver de una niña de seis años. Llevaba puesto un sombrero de hombre, sujeto por un grueso alfiler, que, perforándole ambos parietales, le atravesaba la masa encefálica.
[Crimen, 1934 (1986, pp. 61-62)]
¿ERA YO UN CABALLO?
Primero —y no era primero acaso— dijiste:
— ¡Ya estamos solos!
Estábamos solos, en medio de una plaza inclemente, tú, yo y el cochero de la esquina.
Una golondrina plegó de pronto sus alas, a la mitad precisa de un vuelo, y rodó muerta, dentro de una alcantarilla destapada, seguida muy de cerca por una colilla de cigarro.
Tus manos se doblaron bajo mis piernas descarnadas.
Si el cochero de la esquina te besó varias veces en el cuello y te manoseó los pechos con sus manazas diestras en gobernar riendas más largas, fue por eso sólo. Porque te vio tímida, en medio de la plaza solitaria donde yo era todavía mi estatua: indefensa y con las miradas por los adoquines más anchos.
Cuando, después de una lucha angustiosa con un mármol terriblemente rebelde, pude apearme al fin de la alta tarima a donde crueles heroicidades me llevaran, ya era tarde. Estabas tactando los órganos genitales de un caballo enfermo. Muy bella aún bajo tu bata de veterinaria recién salida de la Escuela.
Inútilmente paseé una y otra vez ante tus ojos mis abstrusos y complicados disfraces de cabra, de asno, de carnero, de mula, de perro, de vaca... Ni balares de cabra tuberculosa, ni lamentos de perro con úlcera de estómago, ni aun quejumbrosos relinchos de mula con dolor de costado. Veterinaria de cabecera de aquel pobre caballejo indefenso, ya no te habrías de separar más de él.
Una hora más tarde pasó el entierro del cochero de la esquina. Iba el ataúd sobre su mismo coche de punto, tirado por su mujer y su hijo pequeño. Seguían al macabro vehículo siete caballeros enlevitados, portadores de coronas de azucenas en la cabeza. El enlevitado impar precedía a los otros seis y llevaba una bandera española, cuyo grueso mástil terminaba en una zapatilla despilfarrada.
El médico me leyó un pliego que decía:
«Yo, médico titular de este pueblo, certifico que el paciente falleció a consecuencia de una peritonitis producida, al parecer, por coces recibidas de su caballo Agustín.»
El notario guardaba en su cartera estas palabras, para mí en extremo voluptuosas:
«ltem, dejo a la señorita veterinaria mi caballo Agustín, con el compromiso de curarle, en el plazo de dos meses, la reciente blenorragia que padece el dicho animal.»
En el sitio donde estaba antes mi estatua había ahora un buró apolillado, cojo de una pata, y un cubo de basura adornado con lirios blancos.
[Crimen, 1934 (1986, pp. 65-66)]

Obras de Agustín Espinosa:
Lancelot, 20º–7º (Guía integral de una isla atlántica), Madrid, Ediciones Alfa, 1929; Media hora jugando a los dados, Las Palmas, 1933; Crimen, Tenerife, Gaceta de Arte, 1934; Don José Clavijo y Fajardo [1924], Gran Canaria, Cabildo Insular, Comisión de Educación y Cultura, 1970. [Prólogo de A. Valbuena Prat]; Sobre el signo de Viera, La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 1935; Crimen, Lancelot, 20º–7º, Media hora jugando a los dados, Madrid, Taller de Ediciones JB, 1974; Textos (1927-1936), Alfonso Armas Ayala y  Miguel Pérez Corrales (eds.), Tenerife, Cabildo Insular de Tenerife, 1980; «Oda a María Ana»[1931], en Papeles invertidos, núm. 4-5 (1980), pp. 99-105; Poemas de Mme. Josephine [1929], Sebastián de la Nuez (ed.), La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 1982; Crimen, M. Pérez Corrales (ed.), Santa Cruz de Tenerife, Editorial Interinsular Canaria, 1985; Lancelot, 20º–7º (Guía integral de una isla atlántica) [1929], Nilo Palenzuela (ed.), Santa Cruz de Tenerife, Editorial Interinsular Canaria, 1988; Crimen y otros textos, M. Almeida (ed.), Biblioteca Básica Canaria, Gobierno de Canarias, 1990; Media hora jugando a los dados, facsímil, Canarias, Gobierno de Canarias, 1987; «Textos inéditos y no recogidos en volumen», Agustín Espinosa, entre el mito y el sueño,  2 vols., Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1986,  T. I, pp.649-745.
Bibliografía:
ALEMANY, Luis, Agustín Espinosa: Historia de una contradicción, Santa Cruz de Tenerife, Gobierno de Canarias, 1994; ARMAS AYALA, Alfonso, Espinosa, cazador de mitos, Puerto de la Cruz, Instituto de Estudios Hispánicos, 1960; BECERRA BOLAÑOS, Antonio y Domingo FERNÁNDEZ AGIS (coords.), «Algunas divagaciones espinosas: Lancelot 28˚-7 en el volumen La cultura vanguardista en Canarias. Reflexiones sobre la obra de Agustín Espinosa, Granada, Proyecto Sur Ediciones, 2000, pp. 53-71; BRETON, André, Manifiestos del surrealismo, Barcelona, Ed. Labor, 6ª ed., 1995; CORREDOR-MATHEOS, José, «Isla en la corriente: García Cabrera y la voz de su tiempo», ISLAS RAÍCES. Visiones insulares en la vanguardia canaria. Libro catálogo, Islas Canarias, Fundación Pedro García Cabrera, etc., 2005, pp. 51-61; MARTINÓN, Miguel, «La recuperación de la literatura vanguardista canaria», en La escena del sol. Estudios sobre poesía canaria del Siglo XX [Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1996, pp. 11-156]) pp.13-36; MORRIS, C.B., Surrealism and Spain 1920-1936, Cambridge University Press, 1972; ed. en español El surrealismo y España. 1920-1936, trad. Fuencisla Escribano, Madrid, Espasa Calpe, 2000; MORRIS, C.B "Las axilas sin depilar de María Ana (La Venus surrealista de Agustín Espinosa)", Litoral, Núm.. 174-176, 1987; PÉREZ CORRALES, Miguel, «Cuaderno de bitácora de de la vanguardia insular», Jornada Literaria, en el diario Jornada (Santa Cruz de Tenerife), 4 y 25 de julio, 8 y 22 de agosto, 3 y 17 de octubre de 1981; PÉREZ CORRALES, Miguel, «Historia documental del Surrealismo en Canarias», Homenaje a Alfonso Trujillo, Santa Cruz de Tenerife, Cabildo de Tenerife, 1982, pp. 665-741; PÉREZ CORRALES, Miguel, «Panorama del surrealismo en Canarias», Jornada Literaria, en Jornada, 29 de enero de 1983; PÉREZ CORRALES, Miguel,  Agustín Espinosa entre la vanguardia y el surrealismo, Barcelona, Edicions Universitat de Barcelona , 1983; PÉREZ CORRALES, Miguel, Agustín Espinosa, entre el mito y el sueño,  2 vols., Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1986; PÉREZ CORRALES, Miguel, Entre islas anda el juego (Nueva literatura y surrealismo en Canarias (1927-1936), Teruel, Museo de Teruel, 1999; PÉREZ MINIK, Domingo, «La conquista surrealista de Tenerife», Ínsula, Madrid, núm. 337 (diciembre, 1974), p. 7; PÉREZ MINIK,  Domingo, Barcelona, Tusquets Editor, 1975; reimp. Santa Cruz de Tenerife, CajaCanarias, La Caja Literaria, 1995; REVERDY, Pierre, Escritos para una poética, Caracas, Monte Ávila Editores, 1977; RÓDENAS DE MOYA, Domingo, "Introducción" a Prosa del 27. Antología, Madrid, Espasa Calpe, 2000, p. 109; «Algunas divagaciones espinosas: Lancelot 28˚-7˚» en La cultura vanguardista en Canarias. Reflexiones sobre la obra de Agustín Espinosa, Antonio Becerra Bolaños y Domingo Fernández Agis, coords., Granada, Proyecto Sur Ediciones, 2000, pp. 53-71


(Tomado de: http://www.isladetenerifevivela.com/2012/05/agustin-espinosa-garcia-puerto-de-la.html#.VORtGiwrrxo)

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