martes, 24 de febrero de 2015

EL ISLOTE DE LOBOS



La Ley de Espacios Naturales de Canarias, reclasifica al islote de  Lobos como parque natural diferente.
El islote de Lobos
 “¡Niños, no jueguen cerca de la orilla, que viene el lobo marino!”. Hasta hace no demasiado tiempo, ésta era una frase con la que las madres de los pueblos costeros de Fuerteventura trataban de mantener a sus hijos alejados de los peligros del mar, personificados para mejor comprensión de los pequeños en este mítico personaje.
 Para los rudos normandos que se habían lanzado a la aventura de conquistar las Canarias orientales a comienzos del siglo XV, el lobo marino –estamos hablando de la foca monje del Mediterráneo (Monachus monachus)– no representaba en cambio más que un montón de grasa y piel, por lo que se dedicaron sin escrúpulos a la persecución de un animal que ya por aquel entonces debió de ser raro en Canarias. Hay constancia de que la foca era consumida ocasionalmente por los habitantes prehispánicos (han aparecido restos suyos en un yacimiento de Villaverde), y probablemente la colonia que existió en Lobos en época de la conquista era la mayor que quedaba en el archipiélago. Las eficaces armas de los europeos acabaron pronto con ella, y sólo el nombre del islote nos recuerda que la playa de La Calera en el suroeste del mismo, ahora rebautizada de La Concha, donde toman el sol los visitantes que llegan a diario en barco desde Corralejo, hace seiscientos años fue lugar de descanso y cría del hoy tan amenazado mamífero marino.
 Viniendo desde el sur por la carretera que une Puerto del Rosario con Corralejo, apenas nos adentramos en el extenso campo de dunas que se extiende desde Montaña Roja hacia el norte, divisamos en el canal de La Bocaina la silueta baja y alargada de Lobos, con pequeñas petas oscuras y una elevación mayor en el extremo oeste que corresponde al volcán o caldera, de 123 metros de altitud. Las jorobas son hornitos, pequeñas bocas eruptivas de escorias lávicas negras y rojizas que salpican buena parte de este islote de unos 6 kilómetros cuadrados de superficie, producto del ciclo eruptivo cuaternario que ha dejado sus manifestaciones en amplias extensiones del norte de Fuerteventura así como en Lanzarote.
 En un día claro de otoño con la mar echada, Lobos aparece tan nítida y cercana ante la costa que dan ganas de nadar hacia ella. De hecho, desde el año 1998 el Club Deportivo Herbania, en colaboración con la Consejería de Deportes del Cabildo de Fuerteventura, organiza cada mes de octubre la travesía a nado desde Corralejo. Lo que en principio fue un evento local, con un puñado de entusiastas, se ha convertido en un acontecimiento deportivo internacional, donde las solicitudes de participación superan el tope de 180 nadadores que por razones de seguridad pueden tomar parte en la carrera. El récord en cubrir los 3.400 metros del brazo de mar está en 32 minutos.
 Claro que no todos estamos preparados para estas hazañas. Es más cómodo coger uno de los barcos que hacen el trayecto, y en apenas 20 minutos, en los que habremos tenido ocasión de observar a través de las ventanas abiertas en el casco los someros fondos marinos, estaremos llegando. Se aprecian signos de erosión eólica en la arenisca que constituye parte del lecho marino, señal de que llegó a estar en tierra firme durante la última glaciación, hace unos 18.000-20.000 años. Entonces Lobos no era sino una parte de la gran isla oriental de Canarias, denominada Mahan.
 El barco fondea a escasos 100 metros de la orilla, miembros de la tripulación tiran al mar restos de comida, y rápidamente nos vemos envueltos en una nube de salemas, sargos, bogas y galanas que quieren su parte del festín. Cerca del fondo nadan grupos de fulas azules que contrastan con esponjas de color amarillo. De vez en cuando pasa ante nuestra vista la plateada y esbelta figura de una bicuda de buen tamaño, lenta e impasible, pero atenta a posibles presas despistadas. Minutos después reemprendemos la marcha, atracamos en el pequeño muelle y pisamos tierra con ilusión y curiosidad.
 Lobos y el mundo de las letras
 En esta primera toma de contacto, nos llama la atención un busto de oscuro metal montado sobre un pedestal de piedra. Lobos nunca ha tenido muchos habitantes, pero entre los que allí vieron la luz se encuentra la célebre poetisa y ensayista Josefina Plá, nacida en 1903 en el faro de Martiño, hija del torrero Leopoldo Plá y de Rafaela Guerra Galvani. Sólo transcurrió allí la primerísima infancia de Josefina, quien vivió después en varios lugares de la península. En 1927 contrajo matrimonio con el artista Andrés Campos Cervera, emigrando al día siguiente de la boda con él a su país natal, Paraguay. Allí se desarrolló casi toda su extensa y prolongada actividad artística e intelectual, hasta el punto de que Josefina Plá es más conocida en América del Sur que en España, aunque ella nunca olvidó su tierra natal (“La isla de Lobos, donde nací, verruga en el mar de la epopeya definitiva de la conquista del planeta [...]”). Cultivó la poesía, el teatro, el periodismo, la narrativa y las artes plásticas, y estuvo varias veces nominada al Premio Cervantes. Falleció en la capital de Paraguay en 1999.
 No es éste el único vínculo de la más pequeña de las Canarias habitadas con el mundo literario. Al padre de Josefina le sucedería en el cargo de farero José Rial Vázquez (1888-1973), quien llegó al islote en 1913 con 25 años de edad. Destacó sobre todo como periodista, pero fue también poeta, dramaturgo y novelista. Su primera obra, Isla de Lobos, publicada en 1926, se inspira en sus vivencias en la pequeña isla, marcadas por el total desencuentro entre los pescadores de Corralejo que lo frecuentaban y el hombre culto que había venido de fuera. Más tarde escribiría Maloficio (1928), igualmente influida por su experiencia durante los escasamente tres años que vivió en Lobos en compañía de su mujer María y su hijo de corta edad. Un trabajo donde recoge en tres pequeñas novelas relatos relacionados con Fuerteventura y sus gentes, muy críticos con su pobreza, su sumisión a terratenientes y autoridades y la negativa influencia de la tradición y las supersticiones.
 Después de su etapa de Lobos, José Rial vivió en Gran Canaria. Entre 1927 y 1931 fue redactor jefe del periódico La Provincia, escribiendo también para diversas publicaciones de América latina y Filipinas. En una serie de artículos denominados “Crónicas de viaje”, dedicados a las islas de la provincia oriental de Canarias, expone con crudeza la mala situación socioeconómica de Lanzarote y Fuerteventura, con la permanente amenaza para sus habitantes de tener que dejar su tierra y emigrar debido a la escasez de recursos, la falta de trabajo y los bajísimos salarios. Como dice Gregorio J. Cabrera Déniz en su ensayo José Rial: una visión de Lanzarote y Fuerteventura, el mensaje de Rial no puede ser más explícito: “Ayuda señor, auxilios y socorros para Fuerteventura, que se muere, más que de hambre de pan y de sed de agua, de hambre y sed de justicia [...]”.
 En 1931, Rial se trasladó a Tenerife, donde ejercitó su actividad profesional en El faro de Anaga y fue luego jefe de redacción de La Hora, periódico en el que en la misma época trabajó también su hijo. Su permanencia allí duraría sólo un lustro, ya que, en su condición de militante socialista –fue uno de los fundadores del Partido Socialista Canario– José Rial fue deportado al Sahara junto a 36 canarios de izquierdas después de la sublevación del general Franco en Gran Canaria, el 18 de julio de 1936. En su libro Villa Cisneros: deportación y fuga de un grupo de antifascistas, publicado en 1937 en plena Guerra Civil y reeditado hace poco por la editorial tinerfeña Tierra de Fuego, narra la historia de este presidio y la posterior huida del grupo hacia Senegal y luego Francia en el barco Viera y Clavijo, del que lograron apoderarse. Durante su estancia forzosa en el Sahara hizo amistad con el majorero Antonio Espinosa, que tras 20 años de prisión pudo volver finalmente a Fuerteventura y rehacer su vida como repostero. De ascendencia andaluza, pero nacido en la Filipinas española, José Rial optó por emigrar a Sudamérica y regresó a Canarias más tarde, en 1964, pasando allí los últimos nueve años de su vida.
Su hijo, José Rial González, tiene asimismo una merecida fama como escritor y dramaturgo. Había nacido en San Fernando (Cádiz), trasladándose con sus padres a Lobos cuando aún no contaba dos años de edad. En la novela Isla de Lobos, en cierto modo autobiográfica pero también con muchos datos ficticios, el niño viene al mundo en el islote y se convierte en el centro de los enfrentamientos con los pescadores, que matan las cabras con cuya leche debía alimentarse y prácticamente sitian a la pequeña familia en el faro con motivo del despido, por parte de José Rial, de una mujer que les realizaba labores domésticas. También José Rial hijo sufrió en sus carnes la represión fascista, siendo encarcelado durante más de dos años en la terrible prisión de Fyffes, donde vivió con otras dos mil personas el terror de las “sacas” y la ejecución o desaparición de sus compañeros, eje de su conocida novela La prisión de Fyffes. Fue condenado a muerte, pero logró exiliarse en Venezuela en 1950 para no regresar a las islas hasta el año 2007, ya casi centenario, recibiendo la Medalla de Oro de Canarias en reconocimiento a su valía literaria.
 Paisajes volcánicos  y flora halófila
 Pasear por Lobos es adentrarse en un mundo de lava oscura y blanca arena. Son elementos de paisaje familiares en Canarias, y sin embargo, en Lobos se siente un ambiente diferente. El camino, bien arreglado y señalizado, conduce primero al nuevo centro de interpretación, desde donde continúa bordeando pequeños conos volcánicos de cuyos flancos de picón y áspera lava azabache o rojiza surgen grupos de añosas tabaibas dulces. Destacan como vistosos manchones verdes en invierno, pero durante la larga estación seca, durante la cual no tienen hojas, sus tortuosos troncos se encuentran perfectamente mimetizados en el entorno pétreo. Los conos están separados por extensiones de malpaís y depresiones de terreno llanas con suelo limoso, en las que vive una interesante comunidad de plantas halófilas, es decir, amantes de ambientes salinos.
 Sal. Sí, eso es. Lobos respira sal, que está presente en todas partes. Asciende por el subsuelo con el agua freática que se infiltra desde el mar, y viene a través del aire con la casi eterna brisa marina. Y luz. Mucha luz, duramente reflejada a mediodía por las superficies arenosas cubiertas de pequeñas dunas.
 En las praderas de halófilas destacan dos especies de siemprevivas. Teniendo una ramita florecida de cada una de ellas en la mano parecen indistinguibles. Son ásperas al tacto debido a pequeños tubérculos y excrecencias salinas que las cubren, no tienen hojas reconocibles y están rematadas por una inflorescencia alargada de tallitos en zig-zag. Pero viendo la planta entera se nota la diferencia. Limonium tuberculatum es muy ramificada y llega a medir 60-70 cm de altura. Desde cierta distancia parece una aulaga, pero al acercarnos en la época de floración en primavera vemos que está cubierta por montones de inflorescencias rosadas que la identifican inmediatamente. Vive en el litoral sahariano y en Canarias, donde tiene en Lobos sus poblaciones más amplias. En el pasado crecía en la charca de Maspalomas en Gran Canaria, llegando a extinguirse por la alteración que sufrió este ecosistema con el desarrollo turístico y siendo reintroducida hace pocos años a partir de ejemplares descendientes de los que recolectó allí el botánico sueco Eric Sventenius en la década de 1950, cultivados en el Jardín Canario de Tafira. La especie estaba también presente en la costa norte de Fuerteventura; los últimos ejemplares, que crecían en un solar urbano de Corralejo, fueron destruidos hacia 1996.
 Limonium papillatum por el contrario no suele levantarse más de un palmo del suelo. Los ejemplares jóvenes tienen una roseta basal de hojas ovaladas, pero en los adultos, cuyas escasas ramas se arquean hacia los lados, terminando en vistosas inflorescencias igualmente de color rosa, se reducen a minúsculas escamas. Podemos memorizar: siempreviva grande con numerosas inflorescencias = L. tuberculatum; siempreviva pequeña, con pocas inflorescencias, grandes en relación con el tamaño total de la planta = L. papillatum. Esta última puede encontrarse en los matorrales halófilos que cubren las hoyas arcillosas, dominados por L. tuberculatum, pero no busca precisamente la compañía de su pariente mayor, con el que no puede competir por la luz y los nutrientes en estas condiciones, por lo que frecuenta lugares más abiertos, creciendo en las zonas limítrofes de las hoyas con los malpaíses o entre los callaos de la playa. Es un endemismo canario-oriental. Una especie muy emparentada, L. callibotryum, crece en las islas Salvajes.
 Pero el plato fuerte del menú botánico de Lobos está en su costa suroriental. En el área de Las Lagunillas, el Atlántico ha levantado una barrera de arena, limo y callaos en la línea litoral. Detrás de ella se extiende una amplia llanura en la que desde el mar se infiltra agua, dando lugar a una laguna que alberga uno de los más bellos e interesantes saladares de Canarias. En los terrenos relativamente menos húmedos se encuentra una vegetación dominada por Limonium tuberculatum y, ya en áreas regularmente inundadas, por matomoros (Suaeda vera), salados (Arthrocnemum macrostachyum) y la siempreviva de Lobos (Limonium bollei). Esta última vive preferentemente en lugares arenosos con buena circulación de agua, donde la densidad de las otras especies arbustivas es mucho menor. Es una especie endémica del islote, muy distinta de las otras dos siemprevivas que lo habitan, ya que tiene una roseta de hojas bien visibles y en sus inflorescencias, aparte del rosa, aparece el azul intenso. Las matas van creciendo simétricamente hacia fuera, de modo que en los ejemplares viejos el círculo que al principio forman va convirtiéndose en circunferencia por la muerte de los brotes que quedan en el interior. Curiosos anillos verde oscuro sobre la blanca arena. Durante la pleamar pueden quedar cubiertos por 15 ó 20 cm de transparente agua salada.
 Por último, en las partes más bajas del saladar, casi permanentemente encharcadas y con una importante fracción de limo sedimentado en el sustrato, se instala una comunidad formada casi en exclusiva por Sarcocornia perennis, un salado cespitoso que con sus sólo 8-10 cm de altura parece una copia en miniatura de Arthrocnemum macrostachyum. En suma: una adaptación perfecta de comunidades vegetales a las especiales condiciones costeras, cada una buscando su particular nicho ecológico.
 También se encuentra en Lobos una serie de otras plantas arbustivas bien conocidas en el resto de las Canarias orientales. Existe algún balancón (Traganum moquinii), mucho más abundante en las dunas de la vecina costa de Corralejo. Por supuesto, hay aulagas (Launaea arborescens) y ramas (Salsola vermiculata), aunque estas plantas características de lugares influenciados por la acción humana, tan ubicuas y numerosas en Fuerteventura y Lanzarote, en Lobos pierden protagonismo a favor de especies más halófilas como Salsola tetrandra o Suaeda ifniensis. Al sur de Las Lagunillas crecen algunos ejemplares de mato gota (Atriplex halimus), y en los arenales vemos las pequeñas y compactas matas de la lengua de pájaro (Polycarpaea nivea), con sus hojas cubiertas de denso tomento gris plateado que las protege del sol. También es frecuente la matilla parda o tomillo marino (Frankenia capitata), con vistosa floración rosado-violeta en primavera.
 Es posible que desembarcaran en Lobos algunos de los naturalistas que estuvieron en Canarias en la segunda mitad del siglo XIX, como Oscar Simonyi y Carl Bolle, y en la primera mitad del XX, como Oscar Burchard. En los escritos legados por estos autores que hemos podido consultar no hemos encontrado referencias expresas a visitas al antiguo dominio de las focas, pero todos ellos mencionan algunas especies de plantas del islote. El primer trabajo dedicado en exclusiva a la flora y vegetación de Lobos fue publicado en 1970 por el prestigioso naturalista Günther Kunkel. Enumera un total de 133 especies de fanerógamas o plantas con flores creciendo de forma silvestre, más 38 especies introducidas y cultivadas, entre ellas higuera, almendro, casuarina y diversas especies de Agave y Aeonium, muchas de ellas plantadas en el marco del proyecto Jardín del Desierto, al que volveremos a hacer referencia más adelante. Desde entonces se han añadido más especies, pero se han eliminado también algunas del listado por no estar ya presentes. Por lo tanto, y a falta de una nueva publicación exhaustiva, estimamos que el número actual de taxones de fanerógamas de Lobos puede estar en torno a 140, con una especie exclusiva. Para comparar: sus dos hermanas mayores, Fuerteventura y Lanzarote, albergan cada una entre 700 y 750 taxones, sumando en su conjunto una treintena larga de endemismos. Además, existen en Lobos ricas comunidades liquénicas, poco estudiadas aún, y no faltan algunas especies de musgos.
 En el dominio de las aves marinas
 Bisbita caminero, camachuelo trompetero y curruca tomillera son las aves que podemos encontrar con mayor frecuencia. Hay algunas abubillas, cernícalos, alcaudones meridionales y cuervos. Si tenemos suerte, podemos ver al halcón tagarote en vuelo rasante persiguiendo palomas, o al águila pescadora o guincho trazando círculos sobre el mar. Según información de Antoñito, el último ayudante de farero de Lobos, una pareja de hubaras venía antes todos los años desde Fuerteventura a criar en las llanuras arenosas del norte del islote. De la lechuza común se han encontrado egagrópilas (restos indigeribles que las rapaces tanto diurnas como nocturnas regurgitan en sus descansaderos) con huesos de musaraña canaria y eslizón majorero, pero parece que en la actualidad ninguna de estas tres especies (guincho, hubara y lechuza) está presente. En cambio, el pequeño lagarto de Haría y la salamanquesa de las Canarias orientales son abundantes. Las gaviotas patiamarillas sobrevuelan constantemente un islote que ya es el suyo, pues entre 1987 y 1998 la población nidificante ha aumentado un 410 % y supera actualmente las 500 parejas. Sin embargo, de noche Lobos se convierte en el reino de las pardelas.
 Mucha gente conoce a la pardela cenicienta (Calonectris diomedea) por libros y vídeos, bastantes han escuchado sus gritos lúgubres y desgarradores en alguna apartada costa, pero muy pocos han tenido la experiencia de encontrarse en una noche de agosto, en plena época de reproducción, en medio de una colonia de cría. En Lobos sus madrigueras o huras están repartidas por la mayor parte de la isla, pero hay una densidad especialmente alta cerca de la cima del volcán. Hace años tuvimos la ocasión de ayudar a un compañero en su tarea de anillar allí pardelas con objeto de conocer sus desplazamientos. Hay un constante revoloteo a nuestro alrededor, un incesante ir y venir de aves. Unas llegan desde el mar con el buche lleno, aparecen de pronto en el haz luminoso de las linternas y se quedan un momento a pocos metros de nosotros para luego emprender un torpe andar hacia la hura, en la que el pollo espera el alimento. Otras salen y tratan de levantar el vuelo. Todo esto en medio del ruido de sus gritos y el olor a amoniaco que sale de las huras.
 –“A ver, ésta”. No sin esfuerzo atrapamos a la primera. Se retuerce, trata de aletear y de picar. Vemos que ya tiene anilla, que nos dice que nació en las islas Salvajes hace dos años. La soltamos. “Aquí, otra”. El anillamiento dura poco y una vez libres de nuevo, parece que olvidan rápidamente la experiencia y vuelven a sus ocupaciones de cría.
 Se estima que un millar de parejas nidifican actualmente en Lobos, aproximadamente un 3 % de las que anidan en Canarias. Pasan el invierno en alta mar, recorriendo todo el Atlántico desde las costas de Brasil hasta la lejana Namibia, para volver a sus zonas de cría macaronésicas en primavera. Ponen su único huevo a finales de mayo o principios de junio, y el pollo abandona el nido en octubre o noviembre. Mientras que en las islas grandes y en especial las centrales de Canarias, muy pobladas y con un intenso uso del litoral, la tendencia poblacional de la especie es a la baja, las poblaciones de los islotes se mantienen más o menos estables. No obstante, sigue habiendo caza furtiva. Hace unos años encontramos en la cima del volcán de Lobos varios bicheros, alambres largos y gruesos con un anzuelo en un extremo. Estaban escondidos debajo de unas lajas para ser utilizados de nuevo en alguna noche para extraer los pollos de las huras. En otoño han acumulado mucha grasa, y este “aceite de pardela” es un remedio popular para curar afecciones respiratorias en los niños, dolores reumáticos e incluso devolver fuerzas a las recién paridas. Las pardelas también pueden comerse, y antes se salaban en gran cantidad. Gatos y ratas son otro factor de amenaza que afecta a sus poblaciones, pero más aún a las de aves marinas de menor tamaño, como paíños y petreles.
 El petrel de Bulwer (Bulweria bulwerii), conocido en Fuerteventura por “perrito” debido a los ladridos que emite al llegar a las huras, debe de criar en Lobos, aunque su población, escasa, parece haber disminuido preocupantemente en los últimos años, hasta el punto de que los datos más recientes se refieren tan sólo a ejemplares depredados por gatos, sin que se encontrara ninguno vivo. Otra especie presente en muy reducido número es la enigmática pardela chica (Puffinus assimilis), antiguamente abundante pero en la actualidad muy por debajo de las 25 parejas que se estimó que había en el islote hacia 1980.
 Y si con las pardelas y los petreles las dudas de nidificación son muchas, con los paíños es ya todo un misterio. El raro paíño pechialbo (Pelagodroma marina) tiene hábitat apropiado aquí, arenas compactas de interior donde excavar sus huras, pero aunque se ha detectado su presencia en Lobos, nunca se ha logrado demostrar su cría. El paíño europeo (Hydrobates pelagicus) y el paíño de Madeira (Oceanodroma castro) sí nidifican con seguridad, en número desconocido aunque sin duda muy bajo. En realidad, e igual que en el caso del petrel de Bulwer, hace años que sólo se descubren cadáveres de infortunados ejemplares cazados por gatos asilvestrados, un problema aún no resuelto de este espacio natural protegido.
 Seis siglos de historia: de la explotación a la protección
 Aún así, hay que hablar de suerte de que la naturaleza de Lobos haya llegado tan relativamente intacta hasta nuestros días. Después de la conquista, el islote quedó incluido en el señorío de Lanzarote y Fuerteventura, y es lógico que sus respectivos dueños, que iban sucediéndose en el tiempo mediante ventas o donaciones, en algunos casos, y de herencia en otros, intentaran sacar algún rendimiento económico a la propiedad. En 1610 Gonzalo de Saavedra lo incorporó, junto con las dehesas de Jandía y de Guriamen, al mayorazgo indivisible de Lanzarote, cuyos apoderados en Fuerteventura fueron los famosos coroneles de La Oliva.
Poco daban estas tierras a sus dueños. Durante siglos, los principales recursos de esta isla prácticamente desprovista de agua dulce fueron la recolección de orchilla, la pesca y la captura de pardelas y conejos. Los que se dedicaban a estas actividades venían de forma periódica, instalándose en pequeñas chozas de piedra. Topónimos como Corral de los Orchilleros recuerdan a ello. En 1850, el diccionario de Pascual Madoz señala que “la isleta sirve únicamente de ranchería de pescadores y para pastar algún ganado cabrío menor. Es muy árida y sólo produce matas, conejos y ratas”. Todavía en 1913, cuando José Rial vivió en Lobos, se arrendaba toda ella por tan sólo 15 duros al año, cantidad que daba derecho a utilizar sus escasos pastos y recoger leña y la “cosecha de pardela”. Por otro lado, Lobos fue frecuentada por piratas, que aprovechaban la ausencia de población estable y consiguiente relativa seguridad, así como la presencia de tranquilas ensenadas, para refugiarse y hacer reparaciones en sus barcos.
 La situación cambió a mitad del siglo XIX, cuando después de la construcción del faro de la punta de Martiño, en el extremo norte, se estableció en el islote una población permanente, si bien muy reducida. Los primeros en llegar fueron trabajadores portugueses, encargados de erigir el nuevo edificio a partir de 1860. Levantaron una pequeña colonia de chozas de piedra seca en el lugar conocido por ello como Llano de los Labrantes. El faro, que se iluminó por primera vez el 30 de julio de 1865, es prácticamente idéntico al de Pechiguera, situado en el suroeste de Lanzarote, y al de Alegranza, ya que los tres fueron diseñados por el mismo ingeniero, Juan León y Castillo, hermano del famoso político teldense Fernando León y Castillo, que tantas calles a su nombre tiene en Canarias.


Junto con el faro se construyeron caminos hacia el puertito y varios aljibes subterráneos ubicados en lugares apropiados para recoger agua de lluvia, además de lavaderos y corrales. Uno de estos aljibes, el de la Hoya de las Lagunitas, tiene capacidad para unos 40.000 litros.
 Tras una serie de donaciones, compras y permutas, en 1871 el propietario era Juan Bautista María de Queralt y Silva. En 1940 se procedió a la venta de parte del islote a Rodolfo Alonso Lamberti, quien en 1944 lo vendió a Andrés Blas Szala, persona a la que el periodista Tico Medina definiría como “un húngaro de vida increíble, gran amigo de altas dignidades”. Conocido como don Andrés, durante décadas trató de sacar algún beneficio al islote, ya fuera con la obtención de sal para la alimentación o de cal para la construcción, por medio de la ganadería o probando toda clase de cultivos.
Hubo hasta cuatro hornos de cal funcionando en Lobos, y los restos de uno de ellos pueden verse en la orilla septentrional de Las Lagunillas. Las salinas, por su parte, posiblemente ya fueran construidas en la segunda mitad de la década de 1930. Están situadas en el litoral a unos cientos de metros al noroeste de la playa de La Calera, y al parecer sólo estuvieron en funcionamiento pocos años, aunque la gente de Corralejo asegura que nunca llegaron a producir algo.
 En cuanto a los cultivos, siguen existiendo dos pequeñas plantaciones de henequén (Agave fourcroydes), especie originaria de México utilizada hasta la aparición de las fibras sintéticas para hacer cabos de barco. Incluso se plantaron vides, en la zona conocida por Hoya Julaga, junto a unas gavias construidas para aprovechar las precipitaciones, además de trigo, cebada y lentejas. De estas últimas, se recuerda que las mejores se recogían en Hoya de las Lagunitas. También hubo una explotación ganadera en Lobos, concluida la Guerra Civil y de la mano de su inquieto y emprendedor propietario Andrés Szala, quien hizo levantar corrales y casas para los pastores en Hoya del Cagadero. Ya no hay cabras en el islote, y de su paso por aquí apenas quedan señales gracias a la regeneración natural de la vegetación. No ha ocurrido lo mismo con los conejos, híbridos de la forma asilvestrada con variedades domésticas y aún abundantes en determinados años. Junto con perdices morunas fueron traídos para disfrute de los cazadores.
 Finalmente, aprovechando el incipiente desarrollo turístico de Canarias, don Andrés pensó en grandes proyectos urbanísticos, para los que buscó toda clase de socios. Sus planes no llegaron a cuajar, y toda la propiedad fue comprada en 1965 por la entidad mercantil Playas de Jandía, S.L., presidida por Gustavo Winter, último arrendatario y después propietario de la enorme finca conocida como Dehesa de Jandía, en el extremo sur de Fuerteventura. Pagó por Lobos seis millones de pesetas, y fue entonces cuando en mayor peligro se encontró la idílica islita, amenazada por una dura especulación urbanística surgida a la sombra de la aprobación en 1966 de un Parador en Fuerteventura y la construcción en 1968 del aeropuerto internacional.


Desde luego, rumores no faltaron. Se habló de un médico de Cataluña que quería hacer un hotel en lo alto de La Caldera. De que el cantante Frank Sinatra estuvo a punto de adquirir la isla por medio de una compañía norteamericana para instalar un gran casino al estilo del que Onassis construyó en la isla de Skorpios. Incluso del proyecto de levantar aquí el primer Disneyland de Europa, con un pequeño aeródromo incluido. Y en Hoya del Cagadero pueden verse todavía varias construcciones relacionadas con el proyecto ideado por Günther Kunkel, y apoyado por la propiedad, de crear en la isla un jardín botánico dedicado a las plantas del desierto. Esta original empresa comenzó a desarrollarse en noviembre de 1967 y duró sólo hasta mayo de 1968, fecha en la que fue definitivamente abandonada por percatarse el conocido botánico y naturalista de que en realidad estaba siendo utilizado como “etiqueta ecológica” en lo que cada vez se acercaba más a un vulgar proceso especulativo.
 Lo cierto es que Lobos volvió a cambiar de dueño, sin que alguno de los descabellados proyectos antes mencionados llegara a convertirse en realidad, y pasó en 1971 a manos de la inmobiliaria Geafond Número Uno de Lanzarote S.A., entonces propietaria de los hoteles Tres Islas y Oliva Beach, situados en el corazón del Parque Natural de las Dunas de Corralejo. No en su integridad, pues 3 enteros y 667 milésimas por ciento siguieron en manos de los herederos de Luis de Queralt y López. Por otra parte, se instalaron esporádicamente en Lobos los legionarios del Tercer Tercio de la Legión Española.
Constituidos en guarnición en Fuerteventura tras la descolonización del Sahara en 1975, utilizaron en numerosas ocasiones el islote como peculiar campo de maniobras.
 El peligro de la urbanización no fue atajado hasta que Lobos pasó a formar parte de la Red Canaria de Espacios Naturales Protegidos, primero, en 1982, en un espacio conjunto con las dunas de Corralejo, y luego, en 1994, de forma independiente. Tiene la categoría de Parque Natural. En el año 2003 fue adquirido junto con los dos grandes hoteles de la costa de Corralejo antes mencionados por la cadena hotelera RIU, llegándose finalmente, en mayo de 2007, a la última etapa del largo camino marcado por frecuentes cambios en la titularidad, hasta entonces siempre privada, del islote: a cambio de ampliar la licencia de los dos polémicos hoteles de Corralejo, la empresa RIU cedió la propiedad al Ministerio de Medio Ambiente de España, que de esta manera es en la actualidad el dueño de la mayor parte del islote. Sin duda, ello deberá repercutir favorablemente en la capacidad de tomar decisiones a favor de la protección y correcta gestión de este singular enclave situado entre Fuerteventura y Lanzarote. Su Plan Rector de Uso y Gestión fue aprobado en 2006. Además, Lobos es Zona de Especial Protección de las Aves (ZEPA), Área Importante para las Aves (IBA) y Lugar de Interés Comunitario (LIC).
 Aunque el gran proceso urbanizador que amenazó seriamente a este peculiar enclave afortunadamente nunca fue llevado a la realidad, sí se desarrolló en silencio, sin revuelo mediático, capital internacional ni personajes famosos, una ocupación progresiva de los terrenos aledaños al Puertito por pequeñas casas, chozas, corrales y tendederos de pescado construidos por los propios isleños del norte de Fuerteventura, instalaciones utilizadas casi exclusivamente durante la temporada de verano. Una de las casitas fue de Antonio Hernández Páez, más conocido por Antoñito el Farero, quien llegó al islote en 1936 como auxiliar del torrero y permaneció vinculado a la isla hasta su muerte en 1999. Durante más de medio siglo fue el personaje más popular de Lobos, donde vivió con su mujer y ocho hijos, de los que dos nacieron en el propio faro. Antoñito se hizo célebre por el caldo de pescado que ofrecía a los esporádicos visitantes en el improvisado restaurante en que convirtió su casa; hoy, esta tradición es seguida por su hijo Andrés. El grupo de casitas pronto se convirtió en un asentamiento de segundas residencias que invade el dominio público marítimo terrestre y cuenta por ello con órdenes de demolición por parte de la Dirección General de Costas, todavía no ejecutadas. Son en total unas 60 viviendas sin luz eléctrica, agua corriente ni saneamientos (incluidos dos restaurantes de los que sólo funciona uno en la actualidad) que sus constructores y usuarios tratan de consolidar con el argumento de su origen tradicional. Por otro lado, unas 26.000 personas visitan cada año Lobos como turistas.
 Parece que los lobos marinos tuvieron una presencia ocasional en la costa occidental de Fuerteventura hasta el siglo XIX. Los últimos supervivientes, sin protección legal alguna, acabaron cediendo el territorio que habitaron desde tiempos inmemoriales a nuestra especie, mucho más joven y agresiva. Pensamos que puede existir alguna posibilidad de una recolonización natural de nuestras islas a partir de la población de focas de Madeira, e incluso podría ser viable su reintroducción artificial en Canarias. Pero ésta es otra historia, que ojalá llegue a escribirse algún día.
 Parece un contrasentido, pero no lo es. El Cabildo de Fuerteventura ha decido convertir la isla en un centro de referencia mundial sobre la foca monje, en Canarias conocida como lobo marino, a pesar de que sus últimas colonias desaparecieron en el siglo XV, aniquiladas a manos de los primeros europeos que colonizaron el archipiélago.
 Junto al muelle de entrada a la isla se ha construido el Centro de Interpretación del Parque Natural. El equipamiento interior, diseñado en el marco de un convenio con la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, consiste en paneles interpretativos, material audiovisual de las colonias mauritanas de foca monje y también de los espléndidos fondos marinos que rodean el espacio protegido. Paralelamente, se pretende instalar en la playa de La Concha un grupo de varias estatuas de lobos marinos a tamaño natural hechas de resina, con lo que se quiere producir un efecto similar al que sentirían los primeros conquistadores de las islas al encontrar una colonia de focas asentada en la costa del islote al que dieron nombre.
 Inicialmente estaba previsto ubicar el Centro en el faro, pero dada su alejada localización, en el otro extremo de la isla, no tenía sentido explicar a los visitantes que lograran llegar allí las riquezas y singularidades de un espacio que ya habían visto sin información alguna. Por eso el nuevo edificio está diseñado para recibir a los turistas y dirigir sus pasos hacia los lugares de mayor interés. Como complemento, una maqueta de grandes dimensiones facilitará la visita y los vigilantes organizarán visitas guiadas a la cumbre de La Caldera y al saladar de Las Lagunitas, de acceso restringido.
(Stephan Scholz (Botánico) y César-Javier Palacios (Geógrafo y periodista) en: Rncones del Atlántico) 
 Bibliografía
- Cabrera, Gregorio J. “José Rial: una visión de Lanzarote y Fuerteventura (1927-1931)”. En: II Jornadas de Estudios de Lanzarote y Fuerteventura. Arrecife: Cabildo Insular de Lanzarote; Cabildo Insular de Fuerteventura, 1990, pp. 51-70.
- Bramwell, David; Bramwell, Zoë. Flores silvestres de las islas Canarias. Madrid: Rueda, 1983-1985.
- Decreto 110/2007, de 15 de mayo, por el que se concede la Medalla de Oro de Canarias a D. José Antonio Rial González. Boletín Oficial de Canarias, nº 104 (24 de mayo de 2007).
- Guerra Talavera, Raquel; Pérez García, Tanausú. “Aproximación al estudio de las urbanizaciones fantasmas en el término municipal de La Oliva: Fuerteventura: 1969-1990”. En: IX Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Puerto del Rosario: Cabildo de Fuerteventura; Cabildo de Lanzarote, 2000, tomo II, pp. 229-243.
- Madoz, Pascual. Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, Madrid 1845-1850. Canarias. Ed. facs. Valladolid: Ámbito; Editorial Interinsular Canaria, 1986.
- Martín, Aurelio; Lorenzo, Juan Antonio. Aves del archipiélago Canario. La Laguna: Francisco Lemus, 2001.
- Medina, Tico. El galeón de arena: la otra Fuerteventura. Cuenca: Diputación Provincial de Cuenca, 2003.
- Plan Rector de Uso y Gestión del Parque Natural del Islote de Lobos: documento informativo. [Canarias: Comisión de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente de Canarias, 2006].
Disponible en Internet:
http://www.gobiernodecanarias.org/cmayot/espaciosnaturales/instrumentos/areadescarga/islotelobos/informativo.pdf.
- Sahareño, José [José Rial]. Villa Cisneros: deportación y fuga de un grupo de antifascistas. Santa Cruz de Tenerife: Tierra de Fuego, 2007.



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