martes, 6 de enero de 2015

EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA





UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERIODO COLONIAL 1491-1500


CAPITULO I-XVIX



 

Eduardo Pedro García Rodríguez



1494 mayo 25.

PRIMERA CAMPANA DEL GENERAL LUGO

Batalla de Acentejo: destrucción del ejército invasor e incidentes de la lucha. Recógense los sobrevivientes al Real de Santa Cruz. Nuevo socorro de los güimareros. Acuérdase en Consejo abandonar la isla para levantar otro ejército. Asalto del Real. Embarcan para Canaria los restos del ejército hispano-güimarero. Asalto de portugueses en Tenerife.

Ya hemos dicho en el capítulo anterior que a consecuencia de la entrevista celebrada entre el rey Bencomo y el general Lugo, formóse éste un concepto tan aventajado del poder enemigo que el día 5 levantó el campo de Gracia y contramarchó al Real de Santa Cruz para aumentar y mejorar las defensas, ante la perspectiva de una campaña dura y de mayores riesgos de lo que presumía al desembarcar. Es indudable que sus inquietudes disminuyeron con la alianza definitiva del pueblo güimarero, pero con todo no quiso como general previsor mover el ejército, sin dejar ultimados cuanto estimó necesario a su seguridad. Por esta razón no abrió la campaña hasta la amanecida del martes 25 de Mayo, en que después de levar anclas parte de la escuadrilla con orden de barloventear por el Norte de la isla para que le sirviera de base de operaciones y de dejar un pequeño presidio en el Real, rompió la marcha el ejército reforzado por un cuerpo de 300 güi-mareros mandado por sus mejores capitanes. Concedidas a las fuerzas dos horas de descanso en la laguna, a las 10 de la mañana emprendieron de nuevo la marcha en orden de batalla con dirección a Taoro.

Este reconocimiento ofensivo a lo largo de la trocha era realizado con todas las precauciones militares, en medio de un silencio sospechoso y sin ver ni a un solo enemigo ni una cabeza de ganado.

Y sin embargo nunca estuvieron tan vigilantes los guanches. Es evidente que Bencomo supo con bastante anticipación el día y hora en que salía al campo el ejército español, así como su propósito de internarse hasta Taoro, como lo confirmó el voltejeo de los buques por los mares del valle de la Orotava; pues de no tener estas noticias con anterioridad, no reuniera oportunamente los labores de los reinos de Anaga, Tacoronte y Taoro con sus achimenceyatos de Tegueste y Punta del Hidalgo, es decir, la totalidad de los contingentes ligueros. También es verosímil que se propusiera atacar a los españoles, no sólo en terreno en que a éstos le fuera dificultoso desplegarse en batalla y sobre todo utilizar la caballería, pues conocía el modo de guerrear y el valor de las armas europeas, sino cuando se hubieran internado en el valle, por lo menos más allá del lugar en que se libró la batalla, ¡quizás en el descenso de la Cuesta la Florida!, como lo demuestran los hechos. De no ser así, ¿cómo se explica que no embistiera al enemigo a la ida? ¿Cómo podía prever que contramarchara el ejército desde los llanos de Acentejo? ¿Porqué se hallaba emboscado con dos mil hombres a la entrada del valle? Si en los llanos de Acentejo abandonó unos cuantos rebaños de cabras y ovejas, que sirvieran de cebo a los invasores, fue para que los embarazara en su avance y perdieran la formación al ganar el valle.

Aunque las cosas ocurrieron de otro modo, el éxito de las armas guanches debióse de todas suertes al acertado plan estratégico de Bencomo. No cabe calcularse racionalmente, como diremos en otra parte, en más de 6.000 combatientes los que podían poner en línea de batalla la Liga. Según tradición, con estas fuerzas formó el rey de Taoro tres cuerpos de ejército de a 2.000 plazas cada uno, equivalentes en número por separados al ejército español, con el mandato imperativo de que ninguno entrara en batalla sin estar apoyado por los menos por otro; para lo que los escalonó del siguiente modo: dispuso que el primer cuerpo, bajo el mando de los reyes Acaymo y Beneharo, se emboscase al Este del barranco de Acentejo hacia la parte baja, con orden de ocultar su presencia al enemigo y correrse sobre la trocha así que pasara; el segundo cuerpo, regidos por Tinguaro, que era precisamente achimencey del gobierno de Acentejo, y por el llamado rey de Tegueste, que igualmente se emboscara a lo largo del Sur del camino de Santo Domingo sin dejarse ver, mientras el mismo Bencomo se ocultó con el tercer cuerpo en las cercanías del pie de la Florida.

Por manera que todo hace presumir intentaban sorprender al ejército invasor cuando bajara la Cuesta de la Florida, cayendo sobre su retaguardia los dos cuerpos guanches que quedaban emboscados a su espalda y recibiéndolos al pie Bencomo al bajar desordenados; pero como el ejército castellano al llegar a los llanos de Acentejo contra-marchó por el mismo camino, ignorándose la causa, escurriéndose por entre el monte, el cuerpo de Tinguaro se emboscó a lo largo del camino de Santo Domingo, por el lado Sur, mirando al mar, y el de los reyes Acaymo y Beneharo por el Este de la trocha o camino, a partir de la ermita de Guía a lo largo de lo que aún lleva el nombre de Toscas de los Muertos (por los muchos que allí perecieron) o Callejón de Acentejo, cuesta arriba hasta la actual carretera o más. En estas posiciones esperaron emboscados al enemigo.

El ejército español en su marcha de avance recorrió todo el camino en orden de batalla; y como de los exploradores destacados hasta la Cuesta de la Florida, de donde se descubre el valle de Araotapala y a lo lejos Taoro, retornó una pareja manifestando no verse seres vivientes excepto unos rebaños abandonados en los llanos de Acentejo, dispuso el general siguiera el ejército adelante para apoderarse de dichos rebaños y de allí volver sobre sus pasos en dirección a la laguna.

Esta contramarcha ha dado motivo a originales comentarios. Hasta hay autores que censuran con acritud al general Lugo, porque suponiendo que la antigua trocha de Acentejo atravesaba el barranco de este nombre por un sitio más profundo, por el hoy camino de San Antonio abierto años después de la conquista, no dejó fuerzas para guardar el paso dando lugar a otro Roncesvalles; cuando el camino llevaba otra dirección como hemos visto, ni aunque la llevara por donde suponen se trata de un abismo, ni le hizo caso en las invasiones posteriores, pues fiara nadie fue un misterio que se debió el desastre a no contramarchar el ejército en el mismo orden de batalla que observó al avanzar.

Calcúlase que entre 4 y 5 de la tarde, ya de vuelta, alcanzaba la vanguardia las Toscas de los Muertos o séase el comienzo de la trocha cuesta arriba, caminando el ejército al paso del ganado, si no a la desfilada en grupitos de 3, 4 ó 5 personas, revueltos y confundidos hombres, cabras y ovejas en el centro de la columna o cuerpo de batalla; ocupando esta muchedumbre una extensión lineal de 2 ó 3 kilómetros de un terreno agrio y accidentado, donde unos quedaban ocultos de otros por lo desigual del suelo por los matorrales y barranquillos como los de Chibana (Chivana), Marta, Pascuala y otros, a través de un monte bajo de pinochos, jaras, tabaibas, zarzales, etc., campo a propósito para luchar los guanches cuerpo a cuerpo.

Explícase la confianza y abandono en que marchaba el ejército, fiados en sus batidores y descubiertas, en la formación de los escuadrones de la vanguardia y retaguardia, por una región cruzada poco antes sin rastro de enemigos; como también es fácil hacerse cargo de la turbación y confuso arremolinamiento de aquella mezcla de hombres y animales, cuando al sonido de unos cuantos bugg     nube de piedras y banótes, seguidos de una fila de millares de hombres que cargaban saltando como tigres sin darles tiempo a desplegarse, quedando todo el ejército desde el primer momento peleando en su mayor parte en combates singulares. Fue una lucha épica durante 2 ó 3 horas por el valor de los combatientes' y de resultado trágico, pues quedó casi aniquilada la expedición española.

Después de algún tiempo de empeñada la lucha, llegó el rey Bencomo con su cuerpo de ejército cayendo como una avalancha sobre el enemigo, que no pudo resistir el empuje de estas fuerzas de refresco. Cargó sobre la retaguardia tan rabiosamente que la obligó a replegarse hacia los llanos de Acentejo, donde derrotada se entregó a una desenfrenada carrera, buscando el mar por el Barranco Hondo para ganar la Baja de Acentejo; en la que se salvaron 100 o 120 naturales de la isla de Canaria y 4 portugueses, pues no están de acuerdo los autores respecto a las dos primeras cifras, que fueron recogidos por los buques a la siguiente mañana.

La cabeza de la columna, después de una hecatombe que quedó escrita para siempre en el nombre de las Toscas de los Muertos que aún lleva, a favor de la noche y todos heridos se salvó el general con 50 caballeros y 30 güimareros; que guiados por éstos atravesaron la sierra central hasta llegar a un sitio de donde descubrieron los fuegos del Real de Santa Cruz y se animaron con los gritos de ¡esperanza, esperanza!; gritos lanzados en momentos de angustia, y que sirvieron de bautismo al actual lugar de La Esperanza. (Vid. Anexos n.m 2/3/4, donde se precisa con mayores detalles el desarrollo de la batalla de Acentejo).

Habiendo logrado 30 soldados formarse en escuadrón pudieron ganar una cueva y fueron sitiados; lo que sabido por Bencomo los perdonó dándole libertad y mandándolos escoltados al campamento de Añaza, pues los guanches no sacrificaban los prisioneros de guerra. Y cuéntase que al ser conducidos de Taoro al Real de Santa Cruz, al pasar por el campo de batalla se les incorporó disimuladamente, según Viana, el capitán Gonzalo del Castillo y, según otros autores, Juan Benítez que para salvar la vida se había hecho el muerto entre los demás cadáveres; pero echando de ver la escolta que figuraba uno más de los 30 que le entregaron, de nuevo los condujo ante Bencomo, que pronto conoció al intruso y lo perdonó como a los demás.

Por manera que de un ejército de 1.300 infantes, incluyendo los 300 del cuerpo auxiliar güimarero, y 125 caballos o séase un total de 1.425 plazas, murieron 1.170, a saber: 600 españoles peninsulares,cios se levantó de pronto en toda la línea un espantoso estruendo acompañado de una   300 españoles isleños y 270 güimareros; habiéndose salvado únicamente: 39 hombres que quedaron de presidio en el Real de Santa Cruz, 185 que más o menos heridos pudieron escapar de la batalla a través del monte o fueron recogidos por los buques y 31 prisioneros devueltos por Bencomo, o séase un total de 255 sobrevivientes de la primera invasión y de la primera campaña.

El hecho de no figurar ni un herido entre los 1.170 cadáveres que quedaron en el campo de batalla, nos autoriza a deducir que los guanches durante la lucha no dieron cuartel; de lo que derivamos el corolario, tenido en cuenta muchas circunstancias, que si bien en el acto del combate las bajas de los guanches debieron ser muy superiores, las definitivas o por muerte probablemente no pasaron de un millar. Este cálculo lo creemos razonable atendiendo a las fuerzas que presentaron más tarde en línea de batalla y a la densidad de población que podía ofrecer los Estados que formaban la Liga. Tan fuera de la realidad consideramos a aquellos autores que dan a entender que Tinguaro con 300 hombres destruyó al ejército, sorprendido en el fondo de un soñado barranco, como a Viana que asienta entraron en combate 9.000 ligueros perdiendo 3.000 muertos.

Cuanto a los heridos guanches debieron ser muchos, entre los que se encontraban el rey Bencomo y el infante Tinguaro.

Tan sangrienta batalla jamás la olvidaron los pocos sobrevivientes españoles. El mismo general Lugo pasados algunos años, en 1503, al agraciar con una data a Juan Benítez, hace en ella referencia a la «rambla honda donde estuvimos el día del desbarato de Acentejo», que como ya dijimos, está hacia la Tosca de los Muertos.
Refiriéndose a esta función de guerra dice Viana:

y son tantas las cosas que se cuentan de aquel tan desdichado y triste día que por ser temerarias y algo incrédulas no he querido tocarlas, ni escribirlas; más sólo digo porque es bien se crea, que batalla más cruda, más reñida, ni de mayor estrago, no se ha visto en otro tanto número de gente, pues que de mil soldados de los nuestros murieron ochocientos poco menos, quedaron todos los que se escaparon con daño heridos lastimosamente.

 Respecto a los hechos de heroísmo personal menudearon por ambas partes, así como los lances y situaciones singulares. Al agigantado y valeroso Pedro Benítez2, el Tuerto, de aspecto tan feroz que servía a las madres de coco o espantajo para asustar a los muchachos, debió la vida el general Lugo, que desmontado y tendido de una pedrada que le rompió varios dientes, consiguió rescatarlo de un grupo de guanches. Hablase asimismo de las hazañas de Tinguaro y de la muerte que dio al blasfemo capitán Núñez, así como de las heroicidades del guanche Leocaldo y sus siete hijos y de las que llevaron a cabo seis ballesteros; y de la contestación de Tinguaro al rey Bencomo, que hallándolo sentado a consecuencia de una herida recibida como le dijese:

«¿Pues ahora es tiempo de descanso, hermano!, le respondió: «Ya he cumplido con mi obligación de capitán, ahora cumplan los soldados con la suya». Cuéntase también del sacrificio que se impuso el soldado Pedro Mayor, al ver cómo el enemigo perseguía a Lugo, cambiando su ropón azul (por el rojo del general) y que como temblara el valeroso canario Pedro Maninidra antes de entrar en combate, al preguntarle el general si sentía miedo, contestó: «Tiemblan las carnes del aprieto en que las pone el alma»; por más que tratándose de una sorpresa es de presumir que los guanches no dieran tiempo a tan generosos propósitos y gallarda frase. En estos y otros sucesos andan mezcladas la leyenda y la verdad histórica.

Y ponemos término a estos episodios mencionando el cuento infantil que nos relata fray Alonso de Espinosa, que fue otro obispo de Chiapas en Tenerife. En su afán de presentar a los guanches con el fondo de simplicidad de los indios de América, refiere que unos cuantos enviados a recoger los despojos de la batalla, como trataran de comprender el mecanismo de una batalla que encontraron armada y se les disparó matando a uno, de allí en adelante cuando veían alguna daban grandes rodeos para no pasar cerca.

¡Y esto se dice de hombres que vivieron años en contacto con los españoles en Añaza, que se batían con frecuencia contra ballesteros y que moraban con ellos compatriotas educados por los castellanos, como eran los gomeros partidarios de la independencia de su país!

El desastre de Acentejo produjo en el pueblo de Güímar una honda impresión, no ya por la pérdida de sus deudos sino por las temidas represalias de Bencomo, de ausentarse los españoles; por lo que resolvieron anticiparse enviándoles el mismo día 26 un socorro de algunos subsidios y una fuerza de 300 hombres.

Las zozobras de los castellanos en las primeras horas después de la derrota, nos las hace conocer Viana, describiendo la sucesión de impresiones del general Lugo y de los pocos que con él ganaron el Real, cuando creyéndose abandonados de todos y los únicos sobrevivientes, fueron llegando los prisioneros puestos en libertad por Bencomo y conducidos al Real de Santa Cruz por un escuadrón guanche, los navios con un centenar de soldados recogidos en la Baja de Acentejo y el auxilio acordado por los güimareros, cuyo acto de lealtad en momentos tan amargos jamás olvidaron los españoles.

No con poco alboroto los cincuenta que con el general allí asistían, temieron ser escuadra de enemigos, la que vieron llegarse, pero luego que conocieron su esforzada gente excesivo fue el gozo que sintieron; recíbense, y abrázanse, y se cuentan los unos a los otros sus desastres. En este mismo tiempo, los navios que sacaron a esotros de la roca, iban llegando al puerto deseado, y así se vieron juntos brevemente más de doscientas en la arena y playa, despidióse Sigoñe y sus soldados de los de España, y vuélvense a Taoro. Sacan algún refresco de comida de los navios, tratan de animarse, y dar alivio a los cansados cuerpos, y cuando en más descanso se juzgaban vieron que se acercaba a toda prisa un formado escuadrón de naturales; de nuevo se alborotan los espíritus, el real estandarte en sangre tinto al aire se desplega tremolando, la caja rota, destemplada y floja, y la trompeta ronca al punto suena;

armarse todos, y aunque mal heridos
al torrejón se suben animosos,
porque tan cerca estaban, que difícil
fuera embarcarse a tiempo que escapasen,
más, llegan dos del bando que venía
y dicen que departe deAñaterve,
Rey de Güímar, su constante amigo;
el pésame les dan de su desgracia,
y herbolario diestro que les cure
y un presente aunque pobre, en testimonio
de voluntad, y fuéles presentado:
doce cerdosos puercos y gruesísimos,
doce carneros mochos, mansos, bellos,
doce castrados báifos y cabrunos,
doce cabritos, doce corderillas,
doce {echones tiernos regalados,
doce docenas de conejos bellos,
doce quebeques grandes de manteca,
quesos anejos doce, y doce frescos,
doce odres grandísimos de leche,
doce cueros de gofio de cebada:
estimó el general mucho el presente,
y al punto el cirujano se dispuso
a ejercitar su ciencia en los heridos,
y estuvo en su compaña cinco días,
y al cabo dellos como agradecidos
envió el general al Rey de Güímar
un morrión lustroso con sus plumas,
una gorra de fino terciopelo,
un caballo y jaez, muy estimado,
una cortante espada reluciente,
bañada en sangre del Rey Bencomo,
una banda amarilla con sus borlas,
una graciosa caja de cuchillos,
unas medias de seda granadinas,
seis pares de zapatos pespuntados,
un borceguí argentado costosísimo,
y sobre todo, un rico anillo de oro,
y en él una esmeralda trasparente,
como en señal de su esperanza cierta,
y al sabio herbolario, y demás gente,
dieron diversas piezas y regalos:
y al fin se despidieron muy gozosos...».

Efectivamente, a virtud de los acuerdos tomados en un consejo celebrado por el general con los principales sobrevivientes de la batalla, el 30 o 31 de Mayo le fue devuelto a Añaterve el cuerpo auxiliar de 300 hombres, con un amistoso mensaje de que abandonaban la isla para volver pronto con otro ejército. A la verdad la situación en que se encontraban era insostenible. Ni el general Lugo podía mantenerse en el Real de Santa Cruz con las reliquias de Acentejo, ni levantar con la urgencia que el caso requería otro ejército permaneciendo en Tenerife, ni contaba ya con bastantes recursos personales, ni quería por honor desistir de la conquista; y en este callejón sin salida expuso con sinceridad el estado de cosas en el referido consejo, pero en términos tan conmovedores y patrióticos, que juraron todos no abandonarle en la empresa. Hallábase entre los concurrentes, a pesar de la gravedad de sus heridas, el generoso Lope Hernández de la Guerra y que afectado por las palabras del general puso a su disposición cuanto tenía, o sea dos ingenios de azúcar en Canaria, oferta que provocó clamoroso entusiasmo. Bajo tan buenos auspicios se disolvió el consejo con la orden de apresurar los preparativos de reembarque, despidiendo en su consecuencia, como arriba dijimos, las fuerzas de los aliados güimareros.

Pero a la mañana siguiente, 1a de Junio, cuando más afanados estaban aparejando las cosas para su marcha, fue asaltado el Real por los guanches anagueses bajo el mando del valeroso sigoñe Haineto, en la forma que refiere Viana:

cuando reconocieron otra gente que deAnaga venía a combatirles, y conociendo al capitán Haineto, vasallo del deAnaga, alborotados quisieron embarcarse en los navios, pero andaba la mar tan alterada que no les dio lugar, y así briosos e dispusieron todos a defensa, y aunque todos heridos, todos juntos dentro en su torrejón los esperaron; llegó Haineto, y con fiereza brava persuadiendo a los suyos al combate, dio al torrejón tres vueltas en contorno, procurando la parte acomodada para les asaltar, y en un instante, alzando el silbo y bélico alarido, saltó Haineto y otros que le siguen, cayó Haineto mortalmente herido, y el cuerpo revolcando en el arena bañado en sangre suya aún no cesaba, que dando voces a su fiera gente, los animaron a la batalla cruda, indicios dando de gallardo esfuerzo, y claras muestras de invencible espíritu; más no cesaban, no, los fieros bárbaros, que en vez de escarmentar y acobardarse, viendo a su capitán herido y muerto, con doblado rencor, saña y enojo, tiraban desde abajo, no atreviéndose volver de salto arriba, dardos, piedras tales y tantas que tal daño hacían, que hubo de permitir el rey del cielo, que para que pudieran socorrerse sus cristianos heridos y angustiados cesase el mar, crecida la marea, con tal bonanza, que sin riesgo alguno llegaron los bajeles a la orilla hasta encallar las proas en la arena, y con las piezas, versos y esmeriles, ballestas, pasadores y arcabuces, ahuyentaron con notable pérdida a los contrarios, que con furia tanta el torrejón cercaban y afligían: murieron tres soldados españoles y como quince fueron mal heridos; pero murieron de los guanches fuertes que trabajaban más por señalarse como sesenta, y mal heridos cinco;

A consecuencia de estos nuevos heridos no pudieron embarcar hasta el 8 de Junio, llegando al siguiente día al puerto de la Luz en Canaria, donde saltaron 255 hombres sobrevivientes del ejército: de ellos 225 entre peninsulares e insulares españoles y 30 güimareros salvados de la batalla, que sin duda prefirieron a que un siglo más tarde escribiera fray Alonso de Espinosa de que los llevaron como esclavos, a quedarse voluntariamente en Tenerife y los ahorcara Bencomo.

Hay vagas noticias de una entrada de portugueses en Tenerife después de la batalla de Acentejo. Dice a este propósito Viera y Clavijo en una nota (Tomo II, pág. 198):
«Gonzalo Fernández de Saavedra, que por este mismo tiempo andaba con dos carabelas portuguesas asaltando las islas para adquirir honra, era tan fantástico y valeroso, que se dice, jamás quitó gorra a castellano. Así, no queriendo pasar a Tenerife bajo las órdenes de Dn. Alonso de Lugo, entró con su gente por otra parte de la isla, poco después de la batalla de Acentejo, y atacó furiosamente a los guanches. Los antiguos aseguraban que tenía rozados con su espada tres almudes de sembradura en el sitio donde le hallaron muerto, y a su lado dos isleños que había ahogado por la garganta, después de estar caído y atravesado con gran número de dardos de tea. En torno de su cadáver se encontraron también otros diecisiete hombres, muertos por su mano, y un poco más distante a Baca su escudero, con algunos portugueses algarabías».

NOTAS
1 En la información de nobleza, en 1512, de Hernando de Esteban de la Guerra, sobrino del conquistador Lope Hernández de la Guerra, deponen varios testigos de los derrotados en Acentejo. A la pregunta 6-, dicen:

Alonso de la Cruz: «Se pasó mucho trabajo por ser la gente muy valiente y peleaban como castellanos...y el Adelantado y el dicho Lope Hernández y los demás salieron por los montes».

Guillen Castellano: «... es cosa notoria los trabajos y hambres... y fatigas que pasaron en esta dicha Isla en conquistarla porque los naturales de esta isla eran de mucho esfuerzo... y el testigo se halló en el desbarato de Acentejo, que llaman agora la Matanza... y fue un día de mucho espanto y tristezapara los cristianos...».

Antón Viejo: «...y fue muchas veces herido, padeciendo mucha necesidad de hambre y sed y comiendo yerbas, palmitos, porque la gente de la isla era muy esforzada, e un día en Centejo, a do dicen la Matanza, pelearon tan fuertemente que desbarataron los cristianos y mataron más de 600 hombres y los que escapamos fuimos maltratados y heridos y el dicho Lope Hernández Guerra salió con dos heridas muy malas y muchos golpes y lo llevaron sus sobrinos travesado en un caballo...».

Otro: «...se falló el día del desbarato e lo vido e que pereció mucha gente... e cristianos que serán 900 hombres entre caballeros e peones que faltarían...».

Otro a la 10": «... se falló al desbarato e vido muertos muchos cristianos e fueron más y murieron muchos de sus isleños e que este testigo se escapó...».

Francisco Buches, a la 6a: «...que en el desbarato deAcentejo murieron más de 600 cristianos y el Adelantado y el dicho Lope Hernández (que trajo tres sobrinos) y los que quedaron se escaparon por los montes mal heridos y este testigo vido al dicho Lope Hernández con dos heridas mortales y muchos golpes de piedra y se entendió que no escapara y lo vido llevar travesado en su caballo al puerto de Sta. Cruz a curar, y fue tanto el trabajo, que se pasaba a cada soldado siete higos de cada ración...».
2 Entre los episodios extraordinarios, que relata Viana de diferente modo, fue el ocurrido al general Lugo por saltarle un guanche sobre las ancas del caballo y aprisionarlo con los brazos por detrás; y del que logró verse libre tendiéndose y dando espuelas al caballo en dirección a las ramas bajas de un árbol, por debajo de las que pasó dejando enganchado al guanche.

Y sin embargo de parecer esta leyenda inverosímil tiene su justificación documental:

«Yo Dn. Alonso... do... a vos Gonzalo Rodríguez... quinientas fanegas de tierra de sequero... en Acentejo entre el barranco del Ahorcado... del camino cara a la mar...». (Datas. Libro 2°. Su fecha: 17 de Junio de 1503).

«Yo Dn. Alonso... digo que por cuanto yo obe dado en repartimiento a Gonzalo Rodríguez mayordomo del adelantado de Sevilla la hoya de la mano derecha bajo la Rambla del Ahorcado...(Data. Febrero, 19 de 1506). Precisamente este ahorcado a que se refiere viene a quedar donde se libró la batalla.

(En: Juan Bethencourt Alfonso, Historia del Pueblo Guanche, tomo III)


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