sábado, 3 de enero de 2015

MUJERES AFRICANAS SINGULARES- XCI



ELVIRETA ESCOBIO

Nació en Las Palmas de Gran Canaria. Comenzó a interesarse por el arte desde muy joven, y en su ciudad natal estudia y participa en numerosas  exposiciones. Entre sus exposiciones destaca la colectiva de 1952 en el Ateneo de La Laguna.

Tenía la costumbre de regalar a su padre y amigos corbatas pintadas por ella. Esa afición y la búsqueda de un estilo propio la lleva a conocer y formar parte de un grupo de artistas e intelectuales canarios que se reunían en la Playa de las Canteras. Con ese grupo, entre el que estaba Manolo Millares, su marido, viaja a Madrid en 1955 y con este y Martín Chirino, Manuel Padorno, Juan Hidalgo etc., forma parte del grupo El Paso. Ha expuesto su obra en Madrid, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria. Desde 1961 se ha dedicado más a la escritura, abandonando  la pintura.

Entrevista a Elvireta Escobio: “Lo que es innegable es que el paisaje en el que creces, marca”.

La obra de Millares contribuyó al nacimiento del grupo "El Paso" y hoy está considerado como uno de los artistas más destacados en el panorama creativo español de los últimos cincuenta años. Su informalismo singular sólo necesitó tres colores: el blanco, el negro y el rojo. Para Millares, el objeto de arte no se correspondía con una estética amable y decorativa, por tanto, se alejó de esa belleza formal que tan bien encajaba entre el color de los sillones y las cortinas de salón. Millares detestaba la banalidad, huyó del arte color de rosa, sus grafismos y dibujos a tinta china penetraron desesperadamente el espacio blanco buscando en el ser humano una profundidad y un abismamiento sin rescate. A nuestros ojos, sus preguntas, hoy igual que ayer, siguen esperando una respuesta apoyadas sobre un muro...

El arte de Millares goza de un reconocimiento internacional, sus exposiciones no se detienen, surcan todos los mares del mundo, viajan por Oriente y Occidente, en programas culturales de difusión de España a través de sus artistas plásticos contemporáneos. La obra de Millares se nutre del hombre mismo, tal cual es, y, llegada la hora, plasma su angustia y su rabia en la arpillera o en el papel con la firma de su creación. Cuando el acto creativo coge al artista por sorpresa, le toca con su dedo, es inútil resistirse. Millares utiliza lo que tiene y despierta al observador dormido con un grito de arenas, piedras, maderas, sacos, zapatos, cemento y látex. Convulsiones. Contracciones. Abre en canal al individuo. Lo disecciona en muerte y nacimiento. Y, como los niños de antaño, que inventaban sus juegos con los restos que encontraban en la playa, Millares encuentra las materias expresivas más inéditas por medio del arte. Así, intenta dar sentido al absurdo del naufragio humano, pero no es fácil. No es fácil convertir las mortajas en lienzos. Lienzos que caminan envueltos en una humilde arpillera como Lázaro hacia la luz. Un blanco final de luz.

Hoy pedimos a Elvireta Escobio, compañera y eco de la voz del artista Manolo Millares, que nos hable de los recuerdos de su infancia en Las Canteras. Nadie como ella podría hablarnos mejor del hombre y del niño que se escondía en el artista. Ellos conocieron juntos la magia del mar en su infancia y juventud, y este Atlántico sonoro y bravío, imposible de olvidar, se oye con fuerza en toda su obra. Sorprende la voz de Elvireta, tan joven, tan optimista y, a la vez, tan razonable... Hay en su timbre de voz un ritmo de cascabeles, hay alegría de olas, hay un canto que te lleva. Y, sin embargo, no hay duda de que en su vida habrá sufrido como cualquier ser humano sensible. ¿No será parte de ese carácter costero que tiene? ¿No será que la vida se asume mejor cuando se lleva el mar dentro?

Elvireta Escobio:


“Yo nací en la playa de Las Canteras. También Manolo nació allí, frente a esa barra que puedes sentir como una protección o como limitación de un horizonte. Un horizonte que, sin embargo, siempre fue para Manolo y para mí, no sólo una limitación de espacio, sino la llamada urgente a la escapada, el reto y la necesidad de otro mundo que existía más allá.

Lo que es innegable es que el paisaje en el que creces, marca. Yo tengo un poema que comienza diciendo: “Si tú hubieras amado las playas solitarias y el horizonte, habría navegado tus mismas coordenadas...”.

Hay sin duda universos y vivencias que misteriosamente te unen a otras personas, y quizás esas razones grabadas en la memoria profunda no las descubras nunca, o a lo mejor sí, y un día te dices: ¡Ah, era eso!

Cuando Manolo y yo nos casamos, tuvimos nuestra primera casa en la calle Galileo, y nuestra playa, consecuentemente, era la de la “Peña de la Vieja”, donde por otro lado Manolo había vivido una parte de su niñez, junto al “Muro Marrero”. Allí nos reuníamos cada mañana de verano con ese grupo de amigos que también vivían en las inmediaciones: Manolo Padorno, Tony y José Luis Gallardo, José María Benítez, Mela y su hermana Lolina, Héctor López, Martín Chirino...

Muchos han desaparecido ya, muy poco a poco, silenciosamente: “Cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando”, que diría nuestro gran Jorge Manrique.
Y me han dejado la playa mucho más vacía. Pero su recuerdo me sacude siempre cuando en mis largos paseos mañaneros paso por ese lugar de la playa. Y hasta hace muy poco tiempo, al pasar bajo las ventanas de la casa de Manolo Padorno, yo le buscaba tras los cristales y, cuando aún le encontraba allí, él me saludaba con la mano y una gran complicidad en la sonrisa.

Hubo otro tiempo en que en un extremo de la playa, en La Puntilla, pegando a La Isleta, se levantaba la fábrica de conservas de pescado de mi familia, fundada por mi abuelo en los primeros años del siglo pasado. Y es por eso que esa parte de la playa se llamó durante mucho tiempo la “Punta Escobio”. Ahora es un complejo turístico con restaurantes y música a todas horas. Pero aún hay gente que recuerda y me cuenta cómo los domingos por la mañana había alguien de la fábrica que sacaba a la plazoleta unos cajones vacíos y una rueda de atún en aceite, que disfrutaban los vecinos mientras jugaban a las cartas.

Más tarde, en los años cincuenta, Manolo Padorno trabajó por un tiempo en las oficinas... y luego todo eso pasó.

Ahora, cuando me escapo a Las Palmas desde este Madrid, ahora mi casa, una de las razones quizás sigue siendo la fascinación que esa playa ejerce en mí. Como una fuerza antigua, poderosa y constante, que me envuelve y me empuja siempre hacia delante, como si el tiempo allí no pasara nunca”.

Muchísimas gracias, Elvireta, por compartir con nosotros tus vivencias junto al mar. Este Mar de Las Canteras, este Mar de Manolo Millares, un canario universal del que todos nos sentimos muy orgullosos. Hasta siempre. (Teresa Iturriaga Osa)

Carta abierta a Antonio Saura

(Sobre la depredación como medio alternativo de subsistencia)

25 AÑOS DEL GRUPO EL PASO
El grupo de pintores El Paso, formado entre 1957 y 1960 por Canogar, Feito, Millares, Rivera, Saura, Viola y otros artistas, cumple 25 años. Con motivo del aniversario de este conjunto de artistas e intelectuales que dieron proyección internacional al arte español, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo organizó un seminario en Cuenca, el pasado mes de septiembre, titulado Reencuentro con El Paso, dirigido por Antonio Saura. La viuda del pintor Manolo Millares cuestiona en este artículo el protagonismo de Antonio Saura en la gestación, actividades y desaparición de El Paso.
No sé si Antonio Saura es consciente del verdadero significado de la vergüenza zoológica, pero puedo decirle desde aquí que vergüenza zoológica es justamente lo que padezco cada vez que él abre la boca para hablar de El Paso o cada vez que alguien la abre en su nombre. No es que yo crea muy firmemente en la justicia de la historia ni en la historia de la justicia, pero hay en mí un extraño mecanismo, no muy racional por cierto, que se me dispara cada vez que alguien trata de tergiversar unos hechos (en este caso, la fundación, vida y desaparición de El Paso) de los que fui testigo presencial. Sobre todo cuando el interés de esta manipulación está directamente ligado a la utilización particular con fines no nebulosos precisamente.
Cuando un subproducto de Luís XIV aparece hoy y nos dice, sin ningún pudor, no aquello de "el Estado soy yo", sino aquello otro de "yo soy El Paso", uno se pregunta inmediatamente a qué demonios se estará jugando. Y a lo que se está jugando es a aquel juego predilecto de mentes más ligadas a oscurantismos savonarólicos de nuestro pasado que a la España que pretendemos representar hoy: al juego de miente, miente, que algo queda. Pero, verdaderamente, ¿queda algo?
No nos equivoquemos, amigo mío. Tu obra no va a ser aún mejor, ni todavía peor de lo que es en realidad, por intentar adjudicarte papados y atribuciones que no te pertenecen en exclusiva. Como no te pertenecen ni la verdad, ni el tiempo, ni el espacio en el que todos nos movimos. Sólo la obra, la obra solamente despojada de toda hojarasca, es lo que perdurará, si perdura.
Y a pesar de tu irónico desprecio sistemático hacia la obra de los demás componentes del grupo y a tu obsesión depredadora hacia cuanto te rodea y no lleva tu cuño (y aquí incluyo el Museo de Arte Abstracto de Cuenca), ha sido la obra de todos los miembros de¡ grupo El Paso lo que le dio en mayor medida la categoría que tiene. No voy a caer aquí en la tentación de hacer historia ni de enumerar las actividades organizadoras de Manolo Millares en los años cincuenta, antes de su venida a Madrid.
Pero el que se intente silenciar su labor y entusiasmo dentro de El Paso es tan mezquino en un sentido como ridículo en otro. Recuerdo que el mismo Manolo hizo alusión alguna vez a aquella frase: "Los perros ladran, señal de que cabalgo". Sólo que ahora hace más de 15 años que Manolo Miralles ya no cabalga. Y, sin embargo, hay a lo menos un perro que sigue ladrando.
El oportunismo dentro del grupo no fue más utilizado por los demás que lo fuera por ti mismo. Y ni siquiera Luis González Robles, comisario entonces de las exposiciones internacionales a las que nuestro país acudió bajo el régimen franquista (IV Bienal de São Paulo, 29ª Bienal de Venecia), utilizó más al grupo El Paso de lo que El Paso le utilizó a él.
Y en cuanto a las razones por las que el grupo se disolvió, no me parece que haya necesidad alguna de inventarse eutanasias esplendorosas, metas alcanzadas y fines cumplidos. El Paso se acabó simplemente en el momento en que Manolo Millares propuso que el remite de los boletines del grupo dejara de ser el domicilio particular de Antonio Saura y se alquilara un apartado de Correos para que todos tuvieran acceso a la correspondencia y publicaciones que venían a nombre de El Paso.
Muy pocos días después, los propios miembros de El Paso recibían sorprendidos, sólo porque la capacidad de sorpresa en el hombre parece no tener límites, el último boletín del grupo elaborado por José Ayllón y Antonio Saura, que decía textualmente: "(...) los componentes de El Paso han decidido terminar la labor conjunta", etcétera.
(Elvireta Escobio, en: El País, 13 de octubre de 1987)




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