UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL
1491-1500
CAPITULO I-XVII
Eduardo Pedro García
Rodríguez
1494
Los Estados guanches después de la expulsión de los
guanches. Castigos impuestos por Bencomo al pueblo güimarero. Importancia de
los despojos de la batalla de Acentejo. La modorra.
La victoria de Acentejo alcanzó
gran resonancia en todo el Archipiélago y más aún dentro de la isla, donde los
reyes de la
Confederación se prepararon a la defensa no dudando ser
atacados después de la expulsión de los españoles. La figura de Bencomo era
abrumadora. A sus antiguos prestigios sumábanse los nuevos laureles colocándolo
sobre los héroes legendarios, y por lo mismo crecieron paralelamente con la
magnitud del triunfo los recelos y temores de los que con razón se veían
amenazados. Y sin embargo la ambición del tirano, como lo calificaban sus
enemigos, no se mostró por ningún lado; bien que el Rey Grande abrigando la
seguridad de que no tardaría en aparecer otro ejército, encontrábase obligado a
ser cauto, que de no atravesarse esta circunstancia es más que probable que la
referida victoria fuera la consagración del soñado imperio de la isla.
Pero si de momento le convino
ocultar sus miras de ponderación territorial, no creyó caso de disimulo, antes
sí de justificado motivo de público enojo, la alianza del pueblo de Güímar con
las armas españolas, que calificaba de rebeldía a su trono y de traición a la
patria común. Las tradiciones hablan de severos castigos impuestos, de persecuciones
y que de no intervenir los reyes de Tacoronte y de Anaga hubiera ejecutado al
príncipe Gueton y demás rehenes que conservaba en su poder. Los autores no
dicen palabra respecto a tan interesante particular y sólo Viana se hace eco de
estas represiones por otra parte explicables y ajustadas al encadenamiento de
los sucesos, pero desconociendo las verdaderas causas las utilizó para
hermosear el poema con episodios eróticos.
Cuenta Viana que habiendo
desaparecido Ruyman, supuesto primogénito de Bencomo, que se oponía al
casamiento de su hermana la infanta Rosalba con el príncipe güimarero Gueton,
la voz pública señaló a éstos como los presuntos asesinos; y el Rey Bencomo
dello persuadido como enemigo deAnaterve, airado mandó poner en rigurosas cárceles
a los dos acusados inocentes, para tomar venganza en su castigo; fue la prisión
segura en hondas cuevas dejando un agujero muy pequeño por do pudiesen darles
la comida, y con trescientos soldados bien armados de guardia estaba más segura
y fuerte hasta que el rey mandase darles muerte. Sabiendo el Rey de Güímar,
Añaterve, de su querido hijo las prisiones, sintiólo como padre, mayormente por
ser Bencomo crudo, y su enemigo habiendo su consejo con los grandes, determinó
enviarle una embajada con Guañon, capitán valiente y noble pues pretende
ofender mi hijo amado por lo que sin razón se le ha imputado. y a crudas
guerras de hoy más le emplazo, si piensa proceder de tal manera de lo que se le
imputa no haga caso; suéltelo libre............ no es lícito pretendan
gobernallos señores impropios e imperfectos; si le injurió mi hijo, mi justicia
debe dar el castigo a su malicia.
Partió Guañon veloz, presto y
ligero, y como puntual, sabio y discreto, dio con acatamiento la embajada, pero
Bencomo con soberbia y ira, Decid al Rey injusto que os envía que no debe
guardársele el decoro al noble que comete alevosía, y aquesta ley se guarda en
mi Tagoro',
Esos bríos que muestra, furia y
saña, fuera mejor que de ello hiciera empleo contra la fuerte y domadora
España, que contra mí lo tengo en devaneo, pues estando en la tierra gente
extraña mostró como cobarde en su deseo, una alevosa voluntad contraría de ver
en sujeción la gran Nivaria. Por el Guayajerar que nos sustenta, que he de
tomar venganza por mi mano, no es lícito, ni es ley que se consienta, que viva
un Rey traidor, un Rey tirano; andad, decid que guarde su cabeza del airado
furor de mi braveza. La de Gueton le dé poco cuidado que antes de mucho le
verán mis ojos muerto, del tronco de un laurel colgado; y el Rey tirano pierda
el reino y tierra a fuego y sangre, con crueldad y guerra.
Mas, ya que el gran Guañon llegó
hasta Güímar,
y el Rey supo el suceso y la
respuesta,
con guerra a la venganza se
apercibe,
y habiendo a ello acuerdo con sus
grandes,
despachó luego cuatrocientos
hombres
todos nobles guerreros de
experiencia,
y al capitán Guañon los
encomienda,
y mándales que lleguen con
secreto
a la prisión do está su amado
príncipe,
y a pesar de las guardas de
Bencomo,
lo librasen.................
y así llegó Guañon con sus
soldados
les dio a las guardas repentino
asalto;
tuvieron la victoria, aunque
costosa, los güimareros, sin que de las guardas quedase alguno que el aviso
diese; y luego el gran Guañon y gente fiera rompieron la prisión en un instante
donde Gueton estaba.........................
Si os envió mi padre a hacer esto
mejor acuerdo fuera bien tomara
sabed, que a estarme preso estoy
dispuesto,
Decid a mi padre se sosiegue,
mas advertid que de estar preso
gusto:
con tal resolución Guañon confuso
se despidieron de su noble
príncipe, al Rey de Güímar, ante el cual llegando Guañon con sus soldados
valerosos, la batalla cruel, y la victoria, y respuesta del príncipe su hijo,
le contaron, y de ello aflicto y triste perdió la confianza de su vida, pero no
la esperanza firme y cierta con que esperaba la cristiana gente deseoso de
verla ya en la tierra para entretalle su dichoso Reino;
Por lo transcrito se adivinan las
penalidades y persecuciones que por su alianza con los castellanos sufrió el
pueblo güimarero, personificadas por el poeta en Añaterve y Gueton; sólo que
las atribuye a signos distintos de los reales y que escribió en un género de
literatura que le resta crédito para los que piensan que la verdad no puede
encerrarse en sonoras estrofas. Las «Antigüedades de las Islas Afortunadas de la Gran Canaria » no es
un poema lírico en que expone el autor sus ideas y sentimientos, sino un poema
meramente narrativo adornado con las galas de la poesía. Hasta el eximio
maestro Menéndez Pelayo comulga con la turba-multa, no en su juicio sobre el
mérito literario de la obra que cualquiera que fuese lo creemos inapelable,
pero sí cuanto al dudoso valor histórico que le concede careciendo de término
de comparación, puesto que es superior a todas las publicadas y coinciden en
los hechos que les son comunes; y no ya le ha sido imposible disponer de
elementos de cotejo, sino que no está en las intimidades del modo de ser de
nuestro pueblo, ni en su geografía topográfica con su significativa
nomenclatura, ni en sus leyendas y tradiciones, llegando su desconocimiento al
punto de considerar convencionales a los personajes. Esto es una afirmación
gratuita. Todos fueron de carne y hueso, y muchos de los que figuran en las
escenas bucólicas casaron después de la conquista ya con nombres castellanos,
como dan testimonio de ello nuestros archivos y señala con gran exactitud D.
José Rodríguez Moure en un bien escrito prólogo a la última edición del poema
de Viana (1).
¡Y no menos equivocado está el
egregio maestro! al que aplicamos lo mismo que dice de Lope de Vega, de «que no
leyó entero el poema», cuando asienta que basta «leerle para comprender que
gran parte de él era mero producto de la fantasía poética». Esto no es exacto
en cuanto afecta a la acción principal. Viana no tuvo que hacer esfuerzo para
subordinar la inventiva a la verdad histórica, porque hasta sus numerosos
episodios eróticos y de poesía pastoril están calcados en las leyendas del
país, limitándose a recoger e hilvanar las tradiciones ' para presentárnoslas
en formas más bellas respetando lo sustancial.
Es indudable que Viana, como los
demás cronistas, padeció errores, dejó mucho por estudiar, trastocó en
ocasiones fechas y sucesos, equivocó a veces las causas determinantes de los
acontecimientos; pero con todo hay que reconocer es el autor más completo y
verídico de nuestras antigüedades guanchinescas, aunque mal estudiado por la
generalidad. Porque lo extraño es que todos los rechazan por su cualidad de
poeta y de hecho todos lo siguen... porque no hay otro a quien seguir. «Es el
caso —observa el citado D. José Rodríguez Moure— que así como Viana sigue a
fray Alonso de Espinosa, a quien trató de refutar, según dice Viera, Núñez de la Peña sigue a Viana con más
fidelidad que éste al fraile dominico, a pesar de tildar su obra de comedia; y
Viera, el culto crítico, sigue a los tres...».
Terminamos este particular
manifestando, que el relato de Viana se acomoda a las tradiciones llegadas
hasta nuestro tiempo de los severos castigos impuestos por Bencomo a los
desesperados güimareros, que esperaban ansiosamente a los españoles como
revelan las últimas estrofas transcritas; pero que obsesionado por espíritu
religioso de que la inclinación de los guanches de Güímar a los cristianos
obedeció a la presencia de la diosa Chaxiraxi o Virgen de Candelaria, ignoró el
motivo que los impulsó a reconocer la soberanía de Castilla desafiando las iras
de Bencomo.
Pero la batalla de Acentejo,
además del triunfo con la expulsión de los españoles de Tenerife, tuvo para el
pueblo guanche una capital importancia por lo que influyó en su destino.
Efectivamente, a partir de esa fecha se persuadió el general Lugo, no ya que se
las había con un enemigo de mucho cuidado, sino que era imposible dominar la
isla por fuerzas de armas no contando con otro ejército mayor de un millar de
plazas, que era cuanto podía levantar a su costa. Este convencimiento nos
explica la lentitud de las operaciones militares y sus activos trabajos
políticos entre los indígenas, fomentando las discordias por un lado, mientras
por otro repartía promesas, como iremos viendo en el curso de estos apuntes.
Mas una nueva preocupación se
sumó a las que ya embargaban el ánimo del general Lugo, cual fue que con los
despojos de la batalla centenares de guanches quedaron armados a la europea con
picas, alabardas, lanzas, chuzos, espadas, puñales, etc., que en manos tan
varoniles duplicaba el valor del enemigo. Tal suceso que hoy nos parecen de
escasa monta, revistió no obstante para los que de cerca apreciaron los
resultados trascendencia tan grande, que imprimieron a las campañas de Lugo un
marcado carácter de cautela; contribuyendo tal vez poderosamente que el tratado
de paz de Los Realejos, estuviera inspirado en un principio de igualdad para
ambos pueblos.
Y sin embargo de la importancia
del acontecimiento por sus consecuencias, señaladas por las tradiciones, el
silencio de los cronistas llega a no mencionarlo o cuando menos a no darle las
proporciones que tuvo; excepto Viana que se ocupa de la noticia en distintas
partes, revelando la preocupación de los conquistadores, aunque la da
disfrazada bajo una alegoría.
Simula el poeta que el capitán
conquistador Hernando de Trujillo, en quien personifica al ejército español, al
invadir a Tenerife se tendió a dormir cansado del viaje, mientras un sigoñe o
capitán indígena que espiaba a los extranjeros, símbolo del ejército guanche,
sorprendían dolo descuidado, dormido, le quitó la espada y la entregó al rey
Bencomo o sea al Poder enemigo; figura alegórica alusiva al desastre de Acentejo,
donde en opinión del autor perdieron los españoles la gloria y las armas por
confiados. Aunque alterando a veces el orden cronológico, Viana nos da a
conocer el suceso y sus naturales derivaciones en diferentes pasajes; empezando
en la relación que el sigoñe espía hace al rey de Taoro de lo que vio y de cómo
se apoderó de la espada, es decir, de las armas:
Y sucedió así el hurto, que su
dueño
gallardo personaje, convencido
del trabajo del mar, se entregó
al sueño
junto de donde estaba yo
escondido;
viéndole allí, atrevíme como
isleño
a llegar cerca del sin ser
sentido,
y entre otras prendas, ésta,
aficionado
hurté, y volví a esconderme con
cuidado.
En la espesura apenas me
encubría,
cuando luego despierto voceando
las yerbas de aquel prado
revolvía,
la espada (a lo que entiendo)
procurando;
Vestida viene, véisla aquí
desnuda,
sólo la tome el Rey que así
conviene». (Pag. 114).
Bencomo al probarla se hiere y el
poeta pone en su boca un monólogo para significar que si él (representación del
pueblo), supo lo que era una espada de los extranjeros a costa de su sangre, ya
que en su poder la esgrimiría contra los invasores:
«Sólo Bencomo no se sobresalta,
llega a la luz de un encendido hacho, mira el fulgente acero de la espada, pasa
los dedos con cuidado y tiento por sus agudos filos y apretándolos, córtase sin
sentir.......
¿Qué es esto, agudos filos
atrevidos ? ¿Herís mis dedos y vertéis mi sangre? ¿Venís hambrienta? ¿O los
recién venidos quieren que en vos mi cólera de sangre?
Ahora que en mi sangre estáis bañada
y en vuestro puño con mi mano toco, sois espada de Rey, de ley honrada; a
belicosa furia con mi sangre matizada;
Con todo os tengo dende hoy más
por buena,
que en lo presente juzgo lo
futuro;
mas pues en mí habéis hecho prima
extrema,
por la sangre real que os baña
juro,
que si esa gente que ha venido
ordena
poner en riesgo mi valor seguro,
he de probaros si sois buena o
mala
y si la obra a la apariencia
iguala».
...................................(Pag.
118).
Rotas las negociaciones de la paz
en la entrevista celebrada por Bencomo y el general Lugo en la laguna, sigue la
ficción con motivo de enterarse Trujillo que su espada la llevaba el rey al
cinto:
¡óyeme, noble Rey, por cortesía,
hurtáronme esa espada allá en el puerto cuando llegamos, mientras que dormía
que no fuera posible a estar despierto; manda que se me dé, que cierto es mía,
y la aprecio y estimo, porque he muerto con ella turcos, moros y paganos, y me
afrento de verla en otras manos. Míralo el Rey, altérase y recátase, la espada
empuña, y con gran pausa dice: «Quisiera en lo que me pides complacerte, pero
perdonarás, que es imposible, si esta espada fue tuya, agora advierte que es
mía, con razón llana y creíble: perdióla tu descuido y de una suerte entre
valientes poco acontecible.
Eraste en el peligro confiado,
que el que se fía en el peligro yerra, y no debe dormirse descuidado quien
viene a conquistar ajena tierra,
Demás de que en mi sangre está
bañada..............., mas la aprecio
por mía, con mi sangre está
sellada;
también llegó hambrienta y
deseosa de sangre, y yo le di por sustentalla
la mía
propia.......................
El valiente español que reventaba
en ira ardiente, al bravo Rey replica
y en tanto el Rey, bramando se
despide con grandes amenazas de ambas partes, quedando desde allí por
enemigos». ......................................(Pag. 137).
Continúa la invención poética en
la batalla de La Laguna ,
después de la segunda invasión:
Traía el gran Tigaiga una bandera
que ganó en la matanza deAcentejo de los de España, de la cual hacía notable
menosprecio, que arrastrándola, los unos animaba a la batalla; mas viéndola
Hernando de Trujillo, que sin caballo andaba en medio dellos, no lo pudo sufrir
su sangre hidalga, arremete furioso al fuerte isleño, trábase entre los dos
cruel batalla... dánse terribles y espantosos golpes... mas pudo al fin el
noble caballero darle la muerte a costa de su sangre, cobrando esfuerzo, fama,
y la bandera,
A todo aquesto el ínclito
Trujillo, daba voces llamando al Rey Bencomo para cobrar la espada de sus
manos, y no menos el Rey lo procuraba, pero nunca se vieron, ni encontraron.
Es decir, que aunque ganaron la
batalla no pudieron recobrar las armas; hasta que al fin en la batalla de La Victoria , que ofrece el
poeta a los españoles como desquite de la de Acentejo, supone que Trujillo
recuperó la espada o séase las armas y con éstas la tranquilidad, dando de
hecho por conquistada la isla. Es verdad que a partir de esa fecha no se
libraron más combates hasta el tratado de paz de Los Realejos; pero no es menos
cierto que el poeta, ignorando la verdadera causa determinante de la
celebración de dicho tratado, se olvida más adelante de su propia alegoría
rindiendo culto a la verdad, como veremos oportunamente.
He aquí cómo Trujillo recobró la
espada perdida:
«Encuéntrase Trujillo con
Bencomo,
y conoce en sus manos carniceras
su cortante espada; y al instante
ambos se embisten por vengar su
enojo,
dánse y reciben temerarios
golpes,
sacantes sangre las agudas
puntas,
encarnízanse más, crece la ira,
y hiriéndose en otras muchas
partes,
pasa Trujillo al Rey por el
acertó
del brazo diestro, tanto que no
puede
mover la espada aunque revienta
en cólera;
acúdele sigoñe, caretas y otros,
cercan al buen Trujillo, y
favorecen
al Rey, y al fin lo libran de sus
manos,
sacándolo en hombros del combate.
Brama Bencomo en verse de tal
suerte
y con el gran dolor de la herida
deja caer la espada y la recobra
Trujillo, ufano aunque rabioso, y
sigue
del Rey, y de los suyos al
alcance
.................................».
(Pag. 382).
Según fray Alonso de Espinosa y
Viana, una de las causas que más contribuyó a la conquista de Tenerife, fue una
epidemia de modorra sufrida por los guanches en proporciones de una horrible
catástrofe y esto no pudo acontecer así. La modorra o fiebre tifoidea se
padecía como ahora, dándose casos desde fines de la primavera hasta romper el
invierno en los altos de la isla, como La Laguna , etc. y durante esta última estación en
las zonas costaneras como en Santa Cruz, en relación con cierto grado de calor y
de humedad; y probablemente tomaría algunos años carácter más o menos
epidémico, cual refieren los citados cronistas en el estío y otoño de 1494,
pero nunca en la magnitud de nuestros tiempos cuando no interviene la higiene.
En las condiciones de vida de los
guanches las epidemias de modorra necesariamente tenían poco poder difusivo,
siendo su radio de acción muy limitado. Hoy que se conoce el germen de la
enfermedad y los medios más adecuados de su propagación, cuando se considera
que los guanches no contaban con una sola población, ni el más modesto caserío,
sino que las familias moraban aisladas unas de otras separándolas 3 o 4
kilómetros, en chozas ventiladas, y que no conocían los estercoleros, ni los
alcantarillados, ni pozos negros, ni letrinas, ni lavaderos públicos, ni otros
elementos o factores que pudieran dar lugar a la intoxicación del subsuelo o
contribuir a la creación y multiplicación de poderosos focos infecciosos, hay
que convenir en que las tales epidemias tenían que ser muy poco expansivas.
Ni siquiera se puede alegar como
foco de origen los cadáveres de Acentejo, porque es bien sabido fueron quemados
por orden del rey Bencomo.
De manera que restando de las
noticias el oropel de lo maravilloso y el sello hiperbólico que nuestros cronistas
han solido darles, ya hinchando o generalizando hechos aislados, hay que
reducir los sucesos históricos a sus naturales proporciones en consonancia con
las causas que los determinan. Por esto cuanto refieren fray Alonso de Espinosa
y Viana respecto a la epidemia de modorra entre los guanches en 1494 y 1495, de
la que dicen «morían a centenares andando, abandonados por los caminos a la
avidez de los perros», llegando al extremo de perder el ejército «liguero en
menos de diez días más de seis mil hombres», lo estimamos como una ofensa al
buen sentido. Tales exageraciones hay que rechazarlas desde el punto de vista
científico y por lo tanto de la historia, así como dentro de las costumbres de
los indígenas, pues como veremos en otro lugar su profunda veneración por los
difuntos relacionada con las ideas religiosas, no les consentía abandonarlos
por esos caminos. Trátase de una hipérbole a todas luces por esgrimirla como
causa de la rendición de la isla, no encontrando otros motivos para explicarla
y no atreviéndose a matar más millares de guanches en las batallas; debiendo
aceptarse únicamente que ese año, como acontecería en otros, sufrieron la
modorra con mayor intensidad sin llegar ni mucho menos a la hecatombe que nos
pintan y con seguridad sin influir de modo eficaz en los destinos de la isla.
NOTAS
1 Algunas tradiciones que hemos
recogido no siempre están de acuerdo con las de Viana. Por ejemplo, está muy
generalizado por Güímar y Arafo, de que Ruyman, que no era el primogénito de
Bencomo sino su segundo hijo varón, tuvo grandes disgustos con su padre por
hallarse enamorado de la infanta Guayarmina, hija de Añaterve, oponiéndose el
rey de Taoro a dicho casamiento por contrariarle sus planes políticos. Algunos
añaden que la referida infanta se hallaba también en rehenes en la corte de
Bencomo.
ANOTACIONES
(1) Vid. Anexo n." V.
(2) Esta lanza la conservó D. Manuel de Ossuna y
creemos que proviene de la colección de D. Sebastián Pérez Yanes, del Museo
Casilda de Tacoronte. Si la comparamos con la descripción que realizó D. Juan
Bethencourt Alfonso así como con el dibujo, que se incorpora después de esta
ilustración, podremos comprobar que se trata del mismo objeto. (Vid. Anexo
documental ne. 2. Historia del Pueblo Guanche, de Juan Bethencourt Alfonso. La Laguna :Francisco Lemus
Editor, 1994 (Tomo II); pág. 559).
(3) (Vid. dibujos del
Anexo III. El número V se corresponde con el antiguo número de la Sección de Armas del Museo
Casilda. Por lo que se refiere al resto de los datos, éstos se relacionan con
los adjudicados al catálogo del citado museo que fue elaborado, en su momento,
por Bethencourt Alfonso. La importancia de estos dibujos radica es que para la
mayoría de ellos es la única prueba documental de que antes de 1889 se
encontraban en Tacoronte, posteriormente a dicha fecha y a raíz del traslado
del Museo Casilda a La Plata
(Argentina), muchos de tales objetos se han perdido o dispersado
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