martes, 20 de enero de 2015

MUJERES AFRICANAS SINGULARES-CVI



MARIA ROSA DE LA TORRE MILLARES

Recuerdos de niñez y juventud (1903-1924).

Acaba de aparecer el libro de memorias de María Rosa de la Torre Millares, que dejó preparado su hijo Bernardo Víctor Carande Millares, cuando le sobrevino el final de sus días. Esta edición lleva mucho tiempo esperando salir a la luz, esquivando censuras de todo tipo, tanto del entorno familiar como institucional. El fallecimiento del polifacético Bernardo Víctor Carande en 2005 ha dejado en manos de sus hijos la tarea de vencer las dificultades y poder ver en la calle el libro de su abuela. La oportunidad la ha hecho posible una editorial de las características de Anroart que con este libro añade una tesela más al mosaico de la vida canaria de comienzos del siglo XX.
La muchacha que se nos revela en este libro, María Rosa de la Torre Millares, está incardinada en una familia muy dada a manifestar su creatividad en distintos campos, ya sea del arte, ya de la ciencia, o de la música, o de la literatura, o de la investigación, o…
Son numerosos los Millares que eligen la escritura de sus recuerdos y vivencias personales, sobre todo de la juventud, por el deseo de legar a su familia lo que creen más importante de sus vivencias. Las mujeres de la familia no lo han hecho menos que los hombres. Ellas también han tenido inquietudes escriturarias. Es una especie de virus que llega hasta hoy. La protagonista de este libro, María Rosa, tuvo ocasión de participar con algunos trabajos publicados en la revista de su hijo Bernardo Víctor titulada Capela. La entrega como mecanógrafa de los trabajos de su marido, el catedrático de la Universidad de Sevilla Ramón Carande Thovar, quitó tiempo para que María Rosa dedicara más a su propia labor de escritora.

María Rosa de la Torre Millares no hace más que seguir la tradición familiar. Es hermana de escritores (Claudio de la Torre, Josefina de la Torre); nieta del historiador Agustín Millares Torres; sobrina de los hermanos Millares, también escritores (Luis y Agustín Millares Cubas), y la poetisa Dolores Millares Cubas; prima, madre, tía… de escritores que llevan el apellido Millares: Lola de la Torre Millares, Agustín Millares Carlo, Juan Millares Carló, y sus hijos; y la rama de los Caballero, Champsaur, Hernández, Bosch, etc.

Cercanas están dos publicaciones donde aparecen algunos ejemplos. Myriam Álvarez Martínez publicó en la revista El Museo Canario (2005, nº. LX, pp. 231-260) “Dolores Millares Cubas. Poesías de Nofnas”, poemas que Lola de la Torre Champsaur se cuidó de cuidar, a la vez que de dejarnos el retrato de su abuela materna. Por los poemas vemos a una mujer interesada por el espiritismo de la época. En el último número de la misma revista, Lothar Siemens Hernández publica el diario de otra de las mujeres de la familia (El Museo Canario, n.º LXI, 2006, pp. 323-352): “Encarnación Cubas Báez (Las Palmas de Gran Canaria, 1832-1915): Memorias de su niñez y juventud”. Recordemos que fue la mujer del historiador Agustín Millares Torres, y la madre de los Hermanos Millares, Agustín y Luis.
María Rosa habla en estos Recuerdos de niñez y juventud (1903-1924) de las memorias que escribió su madre, Francisca Millares Cubas. A veces remite a ellas, señalando que su madre describe tal hecho “muy bien en sus memorias sin terminar”.
En 1998 se publican las Memorias de infancia y juventud de Manolo Millares, base del reciente documental Cuadernos de contabilidad de Manolo Millares. En 2005 ven la luz las Memorias, 1932-2002 del ordenador y prologuista de este libro, Bernardo Víctor Carande.

Todo el mundo habla de las memorias de Agustín Millares Torres y de Agustín Millares Cubas. Se sabe que don Agustín Millares Carlo preparaba las suyas cuando le llegó la muerte, y aún se espera encontrar los manuscritos que guardaba en su escritorio. El poemario de Josefina de la Torre Versos y estampas (1927) no es otra cosa que una especie de memorias, al estilo juanramoniano, evocadoras de su infancia en la isla. También ella ha dejado sus recuerdos escritos. De los miembros actuales de la familia, se sabe que algunas y algunos de ellos llevan también su diario.
¿Acaso no son memorias también los poemas, o las pinturas, de otros tantos miembros de la familia? Dentro de poco conoceremos lo más granado de la obra de Juan Millares Carló, voz acallada hasta ahora por diversos motivos, y que también dejó un cuaderno de memorias. Cuando lean esa obra casi inédita, me dirán si no hay también biografía y retrato de su época en sus poemas o en sus obras de teatro.
El libro es un retrato de los primeros 20 años del siglo XX desde la mirada de una joven bien de la sociedad de Las Palmas. Están escritos por una mujer ya adulta, que no quiere que sus experiencias de infancia y juventud queden olvidadas. Sus impresiones, aparentemente superficiales, nos permiten calar en los modos de pensar de aquella sociedad, en sus usos y mentalidades, de modo que es una especie de disección de aquella época. Estos recuerdos, a veces, nos dicen más por lo que callan que por lo que se nos presenta, por lo que dejan de decir que por lo que afirman.
Viene enriquecido el libro con una buena colección de fotografías que nos transportan a los momentos de la narración.
En estos Recuerdos que reseño hoy, la autora dedica una cariñosa remembranza de una hermanita que murió con algo más de cuatro meses. Me voy a permitir acabar esta reseña con las palabras del hermano mayor, Claudio de la Torre (Néstor Claudio, a quien llamaban Nestoro, firmaba entonces como N. de la Torre Millares). Cuando murió la hermanita, Claudio de la Torre se encontraba en Madrid. El 4 de agosto de 1915 se daba la noticia del fallecimiento de la niña María de la Encarnación de la Torre Millares. El 4 de noviembre, el periódico Diario de Las Palmas publicaba el poema titulado “4 de agosto de 1915”, dedicado “A mi hermana María de la Encarnación”. El poema está lleno de noticias biográficas. Posteriormente, se publicó en el libro de poemas El canto diverso (1918), con recortes sustanciales que, indiscutiblemente, lo mejoraron. Dice:



4 de Agosto de 1915

A mi hermana María
de la Encarnación

El
recuerdo de todo lo pasado,
con estas tardes claras, se acentúa en el alma
como si la inconsciente quietud de los primeros años
encontrase oportuno retornar al presente;
mi presente perdido en el silencio
de esta tierra que no es la tierra mía.

**

Bajo este sol de Agosto, el ancho campo
se interna, gris, dentro del horizonte.
Allá, junto a la mar, está un cariño
que naciera en mi ausencia,
pero que el alma intenta precisarlo.
¿Cómo será mi hermana?
Y la dorada infancia de mi vida
volvió a mí, presurosa, del recuerdo:
Ella será muy rubia y muy alegre,
y una nueva ilusión para la casa.
Y mis ojos buscaron en la Altura
la afirmación de la ilusión forjada.
¡Que la tierra era mucha, y más el mar
para buscar afirmaciones prontas!
Mas el alma indagó estérilmente
por la altura infinita y silenciosa,
y así pasó la ausencia, sin que hallara
la sencilla visión tan deseada.
**

He regresado a casa. Hace unos días.
Cuando más luminoso era el ensueño,
precursor de un futuro de bondades,
mi hermana abandonó la única senda.
Dijérase que sólo había nacido
por llenar el vacío de mi ausencia1,
y todo aquel cariño que forjara,
pensando en ti, allá, en otras regiones,
repartido quedó en todas las cosas
que para la familia eran recuerdos;
aquí, un día… Allí, cuando jugaba…
Y la casa nos habla de certezas
para que comprendamos que te fuiste.
………………………………………...
FIN

Las locas aventuras que corrimos
sin pensar que vendrían consecuencias,
dejáronnos el alma un poco vieja,
para crearnos nuevas ilusiones,
y en lo nuestro buscamos el consuelo.
Esto esperé de ti, cuando mi vida
se complicó de un modo lamentable,
y no encontré más solución posible
que el retorno a la estancia primitiva.
Porque todo el que espera de la vida
más fuerte que la vida ha de esperar,
para batirla en el momento dado
con la seguridad que da el cerebro.
Y yo no soy así: poca cabeza
para solucionar con diplomacia.
En casa me lo dicen muchas veces
y por temor a un futuro complicado.
Tú no puedes saber cómo es tu hermano.
Si no te hubieras muerto, algún día
hubieras comprendido mis locuras,
que acaso te contaran los mayores.
¡Si supieras…! Cuántas veces he pensado
en tu cara serena e infantil
que me hiciera olvidar de mis errores,
por todo aquel cariño que sobrara…
¡Mi cariño que nunca conociste,
pobre hermana, que nunca conocí!
N. de la Torre Millares.

Las Palmas 4 de Noviembre de 1915.
(Antonio Henríquez. Publicado en el número 153 Bienmesabe)


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