sábado, 3 de enero de 2015

EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA



UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERIODO COLONIAL 1491-1500


CAPITULO I-XVI



 

Eduardo Pedro García Rodríguez

1494.

PRIMERA INVASIÓN DIRIGIDA POR EL MERCENARIO ALONSO  LUGO.

Organización del ejército mercenario español, desembarco y Real de Santa Cruz. Conducta de los aliados guanches con los españoles. Exploraciones del ejército invasor. Reconocimiento ofensivo del ejército y entrevista del rey Bencomo y el general Lugo en Gracia. Tagoro internacional de los reyes guanches: causa del rompimiento entre ligueros y confederados. Reconocimiento oficial de la soberanía de España por los güimareros. Consideraciones sobre el plan de campaña del general Lugo.

Conquistada en 1483 la isla de Canaria «muchos de los caballeros que allí vivían —dice Núñez de La Peña— deseaban hacer armada para conquistar a Tenerife y jamás se unieron porque cada uno quería tener el mayor puerto y título de gobernador»:

«Algunas entradas hicieron pero de poco provecho. El que más hizo fue Dn. Alonso Fernández de Lugo, que era Alcaide de la torre de Lagaete y de allí salía algunas veces y entraba en Tenerife en partes remotas, en donde hacía algunas presas de poca consideración: el que más deseoso estaba de que la conquista de estas islas (La Palma y Tenerife) corriese por su cuenta, era el dicho D. Alonso. Determinóse pasar a España a pedir licencia a su Majestad para proseguirla a su costa, que él buscaría quien le ayudase. Fuéle concedida la licencia que pedía y por mandado de sus Majestades los Católicos Reyes Dn. Fernando y Da. Isabel, se le otorgaron escrituras de concierto y asiento sobre las condiciones de la conquista; y le dieron título de Capitán General de ellas desde el cabo de Aguer hasta el de Buja-dor, en las partes de África; y que habiendo conquistado las dichas islas de Tenerife y Palma, sus Majestades nombrarían persona que con él entendiese en el repartimiento de sus tierras y heredamientos, como más bien se especifica en la conduta; su fecha año de 1493».

«Conseguida esta merced por Dn. Alonso Fernández de Lugo, habló a algunos caballeros poderosos de España si querían ayudarle en la conquista, que partiría con ellos de las presas de ganado y cautivos' que se hiciese y entrarían en parte según el caudal con que cada uno entrase».

«Hernando del Hoyo, paje de su Majestad, le ayudó con cantidad de dinero y hicieron escritura de compañía y otras persanas. Con estos y más que el general tenía del valor de un ingenio de azúcar que en Canaria había vendido, compró bastimentos y armas, y puso cuatro banderas en Sevilla para ajuntar gente. A la fama de la conquista se alistaron muchos soldados y se le allegaron muchos nobles sin interés de paga y deudos suyos; y algunos que tenían parientes de los primeros conquistadores que habían ido a Lanzarote y Fuerteventura y demás islas con Bethencourt».

«Pasaron el general y sus capitanes y soldados a Cádiz, en donde estaban prevenidos dos navios para el viaje. Salieron del puerto y aportaron a la isla de Gran Canaria; y dando cuenta a las demás islas conquistadas para si le querían ayudar, algunos vinieron en su compañía con mucha voluntad de que todas las islas estuviesen de católicos y a la obediencia de los Reyes de Castilla».

Esta expedición marchó a la conquista de la isla de La Palma. Y añade D. Leandro Serra y Moratín:
«A principios de 1494 llegó a Canaria Dn. Alonso Fernández de Lugo con la mayor parte de las tropas que le habían acompañado en la conquista de la isla de la Palma, y una vez en el Real de las Palmas trató de alistar nuevos soldados a sus banderas, con objeto de pasar a Tenerife con una fuerte expedición, para lo que vendió algunos bienes que le quedaban en Gáldar; y auxiliado de Lope Hernández de la Guerra, Hernando de Trujillo, Jerónimo Valdés, Andrés Suárez Gallinato, Pedro de Vergara y Solórzano del Hoyo, reunió seis compañías de infantería española con unos 600 hombres, cuatro de naturales de las otras islas conquistadas con unas 400 plazas, incluyendo los 70 canarios de la parentela de Dn. Fernando Guanarteme y ciento y pico de hombres, formando un total de 1.000 infantes y 125 jinetes, inclusos los jefes».

«Lista la expedición y embarcados hombres, víveres, caballos y armas, en 15 bajeles se dio a la vela para Tenerife el viernes 30 de Abril a las 4 de la tarde. Al amanecer del siguiente día, 1°. de Mayo de 1494, la flota española se encontraba frente a los montes de Anaga, dando fondo a las 6 de la mañana en la rada de Añaza».

Hízose el desembarco en territorio del tagoro de Añaza, por la ría entonces existente en el hoy barranco de Santos o de los Santos y donde sus aguas se mezclaban con las del río Añaza alimentado por la laguna de Agüere; tomando tierra en la Isla, que así denominaban los españoles de antiguo al Cabo, no sin sostener una ligera escaramuza con algunos guanches de las cercanías. Saltó el general Lugo llevando al hombro una cruz de madera, que aún se conoce por la Cruz de la conquista y se conserva con gran veneración en la ermita de San Telmo, que fue el sitio precisamente donde la implantó.

Desde los primeros instantes fue dedicado el ejército a emplazar el Real de Santa Cruz por la actual plaza de San Telmo y sus inmediaciones, levantando a guisa de atrincheramiento una fuerte pared doble de piedra seca, en cuyo interior edificaron también de piedra seca barracas o chozas para los soldados, pequeños almacenes para víveres y armas, cobertizos para los caballos; alojándose los jefes, oficiales y caballeros nobles en tiendas de campaña. Tales fueron de momento las improvisadas defensas y viviendas, que más tarde mejoraron.

Mientras las tropas se ocupaban con febril actividad a ponerse al abrigo de un golpe de mano, dispuso el general en la misma mañana que el capitán de a caballo Gonzalo del Castillo, con 20 jinetes y 30 peones, practicara un reconocimiento hasta la vega de la laguna, de donde retornó con algún ganado que pudo apresar; a la vez que dio la comisión al ex rey de Canaria D. Fernando Guanarteme (2), fuera a requerir a Beneharo, rey de Anaga2, del que estaba desconfiado se le incorporara en virtud del tratado secreto que tenían; no enviando ningún recordatorio a Añaterve de Güímar por haber recibido una embajada de salutación.

Las noticias con que volvió D. Fernando Guanarteme respecto a la actitud del rey Beneharo no eran favorables; y por esto al siguiente día, 2 de mayo, tornó Guanarteme a dar con el rey de Anaga y consiguió viniera al Real de Santa Cruz a celebrar una conferencia con el general Lugo, de la que resultó serían enemigos. También el mismo día había ordenado el general al capitán Martín de Alarcón, que con 60 soldados de a pie y de a caballo llevara sus exploraciones hasta descubrir el valle de Tegueste, de donde regresó con la desagradable nueva de no haber tropezado con ganados ni con persona alguna, como si se las hubiera tragado la tierra.
Este estado de cosas debió preocupar hondamente al jefe de la expedición; porque conocedor de las costumbres guanches, al relacionar el cambio de actitud del rey de Anaga, así como el saludo de mero cumplimiento de Añaterve, sin más pruebas positivas de su alianza, con el silencio sospechoso que lo rodeaba no dejándose ver el enemago por parte alguna como obedeciendo una consigna, era de temer que Bencomo con su gran prestigio y rectificando su política, hubiera conseguido unificar las fuerzas vivas del país. Y entonces la situación del ejército castellano la estimaba comprometida o por lo menos poco tranquilizadora.

Y tan debió preocuparle y tan aislado y falto de noticias se encontraba, que después de celebrar el 3 la festividad de la Cruz, oyendo misa en el campamento —para lo que improvisaron un altar al pie del mismo símbolo de redención, desembarcado en hombros del general y sencillamente adornado de flores silvestres— dispuso estuviera preparado el ejército para emprender al siguiente día un reconocimiento ofensivo en dirección a La Laguna.

Como estaba el rey de Taoro a la expectativa de la llegada del ejército español, así que tuvo noticia de su arribada encomendó a un sigoñe o capitán de confianza se enterara de las fuerzas y demás condiciones del enemigo. Los informes recibidos le hicieron comprender desde luego, la gravedad que entrañaba la presencia en la isla de ejército tan poderoso, y reunió a la mayor brevedad el Gran Tagoro o Consejo para tomar con urgencia los acuerdos que el caso requería. Esos acuerdos fueron dos:

1Q) Que se invitara a un tagoro internacional a los reyes de la isla para la tarde del 4, en Taoro; y 22) Que con anterioridad a esa fecha, Bencomo celebrara una entrevista con el jefe de las tropas extranjeras para explorar sus intenciones y apreciar por sí mismo las cosas como antecedentes que aportar a la conferencia.

Tal vez llame la atención el primer acuerdo dada la violenta disposición de ánimo de unos Estados con otros; pero era práctica antigua, estuvieran en paz o en guerra, considerar casus foederis la presencia de europeos en cualquiera de ellos. Ni por excepción jamás se había faltado a este tratado.

Dióse la casual coincidencia, de que en la misma mañana del 4 en que Bencomo acompañado de su hermano el infante Tinguaro y una escolta de 400 hombres, desembocaba de la laguna para dirigirse al Campamento deAñaza en conformidad con lo resuelto, el ejército español, que practicaba el reconocimiento ordenado el día anterior, des  cansaba en Gracia; donde de pronto y con no poca sorpresa de guanches y castellanos se encontraron de frente.

Cuentan algunos cronistas, que como al aparecer la comitiva de Taoro se produjo algún movimiento en el ejército, para formar en batalla en espera de los acontecimientos, contemplando Bencomo dijo: «Poco valor he notado en éstos que pretenden conquistar nuestra tierra, pues apenas nos vieron cuando se han alborotado y quedado de pie como helados».

Poner tales palabras en boca del Rey Grande, que conociendo las ventajas de la disciplina y de las armas europeas meditaba los medios de contrarrestarlas, revela una desdichada opinión de la experiencia y cualidades intelectuales de aquel bárbaro excepcional.
Al hallarse Bencomo como a tiro de espigarda dejó la escolta y se adelantó únicamente acompañado de Tinguaro, haciendo señales de paz, es decir, abriendo los brazos en cruz y cruzándolos después sobre el pecho. Entonces el general Lugo mandó a su encuentro tres intérpretes, entre ellos a Guillen Castellano. Puestos al habla preguntó el rey qué intención traía el jefe de aquella tropa al invadir su tierra; a lo que contestó Castellano en nombre del general:

1a) que a procurar su amistad; 2a) a requerirles se hicieran cristianos; y 3Q) para que se sometieran al rey de España que los tomaría bajo su amparo y protección.

Cuéntase que Bencomo, con gran dignidad y reprimiendo la cólera a duras penas, replicó: «que aceptaba la paz y la amistad a condición de que dejaran el país; que no sabían qué era ser cristianos, que se informarían y resolverían con mejor acuerdo; y que en cuanto de someterse a otro soberano... había nacido rey y rey moriría».

Así terminó la entrevista retirándose Bencomo profundamente indignado por la osadía de aquellos extranjeros; dejando en el general Lugo la impresión de que se las había con un bárbaro inteligente, de carácter, enérgico y poseído del papel de soberano. En una palabra, que tenía que combatir con un jefe temible puesto al frente de hombres valerosos, rudos y fanáticos por la patria; y tal fue este el concepto que se formó, así como que Bencomo había logrado unificar la isla para rechazarlo, que bajo estas ideas levantó el campo de Gracia al siguiente día 5 de Mayo y contramarchó al Real de Santa Cruz para mejorar los atrincheramientos, hacer un torreón con otras defensas y preparar las cosas para una lucha empeñada y peligrosa. Noticioso de que algunos veranos se agotaba el río de Añaza dispuso abrir uno o dos pozos; taló el monte bajo que rodeaba el Real al alcance de las armas de fuego; ordenó a diario correrías aunque sin resultado y se mostró incansable solicitando inteligencias por todas partes.

El cariz de la situación en que se encontraban los españoles era poco tranquilizador, cuando un suceso vino a reanimar las esperanzas. De regreso Bencomo en Taoro de la entrevista con el general español, fueron llegando acompañados de sus magnates los reyes Beneharo de Anaga, Acaymo de Tacoronte, Belicar de Icod, Romen de Daute, Pe-linor de Adeje y Adjoña de Abona, para celebrar el tagoro internacional. Todos estaban presentes menos uno, menos Añaterve, que no había sido invitado por Bencomo, considerando llevaba la representación legal de la antigua nación güimarera después de incorporada como provincia a su reino. Tal criterio cerrado, con la conducta consiguiente, fue y siguió siendo la manzana de discordia, porque los cuatro soberanos de la Confederación se creían amenazados mientras Bencomo no reconociera la independencia del pueblo de Güímar y la realeza de Añaterve, dejando en libertad a los que tenía en rehenes.

Ésta fue, repetimos, la verdadera causa de disidencia entre los soberanos de la isla antes, en el acto y después de la celebración del tagoro. Exigían los cuatro reyes confederados para una acción común contra los extranjeros la garantía de sus propias personalidades, una inmediata rectificación de las aspiraciones imperialistas de Bencomo reconstituyendo la nación güimarera con todas sus naturales derivaciones, y replicaba el mencey de Taoro negando tales supuestos ¡por más que los hechos los confirmaban!, y que de momento el interés de la isla estaba en rechazar a los españoles. No fue posible entenderse. Ni la presencia de un poderoso ejército extranjero, ni la consideración de que se empujaba al pueblo de Güímar a tomar una resolución desesperada de no atenderse sus justas reclamaciones, ni la amenaza de retraimiento de los confederados, ni las súplicas de los desinteresados reyes de Anaga y Tacoronte que aparecían como víctimas voluntarias en el altar de la patria, los hizo llegar a un acuerdo. El tagoro se disolvió separándose los reyes airados, enemistados y más recelosos unos de otros, proclamando los confederados que cada nación cuidara de su propia defensa antes que entregarse a la tiranía de un ambicioso.

A excepción de Bencomo que se mantuvo enhiesto, recto a su objetivo, inflexible cual una ley de la naturaleza, toda la isla se conmovió profundamente al conocer el desdichado desenlace; y el pueblo de Güímar que aguardaba con la mayor ansiedad, que hasta entonces había eludido comprometerse en firme con los españoles, rompió en
alaridos de odio y de venganza reconociendo por unanimidad oficialmente el 6 de Mayo la soberanía de la Corona de Castilla3. Viana refiere del siguiente modo este suceso:

«Mas ya en la playa y términos de Anaga el famoso Añaterve, Rey de Güímar, llegaba a Santa Cruz, cristiano albergue, acompañado de su gente noble y de seiscientos hombres de su guarda a visitar de paz los españoles; divisan los espías y atalayas la multitud, y dánle dello aviso al general, altérase el ejército, apréstanse, convócanse y ordénanse, pensando cierto que eran enemigos: llégase cerca un natural anciano bautizado, que Antón por nombre tiene, y en clara lengua castellana a voces altas, propone a la española gente:

Añaterve, que en Güímar coronado es por supremo Rey obedecido, os viene a visitar, de Dios guiado, y de mis persuasiones conmovido, que de la imagen santa enamorado que ha en su Reino y tierra aparecido, procura serle grato, y por servicios hacer a los cristianos beneficios. Agradecido de ello y gozosísimo, el general ilustre acompañado de los más principales del ejército, sale al recibimiento de Añaterve; allí se ve y señalar el noble término, dánse los brazos como amigos firmes: hacen luego la salva de alegría con gruesa artillería los navios en la mar, y en la tierra arcabuceros, pífanos, cajas, trompas y clarines, ¡uníanse naturales y españoles,

Era en su punto casi el medio día; ponen las mesas bajo un Sentóse el general, el Rey y algunos capitanes famosos de ambas partes, y a esotros naturales convidaron los demás españoles, y comieron tratan el general y el Rey su amigo de las cosas tocantes a la guerra, para buenos sucesos de conquista con avisos y ardides de importancia; promete el Rey al general de darle socorro, ayuda, gente, proveyéndole de cebada, de quesos y ganados, y sobre todo, avísale se guarde del soberbio Bencomo de Taoro. Después, celebran el alegre día de amistades y paces inviolables, y a gusto y beneplácito de todos, el Rey, con voto y juramento, rinde su poder al católico Fernando, prometiendo de darle la obediencia y bautizarse en siendo tiempo cómodo.

Luego Añaterve habiendo y a informado al general de cosas de importancia, tocantes a ejercicios de la guerra, del se despide con ofertas grandes

Acontecimiento de tal magnitud, como el reconocimiento de la soberanía de España por la nación güimarera llenó de júbilo al ejército expedicionario. Ya contaba con una sólida base en el país de que temió carecer y con la cooperación de un pueblo despechado que para siempre unía su destino a los castellanos a prueba de los mayores desastres.
Aunque carecemos de cultura técnica para abordar el asunto, por más que hay verdades del dominio general, sin algunos antecedentes no podrá avalorarse el coeficiente de resistencia de los Estados guanches, la acción militar y política del jefe español y el obligado desenlaa ramada  ce de la fusión de ambos pueblos combatientes, con otras circunstancias que dan la clave de no pocos hechos en período histórico tan oscuro como el de la conquista de Tenerife.

Separándonos de otros particulares que señalaremos a su debido tiempo, destacábanse tres factores que debió tener muy en cuenta el general Lugo en sus planes de campaña: las condiciones topográficas de la isla, su urbanización y la potencialidad o grado de resistencia de los Estados guanches.

Respecto a las condiciones topográficas de la isla, recordemos que la recorre de NE. a SO. el macizo de la sierra central para ir a morir en sus extremos a las riscosas y abruptas regiones de Teño y Ta-ganana, naciendo a todo lo largo de sus flancos en dirección al mar centenares de profundos barrancos, millares de torrenteras, y cordilleras secundarias que encierran valles más o menos grandes; sin contar numerosas montañas que obedecen a otros sistemas orográficos, desfiladeros, cerros, puertos, cráteres y cantiles que hacen de su suelo uno de los más accidentados. También hay que recordar que todo este territorio estaba poblado de tupido monte alto de pinos, escobones, hayas, follados, brezos, palmeras, dragos, almacigos, sabinas y otras plantas arbóreas, presentando hacia el perímetro de la zona costeña, especialmente en el Sur, tal cual mancha de monte bajo de cardones, zarzales, sabinas, tabaibas, berodes, etc., de lozano desarrollo. De modo que no peca de exagerada la afirmación de que la isla era un bosque frondoso y cerrado desde las más altas cumbres a las orillas del mar en todos sentidos4 (3).

De consiguiente, dadas las condiciones del suelo y su riqueza teniendo en cuenta además la configuración, formas de las riberas, mares y tiempos reinantes, desde el punto de vista estratégico la defensa militar de la isla estriba en la posesión de la meseta de La Laguna con sus regiones contiguas; siendo por lo tanto el objetivo de todo conquistador apoderarse de los referidos sitios para meterse tierra adentro. Y esto lo sabía el general Lugo, no ya no por los informes exactos que debió adquirir de sus aliados los güimareros sino por los reconocimientos, asaltos y tanteos que llevó a cabo por distintos puntos antes de invadirla. Así se explica que estableciera su Real de Santa Cruz en Añaza para que le sirviera de base de operaciones, que no trasladó a la laguna porque no contando con fuerzas bastantes para conservar las comunicaciones a los recursos de boca y guerra, era una imprudencia abandonar la playa, es decir el contacto con los barcos, que aunque movibles, constituía su base y retirada más sólida en un desastre como lo acreditó el de Acentejo.

Penetrábase la isla desde Añaza por una trocha abierta a través del bosque, según la tradición de 28 varas de ancho para el paso de los ganados trashumantes, que arrancaba junto a la parte S. del hoy cuartel de San Carlos, por el antiguo camino de las Pescadoras a unirse al Camino Viejo de la Cuesta, a la ermita de Gracia y a La Laguna; donde se continuaba con el conocido, a raíz de la conquista, por camino de Acentejo o del Real de San Cristóbal, que salía por San Benito a buscar los altos de Tacoronte pasando por el Ortigal, el Peñón, Aguagar-cía y Apartacaminos, para descender más adelante hacia La Matanza por el Reventón y las Guardas, bajando después siempre por la orilla derecha del barranco de Acentejo o de San Antonio en dirección al mar, atravesando la actual carretera y continuando por el Callejón de Acentejo o Toscas de los Muertos hasta llegar a la ermita de Guía o Rambla Honda como denominaron aquel sitio los conquistadores; donde torciendo hacia Taoro cruzaba el barranco de Acentejo, por allí de escasísima altura, para dirigirse por el hoy camino de Santo Domingo al través del caserío de Bubaque a desembocar en los Llanos de Acentejo, y de aquí por Santa Úrsula a la Cuesta de la Florida, al valle de La Orotava y a Taoro o Realejos.

Ahora bien, aunque nos anticipemos a los acontecimientos, conviene fijar el hecho significativo de que el ejército español jamás abandonó esta trocha, ni pasó del trozo comprendido entre Añaza y Acente jo, porque si una vez avanzó hasta Taoro, fue por tener ya concertada secretamente la paz con la nobleza; y si otra, Hernando de Trujillo con 500 hombres llevó una correría hasta el cercano valle de Tegueste, para apoderarse de algún ganado, no pasa de un suceso excepcional que no repitieron, ni influyó para nada en el curso de la guerra, ni desvirtúa el plan de campaña que se trazó el general Lugo. Durante tres años el ejército español recorría en orden de batalla una parte de la trocha y libraba combate si los guanches le salían al camino. De no presentarse la fuerza enemiga, replegábase con las mismas precauciones al Real de Santa Cruz.

No se apartó el general Lugo de esta estrategia de limitados reconocimientos ofensivos, aunque llegó a reunir bajo su mando un ejército de casi tres mil españoles, sin contar las fuerzas aliadas güimareras. Nunca fue a buscar a los guanches en sus posiciones para desalojarlos, ni se echó fuera una pulgada de la trocha abierta para aventurarse por bosques intrincados y desfiladeros, donde no podía maniobrar la caballería ni desplegarse en batalla contra hombres disciplinados conocedores de la tierra, de un empuje personal y una acometividad legendaria en el Archipiélago.

Uno de los grandes méritos del general Lugo, como militar y hombre de Estado, fue el hacerse cargo de la realidad de las cosas y adoptar un plan que sostuvo a prueba de las mayores exigencias y privaciones. Como por un lado casi la totalidad del país seguía haciendo su vida ordinaria sin poderlo invadir con éxito por ninguna parte, y por otro se hallaba constreñido a un radio de acción muy pequeño, dentro de cuyo radio iban o dejaban de ir a voluntad los enemigos a combatir, comprendió no disponía de los elementos de guerra suficientes para reducir la isla por fuerza de armas y acudió a la acción política, aprovechando con habilidad los disturbios intestinos.
¿Pero acaso en sus condiciones podía hacerse otra cosa?

Otra de las mayores dificultades para la conquista con que tropezó Lugo ¡tan grande que 30 años después de incorporada la isla a la Corona de Castilla no habían logrado pacificarla por completo!, fue su sistema de población. En las demás islas del Archipiélago existían ya que no ciudades, urbanizaciones o caseríos más o menos importantes, pero esto no ocurría en Tenerife constituyendo una excepción original. En toda la extensión del territorio y en medio de los bosques, desde las cumbres más altas a las orillas del mar, aparecían en cada cuatro o cinco kilómetros cuadrados un auchon o casa, especie de alquería o cortijo como dice Marín y Cubas. Las mismas cortes de los menceyes no pasaban de simples auchones aunque más amplios o de mayor número de puertas.

De aquí que las operaciones militares del ejército invasor no tuvieran por finalidad apoderarse de poblaciones, que no existían, y que le fuera indiferente caer sobre la corte del rey de Taoro, consistente en unas cuantas cabanas de piedra seca, que sobre otro cualquiera; así como a su vez los guanches, que vivían en plena naturaleza, abandonaban sin cuidado las chozas echando por delante el ganado, para quedarse hormigueando bajo el boscaje en derredor de los extranjeros. Esta difusión de la población indígena, desparramada por todas partes sin que les ligara siquiera los vínculos del interés material a sus viviendas, era un gran obstáculo para la conquista en los campos de batalla, como lo confirmó la experiencia.

Un tercer factor hubo de tener asaz presente el general Lugo para sus planes de campaña y fue la consistencia del pueblo que trataba de someter. Es verdad que en todo el Archipiélago los naturales eran valerosos, osados y decididos en el ataque, mas corno colectividades o masas y en campo abierto, sin ser blandas, en ninguna de las islas el coeficiente de resistencia fue tan elevado como en Tenerife, indudablemente por la poderosa organización de sus Estados. Y tanto es así, que muerto Bencomo en la batalla de La Laguna y muerto con aquél gran espíritu no sólo la plenitud del Poder sino la esclusa resistente al desbordamiento de los siervos, esos mismos Estados se debilitaron y con ellos la sociedad guanche que ya no logró entenderse para unificar sus fuerzas colectivas; al extremo de desorganización que unos a otros se sometieron con las armas en ofrenda a lo único que había organizado en la isla, que era el ejército español.

Pero si trajo aparejado este desenlace la muerte del rey de Taoro, en cambio durante su vida era tan pujante el Estado guanche, que nunca el general Lugo se atrevió a fraccionar su ejército para ampliar la zona de operaciones.

Y aquí ponemos término a estas breves consideraciones, encaminadas a fijar la atención sobre antecedentes que no tenidos en cuenta resultarían oscuros muchos sucesos de la conquista.

NOTAS

1 Dada la honorabilidad de Lugo, no nos explicamos estas promesas de reparto de cautivos porque nunca permitió se trataran en tal concepto/a los prisioneros, al extremo de romper por esta causa con los armadores. Tal vez tuvo el propósito, de que  tampoco estamos seguros, porque pudiera suceder fuera una fórmula corriente de tales instrumentos públicos por aquella época; pero lo que sí cabe afirmarse es de que no hizo un solo esclavo durante la conquista. De otra clase de esclavos hablaremos más tarde. (Vid. Anotación n.° 1).

2  En la información de nobleza de Da. Margarita Fernández Guanarteme, que oportunamente daremos a conocer con más amplitud, dice con relación a este asunto un testigo: «... que vido que el dicho Dn. Fernando Guanarteme fue donde estaba el Rey de Anaga, Rey guanche, el cual estaba de paces, a le decir y requerir que se viniese ayuntar con el dicho adelantado (el general Lugo) e los cristianos, porque se temía de él, e que el dicho guanarteme fue dos veces al dicho Rey de Anaga e entre los guanches, hasta que hizo venir a el dicho Rey de Anaga al Real de los cristianos...».

3  Señalar como causa de la renuncia del pueblo de Güímar a su independencia y del rey con las clases privilegiadas a sus ventajosas posiciones al deseo de hacerse cristianos —aparte de que ambas cosas no son incompatibles y de que ignoraban por completo qué religión era ésta— es de una candidez infantil; y no otro calificativo merece la explicación que intentan del disentimiento de los soberanos en el tagoro internacional, de que necesitándose un jefe que unificara el mando de todas las fuerzas de la isla, suponer temían los reyes que si se lo daban a Bencomo, como pretendía, ponían en peligro sus respectivas naciones, es una nimiedad; cuando cada rey quedaba al frente de sus propias fuerzas nacionales. Nos hemos limitado a reproducir las tradiciones sobre dichos particulares, por lo demás confirmadas por el sentido lógico de los hechos.

4  En el mismo Santa Cruz existían árboles maderables. Véase la solicitud de Antón Padrón al Cabildo de La Laguna, según Desiré Dugour. (Vid. Anotación n.° 3).

ANOTACIONES

(1) Bethencourt Alfonso parece que intenta soslayar el hecho histórico de la captura de esclavos durante la conquista de Tenerife. Indudablemente que Alonso Fdez. de Lugo acudió a la venta de esclavos guanches, en los mercados atlánticos y peninsulares, como fórmula que le permitió obtener (de forma rápida) recursos económicos que le eran necesarios para proseguir su campaña de conquista.

En relación a este tema la obra de la Dra. Manuel Marrero Rodríguez es de obligada consulta:

«(Alonso Fernández de Lugo), gobierna las dos islas con mano firme y dura, con mucha arbitrariedad, pero sin duda con buen instinto de las necesidades de gobierno. Los indígenas son los que más sufren las consecuencias. Es preciso sacar numerario para pagar todos estos gastos tan excesivos que ha costado la conquistado; los acuerdos apremian continuamente, una vez terminada la empresa militar: ¿De dónde puede sacar Lugo dinero enseguida? En la Isla, solamente existe un medio, único y eficaz: vender una parte de los indígenas como esclavos, (la cursiva es nuestra).

Tal como lo piensa lo realiza; además, este método lo ha empleado ya Lugo en La Palma, y en el resto de las islas todos los conquistadores, como botín de guerra y no ya para pagar los gastos de la expedición.

Como los indígenas son cautivados sin tener mucho en cuenta el bando a que pertenecen, pronto comienzan las reclamaciones. Estas reclamaciones hacen que los Reyes Católicos intervengan por medio de sus oficiales. Y así, casi recién terminada la conquista, se presenta en Tenerife Sánchez de Valenzuela, gobernador de Gran Cana 
ria, con la orden real de liberar todos los guanches esclavos que posean los vecinos de la Isla; y, después de Valenzuela, otros nuevos enviados invierten en aquilatar el origen del cautiverio de cada esclavo...».

[Manuela Marrero Rodríguez. La esclavitud en Tenerife a raíz de la conquista. La Laguna: Instituto de Estudios Canarios, 1966; pp. 23-24]. (Juan Bethencourt Alfonso)


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