jueves, 23 de octubre de 2014

ANTECEDENTES HISTORICOS DE LA INVASION Y OCUPACION DEL ARCHIPIELAGO CANARIO POR LOS EJERCITOS ESPAÑOLES-VII





Eduardo Pedro García Rodriguez

1502. La situación bélica continúa siendo inestable, en la isla de Chinech (Tenerife,) última del Archipiélago Canario en ser invadida y ocupada por las tropas mercenarias españolas. Si bien los españoles dan por sometida a la isla desde julio de 1496, la realidad es que una parte importante de la población guanche continua sosteniendo una guerra de guerrillas contra el invasor, atacando los asentamientos europeos, asaltando los hatos de ganados recuperando así parte de lo que habían sido despojados por los conquistadores. Éstos no podían organizar campañas militares contra los denominados alzados por carecer de efectivos suficientes, ya que las tropas mercenarias tuvieron que ser licenciadas ante la imposibilidad de Alonso Fernández de Lugo y sus financiadores de la invasión para continuar sosteniendo la nómina del ejército de mercenarios, los pocos soldados que decidieron quedarse en la tierra como colonos, más las tropas de indígenas auxiliares de las otras islas, eran insuficientes para mantener la seguridad de los recién implantados poblados europeos. Además, Lugo, en su insaciable sed de rapiña, estaba inmerso en la preparación de una armada para la captura de esclavos y saqueo de las costas del continente, en la que obligaba a participar a un buen numero de conquistadores y guanches de paces, actitud tiránica habitual en el invasor que motivó el que varios de los invasores y algunos guanches de paces elevaran sus quejas ante el trono de las Españas.
A pesar de las inhumanas acciones represivas llevadas a cabo por los invasores, la resistencia opuesta por un importante núcleo del pueblo guanche iba en aumento, haciendo temer a los conquistadores la inminente expulsión de éstos. Una de las medidas tomadas para tratar de sofocar la resistencia consistió en crear, bajo coacciones y amenazas, cuadrillas de guancheros formadas por guanches adictos o sujetos a los españoles, que eran además perfectos conocedores de los escarpados parajes de las sierras donde se refugiaban los guanches alzados, y donde los invasores no se atrevían a penetrar.
1502 Febrero 22. Sevilla. El rey de Anaga don Fernando denuncia los atentadas cometidos contra su persona por el capitán invasor Alonso de Lugo. Incitativa del Consejo real para que el gobernador colonial de Gran Canaria administre justicia en el caso.
Don Fernando, rey canario. Ynçitativa.

Don Fernando y doña Ysabel por la graçia de Dios rey y reyna de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, de Toledo, de Valençia, de Gallisya, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jahén, de los Algarbes, de Algezira, de Gibraltar, de las islas de Canaria, condes de Barcelona e señores de Vyscaya e de Molina, duques de Athenas e de Neopatria, condes de Ruysellón e de Gerdania, marqueses de Oristán e de Goeano. A vos el que es o fue  nuestro governador de la ysla de la Gran Canaria, o a vuestro lugar theniente en el dicho oficio, e a cada uno de vos a quien esta nuestra carta fuere mostrada, salud e gracia. Sepades que don Fernando, rey que fue de Naga, canario de la isla de Thenerife, nos fizo relaçión por su petición diziendo: que al tiempo que, por nuestro mandado, se pasó de la dicha ysla de Thenerife a esa dicha ysla de la Gran Canaria, dis que Alonso de Lugo, nuestro governador de la dicha isla de Tenerife, no le dexó pasar su hazienda segund que por nos le avía sido mandado; y que demás desto le tomó dos esesclavos que compró dél, porque heran sus parientes, e que asimismo le tomó la mitad de sus ganados e otros muchos agravios, que dis que le fizo ynjustamente; en lo qual él dis que a recibido mucho agravio e daño, e nos suplicó e pidió por merced acerca dello le mandásemos proveer de remedio con justicia, mandándole dar nuestra carta para vos, para que oviésedes ynformación acerca de lo susodicho, e sobre todo le fizyerdes brevemente complimiento de justicia e como la nuestra merced fuese. Lo qual visto por los del nuestro Consejo fue acordado que devyamos mandar dar esta nuestra carta en la dicha rasón. E nos tovímoslo por bien: por que vos mandamos que luego veades lo susodicho. E llamadas e oydas las partes a quien atañe; lo más brevemente e sin dilación que ser pueda, fagades e administredes a las dichas partes breve complimiento de justiçia por manera que la aya e alcançen e por defecto de ella no tengan razon de se quexar más sobre ello ante nos. E otrosí por esta nuestra carta vos mandamos que fasyendo ante vos el dicho don Fernando rey que fue de Anaga el juramento e solemnidad de pobre que la ley en tal caso dispone fagáys que un letrado e procurador de esa dicha ysla le ayude en lo susodicho al dicho don Fernando e los escrivanos públicos de esa dicha ysla non le lleven derechos algunos de las escripturas que ante ellos pasaren sobre el dicho caso; a los quales mandamos que así lo guarden e cumplan so las penas que les vos pusierdes o mandardes poner de nuestra parte las quales nos por la presente les ponemos e avemos por puestas. E no fagades ende al por alguna manera so pena de la nuestra merced e de diez mil maravedís para la nuestra cámara a cada uno que lo contrario fiziere. Dada en la muy noble cibdad de Sevilla a veynte e dos días del mes de febrero año del naçimiento del nuestro salvador Jhesu Christo, de mill e quinientos e dos años. =Don Alvaro.=Obispo de Oviedo.= Fernandus. licenciatus. = Joanes. licenciatus. =Licenciatus Zapata. =Licenciatus Moxica.=Yo Bartolomé Ruyz de Castañeda, escrivano de cámara del rey e de la reyna nuestros señores la fize escrevir por su mandado, con acuerdo de los de su Consejo.
1502 Agosto. Los guanches alzados de los distintos menceyatos de la isla Chinech (Tenerife), deciden reconstruir el Menceyato de Adeje, donde había residido el trono universal de la isla, proclamando Mencey al noble adejero Ichasagua, uno de los nobles que no se acogieron al tratado de los Realejos. Era Ichasagua guerrero enérgico y de poderosas fuerzas, de pocas palabras y hombre de acción. Fue vencedor en varias ediciones de los juegos Beñesmeres, siendo hombre valeroso y de gran sagacidad y serenidad. Estableció su corte en la fortaleza de Ahiyo, entre Adeje y Arona, señalándose por la tamusni, en la falda sur de la montaña de Hengua la cueva Menceya como parte integrante del auchón real.
La proclamación del Mencey Ichasagua, conmovió los inseguros cimientos de la recién implantada sociedad colonial europea. Comprendiendo Lugo todo el alcance político que tenía un hecho de esta naturaleza, en un país que no estaba totalmente pacificado, ordena la invasión del territorio de los alzados, aprovechando para esta operación las fuerzas que estaba preparando para sus correrías y saqueo del continente. Decreta la prisión del D. Diego de Adeje,  Pelinor. Y la invasión del menceyato de Adeje, por dos puntos distintos. Un grupo de tropas españolas apoyadas por guerreros isleños especialmente canarios y guanches de paces, superando las cumbres desembocaba por Chasna. Este ejército iba comandado por Guillén Castellano, lanzaroteño, Jerónimo Valdés, Sancho de Vargas, Andrés Suárez Gallinato y Francisco Espinosa. Simultáneamente, desembarcaba por la playa de Los Cristianos el mercenario flamenco mal llamado borgoñón, Jorge Grimón, al frente de 50 espingarderos y ballesteros, portando además socorros alimenticios para las tropas que habían penetrado por las cumbres.
Según la tamusni estas fuerzas se pusieron en contacto y recorrieron el territorio sin poder librar una verdadera batalla, ya que Ichasagua, conociendo las tácticas de combate de los españoles, ordenó a sus tabores que se desplegaran por todas partes; pero en cuanto el ejército invasor se fraccionaba en columnas los alzados se concentraban y arremetían contra los invasores, trabando encarnizados combates, de los cuales salieron siempre victoriosos los guanches gracias a la nueva estrategia empleada por Ichasagua y porque ya eran muchos los guanches que tenían armas europeas, arrebatadas a las tropas españolas durante los encuentros mantenidos con éstas y especialmente en la gran batalla de Acentejo. Estas escaramuzas se mantuvieron varios meses sin resultados positivos para los invasores. Las pérdidas y el desgaste que estaba sufriendo el ejército español por los nuevos métodos de guerrilla empleados por Ichasagua, obligaron al adelantado a cambiar de táctica, empleando las argucias políticas y de engaño que tan buenos resultados le habían dado en campañas anteriores. Así decidió replegar las fuerzas dejando a algunos guanches comprometidos con su causa, los cuales tenían por misión sembrar la discordia entre los Tabores de los alzados.
Retomemos la cuadrilla de guancheros formada en Eguerew (La Laguna) por don Pedro de Tacoronte, sus parientes y D. Diego, éstos mantienen contactos secretos con determinados Sigoñes de los tabores de Ichasagua, transmitiendo una serie de promesas de parte de los conquistadores, las cuales, por otra parte y como era habitual en ellos, jamás cumplirían. Por fin, don Pedro de Tacoronte en compañía de otros notables consigue reunir en Tagoror a algunos de los sigoñes alzados en un lugar a Abona que posteriormente se conocería como Los Parlamentos, del Valle de San Lorenzo.
Llevaban los comisionados poderes del adelantado para negociar la paz bajo las mismas condiciones del tratado de Los Realejos, con olvido de todo lo pasado; proposiciones que acabaron por aceptar los principales alzados, siempre que el Mencey Ichasagua entrara en el concierto.
Aceptado el principio de acuerdo, la asamblea se dirigió hacía el píe del actual pueblo de Arona, al lugar denominado El Llano del Rey, el cual hasta fines del siglo XVIII en los documentos oficiales se cita como El Llano del Rey Ichasagua. Cuando llegó la comitiva a presencia del Mencey encontraron a éste en píe rodeado de algunos de sus consejeros, mirando al numeroso grupo que se le aproximaba, al frente del cual venía el infante Izora, cuando éste llegó a su presencia y después de dirigirle un saludo le dio a conocer su misión y las proposiciones de paz. El Mencey Ichasagua, sin corresponder al saludo de Izora, sin pronunciar una sola palabra, recorrió con la mirada los rostros de todos los circunstantes como tratando de adivinarles el pensamiento, tiró de pronto de un puñal que llevaba al cinto y se lo hundió en el pecho. Así, cumpliendo con la tradición de sus ancestros, mediante el suicidio ritual murió el penúltimo Mencey Guanche, sin siquiera molestarse en dar repuesta a las propuestas que el verdugo Alonso Fernández de Lugo le trasmitía a través de unos renegados.
Tras el fallecimiento del Mencey Ichasagua, algunos de los conjurados aceptaron las paces propuesta por los invasores conquistadores y consiguieron arrastrar consigo a muchos de los alzados. La historia es testigo del poco honor que los españoles hicieron a lo pactado, como es habitual en ellos. Otros, los más indómitos, se dispersaron por las cumbres y montes manteniendo viva la lucha contra el invasor. Con el transcurso del tiempo, unos se fueron integrando en la nueva sociedad, otros, continuaron su lucha y su vida en las zonas más inaccesibles de nuestra geografía, y si bien con el tiempo las acciones de guerra se fueron aminorando, no es menos cierto que estos alzados jamás se rindieron al invasor, por tanto, podemos afirmar que aún continuamos en guerra con la potencia invasora, en una especie de tregua indefinida no declarada.
La conflictividad social en las islas Canarias, ha sido una constante durante más de cinco siglos de opresión de un sector minoritario y pudiente de la población sobre el resto de la misma. El sector más desprotegido se vio siempre sometido, primero con la esclavitud, después por una situación de vasallaje y, posteriormente, obligados a sobrevivir bajo las férreas estructuras Caciquiles, las cuales no escatimaban – ni escatiman- medios para dominar todas las etapas productivas del país sometido, sumiendo al pueblo en el más abyecto estado de miseria y embrutecimiento, hasta bien entrado los años sesenta del pasado siglo XX. (Eduardo Pedro García Rodríguez)
Después de finalizada la invasión y conquista de las diferentes islas, el sometimiento de los vencidos no fue total tal como los conquistadores hubiesen deseado, produciéndose en diferentes épocas y por distintas causas alzamientos contra el férreo gobierno que mantenían los estamentos dominantes en las islas y que, con diferentes métodos continúan manteniendo.
Durante los alzamientos y motines protagonizados por el sufrido pueblo Canario, los poderes dominantes no han dudado un ápice en emplear los métodos represivos más inhumanos, sanguinarios y desproporcionados. Desde pasar a cuchillo a poblaciones enteras, colgar masivamente en murallas y  plazas, extrañar y condenar a galeras, hasta las prácticas relativamente recientes de arrojar a los detenidos al mar introducidos en sacos, atados de píes y manos y con un peso añadido (Pandullo) para asegurar el hundimiento del condenado, o arrojarlos a profundas cimas como la de Jinamar en Tamaránt (Gran Canaria) la injusta represión llevada a cavo en esta colonia por el caciquismo y sus esbirros alcanzó tal magnitud que incluso escandalizó a la “sufrida” y “perseguida” iglesia católica una ves que ésta estuvo bien asentada con el poder, veamos una carta súplica dirigida al General Franco por el Obispo de Canaria, Antonio Pildain y Zapiain, rogando la conmutación de la pena de muerte al patriota Juan García Suárez “El Corredera”, la cual dice textualmente:

“Excelentísimo Señor don Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado Español.

Excelentísimo Señor: Yo, Antonio Pildain y Zapiain, obispo de la diócesis apostólica de Las Palmas, me veo en la obligación, como pastor de almas y padre espiritual de los canarios, de pedirle la conmutación de la pena capital de Juan García Suárez, condenado a muerte en un consejo de guerra celebrado en esta plaza. Esta muerte sería muy mal vista en Canarias, donde no pasó nada, puesto que todas las barbaridades que aquí se cometieron fue por parte de los nacionales y no de los republicanos. No quisiera ahondar mucho en el tema y recordarle a V.E. todo lo que ocurrió en esta isla, y especialmente en la sima del Jinamar, donde murieron miles de personas.”

También son mudos testigos de estos horrendos crímenes los profundos  pozos naturales como en Las Cañadas del Teide, donde eran arrojados  de manera masiva, o enterrarlos en los montes, estas han sido algunas de las fórmulas represivas sufridas por los canarios. Sin que entremos a reseñar los diferentes métodos de tortura empleados en sus cuarteles por las denominadas fuerzas de seguridad del Estado Español en Canarias, entre las que era frecuente introducir las cabezas de los interrogados en unas bañeras donde se depositaban los orines y excrementos de los cuarteles.

Vamos a dar un breve repaso a algunos de los alzamientos y motines que han tenidos lugar en el transcurso de nuestra historia colonial, los cuales narraremos en la forma más breve posible para no aburrir al posible lector y, para no extendernos en exceso en unos hechos que, aunque son conocidos ya que han venido jalonando nuestra historia reciente, han sido poco divulgados, y que, en todo caso, son prácticamente desconocidos por las generaciones actuales.

Año 1475: Después de dos días de movimiento popular contra la tiranía de los asesinos Diego García de Herrera e Inés Peraza, liderado por el joven Juan Mayor, el lunes 20 de agosto, se reúnen gran número de vecinos ante escribano, y dan extenso poderes a Juan Mayor y Juan de Armas (canarios) para que, pasando a la Corte, expusieran las quejas de los vecinos contra el señorío de Diego de Herrera, un tirano sin fe ni ley, despótico, vengativo, concusionario y, expoliador ávido de rapiña y posible hijo putativo. Con el poder redactaron un amplio dossier en el que exponían los agravios y ofensas sin cuento que los vecinos de Lanzarote venían recibiendo por parte del despótico Digo de Herrera, al tiempo que se declaraban fieles y respetuosos súbditos de la monarquía.  Los mensajeros, fueron despachados, y con facultad para negociar hasta la suma de 15.000 maravedises, para los gastos de litigio garantizados por los principales sublevados.

Los emisarios llegaron a España, pero enterado previamente de su llegada, Pedro García de Herrera, primogénito de Diego de Herrera, los izo seguir por cuatro forajidos de su confianza los cuales una jornada antes de llegar a Córdoba, los asaltaron, robándoles los documentos y secuestrándolos los mantuvieron encerrados hasta que la reina enterada del asunto ordenó ponerles en libertad. Mientras tanto, en Lanzarote  Diego de Herrera y su mujer continuaban atrincherados en su casa fuerte auxiliados por unos cuantos vasallos que les permanecían fieles. Casualmente en diciembre de 1476, aportó una carabela portuguesa y los vecinos que continuaban formados en consejo, decidieron embargarla fundándose en la guerra que mantenía la corona de Portugal con la de Castilla. Herrera creyó oportuno aprovechar la ocasión para vengarse de sus enemigos y tratar de recuperar parte de su poder y envió secretamente a su hijo Fernán Peraza a negociar con el capitán de carabela la ayuda  de éste y la de los marineros, a cambio de una buena recompensa si conseguían con la tripulación y los pocos soldados que le habían permanecido fieles, detener a los principales vecinos sublevados.

Después de conseguir liberar a la tripulación portuguesa, estas en unión de las tropas de Herrera consiguen tomar por asalto La Villa de Teguise,  eligiendo a doce vecinos de los más significados, y sin ningún tipo de juicio inmediatamente hace ahorcar a seis de ellos, confiscando los bienes de todos  los detenidos con los cuales pagó a los lusitanos. Los restantes seis vecinos que esperaban su turno en los calabozos para correr la misma suerte, pudieron escapar de la prisión embarcándose en una nao española que afortunadamente se encontraba en la rada, éstos vecino eran Pedro y Juan de Aday, Juan Ramos, Francisco García y Bartolomé Heneto. La reina enterada de los excesos del sanguinario Herrera, expidió una carta de seguro a favor de los perseguidos isleños. Herrera y su mujer fueron llamados a la Corte, y mientras se dilucidaba el derecho de Inés Peraza al señorío de las islas ya conquistadas, le concedió Real  facultad para crear mayorazgo en las personas de sus hijos sobre los bienes y vasallos que poseía en las islas Canarias. Pero como entre truhanes anda el juego, la reina aprovecha la ocasión para hacerse con los “derechos” de conquista sobre las islas de Chinech (Tenerife), Benahuare (La Palma) y Tamaránt (Gran Canaria), a cambio de pasar por alto los desmanes de Herrera y su mujer, cinco cuentos de maravedises y el título de Conde de La Gomera, capitulaciones que fueron firmadas en Sevilla, ante el escribano Bartolomé Sánchez de Porras, el 15 de octubre de 1477. Una ve más, los intereses de los poderosos predominan sobre la justicia y  libertad de los pueblos.

En cuanto a los sobrevivientes a las iras de Herrera, debieron tener algún tipo de protección por parte de la Corona castellana, pues vemos a algunos de ellos tomando parte activa en la conquista de las islas de Tamaránt (Gran Canaria), Benahuare (La Palma) y Chinech (Tenerife), e incluso los Aday recibieron datas en El Valle de Güímar, y en Heneto.

Año 1487: Muerto el Señor consorte de las Canarias, García de Herrera el 22 de junio de 1485, en su casa fuerte de Ventancuria, la viuda distribuye la herencia entre sus hijos, desheredando al primogénito Pedro García de Herrera  por ser distraído, el segundo Sancho de Herrera, obtuvo cinco dozavas partes en las rentas y producto de Lanzarote y Fuerteventura, con la propiedad de los islotes de Alegranza, Graciosa, Lobos y Santa Clara; doña María de Ayala recibió cuatro dozavos en aquellas mismas dos islas y doña Constanza los tres dozavas partes restantes. Fernán Peraza, hijo mimado por su madre heredó por mejora de ella las islas de La Gomera y el Hierro, en cuya posesión estaba cuando  la conquista de Canaria.

Las continuas tropelías, exacciones y vida licenciosa llevada por el joven y pervertido Fernán Peraza, que las quejas llegaron al trono de España, mandado a llamar a la Corte por la Reina Isabel y, oídos los cargos que pesaban sobre el libertino por la venta como esclavos a doscientos de sus súbditos gomeros, con la connivencia de unos patrones de Naos de San Lucar de Barrameda, la Reina, como era habitual en ella arrimó la braza para su sardina, y castigó al disoluto Fernán Peraza a casarse con la ninfomana Beatriz de Bobadilla, quien era dama del afecto del Rey Fernando. ”Matando así dos pájaros de un tiro”.

Retornado Fernán Peraza a su feudo de La Gomera, en compañía de su flamante y Cristiana esposa, fortalecido por haber salido airoso de su pleito en la Corte, la que además de por la razones anteriormente expuestas, necesitaba mantener buenas relaciones con los señores de las islas, para sus fines de conquista  de las denominadas islas realengas, futura base de abastecimiento para las empresas de saqueo en América, y punto de apoyo para la extracción de esclavos en el continente, y aún en las propias islas. Comenzó de nuevo a dar riendas a sus pasiones, exigiendo de sus vasallos crecidos tributos y alcabalas y, creando nuevos tributos que ni el uso autorizaba ni aquellos desgraciados gomeros podían soportar para sastifácer a su despiadado señor en sus dispendiosos gastos y locas prodigalidades.

La tiránica actitud de Fernán Peraza, terminó por colmar la paciencia del pacífico pueblo gomero, produciéndose un alzamiento generalizado en toda la isla. Peraza y su mujer en la isla quien los defendiese, y custodiado por una guardia de lanzaroteño que estaban  a su servicio se encerraron en la torre o fortaleza que está situada en la llanura de San Sebastián, y allí se defendieron algunos días de los ataques de los gomeros, que los tenían sitiados, con deseo de vengar los agravios de era victimas.

Viendo Fernán Peraza, que le era imposible sostener aquella situación por mucho tiempo, encontró el medio de enviar un mensaje a su madre residente en Lanzarote solicitando ayuda contra los sublevados. Al recibir el mensaje Inés Peraza, reunió a algunas tropas con las que contaba en aquel momento y en dos carabelas y algunos barquichuelos que estaban en la rada las envió al Real de Las Palmas con una carta dirigida a Pedro de Vera, solicitándole ayuda para su hijo, en virtud de los pactos que mantenía con la Corona, rogándole tomase el mando de las tropas y barcos, y se dirigiese a La Gomera para castigar la insolencia de aquel rebelde pueblo. Vera que por esos días estaba inactivo en el Real, sin poder saciar su permanente sed de sangre, recibió la invitación como caída de su cielo personal, aceptó con placer la invitación que se le dirigía, uniendo a los soldados lanzaroteño algunos españoles y canarios y embarcó para San Sebastián, llegando a tiempo de evitar la rendición de Peraza y los suyos, quienes acuciados por el hambre y la sed, estaban a punto de entregarse a los sitiadores.

Los sitiadores al ver la llegada de la flotilla comandada por Vera, al prever que en ella venía gran cantidad de tropas de la Hermandad de Sevilla, (Tropas de mercenarios equivalentes a la Legión Extranjera de nuestros días) decidieron  una retirada estratégica, hacía los sitios más escarpados de la isla.

El General Vera desembarco tranquilamente, sabiéndose dueño de la situación, siendo recibido como un salvador por Hernán Peraza y su candorosa esposa, que se apresuraron a obsequiarle con esplendorosos banquetes y festejos, mientras que escuadrones de canarios perseguían a los gomeros huidos por los agrestes montes de la isla, apresando indistintamente tanto a sublevados como a inocentes, en cantidad de más de doscientos, entre hombres mujeres y niños, los cuales fueron embarcados por Vera hacía Canaria, y posteriormente para España, donde fueron vendidos como esclavos, de esta manera  cobro Vera los gastos de la expedición en ayuda de Peraza.

La experiencia vivida no le sirvió a aquel mancebo soberbio y rencoroso para modificar su actitud hacía sus indefensos vasallos. Cuando se consideró seguro en su dictatorial gobierno de la isla, volvió a repetir con más crudeza si cabe, sus actos de despotismo, de arbitrarias rapacidades y de  ruines venganzas. Arrastrado por sus vicios y no contento con su mujer,  violaba a cuantas jóvenes destacaban en la isla por su gentileza y hermosura. Entre éstas destacaba una llamada Iballa, que habitaba en guahedún en unas cuevas del mismo nombre, la cual Peraza quería hacer victima de sus livindosos deseos. El viejo Pablo Hupalupu, hombre mascota y adivino, al que tenían por favorecido de espíritus superiores, advertido de la ofensa que el tirano meditaba convocó a sus parientes y amigos más próximos en un islote cerca de Tagualache, que después sería conocido por La Baja del secreto, y acordaron poner los medios necesarios para impedir este nuevo ultraje.

Puestos de acuerdo lo conjurados con Iballa, decidieron que esta diera una cita al fogoso Peraza, en la cueva de Guahedún donde le recibiría acompañada de una vieja parienta que estaba en el secreto y, a una señal convenida apresarían al tirano. Hernán Peraza, no tardó en acudir a la llamada de la bella Iballa, haciéndose acompañar de un paje y un escudero, sin sospechar de la celada que se le preparaba, entró solo encueva, en cuanto traspasó la puerta de ésta, comenzaron a oírse unos silbidos en los alrededores siendo esta la señal de los conjurados para pasar a la acción. Inmediatamente cercaron la colina donde se ubica la cueva y, deteniendo al paje y al escudero, creyeron asegurada su venganza. Iballa para disipar cualquier sospecha de su complicidad en el acto, instó al tirano a que se disfrazara de mujer y huyera antes de que sus parientes llegaran a la cueva. Ante la imprevista sorpresa, turbado por la situación el galán acepto ponerse unas sayas y una toca; pero la vieja, que seguía los acontecimientos gritó a los suyos: «Ese es, prendedle». Peraza que la oyó, retrocedió y despojándose de las ropas femeninas, tomó la adarga y sacando su espada se adelantó con animo decidido hacía los asaltantes. En lo alto de la cueva estaba apostado un pariente de Iballa llamado Pedro Hautacuperche, quien al ver salir a Peraza le arrojó su banot con tal fuerza y puntería que le atravesó el pecho matándolo en el acto. Al verle caer los sublevados ajusticiaron también al paje y al escudero, fieles servidores de los desmanes de su señor. Al ver consumada su venganza, los sublevados gritaron «Ya se quebró el gánigo de Guahedún» aludiendo a que con aquel acto, quedaba roto cualquier pacto que hubieran mantenido con la casa de Peraza, pactos que acostumbraba sellar bebiendo leche de un  gánigo.

Enterada del suceso Beatriz de Bobadilla se encerró con sus hijos y algunos servidores fieles en la torre, no sin antes despachar un barca a Gran Canaria en demanda de nueva ayuda al gobernador Pedro de Vera. Mientras los gomeros deseando reconquistar totalmente su independencia pusieron cerco a la torre dirigidos por Hautacuperche, éste dio pruebas de un valor sin cuento en el asalto a la torre, recogiendo en el aire las saetas que desde las troneras les disparaban los defensores, precisamente uno de estos alardes fue aprovechado por dos de los defensores, mientras uno amagaba con disparar, otro situado en un nivel más bajo le atravesó el pecho con un dardo, cayendo así el héroe gomero. 

Pedro de Vera teniendo en cuenta lo rentable de su anterior intervención a favor de los Peraza, y conociendo bien la ruta a La Gomera, preparó concienzudamente la expedición genocida y de saqueo. Llevaba consigo cuatrocientos hombres mercenarios veteranos de “”La Santa Hermandad”” de Sevilla que gozaban de justa fama por despiadados y sanguinarios insaciables. Dos meses después del ajusticiamiento de Hernán Peraza, que había tenido lugar en noviembre de 1487, Pedro de Vera desembarca en San Sebastián al frente de sus feroces tropas. Los gomeros atrincherados en los lugares más inaccesibles de la isla hacían frente a los continuos ataques de los españoles causándoles numerosas bajas. Vera, ante los pocos avances que conseguía en la operación de castigo que se había prometido tan fácil como la llevada a cabo anteriormente,  desesperaba en su campamento, por ello, optó por recurrir una vez más al engaño, conociendo la bondad y credulidad de los isleños, ideo un ardid propio del canalla que era. Pretextado la celebración de unas exequias por el difunto Hernán Peraza, mando a pregonar al son de trompetas y tambores, anunciando que aquellos isleños que no concurriesen serían considerados como autores o cómplices del ajusticiamiento. Engañados por el pregón, muchos gomeros que no estaban comprometidos con el alzamiento acudieron a la iglesia el día señalado por el pérfido Vera. Una compacta multitud de mujeres, hombres y niños, con el afán de probar su inocencia, se dirigieron a la villa y según se iban acercando al templo el general los acorralaba en lugar apartado y cuando juzgó inútil todo disimulo, los declaró prisioneros, sin oír sus justas protestas ni sentir el menor remordimiento por su criminal acción.

Tan pronto Vera tubo a los desgraciados y estupefacto gomeros, desarmado y a su alcance, condeno a muerte a los varones mayores de quince años procedentes de los distritos de Orone y Agana, y, a fin de que la ejecución fuese más rápida y ejemplar, a los que no ahorcaba o pasaba a cuchillo los colocaba en lanchas, y atados los brazos a la espalda, los echaba al mar en sitios bastante alejados de la costa. Las mujeres y los niños fueron vendidos en España, y algunos que habían conseguido ser desterrados a Lanzarote, el patrón del navío que los llevaba llamado Alonso de Cota, los arrojó en alta mar siguiendo las ordenes de Vera.

Este horrible genocidio, para mayor escarnio, tuvo su simulacro de juicio en La Gomera, por el cual Pedro de Vera aprovechó para continuar su orgía de sangre, implicando en el alzamiento a los gomero que residían en Gran Canaria, en declaraciones arrancadas a los desgraciados que sometió a horribles torturas. De regreso a Las Palmas el feroz genocida, hizo prender en una noche a todas las familias gomera que moraban en la isla condenando a muerte a los hombres y a perpetua esclavitud a las mujeres y niños. La hecatombe fue de tal magnitud que obligó a intervenir al obispo Fr. Miguel de la Serna, con lo cual consiguió que Vera acelerara la muerte de los desdichados, además de recibir la promesa de Vera de que si no cesaba en sus protestas le podría en la cabeza un casco calentado al rojo vivo.

Cuando Vera dejó la gobernación de Gran Canaria, en diciembre de 1489, fue recibido por los reyes de España con cariñosa solicitud y marcada benevolencia, a pesar de que tenían pleno conocimiento de los horribles crímenes cometidos por el carnicero, no solo no lo recriminaron, sino que lo destinaron a la tala de la Vega de Granada, y luego en el sitio de la ciudad. Con actitud tomada por los monarcas quedó en entredicho la supuesta política proteccionista de los reyes católicos hacía los canarios.

El Obispo de Canarias al ver mermado de manera alarmante el número de sus ciervos y por consiguiente sus diezmos, por acción depredadora de Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla, interpone recurso antela corona alegando que los gomeros vendidos tanto por Pedro de Vera y sus factores como por Beatriz de Bobadilla, eran cristianos, por lo cual no podían ser vendidos.

Por tanto, el Obispo exigió la intervención de la corona a favor de los esclavizados gomeros, ésta que tenía entre manos los planes para la invasión y saqueo de América, además del continente y, por consiguiente era vital el mantener las cordiales relaciones que hasta el momento sostenía con el Pontífice Romano, verdadero árbitro en la distribución de las nuevas tierras a esquilmar y por las que litigaban las coronas de Castilla y Portugal,  accedió a los requerimientos del obispo, ordenando la puesta en libertad y regreso a las islas de los esclavos gomeros vendidos por Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla. Como la situación creada no era fácil de resolver mediante un decreto, la mayoría de los desdichados gomeros tuvieron. Los que tuvieron la oportunidad de regresar a su patria, tuvieron que pasar por una serie de vicisitudes de las cuales nos ocuparemos en el capitulo correspondiente.

Año 1492: Alonso Fernández de Lugo y sus tropas de mercenarios y excarcelados, desembarcan en el puerto de Tazacorte. Después de emplear las argucias menos heterodoxas que imaginarse pueda, y tras algunas escaramuzas con los cantones que se habían preparado para la defensa, consigue con engaños y en un acto de traición, sorprender a Tanausú y sus guerreros en la entrada de la Caldera de Taburiente. A partir de este momento, comenzó el saqueo inmisericorde de la isla capturando y esclavizando a los nativos tanto de los bandos guerra como de paces, los cuales fueron remitidos a los mercados esclavistas de España, conjuntamente con las pieles de los ganados depredados, orchilla y demás despojos. Con el botín enviado a España y formando parte del mismo, iba el valeroso caudillo palmero Tanausú, quien prefirió dejarse morir de hambre antes que llevar una vida de esclavo, protagonizando así la primera huelga de hambre que tubo lugar en Canarias.

Dada por sometida la isla, el esclavista Fernández de Lugo, reparte el dominio de las tierras y aguas despojadas entre los mercenarios que le acompañaron en la aventura y entre los mercaderes que le financiaron la operación. Dejando un presidio de guarnición y un gobernador, regresa a España para dar cuenta a los reyes católicos de los resultados de tan “gloriosa victoria”, y solicitar las capitulaciones para la conquista de la isla de Tenerife.

Los continuos desmanes que los conquistadores que quedaron en la isla, cometían en los atribulados palmeros, acabaron por agotar la proverbial paciencia de éstos, quienes decidieron alzarse contra el férreo gobierno de los extranjeros. Estando Lugo, enfrascado en la invasión de la isla de Tenerife, recibió noticias de la rebelión de los benahoritas y no queriendo ausentarse de esta isla, envío como su lugar teniente a la de La Palma (Benahuare) a  Diego Rodríguez de Talavera con una partida de treinta mercenarios. Llegados a la isla reunieron a un contingente de palmeros de los bandos de paces y con el resto de la guarnición, inició una operación de castigo, consiguiendo reducir a los alzados más que por las armas, por la argucia y engaños. Una ves cautivos, Talavera ejecuto ejemplar y “cristiana justicia” en los por segunda ves vencidos palmeros, pasándolos a cuchillo, ahorcándolos y, mandándolos vivos a la pira.

La conflictividad social en las islas Canarias, ha sido una constante durante más de cinco siglos de opresión de un sector minoritario, pero pudiente de la población, sobre el resto de la misma. El sector más desprotegido, se vio siempre sometido, primero con la esclavitud, después por una situación de vasallaje, y posteriormente, obligados a sobrevivir bajo las férreas estructuras Caciquiles, las cuales no escatimaban – ni escatiman-medios para dominar todos los medios productivos del país.

Todo ello motivó que en diversas épocas el pueblo se amotinase a pesar del pesado yugo que les tenían- y tienen puesto - en el cuello las estructuras dominantes.  Por ser sobradamente conocidos los alzamientos y motines que como consecuencia de las situaciones reseñadas, nos limitaremos a dar una nota cronológica de los mismos, evitando así al posible lector, un motivo más de aburrimiento al ojear estas páginas

Año 1649: Una de las primeras medidas tomadas por los ediles del recién estrenado Ayuntamiento de La Orotava (villa exenta de La Laguna, noviembre de 1648) fue decretar la roturación de las tierras de las dehesas en Las Caletas del puerto, naturalmente en beneficio los propio regidores. Esta usurpación provocó una reacción popular en contra de tan injusta medida, pues con ella se privaba de los medios de subsistencia de una parte importante de la población. La justa sublevación popular se saldó con varios muertos y decenas de heridos provocados por las fuerzas de represión empleadas por  la oligarquía contra los desposeídos. En enero de 1649 el pueblo se subleva y un contingente de 600 hombres arrasan las tierras de la dehesa que ya habían sido sembradas, la situación se prolongó derivando en un sin fin de pleitos, arrestos y torturas, hasta que Felipe IV confirma el expolio de las tierras a los pobres campesinos en abril 1651.


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