UNA HISTORIA
RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920
CAPITULO-XVIII
Eduardo Pedro
García Rodríguez
1913.
Sagrada Musa
Cuando en 1913 José
Rodríguez Moure publicó el libro Historia de la devoción del pueblo canario
a Nuestra Señora de Candelaria concibió un capítulo exclusivo para
recoger varias piezas literarias dedicadas a enaltecer a la patrona del
archipiélago. Este apartado lo tituló bajo el apelativo «Corona
poética», aseverando en unas breves notas preliminares que el propósito
de esas cuartillas no era otro que el de juntar algunas obras ofrecidas
por la «musa canaria» a esta advocación mariana. Con la expresión musa
canaria Moure se refería a la inspiración de distintos vates isleños,
recopilados por él mismo en un catálogo personal sobre el tema. Pero si
nos adentrásemos en la etimología del vocablo comprobaríamos de
inmediato que el mencionado término posee una raíz sagrada. En la
mitología griega, las musas eran las deidades que protegían las ciencias
y las artes liberales, en especial la poesía. No en vano, el sentido de musa
ha quedado fijado en el uso actual de la lengua entre estas dos
acepciones: de una parte, la de su origen filológico (diosas míticas
valedoras del talento), y de otra, el fruto emanado de ellas (o numen
lírico).
En 1604 Antonio de Viana se
ocupó de la imagen adorada por los guanches en su poema épico Antigüedades
de las islas afortunadas. En este libro introdujo por primera vez el nombre
de la Virgen
de Candelaria en una amplia composición en verso, al menos de las que se han
conservado hasta la actualidad. Una de las particularidades más sugerentes de
aquel texto es que designó sagrada musa a la talla descubierta en las
playas del valle de Güímar. Si en este momento retomásemos los dos significados
de musa citados con anterioridad, se podría afirmar que desde aquellas lejanas
fechas la efigie escultórica de la Candelaria se convirtió a la vez tanto en
divinidad celestial como en plectro poético. Y será, ahora, la Sagrada Musa
quien establezca las coordenadas para el análisis bibliográfico de los
textos vinculados a su figura. Desde el siglo XVI, historiadores, eruditos,
literatos y los más iluminados fieles han dejado testimonio de los fulgores
candelarieros. Todos ellos no son más que resplandores de esas otras musas,
como la «canaria», recolectada hace casi cien años por el prenotado Rodríguez
Moure. Estas líneas sólo ambicionan perfilar dicho repertorio —ya iniciado por
el benemérito sacerdote tinerfeño—, ligando una musa (la sagrada) con las otras
(las artísticas).
Por este motivo, el nuestro
será un tránsito por la literatura que exalta a la Virgen y no tanto por la
interpretación historiográfica.
Como el itinerario es largo
y muchos son los caminos que aún se encuentran por desbrozar, sólo queda
esperar que esas otras musas nos asistan durante el trayecto.
En todo lo apuntado no se
debe perder de vista que la
Candelaria es el culto mariano más extendido —y probablemente
de mayor arraigo— en la geografía canaria. Incluso fue llevada a numerosas
localidades de la América
hispana por emigrantes isleños, los cuales trataron de emular en sus nuevos
hogares el terruño perdido con la evocación de su representación plástica.
Tengamos en cuenta, no
obstante, que, sensu stricto, la primera poetización de la Virgen de Candelaria
conocida es anterior a Viana. Ya en los poemas preliminares de la Historia de
Espinosa aparecen tales referentes, además de las propias composiciones de la
pluma del dominico insertas a lo largo del libro. Las diseminados en cada una
de las demarcaciones insulares. En La
Palma, por ejemplo, el núcleo poblacional del municipio de
Tijarafe aparece denominado en la documentación del siglo XVII como Candelaria.
Aunque la parroquia de dicho lugar se dedicó a la patrona de Canarias, este uso
permite entrever algunos rasgos de la piedad popular del momento. Otros signos
de la profunda devoción que despertaba la imagen en las islas se comprueba en
referencias a pinturas y otros objetos semejantes vinculados a la devoción más
íntima practicada en viviendas particulares.
En cuanto al «fervor»
bibliográfico, es necesario mencionar en primer lugar el manuscrito de fray Gil
de Santa Cruz (hoy perdido), donde se relataba la descripción de cincuenta y siete
milagros atribuidos al influjo virginal. En este códice, denominado en su época
«borrador antiguo» y custodiado durante el siglo XVI en la biblioteca del
convento dominico de Candelaria, es probable que figurasen también informes
acerca del descubrimiento e historia de la talla o, incluso, cabría sospechar,
algunos datos concernientes con la fundación del cenobio de la Orden de Santo Domingo en
aquel paraje del sur de Tenerife6. El «borrador» fue aprovechado por autores
posteriores, en especial por Alonso de Espinosa.
De unos años más tarde es
la referencia de Martín Ignacio de Loyola (h. 1550-1616), clérigo franciscano
nacido en Eibar y futuro obispo de Asunción (Paraguay). En 1581 Martín Ignacio
se embarcó en el seno de una expedición ordenada por Felipe II para dar la
vuelta al mundo. En el transcurso de la misma hizo escala en las islas y
aprovechó la parada marítima para tomar algunas notas sobre el archipiélago.
Entre esas apostillas (tituladas como Itinerario), efectuó una
descripción de la aparición de la Candelaria.
Según la narración de este
fraile seráfico, la imagen fue hallada por un único pastor guanche en una
cueva, en cuyo trance, tras intentar dañarla (asustado por aquella visión) se
le paralizó el brazo; a continuación reseña cómo el objeto escultórico acabó
recibiendo la veneración de los indígenas. De todo ello y de otros temas
surgidos durante el viaje, Martín Ignacio dejó un relato autógrafo, el cual fue
aprovechado cuatro
años después por el
agustino Juan González de Mendoza para insertarlo en su Historia de las
cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de la China (Roma: Bartolomé
Gras, 1585). A través de esta última obra la leyenda de Candelaria se trasladó
a otras dos publicaciones de dilatado calado: la edición corregida y ampliada
que Diego Pérez Mesa preparó del libro de Pedro de Medina Grandezas y cosas
notables de España (Alcalá de Henares: Juan Gracián, 1590); y el tratado
del dominico portugués João dos Santos, Ethiopia oriental e varia historia
de cousas notaueis do Oriente (Lisboa: Manuel de Lira, 1609).
Una última cita que enlaza
con estos peritos marianos es la referida a Juan de Córdoba, religioso de la Orden de Predicadores y
evocado en alguna ocasión como uno de los autores que han tratado la Virgen de Candelaria. De
momento, no hemos sido capaces de dilucidar la identificación de este autor.
Pero centrándonos en
Canarias, se debe subrayar que en la década postrera del siglo XVI vio la luz
una de las obras cardinales sobre este tema. Nos referimos al libro Del
origen y milagros de la santa imagen de Nuestra Señora de Candelaria (Sevilla:
Juan de León, 1594) del padre fray Alonso de Espinosa. Nacido en Alcalá de
Henares en 1543, aún niño y en compañía de sus progenitores se trasladó hasta
Guatemala. Allí, Espinosa ingresó en 1564 en la Orden de Predicadores,
recibiendo nueve años más tarde la tonsura sacerdotal.
Durante este tiempo tuvo la
oportunidad de vislumbrar el pensamiento de su hermano en la regla dominica
Bartolomé de las Casas.
Es probable que la
personalidad de este escritor se identifique con la del dominico Juan de
Córdoba (1503-1595), responsable —según Simón Díaz— de un par de tratados sobre
la lengua zapoteca durante el siglo XVI. Cabría reseñar aquí el error que Moure
comete con el libro El hijo de David más perseguido, atribuido por el
clérigo tinerfeño a un autor denominado «Presentado Correa». Por el contrario, El
hijo de David…es obra de Cristóbal Lozano. El error consiste en que existe
una continuación de este libro titulada El grande hijo de David Christo
señor nuestro, escrito por Antonio de Lorea. Este autor firma la obra como
«el P. Presentado Fr. Antonio de Lorea», por lo que Moure lo confunde con un
tal Presentado Correa y le asigna el título de la obra de Lozano (Rodríguez
Moure [1913], p. 16). (1484-1566), entonces obispo de Chiapas y gran defensor
de los indígenas.
La influencia de estas
ideas, junto al encargo por la jerarquía eclesiástica de revisar algunos
manuscritos que debían ser impresos con posterioridad, le serviría con el paso
del tiempo para redactar el prenotado libro acerca de la imagen de Candelaria.
Hacia 1580 Espinosa había
arribado a Tenerife, donde mostró una naturaleza inquieta, documentándose su
presencia por variados asuntos en Gran Canaria y La Palma. Sin embargo, en
ocasiones este carácter se reveló como imprudente. Fue precisamente una
conducta indecorosa la que le llevó entre 1590 y 1592 a ser procesado por la Inquisición y a ser
reprendido en público: había efectuado unos descuidados comentarios relativos a
un reo. Con anterioridad, en torno a 1588, se trasladó al convento dominico de
Candelaria, donde desempeñó el cargo de predicador. En este cenobio quedó
seducido por la historia de la escultura mariana. Entre los anaqueles de la
librería conventual se hallaban los mencionados apuntes de Gil de Santa Cruz e,
indudablemente, otras notas acerca de la venerada efigie. Aquí debió de
concebir su obra, iniciando las pesquisas para recoger testimonios verbales
sobre el origen de la imagen o el relato de hechos sobrenaturales relacionados
con ella. Con los pertinentes permisos profundizó en los rastreos de campo,
certificando las declaraciones de sus informantes mediante la presencia de un
escribano. En unos pocos años debió de concluir la redacción del texto. Así,
una vez que el pleito que le abrió el Santo Oficio pudo ser resuelto, marchó a
Sevilla para supervisar la impresión de su obra, quedando rematada y lista para
su venta en 159411. Poco después moriría Espinosa.
La monografía Del origen
y milagros apareció dividida en cuatro tratados o libros: I) descripción de
la cultura prehispánica, II) descubrimiento de la talla por los guanches, III)
noticia de la conquista de Tenerife e historia de la isla hasta 1558, y IV)
memoria de los milagros de la
Virgen, compilados hasta el expresado año de 1558. En
relación con la Candelaria,
el texto recoge tanto la aparición de la imagen, su historia y fundación del
convento, como una nómina de los prodigios atribuidos a la misma. Estas
contribuciones se deben relacionar, además, con dos aspectos de método muy
novedoso y de mucho mérito dadas las características sociales del momento: el
que recurriese a fuentes orales para componer su historia y el que entre ellas
hubiese antiguos guanches y sus descendientes. Esto último viene a propósito de
la poca consideración que tenían éstos en el tejido social del momento.
Espinosa, sin saberlo, reivindica por primera vez la voz de los marginales en
Canarias como antes lo había efectuado De las Casas en América. Aparte, compila
otras obras como la de Gil de Santa Cruz, interpola composiciones en verso o
establece una segunda versión acerca de la aparición de la talla (la primera
fue la de Fray Alonso de Espinosa: Del
origen y milagros de la
Santa Imagen de nuestra Señora de Candelaria… [Sevilla,
1594]. El Museo Canario, Las Palmas de Gran Canaria Martín Ignacio de Loyola)
en la que cuenta que la efigie fue hallada por dos pastores en una peña e
idolatrada más tarde por menceyes y lugareños.
Con posterioridad, el libro
de Espinosa ha sido editado en numerosas ocasiones: en 1848 por la Imprenta Isleña;
hacia 1940 por Valentín Sanz, con nueva impresión en 2001 y estudio
introductoria de José Miguel Rodríguez Yanes (estas tres tiradas omiten algunos
fragmentos y todo el libro IV referente a los milagros); y en 1952 y 1967 de
manera íntegra por Goya Ediciones, la primera con la supervisión de Elías Serra
Ràfols, Buenaventura Bonnet y Néstor Álamo, y la más reciente bajo el cuidado
de Alejandro Cioranescu (con reimpresión en 1980). En 1907 se publicó una
traducción al inglés hecha por Clement Markham. Esta edición británica, que
también suprimió el libro IV, fue además la primera que modificó el título
original por otro más comercial: The guanches of Tenerife: the holy image of
our lady of Candelaria and the Spanish conquest and settlement. Lo más
relevante de ello es que desde entonces todas las ediciones insulares
procedieron del mismo modo que la anglosajona, rectificando el encabezamiento: La
primitiva historia de Tenerife en unos casos (1940 y 2001) o Historia de
Nuestra Señora de Candelaria en otros (1952, 1967 y 1980)12.
Por último, cabría reseñar
que de la cuarta parte se publicaron algunos fragmentos en la revista religiosa
La Candelaria
(1889), donde también se editaron otras partes del texto de Espinosa y
algunos extractos del de Viana.
Coetáneo de fray Alonso de
Espinosa fue el franciscano Juan de Abréu Galindo. La identidad de este autor
se esconde aún tras el más absoluto misterio. Si bien la historiografía
académica del archipiélago apunta unánimemente a la existencia real de este
clérigo (que habría nacido en torno a 1535), por el contrario, en los últimos
años, han surgido algunas voces que afirman que tras este nombre se esconde
otro escritor: para unos Gonzalo Argote de Molina (1548-1596)13, para otros el
doctor Alonso Fiesco (1532-1601)14. Sin entrar a valorar estas disquisiciones,
lo cierto es que en la Historia
de la conquista de las siete islas de Canaria de Abréu se registran
tres capítulos concernientes con la aparición de la escultura, sus milagros,
algunas notas históricas o las inscripciones del vestido de la Virgen. El texto de
este ensayo debió de quedar concluido en la última década del siglo XVI. En lo
tocante a la Candelaria,
Abréu sigue en esencia a Espinosa, excepto en la interpretación de las
letrerías, elucidadas en esta obra (según criterio de Argote) e indescifrables
para el fraile dominico.
Otros historiadores
posteriores se aproximaron al tema con una exposición mucho más sucinta, como
Leonardo Torriani, que en su obra Descripción e historia del reino de las
islas Canarias antes Afortunadas, con el parecer de sus fortificaciones (h.
1590) se limita a dar la noticia de la aparición de la imagen a los guanches.
En un ámbito muy distinto a
los anteriores se encuentra Bartolomé Cairasco de Figueroa. Nacido en 1538 en
Las Palmas de Gran Canaria, hijo de padre italiano y madre canaria, desde muy
joven acreditó sólidos fundamentos dentro de la creación literaria. Sobre esta
cuestión, no se debe olvidar que había sido educado en el seno de una familia
poseedora de una desahogada posición económica, disfrutando de la oportunidad
de consumar hasta tres viajes de estudios fuera del archipiélago (aunque en
ninguno de ellos logró investirse de grado universitario alguno), de acceder a
una exquisita formación cultural (cultivó la música, el teatro o el arte de la
plática) o de que se le consiguiese una prebenda como canónigo del Cabildo
Catedral de las islas estando aún en edad adolescente (1551)16. En referencia a
la Candelaria,
cabe anotar que le dedicó sesenta y tres estrofas bajo el epígrafe «La
purificación de Nuestra Señora: Pureza» en el tomo primero de su libro
primordial, Templo militante, editado en Valladolid por Luís Sánchez en
1602; y la segunda porción de Esdrujúlea, una composición poética
inédita en tres partes y que rotuló «Diez y siete canciones en esdrújulos a la Sacratísima Virgen
de Candelaria».
En otro orden, las
aportaciones de Cairasco a la patrona de las islas no se quedaron en los
panegíricos de estos dos libros. El canónigo dejó redactada, asimismo, una
monografía dedicada a loar la imagen candelariera: la tituló Stella maris o
Estrella del mar, debiendo de estar concluida hacia 1609, cuando
Cairasco gestionó su impresión.
La muerte en 1610 del canónigo
grancanario impidió que ello se llevase a efecto tal y como tenía planeado.
Pero treinta y dos años más tarde de su óbito Juan Bautista Pérez de Medina,
hacedor de las rentas decimales en Tenerife, ofreció a la casa dominica de la Virgen la entrega del
manuscrito para su publicación. En dos escrituras notariales otorgadas en 1642
por los frailes del convento sureño se colacionaron los trámites para imprimir
esta pieza que permanecía inédita.
Según refieren dichos
documentos, fue deseo de Cairasco ceder el aludido texto al convento dominico
de Candelaria con el propósito de que contribuyera a la exaltación de la talla
y a la difusión de su culto. La condición era bien sencilla: la instauración de
una capellanía para celebrar misas por el sufragio del alma del autor los días
de la Encarnación
y difuntos (o en su defecto el de su octava). El acuerdo de Pérez de Medina con
la comunidad religiosa fue inmediato. De este modo, los frailes otorgaron una
carta de poder a Francisco de Molina, teniente general y juez de Indias, y a
Domingo de Herrera, de la Orden
de Predicadores, para solicitar en la península las pertinentes aprobaciones
oficiales y, una vez obtenidas éstas, concertar con algún establecimiento
tipográfico de Madrid, Sevilla u otra localidad los ulteriores trabajos de
impresión. El título de este libro, que tampoco vio la luz en esta ocasión,
está inspirado en uno de los sobrenombres populares otorgados a la Virgen que su amigo, el
poeta y médico tinerfeño Antonio de Viana, intercaló en las Antigüedades de
las islas afortunadas.
En estrecha afinidad, pues,
con Cairasco (al que además consideraba su maestro) se halla Viana, autor de la
mentada Antigüedades de las islas afortunadas de la Gran Canaria,
conquista de Tenerife, y aparescimiento de la ymagen de Candelaria: en
verso suelto y octava rima, impresa en Sevilla por Bartolomé Gomes en 1604.
Este texto recoge un poema épico en el que se narra la conquista de Tenerife y
otros pormenores históricos24. La aparición de la efigie mariana es uno de los
referentes primordiales de la obra y a ella se dedican amplias loas y
alabanzas. En su discurso, Viana sigue casi en su totalidad las vicisitudes
expuestas por fray Alonso de Espinosa en 1594, aunque critica en todo momento
al dominico y las tesis que había desplegado sobre la familia Guerra de
Tenerife. No podía ser de otra manera dado que dicho libro pudo ser escrito,
como supone María Rosa Alonso, por encargo de Juan Guerra Ayala (1563-1615) con
el objetivo de subsanar varios párrafos que entonces se consideraron ofensivos
a su estirpe. Pero como Del origen y milagros era casi la única fuente
para discernir la historia de Tenerife, amén del mejor referente bibliográfico,
a su responsable no le quedó más alternativa que seguir al entonces irritante
Espinosa.
Las Antigüedades de las
islas afortunadas es una amplia composición en verso de un joven Viana
(había nacido en La Laguna
en 1578), en cuya páginas la
Virgen de Candelaria aparece retratada como un paradigma de
pureza. El poema se coronó en Sevilla, lugar donde el tinerfeño cursaba la
carrera de Medicina. A pesar de que en sus estrofas se revela como una voz
distintiva, en ocasiones brillante, Viana se apartó de manera voluntaria de la
creación artística para consagrase por entero a la medicina, campo en el que
disfrutó de una permanente reputación y merecido prestigio.
Antes, en la ciudad del
Betis, el galeno canario había tenido ocasión de conocer a Lope de Vega
(1562-1635). De estos encuentros surgió una relación amistosa, cuyo testimonio
más evidente es el soneto laudatorio que el Fénix de los Ingenios le
brindó a Viana en los prolegómenos de sus Antigüedades. Y esa relación
entre ambos fue la que predispuso por aquellas fechas a que Lope escribiese la
comedia titulada Los guanches de Tenerife. La misma debió de ser
compuesta entre 1604 y 1609 (una vez publicado el libro del vate tinerfeño). La
pieza teatral se divide en tres actos, siendo en el último de ellos donde se
escenifica la aparición de la
Virgen. A lo largo de la trama Lope sigue a su amigo, aunque
en ocasiones incorpora alguna digresión personal. Esta obra, considerada por la
crítica como una pieza menor, se imprimió algún tiempo después (en concreto en
1618) dentro de los tomos generales en los que se editaban los dramas de Lope.
Otra comedia que ha sido
atribuida a Lope de Vega es la rotulada Nuestra Señora de Candelaria. De
igual manera que la anterior, se trata de una obra en tres actos, coincidente
en unos años con la prenotada y en la que no falta la escenificación de
alabanzas y elogios a la talla mariana. Sin embargo, se la privó de la fortuna
de haber sido impresa. De la misma se conserva una copia en la colección de
manuscritos de la
Biblioteca Nacional de España, en cuya portada figura una
anotación caligráfica antigua en la que se adjudicaba su autoría a Vega Carpio.
Tras el estudio de este ejemplar, María Rosa Alonso llegó a la convicción de
que no se trataba de una obra de Lope, datándola en la segunda década del siglo
XVII28. Más recientemente, Fernández Escalona ha formulado de nuevo la
hipótesis sobre la paternidad de Lope de Vega pero fijando, ahora, su
terminación en torno a 1600 (enclavada, por tanto, dentro de una etapa más
prematura) y como primera parte de una pieza dramática más amplia y no
concluida, la cual más tarde el escritor madrileño aprovechó para apuntalar Los
guaches de Tenerife. Esta sería la razón por la que la obra Nuestra
Señora de Candelaria ha permanecido sin conocer la tipografía y, aún más,
sin haber sido reconocida nunca por su autor.
Entrado el siglo XVII, la
ancestral veneración a la talla tinerfeña continuó sirviendo como pretexto
literario: unas veces como elemento de encomio en las dedicatorias de varios
libros impresos y otras para desplegar su historia y vicisitudes. En el primero
de los casos se encuadraría, por ejemplo, el sermón pronunciado por el dominico
Antonio de Lucena (1568-1629) en 1620 durante las fiestas celebradas en el
convento agustino de La Laguna
por la beatificación del padre Tomás de Villanueva (Granada: Bartolomé de
Lorenzana, 1620) y dedicado a la patrona de las islas30. De mayor
transcendencia
fue la dedicatoria que el
historiador Juan Núñez de la Peña
(1641- 1721) ofrendó a la
Virgen en su obra Conquista y antigüedades de las islas
de la Gran Canaria
(Madrid: Imprenta Real, 1676)31, en cuyas páginas preliminares aparece el
expresado homenaje junto a numerosas notas desarrolladas en las partes primera
y tercera. En otras ocasiones, por el contrario, la talla aparecida en la playa
de Chimisay fue analizada como un icono enigmático: así lo prueba el manual
ideado acerca de la
Virgen María por el clérigo perteneciente a la Compañía de Jesús Alonso
de Andrade (1590-1672), quien, además, había residido en las islas entre 1631 y
1633. El libro lleva por título Patrocino universal de la Santísima Virgen
María (Madrid: José Fernández de Buendía, 1664) y reúne una serie de
apostillas sobre la
Candelaria tinerfeña. Entre las mismas se encuentra citada la
curiosa deducción practicada por el también jesuita Atanasio Kircher
(1601-1680) sobre los emblemas visibles de la efigie, de los cuales se infiere
una naturaleza islámica: deduce, por tanto, para la talla de Candelaria, una
procedencia arábiga o mudéjar (pp. 445-455). Y es que, desde que se tiene
constancia de las letrerías que la escultura lleva en sus ropajes y prendas,
eruditos como Argote de Molina o Núñez de la Peña han intentado descifrar su significado.
Incluso, en 1702, el presbítero
grancanario Carlos Andrés
Fernández del Campo consagró un trabajo monográfico al tema.
Nuevas alusiones son las
recogidas en el libro Cielo estrellado de mil y veynte y dos exemplos de
María (s.l.: s.n., h. 1655) del jesuita peruano Juan de
Alloza (1597-1666).
En sus páginas se establece
una relación entre las virtudes ejemplares de la Virgen y el conjunto de
astros que, según las creencias de entonces, poblaban el firmamento33.
De
manera coetánea a estas
citas es la aparición de las primeras referencias a una literatura de tipo
festivo donde la Virgen
tomó protagonismo.
Una de las que se debe
considerar es la titulada De dos humildes hijos de Madrid a la fiesta de
Nuestra Señora de Candelaria: retrato en verso de una fiesta de Candelaria.
Manifestaciones equiparables a éstas podrían ser los romances o
romancillos populares que llegaron a circular informalmente en algunos
momentos pero de los que se han conservado muy pocos, como el que nos ha
llegado gracias a la copia decimonónica hecha por Agustín Millares Torres, con
fecha original desconocida, o el recogido por Agustín Espinosa en 1932 y
editado dentro de la serie Biblioteca canaria36, el cual podría
datarse en la década de 1680 según su compilador. Por último, dentro de
este tipo de manifestaciones no se debe olvidar el impreso La Candelaria
entre guanchez, y Edipo atlántico (1707)37. Se trata de un modesto folleto
de apenas cinco hojas en que se recoge una pequeña obra teatral que
enlaza la aparición a los guanches con una especie de profecía sobre la
llegada de los borbones a España.
Otro de los textos
vinculados con la Estrella
del Mar es el conocido como las «glosas», hallado entre los papeles
personales del obispo de Canarias Bartolomé García Ximénez. Según el erudito
Rodríguez Moure, sirvieron para celebrar la reedificación en 1672 del
nuevo templo sureño. Pocas
autoridades eclesiásticas del archipiélago como este prelado desplegaron un
culto tan exquisito y redundante hacia la efigie tinerfeña. Bajo su mitrado,
comprendido entre 1665 y 1690, se promovieron obras, donaciones y fiestas en
torno a la morada tinerfeña de la
Virgen.
ConEFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA
RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920
CAPITULO-XVIII
Eduardo Pedro
Garcia Rodríguez
1913.
Sagrada Musa
Cuando en 1913 José
Rodríguez Moure publicó el libro Historia de la devoción del pueblo canario
a Nuestra Señora de Candelaria concibió un capítulo exclusivo para
recoger varias piezas literarias dedicadas a enaltecer a la patrona del
archipiélago. Este apartado lo tituló bajo el apelativo «Corona
poética», aseverando en unas breves notas preliminares que el propósito
de esas cuartillas no era otro que el de juntar algunas obras ofrecidas
por la «musa canaria» a esta advocación mariana. Con la expresión musa
canaria Moure se refería a la inspiración de distintos vates
isleños, recopilados por él mismo en un catálogo personal sobre el tema.
Pero si nos adentrásemos en la etimología del vocablo comprobaríamos de
inmediato que el mencionado término posee una raíz sagrada. En la
mitología griega, las musas eran las deidades que protegían las ciencias
y las artes liberales, en especial la poesía. No en vano, el sentido de musa
ha quedado fijado en el uso actual de la lengua entre estas dos
acepciones: de una parte, la de su origen filológico (diosas míticas
valedoras del talento), y de otra, el fruto emanado de ellas (o numen
lírico).
En 1604 Antonio de Viana se
ocupó de la imagen adorada por los guanches en su poema épico Antigüedades
de las islas afortunadas. En este libro introdujo por primera vez el nombre
de la Virgen
de Candelaria en una amplia composición en verso, al menos de las que se han
conservado hasta la actualidad. Una de las particularidades más sugerentes de
aquel texto es que designó sagrada musa a la talla descubierta en las
playas del valle de Güímar. Si en este momento retomásemos los dos significados
de musa citados con anterioridad, se podría afirmar que desde aquellas lejanas
fechas la efigie escultórica de la Candelaria se convirtió a la vez tanto en
divinidad celestial como en plectro poético. Y será, ahora, la Sagrada Musa
quien establezca las coordenadas para el análisis bibliográfico de los
textos vinculados a su figura. Desde el siglo XVI, historiadores, eruditos,
literatos y los más iluminados fieles han dejado testimonio de los fulgores
candelarieros. Todos ellos no son más que resplandores de esas otras musas,
como la «canaria», recolectada hace casi cien años por el prenotado Rodríguez
Moure. Estas líneas sólo ambicionan perfilar dicho repertorio —ya iniciado por
el benemérito sacerdote tinerfeño—, ligando una musa (la sagrada) con las otras
(las artísticas).
Por este motivo, el nuestro
será un tránsito por la literatura que exalta a la Virgen y no tanto por la
interpretación historiográfica.
Como el itinerario es largo
y muchos son los caminos que aún se encuentran por desbrozar, sólo queda
esperar que esas otras musas nos asistan durante el trayecto.
En todo lo apuntado no se
debe perder de vista que la
Candelaria es el culto mariano más extendido —y probablemente
de mayor arraigo— en la geografía canaria. Incluso fue llevada a numerosas
localidades de la América
hispana por emigrantes isleños, los cuales trataron de emular en sus nuevos
hogares el terruño perdido con la evocación de su representación plástica.
Tengamos en cuenta, no
obstante, que, sensu stricto, la primera poetización de la Virgen de Candelaria
conocida es anterior a Viana. Ya en los poemas preliminares de la Historia de
Espinosa aparecen tales referentes, además de las propias composiciones de la
pluma del dominico insertas a lo largo del libro. Las diseminados en cada una
de las demarcaciones insulares. En La
Palma, por ejemplo, el núcleo poblacional del municipio de
Tijarafe aparece denominado en la documentación del siglo XVII como Candelaria.
Aunque la parroquia de dicho lugar se dedicó a la patrona de Canarias, este uso
permite entrever algunos rasgos de la piedad popular del momento. Otros signos
de la profunda devoción que despertaba la imagen en las islas se comprueba en
referencias a pinturas y otros objetos semejantes vinculados a la devoción más
íntima practicada en viviendas particulares.
En cuanto al «fervor»
bibliográfico, es necesario mencionar en primer lugar el manuscrito de fray Gil
de Santa Cruz (hoy perdido), donde se relataba la descripción de cincuenta y
siete milagros atribuidos al influjo virginal. En este códice, denominado en su
época «borrador antiguo» y custodiado durante el siglo XVI en la biblioteca del
convento dominico de Candelaria, es probable que figurasen también informes
acerca del descubrimiento e historia de la talla o, incluso, cabría sospechar,
algunos datos concernientes con la fundación del cenobio de la Orden de Santo Domingo en
aquel paraje del sur de Tenerife6. El «borrador» fue aprovechado por autores
posteriores, en especial por Alonso de Espinosa.
De unos años más tarde es
la referencia de Martín Ignacio de Loyola (h. 1550-1616), clérigo franciscano
nacido en Eibar y futuro obispo de Asunción (Paraguay). En 1581 Martín Ignacio
se embarcó en el seno de una expedición ordenada por Felipe II para dar la
vuelta al mundo. En el transcurso de la misma hizo escala en las islas y
aprovechó la parada marítima para tomar algunas notas sobre el archipiélago.
Entre esas apostillas (tituladas como Itinerario), efectuó una
descripción de la aparición de la Candelaria.
Según la narración de este
fraile seráfico, la imagen fue hallada por un único pastor guanche en una
cueva, en cuyo trance, tras intentar dañarla (asustado por aquella visión) se
le paralizó el brazo; a continuación reseña cómo el objeto escultórico acabó
recibiendo la veneración de los indígenas. De todo ello y de otros temas
surgidos durante el viaje, Martín Ignacio dejó un relato autógrafo, el cual fue
aprovechado cuatro
años después por el
agustino Juan González de Mendoza para insertarlo en su Historia de las
cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de la China (Roma: Bartolomé
Gras, 1585). A través de esta última obra la leyenda de Candelaria se trasladó
a otras dos publicaciones de dilatado calado: la edición corregida y ampliada
que Diego Pérez Mesa preparó del libro de Pedro de Medina Grandezas y cosas
notables de España (Alcalá de Henares: Juan Gracián, 1590); y el tratado
del dominico portugués João dos Santos, Ethiopia oriental e varia historia
de cousas notaueis do Oriente (Lisboa: Manuel de Lira, 1609).
Una última cita que enlaza
con estos peritos marianos es la referida a Juan de Córdoba, religioso de la Orden de Predicadores y
evocado en alguna ocasión como uno de los autores que han tratado la Virgen de Candelaria. De
momento, no hemos sido capaces de dilucidar la identificación de este autor.
Pero centrándonos en
Canarias, se debe subrayar que en la década postrera del siglo XVI vio la luz
una de las obras cardinales sobre este tema. Nos referimos al libro Del origen
y milagros de la santa imagen de Nuestra Señora de Candelaria (Sevilla:
Juan de León, 1594) del padre fray Alonso de Espinosa. Nacido en Alcalá de
Henares en 1543, aún niño y en compañía de sus progenitores se trasladó hasta
Guatemala. Allí, Espinosa ingresó en 1564 en la Orden de Predicadores,
recibiendo nueve años más tarde la tonsura sacerdotal.
Durante este tiempo tuvo la
oportunidad de vislumbrar el pensamiento de su hermano en la regla dominica
Bartolomé de las Casas.
Es probable que la personalidad
de este escritor se identifique con la del dominico Juan de Córdoba
(1503-1595), responsable —según Simón Díaz— de un par de tratados sobre la
lengua zapoteca durante el siglo XVI. Cabría reseñar aquí el error que Moure
comete con el libro El hijo de David más perseguido, atribuido por el
clérigo tinerfeño a un autor denominado «Presentado Correa». Por el contrario, El
hijo de David…es obra de Cristóbal Lozano. El error consiste en que existe
una continuación de este libro titulada El grande hijo de David Christo
señor nuestro, escrito por Antonio de Lorea. Este autor firma la obra como
«el P. Presentado Fr. Antonio de Lorea», por lo que Moure lo confunde con un
tal Presentado Correa y le asigna el título de la obra de Lozano (Rodríguez
Moure [1913], p. 16). (1484-1566), entonces obispo de Chiapas y gran defensor
de los indígenas.
La influencia de estas
ideas, junto al encargo por la jerarquía eclesiástica de revisar algunos
manuscritos que debían ser impresos con posterioridad, le serviría con el paso
del tiempo para redactar el prenotado libro acerca de la imagen de Candelaria.
Hacia 1580 Espinosa había
arribado a Tenerife, donde mostró una naturaleza inquieta, documentándose su
presencia por variados asuntos en Gran Canaria y La Palma. Sin embargo, en
ocasiones este carácter se reveló como imprudente. Fue precisamente una
conducta indecorosa la que le llevó entre 1590 y 1592 a ser procesado por la Inquisición y a ser
reprendido en público: había efectuado unos descuidados comentarios relativos a
un reo. Con anterioridad, en torno a 1588, se trasladó al convento dominico de
Candelaria, donde desempeñó el cargo de predicador. En este cenobio quedó
seducido por la historia de la escultura mariana. Entre los anaqueles de la
librería conventual se hallaban los mencionados apuntes de Gil de Santa Cruz e,
indudablemente, otras notas acerca de la venerada efigie. Aquí debió de
concebir su obra, iniciando las pesquisas para recoger testimonios verbales
sobre el origen de la imagen o el relato de hechos sobrenaturales relacionados
con ella. Con los pertinentes permisos profundizó en los rastreos de campo,
certificando las declaraciones de sus informantes mediante la presencia de un
escribano. En unos pocos años debió de concluir la redacción del texto. Así, una
vez que el pleito que le abrió el Santo Oficio pudo ser resuelto, marchó a
Sevilla para supervisar la impresión de su obra, quedando rematada y lista para
su venta en 159411. Poco después moriría Espinosa.
La monografía Del origen
y milagros apareció dividida en cuatro tratados o libros: I) descripción de
la cultura prehispánica, II) descubrimiento de la talla por los guanches, III)
noticia de la conquista de Tenerife e historia de la isla hasta 1558, y IV)
memoria de los milagros de la
Virgen, compilados hasta el expresado año de 1558. En
relación con la Candelaria,
el texto recoge tanto la aparición de la imagen, su historia y fundación del
convento, como una nómina de los prodigios atribuidos a la misma. Estas
contribuciones se deben relacionar, además, con dos aspectos de método muy
novedoso y de mucho mérito dadas las características sociales del momento: el
que recurriese a fuentes orales para componer su historia y el que entre ellas
hubiese antiguos guanches y sus descendientes. Esto último viene a propósito de
la poca consideración que tenían éstos en el tejido social del momento.
Espinosa, sin saberlo, reivindica por primera vez la voz de los marginales en
Canarias como antes lo había efectuado De las Casas en América. Aparte, compila
otras obras como la de Gil de Santa Cruz, interpola composiciones en verso o
establece una segunda versión acerca de la aparición de la talla (la primera
fue la de Fray Alonso de Espinosa: Del
origen y milagros de la
Santa Imagen de nuestra Señora de Candelaria… [Sevilla,
1594]. El Museo Canario, Las Palmas de Gran Canaria Martín Ignacio de Loyola)
en la que cuenta que la efigie fue hallada por dos pastores en una peña e
idolatrada más tarde por menceyes y lugareños.
Con posterioridad, el libro
de Espinosa ha sido editado en numerosas ocasiones: en 1848 por la Imprenta Isleña;
hacia 1940 por Valentín Sanz, con nueva impresión en 2001 y estudio
introductoria de José Miguel Rodríguez Yanes (estas tres tiradas omiten algunos
fragmentos y todo el libro IV referente a los milagros); y en 1952 y 1967 de
manera íntegra por Goya Ediciones, la primera con la supervisión de Elías Serra
Ràfols, Buenaventura Bonnet y Néstor Álamo, y la más reciente bajo el cuidado
de Alejandro Cioranescu (con reimpresión en 1980). En 1907 se publicó una
traducción al inglés hecha por Clement Markham. Esta edición británica, que
también suprimió el libro IV, fue además la primera que modificó el título
original por otro más comercial: The guanches of Tenerife: the holy image of
our lady of Candelaria and the Spanish conquest and settlement. Lo más
relevante de ello es que desde entonces todas las ediciones insulares
procedieron del mismo modo que la anglosajona, rectificando el encabezamiento: La
primitiva historia de Tenerife en unos casos (1940 y 2001) o Historia de
Nuestra Señora de Candelaria en otros (1952, 1967 y 1980)12.
Por último, cabría reseñar
que de la cuarta parte se publicaron algunos fragmentos en la revista religiosa
La Candelaria
(1889), donde también se editaron otras partes del texto de Espinosa y
algunos extractos del de Viana.
Coetáneo de fray Alonso de
Espinosa fue el franciscano Juan de Abréu Galindo. La identidad de este autor
se esconde aún tras el más absoluto misterio. Si bien la historiografía
académica del archipiélago apunta unánimemente a la existencia real de este
clérigo (que habría nacido en torno a 1535), por el contrario, en los últimos
años, han surgido algunas voces que afirman que tras este nombre se esconde
otro escritor: para unos Gonzalo Argote de Molina (1548-1596)13, para otros el
doctor Alonso Fiesco (1532-1601)14. Sin entrar a valorar estas disquisiciones,
lo cierto es que en la Historia
de la conquista de las siete islas de Canaria de Abréu se registran
tres capítulos concernientes con la aparición de la escultura, sus milagros,
algunas notas históricas o las inscripciones del vestido de la Virgen. El texto de
este ensayo debió de quedar concluido en la última década del siglo XVI. En lo
tocante a la Candelaria,
Abréu sigue en esencia a Espinosa, excepto en la interpretación de las
letrerías, elucidadas en esta obra (según criterio de Argote) e indescifrables
para el fraile dominico.
Otros historiadores
posteriores se aproximaron al tema con una exposición mucho más sucinta, como
Leonardo Torriani, que en su obra Descripción e historia del reino de las
islas Canarias antes Afortunadas, con el parecer de sus fortificaciones (h.
1590) se limita a dar la noticia de la aparición de la imagen a los guanches.
En un ámbito muy distinto a
los anteriores se encuentra Bartolomé Cairasco de Figueroa. Nacido en 1538 en
Las Palmas de Gran Canaria, hijo de padre italiano y madre canaria, desde muy
joven acreditó sólidos fundamentos dentro de la creación literaria. Sobre esta
cuestión, no se debe olvidar que había sido educado en el seno de una familia
poseedora de una desahogada posición económica, disfrutando de la oportunidad
de consumar hasta tres viajes de estudios fuera del archipiélago (aunque en
ninguno de ellos logró investirse de grado universitario alguno), de acceder a
una exquisita formación cultural (cultivó la música, el teatro o el arte de la
plática) o de que se le consiguiese una prebenda como canónigo del Cabildo
Catedral de las islas estando aún en edad adolescente (1551)16. En referencia a
la Candelaria,
cabe anotar que le dedicó sesenta y tres estrofas bajo el epígrafe «La
purificación de Nuestra Señora: Pureza» en el tomo primero de su libro
primordial, Templo militante, editado en Valladolid por Luís Sánchez en
1602; y la segunda porción de Esdrujúlea, una composición poética
inédita en tres partes y que rotuló «Diez y siete canciones en esdrújulos a la Sacratísima Virgen
de Candelaria».
En otro orden, las
aportaciones de Cairasco a la patrona de las islas no se quedaron en los
panegíricos de estos dos libros. El canónigo dejó redactada, asimismo, una
monografía dedicada a loar la imagen candelariera: la tituló Stella maris o
Estrella del mar, debiendo de estar concluida hacia 1609, cuando
Cairasco gestionó su impresión.
La muerte en 1610 del
canónigo grancanario impidió que ello se llevase a efecto tal y como tenía
planeado. Pero treinta y dos años más tarde de su óbito Juan Bautista Pérez de
Medina, hacedor de las rentas decimales en Tenerife, ofreció a la casa dominica
de la Virgen
la entrega del manuscrito para su publicación. En dos escrituras notariales
otorgadas en 1642 por los frailes del convento sureño se colacionaron los
trámites para imprimir esta pieza que permanecía inédita.
Según refieren dichos
documentos, fue deseo de Cairasco ceder el aludido texto al convento dominico
de Candelaria con el propósito de que contribuyera a la exaltación de la talla
y a la difusión de su culto. La condición era bien sencilla: la instauración de
una capellanía para celebrar misas por el sufragio del alma del autor los días
de la Encarnación
y difuntos (o en su defecto el de su octava). El acuerdo de Pérez de Medina con
la comunidad religiosa fue inmediato. De este modo, los frailes otorgaron una
carta de poder a Francisco de Molina, teniente general y juez de Indias, y a
Domingo de Herrera, de la Orden
de Predicadores, para solicitar en la península las pertinentes aprobaciones
oficiales y, una vez obtenidas éstas, concertar con algún establecimiento
tipográfico de Madrid, Sevilla u otra localidad los ulteriores trabajos de
impresión. El título de este libro, que tampoco vio la luz en esta ocasión,
está inspirado en uno de los sobrenombres populares otorgados a la Virgen que su amigo, el
poeta y médico tinerfeño Antonio de Viana, intercaló en las Antigüedades de
las islas afortunadas.
En estrecha afinidad, pues,
con Cairasco (al que además consideraba su maestro) se halla Viana, autor de la
mentada Antigüedades de las islas afortunadas de la Gran Canaria,
conquista de Tenerife, y aparescimiento de la ymagen de Candelaria: en
verso suelto y octava rima, impresa en Sevilla por Bartolomé Gomes en 1604.
Este texto recoge un poema épico en el que se narra la conquista de Tenerife y
otros pormenores históricos24. La aparición de la efigie mariana es uno de los
referentes primordiales de la obra y a ella se dedican amplias loas y
alabanzas. En su discurso, Viana sigue casi en su totalidad las vicisitudes
expuestas por fray Alonso de Espinosa en 1594, aunque critica en todo momento
al dominico y las tesis que había desplegado sobre la familia Guerra de
Tenerife. No podía ser de otra manera dado que dicho libro pudo ser escrito,
como supone María Rosa Alonso, por encargo de Juan Guerra Ayala (1563-1615) con
el objetivo de subsanar varios párrafos que entonces se consideraron ofensivos
a su estirpe. Pero como Del origen y milagros era casi la única fuente
para discernir la historia de Tenerife, amén del mejor referente bibliográfico,
a su responsable no le quedó más alternativa que seguir al entonces irritante
Espinosa.
Las Antigüedades de las
islas afortunadas es una amplia composición en verso de un joven Viana
(había nacido en La Laguna
en 1578), en cuya páginas la
Virgen de Candelaria aparece retratada como un paradigma de
pureza. El poema se coronó en Sevilla, lugar donde el tinerfeño cursaba la
carrera de Medicina. A pesar de que en sus estrofas se revela como una voz
distintiva, en ocasiones brillante, Viana se apartó de manera voluntaria de la
creación artística para consagrase por entero a la medicina, campo en el que
disfrutó de una permanente reputación y merecido prestigio.
Antes, en la ciudad del
Betis, el galeno canario había tenido ocasión de conocer a Lope de Vega
(1562-1635). De estos encuentros surgió una relación amistosa, cuyo testimonio
más evidente es el soneto laudatorio que el Fénix de los Ingenios le
brindó a Viana en los prolegómenos de sus Antigüedades. Y esa relación
entre ambos fue la que predispuso por aquellas fechas a que Lope escribiese la
comedia titulada Los guanches de Tenerife. La misma debió de ser
compuesta entre 1604 y 1609 (una vez publicado el libro del vate tinerfeño). La
pieza teatral se divide en tres actos, siendo en el último de ellos donde se
escenifica la aparición de la
Virgen. A lo largo de la trama Lope sigue a su amigo, aunque
en ocasiones incorpora alguna digresión personal. Esta obra, considerada por la
crítica como una pieza menor, se imprimió algún tiempo después (en concreto en
1618) dentro de los tomos generales en los que se editaban los dramas de Lope.
Otra comedia que ha sido
atribuida a Lope de Vega es la rotulada Nuestra Señora de Candelaria. De
igual manera que la anterior, se trata de una obra en tres actos, coincidente
en unos años con la prenotada y en la que no falta la escenificación de
alabanzas y elogios a la talla mariana. Sin embargo, se la privó de la fortuna
de haber sido impresa. De la misma se conserva una copia en la colección de
manuscritos de la
Biblioteca Nacional de España, en cuya portada figura una
anotación caligráfica antigua en la que se adjudicaba su autoría a Vega Carpio.
Tras el estudio de este ejemplar, María Rosa Alonso llegó a la convicción de
que no se trataba de una obra de Lope, datándola en la segunda década del siglo
XVII28. Más recientemente, Fernández Escalona ha formulado de nuevo la
hipótesis sobre la paternidad de Lope de Vega pero fijando, ahora, su
terminación en torno a 1600 (enclavada, por tanto, dentro de una etapa más
prematura) y como primera parte de una pieza dramática más amplia y no
concluida, la cual más tarde el escritor madrileño aprovechó para apuntalar Los
guaches de Tenerife. Esta sería la razón por la que la obra Nuestra
Señora de Candelaria ha permanecido sin conocer la tipografía y, aún más,
sin haber sido reconocida nunca por su autor.
Entrado el siglo XVII, la
ancestral veneración a la talla tinerfeña continuó sirviendo como pretexto
literario: unas veces como elemento de encomio en las dedicatorias de varios
libros impresos y otras para desplegar su historia y vicisitudes. En el primero
de los casos se encuadraría, por ejemplo, el sermón pronunciado por el dominico
Antonio de Lucena (1568-1629) en 1620 durante las fiestas celebradas en el
convento agustino de La Laguna
por la beatificación del padre Tomás de Villanueva (Granada: Bartolomé de
Lorenzana, 1620) y dedicado a la patrona de las islas30. De mayor
transcendencia
fue la dedicatoria que el
historiador Juan Núñez de la Peña
(1641- 1721) ofrendó a la
Virgen en su obra Conquista y antigüedades de las islas
de la Gran Canaria
(Madrid: Imprenta Real, 1676)31, en cuyas páginas preliminares aparece el
expresado homenaje junto a numerosas notas desarrolladas en las partes primera
y tercera. En otras ocasiones, por el contrario, la talla aparecida en la playa
de Chimisay fue analizada como un icono enigmático: así lo prueba el manual
ideado acerca de la
Virgen María por el clérigo perteneciente a la Compañía de Jesús Alonso
de Andrade (1590-1672), quien, además, había residido en las islas entre 1631 y
1633. El libro lleva por título Patrocino universal de la Santísima Virgen
María (Madrid: José Fernández de Buendía, 1664) y reúne una serie de
apostillas sobre la
Candelaria tinerfeña. Entre las mismas se encuentra citada la
curiosa deducción practicada por el también jesuita Atanasio Kircher
(1601-1680) sobre los emblemas visibles de la efigie, de los cuales se infiere
una naturaleza islámica: deduce, por tanto, para la talla de Candelaria, una
procedencia arábiga o mudéjar (pp. 445-455). Y es que, desde que se tiene
constancia de las letrerías que la escultura lleva en sus ropajes y prendas,
eruditos como Argote de Molina o Núñez de la Peña han intentado descifrar su significado.
Incluso, en 1702, el presbítero
grancanario Carlos Andrés
Fernández del Campo consagró un trabajo monográfico al tema.
Nuevas alusiones son las
recogidas en el libro Cielo estrellado de mil y veynte y dos exemplos de
María (s.l.: s.n., h. 1655) del jesuita peruano Juan de
Alloza (1597-1666).
En sus páginas se establece
una relación entre las virtudes ejemplares de la Virgen y el conjunto de
astros que, según las creencias de entonces, poblaban el firmamento33.
De
manera coetánea a estas
citas es la aparición de las primeras referencias a una literatura de tipo
festivo donde la Virgen
tomó protagonismo.
Una de las que se debe
considerar es la titulada De dos humildes hijos de Madrid a la fiesta de
Nuestra Señora de Candelaria: retrato en verso de una fiesta de Candelaria.
Manifestaciones equiparables a éstas podrían ser los romances o
romancillos populares que llegaron a circular informalmente en algunos
momentos pero de los que se han conservado muy pocos, como el que nos ha
llegado gracias a la copia decimonónica hecha por Agustín Millares Torres, con
fecha original desconocida, o el recogido por Agustín Espinosa en 1932 y
editado dentro de la serie Biblioteca canaria36, el cual podría
datarse en la década de 1680 según su compilador. Por último, dentro de
este tipo de manifestaciones no se debe olvidar el impreso La Candelaria
entre guanchez, y Edipo atlántico (1707)37. Se trata de un modesto folleto
de apenas cinco hojas en que se recoge una pequeña obra teatral que
enlaza la aparición a los guanches con una especie de profecía sobre la
llegada de los borbones a España.
Otro de los textos
vinculados con la Estrella
del Mar es el conocido como las «glosas», hallado entre los papeles
personales del obispo de Canarias Bartolomé García Ximénez. Según el erudito
Rodríguez Moure, sirvieron para celebrar la reedificación en 1672 del
nuevo templo sureño. Pocas
autoridades eclesiásticas del archipiélago como este prelado desplegaron un
culto tan exquisito y redundante hacia la efigie tinerfeña. Bajo su mitrado,
comprendido entre 1665 y 1690, se promovieron obras, donaciones y fiestas en
torno a la morada tinerfeña de la
Virgen.
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