“Aunque Jacinto Casariego Ghirlanda comenzó a
ejercer oficialmente el 1 de enero de 1916, el R. D. de su nombramiento era del
29 de diciembre anterior. Le corresponde el puesto número 197 del listado de
alcaldes y su mandato se prolongaría hasta el 4 de julio del año siguiente, no
sin la protesta de Emilio Calzadilla Dugour por no ser el alcalde elegido en el
seno de la corporación. Se procedió a la elección de los tenientes de alcalde,
que fueron Emilio Calzadilla Dugour, Esteban Mandillo Tejera, Fernando Arozena
Quintero y Eladio Ruiz Frías. Como regidores síndicos resultaron elegidos José
Rodríguez Febles y Guillermo Cabrera Felipe.
El nuevo alcalde tomó la vara con la intención de
continuar e impulsar las obras y mejoras que estaban en marcha y propuso
presupuestar 70.762 pesetas para la terminación de la Rambla 11 de Febrero, desde
Viera y Clavijo hasta la
Rambla Pulido, solicitando del gobierno civil que los
trabajos pudieran ejecutarse por administración directa, con el fin de acortar
plazos en la oferta de mano de obra. Con la misma intención se trataba de
acelerar el comienzo de las obras del nuevo acueducto que debía traer las aguas
desde Catalanes, aunque en este caso se tropezaba con el inconveniente de que
la mayor parte de los materiales –cemento, hierro para puentes, sifones,
etcétera– tenían que traerse del exterior. Algunos concejales propusieron
también que se pidiera a Madrid que se activasen las obras públicas en la
provincia.
El año anterior se habían derribado los muros y
portada de la Alamenda
de la Marina,
y Patricio Estévanez se quejaba en su periódico Diario de Tenerife de que
todavía se enontraban en el lugar los escombros. Parte de estos materiales
podían aprovecharse, por lo que se facultó al alcalde para que, previa
tasación, procediera a la inmediata subasta de todas las maderas de las
barandas y puertas de tea. Una de las estatuas que adornaban el recinto se
había roto al desmontarla y se acordó colocar otra en el patio de la Institución de
Enseñanza, para lo que se presupuestaron 296 pesetas para el pedestal. Todo
había que aprovecharlo, como fueron setenta losetas de mármol retiradas por
obras en la iglesia de la
Concepción, que se le compraron al párroco Francisco Herráiz
Malo para colocarlas en el Teatro municipal.
Después de varios años de promesas y demoras, por
fin el barrio de San Andrés había sido dotado de bombas para la extracción de
agua del pozo que suministraba a los vecinos. Téngase en cuenta que aún varios
sectores del casco de la población no contaban con red de distribución ni de
alcantarillado, proyecto que se estaba redactando por parte de los ingenieros
Freixá y Vallabriga. Otros barrios, como el del Perú y Cruz del Señor, también
reclamaban el servicio de dos fuentes públicas prometidas por el Ayuntamiento,
pero que no llegaban a realizarse por falta de recursos, acordándose que si los
vecinos y propietarios hacían por su cuenta el depósito para el agua, se
abonaría el gasto en cuanto fuera posible. La oferta fue aceptada por el vecino
Manuel Cruz, que se comprometió a construir el depósito por un importe de 3.000
pesetas, lo que mereció la aprobación municipal.
Tres veces, a lo largo de este año, se volvió a
pedir la suspensión de la zona polémica y la cesión al municipio de la batería de
San Francisco, para proceder al ensanche del camino de Regla y de Las Cruces,
con el mismo resultado negativo. En cuanto al castillo de San Cristóbal, que el
Ayuntamiento aceptaba permutar por un nuevo edificio para gobierno militar y
oficinas, el Ministerio de la
Guerra pedía detalles una y otra vez sobre dicha oferta y la
decisión se demoraba.
Otra obra en curso era la del nuevo cementerio,
por no ser ya posible continuar los enterramientos en el antiguo de San Rafael
y San Roque, para cuyos trabajos se libraban, cuando ello era posible, algunas
partidas de cien mil pesetas, lo que a todas luces resultaba insuficiente. No
obstante, ante lo insostenible de la situación, se habilitó provisionalmente
una zona dentro del recinto en obras, y el 28 de enero se inauguró el nuevo
cementerio con el enterramiento de seis cadáveres. Se acordó pedir autorización
para suscribir un nuevo crédito que permitiera dar continuidad a los trabajos,
pero las dificultades surgieron en el mismo seno de la corporación. El concejal
Guillermo Cabrera Felipe censuró la labor municipal por este y otros asuntos y
pidió la dimisión en pleno de todos los concejales por negligencias en la
administración. Le rebatió el concejal Delgado Lorenzo y, sometida a votación
la propuesta de censura, resultó rechazada por mayoría, con el único voto a
favor del propio Cabrera Felipe.
Se tomaron medidas para tratar de aminorar la
carestía provocada por la escasez y la guerra, tales como establecer cocinas
económicas y crear una panadería reguladora. En marzo falleció el primer
teniente de alcalde Emilio Calzadilla Dugour y se acordó poner su nombre a la
calle hasta entonces conocida por Felipe Neri, y se propuso hacerle un
monumento en la Plaza
del Patriotismo, lo que no se realizó. El que sí se inauguró el 25 de julio de
este año, fue el dedicado por sus compañeros de armas al capitán Diego
Fernández Ortega, cuya colocación, que ascendió a 2.375 pesetas, sufragó el
Ayuntamiento. Se trata del popularmente conocido como la ?Estatua?.” (Luis Cola
Benitez)
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