EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV.
1491 – 1500
Guayre Adarguma Anez’ n Yghasen
1500.
Ingenio de Alonso
de Lugo. Construido sobre
1500 por el Adelantado Alonso de Lugo en la hacienda de Daute es posiblemente el
primer ingenio azucartero construido en la comarca. En 1502 lo
atributa al también colono Gonzalo Yanez.
Con
muy pocas diferencias en cuanto a tamaño y capacidad, la estructura y
funcionamiento de los primeros ingenios o trapiches azucareros obedecían en la
comarca de Daute, en líneas generales, a la descripción que pasamos a detallar.
Se trataban de auténticas fábricas, de considerable capacidad productiva para
la época.
Recordemos
que Torriani, lo identifica como un elemento relevante, en su mapa de Garachico
en el siglo XVI. Consistían en unas grandes edificaciones, situadas casi
siempre en los lugares más próximos a las fincas del cañamelar y a los cursos
de agua.
Se
componía el ingenio de varias dependencias, construidas con paredes muy
sólidas, comunicadas entre sí por amplios portalones y, a menudo, tenían la
techumbre baja, de la que sobresalía una chimenea. La edificación donde albergó
el Ingenio de la compañía Igller a principios del siglo XX, situado en la zona
de Sibora en Los Silos, conserva la majestuosa chimenea.
Cada
dependencia estaba destinada a un fin particular. Así había una estancia para
las tareas de la molienda y el prensado que, a veces, podía ocupar un
departamento propio aislado del resto del edificio. Existían otras habitaciones
especiales reservadas para la cocción, solidificación y enfriado que
constituían la “casa del ingenio” propiamente dicha.
Por
último estaba el salón donde se purgaba el azúcar. Además, de las
dependencias descritas, los ingenios contaban con otras instalaciones
secundarias, pero imprescindibles, tales como la bodega para guardar la miel
artificial; los almacenes donde se depositaba el azúcar ya elaborado,
resguardado de la humedad y parásitos por cajas de madera; diversos cuartos
para la leña y otras piezas que cobijaban a los repuestos y demás aperos.
A
veces se incorporaba a este conjunto otras instalaciones no relacionadas
directamente con las actividades propias del ingenio, pero sí vinculadas a
labores complementarias o dedicadas a cubrir los períodos de inactividad entre
zafras. Eran éstos: el horno de tejas y el molino de harina.
La
estructura de estos locales admitía más diversificaciones y ampliaciones si se
le añadían los alojamientos de los esclavos y demás personal que atendían las
tareas de la fábrica. En este mismo sentido no se debe olvidar que, desde un
principio, se aprecia en torno a los ingenios la aparición de embriones urbanos
que, en muchos casos y pasado el tiempo, evolucionaron hasta convertirse en
auténticos pueblos. En estos incipientes núcleos habitaron los terratenientes
privilegiados por los repartimientos y, cuando no, lo hacían sus albaceas con
su correspondiente servidumbre; aparceros, arrendatarios, mercaderes,
transportistas, artesanos, autoridades civiles, militares, el clero, los
jornaleros y esclavos.
2.-Funcionamiento y organización de los ingenios.
En
cuanto al funcionamiento y organización de los ingenios, el procedimiento más
usual en la elaboración de los azúcares era el que se iniciaba en el molino por
donde se hacían pasar los tallos de las cañamieles. El molino exigía para su
funcionamiento de la fuerza motriz derivada de los saltos de caudales de agua,
si bien los hubo que emplearon sólo la tracción animal.
Después
de picados y molidos, los tallos volvían a ser tratados en una batería, hasta
obtenerse así el jugo azucarado. Las cañadulces soltaban en esta manipulación
buena parte de su liquido, pese a que, posteriormente, se las hacía pasar por
la prensa, a fin de aprovechar mejor su zumo al exprimírseles totalmente y
quedar reducidas a bagazo, es decir, a residuos compuestos por fibras secas que
se solían emplear como abono, combustible y hasta como forraje.
Realizado
este primer procedimiento, el jugo era transportado a un local contiguo
conocido por «el cuarto de calderas», llamado así por encontrarse en él unos
grandes tacos de cobre con sus fogones correspondientes, en los cuales se
hervía el dulce líquido dentro de unos calderones de bronce, sobre fuego
avivado por leña hasta que alcanzaba una determinada densidad y su punto o
temple. De esta operación dependía una buena parte el éxito o fracaso de las
labores.
A
fin de mejorar el producto se solía añadir un poco de cal durante la cocción
para que los alcaloides neutralizaran el ácido, que por su propia naturaleza
contiene las cañas.
Una
vez obtenido su punto conveniente, pasaba esta primera cochura a otro salón, en
el que estaban instaladas unas tinajas de gran capacidad llamadas
«enfriaderas», en las cuales era vertido el líquido, batiéndosele
constantemente.
A
la vez que se iba enfriando, se condensaba en la superficie unos cristales que
no lograban disolverse en la miel y que eran ‘luego extraídos con espumaderas
especiales. A continuación, se colocaban en unos moldes u hormas para que se
escurrieran y solidificaran. La parte del líquido que no conseguía formar masa
granulenta se la hacía rehervir hasta cristalizar de nuevo. Este proceso,
repetido varias veces, daba origen a los diferentes productos y subproductos derivados
del azúcar.
En
esta labor era muy importante la función del «purgado» ‘o refinado del azúcar,
que se realizaba, cuando ésta se encontraba en los moldes, por operarios
altamente especializados, llamados «desburgadores». De esta labor dependía en una
buena parte la calidad del producto y, por consiguiente, su 5éxito en la venta.
3.-Los diferentes productos de los ingenios
El
primero era el conocido por azúcar moreno, el cual se podía purificar mediante
un sencillo procedimiento consistente en colocarlo en una especie de embudo de
gran capacidad. Una vez dentro, era prensado y después cubierto con una capa de
barro que generaba una humedad, motivando el desprendimiento de la miel, sin
que el azúcar se disolviera, evacuándose ésta por el orificio inferior de los
referidos foniles. Esta tarea culminaba al término de quince días y el
resultado final no era otro que la obtención del codiciado azúcar blanco,
objeto esencial de las ventas en los mercados europeos.
Naturalmente,
los cristales de este edulcorante eran mucho más gruesos y su color blanco no
lograba la presentación y pureza del que se consume en la actualidad.
Los
pilones que se obtenían defectuosamente eran quebrados con un martillo. De ahí
el calificativo de azúcar quebrado, pues era de inferior calidad y,
generalmente, servía para el abastecimiento local, aunque, ocasionalmente,
fuera también objeto de exportación.
De
rango inferior era el llamado azúcar de espuma, procedente de los residuos que
quedaban en los calderos al vaciarse el jugo limpio. Pero existían, además,
otros muchos derivados y subderivados, tales corno el azúcar de segunda y
tercera mieles y remieles refinados rapaduras, escamas y reescamas, miel
artificial, conservas y confituras.
4.-Las Ordenanzas
Si
amplia y prolija era la normativa que regulaba hasta los últimos detalles las
labores en el cañaveral, no menos minuciosos eran los preceptos que regían la
actividad en la industria. Es de resaltar la especial vehemencia que siempre
pusieron los legisladores con miras a obtener azúcares de óptima calidad. Se
pretendía evitar a toda costa que el producto se desprestigiara en los mercados
extrainsulares por descuido o negligencia. Respecto a esto existía una gran
conciencia, ante las amenazas de la pronto y fuerte competencia de otras áreas
productoras.
Pero,
sin duda, el enorme celo con que se velaba por la calidad del azúcar era el
resultado de una justa sobreestimación de su papel en el conjunto de la
economía de las Islas. Ahora bien, el intervencionismo de los Cabildos,
regulando la producción y penalizando severamente infracciones, se fundamentaba
también en los lógicos criterios fiscales a fin de mejorar la salud de las
depauperadas arcas públicas.
De
todo eso debió haber un poco, como lo demuestra la lectura de un texto de
entonces, que decía: « . .el principal trato que en esta ysla ay es el de los
açúcares e que a causa de ellos se puebla e los vezinos de la dicha ysla se
sostienen e las rentas de sus majestades crescen lo qual todo cesaría no
haciendo los açúcares buenos. . . »
La
zafra de la molienda y elaboración del edulcorante solía durar de enero a
junio. Para hacer frente a las complejas y delicadas faenas del prensado,
molienda y cocción, se contaba con numerosos maestros de azúcar: templadores,
mayordomos, almocrebes o contratistas del transporte, refinadores, cocedores,
moledores, lealdadores, purgadores y espumeros, entre los más significativos.
Como
se puede ver, la división del trabajo encaminada a mejorar la calidad y el
rendimiento ya se había instaurado en estas industrias del siglo XVI. En
efecto, las especialidades están bien especificadas y representadas por hombres
habilidosos, que, después de un aprendizaje más o menos largo, llegaban a
adquirir una gran destreza en su oficio.
Desde
un principio la dirección técnica estaba bajo control de los portugueses
venidos desde Madera, que se trasladaron a trabajar a Canarias.
Para
ejercer el oficio de maestro había que haber aprendido las artes y luego pasar
delante de un tribunal formado por dos personas «veedores», señaladas por la
justicia y regimiento (ayuntamiento, concejo y cabildo), en compañía de los
diputados y el escribano del Cabildo cual daba fe del examen y de sus
resultados. Las normas en vigor impedían ejercer más de un oficio, penalizándose
a los incumplidores con multas muy gravosas de hasta. 5.000 maravedíes.
Como
bien se puede colegir, las sanciones se imponían a todos aquellos que hicieran
caso omiso o vulnerasen las Ordenanzas vigentes, amonestándoseles
severísimamente.
Cada
año, al iniciarse la zafra, los maestros purgadores, refinadores y espumeros,
estaban obligados a prestar juramento de sus cargos en el Cabildo. En dicho
juramento se comprometían a que las mieles no fueran hurtadas y a que no se
hicieran fraudes a la hora de declarar las cifras totales de azúcar refinado.
a) Los «cañavereros»
Es
la persona encargada de realizar los trabajos relacionados con la buena
productividad de la cosecha. Su trabajo consistía, fundamentalmente, en cavar y
escardar, de esta manera se removía la tierra lo que permitía una mayor
productividad y fertilidad del terreno, sobre todo en ausencia de los abonos,
aunque en ocasiones se utilizaba la palomina para tal efecto, sin olvidar las
continuas podas que la planta necesitara. También estaba obligado a dar a las
cañas las regaduras necesarias. Pero los trabajos a realizar no se reducían al
cuidado de la cosecha, pues el cañaverero se comprometía igualmente a proteger
los cañaverales ante cualquier peligro proveniente de las plagas de ratones y conejos
que con frecuencia asolaban este tipo de planta. Por ello, en el contrato
establecido entre ambas partes —propietario del terreno y cañaverero— se
incluía la obligación que éste tenía de armar trampas a los ratones, así como
la utilización de venenos especiales para su eliminación.
El
cañaverero trabaja asistido por otras personas, ya fuesen hombres libres o
esclavos, pero en todo caso el mantenimiento de los mismos corría a cargo del
propietario del terreno.
En
el contrato ante escribano público entre cañaverero y dueño del cañaveral se
establecían: las obligaciones del primero, el tiempo de duración del contrato y
el salario que habría de percibir por su trabajo. En cuanto al primer punto no
existía una regla general, pero como mínimo el contrato duraba dos años, es
decir, el tiempo que tardaba en crecer una cosecha. Con relación al salario
recibía un tanto por ciento de la cosecha. El porcentaje a recibir dependía en
gran medida de las condiciones de trabajo a que estaba obligado el cañaverero, sin
embargo podemos afirmar que en el primer cuarto del siglo oscilaba entre el 2 y
3% de la producción total; pero a partir de los años 30 el porcentaje aumenta
hasta colocarse en el 10 o 12%. Además el cañaverero recibía cada mes una
cantidad de cereales para su mantenimiento y el dinero necesario para su
sustentación durante el tiempo que durase el trabajo. Esta cantidad en dinero y
en especie es igualmente recibida por aquellos trabajadores que le asistían en
las labores de la cura de los cañaverales.
Aunque
el salario que habría de recibir el cañaverero por su trabajo quedaba
estipulado de antemano en el contrato, en ocasiones era puesto a revisión,
fundamentalmente por parte del cañaverero, quien una vez comenzado a desempeñar
sus funciones no estaba de acuerdo con la relación existente entre
trabajo-salario.
Para
asegurarse el dueño del cañaveral que los trabajos realizados en las
plantaciones serían siempre en beneficio de la cosecha, en el mismo contrato se
recogía la obligación que habría de tener el cañaverero en correr con los
gastos que pudiera ocasionarse por algún descuido en la cura de la planta.
Aparte
de las cláusulas especificadas en el contrato de trabajo también existían las
normas que para este oficio establecían las Ordenanzas de la Isla. En este
sentido debemos señalar las diferencias de contenido con respecto a las
existentes para el mismo trabajo en Gran Canaria; en esta isla existe especial
atención a la manera como el cañaverero habría de ejercer su trabajo en
cambio, en Tenerife la atención va dirigida a la protección del cultivo en sí,
al referirse a Los peligros que podrían provenirle por causa de fuego o incluso
castigos a los que osaran el robo de la planta. También en el punto referente a
la cantidad de tierras que un cañaverero podría tener a su cargo no existe
homogeneidad entre las dos islas. En Gran Canaria, las ordenanzas prohíben al
cañaverero hacerse cargo de más de 2 suertes de cañas, como una medida para
asegurar la buena calidad de la cosecha; en cambio la documentación notarial de
Tenerife nos evidencia la presencia de cañavereros que tienen a su cargo hasta
5 suertes. Si bien en las ordenanzas de Tenerife no existe ningún capítulo
referente a este punto, hay que tener en cuenta que, aunque en Gran Canaria
estuviese reglamentado, con frecuencia eran muy distintas las normas dictadas a
la práctica realizada. Por otro lado la suerte hace referencia a pedazo de
tierras deslindado y varia la extensión de los mismos.
Los
utensilios de trabajo utilizados por el cañaverero para desempeñar su oficio
son: azadas, rozaderas, escardillas, latas y losas para los ratones.
Instrumentos aportados por el contratante, en tanto que al cañaverero lo
podemos incluir dentro del personal asalariado, por cuenta ajena sin
instrumento de trabajo propio.
b)
Los «desburgadores»
El
servicio del cañaverero finaliza cuando la cosecha está lista para la
recolección. Es en este momento cuando se contrata los servicios de una persona
encargada de preparar la caña para la molienda, es decir, el desburgador. Tenía
que ser una persona conocedora de la técnica a seguir en el momento de corte de
la caña. El sistema era un corte limpio que permitiera a la planta volver a
retoñar, por lo que estaba terminantemente prohibido arrancarla. Las ordenanzas
penalizaban con 600 mrs., a los desburgadores que no utilizaran perfectamente
la técnica del corte, y también establecían la obligación de utilizar el puñal
como instrumento de trabajo. Otro elemento utilizado para el corte de la caña
es el podón que al igual que los otros elementos de trabajo era aportado por el
dueño del cañaveral.
El
reclutamiento de las personas que tenían que asistir al desburgador en sus
tareas corría a cargo de éste, pues estaba obligado el especialista a vigilar
la forma en que el trabajo era realizado.
Todas
las normativas a seguir por el contratante como por el personal contratado se
recogían en documento público otorgado ante escribano, donde además se
especificaba tiempo y salario. El tiempo del contrato se establecía por zafras,
durante el mismo el desburgador estaba obligado a tener preparada cada día caña
suficiente para la molienda de 8 calderas. Esta era la medida utilizada para
calcular el trabajo realizado por el desburgador. Así podemos observar que el
salario se establecía en relación a las calderas que se hiciesen con las cañas
entregadas. Oscilaba entre 1 y 2 mrs., por caldera. Si tenemos en cuenta
que en los contratos se recogía la obligación que había de tener el desburgador
de entregar cañas suficientes para moler, como mínimo 8 calderas diarias, el
sueldo se colocaba en 14 o 16 mrs., diarios, como mínimo.
Fruto
de la limpieza de las cañas, procedía el cogollo, es decir, las hojas y puntas
que eran inservibles. Para evitar negocios por parte del desburgador, las
ordenanzas prohibían su venta siempre que no contara con permiso del dueño del
cañaveral. En realidad el cogollo se utilizaba, preferentemente como alimento
de animales, y más especialmente de los caballos.
Una
vez las cañas limpias, éstas se amarraban en haces y estaba obligado el
desburgador a dejarlas depositadas en el terreno del cañaveral, a la espera del
almocrebe, encargado de trasladarlas hasta el ingenio.
Al
igual que para el caso del cañaverero, también en esta ocasión el desburgador
corría con todos los perjuicios que le vinieran al dueño de las cañas, por una
mala labor o incluso por la falta de caña para moler.
c)
Los «lealdadores»
El
control de la calidad se verificaba, además, por medio de la figura del
lealdador de azúcar -persona seleccionada atendiendo a su honradez y
conocimiento del oficio- cuyo papel era esencial en la inspección del producto.
En cada ingenio, de quince en quince días, poco mas o menos, los lealdadores
debían presentarse y quebrar ante escribano todos aquellos azúcares que contuvieran
impurezas o no reunieran las condiciones indispensables. Esté oficio estaba
financiado por los propios Cabildos con asignaciones que se detraían de las
multas impuestas a los infractores.
d)
Los «almocrebes»
El
almocreb era el dueño de varias bestias de carga -única modalidad de transporte
por tierra en aquella época- y jefe de los correspondientes arrieros. Su papel
era fundamental, ya que garantizaba el transporte de los azúcares desde sus
centros de fabricación hasta los puertos y mercados isleños para su venta. Pero
también era el responsable de conducir las cañamieles desde las fincas hasta
los ingenios, así como transportar los haces de leña que, en grandes
cantidades, demandaban las industrias.
La
leña preferida era la procurada por el laurel, granadillo y acebuche, y se
utilizaba tanto para la construcción de embalajes de panes de azúcar y demás
artilugios del ingenio, como para alimentar el fuego imprescindible en la
cocción de los zumos. La leña era, por lo general, cortada y transportada desde
las montañas más próximas hasta las fábricas, donde se almacenaba en unos
cuartos especiales.
Las
modalidades de contratos que solían pactar los señores de los ingenios con los
almocrebes eran muy diversos. Los había que fijaban el precio de cada carga en
una determinada cantidad de maravedíes, otros preferían tasar el servicio
acordado un real de plata por animal y día de trabajo.
e) El «mayordomo de cañaverales»
Era
la persona encargada de vigilar todos los trabajos que se realizaban en las
tierras dedicadas a cañas. Su oficio le obligaba a llevar libros de cuentas
donde anotar las entradas y salidas, además de coordinar todos los trabajos
realizados en el campo, desde el cañaverero hasta el almocrebe. Como última
finalidad era la de tener la cosecha preparada para cada molienda. Su salario
era cobrado en numerario, y variaba según las cláusulas del contrato así como
la época en que éste se realizaba.
Hay
que tener en cuenta que este mayordomo sólo existe cuando el dueño del
cañaveral no cuenta con ingenio, pues en caso contrario el mayordomo de la
hacienda se encarga de la vigilancia de los trabajos realizados, tanto en la
zona de elaboración del producto —ingenio- como en la plantación.
f)
Otros especialistas
Asimismo
se desorrollaba en los ingenios una serie de trabajos auxiliares ejercidos por
personal cualificado, pero ajeno a los mismos. Tales eran los carpinteros que
se encargaban de la fabricación de las diferentes piezas de la maquinaria,
tales como ruedas, prensas, ejes, embalajes, etc.
Los
albañiles se ocupaban de la edificación y mantenimiento o conservación de las
casas del ingenio.
Todo
lo relativo a herrajes y construcción de útiles metálicos corría a cargo de los
herreros Es decir, que existían una serie de actividades más o menos fijas que
exigían la presencia de un cierto número de artesanos.
g)
Los esclavos y los salarios
Al
lado de los mencionados especialistas, de condición libre, estaban también los
esclavos, cuyo número fue ciertamente relevante. Se adquirían a los mercaderes
castellanos o portugueses que los vendían en las Islas a precios que oscilaban
entre los trece y quince mil maravedíes. Estas inversiones iniciales eran
pronto amortizadas merced a su alta rentabilidad en trabajos meramente
mecánicos, para los cuales se adaptaban fácilmente. Los esclavos constituían
una mano de obra necesaria y barata en las tareas de las plantaciones e
ingenios.
A
los dueños de los trapiches les estaba recomendado no abonar en azúcar los
servicios prestados por los jornaleros y oficiales, sino en numerario o en otra
modalidad a convenir entre las partes. Al parecer con ello se trataba de evitar
la especulación y el mercado negro de azúcar.
Los
sueldos que se pagaban a los operarios eran muy variados. El mayordomo del ingenio
cobraba unas sesenta doblas de oro al año, más las comisiones correspondientes
si las ventas resultaban gananciosas. El salario podía también deducirse a
porcentaje sobre el montante total de la producción. Así, pues, un maestro de
ingenio ganaba el 6 por cierto de las arrobas que se fabricasen.
Los
oficiales cobraban cantidades que oscilaban entre los 1.250 y los 1.750
maravedíes mensuales. A los aprendices les pagaba el propio oficial,
correspondiéndole la alimentación al señor del ingenio.
A
fin de evitar fraudes de todo tipo, existía un control muy estricto sobre las
pesas. En cada ingenio tenían que estar expuestas las pesas fieles, es decir,
pesas marcadas de hierro de una o mas arrobas.
1500.
Archivo de Protocolos.
Sevilla.-Of. 1V.-Escribano: Francisco
Segura.-Hoja suelta en el libro 1.Q del
año 1500.- -4 folio 71 v.
(Doc.núm. 76).
[Nómina de los maravedis
que han de haber por
sus servicios ciertos conquistadores de Gran Canaria.]
Los
maravedís que han de aver las personas vecinas de la Ysla de la Gran
Canaria, que fueron
escritas e enbiadas
acá a Castilla,
a mí Francisco de Arévalo,
en una fée escrita
e firmada de Gonzalo de Burgos,
escrivano público de la dicha Ysla,
en que venían escritas las personas que avían de ave
sueldo, si están
bivas, e de las
que estén fallecidas
escritas sus herederos, para que
ayan e reciban
el sueldo que cabe a cada
persona por mirar,
de los 101.650 maravedís que son
cobrados, e lo que á de
aver cada uno de lo que queda por cobrar para quando sea cobrado desta
libranza, si Sus Altezas lo mandaren
pagar, es lo de yuso
escrito, segúnd se declaró por Gonzalo
de Burgos e por
un Oficial de las quentas
de Juan López,
Contador mayor de los Reyes
nuestros Señores:
Primeramente,
Ybone de Armas, vecino de la dicha Ysla
de la Gran Canaria, ovo de aver, segund
paresce por la nómyna
del sueldo que los Reyes nuestros Señores mandaron librar
en Luys de Mesa,
su Recebtor que a la sazón
era, ovo de
aver 9.487 maravedís; a
de aver de los dichos
101.650 maravedís, contando a
cada millar 403 mamvedís, cábenle 3.826 maravedís.
Desos se
sacan para en
quenta de las costas
de lo que
a de caber
a cada uno.. .
(roto). . .
quédanle por cobrar 5.661
maravedís.
Pedro de
Avila Tasturmdo: ovo de
aver 6.600 maravedís desta
libranza, de que le vienen 2.700
maravedís; desto se le sacan para las
costas que le an de caber 135 maravedis.
Réstanle deviendo 2.565 maravedís,
y para la libranza de por venir
4.000 maravedís.
Pedro de Salammca: a de aver, segund paresce por la nómyna del sueldo, 4.065 maravedís;
cábenle de lo
cobrado 9.638 maravedís; hánsele
de sacar destos para
las costas 85 maravedís.
Réstanle deviendo 1.553 maravedis; quédanle deviendo de
lo que está
por cobrar 2.427.
Esta libranza toda
esta enbarazada por Gonzalo
del Castillo, criado
del Comendador mayor; de lo
que11o se fiziere
aca está Pedro de
la Fuente, que
tiene d poder del
dicho Pedro de Salamanca.
Perucho de Nutra: se le deve, segund paresce por la
nómyna del sueldo, 2.800
rnaravedís; de dichos
maravedís le viene de lo
que está cobrado desta libranza 1.128
maravedís; desto se le
saca para lo que
le a de caber
de las costas 55 maravedis.
restanle deviendo de lo que está
por cobrar 1.672
maravedís.
Guillén
Castillo: ovo de aver, segünd paresce por la
nómyna de1 sueldo,6.853
maravedís, de que le
vienen de lo
cobrado 2.765 maravedís;
destos se le
saca para en quenta de los gastos
135 xnaravedís. Réstanle deviendo 2.630
maravedís desta dicha libranza dévelos cobrar Juan Fernández de la Alcoba, por virtud de
un poder que
del dicho Guillén mostró.
A
Pedro el Rey: se le deven, segund paresce por la nómyna, 6.700 maravedis
de que le
vienen desta libranza
2.700 maravedís (roto) ... para
la libranza de por venir 4.000
maravedís. se le deven
segumd paresce por
la nómyna 5.127 maravedís, de que le caben desta
libranza 2.163 maravedís; destos se le
sacan para los dichos
gastos 100 maravedís.
Réstanle 2.063 maravedis, y
para la libranza de por venir
3.063 maravedís. Rodrigo Carpintero: se le deven segúnd paresce por la nómyna
6.000 mamvedís; cábenle desto
recabdado 2.298 maravedís; destos
se le sacan
para los dichos gastos de costas
120 maravedís. Réstansele deviendo
... (roto).
Ximenez de Fuentes Aguilando: se le
deven 6.800 maravedís; cábenle desto. recabdado 2.740
maravedis; destos se
le sacan para
las dichas costas
135 maravedís. Réstansele deviendo
2.605 maravedís, y
para la libranza
de por venir 4.060
maravedís.
A
Miguel de Colmenar se le
deven, segúnd paresce de la nómyna del sueldo, 6 700 maravedís, de
que le vienen de
lo cobrado 2.700
maravedís; destos sele sacan a cuenta de las costas 135 rnaravedís. Réstansele diviendo 2.565 maravedís. y
para la libranza
de por venir 4.000
maravedís. Los dineros
dest Xiguel de Colmenar diz los a de aver Pedro de Argüello, por el qual sustituyó a mí para
que los cobrase
para él.
A
Pedro Ferrera le caben
por la nómyna 6.700 maravedis. (roto) 4.000 maravedis.
A
Fernando de Montemayor se
le deven, segúnd
paresce por la nómyna, 6.700 maravedis,
de que le
viniren de lo
cobrado 2.700 maravedís;
destos se le sacan a
cuenta de las costas 135 maravedís. Réstansele deviendo 2.565 maravedís, y para
la libranza de
por venlr 4.000
maravedis.
Lucas
Martinez: a de
aver, segund paresce
por la nómyna
5.127 maravedís, de que le vienen de lo cobrado 2.066 maravedís; destos se le
sacan para en cuenta de las costas 100 maravedís. Réstansele deviendo 1.965 maravedís y para
la libranza por venir
3.061 maravedis.
Johan Ynglés: se le deven segund paresce por la
nómina 6.085 maravedís, de que le
vienen 2.480 maravedis;
destos se le
sacan para en cuenta
de las costas 120 maravedís. Réstansele
deviendo 2.328 maravedís,
y para la
libranza de por
venir 3.635 maravedis.
Gonzalo
Real: se le deven 2.800
maravedis, de que le vienen
1.128 maravedís, destos se
le sacan para en cuenta
de las costas 55 maravedís. Réstansele deviendo 1.073 maravedís, y para
la libranza de por venir 1.672 maraveüís.
Andrés
de Faslzalcáxar: se le deven, segund
paresce de la nómina,
6.700 maravedís, de que
le vienen 2.700
maravedís; destos se le sacan
para encuenta de los
gastos 135 maravedís. Réstansele deviendo 2.565 maravedís,
ypara la libranza
de por venir
4.000 maravedís. Este
dicho sueldo y
lo por cobrar, todo
lo a de
aver Juan Fernández de Alcoba, por
virtud de un poder que del dicho Andrés
de Fasnalcázar mostró el dicho
Juan Fernández.
A los herederos
Fernando de Prado
se les deven
segúnd paresce por a
nómyna, 2.775 maravedís, de que le
vienen de lo
cobrado 1.116 maravedís;
destos se le sacan para en cuenta de los gastos de costas 55 maravedís. Réstansele deviendo
1.061 maravedís, y para
Ia libranza de por
venir 1.659 maravedís.
A. (roto) de que
le vienen de lo
cobrado 2.700 maravedís;
destos se le sacan para en cuenta
de las costas 135 maravedís. Réstansele deviendo 2.565 maravedís, y
para la libranza
de por venir
4.000 maravedís.
A los herederos
de Pasqual Telles se le deven otros tantos maravedís, de
que les vienen
2.565 maravedís, e
para lo por
venir les vienen
otros 4.000 maravedís.
A Los
herederos de Juan
el Sastre se
les deven 4.065
maravedís, de que les vienen
1.639 maravedís; destos se le sacan para las costas
82 maravedís. Réstansele deviendo 1.557 maravedís, y para
la libranza de por venir 2.326
maravedís.
A los herederos de Pedro de la Hinojosa
se les deven 5.117 maravedís, de
que les vienen 2.055 maravedís; destos
se les sacan para
costas 103 maravedís. Réstanseles
deviendo 1.952 maravedís, y para
la libranza de por venir 3.062
maravedís.
A los herederos de Juan Guerra se les
deven 6.865 maravedís, de que les
vienen 2.766 maravedís; destos se les sacan para costas 143 maravedís. Réstánseles deviendo 2.622 maravedís, y para la libranza
de por venir 4.099 maravedís.
A los herederos de Diego de
Salamanca se les deven 5.125 maravedís, de que
les vienen de lo
cobrado 2.065 maravedís; destos
se les sacan
para en cuenta de
las costas 100
maravedís. Réstanseles deviendo
1.962 maravedís, para la
libranza de por venir
3.060 maravedis. Este sueldo está
enbargado por cierta debda
que devia el
dicho Diego de Salamanca.
Imagen:
Molino de la hacienda de Los Príncipes, fundada por Alonso de Lugo. Realejo
Bajo.
Continua en la entrega siguiente.
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