sábado, 27 de octubre de 2012

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV.


EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

 

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV.


1491 – 1500
Guayre Adarguma Anez’ n Yghasen


1500.
Ingenio de Alonso de Lugo. Construido sobre 1500 por el Adelantado Alonso de Lugo en la hacienda de Daute es posiblemente el primer ingenio azucartero construido en la comarca. En 1502 lo atributa al también colono Gonzalo Yanez.
Con muy pocas diferencias en cuanto a tamaño y capacidad, la estructura y funcionamiento de los primeros ingenios o trapiches azucareros obedecían en la comarca de Daute, en líneas generales, a la descripción que pasamos a detallar. Se trataban de auténticas fábricas, de considerable capacidad productiva para la época.
Recordemos que Torriani, lo identifica como un elemento relevante, en su mapa de Garachico en el siglo XVI. Consistían en unas grandes edificaciones, situadas casi siempre en los lugares más próximos a las fincas del cañamelar y a los cursos de agua.  
Se componía el ingenio de varias dependencias, construidas con paredes muy sólidas, comunicadas entre sí por amplios portalones y, a menudo, tenían la techumbre baja, de la que sobresalía una chimenea. La edificación donde albergó el Ingenio de la compañía Igller a principios del siglo XX, situado en la zona de Sibora en Los Silos, conserva la majestuosa chimenea.
Cada dependencia estaba destinada a un fin particular. Así había una estancia para las tareas de la molienda y el prensado que, a veces, podía ocupar un departamento propio aislado del resto del edificio. Existían otras habitaciones especiales reservadas para la cocción, solidificación y enfriado que constituían la “casa del ingenio” propiamente dicha.
Por último estaba el salón donde se  purgaba el azúcar. Además, de las dependencias descritas, los ingenios contaban con otras instalaciones secundarias, pero imprescindibles, tales como la bodega para guardar la miel artificial; los almacenes donde se depositaba el azúcar ya elaborado, resguardado de la humedad y parásitos por cajas de madera; diversos cuartos para la leña y otras piezas que cobijaban a los repuestos y demás aperos.
A veces se incorporaba a este conjunto otras instalaciones no relacionadas directamente con las actividades propias del ingenio, pero sí vinculadas a labores complementarias o dedicadas a cubrir los períodos de inactividad entre zafras. Eran éstos: el horno de tejas y el molino de harina.  
La estructura de estos locales admitía más diversificaciones y ampliaciones si se le añadían los alojamientos de los esclavos y demás personal que atendían las tareas de la fábrica. En este mismo sentido no se debe olvidar que, desde un principio, se aprecia en torno a los ingenios la aparición de embriones urbanos que, en muchos casos y pasado el tiempo, evolucionaron hasta convertirse en auténticos pueblos. En estos incipientes núcleos habitaron los terratenientes privilegiados por los repartimientos y, cuando no, lo hacían sus albaceas con su correspondiente servidumbre; aparceros, arrendatarios, mercaderes, transportistas, artesanos, autoridades civiles, militares, el clero, los jornaleros y esclavos.
2.-Funcionamiento y organización de los ingenios.
En cuanto al funcionamiento y organización de los ingenios, el procedimiento más usual en la elaboración de los azúcares era el que se iniciaba en el molino por donde se hacían pasar los tallos de las cañamieles. El molino exigía para su funcionamiento de la fuerza motriz derivada de los saltos de caudales de agua, si bien los hubo que emplearon sólo la tracción animal.  
Después de picados y molidos, los tallos volvían a ser tratados en una batería, hasta obtenerse así el jugo azucarado. Las cañadulces soltaban en esta manipulación buena parte de su liquido, pese a que, posteriormente, se las hacía pasar por la prensa, a fin de aprovechar mejor su zumo al exprimírseles totalmente y quedar reducidas a bagazo, es decir, a residuos compuestos por fibras secas que se solían emplear como abono, combustible y hasta como forraje.  
Realizado este primer procedimiento, el jugo era transportado a un local contiguo conocido por «el cuarto de calderas», llamado así por encontrarse en él unos grandes tacos de cobre con sus fogones correspondientes, en los cuales se hervía el dulce líquido dentro de unos calderones de bronce, sobre fuego avivado por leña hasta que alcanzaba una determinada densidad y su punto o temple. De esta operación dependía una buena parte el éxito o fracaso de las labores.
A fin de mejorar el producto se solía añadir un poco de cal durante la cocción para que los alcaloides neutralizaran el ácido, que por su propia naturaleza contiene las cañas.
Una vez obtenido su punto conveniente, pasaba esta primera cochura a otro salón, en el que estaban instaladas unas tinajas de gran capacidad llamadas «enfriaderas», en las cuales era vertido el líquido, batiéndosele constantemente.
A la vez que se iba enfriando, se condensaba en la superficie unos cristales que no lograban disolverse en la miel y que eran ‘luego extraídos con espumaderas especiales. A continuación, se colocaban en unos moldes u hormas para que se escurrieran y solidificaran. La parte del líquido que no conseguía formar masa granulenta se la hacía rehervir hasta cristalizar de nuevo. Este proceso, repetido varias veces, daba origen a los diferentes productos y subproductos derivados del azúcar.
En esta labor era muy importante la función del «purgado» ‘o refinado del azúcar, que se realizaba, cuando ésta se encontraba en los moldes, por operarios altamente especializados, llamados «desburgadores». De esta labor dependía en una buena parte la calidad del producto y, por consiguiente, su 5éxito en la venta.
3.-Los diferentes productos de los ingenios
El primero era el conocido por azúcar moreno, el cual se podía purificar mediante un sencillo procedimiento consistente en colocarlo en una especie de embudo de gran capacidad. Una vez dentro, era prensado y después cubierto con una capa de barro que generaba una humedad, motivando el desprendimiento de la miel, sin que el azúcar se disolviera, evacuándose ésta por el orificio inferior de los referidos foniles. Esta tarea culminaba al término de quince días y el resultado final no era otro que la obtención del codiciado azúcar blanco, objeto esencial de las ventas en los mercados europeos.
Naturalmente, los cristales de este edulcorante eran mucho más gruesos y su color blanco no lograba la presentación y pureza del que se consume en la actualidad.  
Los pilones que se obtenían defectuosamente eran quebrados con un martillo. De ahí el calificativo de azúcar quebrado, pues era de inferior calidad y, generalmente, servía para el abastecimiento local, aunque, ocasionalmente, fuera también objeto de exportación.
De rango inferior era el llamado azúcar de espuma, procedente de los residuos que quedaban en los calderos al vaciarse el jugo limpio. Pero existían, además, otros muchos derivados y subderivados, tales corno el azúcar de segunda y tercera mieles y remieles refinados rapaduras, escamas y reescamas, miel artificial, conservas y confituras.
4.-Las Ordenanzas
Si amplia y prolija era la normativa que regulaba hasta los últimos detalles las labores en el cañaveral, no menos minuciosos eran los preceptos que regían la actividad en la industria. Es de resaltar la especial vehemencia que siempre pusieron los legisladores con miras a obtener azúcares de óptima calidad. Se pretendía evitar a toda costa que el producto se desprestigiara en los mercados extrainsulares por descuido o negligencia. Respecto a esto existía una gran conciencia, ante las amenazas de la pronto y fuerte competencia de otras áreas productoras.
Pero, sin duda, el enorme celo con que se velaba por la calidad del azúcar era el resultado de una justa sobreestimación de su papel en el conjunto de la economía de las Islas. Ahora bien, el intervencionismo de los Cabildos, regulando la producción y penalizando severamente infracciones, se fundamentaba también en los lógicos criterios fiscales a fin de mejorar la salud de las depauperadas arcas públicas.
De todo eso debió haber un poco, como lo demuestra la lectura de un texto de entonces, que decía: « . .el principal trato que en esta ysla ay es el de los açúcares e que a causa de ellos se puebla e los vezinos de la dicha ysla se sostienen e las rentas de sus majestades crescen lo qual todo cesaría no haciendo los açúcares buenos. . . »
La zafra de la molienda y elaboración del edulcorante solía durar de enero a junio. Para hacer frente a las complejas y delicadas faenas del prensado, molienda y cocción, se contaba con numerosos maestros de azúcar: templadores, mayordomos, almocrebes o contratistas del transporte, refinadores, cocedores, moledores, lealdadores, purgadores y espumeros, entre los más significativos.  
Como se puede ver, la división del trabajo encaminada a mejorar la calidad y el rendimiento ya se había instaurado en estas industrias del siglo XVI. En efecto, las especialidades están bien especificadas y representadas por hombres habilidosos, que, después de un aprendizaje más o menos largo, llegaban a adquirir una gran destreza en su oficio.
Desde un principio la dirección técnica estaba bajo control de los portugueses venidos desde Madera, que se trasladaron a trabajar a Canarias.
Para ejercer el oficio de maestro había que haber aprendido las artes y luego pasar delante de un tribunal formado por dos personas «veedores», señaladas por la justicia y regimiento (ayuntamiento, concejo y cabildo), en compañía de los diputados y el escribano del Cabildo cual daba fe del examen y de sus resultados. Las normas en vigor impedían ejercer más de un oficio, penalizándose a los incumplidores con multas muy gravosas de hasta. 5.000 maravedíes.
Como bien se puede colegir, las sanciones se imponían a todos aquellos que hicieran caso omiso o vulnerasen las Ordenanzas vigentes, amonestándoseles severísimamente.
Cada año, al iniciarse la zafra, los maestros purgadores, refinadores y espumeros, estaban obligados a prestar juramento de sus cargos en el Cabildo. En dicho juramento se comprometían a que las mieles no fueran hurtadas y a que no se hicieran fraudes a la hora de declarar las cifras totales de azúcar refinado.
a) Los «cañavereros»  
Es la persona encargada de realizar los trabajos relacionados con la buena productividad de la cosecha. Su trabajo consistía, fundamentalmente, en cavar y escardar, de esta manera se removía la tierra lo que permitía una mayor productividad y fertilidad del terreno, sobre todo en ausencia de los abonos, aunque en ocasiones se utilizaba la palomina para tal efecto, sin olvidar las continuas podas que la planta necesitara. También estaba obligado a dar a las cañas las regaduras necesarias. Pero los trabajos a realizar no se reducían al cuidado de la cosecha, pues el cañaverero se comprometía igualmente a proteger los cañaverales ante cualquier peligro proveniente de las plagas de ratones y conejos que con frecuencia asolaban este tipo de planta. Por ello, en el contrato establecido entre ambas partes —propietario del terreno y cañaverero— se incluía la obligación que éste tenía de armar trampas a los ratones, así como la utilización de venenos especiales para su eliminación.
El cañaverero trabaja asistido por otras personas, ya fuesen hombres libres o esclavos, pero en todo caso el mantenimiento de los mismos corría a cargo del propietario del terreno.
En el contrato ante escribano público entre cañaverero y dueño del cañaveral se establecían: las obligaciones del primero, el tiempo de duración del contrato y el salario que habría de percibir por su trabajo. En cuanto al primer punto no existía una regla general, pero como mínimo el contrato duraba dos años, es decir, el tiempo que tardaba en crecer una cosecha. Con relación al salario recibía un tanto por ciento de la cosecha. El porcentaje a recibir dependía en gran medida de las condiciones de trabajo a que estaba obligado el cañaverero, sin embargo podemos afirmar que en el primer cuarto del siglo oscilaba entre el 2 y 3% de la producción total; pero a partir de los años 30 el porcentaje aumenta hasta colocarse en el 10 o 12%. Además el cañaverero recibía cada mes una cantidad de cereales para su mantenimiento y el dinero necesario para su sustentación durante el tiempo que durase el trabajo. Esta cantidad en dinero y en especie es igualmente recibida por aquellos trabajadores que le asistían en las labores de la cura de los cañaverales.
Aunque el salario que habría de recibir el cañaverero por su trabajo quedaba estipulado de antemano en el contrato, en ocasiones era puesto a revisión, fundamentalmente por parte del cañaverero, quien una vez comenzado a desempeñar sus funciones no estaba de acuerdo con la relación existente entre trabajo-salario.
Para asegurarse el dueño del cañaveral que los trabajos realizados en las plantaciones serían siempre en beneficio de la cosecha, en el mismo contrato se recogía la obligación que habría de tener el cañaverero en correr con los gastos que pudiera ocasionarse por algún descuido en la cura de la planta.
Aparte de las cláusulas especificadas en el contrato de trabajo también existían las normas que para este oficio establecían las Ordenanzas de la Isla. En este sentido debemos señalar las diferencias de contenido con respecto a las existentes para el mismo trabajo en Gran Canaria; en esta isla existe especial atención a la manera como el cañaverero habría de ejercer su trabajo en cambio, en Tenerife la atención va dirigida a la protección del cultivo en sí, al referirse a Los peligros que podrían provenirle por causa de fuego o incluso castigos a los que osaran el robo de la planta. También en el punto referente a la cantidad de tierras que un cañaverero podría tener a su cargo no existe homogeneidad entre las dos islas. En Gran Canaria, las ordenanzas prohíben al cañaverero hacerse cargo de más de 2 suertes de cañas, como una medida para asegurar la buena calidad de la cosecha; en cambio la documentación notarial de Tenerife nos evidencia la presencia de cañavereros que tienen a su cargo hasta 5 suertes. Si bien en las ordenanzas de Tenerife no existe ningún capítulo referente a este punto, hay que tener en cuenta que, aunque en Gran Canaria estuviese reglamentado, con frecuencia eran muy distintas las normas dictadas a la práctica realizada. Por otro lado la suerte hace referencia a pedazo de tierras deslindado y varia la extensión de los mismos.
Los utensilios de trabajo utilizados por el cañaverero para desempeñar su oficio son: azadas, rozaderas, escardillas, latas y losas para los ratones. Instrumentos aportados por el contratante, en tanto que al cañaverero lo podemos incluir dentro del personal asalariado, por cuenta ajena sin instrumento de trabajo propio.  
b) Los «desburgadores»
El servicio del cañaverero finaliza cuando la cosecha está lista para la recolección. Es en este momento cuando se contrata los servicios de una persona encargada de preparar la caña para la molienda, es decir, el desburgador. Tenía que ser una persona conocedora de la técnica a seguir en el momento de corte de la caña. El sistema era un corte limpio que permitiera a la planta volver a retoñar, por lo que estaba terminantemente prohibido arrancarla. Las ordenanzas penalizaban con 600 mrs., a los desburgadores que no utilizaran perfectamente la técnica del corte, y también establecían la obligación de utilizar el puñal como instrumento de trabajo. Otro elemento utilizado para el corte de la caña es el podón que al igual que los otros elementos de trabajo era aportado por el dueño del cañaveral.  
El reclutamiento de las personas que tenían que asistir al desburgador en sus tareas corría a cargo de éste, pues estaba obligado el especialista a vigilar la forma en que el trabajo era realizado.
Todas las normativas a seguir por el contratante como por el personal contratado se recogían en documento público otorgado ante escribano, donde además se especificaba tiempo y salario. El tiempo del contrato se establecía por zafras, durante el mismo el desburgador estaba obligado a tener preparada cada día caña suficiente para la molienda de 8 calderas. Esta era la medida utilizada para calcular el trabajo realizado por el desburgador. Así podemos observar que el salario se establecía en relación a las calderas que se hiciesen con las cañas entregadas. Oscilaba entre 1 y 2 mrs., por caldera. Si tenemos en cuenta que en los contratos se recogía la obligación que había de tener el desburgador de entregar cañas suficientes para moler, como mínimo 8 calderas diarias, el sueldo se colocaba en 14 o 16 mrs., diarios, como mínimo.
Fruto de la limpieza de las cañas, procedía el cogollo, es decir, las hojas y puntas que eran inservibles. Para evitar negocios por parte del desburgador, las ordenanzas prohibían su venta siempre que no contara con permiso del dueño del cañaveral. En realidad el cogollo se utilizaba, preferentemente como alimento de animales, y más especialmente de los caballos.
Una vez las cañas limpias, éstas se amarraban en haces y estaba obligado el desburgador a dejarlas depositadas en el terreno del cañaveral, a la espera del almocrebe, encargado de trasladarlas hasta el ingenio.
Al igual que para el caso del cañaverero, también en esta ocasión el desburgador corría con todos los perjuicios que le vinieran al dueño de las cañas, por una mala labor o incluso por la falta de caña para moler.
c) Los «lealdadores»
El control de la calidad se verificaba, además, por medio de la figura del lealdador de azúcar -persona seleccionada atendiendo a su honradez y conocimiento del oficio- cuyo papel era esencial en la inspección del producto. En cada ingenio, de quince en quince días, poco mas o menos, los lealdadores debían presentarse y quebrar ante escribano todos aquellos azúcares que contuvieran impurezas o no reunieran las condiciones indispensables. Esté oficio estaba financiado por los propios Cabildos con asignaciones que se detraían de las multas impuestas a los infractores.  
d) Los «almocrebes»
El almocreb era el dueño de varias bestias de carga -única modalidad de transporte por tierra en aquella época- y jefe de los correspondientes arrieros. Su papel era fundamental, ya que garantizaba el transporte de los azúcares desde sus centros de fabricación hasta los puertos y mercados isleños para su venta. Pero también era el responsable de conducir las cañamieles desde las fincas hasta los ingenios, así como transportar los haces de leña que, en grandes cantidades, demandaban las industrias.  
La leña preferida era la procurada por el laurel, granadillo y acebuche, y se utilizaba tanto para la construcción de embalajes de panes de azúcar y demás artilugios del ingenio, como para alimentar el fuego imprescindible en la cocción de los zumos. La leña era, por lo general, cortada y transportada desde las montañas más próximas hasta las fábricas, donde se almacenaba en unos cuartos especiales.
Las modalidades de contratos que solían pactar los señores de los ingenios con los almocrebes eran muy diversos. Los había que fijaban el precio de cada carga en una determinada cantidad de maravedíes, otros preferían tasar el servicio acordado un real de plata por animal y día de trabajo.
e) El «mayordomo de cañaverales»                                                            
Era la persona encargada de vigilar todos los trabajos que se realizaban en las tierras dedicadas a cañas. Su oficio le obligaba a llevar libros de cuentas donde anotar las entradas y salidas, además de coordinar todos los trabajos realizados en el campo, desde el cañaverero hasta el almocrebe. Como última finalidad era la de tener la cosecha preparada para cada molienda. Su salario era cobrado en numerario, y variaba según las cláusulas del contrato así como la época en que éste se realizaba.
Hay que tener en cuenta que este mayordomo sólo existe cuando el dueño del cañaveral no cuenta con ingenio, pues en caso contrario el mayordomo de la hacienda se encarga de la vigilancia de los trabajos realizados, tanto en la zona de elaboración del producto —ingenio- como en la plantación.
f) Otros especialistas
Asimismo se desorrollaba en los ingenios una serie de trabajos auxiliares ejercidos por personal cualificado, pero ajeno a los mismos. Tales eran los carpinteros que se encargaban de la fabricación de las diferentes piezas de la maquinaria, tales como ruedas, prensas, ejes, embalajes, etc.
Los albañiles se ocupaban de la edificación y mantenimiento o conservación de las casas del ingenio.
Todo lo relativo a herrajes y construcción de útiles metálicos corría a cargo de los herreros Es decir, que existían una serie de actividades más o menos fijas que exigían la presencia de un cierto número de artesanos.
g) Los esclavos y los salarios
Al lado de los mencionados especialistas, de condición libre, estaban también los esclavos, cuyo número fue ciertamente relevante. Se adquirían a los mercaderes castellanos o portugueses que los vendían en las Islas a precios que oscilaban entre los trece y quince mil maravedíes. Estas inversiones iniciales eran pronto amortizadas merced a su alta rentabilidad en trabajos meramente mecánicos, para los cuales se adaptaban fácilmente. Los esclavos constituían una mano de obra necesaria y barata en las tareas de las plantaciones e ingenios.  
A los dueños de los trapiches les estaba recomendado no abonar en azúcar los servicios prestados por los jornaleros y oficiales, sino en numerario o en otra modalidad a convenir entre las partes. Al parecer con ello se trataba de evitar la especulación y el mercado negro de azúcar.  
Los sueldos que se pagaban a los operarios eran muy variados. El mayordomo del ingenio cobraba unas sesenta doblas de oro al año, más las comisiones correspondientes si las ventas resultaban gananciosas. El salario podía también deducirse a porcentaje sobre el montante total de la producción. Así, pues, un maestro de ingenio ganaba el 6 por cierto de las arrobas que se fabricasen.
Los oficiales cobraban cantidades que oscilaban entre los 1.250 y los 1.750 maravedíes mensuales. A los aprendices les pagaba el propio oficial, correspondiéndole la alimentación al señor del ingenio.
A fin de evitar fraudes de todo tipo, existía un control muy estricto sobre las pesas. En cada ingenio tenían que estar expuestas las pesas fieles, es decir, pesas marcadas de hierro de una o mas arrobas.
1500.
Archivo de Protocolos. Sevilla.-Of.  1V.-Escribano: Francisco Segura.-Hoja suelta en el libro 1.Q  del año 1500.-  -4  folio 71 v.  (Doc.núm. 76).

[Nómina de los  maravedis  que  han de haber  por  sus  servicios  ciertos conquistadores de Gran Canaria.]

Los maravedís que han de aver las personas vecinas de la Ysla de la Gran Canaria,  que  fueron  escritas  e  enbiadas  acá  a  Castilla,  a mí  Francisco  de Arévalo,  en una  fée  escrita  e firmada de Gonzalo  de Burgos, escrivano público de  la dicha Ysla, en  que venían escritas las personas  que avían  de ave  sueldo,  si  están  bivas,  e  de  las que  estén  fallecidas  escritas  sus herederos, para  que  ayan  e  reciban  el  sueldo que  cabe  a  cada  persona  por  mirar,  de los 101.650  maravedís  que son  cobrados, e  lo que  á de  aver  cada uno  de lo que queda por  cobrar para quando sea cobrado desta libranza,  si Sus Altezas lo  mandaren  pagar,  es lo  de yuso  escrito,  segúnd se declaró por  Gonzalo  de Burgos  e  por  un  Oficial de  las quentas  de  Juan  López,  Contador mayor  de los  Reyes  nuestros  Señores:

Primeramente, Ybone de Armas,  vecino de  la dicha Ysla  de la Gran Canaria,  ovo de aver,  segund  paresce  por  la nómyna  del  sueldo que  los Reyes nuestros  Señores mandaron  librar  en  Luys  de Mesa,  su  Recebtor  que  a  la sazón  era,  ovo  de  aver  9.487 maravedís;  a  de  aver  de  los  dichos  101.650 maravedís,  contando a cada millar  403 mamvedís,  cábenle 3.826 maravedís.

Desos  se  sacan  para  en  quenta  de  las costas  de  lo  que  a  de  caber  a  cada uno..  .  (roto).  .  .  quédanle por  cobrar 5.661 maravedís.

Pedro  de  Avila  Tasturmdo: ovo  de  aver 6.600  maravedís  desta  libranza, de  que le vienen 2.700 maravedís; desto se  le sacan para las costas que  le an de caber 135 maravedis. Réstanle deviendo 2.565 maravedís,  y  para  la libranza de por  venir  4.000 maravedís.

Pedro  de Salammca: a  de aver, segund paresce por  la nómyna del sueldo, 4.065  maravedís;  cábenle  de  lo  cobrado  9.638 maravedís;  hánsele  de  sacar destos  para  las  costas  85 maravedís.  Réstanle  deviendo  1.553 maravedis; quédanle deviendo  de  lo  que  está  por  cobrar  2.427.  Esta  libranza  toda  esta enbarazada  por  Gonzalo  del  Castillo,  criado  del  Comendador mayor;  de  lo que11o  se  fiziere  aca  está Pedro  de  la  Fuente,  que  tiene d  poder  del  dicho Pedro  de  Salamanca.

Perucho  de Nutra: se le deve,  segund paresce  por  la nómyna  del  sueldo, 2.800  rnaravedís;  de dichos maravedís  le viene  de  lo que está  cobrado desta libranza 1.128 maravedís;  desto se  le  saca para  lo  que  le  a  de caber  de  las costas 55 maravedis. restanle  deviendo de lo que está por  cobrar  1.672  maravedís.

Guillén Castillo: ovo  de aver,  segünd paresce  por  la nómyna  de1  sueldo,6.853  maravedís,  de  que  le vienen  de  lo  cobrado  2.765  maravedís;  destos  se  le  saca para en  quenta de los gastos 135  xnaravedís. Réstanle deviendo 2.630 maravedís desta dicha  libranza  dévelos cobrar  Juan Fernández de la Alcoba, por virtud  de  un  poder  que  del  dicho Guillén  mostró.

A Pedro  el Rey: se le deven,  segund paresce por  la nómyna, 6.700  maravedis  de  que  le  vienen  desta  libranza  2.700 maravedís  (roto)  ... para  la  libranza de por  venir 4.000  maravedís. se  le  deven  segumd  paresce  por  la  nómyna  5.127 maravedís, de que le caben desta libranza 2.163 maravedís;  destos se le sacan para  los  dichos  gastos 100 maravedís.  Réstanle  2.063 maravedis,  y  para  la libranza  de  por  venir  3.063 maravedís. Rodrigo Carpintero: se le deven  segúnd paresce por  la nómyna  6.000 mamvedís;  cábenle  desto  recabdado  2.298 maravedís;  destos  se  le  sacan  para los dichos  gastos de  costas  120 maravedís.  Réstansele  deviendo  ...  (roto).

Ximenez  de Fuentes Aguilando:  se  le deven 6.800  maravedís;  cábenle desto. recabdado  2.740  maravedis;  destos  se  le  sacan  para  las  dichas  costas  135 maravedís.  Réstansele  deviendo  2.605  maravedís,  y  para  la  libranza  de  por venir  4.060  maravedís.

A Miguel  de Colmenar  se  le deven, segúnd paresce de la nómyna del sueldo, 6 700 maravedís,  de  que  le vienen  de  lo  cobrado  2.700  maravedís;  destos  sele sacan a cuenta de las costas 135  rnaravedís. Réstansele diviendo  2.565 maravedís.  y  para  la  libranza  de por  venir  4.000  maravedís.  Los  dineros  dest Xiguel de Colmenar diz los a de aver Pedro de Argüello, por  el qual sustituyó a mí  para  que  los  cobrase  para  él.

A Pedro  Ferrera  le caben  por  la nómyna  6.700 maravedis.  (roto) 4.000 maravedis.

A Fernando  de Montemayor  se  le  deven,  segúnd  paresce por  la nómyna, 6.700  maravedis,  de  que  le  viniren  de  lo  cobrado  2.700  maravedís;  destos  se le  sacan a  cuenta de las costas 135 maravedís. Réstansele  deviendo 2.565 maravedís,  y para  la  libranza  de  por  venlr  4.000  maravedis.

Lucas Martinez:  a  de  aver,  segund  paresce  por  la  nómyna  5.127  maravedís,  de que le vienen  de lo cobrado 2.066 maravedís; destos se le sacan para en cuenta  de  las costas 100 maravedís. Réstansele deviendo  1.965 maravedís y  para  la libranza  por  venir  3.061 maravedis.

Johan  Ynglés: se le deven  segund paresce  por  la nómina 6.085  maravedís, de  que  le vienen  2.480  maravedis;  destos  se  le  sacan para  en  cuenta  de  las costas  120 maravedís.  Réstansele  deviendo  2.328  maravedís,  y  para  la  libranza  de  por  venir  3.635  maravedis.

Gonzalo Real:  se le deven  2.800  maravedis,  de que  le vienen  1.128 maravedís,  destos  se  le  sacan para  en cuenta  de  las costas 55 maravedís.  Réstansele deviendo 1.073 maravedís, y para la libranza de por venir 1.672 maraveüís.

Andrés de Faslzalcáxar: se  le deven,  segund  paresce  de  la nómina,  6.700 maravedís,  de  que  le  vienen  2.700  maravedís;  destos  se  le  sacan  para  encuenta  de  los gastos 135 maravedís.  Réstansele  deviendo 2.565  maravedís,  ypara  la  libranza  de  por  venir  4.000  maravedís.  Este  dicho  sueldo  y  lo  por cobrar,  todo  lo  a  de  aver Juan Fernández de Alcoba, por  virtud de un  poder que del  dicho Andrés  de Fasnalcázar mostró  el  dicho  Juan Fernández.

A  los herederos  Fernando  de  Prado  se  les  deven  segúnd  paresce  por  a nómyna, 2.775 maravedís, de que  le vienen  de  lo  cobrado  1.116 maravedís; destos  se le sacan para en cuenta  de los gastos de  costas 55 maravedís. Réstansele  deviendo  1.061 maravedís,  y  para  Ia  libranza  de por  venir  1.659 maravedís.

A.  (roto) de que  le vienen  de  lo  cobrado  2.700  maravedís;  destos  se le sacan para en cuenta de las costas 135 maravedís. Réstansele deviendo 2.565 maravedís,  y  para  la  libranza  de  por  venir  4.000  maravedís.

A  los herederos  de Pasqual  Telles  se le deven otros tantos maravedís,  de  que  les  vienen  2.565  maravedís,  e  para  lo  por  venir  les  vienen  otros  4.000 maravedís.

A  Los  herederos  de  Juan  el  Sastre  se  les  deven  4.065  maravedís,  de que  les vienen  1.639 maravedís;  destos  se le sacan para  las costas  82 maravedís.  Réstansele  deviendo 1.557 maravedís, y  para  la libranza de por  venir 2.326 maravedís.

A  los herederos de Pedro de  la Hinojosa  se les deven  5.117 maravedís, de que  les vienen  2.055 maravedís;  destos  se  les  sacan para  costas  103 maravedís.  Réstanseles  deviendo 1.952 maravedís,  y  para  la libranza  de por  venir 3.062  maravedís.

A  los herederos de Juan Guerra se  les  deven 6.865 maravedís,  de que les vienen 2.766 maravedís;  destos  se les sacan para  costas 143 maravedís. Réstánseles  deviendo 2.622 maravedís, y para  la libranza  de por venir  4.099 maravedís.

A  los herederos de Diego  de  Salamanca  se les deven  5.125 maravedís,  de que  les vienen  de  lo  cobrado  2.065 maravedís;  destos  se  les  sacan  para  en cuenta  de  las  costas  100  maravedís.  Réstanseles  deviendo  1.962 maravedís, para  la libranza  de por  venir  3.060 maravedis.  Este  sueldo está  enbargado por  cierta  debda  que  devia  el  dicho Diego  de Salamanca.

Imagen: Molino de la hacienda de Los Príncipes, fundada por Alonso de Lugo. Realejo Bajo.

Continua en la entrega siguiente.

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