martes, 2 de octubre de 2012

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV.




EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

 

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV.


1491 - 1500

 

Eduardo Pedro García Rodríguez

 1494 mayo 3.
Según la historiografía oficial esta fue la fecha de la invasión reglada española a la Isla Chinech (Tenerife
Añazu (Santa Cruz) Chinech (Tenerife) en la invasión y Conquista española
Conocemos bien la historia de la conquista, sobre todo si compa­ramos la documentación en nuestra posesión, con la escasez de datos referentes a la época inmediatamente anterior. Esto no significa, sin embargo, que disponemos de la solución de cada problema y de res­puestas para cada pregunta. De todos modos, para nosotros no es éste el mayor peligro, sino el de confundir la historia de los primeros tiem­pos de Santa Cruz de Tenerife con la de la conquista de Tenerife. Para evitar este escollo, es preciso dar por conocidas las grandes líneas de la empresa y tratar solamente aquellos puntos de la misma, que se rela­cionan directamente con Santa Cruz. Será fácil percatarse que son en realidad los más controvertidos y los que más difícilmente se pueden documentar.

Se sabe que Alonso Fernández de Lugo emprendió la conquista de Tenerife, con licencia de los Reyes Católicos y con la colaboración de algunos capitalistas, que le proporcionaron las cantidades de dinero necesarias para organizar y mantener la expedición. De hecho, fueron necesarias dos expediciones diferentes, ya que la primera había fracasa­do, tras la derrota y el desbarajuste de La Matanza de Acentejo. En ambas expediciones, Santa Cruz había servido de puerto de desembar­co, de campamento y de base logística a la vez. Fue así como recibió Santa Cruz, desde el primer momento, su consagración como puerto principal de la isla y, al mismo tiempo, se convirtió en el primer lugar de la isla poblado por los conquistadores, desde antes de haberse ter­minado la conquista".
A la luz de todo cuanto queda dicho, es fácil comprender las razo­nes que determinaron la elección de las playas de Añazo como lugar de desembarco. En primer lugar, y a pesar de sus inconvenientes, su puer­to es el mejor de la costa que mira hacia Gran Canaria, que era el pun­to de procedencia de los navios españoles: prueba de ello, la preferencia que ya le daban, desde 1464, todas las expediciones que se acercaban a Tenerife . La existencia de los bandos de paces fue otra razón, quizá la más poderosa. La entrada de los españoles había sido preparada de an­temano, por medio del restablecimiento de relaciones amistosas con el bando de Anaga. No sabemos en qué momento y condiciones, ni por qué camino, se entablaron las mismas relaciones con tres bandos o rei­nos más, los de Güímar, Abona y Adeje, que completaban dos de los tres lados del triángulo insular. Debido a estos arreglos previos y a la existencia de este dispositivo, los españoles pudieron desembarcar con toda tranquilidad y prepararse un campamento más o menos protegido, sin experimentar molestias por parte de los guanches, o incluso contando con la colaboración de los bandos de paces y con el soporte logístico necesario". En fin, debe tenerse en cuenta que Santa Cruz facilita el acceso a la meseta de La Laguna, punto central de la geogra­fía isleña y paso obligado de todos los caminos, que convergen natu­ralmente allí.

La cronología de la conquista ha suscitado numerosos problemas. Lo que más interesa aquí es la fecha exacta del primer desembarco, o sea, el principio de la compañía de Tenerife, por haberse relacionado estrechamente este acontecimiento con la fundación de Santa Cruz, y más particularmente con su nombre moderno. A este respecto, los tex­tos de los antiguos historiadores suscitan numerosas dudas, ya que, en resumidas cuentas, no están de acuerdo ni en la fecha del día, ni en el mes, ni en el año del desembarco.

Descartando el error demasiado evidente de quienes colocaban la primera entrada en Tenerife en el año de 1493, el escrutinio de los da­tos en presencia parece indicar que esta entrada se produjo por abril o mayo de 1494. Las fuentes tradicionales afirman que el día 3 de ma­yo, fiesta de la Cruz, se celebró la Santa Misa por primera vez en Tene­rife, en el campamento español de Añazo, y que esta festividad ha da­do su nombre a la ciudad de Santa Cruz. Las fuentes no son unánimes y se puede dudar, sobre este punto, de su exactitud. Dejando para más adelante la discusión del dato básico del día, conviene señalar de mo­mento que la fecha a que apunta la tradición no parece reñida con la cronología, tal como acabamos de indicarla.
Después del tiempo, se presenta el problema del lugar escogido para el desembarco. En general, este problema ha sido simplificado por la investigación moderna, al confundirse en un solo dato el des­embarco, el campamento y la segunda torre edificada por los españoles, como si fuera cosa entendida, que los tres lugares se deben reducir a uno solo. Aun sin tomar posición de antemano, conviene examinar las tres cuestiones por separado.

Las fuentes narrativas se limitan en indicar que el desembarco se hizo en Santa Cruz. Sin embargo, es posible precisar más. Torriani, inspector de fortificaciones a finales del siglo XVI, indica que los cristianos habían desembarcado en la Caleta de los Negros; pe­ro hay que tener en cuenta que luego se contradice, en su plano de Santa Cruz, en cuya tarjeta afirma que el desembarco se había verifi­cado en el Puerto de los Caballos. Torriani no era ningún especia­lista de las realidades y del pasado tinerfeño y su trabajo reproduce lo que ha leído o lo que le han dicho durante su estancia en Tenerife. Posiblemente lo de la Caleta de los Negros lo sabía de boca de alguno de los regidores que lo solían acompañar en sus inspecciones, porque ésta era la tradición y, por decirlo así, la versión oficial: en cabildo de 14 de enero de 1619 se dice también que aquella caleta «es la parte donde desembarcó la gente quando se ganó esta ysla».

La Caleta de los Negros queda enclavada ahora en la zona urbana de Santa Cruz y es la que corresponde al castillo de San Juan. El Puerto de Caballos, que figura en los mapas modernos con el nombre de Puerto Caballo, está situado a poca distancia al sur, frente a la ba­rriada de Chamberí y sirve actualmente de desembarcadero a la indus­tria petroquímica colocada en sus inmediaciones. En favor de este se­gundo punto de desembarco aboga la declaración de Juan Benítez, testigo presencial de la conquista, quien afirma en la información abierta en 1509 que los españoles «desembarcaron en el Puerto de los Cavallos».
Posiblemente no hay contradicción entre las dos afirmaciones. Resulta de la segunda no sólo que el desembarco en el Puerto de Caballos puede darse por asegurado y la noticia por fidedigna, sino tam­bién que llevaba desde 1509 este nombre característico y significativo.
Para llamarse así, tuvo que haber conocido alguna vez un desembarco importante de caballerías: si no fuera así, parece extraño que, a los do­ce años después de la conquista, se llame por los caballos antes que por los conquistadores. Naturalmente, el argumento es más llamativo que suficiente. Sin embargo, parece obvia la posibilidad de haberse uti­lizado simultáneamente dos puntos diferentes y poco distantes, para un desembarco improvisado y que, sobre todo en la segunda entrada, no dejaba de plantear problemas. Para comprenderlos, debe tenerse en cuenta que en la segunda entrada intervinieron 33 embarcaciones, unos 155 caballos y unos 1.200 hombres, todos ellos concentrados en un surgidero y en una playa que no disponía de más recursos que los naturales. Es de suponer que el Puerto de Caballos sirvió para el uso que indica su nombre, mientras que los hombres desembarcaban en la Caleta de Negros.
No se sabe si el campamento de los españoles se estableció o no en el mismo lugar del desembarco. La tradición supone que se había establecido en la zona que corresponde al barrio actual del Cabo, en la orilla derecha del barranco de Santos; y es posible que la tradición ten­ga razón, aunque tampoco falten las razones para dudar. Se trata, de todos modos, de una ubicación a posteriori y fundada en razones no del todo convincentes. Principalmente se invoca la proximidad del ba­rranco de Santos, «que también se llamó de Caballos» ", lo cual no es cierto; luego la posibilidad de disponer de agua potable, que tampoco escaseaba en otros puntos de la playa; y la presencia de la cruz de la conquista en la ermita de San Telmo, en el mismo sitio en que la ha­bía colocado el Adelantado, cuya afirmación es gratuita. Además, parece difícil admitir que se había dado el nombre de El Cabo al ba­rrio por donde empezaba el asentamiento de los españoles.

De todos modos, la tradición no es absurda: a pesar de no venir avalada por ningún testimonio fehaciente, ha sido aceptada por todos los historiadores. Para nosotros, tampoco hay inconveniente en ad­mitir que el real había sido situado al otro lado del barranco de San­tos, en la zona costera comprendida entre el barranco y el muelle ac­tual. Allí fue donde se edificó casi inmediatamente la ermita de la conquista; y es de suponer que, para edificarla, se había escogido el mismo lugar de la primera misa y que aquel lugar se hallaba dentro del recinto protegido del campamento.

Queda, por fin, el asunto de la torre edificada por Alonso Fer­nández de Lugo, para proteger las operaciones en el puerto y cubrir una retirada eventual. Esta torre existió con toda seguridad: dispone­mos hasta del testimonio de uno de los conquistadores, que declaraba en 1509 que había trabajado con los otros en su edificación. Lo que no sabemos es cuándo se hizo y en qué lugar. Es posible que Lugo ha­ya emprendido la construcción inmediatamente después de tomar tie­rra; es posible también que haya aprovechado la torre o las ruinas de la torre de Herrera. Se afirma que la mandó hacer en la orilla derecha del barranco de Santos, por las razones antes apuntadas; no parece, sin embargo, que fuese aquél el mejor emplazamiento para una fortaleza que debía quedar abierta hacia el mar, a la vez que protegerse contra ata­ques del interior. Pudo ocupar cualquier otro lugar cercano, que de to­dos modos no podríamos determinar o certificar: por ejemplo, el peque­ño altozano encima de la Caleta, donde se edificaría en 1513 el baluarte costeado por el Cabildo. Naturalmente, no disponemos de elementos suficientes para asegurarlo; además, el lugar no parece el más indicado, según en su tiempo tuvo que reconocerlo el mismo Cabildo. Razón de más, para suponer que la preferencia dada en 1513 a aquel lugar poco apropiado, se debe en parte al recuerdo de otra fortificación anterior.
De todos modos, la torre de Lugo debía de ser de mala fábrica y más bien improvisada. Cuando dejó de servir para la conquista, quedó abandonada y se arruinó rápidamente: en 1509 se hablaba de ella co­mo de un recuerdo, y a los pocos años se hizo evidente la necesidad de una fortificación nueva. Lo cual no significa que la anterior había sido inútil. Allí sostuvieron los españoles el asalto de Haineto, si es que no se trata de una leyenda; allí se quedaron de presidio los soldados de Lugo, después del fracaso de Acentejo, mientras el jefe de la empresa iba a reclutar más hombres —si no se equivoca en esta circunstancia fray Alonso de Espinosa.

Todo esto es más o menos hipotético. Será más importante recal­car que, a lo largo de las dos campañas, la playa de Añazo fue la base logística de la expedición y el punto de partida de las operaciones mi­litares. A lo largo de aquellos años, fue el real de la conquista, inclu­so cuando, casi al final de las operaciones, tuvo que establecerse otro, transitorio y subsidiario, un «realejo» más cercano al teatro de la gue­rra. El puerto debió de conocer cierto bullicio, cuya importancia no pretendemos exagerar, pero que modificaba sensiblemente el aspecto primitivo de aquellas playas. Por aquí entraban los víveres y las armas, aquí se almacenaban los mantenimientos, por aquí se evacuaban los heridos. Había una guarnición y un cuerpo de guardia, un servicio de intendencia o de «bastimentos», que corría a cargo de Francisco Gorbalán, un servicio de enfermería a cargo de Ana Rodríguez y quizá de algunas enfermeras más, un puñado de clérigos cuyos nombres cono­cemos. Debido a la escasez de los transportes y a su elevado costo, es de suponer que no habían seguido al ejército, como se estilaba en las expediciones continentales, la turbamulta de los mercaderes, los truha­nes y las mujeres. En cambio, debían de andar por dentro y por fuera del campamento muchos guanches de los bandos de paz, atraídos por la posibilidad de ganar algo, al emplearse en las tareas domésticas o en la construcción de chozas, abrigos, depósitos y almacenes. Santa Cruz vivía ya en la hora española.
De esta época de rápido despertar del lugar no se ha conservado mucho hasta nosotros; pero lo poco que ha quedado se caracteriza por una enorme carga afectiva. La dote sentimental y mítica de la tradi­ción se compone, para los santacruceros de hoy, de la cruz de la con­quista, el recuerdo de la primera misa, el primer templo y, finalmente, el nombre de la ciudad. Hemos dicho recuerdos y tradición, no docu­mentos: estos últimos no alcanzan nunca el mismo valor simbólico y la misma trascendencia pasional.

La que se llama cruz de la conquista es de madera toscamente la­brada o, mejor dicho, desbastada. Se afirma que la bajó en sus brazos el mismo Alonso Fernández de Lugo, al pisar por primera vez el suelo de Tenerife, (1)  y que la plantó él mismo en el lugar de su desembarco. Se ignoran sus vicisitudes ulteriores. Se supone que se había quedado du­rante largo tiempo al aire libre, en el lugar abierto en que había sido fijada por el conquistador. Dicen que lo primero que le vino a faltar fue el pedestal, por haberlo estropeado la intemperie. Para poderla conservar en mejores condiciones, fue trasladada al Hospital Civil, a mediados del siglo XIX, gracias a las gestiones de don Lorenzo Siberio, capellán del Hospital. Luego fue colocada en la ermita de San Telmo, de donde se sacaba cada año procesionalmente, en la fiesta del 3 de mayo, la Invención de la Cruz, con participación del Ayuntamiento de la ciudad. En 1873 la reclamó para sí el Ayuntamiento, pero se opuso el cura de la Concepción. El 30 de abril de 1873 consta que fue entregada a la iglesia de San Francisco. Actualmente se conserva en la parroquia matriz de la Concepción, en la capilla de la Virgen de la O.

El Ayuntamiento de Santa Cruz le costeó en 1894 un estuche de plata con testera de cristal. En cuanto a la salida de la cruz en la procesión del 3 de mayo, es una tradición del siglo XIX; anteriormente, la fiesta de Santa Cruz no era ésta, sino la de Consolación, el día 15 de agosto.
Esto es todo cuanto sabemos sobre la reliquia más venerable y más venerada de la ciudad. Resulta difícil enjuiciar fría y objetivamen­te la autenticidad de la reliquia: porque, más que reliquia, es todo un símbolo, y el estudio de los símbolos no es un examen de datos positi­vos, sino un escrutinio de contenidos mentales. No está probado que Fernández de Lugo traía consigo una cruz, pero puede darse por sen­tado que la traía. La imagen del conquistador que baja en tierra con la cruz en los brazos aparece en circunstancias diferentes, por ejem­plo, en la conquista de América. En la historiografía canaria, no apa­rece en los documentos, sino tan sólo en la imaginación de los poe­tas: y en efecto Viana es su único fiador. En el poema, la imagen parece perfectamente encajada y justificada, porque el general abraza­do a la cruz va a celebrar la fiesta de la Cruz en el lugar al que daría el nombre de Santa Cruz: la reiteración es de buena ley y como tal debe considerarse. No significa que las cosas no pasaron así, pero tampoco las certifica. No significa que el madero que se venera en su relicario de plata es el mismo que hincó en tierra Fernández de Lugo; pero tampoco parece oportuno discutir los símbolos con criterios de au­tenticidad. La reliquia no vale por su madera, sino por su valor de re­presentación.

Una segunda tradición afirma que, apenas desembarcados, los es­pañoles escucharon la misa que, con motivo de la fiesta del 3 de mayo, se celebró en la misma playa de Añazo y en el lugar del desembarco, frente a un altar improvisado al lado de la cruz de la conquista. No hay ninguna razón para pensar que no fue así. Al contrario, se puede dar por descontado, aun sin disponer de fuentes documentales para probarlo, que los españoles escucharon misa regularmente, durante su estancia en el campamento de Añazo, a partir del primer día de su des­embarco. Pero no se puede afirmar con la misma seguridad que aquel desembarco se había producido en vísperas de la Invención de la Cruz.

También cabe recordar que no debió de ser aquélla la primera misa que se celebraba en Tenerife: había muchos años que andaban por la isla los misioneros franciscanos y cabe imaginar que tampoco faltaba un clérigo en el séquito o en la torre de Diego de Herrera. Así y todo, la primera misa de Santa Cruz adquiere evidentemente una significa­ción particular: con independencia de su fecha exacta, es el momento a partir del cual se organiza sobre bases definitivas la vida religiosa del lugar y de la isla y, en cierto modo, es el bautismo de ésta en la fe de Cristo.
Así como no se puede dudar de la realidad de aquella primera misa, cabe preguntarse si son auténticos los demás detalles que se sue­len mencionar en relación con la misma: si es cierto que «celebró la misa el canónigo Alonso de Samarinas, oficiaron fray Pedro de Cea y fray Andrés de Goles, religiosos agustinianos, otros dos franciscanos y algunos eclesiásticos seglares». Así lo afirma Viera y Clavijo, ale­gando la autoridad de Abreu Galindo y de Viana, que no dicen nada parecido: en realidad está reproduciendo a Núñez de la Peña, a quien no hace falta decir que sospechamos de estar inventando. Nú-ñez de la Peña trabajaba como solían hacerlo los compiladores de crónicas de su tiempo. Pensó que forzosamente hubo de haber una primera misa en Añazo, y pensó bien. Luego buscó los nombres de los clérigos que habían acompañado o podían haber acompañado la expedición, y dio con Alonso de Samarinas, natural de Palos de Mo-guer y canónigo de Las Palmas, de quien consta en efecto que ha­bía sido conquistador de Tenerife; con fray Pedro de Cea, uno de los fundadores del convento agustino de La Laguna, en 1506, y con fray Andrés de Goles, primo de Jerónimo de Valdés y primer prior del mismo convento. Con la buena fe y la ingenuidad que lo caracteri­zan, creyó haber dado con los religiosos que habían oficiado en aquella solemne ocasión. Con igual razón hubiera podido recordar el nombre de fray Juan de Torres Campuzano, franciscano y conquista­dor, quien tuvo luego casa en Santa Cruz y fue más tarde fundador del convento franciscano de La Laguna "; pero este último nombre se le quedó en el tintero.

Ya queda dicho que la presencia de un núcleo español tan nutri­do como lo era el campamento de Añazo supone naturalmente la pre­sencia de una asistencia espiritual organizada; lo cual significa que hu­bo de haber allí una iglesia. Esta existió sin duda primero como realidad orgánica y como presencia espiritual, desde antes de constar físicamente, como edificio, o jurídicamente, como beneficio. Desde este último punto de vista, Santa Cruz no fue la primera parroquia, ni la iglesia matriz de la isla; pero apenas cabe duda de que aquí se edifi­có por primera vez un templo cristiano. Lo fue probablemente la er­mita de la Consolación, que pudo ha berse edificado, tosca y rápida­mente, en 1496 o incluso antes, si es que merece crédito la tradición
En cuanto a la iglesia del pueblo, parece haberse fundado hacia 1499 ó 1500, en opinión de todos los historiadores, y bastante antes en nuestra opinión. Durante un siglo y medio, su advocación fue diferente de la que adquirió después: hasta mediados del siglo XVI se le co­noció con el nombre de iglesia de Santa Cruz.

Fue entonces, dicen los antiguos historiadores, cuando Añazo cambió su nombre por el de Santa Cruz. Algunos de ellos indican in­cluso, con asombrosa precisión, que «entonces» significa en este caso la ocasión de la primera misa, celebrada el 3 de mayo de 1494. Otros afirman que este bautizo lo recibió el lugar, no por la fecha de la misa, sino por la del desembarco. La diferencia es mínima, ya que entre ambos acontecimientos media un solo día; a pesar de las dudas que suscita esta vacilación, delatando así nuestra ignorancia de los hechos básicos, subsiste de todos modos la idea de un nombre de nuevo cuño, relacionado con una fundación consciente y con una fe­cha inicial.

Esta idea no tiene nada de peregrino. Es un procedimiento que aplicaban corrientemente los descubridores y los colonizadores, los de Indias sobre todo, dando a las nuevas tierras el nombre del santo del día en que descubrían o fundaban. El mismo Fernández de Lugo ha­bía obedecido al uso en su conquista anterior, cuando fundaba en la isla de La Palma otra ciudad con el nombre de Santa Cruz; pero aque­lla vez había escogido el nombre por haber terminado el día 3 de ma­yo la conquista de aquella isla. Aparece de este modo una tercera po­sibilidad: el nombre de Santa Cruz no conmemora la fecha inicial del desembarco o de la primera misa, sino la fecha final, el día de la victo­ria que abría las puertas a una vida normal de la fundación y de la isla.
Este fue el procedimiento que prevaleció en el bautizo de San Cristó­bal de La Laguna; y se ha apuntado la posibilidad de que la explica­ción valiese también para Santa Cruz de Tenerife.

Se supone, partiendo de la última hipótesis, que el nombre del lu­gar conmemoraba la terminación de la conquista, representada por la rendición de los menceyes, en El Realejo, el 3 de mayo de 1496. No se ve claramente por qué aquel acto final hubo de repercutir a distancia, para dar nombre a un lugar de poca importancia y sólo muy indirecta­mente implicado en el asunto de la rendición. Además, el fin de una guerra no es siempre tan fácil de determinar como su principio: en el caso de la conquista de Tenerife, la precisión parece ilusoria y, de he­cho, la guerra no había terminado. Las fechas finales que mencionan los antiguos historiadores, y con ellos la mayor parte de los modernos, son muy variables: 25 de julio, 29 de septiembre y alguna más.

No se trata aquí de multiplicar las hipótesis: de toda forma, sería más fácil formularlas y, una vez formuladas, impugnarlas, que estable­cerlas a base de argumentos irrefutables. Es preciso observar, sin em­bargo, que las soluciones propuestas son confusas e incompletas, co­mo toda explicación a posteriori. El nombre de la fiesta de la Santa Cruz aparece en una serie de circunstancias más o menos contemporá­neas, lo cual dificulta su ordenación cronológica y su derivación: fecha de llegada de los conquistadores, fecha de la primera misa, fecha de la terminación de la conquista, madero clavado en el lugar del desembar­co, iglesia del lugar y nombre del mismo. Si tratamos de determinar quién explica a quién, corremos el riesgo de girar en redondo y que­darnos definitivamente en el limbo de las verdades nonatas.
Debe notarse, sin embargo, que entre los datos en presencia los hay hipotéticos. Si los descartamos, hallamos que lo cierto es única­mente que la iglesia y el lugar sí se relacionan directa y seguramente con la fiesta de la Santa Cruz. Se puede documentar que en 1499 el lugar y puerto se llamaba ya Santa Cruz: ésta es la fecha en que encon­tramos su nombre por primera vez. Luego se le llama de vez en cuan­do Santa Cruz de Añazo; pero el nombre indígena desaparece rápidamente. Por otra parte, ya queda dicho que la iglesia, cuyo nombre se documenta por primera vez en 1500, tuvo la Santa Cruz por primera advocación.

Siendo así, cabe replantear el problema y preguntarse quién exis­tió primero, si la advocación de la iglesia o el nombre del lugar. A lo mejor el lugar no necesitaba nombre nuevo, ya que tenía nombre y to­dos sabían que se llamaba Añazo. A lo mejor, alrededor de una cruz, la de Fernández de Lugo u otra, se desarrolló el culto y, más tarde, el templo del lugar. Este templo conservó la advocación de la Santa Cruz cuya sombra había presidido a su nacimiento, y el pueblo se nombró luego por su iglesia, como es frecuente. En este caso no se trata de un nombre impuesto desde arriba y, por decirlo así, fundacional, sino de un desarrollo popular y espontáneo: las explicaciones de los histo­riadores son imaginaciones tardías, sugeridas por el nombre, en una época en que se había olvidado que la iglesia del lugar había tenido al principio el título cuya explicación se estaba buscando.” (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998.t.1:41 y ss.)

(1)  Por lo visto Ciuranescu ignora que en 1479, el mercenario y traficante de esclavos Alonso de Fernández de Lugo un año después de su llegada al real de Las Palmas en compañía del masacrador de pueblos Pedro de Vera, según recoge Marín de Cubas: “En la Isla de Thenerife hizo una entrada Alonso Fernández antes de irse á España con las Compañías de la Hermandad el año 1479; llevando práctico entró de noche á la parte de Icod, trajo á Canaria buena presa de ganado que halló acorralado, muy manso, todo cabrío, tres mujeres, dos hombres y algunos muchachos, que dormían en cuevas, y mucho sebo, carne salada 263, panes de cera y cantidad de velas de cera medio encentadas y una á modo de cirio pascual encentado, cueros de cabra y cebada, dejáronse allá otras mayores cantidades de todo esto, y molinitos ó tahonillas de mano, cazuelas y platos de barro tosco.” (Marín de Cubas [1694] 1993:168-72) (NA)

1494 Mayo 7,?. Una flota al mando del invasor y esclavista  Alonso  de Lugo zarpa desde Tamaránt (Gran Canaria) con destino a Chinech (Tenerife). Quince embarcaciones transportaban a un gran ejército al que acompañaba un grupo de guerreros de Tamaránt, capitaneados por Maninidra.

1494 Mayo 8. Medina del Campo (f. 56). Incitativa al gobernador o juez de residencia de Gran Canaria, para que determine en la petición de Antón viejo, vecino de la Gomera, que reclama las tierras que le correspondieron por su participación en la conquista de Gran Canaria, donde vivió cuatro años después de ganada, que fueron entregadas por Pedro de Vera, gobernandor a la sazón de dicha isla, a su allegado Trujillo, que no participó en la conquista. Don Alvaro, decanus Yspalensis. Andreas. Antonius. Franciscus. Filipus. Diego. Mármol. (E.Aznar; 1981)
1494 Mayo 8, Medina del Campo AS, RS,. ACW, pc. xVm-1494/34-35.
Antón Viejo ynçitatiua.

Don Fernando e Doña Ysabel etc. A vos el nuestro governador o juez de rresidencia de la ysla de la Grand Canaria salud e gracia. Sepades que, Antón Viejo, vezino de la ysla de la Gomera, nos fizo rrelación diziendo que al tiempo que nos enbiamos a conquistar la ysla de la Grand Canaria él fué vno de los que fueron conquistar la dicha ysla i estouo en ella todo el tyenpo desde que se comencó (sic) a conquistar fasta que se ganó, e después de ganada, estouo en ella más de quatro años donde diz que le dieron tierras en rrepartimiento como a cada vno de los que asy se hallaron en la dicha conquista, como nos mandamos dar, e que tuvo las dichas tierras pacíficamente los dichos quatro años e que gastó en las reparar e .arar a sus bienes e que después, por que se fué de ally a la dicha ysla de la Gomera, que.syn hazer cosa por que meresciese cosa alguna, que Pedro de Vera, governador que a la sasón ally estaua, le tomó las dichas tyerras e las dió a v no que llama Trugillo que nunca en la dicha conquista se halló e que por benir con el dicho Pedro de vera e ser su allegado se las dió, en lo qual él rrescibió mucho agrauio e dapno. E nos suplicó e pidió por merced le mandásemos voluer las dichas tierras, pues él trabajó muncho en la dicha conquista, o sobre ello le proueyésemos como la nuestra merced fuese. E nos tovímoslo por bien por que vos mandamos que luego veades lo suso dicho e llamadas e oydas las partes a quien atañe etc. fagades e administredes entero conplimiento de justicia al dicho Antón Viejo etc. E non fagades ende al etc. (La pena es de 10.000 y el emplazamiento en forma.) Dada en la villa de Medina del Campo, a ocho días del mes de mayo año etc. de mill e quatrocientos e noventa e quatro años. Esto hazed e complid atento al tenor e forma de la carta que vos será dada para hazer el dicho rrepartimiento de 1as dichas tierras de la dicha ysla. Don Aluaro, Tohannes licenciatus, Decanus yspalensys, Andrés dootor, Antonius doctor, Franciscus de Cárdenas (?), Filipus doctor, Dyego licenciatus. Yo _Anafonso (sic) del Mármol, escr. de cámara del Rey e de la Reyna nuestros señores, la fyz escreuir por su mandado con acuerdo de los del su consejo. (D.J. Wölfel)

1494 Mayo 10. Medina del Campo (f. 21). Receptoría al gobernador o juez de residencia de Gran Canaria, para que reciba los testigos que Gonzalo Arias, escribano de cámara, ha de presentar ante los del Consejo, en seguimiento del pleito que trata con Gonzalo de Burgos, vecino de Gran Canaria, sobre la escribanía del ayuntamiento de dicha isla, que éste dice pertenecerle por provisión de Pedro de Vera, gobernador que fue de la isla, mientras Gonzalo Arias alega que le corresponde por renuncia de Luis de Sepúlveda, confirmada por los reyes.Don Alvaro. (E.Aznar; 1981)

1494 Mayo 26. Medina del Campo (f. 57). Incitativa al Ido. de Villena, oidor de la Audiencia y juez de términos de Sevilla, para que determine en la petición de doña Beatriz de Bobadilla, viuda de Fernando Peraza, que reclama la heredad de Marinilla, en el Aljarafe de Sevilla, que le tomó hace siete años doña Ines Peraza, alegando que le fue vendida por Fernando Peraza, venta que es ilegal por pertenecer dicha heredad a la dote que le dieron los reyes para su matrimonio. Don Alvaro. Antonius. Gundisalvus licenciatus. Felipus. Franciscus licencia tus. Juan Alonso del Castillo. (E.Aznar; 1981).

1494 Mayo 29. Uno de los acontecimientos históricos más importantes desarrollados durante el expansionismo del entonces naciente imperio colonial español, tuvo lugar en la comarca de Acentejo o Centehun en el sitio que a partir de entonces tomó el nombre de La Matanza de Acentejo, en Chinech. (Tenerife) en este lugar en la segunda quincena del mes de mayo, las tropas invasoras mercenarias dirigidas por el destacado merc enario y traficante de esclavos al servicio de las coronas de Castilla y Aragón Alonso Fernández de Lugo vio doblada su altiva e insolente cerviz, ante el más grande caudillo que ha tenido la Matria Canaria, el grande entre los grandes de su tiempo, Kebehi Benchomo

La batalla de Acentejo supuso la mayor derrota sufrida por las tropas españolas en sus conquistas imperialistas, no sólo en Canarias (cuya conquista duró casi un siglo), sino que, en las innumerables batallas sostenidas por la conquista del Continente americano, las tropas españolas jamás tuvieron una pérdida de hombres como la que sufrieron en el encuentro de La Matanza de Acentejo, donde un cuerpo de ejército guanche compuesto por 300 hombres dirigidos por el Achimencey Chimenchia/Tinguaro, (hermano del Kebehi Benchomo), infligió al ejército invasor la mayor derrota que jamás sufrieran los ejércitos españoles en sus aventuras coloniales durante la baja Edad Media.

Durante ocho años como hemos apuntado, Alonso de Lugo alternó el cuidado de sus noventa fanegadas de tierra usurpadas en Agaete, Tamaránt con las continuas razzias y saqueos en las costas del continente así como en las Islas de Benahuare (La Palma) y chinech (Tenerife), al tiempo que iba preparando la conquista de las mismas procurando fomentar las disensiones entre menceyatos, y la de los achicaxnay contra los achimenceyes alimentado arteramente el odio entre las diferentes castas entre los naturales, usando para sus fines como valiosos colaboradores en Tenerife a los menceyes de los bandos de Güímar, Abona y Adeje, los cuales ya habían venido recibiendo influencia cristiana por parte de los frailes que se habían instalado desde dos siglos antes, en el eremitario de Gúímar, así cómo a un buen número de gomeros cristianizados que fueron introducidos en la isla - conocidos como Babilones - y quienes con posterioridad a la conquista decidieron sacudirse el yugo de los españoles y formaron un núcleo importante de resistencia al lado de los alzados guanches.

El principal inductor de los disturbios internos, en los prolegómenos de la conquista fue el Guadameñe de Güímar, hermano de Añaterve, el cual fue apercibido por Benchomo para que cesara en sus intrigas, pero éste, confiado en la supuesta protección que los españoles le habían prometido, continuó fomentando las luchas internas entre las castas de los Menceyatos de las bandas del Norte, razón por la cual Benchomo ordenó que el Guadameñe fuese ahorcado en la montaña de Tafuriaste, (donde al presente se encuentra el hotel las Aguílas) Mientras, el príncipe Guetón, hijo de Añaterve era retenido como rehén en Tahoro.

LUGAR DE LA BATALLA: Desde el campamento de Jardina (zona que abarca desde la actual Gracia, Los Rodeos hasta Venhu (Las Mercedes) en la segunda quincena del mes de mayo de 1493 el ejército invasor se puso de nuevo en marcha con grandes precauciones, pues durante su marcha hacía el Valle de Tahoro eran hostigados continuamente por algunas partidas de guanches de los Menceyatos de Tegueste y Tacoronte, que les hostigaban por los flancos.

El ejercito invasor continuo su avance hacía Tahoro sin mayores dificultades, por el camino se iban apropiando de numerosos rebaños de ganados que pastaban aparentemente abandonados y que, por la natural rapiña de los mercenarios éstos se resistían a dejar en el campo, así continuaron hasta la altura de la actual Cuesta de la Villa, donde decidieron hacer un alto y formar consejo de oficiales para determinar las medidas a tomar. En el consejo prevaleció la opinión de retornar al campamento de Añazu (Santa Cruz) con la cuantiosa presa de ganados que tenían, seguidamente iniciaron la contra marcha hacía Eguerew. (La Laguna) De esta manera tan poco estratégica retrocedía la vanguardia ufana con la rica presa cuando en el aire sonaron unos agudos silbidos y ajijides que pusieron en movimiento desordenado a los hatos de ganados al tiempo que caían grandes piedras y troncos de árboles sobre las sorprendidas tropas españolas, los banotes hendían el aire yendo a encontrarse bruscamente con los pechos de los mercenarios traspasando sus corazas.

Pasado los primeros momentos de estupor en el Ejército invasor, cada uno buscó por instinto, un grupo donde apoyarse y, sin previo concierto, entregados a su propia iniciativa, se organizó una especie de defensa por pelotones ante la imposibilidad de maniobrabilidad de los caballos el arma más efectiva de las tropas españolas. Bien pronto la línea del frente quedó convertida en un amasijo de cadáveres de hombres y caballos. Toda defensa ante el empuje guanche era inútil, en el fragor de la batalla destacaron por su arrojo y valentía Chimenchia, Sigoñé, Guadafrá, Arafo, Tigaiga y otros significados capitanes de Benchomo y sus aliados.


La derrota del Ejército español en la batalla, que después pasaría a conocerse como de La Matanza de Acentejo, fue total. De las tropas españolas, solamente logró sobrevivir un grupo de unos trescientos de los que la mayoría eran isleños de las islas ya sometidas y algunos portugueses que a nado se refugiaron en una baja de la costa, y otro de unos treinta que lo hizo en una cueva, como veremos más adelante. Entre los hechos recogidos por los cronistas destacan tres que merecen ser narrados, el primero, la vergonzosa huida a uñas de caballo ayudados por algunos auxiliares güimareros del capitán Alonso Fernández de Lugo y, parte de su plana mayor, quienes abandonando a su suerte lo que restaba de sus tropas y atravesando Chicayca (La Esperanza), ganaron la seguridad del torreón de Santa Cruz. El segundo, es que, llegado Benchomo ( quien se había quedado en los campos de La Orotava en previsión de un ataque por parte de los bandos confederados con los españoles, según algunos autores, o para cortar la retirada de los invasores si estos hubiesen decido replegarse a Tahoro según otros), en las postrimerías de la batalla encontrando a su hermano Chimenchia sentado en una piedra, le recriminó de la siguiente manera: -¿cómo es esto hermano, mientras tus hombres se baten con el enemigo, tú estas holgando?.- A lo que respondió Chimenchia, -hermano, yo he hecho mi oficio de capitán que es conducirlos a la victoria, ahora los carniceros hagan el suyo,- dando a entender con ello que un caudillo guanche no tiene que mancharse las manos con la sangre de los vencidos si no es en defensa de su vida. El tercero, es el que un grupo de unos 30 de soldados posiblemente informados por los isleños aliados buscaron refugio en una cueva, los cuales concluida la batalla obtuvieron la misericordia y ayuda de Benchomo quien los hizo conducir sanos y salvos al campamento español de Añazu. Esta aptitud benevolente por parte del régulo tahorino se explica si, como creemos, los mercenarios se refugiaron en la Cueva Santa del Sauzal o en la necrópolis de la montaña de los guanches. Es bien conocido el respeto del pueblo guanche por los lugares Santos y el derecho de refugio que adquirían los asesino que se acogían en los lugares sacros. Hechos similares se habían registrado durante la conquista de Tamaránt (Gran Canaria), y posteriormente se repetiría en transcurso de la batalla de Eguerew (La Laguna).

En el glorioso día de la batalla de La Matanza de Acentejo, las armas españolas sufrieron la mayor humillación que jamás les fuera infligida durante su larga etapa imperialista de colonización,  ocupación y masacre de otros pueblos. Esta derrota les fue infligida por un grupo de solamente 300 guerreros guanches de los Tabores de Taoro dirigidos por el indómito Sigoñe Chimenchia / Tinguaro.

¿DÓNDE FUE EL CAMPO DE BATALLA?: Uno de los aspectos que más interés ha despertado entre los investigadores ha sido localizar el lugar exacto donde tuvo lugar el enfrentamiento, en este aspecto, quizás el trabajo mejor desarrollado sobre el particular, y sin lugar a dudas, se debe al Amusnau tinerfeño don Juan Bethencourt Alfonso, por tanto, dejemos que sea él quien nos sitúe en el lugar exacto de los hechos.
"...Aunque sobrecarguemos estos antecedentes corriendo el riesgo de parecer difusos, no podemos menos que insistir en ciertos detalles para comprender las evoluciones que hizo el ejército invasor, por ser indispensable para precisar el campo de batalla y la causa de la derrota.

Los historiadores y la tradición están de acuerdo en el hecho de que el combate se libró en el Barranco de Acentejo (nosotros diríamos a partir del barranco de Acentejo), pero no lo están respecto a un sitio determinado. Unos dicen, han oído a sus mayores que la batalla tuvo lugar en las Guardas, próximo a la montaña de la Atalaya; otros que fue en el fondo del barranco de Acentejo, por el sitio que lo corta el camino de San Juan; Algunos afirman que este punto del barranco fue por donde lo atraviesa la calle de El Medio, y no pocos señalan diferentes lugares del camino de San Juan a la ermita de Guía, con especial “Las Toscas de los Muertos” o Callejón de Centejo , que se extiende a lo largo del borde Norte del barranco de Acentejo o de San Antonio, entre la carretera y la ermita de Guía.

Indudablemente hubo refriegas en todos estos sitios, que estaban en la línea de operaciones o camino de retirada que tomó la vanguardia del ejército invasor, cuando ya sólo se batía para abrirse paso y salvar la vida, como lo consiguieron varios.

Para nosotros es evidente que el verdadero campo de batalla, o sea la región en que se preparó la sorpresa, fue a lo largo del camino de Santo Domingo que atraviesa el caserío de Bubaque, a partir a del barranco de Acentejo, o séase del punto de unión de los caminos de los guanches o Centejo de Abajo con el de Acentejo o Real de San Cristóbal, que se verificaba, como queda dicho, en el borde Norte del barranco de Acentejo.
Como quiera que de todos los lugares señalados sólo la parte del barranco de Acentejo, que está atravesada por el camino de San Juan, es la que más se indica por los historiadores como en la que tuvo lugar la derrota, y por otra parte se sabe que este combate se libró sobre el camino que llevaba el ejército y en el barranco de Acentejo, sólo falta que dilucidar si el antiguo camino de o Real de San Cristóbal pasaba por el hoy camino de San Juan o por el de Santo Domingo.

No hemos encontrado ni sabemos exista ningún documento que resuelva de plano este asunto; por manera que hay que resolverlo "a posteriori" y por deducción.

Creemos que el antiguo camino de Acentejo bajaba a lo largo del borde Norte del barranco de San Antonio, hasta llegar a unirse en la ermita de Guía con el de los Guanches, que después unidos cortaban el barranco y se continuaban por el que hoy lleva el nombre de Santo Domingo.

1º. Porque según la tradición el camino de San Juan, si bien antiguo, es más moderno que el que va para abajo hasta la ermita de Guía. Entre estas tradiciones se halla la que ya contamos respecto a los numerosos rebaños del "principado" de Acentejo, que al pasar por este camino de 28 varas de ancho lo cubrían por completo desde la ermita de Guía hasta la montaña de la Morra. Además, si se estudia el camino de San Juan se ve que fue abierto después de la conquista para las necesidades agrícolas de los nuevos caseríos o pueblos de la Victoria, pues no lleva la dirección de las llanuras de Acentejo.

2º. Que aún viven ancianos que vieron, antes del trazado de la carretera y las nuevas roturaciones, que seguía el camino de San Cristóbal hasta la ermita de Guía, de más de 15 varas de ancho pero que se fue perdiendo a medida que ganaba el de San Juan, convirtiéndose al fin en una vereda.
3º. Que como se sabe que el camino del Real de San Cristóbal o de Acentejo iba para las llanuras de este nombre puestos en el terreno se observa que para que así suceda es tanto más fácil -por no decir necesario- cuanto mas se baja hacía la ermita de Guía; y que si el camino de Acentejo hubiera llevado la dirección de San Juan, para ir a Tahoro no se pasaría por dichas llanuras de Acentejo.

4º. Porque colocados sobre el terreno a ninguna otra región de los contornos es aplicable el sitio en que dice se dio la batalla la siguiente data, concedida en 1503:

"Yo el Adelantado Don Alonso Fernández de Lugo, Adelantado de las islas de Canaria, Gobernador e justicia mayor de Tenerife e San Miguel de La Palma e capitán general de Berbería, por el Rey e la Reina nuestros Señores e por virtud del poder de sus Altezas tengo que repartir las tierras de riego e de sequero e heredamientos de estas dichas islas, doy a vos Juan Benítez, como a vecino e conquistador que fuiste destas dichas Islas, y por los muchos trabajos que en estas conquistas obistes os do en nombre de sus Altezas, para vos y quien vos quisieredes un pedazo de tierras de sequero, que son en Acentejo, para sembrar pan, las cuales dichas tierras haveis de echar la linde desde un Pino que está en canto de la Rambla honda donde estuvimos el Día del desbarato de Acentejo...".
Y 5º. Porque, como veremos, a no ser la sorpresa en el punto de unión de los caminos de los Guanches y Acentejo o de San Cristóbal el ejército español hubiera tenido una retirada."

Está ampliamente documentado, que entre los guanches en sus tácticas de guerra no figuraba la persecución y extermino del enemigo vencido que huye en desbandada, por esta razón Alonso Fernández de Lugo y el resto de los invasores pudieron alcanzar el fuerte de Añazu o de Santa Cruz, y reembarcar al día siguiente los supervivientes rumbo a Gran Canaria, transportando con ellos mediante engaños a trescientos guanches auxiliares del bando de Güímar, los cuales fueron enviados a España para ser vendidos como esclavos, manera que tuvo Lugo de agradecerles el que le salvaran la vida en la rota de Acentejo. Algún autor apunta que los restos del Ejercito español sufrieron un ataque en el fuerte de Añazu, cosa improbable por las razones anteriormente apuntadas, lo que sí pudo suceder es que una vez abandonado el recinto por los españoles, los guanches procediesen a la demolición del mismo.

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