Había nacido en Santa Cruz de
Tenerife, el 12 de mayo de 1898, hijo del general de Artillería don Guillermo Camacho, y de doña María del Carmen
Pérez Galdós y Ciria, sobrina de don Benito. En la capital tinerfeña realizó sus primeros
estudios, en los P.P. del Corazón de María, «los padritos», como el gustaba llamarles. Después, a la
muerte de su abuelo materno el teniente
general don Ignacio Pérez Galdós, la
familia se trasladó a Las Palmas, y
allí, en el Colegio de San Agustín, terminó
su bachillerato, con calificación de sobresaliente.
Con dieciocho años ingresó en la Academia de Infant ería
de Toledo; durante esa época pasó muchas de sus vacaciones en Madrid, donde trató
familiarmente a su tío abuelo don Benito Pérez Galdós, por entonces escritor
consagrado y famoso. En 1919 recibió el
despacho de alférez y realizó su bautismo
de guerra participando en acciones tan importantes como el desembarco de
Alhucemas.
Fue en 1928 cuando alcanzó el
empleo de capitán, e ingresó
posteriormente en la
Escuela Superior de
Guerra, obteniendo en ella el diploma de Estado Mayor. En el Regimiento de Artillería de Las Palmas realizó las prácticas reglamentarias,
para ser destinado más tarde al Protectorado de Marruecos.
Una grave lesión, en acto de
servicio, le motivó la amputación de su pierna derecha, y la separación del Ejército; antes pasó un corto período en
el Ser vicio Topográfico Militar, del que fue retirado, ingresando entonces en el Cuerpo de Mutilados
de Guerra por la Patria.
Con ocasión de nuestra Guerra Civil (1936-39) volvió a prestar
servicios a uxiliares en el Estado Mayor del Gobierno Militar de Las Palmas.
Después de nuestra contienda,
deseoso de completar su formación
humanística, inició estudios superiores
en la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna, concluidos brillantemente en 1944. Ejerció después como
profesor de Historia, Filosofía y Lenguas Clásicas, en la capital de la provincia oriental, en los
colegios masculinos de San Antonio de Padua, San Ignacio de Loyola, Viera y Clavijo, este
último dirigido por el inolvidable genealogista don Pedro Cullen del Castillo; y en los femeninos del
Sagrado Corazón, y de las Teresianas, en ellos trabajó hasta su jubilación, dejando en sus alumnos un
excelente recuerdo como pedagogo.
Don Guillermo había casado en
Barcelona, en 1935, con la distinguida dama catalana doña Pilar de Alós y Fontcuberta, hija de los marqueses de
Dou. D e ellos proceden doña Concepción, fallecida en 1989; doña María del Carmen, casada con don
Juan Do
mingo Jiménez Fregel; y doña
Mercedes, licenciada en Historia, esposa
de don Manuel Sarmiento Peñate.
Camacho fue escritor eminente,
que comprendió las aspiraciones de su tiempo y se unió a los más auténticos
intereses de su tierra; investigador capaz, y autor de buenos trabajos
periodísticos, además de elocuente conferenciante; tuvo la amabilidad, para el que
escribe estas líneas, de hacerle una magistral presentación de su libro «Las
familia
s de Chaves y Montañés de Tenerife»,
en 1990.
Su prosa es erudita, espontánea y
clara, proyectan la imagen de un
individuo sincero e inteligente, pleno de equilibrio moral y de autodominio,
pero por encima de todo son los trabajos de un fervoroso creyente. Nunca
participó activamente en la vida pública, pero en privado dio testimonio de sus
opiniones que eran las de un hombre prudente y tolerante, siempre fiel a sus
convicciones monárquicas y liberales.
Poseyó don Guillermo numerosas
distinciones y condecoraciones, así la
Cruz y Placa de la
Real y Militar Orden
de San Hermenegildo; dos Cruces Rojas al Mérito Militar en Campaña; fue Hijosdalgo a Fuero de España; de la Noble Esclavitud
de San Juan Evangelista, de La
Laguna; Hijo Adoptivo de la Villa de Los Realejos, municipio que perpetúa su
nombre en una de sus más características vías públicas, cercana a la Hacienda de los
Príncipes, que en vida fue su residencia realejera.
Su conocimiento fue para mí
continua enseñanza y fuente de armonía, porque como afirma Michel Yquen de
Montaigne (1533-1592) «La relación y correspondencia la crean las amistades
verdaderas y perfectas».
Nuestros temperamentos afines, su
desinterés y llaneza, propiciaron el mutuo entendimiento, así como lo
intachable y generoso de su afecto. Montaigne también dijo que: «El último
extremo de la perfección en las relaciones que ligan a los seres humanos,
reside en la amistad; por lo general, todas las simpatías que el amor, el
interés y la necesidad privada o pública forjan y sostienen, son tanto menos
generosas, tanto menos amistades, cuanto que a ellas se unen otros fines
distintos a
los de la amistad considerada en
sí misma».
En fin, volviendo al principio,
digo que Dios concedió a este singular canario larga vida, este hombre que supo
hermanar en su amor nuestras dos provincias, siempre enraizados y conocedor de
ellas, gozó hasta el último instante de una esplendida luz mental; envidiable
conversación amena y erudita.
Campechano y afable, para con
todos; la muerte se llevó con él una parte de nuestra memoria colectiva, y
aunque su magisterio permanece en sus escritos, desconsuela su ausencia. Pero
nos conforta la esperanza del creyente, y el pensamiento de aquella frase, tan
repetida por él, «Dios es sobre todo un padre amante», y en esa seguridad,
estoy seguro, habrá acogido Dios el alma de este varón de virtud que en vida
fue Guillermo Camacho.
(Antonio Luque Hernandez. Puiblicado
en La Prensa,
El Dia, abril de 1995)
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