EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1791-1800
CAPÍTULO XL-VI
Eduardo Pedro
García Rodríguez
1797 Julio 24. (Termidor (Julio-agosto 7.) En el archivo del
Ministerio de Asuntos Exteriores de París
se custodia un tomo que lleva por titulo en el lomo: Correspondence Consulaire / Tenerfe/ 1793-1824. En él he
encontrado dos documentos, el primero referente al desembarco de Nelson en
Tenerife el 25 de julio de 1797 y el otro sobre “el espíritu público” de la Isla en el mismo año de 1797,
que traduzco a continuación:
DOCUMENTO NÚM. 1. En° 1027
Libertad / Santa Cruz de Tenerife, 7 Termidorl año 5 de la República Francesa.
33 / (recibido el 21 Termidor) /.
El Cónsul de la República Francesa
en las Islas Canarias, al ciudadano Charles de la Croix, Ministro de Asuntos
Extranjeros. Ciudadano Ministro: Por una carta fechada el 8 Mesidor, tuve el
honor de daros cuenta de la presa de la «Mutine». Esta presa había sido
precedida, en la misma rada, por la de un galeón español, ricamente cargado.
Estos hechos no podían más que
aumentar la confianza de los ingleses, a quienes órdenes más directas, puede
ser, le hicieron infructuoso el proyecto de apoderarse de estas islas.
He aquí el detalle de este
acontecimiento:
El 4 Termidor,
a las 5 de la madrugada, 8 barcos de los cuales 3 veleros de guerra, 3
fragatas, 1 bombarda y 1 cúter hicieron aquí su aparición. Inmediatamente
echaron al agua, bajo la protección de las tres fragatas y de la bombarda que
fondearon al Nord-Este de la rada entre el fuerte de San Andrés y el fuerte de
Paso-Alto, 35 embarcaciones.
La gran
distancia de un fuerte al otro no podía poner obstáculo al desembarco. Los
ingleses, en número aproximado a 600 hombres, ganaron las montañas que bordean
esta parte de la isla, y se hubiesen apoderado del fuerte de Paso-Alto, si los
españoles secundados por algunos franceses no hubiesen llegado a tiempo para
contenerles.
Durante todo el día y hasta
bastante avanzada la noche la bombarda y los fuertes se enviaron algunos
cañonazos y varias bombas.
Al día
siguiente, cinco de los barcos, ya sea en consideración a las dificultades que
habían encontrado o en razón de una fuerte brisa qué se presentó y que podía
lanzarles a
la costa, al fin, por diversión
[ilegible en el original: la palabra que leemos no nos parece correcta y por
eso preferimos dejarla en blanco], las fragatas y la bombarda aparejaron
llevándose a la gente que habían desembarcado y fueron a unirse a los tres
veleros que durante todo este tiempo se habían contentado con vigilar frente a
la rada.
Estas
maniobras nos habían hecho pensar que iban a dirigirse hacia alguno de los
fuertes del Sur-Oeste de Santa Cruz, pero se unieron entre sí y desaparecieron
de nuestros ojos.
Al siguiente
día, alas 6 de la tarde, el enemigo reapareció con un barco de línea más y se
aproximó entonces y todas sus fuerzas vinieron a fondear al lugar que habían
escogido el día anterior. Llegada la noche comenzaron las hostilidades: 30 o 40
bombas llovieron sobre el fuerte de Paso-Alto. El fuerte respondió con
cañonazos y lanzó, también, algunas bombas. El proyecto del enemigo no se
desarrollaba aún. A las 2 de la madrugada el muelle es asaltado por un número
bastante considerable de embarcacio-nes. Las piezas de artillería que lo
defienden son destruidas a excepción de dos. Las baterías del castillo
principal les obligó sin embargo a re embarcar dejando una veintena de muertos
sobre la playa. La misma suerte le esperaba aun cúter cargado de gente que fue
hundido por el fuerte de Paso Alto. La
Cosa no era la misma al Nord-Oeste de la rada. Dos
embarcaciones dirigidas hacia esta parte vienen bajo mis ventanas y bajo mis
ojos a desembarcar 1500 marinos, de los cuales 800 marinos y 700 hombres de
tropa desencadenan una larga fusilada y los repetidos golpes del cañón no les
detienen.
Se efectúa el
desembarco. El enemigo avanza a grandes gritos y se hace de día en medio de un
fuego ensordecedor. Las calles se llenan de muertos. Cada playa se convierte en
un campo de batalla, y la victoria dudosa no se sabiá bajo qué bandera fijarla.
Sin embargo el español redobla sus esfuerzos y hace presa a su enemigo en todos
los puntos. El inglés que se cree cercado por fuerzas superiores se repliega a
un convento de dominicos y desde allí hace demanda de dinero prometiendo
retirarse. El General de estas Islas, Señor Gutiérrez, les responde que él no
tiene más que hierro y muerte que ofrecerles si rehusan rendirse. Una
capitulación ratificada en seguida por el Vicealmirante,Comandante de la División, les hace
reembarcar con la promesa de no molestar estas islas en toda esta guerra. Así
terminó este proyecto de invasión que, según confesión de los prisioneros, no
había tenido otro objeto que el incautarse de los tesoros bastantes
considerables procedentes de un galeón real y de todas las cajas públicas. Yo
creo poder declarar que los elogios a los españoles en esta ocasión deben ser
ensalzados, más que por una maniobra inteligente y bien desarrollada, por una
conducta fuerte y sostenida. Ellos, un puñado de hombres inferior en número y
medianamente disciplinados a 1200 hombres bien armados y conducidos por
[ilegible en el original] que tenían a Nelson por Jefe. Tan importante les
había parecido esta expedición.
Una parte de franceses, al mando
de los cuales se encontraba el ciudadano le Gros, Vicecónsul y Canciller en
esta isla; el ciudadano Occident, Secretario de este Consulado, y el ciudadano
Durier, empleado en dicho Consulado, han recibido honores hasta entonces
desconocidos.
Entre los monjes, uno de ellos
fue muerto y otros cuatro heridos. Sigue el cuadro nominativo de las fuerzas y
de las pérdidas que han tenido los ingleses:
División de la escuadra frente a
Cádiz comisionada por el caballero Terrier, Duque de St. Vincent:
Veleros Cañones Comandante
El Teseo 74 Sir Horacio Nelson
(Al mando de su Capitán Rafael Willet Miller)
El Culloden 74 Capitán Thomas
Thombridge
El Celoso 74 Su Capitán Samuel
Hood
El leandro 50 Su Capitán Thomas
Thompson
Fragatas
la Esmeralda 36 Su Capitán
Waller
la Tersípcore 32 Su
Capitán Ricardo Bowen
The Sea Horse 28 Capitán
Freemantle
Cúter la Zorra 14 El Teniente Gibson
Bombarda: Kateh (Apresada en
Cádiz)
Bowen, Capitán Thompson, Primer
Teniente Ernsham; el Teniente y dos Oficiales del Cuter.
Heridos:
Wetherheard, Nelson, un Capitán,
un Teniente, el Teniente Robinson y el Teniente Douglas.
Salud y Fraternidad.
Clerget = Rubricado. (Antonio Ruiz Álvarez; 1958:137-43)
1797
Julio 25.
Es indudable que el siglo XVIII fue pródigo en
sucesos que han dejado profundas huellas en la memoria de los canarios. En
Tenerife, uno de los hechos que más profundamente pervive en la memoria popular
es sin duda alguna el ataque perpetrado por una escuadra inglesa al mando del
entonces vicealmirante Sir Horacio Nelson. El tema ha sido ampliamente tratado
en la historiografía local en gran número de libros y artículos de prensa por
diversos y cualificados autores, aunque con diversa suerte en cuanto a los
planteamientos y desarrollo de los hechos acaecidos.
Es un hecho notorio el que la historia suele
escribirla los vencedores –en Canarias tenemos muchos ejemplos de ello -, pero
sí además es escrita por participantes directos en los hechos narrados y
además, los sucesos se narran con el objeto de ensalzar los supuestos méritos
del que escribe con animo de recabar recompensas y prebendas personales, nos
encontraríamos - cuando menos – ante una
exposición interesada o tevirgersada de los mismos.
Esta situación se da en la narración que de la
invasión de la plaza de Santa Cruz nos han llegado escritas por algunos
participantes del drama, como son los casos del Teniente General D. Antonio
Miguel Gutiérrez, el Coronel D. José Monteverde y el teniente de Artilleros de
milicias D. Francisco Grandi, estos personajes miembros de la oligarquía dominante
en Tenerife en lugar de centrar sus escritos en la narración sucinta y verídica
de los hechos, degeneran en un vocerío de plañideras en demanda de las migajas
que de la mesa real puedan caer en recompensa de los servicios prestados a la
corona española. Como es usual sobreponiendo en ocasiones sus interese
personales, a los verdaderos del país,
tal como se desprende del contenido de las súplicas elevadas a la corona por
estos personajes, y de testimonios posteriores.
Si
la tendencia de los vencedores es la de magnificar los hechos, y las personas
que en ellos han intervenido, en contra partida, los vencidos tienden a minimizarlos,
achacando la no-consecución de sus fines, a causas externas tales como el mal tiempo
o la buena suerte del contrario, tratando de salvar así la propia
responsabilidad, por las decisiones mal tomadas por la propia ineficacia de los
individuos responsables.
En
cuanto a la figura del Teniente General Gutiérrez, creemos que ha sido
debidamente descrita por quienes le trataron personalmente - sus contemporáneos
-, quienes tuvieron oportunidad de conocer de cerca el carácter y modo de actuar de este sujeto, unos dejaron
sus impresiones escritas, otros dieron testimonio de los momentos vividos
durante el asalto de los ingleses. No deja de ser significativo el que dos
siglos después de los hechos, algunos autores con determinada filiación
profesional, se empeñen en crear de la figura del General Gutiérrez, un héroe
“pre a porter” del ejército español, ejército que por otra parte era
prácticamente inexistente en la colonia. Creemos que el mencionado general se
limitó a cumplir con las obligaciones de su empleo, dentro de los límites que
le imponía su delicado estado de salud y de las limitaciones propias debidas a
su avanzada edad, apoyado como es natural en la mayor energía y juventud de sus
subalternos.
Por otra parte tienen
mucho que ver con la lectura de los hechos narrados, el tratamiento que a los
mismos van dando los autores que sucesivamente se van ocupando del tema, unos
se dejan guiar por un romanticismo
caduco, otros por determinados intereses localistas, y los más,
siguiendo directrices emanadas de determinados sectores dominantes, todo ello
conlleva el que, con el transcurso del tiempo, los hechos nos lleguen viciados,
y con una gran carga oculta de
determinados mensajes subliminales.
En el caso que nos ocupa, la invasión de la
plaza de Santa Cruz por la escuadra inglesa, al mando del contra almirante
Nelson se nos muestran los factores que
más arriba hemos expuesto. Determinados autores se esfuerzan en presentarnos
los hechos como la victoria de un ejército español, sobre una escuadra inglesa,
sin tener en cuenta que tal ejercito no existía, por lo menos tal como hoy lo
entendemos, y “olvidando” que las verdaderas tropas defensoras, estaban
compuestas por las milicias Canarias, tropas éstas compuestas de campesinos,
marineros y pescadores, braseros, artesanos y modestos empleados, quienes
además aportaban las escasas armas de que disponían a su costa, dándose el caso
de que los contingentes más numerosos los aportaban los rozadores, campesinos
armados solamente de un palo con una rozadera fijada en uno de sus extremos
(herramienta que se emplea para cortar zarzas y otras hierbas), con las cuales
tenían que hacer frente a fusiles, pistolas, sables, adargas e incluso a
cañones. Éstas fuerzas, apenas
mencionadas por algunos cronistas de manera muy superficial (cuando lo hacen),
pasando de puntillas sobre el tema, sin valorar debidamente que eran el
verdadero ejército que defendía las islas de
cualquier invasión. (Eduardo Pedro García Rodríguez)
1797 Julio 25.
En
los hechos de armas que han tenido lugar tanto en nuestra isla
(Chinech=Tenerife) como en las restantes del archipiélago canario, los
cronistas e historiadores se extienden ampliamente narrándonos la situación de
las tropas la disposición de la artillería y sobre todo, las acciones
supuestamente heroicas de determinados
protagonistas que han intervenido en algún enfrentamiento o combate. Los
comportamientos digamos heroicos reales
o fraguados en las mentes de los actores, cuando no, fruto de la cohorte de
aduladores que suelen pulular alrededor de quienes ostentan algún poder por
mediocre que éste sea. Este planteamiento, naturalmente no es aplicable a un
buen número de personas que haciendo honor a su condición de hombres de bien y
de patriotas que, al margen de su
situación social o económica se actúan con el valor y valentía que las
circunstancias demandan. Estos historiadores y cronistas suelen olvidar con frecuencia a los verdaderos protagonistas,
que por no gozar en la época de la
consideración de vecino – como contribuyentes- o ocupar empleos artesanales o
de servicios, son despreciados cuando no despojados de los méritos que hubiesen
contraído en determinadas circunstancias al producirse peligros ciertos para la comunidad, tales
como incendios, inundaciones, epidemias o ataques de algún enemigo del
exterior, a pesar de que, sin la intervención de éstos, los hechos hubiesen
podido tener otros derroteros.
La
situación que hemos reseñado
anteriormente, se da entre los atalayeros de nuestras islas,
hombres que realizaban una función vital
para la seguridad de los pueblos y que, con sacrificios sin cuento velaban
mientras los ciudadanos descansaban tranquilamente. Fue una ocupación poco
apetecible por la precariedad de medios con que se veían obligados a
desarrollar su cometido de vigías. Siendo los ojos que velaban mientras que el
resto de la población dormía, carecían de abrigos adecuados y agua potable,
pobremente alimentados y con un salario ínfimo. Estaban continuamente expuestos
al sol, a la lluvia y a los continuos vientos inclementes que azotaban los
lugares donde tenían que desarrollar su labor de vigías. Un ejemplo de lo que
venimos diciendo nos lo aporta las atalayas de Anaga, las cuales jugaron un
destacado papel en los hechos (no reconocidos debidamente) el 25 de Julio de
1779, ya que de no haber contado la plaza de Santa Cruz con la eficaz alerta de
los vigías de las atalayas de Anaga, los resultados de la invasión inglesa hubiesen podido ser muy diferentes a los que
conocemos.
El
lector puede hacerse una idea del secular aislamiento a que ha estado sometida
la comarca de Anaga, y dentro de ella, de manera muy especial el pago de
Igueste o Egueste, hasta fechas muy recientes, mediante algunos de los pasajes
que sobre este antiguo menceyato a finales del siglo XIX nos ha legado el
viajero y escritor Belga Jules Leclercq:
...”A las ocho de la mañana, me despedí
de mis huéspedes, para regresar a Santa Cruz por la vertiente meridional de la
cordillera de Anaga. Los caminos en esta vertiente so “...A las tres, llegamos ante una pobre choza, que era la vivienda del
buen canario. Me invitó a entrar, e izo que su mujer me sirviese dos huevos y
un vaso de agua, excusándose por no tener vino. El canario no vende su
hospitalidad: por suerte, me quedaban unos cigarros, y esto fue todo lo que
logré que aceptara a cambio de sus buenos servicios”. ...“¡Qué diferentes estas
afectuosas costumbres de las de algunas partes de España, de donde el
extranjero es expulsado como un malhechor! En Noruega, y en otros países
primitivos, he encontrado pueblos afectuosos y hospitalarios, pero dudo que
ninguno de ellos pueda rivalizar, en este sentido con los buenos isleños. ¡Dichosos
país en el que no es posible dar un paso sin encontrar por el camino un guía,
un amigo, un hermano! Estos encantadores hábitos se encuentran, generalmente,
en las islas fértiles que gozan de temperatura constante” “ aún peores que las del lado norte. Al
consultar el mapa, se podría creer en la posibilidad de llegar en media hora al
pueblecito de Igueste, primero que se encuentra a partir del faro. Pues bien,
yo no tardé menos de cinco horas en cubrir dicho trayecto, porque este terreno
volcánico está tan sembrado de piedras afiladas como hojas de cuchillo y
formado por tantas rocas cortadas a pico, barrancos y precipicios, que el
camino se duplica”.
“esta
es la excursión a caballo más peligrosa que he hecho desde que recorro
montañas...”. En estos agrestes parajes tan bien descritos por Jules
Lecclercq, René Verneau y otros científicos y aventureros, desarrollaban su
labor los sufridos atalayeros.
En
un interesante libro elaborado por el colectivo “Atalaya” de Igueste de San
Andrés y titulado precisamente Igueste rincón de Anaga, los autores nos
dan una de las pocas referencias escritas que existen sobre las atalayas que
existían en Anaga, en él nos van desgranando las diferentes funciones que
realizaban los atalayeros conforme a las necesidades de las épocas, en unas
ocasiones las causas de las vigías estaban motivadas por las epidemias con que
con bastante frecuencia Europa o América acostumbraban a “obsequiarnos”, y en
otras, por las alertas motivadas por las frecuentes guerras europeas o por las
visitas de piratas y corsarios.
El
cabildo colonial de Tenerife, ante los avisos recibidos de epidemias en Europa,
dispone como medidas de protección sanitaria el que las atalayas den aviso de
la presencia de barcos sospechosos de ser portadores de la infección
(anunciando el rumbo que traía las naves.) Alguna de las medidas preventivas
tomadas, consistía en la vigilancia de los puertos y caletas por los guardas o
rondas de salud quienes sometían a cuarentena a los navíos sospechosos de estar
infectados. Una de las primeras epidemias sufridas en la islas después de la
conquista, tubo lugar en 1505-1507, en
Anaga, cuyo foco principal fue localizado en el valle de Abicore o
Abikur, ( hoy San Andrés) posiblemente debido a los contactos que los Ibautes,
familia de notables de Anaga, acostumbraban a mantener con piratas y
esclavistas, desde tiempos anteriores a
la conquista, en que el negrero Salazar,
al servicio del bandolero Alonso Fernández de Lugo, frecuentaba las costas de
Anaga para llevar a cabo las razias contra los menceyatos de Tegueste,
Tacoronte y Taoro.
Precisamente
en el Valle de San Andrés, tuvo lugar el primer confinamiento sanitario de que
tenemos noticias en la isla.
En el Cabildo del 26 de Mayo de 1505, el
segundo asunto tratado fue referente a la epidemia que azotaba a la familia
Ibaute, por lo que, “Ovieron plática en cabildo que hay cierta noticia e
información que en Anaga, en las moradas de Diego de Ibaute e Guaniacas e
Fernando de Ibaute e sus hermanos a avido e ay mal pestilencial de manera que
en pocos días an fallecido muchos dellos e por remediar el daño que del
comunicar con ellos se podría recrecer mandaron dar un mandamiento contra los
susodichos para que estén en sus moradas e sitio donde moran e se entiende en
todo el valle donde moran y no vengan a comunicar con las otras personas desta
isla, ni salgan de dicho valle, ni se junten con ninguna persona otra y si
alguna persona inorantemente fuere a hablar con ellos, que le avisen y se
aparten dellos.”
El
10 de Septiembre de 1508, el Cabildo hace pregonar las precauciones a
tomar ante la posible arribada de navíos
procedentes de las tierras que no están sanas y mueren de pestilencia en
especial de las islas de La
Madera, Cabo Verde y Las Azores.
Las
de 1513-1514 y las de 1520 y 1530 por pestilencia en Gran Canaria, Lanzarote y La Gomera. Esta
situación, motivó que el Cabildo de Tenerife acordara pagar seis doblas a los
dos guardas de la salud (atalayeros) que vigilaban las Punta de Daute y la de
Anaga.Como consecuencia de las epidemias de Sevilla, Madeira y Gran Canaria, en
1524 el Cabildo acuerda que se vigile “El Valle de Salazar hasta la punta de
Anaga...”La situación se renueva con nuevos casos de calenturas y modorra en
los años 1568 y 1579. Las atalayas de Anaga desde su emplazamiento en el siglo
XVI hasta el XVIII, empleaban como
sistema de comunicación de señales el fuego y el humo en horas determinadas y
según los barcos avistados. En 1793, se crea un plan de vigías dividiendo la
isla en cinco zonas, correspondientes a los cinco regimientos de Milicias, a
cuyo cargo quedaba su cumplimiento y vigilancia. Al cargo del regimiento de
Abona quedaban tres centinela o atalayas en Arico, en Guía de Isora dos, en
Granadilla, Chasna y Valle Santiago, una en cada jurisdicción. Las de Buena
Vista, Los Silos y El Tanque y Punta de Teno. Estaban al cargo del regimiento
de Garachico. Al regimiento de La Laguna le correspondía
organizar y mantener las de Taganana, Tejina, Valle de Guerra y Tacoronte,
quedando excluidos regimientos de La
Orotava y Güímar, por las amplias zonas costeras que debían
cubrir con sus fuerzas.
Desde la Atalaya de “La Robada” o “Atalaya Vieja” en Igueste de San Andrés, Don Domingo Izquierdo, también conocido como
Domingo Palmas (que había sido agregado a la atalaya de Igueste con motivo del
estado de alerta, y por ser entendido en el uso de las señales con banderas)
cumplía sus funciones de atalayero, con sueldo de 20 pesos mensuales,
concediéndosele además las tierras que pudiera cultivar en aquellas ingratas
laderas y licencia para construir una casa, suponemos que a su costa.
Mientras sus compañeros José Matías, Luis Rodríguez y Salvador García
descansaban. Esa noche, le correspondía hacer guardia, decidió con su habitual resignación a pasar otra
noche de tedio, se arropó en su manta pues a pesar de estar en pleno verano,
aquella madrugada del 22 de Julio estaba resultando bastante fresca debido a
los fríos vientos del Norte que por aquellas alturas se hacen notar. Sentado en
el pollo del mirador de la atalaya Don Domingo compaginaba sus pensamientos con
un continuo escudriñar en la oscuridad
tratando de descubrir las velas
cualquier navío que se aproximase a las costas de la isla, misión en la que
ponía el máximo empeño pues le habían ordenado poner gran cuidado en su labor
ya que el Rey de España estaba en guerra con el de Inglaterra, y era de esperar alguna tentativa de ataque a
la isla por corsarios o escuadra inglesa.
Sobre
las cuatro y media de la madrugada, Don Domingo, oteando a través de la oscuridad vislumbró una serie
de siluetas de navíos, inmediatamente dio aviso a sus compañeros, uno de los
cuales se desplazó al pueblo de Igueste
y despertando al barquero, aparejaron el bote, (que en la época era el medio de
transporte más rápido entre Igueste y Santa Cruz) e iniciaron de inmediato la
travesía hacía la plaza y puerto en el bote de éste, a las siete y media de la mañana entregaban
el aviso en la fortaleza de San Cristóbal.
El
General Gutiérrez ordenó al comandante del batallón de infantería – segundo
jefe de la plaza- Don Juan Creagh, oficiar al vigía Don Domingo Izquierdo
acusándole recibo del parte al tiempo
que le encargaba la mayor vigilancia, “notificando por escrito con claridad
cuando ocurra novedad de alguna atención, y que al anochecer le despache “Vm.
Una exacta relación de cuanto haya ocurrido y observado durante el día con
expresión de las embarcaciones que quedaren a la vista y sus rumbos, no
omitiendo hacer las señales establecidas”. A partir del momento en que el General
Gutiérrez recibió el parte de la atalaya, comenzó a impartir las ordenes
oportunas para poner la plaza en estado de defensa, como posteriormente
veremos.
Al
amanecer del día 22 de Julio de 1797, se avistó frente a la plaza de Santa Cruz
Tenerife, una escuadra inglesa compuesta de cuatro navíos de línea, tres
Fragatas, un cúter y una obusera; el Teseus,
de 74 cañones en que enarbolaba su insignia de comandante de la flota,
el vicealmirante Horatio Nelson, siendo capitán R. Willett Miller: El Colluden, también de 74 cañones, al
mando del capitán Tomás Troubridge, El Celoso
de 74 cañones, su capitán Samuel Hood; El Leandro,
de 50 cañones mandado por el capitán Tomás Thompson; y las fragatas, el Caballo Marino, de 38 cañones, capitán
Fremantle; la Esmeralda, 36 cañones,
su capitán Waller, y la Tercipsicore, 32 cañones, mandaba ésta el memorable
capitán Bowen (quien como se recordará apresó la fragata española Príncipe Fernando), además acompañaba a
la formación el cúter Fox, al mando
del cual venía el teniente Gibson, y la obusera rayo, que había sido capturada a los españoles en las operaciones
del bloqueo de Cádiz.
Esta
potente escuadra con escuadra contaba con una potencia de fuego compuesta de
393 cañones, frente a los 84 de que se disponía en litoral santacrucero.
Afortunadamente,
los ingleses no hicieron uso de su potencial de fuego por la razones que
veremos más adelante, pues no entraba en los propósitos de Nelson el destruir
la ciudad ni sus fortificaciones y mucho menos ocupar la isla. La flota se mantuvo al pairo en formación frente a
Santa Cruz fuera del alcance de los cañones de los fuertes y baterías de la
plaza.
Ya
desde el 20 de Julio, el contralmirante Nelson, tenía elaborado la primera fase
del plan de ataque, el cual sería ejecutado bajo las ordenes del comandante
Thomas Troubridge, quien tendría bajo su mando a los oficiales Hood, Freemanle, Bowen, Miller y Waller, el
capitán de tropas marinas Tomás Olfiel, y el subteniente de artillería Baynes.
Las fuerzas compuestas de 995 hombres, entre oficiales, soldados de marina,
artilleros, marinos y criados, embarcados todos en las fragatas “caballo
Marino”, Tersipcore y Esmeralda. Con estas fuerzas debían tomar
la altura de Paso Alto poniendo el máximo cuidado en no ser descubiertos, y
embarcando en los botes todos los hombres posibles, además de las piezas de
artillería, escalas, plataformas para la misma, y todos los pertrechos
necesarios para la expedición.
El
plan en esta primera fase consistía en desembarcar en las proximidades de
fuerte de Paso Alto, lejos del alcance de sus baterías, tomar la altura del
“Risco” y desde esta posición batir al fuerte hasta rendirlo y tomarlo, posteriormente el comandante Troubridge debía
hacer llegar al comandante de la plaza general Gutiérrez, una carta ultimátum
escrita de puño y letra del contralmirante Horacio Nelson conminándole a la
rendición (ver documento nº 2), al tiempo que le hacía partícipe de sus
verdaderas intenciones, y de lo que realmente pretendía con el ataque. Dicha
carta permaneció en el bolsillo del portador en espera de que la suerte de los
invasores cambiara de signo, pues en esta ocasión les fue negativo como veremos
a continuación.
A las doce de la
noche las fragatas siguiendo las instrucciones del comandante, se acercaron a
la rada para situarse a unas millas de la costa fuera del alcance de los
cañones, pero se encontraron según testimonio del propio Nelson, “con una
fuerte ráfaga de viento, que soplaba de afuera y una corriente contraria”, que
impidió el que las fragatas pudiesen aproximarse hasta el lugar previsto para
anclar, obligándolas a maniobrar durante toda la noche para mantener la
formación.
Viendo la imposibilidad de que las fragatas
pudiesen llevar a cabo el plan de desembarco, a la una de la madrugada Nelson
dio orden al Theseus para que se
acercara a la línea de batalla y ordenó a los capitanes Troubridge, Bowen y
Oldfield, que se reuniesen con él en su cámara. Comentando las incidencias de
la acción, ante unas copas de buen vino de oporto, los oficiales propusieron a
su jefe algunas variaciones en el plan inicial, sin dudas provocadas por la
escasa fe que les inspiraban los soldados puestos a sus órdenes, pocos
prácticos en operaciones en tierra. Los cambios propuestos consistían en no
expugnar la fortaleza de Paso Alto, sino saltar a tierra con la mayor rapidez
posible y tomar posesión inmediata de las alturas que la rodea y para desde allí dominarla y rendirla, sin
pérdidas de hombres ni comprometer el éxito del ataque. La única modificación
entre este plan y el primero consistía en no tratar de tomar la fortaleza al
asalto. Nelson aprobó sin discusión la propuesta de sus capitanes.
Una
ves embarcadas las tropas en los botes, éstos se encontraron con las mismas
dificultades que los navíos, en una bahía abierta y expuesta a los vientos que
soplan del nordeste, del este y del sudeste: (y que cíclicamente suelen soplar
con tal violencia, que han estrellado a más de una flota contra la rivera) El
fuerte viento contrario, unido a la oscuridad de la noche deshizo varias veces
la formación, les impidió avanzar hacía la playa. Tuvieron que esperar a que
amaneciera para intentar de nuevo el desembarco, perdiéndose así el factor
sorpresa, basa en la que los ingleses fiaban la garantía del éxito de la
operación.
Al
alba los centinelas de Santa Cruz dieron la voz de alarma, las campanas tocaron
a rrebato tardaron poco tiempo en ocupar sus puestos las milicias del lugar .
Desde Santa Cruz se divisaba el grueso de la flota inglesa y algo separadas y
en disposición de avanzar 30 botes de desembarco formados en dos divisiones:
una, de 18 lanchas enfilando la playa del Bufadero, y otra, de 12 frente a Paso
Alto posiblemente con el propósito de desembarcar a sus hombres por la playa de Valle Seco.
Sobre
las seis de la mañana, las lanchas remaban fuertemente hacía la playa. Sin
embargo los disparos de las baterías de la plaza, especialmente los efectuados
desde la fortaleza de Paso Alto, contuvieron a los ingleses, obligándoles a
virar en redondo y buscar la protección de las Fragatas.
.
Los observadores que desde tierra seguían las maniobras de los buques, vieron
como los navíos de la escuadra intercambiaron diversas señales, y a las nueve y
media de la mañana la flota de botes de asalto, inició de nuevo el desembarco
por la playa del Bufadero, acompañándoles en esta ocasión el éxito.
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