jueves, 12 de diciembre de 2013

ATAQUES CORSARIOS Y PIRATICOS A LA ISLA BENAHUARE




SIR FRANCIS DRAKE  EN BENAHUARE



Eduardo Pedro García Rodríguez

En 1585 las continuas desavenencias entre España e Inglaterra durante los reinados de Felipe II e Isabel I habían colocado a ambos países al borde de la guerra abierta. La soberana inglesa pensó dar el paso definitivo con dos provocaciones a las que los españoles no les quedaría más remedio que responder con la fuerza. Una consistió en favorecer abiertamente el levantamiento de los Países Bajos, enviando allí un ejército expedicionario; la otra, que es la que más nos interesa esta noche, se basaba en atacar las posesiones españolas en el Atlántico y en las Antillas.
Con este fin se concentraba en Plymouth, en agosto de 1585, una potente flota compuesta por 21 navíos de guerra y 8 pinazas con funciones logísticas. A su mando se encontraba el más célebre de los corsarios ingleses, Francis Drake, que enarbolaba su pabellón  en el Bonaventure.
          A finales de septiembre, la flota se hacía a la mar y empezaba su viaje atacando, con más bien poco éxito, algunos pueblecitos de la costa gallega. La flota española pensaba que los ingleses no se iban a dirigir hacia el Atlántico, sino hacia el Mediterráneo, por lo que su Almirante, el Marqués de Santa Cruz, no se apresuró en salir a su encuentro. Y cuando lo hizo y llegó al Cabo de San Vicente, los de Drake estaban ya camino de las Canarias.
          Aquí se estaba sobre aviso del tormentón que se venía encima, que se confirmaba cuando el Marqués de Lanzarote mandaba aviso a los gobernadores de Gran Canaria y de Tenerife de que se habían avistado “7 navíos de gruesas velas”.
          Curiosamente, estos barcos no pertenecían a la flota de Drake, pero su detección sirvió para que el efecto sorpresa, tan fundamental en la guerra, desapareciera por completo.  Por ello, cuando Drake se plantó frente a Las Palmas y vio las Unidades de Milicias desplegadas y las baterías de los castillos prácticamente con las mechas encendidas, desistió y se dirigió a otra isla, La Palma, que seguramente pensaba que estaría más desguarnecida y cuyo puerto principal, el de Santa Cruz, también podría proporcionarle un sabroso botín.
 Y el 7 de noviembre aparecieron frente a estas costas “muchos y poderosos navíos”. El licenciado Jerónimo de Salazar, Teniente de Gobernador de La Palma, concentró las tres compañías de Milicias de Santa Cruz, puso en estado de alerta a las demás y preparó los tres castillos de los que hablamos al principio para repeler el ataque. Pero los ingleses “se estuvieron entreteniendo dando una vuelta y otra”, dice Salazar en su informe al Rey, hasta que optaron por desaparecer en el horizonte. Durante 5 días más se mantuvo la situación de alerta, pero en vista de que no aparecían señales de la presencia de los barcos y de que la situación en los campos era angustiosa y había que comenzar la sementera, el Teniente  de Gobernador autorizó a que los hombres marchasen a sus hogares, lo que hicieron el día 12. Pero al amanecer del 13, las hogueras de las atalayas y los disparos de cañón convenidos alertaban de que ahora parecía que la cosa iba en serio. ¿Qué habían hecho los barcos ingleses aquellos 6 días? Unos dicen que llegaron hasta Fuerteventura y otros que se quedaron en la mar a la caza de cualquier desprevenido convoy o barco que surcara estas aguas, pero lo cierto es que volvieron a La Palma.
          Los ingleses dividieron la flota en dos grupos: 19 barcos se dirigieron a Santa Cruz, mientras que otros 10, que dieron la vuelta por el norte de la isla, lo hicieron hacia Tazacorte. Estos últimos se limitaron a observar, pasar y repasar frente al pequeño puertito, con el exclusivo fin de obligar a los defensores a detraer fuerzas de la defensa del objetivo principal: la capital de la isla.
          Los barcos que iban a atacar Santa Cruz se colocaron en una hilera, con el Bonaventure de Drake en cabeza, y comenzaron a navegar con rumbo sur, frente a la población, en dirección a la playa de Bajamar, debajo del risco de la Concepción.
          En tierra, a las 3 compañías de Milicias de Santa Cruz pronto se fueron uniendo algunas de las del interior de la isla, hasta completar más de un millar de hombres.
          La nao capitana era la más próxima a tierra, por lo que el castillo de Santa Catalina le lanzó una andanada con sus diez cañones, pero todos los proyectiles quedaron cortos. Ello envalentonó a los ingleses, que decidieron acercarse aún más a tierra, siguiendo en la dirección de Bajamar, pues ya les parecía de mucha menor enjundia, como en realidad era, la Torre de San Miguel.
          Pero la pericia de los artilleros, la suerte, o la mano del Santo del que la torre llevaba su nombre, hicieron que los dos primeros disparos que efectuaran sus cañones lograran eso tan difícil, el impacto directo sobre el objetivo, nada menos que el mismo barco de Drake, en el que produjeron daños visibles desde tierra y varias bajas.
          Aquello desconcertó a los ingleses, que acudieron a proteger a su buque insignia, rompiendo la formación que traían, y agrupándose a su alrededor. Esta concentración de barcos fue una bendición para los artilleros de Santa Catalina y El Puerto, que tenían ahora muchas más probabilidades de hacer daño, lo que consiguieron en varias ocasiones. Por si fuera poco, el viento se puso de lado de los palmeros, pues les era muy difícil a los navíos alejarse de tierra.
          En vista de la mala situación, Drake se decidió a iniciar un desembarco por Bajamar (donde hubiera servido de mucho aquella batería que Monteverde había propuesto levantar años antes). Pero los hados no estaban aquel día ni con los piratas, ni con la bandera inglesa. La torre, los cañoncitos de campaña de las milicias, los sencillos arcabuces y el estado de la mar hicieron que ni una sola lancha de desembarco pudiera arribar a la playa. Resultado: a reembarcar tocan y a salir cuanto antes del atolladero.
          Con dificultades lograron los navíos ingleses ponerse fuera del alcance de los cañones. Ellos también habían lanzado algunos cañonazos que no hicieron más que desprender algunas rocas del risco de la Concepción. Y tras unas cortas horas de duda, a eso de las tres de la tarde, con mucha más pena (se habla de 30 muertos a bordo de los barcos, y destrozos en bastantes) que gloria (ninguna), las velas inglesas se perdían en el horizonte para “más nunca” volver.
          Este fue el resultado del primer ataque inglés a Canarias, encabezado por el más famoso de sus corsarios, Drake. Santa Cruz de la Palma, y con ella toda la isla, pues hombres de todos sus rincones, sus milicianos, acudieron a la llamada del honor, puede enorgullecerse, con toda razón, de haber derrotado al más grande de aquellos piratas ingleses absolutamente protegidos e incluso elevados a los más altos escalones de la milicia naval británica por sus soberanos; cosa que, por cierto, no pudieron decir en América poblaciones mucho mejor defendidas que la nuestra. (Emilio Abad Ripio, 2007).

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