martes, 17 de diciembre de 2013

CAPÍTULO XLI-VII



EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1791-1800 

CAPÍTULO XLI-VII




Eduardo Pedro Garcia Rodriguez

1806
Tres naturales del Puerto de la Orotava (Tenerife)  fueron los primeros es­peculadores con la barrilla. Dn. Carlos Francisco, persona instruida que ha­bía viajado por España, Francia e Iglaterra, estuvo algunos días en la isla de Lanzarote el año 1724, donde se hacía con la ceniza de barri­lla, sebo de cabras y algún otro ingrediente, un poco de jabón, de mala calidad por lo blanduzco. Conociendo este sujeto la uti­lidad que pudiera sacarse de dicha planta, adelantó algún dinero y efectos a un tal Miguel de Lemos, y al mismo Curras que pasaron a aquella isla, para que estimulasen a la gente de campo a solicitarla y quemarla. Pagábamosla a cuatrarta el quintal de ceniza que es lo que sabían hacer estos naturales, y la hacíamos conducir al P'°. de la Orotava en partidas de ciento a doscientos qqs. Y desde este punto la remitía Dn. Carlos a Inglaterra embarricada, a consignación de la casa de Cólogan, Pollard, Cooper y compañía de Londres.
La exportación de barrilla Kati Alónense desde Lanzarote para Inglaterra y otras partes, en 20 a 30, naves neutrales llegadas por vía de Tenerife, se consideraba en 30.000 quintales anuales; pero no por los libros de Aduana.; porque todo se hacía como Dios sabe. Para dar cabal idea de la introducción progreso e importancia de dicho ramo, copiaré los Párrafos 5. de la memoria que con el nombre del Cap". Mirón se publicaron en el Periódico titulado «El Isleño» N. 2. de 2 de enero de 1840, que es muy exacta. «Deseando saber el origen de la introducción y comercio de la barrilla, Kati-Alónense, me pro­porcionaron tener conversación con Dn. Nicolás de Curras y Abreu, vecino de la villa de Teguise, y natural del Puerto de la Orotava, el cual tuvo la bondad de imponerme de la manera siguiente.

Por los años de 1785 y 86, se empezó a dar estimación a la yer­ba barrilla en la isla de Lanzarote. Quien introdujo la semilla no lo sabemos; si no es indígena, pudiera siendo tan menuda venir pegada por casualidad en algún fardo de paraje donde se cría. Aunque hay una media tradición fue traída de Alicante por un clérigo.

La noticia que allá se estimaba corrió pronto, y con tanta exageiación, que se dijo la pagaban a 60 pa qq. y a fines de 1786, ya D". ( a i los Ramírez Casañas tuvo orden y dinero de su tío Dn. Gregorio i muérdante del Pto. de la Orotava, para adelantar a los labradores a i a/ón de ocho rta. por qq. de cuyo proceder se lamentó Curras según carta original que he visto.

En este mismo año solicitó D". Carlos Francisco una instrucción para saber quemarla reduciéndola a piedra como la de Alicante o de Sicilia, porque en Inglaterra no la apreciaban tanto por ser ceniza: Inscribióle dicha instrucción Mr. Benjamín Jenning, químico de Lon­dres de donde se la trajo con mucha reserva el Cap". Samuel Kirk-man. D". Carlos la tradujo y se empezó a hacer piedra en la cosecha de 1787, saliendo algunas muy grandes y de buena calidad. Cuenta Curras, que le costó muchos enfados y trabajo para poder persuadir a los cosecheros a que se sujetasen al método de la citada instrucción que es cabalmente el que ya hoy se usa en todas las islas. Y desde en­tonces se empezó a cultivar la planta porque antes era espontánea.

En 1789, Curras se lamentó nuevamente de la dificultad de con­seguirla, porque un veneciano había estado aquí comprándola, había dejado a su partida mil pesos para lo mismo, remitido igual cantidad de Sla. Cruz para el propio objeto. Por lo que se puede venir en cono­cimiento de la poca barrilla que se hacía hasta entonces, puesto que con los 3 mil ps. se absorbía un particular toda la cosecha.
La barrilla fue subiendo de precio y extendiéndose su cultivo de manera que en el año 1798, además de la que iba para Londres tam­bién se exportó alguna para Venecia, y Dn. Manuel Josef Alvarez lle­vó otro cargamento a la ciudad de Lisboa, estableciendo su casa en el Puerto del Arrecife al año siguiente, con lo que se dio todavía más impulso a este tráfico por las grandes compras que anualmente hacía para diversas casas y para sí. Tres o cuatro años después, se avecindó Dn. Francisco Aguilar, y ya tuvimos dos personas que supiesen el idioma inglés, que antes era la mayor incomodidad para entender por señas con los Sres. extranjeros. Otros sujetos más se fueron domi­ciliando: Y supe que sólo por cuenta de los mercaderes del Puerto de la Orotava, se compraron dicho año 1798 más de 43.000 qq. entre esta isla y la de Fuerteventura. Cuyo dato también conviene con el que da Monsieur Bory de Sn. Vincent que pone 43.373 qqs. en su En­sayo sobre las Afortunadas, pág. 205, quien tuvo oportunidad de sa­berlo por los mismos comerciantes del Puerto de la Orotava que se lo participaron. Y suponiendo que una tercera parte más se compra­se por el comercio de Sta. Cruz serían 57.333 qqs. u 80.000 ps. corr'. que entraron en el país a razón de 12 rta. qq. sobre cuya suma debió percibir la Rl. Hacienda el 13 '/2 por % que sería 162.000 rvn. Pero en esto hay su manejo, y ella siempre es la que pierde.

Este año (de 1806) se consigue a 3 y 4 ps. corr1. de primer costo. Pero se requiere precaución porque los camponeses para que pese le mezclan arena y otras hierbas que se calcinan con la barrilla hacién­dola perder su buena cualidad: Otros le ponen piedras, que cuando se descubren dan lugar a reclamaciones ante las autoridades. Siendo alcalde en el año prox° pasado dicho Dn. Manuel Alvarez, le presen­taron callaos hasta de 15 Ibs. encontrados dentro de una piedra de barrilla de dos qq. con que iban a engañar a Dn. Lorenzo Cabrera su compadre. Pero el delincuente echó a huir y se libró de ser preso, único castigo que dan aquí a esta clase de ladrones.
También hay otras hierbas de semejante calidad pero no tan buenas, a que llaman Cosco y Pata, que suelen mezclar a la barrilla o quemarlas separadas y se venden algunos cuartos más baratos que la verdadera barrilla.

Pregúntele a Curras, que premio le había dado su gobierno y sus ronciudadanos y a su principal D". Carlos Francisco en Tenerife. Que­dóse sorprendido, como si le hubiese dicho un desatino. Más viéndome atento, me dijo: Sor. Capitán, piensa Vd. que está en Europa o en los lis­tados Unidos, donde dicen que se premia a los que proporcionan ingre­sos al Estado y riqueza a sus compatriotas? Aquí no hay nada de eso, si no disgustos e incomodidades, como las tuvimos nosotros: Primero re­sistiendo al marqués o su apoderado que me exigía el derecho de Quin-los, es decir de cada 5 qqs. uno, por la piedra de barrilla que se hacía; romo si pardiez nos hubiese proporcionado su señoría algún auxilio para efectuarlo. Después la Rl. Hacienda que en 1790, la valorizó a 22  rvn. quintal, y sobre este importe cobra el 13 '/2 por % de derecho de exportación. Luego los eclesiásticos que opinan debe pagar diezmo, más hasta ahora no han instado: Y finalmente las justicias que si son parien­tes de los deudores no "hay ley que los estimule.

Yo le aseguré que cuando el país se fuese ilustrando serían más listos sus conciudadanos y a la manera que en otras partes manifestarían su reconocimiento por alguna atenta recompensa para los que habían fomentado su opulencia o para sus hijos. En efecto, los habi­tantes de aquellas islas les son deudores del crecido valor que hoy logran sus terrenos y de sus comodidades.

Por todos estos antecedentes se puede venir en conocimiento do la ninguna protección con que el Gobierno español mira este país, y do la ignorancia en que está de las fáciles ventajas que de él se po­drían sacar en manos de un pueblo inteligente e industrioso». (J. Álvarez Rixo, 1982:132-135)

1806. En la misma noche, y en el mismo fondeadero en Puerto Mequínez n Chinech (Puerto de la Cruz, Tenerife) se hundió un navío propiedad de don Juan Pláceres.

1806.
Se hicieron traer de Londres con destino al templo de San Ginés (Arrecife-Lanzarote), dos órganos por conducto de D. Manuel Josef Álvarez, el primero de los cuales cayó en manos de los franceses; pero el segundo que costó más de mil pesos corrientes, llegó a salvo en 1806, y es excelente. No ha sido aquel el único contratiempo. También se reunió plata bastante para hacer una grande lámpara, y el platero a quien se encargó la obra se huyó con ella. Posteriormente se hizo otra de buen tamaño y elegante, por diseño de Dn. Josef Pérez, escultor afamado de Canaria. (J. Álvarez Rixo, 1982:59)
1806.
Cuando aquí no había población (Arrecife-Lanzarote), únicamente a cosa de media milla del mar estaban unos mal cuidados albercones o maretas, de­nominadas del Santo, en las cuales abrevaban los pastores sus gana­dos. Posteriormente todas las personas pudientes que se iban avecin­dando fueron haciendo sus aljibes en los alrededores del pueblo, lo mismo que dentro de todas las casas mayores. Por lo regular se vende el agua de uno a dos cuartos la botija según la abundancia, y sin em­bargo de tanto recipiente, si no hay lluvias anuales, escasea. El año 1806, fue preciso que Dn. Francisco Aguilar la trajese de la vecina Fuerteventura, y colocada en su aljibe doméstico la vendía al públi­co que no hallaba otra. Con este motivo también indicaremos, que el de 1784, sucedió lo propio, y Dn. Gregorio Antonio Casañas natural del Puerto de la Orotava (Tenerife) hizo llevar a su casa muchos cascos de agua para socorro de los habitantes de la isla de Lanzarote, por cuya ac­ción caritativa, recibió honrosas gracias del excmo. comandante ge­neral marqués de Branciforte, según consta de la carta de S. E. fecha el 10 de julio del citado año de 84, que he visto.

Estas lamentables escenas se repiten desgraciadamente con fre­cuencia. El año de 1811, fue terrible por la falta de cosechas y excesi­va plaga de cigarra que oscurecía el sol, siendo necesario traer millo y harinas de las islas de la Madera, Azores y Cabo Verde. Vendióse la fanega de 10a 12 pesos corr°, y a proporción todo lo demás, durando la escasez todo el siguiente de 1812, que motivó saliesen de este isla y la de Fuerteventura más de 50.000 p. El de 1815 también fue seco.  (J. Álvarez Rixo, 1982:76-77)
1806.
Los conejos blancos que se han propagado aquí bastante bien, los introdujo el año 1806 el bachiller Dn. Graciliano Afonso al venir de Mogador, en que regaló dos casales a su amigo Dn. Manuel J. Álvarez en cuya casa asistió. Pero toda clase de bestias de arreo se ha aumentado hasta la fe­cha, según se han ido aumentando los moradores y sus haberes. Sin embargo, entre los peces que pueblan estas playas y tran­quilas aguas, hay varios muy delicados, que no frecuentan ni aún se conocen en Tenerife, v.g. los lenguados, en algunas partes de Europa llamados soles o suelas, por semejarse a la de un zapato, que por debajo son blancos como nieve, lo mismo que lo es su carne, y por encima pardos y al tacto ásperos. Viven encerrados a flor de la arena, y se pillan pisando los pescadores en ella, quienes al sentir re bullir, apretan al pez con el pie, o lo espichan con una figa. Tam­bién se atrapan algunos en los chinchorros. El merecimiento y deli­cadeza de este pescado el cual debe comerse frito, fue desconocido de aque líos rústicos barqueros que hasta le daban un nombre inde­cente y lo arrojaban como cosa insubstancial. Pero uno de los nue­vos pobladores, mi padre, que sabía el gran caso que de él se hace en otras partes, solicitaba y se lo regalaban; mas habiendo tenido la ingenuidad de dárselo a probar, estos cayeron en la cuenta y los compraban para comer.

Las fulas son otros pececitos parecidos a las castañuelas, aun­que algo mayores, cuyos colores mezclados pardo, verde, amarillo y azulejo les dan gracia; también son para freír, lo mismo que las anguilas, salmonetes, etc. Sería interminable la lista de los peces que aquí abundan, cuya pesca sostiene a estos naturales, y sirve de distracción a algunos aficionados; por lo tanto su precio es baratísi­mo. Y atraídas de sus deshechos, diversas aves marinas frecuentan estas riberas, especialmente sarapicos y gaviotas, cuyo canto de las últimas es indicio cierto que al día siguiente el viento habrá de arreciar. (J. Álvarez Rixo, 1982:85)
1806.
Cuando tenemos algunas manchas en el rostro, a pesar de hallarse cerca o sobre los párpados de nuestros mismos ojos, ni las vemos, ni las sentimos. Pero cuando otra persona nos lo dice y presenta un espejo que nos las demuestra, es preciso ser demasiado temerario y ciego para no convencernos de la realidad de nuestra inadvertencia y defecto. Así sucede con varias acciones civiles y morales de los hombres, que acostumbrados a los usos que hallaron, sin reflexionar si son raclónales, o ideados por otros toscos como ellos, viven sin conocimiento de sus propias simplezas, ridiculeces y atrocidades. Por fortuna, de esta última especie en las islas Canarias bendito sea su clima, no excila, ni propende a eso, pero no porque la educación de sus naturales haya sido jamás cuidada como debiera. De los otros géneros, ha habido y hay mucho que decir; de consiguiente no deben ser extraños en un pueblo nuevo que poco ha ido desechando tontedades y puliéndose, aunque tal vez ha caído en más perniciosos extremos, cuales son el rui­noso juego de naipe y el lujo indiscreto. Mas como ya dije, aquello que vemos entre los nuestros no nos causa eco, pero nos llama cuando, lo rescribe y lo repara un forastero. Transcribiremos varios pasajes del Dia rio o relación de uno de éstos.

«Desembarcado que hubimos en el muelle del Puerto del Arrecife, se nos incorporó un hombre de campo, armado de una escopeta llena de herrumbre, a que aquí llaman soldado, y cuya cabeza cubría con una montera o caperuza ingeniosa para de­fender la cara del viento, cuando se quiere calar dicha montera hasta trabarla en la barba. Este pues, nos condujo hombro a hombro a la casa del gobernador. Estilo antiguo y ridículo en estas islas Canarias.

Pasadas dos cortas callejuelas llegamos a otra atravesada de E. a O., donde vimos enfrente de una casa de dos ventanas altas, a tres al­deanos al parecer, con sus fusiles en la mano igualmente que sus ca­peruzas, hablando con un hombre regordete de color oscuro, que ba­rría la calle con su escoba de palma, y cuyo vestuario consistía, en calzones largos y chaleco de terciopelo negro remendados, medias de coletilla, ceñidor y gorro blancos, y en manga de camisa de lienzo bastante basto. El práctico me señaló, diciendo. Allí está el goberna­dor. Pero yo miré y volví a mirar, sin descubrir en cual ventana se hallaba, puesto que en toda la calle no había otras personas más y repitióme quedito, dejándome aún más confuso: es aquél que barre... A esto ya nos acercábamos al umbral, el que barría se entró, y nos dijo que lo hiciéramos, puso su escoba detrás de la puerta, y se sacu­dió las manos.

No pudo menos que admirarme al ver gobernador tan peregrino, y por lo mismo me propuse observar con atención su alojamiento. Era este una sala baja con puerta al zaguán, y a otro cuartito dónde se divisaba una cama ordinaria. Adornaba el testero de dicha sala dos cuadros grandes de asuntos piadosos, otra lámina inglesa al fren­te, una grande mesa, sillas llenas de polvo, sobre las cuales había va­rios legajos y gorras de granaderos, una escribanía con su escaparate antiguo taraceado, algunos fusiles viejos en un rincón, y en medio de la pieza dos grandes perros verdinegros sacándose las pulgas, cuyos mastines tuvo la bondad el Sr. gobernador de acariciar con sus deli­cadas manos para que no nos mordieran. Estos bellos objetos conformaban la decoración.
¿Qué hombre es este? pregunté a mi práctico, y él me fue impo­niendo de la manera siguiente. Llámase Dn. Ginés de Castro, hijo de Juan de Castro, guardiero que había en este castillo. Y si acaso pien­sa Vd. Sr. capitán que ocupa este puesto por buenos servicios hechos a la patria, se hallará muy engañado. Dicho D. Ginés, fue pastor de estos contornos, después patrón de una goletita, en cuyo manejo ahorró y ganó muchos reales, o dicen que los halló, también sargento de artillería, y desde que los cargos militares se han tornado mercan­cía, llegó a ser capitán de estas milicias. Ni aquí queda más que pre­tender viviendo el coronel de esta isla. Le hacen ya con más de cien mil pesos de caudal; codicioso, presta dinero a interés, y se trata en su comida con igual delicadeza a la que usa en su persona. A pesar de su rigor, no falta quién se le atreva, puesto que en cierta reyerta tenida con una vieja nombrada «la Colorada», le tituló rey de Ango­la con risa del auditorio que lo quiso atribuir a efectos de borrachera.

A veces le hacen alcalde, tan celoso del bien público, que sale a rondar de noche apenas que tocan ánimas, sin permitir que nadie taña guitarra ni pasee por las calles. Tiene un hijo de su nombre y graduación, quien aunque le sirve en todo y se presta a sus intentos, se asegura que su corazón e ideas son muy distintas de las paternas.

«A este tiempo llegamos a la Real Aduana, que es una casa alta situada al poniente del puente, construida en 1801, por su dueño Dn. Marcelo Carrillo el actual almojarife, para quien traía yo carta de Dña. Ana Orea del P'°. de la Orotava, y le hallamos a la puerta de su casa empuñando un gran maletín indiano y próximo a cabalgar. Por mucho que su figura se parezca a aquella so la cual nos pintan a Dn. Quijote, su vestuario no tenía menos mérito para lucir de arlequín en días de carnaval. Describámosle: Su casaca era muy larga y de co­lor encarnado, de listada cotonía naranjada los calzones, unas me­dias franciscanas, chaleco y corbatín blanco, y sombrero de pelo también con su lucida ala verde. Saludónos con viveza, nos hizo va­rias preguntas y convidó a descansar. Mas como percibimos que iba para la Villa, o a su hacienda de Cinil, nos marchamos al instante».

«Mi pedagogo que había notado la atención que puse cuando me imponía de las amables circunstancias del Sr. gobernador, ahora sin yo indagar tuvo la oficiosidad de informarme de aquel Sr. Colori­nes. Y advertiré de paso, que éste es prurito peculiar de los isleños, que relatan cuantas menudencias atañen a sus convecinos, no obs­tante que las demás cosas del país son bien pocos los que las cuentan con mediana inteligencia. Pero lo substancial de su historia es, ser este sujeto palmero, notable por lo mezquino, que había logrado ha­cendarse, y su esposa tenía fama entre las damas lanzaroteñas de ha­ber comprado mucho oro y muchas perlas».

«Vueltos al puente o muelle, tuve oportunidad de dar algunas cartas a diversas personas que estaban en aquel punto. Las primeras correspondieron a dos sujetos que se azoraron al verme, gagueaban para leerlas, y ni las gracias me dieron. Pero prosiguiendo hasta los pilares encontramos otros dos, los cuales nos recibieron con urbanidad europea, y habiendo leído las cartas aunque no me recomenda­ban, con igual franqueza me ofrecieron sus servicios. Y a pesar de parecerse en atención y crianza, en su físico y carácter, los más di­versos. Eran estos Dn. Manuel Josef Alvarez y D". Francisco Aguilar, éste en extremo corpulento y semblante algo supuesto, y aquel de es­tatura baja, delgado y rostro fino y halagüeño. Cuyas apariencias os indico porque he de tener que hablar de ellos».

«Estando en esto venía hacia nosotros un militar, alto joven y bien parecido, con aire decaído o negligente. Ahí viene el amigo Dn. José de Armas, y por hallarse indispuesto de salud se ha librado Vd. de un buen chasco, me dijo en inglés uno de los circunstantes, lo cual Armas no entendía y saludó atentamente. Pero por el contexto de su conversación relativa a ocurrencias de la guerra, percibí que era sujeto de genial algo vidente y pocos conocimientos.

Despedido de aquellos señores me fui para mi nave con el prác­tico a quien rogué me descifrase qué chasco era el que pudo ha­berme dado el citado militar. Este caballero, dijo, es capitán de mili­cias y de buenas conveniencias, pero tiene la desgracia de invertirlas en barcos y proyectos que no entiende; también muy engreído de su fuero tuvo el año último revuelto al Ayuntamiento.

Días pasados consiguió con el comandante general cierta licencia para armar una falúa y salir a registrar a todo buque extranjero que viene de Teneri­fe, y hacerle presa si les encuentra papeles falsos! Vea V. si viniendo de Sta. Cruz mismo habían de venir desprevenidos. Pero el general marqués de Casa-Cajigal es un tunante, y le pilló las onzas de oro como hace con otros tontos.

En efecto, el pensamiento del práctico era bien fundado, pues aunque me fingí ignorante de este registro, a la verdad venía ya bien advertido por los mismos funcionarios de Tenerife y había ocultado hasta las Gacetas para que no tuviesen ocasión de detenerse a indagaciones impertinentes, porque ni Armas ni los marineros de su armada falúa las entienden».
«Al día siguiente era domingo, y bajé a tierra a oír misa. Mara­villóse mucho aquella gente al ver que yo era católico, porque siendo tan rubio y hablando poco español me tuvieron por hereje según in­dagué después.
 No hay aquí más misas que la de alba y la mayor; y si por for­tuna llega al pueblo clérigo que diga otra, no se toca, para obligar al vecindario a asistir a la cantada, y oír el sermón del cura que riñe si no lo hacen. La iglesia es pequeña a pesar de haberse acre­centado, que por llenarse a ambas misas hace en ella un calor in­tolerable.
De tránsito vi al Sr. gobernador, que si peregrino me pareció el sábado más lo estaba en el domingo; pues sobre la vistosa ropa del día anterior tenía ahora una levita de terciopelo listado azul celeste con sus dos charreteras amarillas y su sombrero redondo encima del gorro blanco. Aguilar me hizo favor de convidarme a su mesa, su señora, Da. Luisa de Bethencourt, es natural de esta isla, no es guapa pero apreciable por su agrado y su buen juicio.
La comida fue sazonada a la inglesa cuanto lo sufre el país, acerca de cuya escasez fue de lo más que se habló. Y a la verdad en ocasio­nes es muy extraordinaria. Comí dos pescados excelentes, lengua­dos y salmonetes, regalándome con ciertas ostras pequeñas deno­minadas cagetas».
«Paseamos, y a la vuelta nos reunimos en otra casa en la cual al­gunos conocidos se juntaban a distraerse bailando de las 9 a las 12 de la noche. Los adornos de la sala eran bastante decentes; mas tan es­casa la música por no haber concurrido algunos aficionados que es­peraban de la villa, que sólo un órgano de beo que acababa de llegar de Londres suplía. Las damas y caballeros apenas excedían de 20, a pesar de haber dos o tres de fuera del pueblo concurrentes muy cons­tantes siempre que saben de baile. Este sólo se redujo a ciertas con­tradanzas que aquí llaman de galope, con otras de paso antiguo, y un poco de baile inglés. Ni las señoras ni galanes que los más eran casa­dos tenían nada de notar que atrajese la atención: mas no así un frai­le dominico conventual de la villa de Teguise nombrado fray Bernardino de Acosta, que extrañé sobremanera ver en dicha concurrencia, divertido más que nadie, haciendo muecas y gracias que le celebra­ban todos. Y como por ser yo extranjero me creyó afecto al dios Baco, me llamaba a echar tragos de vino y agua, o sangría, dicién-dome: capitán, vamonos a Drink, drink. Pero viendo que no le imi­taba, se reía de mi poco ánimo indicándome su ejemplo; e importu­nándome con preguntas de algunas voces inglesas relativas a bebi­da, comida y muchachas; y al quererlas repetir sin acertar su soni­do, se volvía a reír de nuevo. Mas yo me reí a mi vez cuando supe que este reverendo padre era el predicador cuaresmal!! Este hombre que parece más bien cómico que fraile, en el pulpito hace llorar a esta gente, y en la ponchera reír: Acostumbra predicar y concurrir a todas las fiestas de campo, y si por estar enfermo no va, no se di­vierten los concurrentes. Asimismo es dicen, medio músico y poe­ta, y autor de una Memoria o relación sobre regocijos religiosos y profanos del penúltimo año, cuatro, en que fue traída aquí la vacu­na».
«Habiendo yo celebrado por urbanidad el buen estado de aque­lla pequeña concurrencia, que pregunté si era frecuente el gusto de divertirse, una de las damas que lo afirmó, imponiéndome de las me­joras que habían ido adquiriendo, y con tanta seriedad hablaba, como si fuese de la adquisición de una provincia. Su sencillez aun­que parezca pueril le he de dar aquí lugar, a causa que nos demues­tra que donde quiera que los hombres empiezan a prosperar se incli­nan a divertirse».
«Los bailes que en este pueblo naciente, dijo, hacían bulla hasta ahora siete u ocho años, eran en casa de nuestro alcalde de Mar, o en la de Blas de Noria, carpintero, ambos naturales de Tenerife. Si en alguna otra casa de más haberes se bailaba una contradanza, eran en­tre los sujetos que bajaban de la villa y otros lugares cuya música consistente en algún violín y y guitarra también habían de traerla ellos. Los hombres y las mujeres entraban de rondón a estos saraos sin convite como en las aldeas. Cuando estaban llenas las sillas, se sentaban promiscuamente en el suelo, permaneciendo con sus man­tillas, gorras y sombreros. El ponche del refresco lo servía una mujer trayendo dos o tres vasos a la vez, el uso de los azafates empezó aquí el año de 1803, por el proveedor de nuestra fiesta, quién dio su baile al estilo de Tenerife, siéndole preciso poner una guardia armada a fin que no subiese sino la gente de mayor decencia, y desde entonces fue cesando el tosco uso de la tierra. También se oyó el primer For-tepia en este puerto, siendo uno de los tres o cuatro que apenas ha­bía en la isla. Y desde aquella fecha estos naturales que son discretos, conocieron el derecho que cada cual tiene gobernar su casa y de ad­mitir o no, en ella.
Digno de observar es, que así como los habitantes de la isla de Tenerife deben parte de sus maneras y civilización al trato frecuente que desde muy antiguo han tenido con los extranjeros; la de Lanza-rote debe mucha parte de la suya a los hijos de aquella que se fueron domiciliando en ésta.

La llaneza y rustiquez de las diversiones es notable. El pretexto regular de ellas consiste en celebrar algún santo, a quién hacen altar o enramada, v.g. a S. Marcial, patrono de la isla, S. Antonio, S. Juan, y luego bailar; rematando regularmente estos festejos con sendas pali­zas y heridos de gravedad. La extravagante pasión por esta especie de regocijos es extraordinaria de un cabo de la isla a otro, sin que les re­traiga a estos los fuertes calores, ni terribles vientos». (J. Álvarez Rixo, 1982:100.110)


1806 Agosto 25.
Soplaba la brisa tan fuerte en Arrecife (Lanzarote) que le arrancó la mitra al patrono S". Ginés que iba en procesión, sin em­bargo, ésta continuó y la mitra la recogió y llevaba en la mano el carpintero Blas de Noria. (J.A. Álvarez Rixo, 1982:216-226)



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