EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1791-1800
CAPÍTULO XL-VII
Eduardo Pedro
García Rodríguez
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El desembarco se hizo tranquilamente, sin que
los ingleses encontrasen resistencia alguna en aquellos parajes, pero,
indudablemente, cometieron un error de apreciación, debido al desconocimiento
de la zona, o quizás confiados en la experiencia de los 250 hombres que mandaba
el capitán Oldfiel componían las fuerzas veteranas de marina, por una causa u
otra, la cuestión es que, dejaban entre el cerro de La Altura, y la posición ocupada, el barranco de Valle
Seco, obstáculo éste prácticamente insalvable por lo agreste y escarpado de las
vertientes del valle, además era zona fácilmente defendible con muy pocos
hombres desde las alturas, el desembarco
fue lento debido a lo agreste de la playa
y lo embarazoso del material que
tenían que transportar a brazos, la artillería y las plataformas para la misma,
más los pertrechos de campaña, los asaltantes dieron inequívocas muestras de
desorientación y desconocimiento del terreno a pesar del concurso prestado por
un práctico malayo que meses antes había apresado el capitán Bowen, y que había
sido marinero de la fragata Príncipe
Fernando. Una ves tomada la cabeza de playa, Troubridge, ordena a sus
tropas tomar las alturas de La
Jurada, creyendo que desde esta posición le sería fácil
ocupar el risco vecino, pero no tuvo en cuenta la existencia del valle seco con
ambas márgenes cortadas a pico en medio de ambos enclaves, como hemos apuntado
anteriormente. Troubridge, pudo ordenar el avance de sus tropas por el camino
de San Andrés, libre en aquellos
momentos, e iniciar la ascensión del risco por la vertiente norte de Valle
Seco, inexplicablemente, no lo hizo, quizás por temor a que la altura estuviese
ya ocupada por las milicias Canarias, - como así era - en todo caso, se limitó
a ordenar la ocupación de la altura de La Jurada. Las tropas
inglesas se dividieron en tres secciones, la primera inició el ascenso hacía la
cima de La Jurada,
la que alcanzó sobre las doce de la mañana, las otras dos, quedaron apostadas
en la falda de la montaña en espera de las órdenes de sus jefes. En esta fase
de la operación las milicias Tinerfeñas ya
habían tomado posiciones en el risco de la altura y en las inmediaciones
de la fortaleza de Paso Alto, haciendo prácticamente imposible, cualquier
avance de las tropas inglesas. En el bolsillo de jefe de la expedición inglesa,
quedó el ultimátum dirigido por Nelson
al general Gutiérrez sin que en esta ocasión,
tuviese utilidad.
Mientras
estos tenían lugar en el Bufadero, veamos las medidas que se tomaban en la plaza para contrarrestar
la acción de las tropas inglesas. Aleccionado por sus colaboradores, el General
Don Antonio Gutiérrez, previendo que el enemigo pretendía adueñase de las
alturas que dominan el castillo de Paso
Alto, o bien el proteger un desembarco de otras tropas durante la noche, para
tomar las alturas y caminos que conducen al interior de la plaza, y combinar un
ataque por el frente y espalda.
En
previsión de ambas posibilidades, los defensores decidieron dividir sus
fuerzas, y así, mientras el teniente coronel del batallón de infantería de
Canarias, Don Juan Creagh, “quien se ofreció voluntario”, pasaba inmediatamente
a La Laguna en
unión del teniente del regimiento fijo de Cuba
Don Vicente Siera y de 30 soldados del batallón de Canarias, y con una
partida de prácticos de La
Laguna, dirigirse por los valles para vigilar los movimientos
del enemigo, por otra parte se dispuso que partidas sueltas se apoderasen del
risco de la Altura
y lugares inmediatos
.
Para conseguir el objetivo
señalado se organizaron las partidas de la manera siguientes: Una de cuarenta
soldados del batallón de Canarias, bajo
las órdenes del subteniente Don Juan Sánchez, otra compuesta de veinticinco de
la división de granaderos con la que iban los capitanes Don Luis Román y don
Felipe Viña; los tenientes Don Mateo Calzadilla, Don Antonio Carta, don Antonio Monteverde y Don Laureano Arauz; los
subtenientes Don Tomás Velazco, don
Carlos Buitrago y Don Vicente Espou, y el ayudante Don Pascual de Castro. Otra de sesenta hombres de las banderas de
Cuba y La Habana,
mandada por el segundo teniente Don Pedro de Castilla. Otra de cuarenta hombres
de la tripulación de la fragata francesa “La Mutine”, a
las órdenes de su capitán Pomiés y del teniente de navío Faust
.
Estas cuatro partidas estaban bajo las
órdenes directas del VI marqués de la
Fuente de las Palmas Don Domingo Chirino, quien se había
ofrecido voluntario para dirigir dicha partida. Fue tal la ligereza y destreza
mostrada por las tropas Canarias que cuando estas fuerzas ocuparon la cima del
risco de la Altura,
los ingleses aún no habían coronado la de la Jurada conseguido el objetivo, don Domingo
Chirino, a la vista de las fuerzas enemigas pidió refuerzos y avituallamiento
al General Gutiérrez en un parte redactado en los siguientes términos: “Mi
Gral: nos hallamos en la altura mas bentajosa que es la de por detrás de
Pasoalto: de esta hemos visto situarse los ingleses en las del Valle Seco: Mr.
Fontel (*) dice sería muy util qe. V.E. haga traer a este sitio una pieza de a
cuatro que a fuerza de brazos se subirá pues nos recelamos que ellos tamn suben
Artll.ª se necesita mas gente y los Artill.s necesarios p.ª el manejo del cañon y pan y Queso o lo que
V.E. guste.
El Marqués de la Fuente de las Palmas”.
Exmo. S.or Dn Antonio Gutierrez.
(*) Se debe
referir al teniente Faust.
La petición del Marqués, no fue atendida con
la premura que las circunstancias demandaban
pues en otro parte posterior el Marqués acusaba recibo de la munición de
boca, y siete franceses que se unieron al destacamento, y se quejaba de no haber recibido los
refuerzos solicitados
.
Poco tiempo después son destacados para
reforzar las posiciones mantenidas por las milicias, una compañía de cazadores
compuesta de 16 artilleros y cuatro piezas de campo, al mando del capitán del
batallón de infantería de Canarias don Miguel Caraveo, siendo el teniente Don
José Feo y subteniente Don Francisco Dugi. Causó especial admiración entre los
oficiales españoles, la intrepidez, ligereza y arrojo, mostrado por veinte
milicianos del batallón de La
Laguna, quienes bajo las ordenes directas del cabo Don
Florencio González, subieron a hombros las cuatro piezas de artillería con sus
montajes, juegos de arnés y municiones.
Para tener una idea del desmesurado esfuerzo
que supuso esta hazaña debemos tener en cuenta que las laderas del risco de la
altura son prácticamente verticales y su cima está a 229 metros sobre el
nivel del mar. Montada la artillería, se inició un intercambio de fuego de
fusiles, de un cerro a otro, sin que este ni el de los cañones pudiesen causar
daño alguno entre los dos bandos debido a la distancia que les separaba y el
corto alcance de las piezas empleadas.
Las únicas bajas producidas en esta acción,
fueron las de tres ingleses, cuando un destacamento de los mismos se desplazó a
una fuente existente en el barranco de Valle Seco, dos fueron abatidos y un
tercero murió al escalar a toda prisa la vertiente del valle posiblemente a
causa de un sofoco producido por lo áspero del terreno y por las altas
temperaturas que en el mes de Julio suele reinar en la zona.
Al tener conocimiento el general Gutiérrez, por medio de un parte
remitido por el marqués de la
Fuente de las Palmas, de la sospecha de que los ingleses
tenían intención de internarse hacía La Laguna, por la zona
denominada Sardina (¿Jardina?),
Ordenó al teniente coronel Don Juan Creagh, capitán del batallón de infantería,
subiese a La Laguna
con una partida de 30 hombres de su cuerpo, y reforzándose con milicianos y
prácticos del país rodeando por las cumbres viniese a posesionarse de la
montaña a cuyo píe permanecía el enemigo; Creagh auxiliado por el teniente
Siera, del batallón de Cuba, y al mando de 30 milicianos más 50 rozadores
recogidos a su paso por La
Laguna, y asistido de los tenientes Don Nicolás Hernández y
Don Nicolás Quintín García, a estas fuerzas se les unió un contingente de más
de 500 paisanos al frente de los cuales venía el alcalde de Taganana.
A
llegar Don Juan Creagh y sus tropas a las posiciones indicadas por el mando,
descubrió que los ingleses estaban formados en 5 divisiones, no decidiéndose a
atacarles pues según expone en el parte
enviado al general Gutiérrez, “solo dispongo de 30 soldados y 50
Cazadores (que) guardan los Desfiladeros ...)”. Los ingleses aprovecharon
la noche del 22 al 23 para reembarcar las tropas, con tal orden y sigilo que,
los defensores del risco creyeron que se trataba de una añagaza del enemigo, y
así lo manifiesta el teniente coronel Chirino en un parte enviado al general
Gutiérrez en la mañana del día 23 redactado en los siguientes términos: “A estas horas que son las cinco y 30
minutos no advierto novedad alguna, ni menos la han notado las Partidas de
descubierta que he enviado a reconocer las avenidas: Anoche a las oraciones
vinieron las Lanchas en busca de la jente y luego se bolvieron a bordo: creo ha
sido apariencia dho dicho embarco pues a mas de haber notado el pronto regreso de las Lanchas a
bordo se advirtio q.e otras Lanchas conducían
poca tropa: hoy solo existen fondeadas las tres fragatas Balandra y Bombarda
en el mismo parage que ayer y las Lanchas a su lado: hasta ahora no ocurre mas
novedad: Expreso que S.E. se sirva remitirme una lona o bela para precavernos
del Sol que en este sitio se deja caer muy bien”
Julio
23 de 1.797.
A la vista de este parte y
otro similar remitido por teniente coronel de milicias Creagh, el general
Comandante de la plaza ordenó a ambos jefes que regresaran a las líneas del
centro con sus tropas, dejando una partida de 30 hombres de retén y para que
llevaran a cabo algunas descubiertas en busca de una supuesta partida de 20
ingleses que se habían quedado rezagados. Esta partida quedó al mando de Don
Felix Uriondo, que poco después fue reforzada por una partida de 120 rozadores
que mandaba el capitán del mismo batallón Don Santiago Madan
.
En el transcurso de los acontecimientos
narrados, las milicias Canarias no sufrieron bajas excepto la del jefe Don
Domingo Chirino quien sufrió una caída del caballo que le tuvo incapacitado
para el servicio durante varios días.
.
En este primer encuentro con los ingleses,
quedo bien patente la descoordinación existente entre las diferentes partidas
que tomaron parte en el mismo, por una parte los jefes de cada compañía,
partida o pelotón, comunicaban las incidencias ocurridas en el lugar donde
estaban apostados, directamente al capitán general despreciando olímpicamente
la escala de mandos, en un claro afán de protagonismo personal, donde cada jefe
o oficial actuaba como en reinos de taifas. Esta actitud era tolerada cuando no
fomentada por el propio general Gutiérrez, pues teniendo en cuenta la desmedida
afición de éste a emitir continuamente órdenes y partes, hasta nosotros no ha
llegado escrito alguno, en el que este jefe conmine a los oficiales a seguir
los causes reglamentarios en los comunicados de incidencias, esta permisividad,
pudo haber costado la pérdida de la plaza de Santa Cruz como veremos durante el
desarrollo del ataque llevado a cabo por los ingleses durante la madrugada del
24 al 25.
Reembarcadas las tropas inglesas, la escuadra
inicio una maniobra de distracción poniendo rumbo hacía el Sur, sin alejarse
demasiado de la costa, con la intención de hacer creer a los defensores que
intentaban desembarcar por las costas de Güímar o Abona, ante esta posibilidad
se tomaron las medidas oportunas destacando a los lugares amenazados
Guadamojete, (Barranco Hondo) Candelaria,
Güímar, Adeje y Granadilla, tropas del batallón de Canarias y de las
milicias, poniéndose en estado de alerta los surgideros, desembarcaderos y
puertos del resto de la isla en que fuese factible un intento de desembarco.
Mientras tanto no se descuidaba la defensa de la plaza y se daba ordenes al
comandante accidental del batallón de infantería de Canarias Don Juan Guinther,
para que concentradas estas fuerzas estuviesen dispuestas, como principal
fuerza de choque, allí donde la línea flaquease para entrar inmediatamente en
fuego
Con la primera claridad de
la mañana del día 24 que los buques maniobraban para ganar barlovento mostrando
así las verdaderas intenciones del contralmirante Nelson.
El vigía de Anaga dio aviso del avistamiento
de tres navíos por el norte y dos de guerra por el sur pero debió haber error
en la comunicación ya que sólo apareció por el norte el navío inglés Leander de 50 cañones, el cual se unió
al resto de la flota. A las seis de la tarde anclaron todos los buques de la
armada en el mismo lugar en que lo
habían hecho las fragatas el día 22 dando la impresión de que intentaban atacar
la fortaleza de Paso Alto, al anochecer se aproximaron a este castillo una
fragata y la obusera, ésta abrió fuego disparando 43 bombas, de las cuales
solamente una dio en el blanco destruyendo una reserva de paja, sin causar
daños mayores en el recinto, éste respondió poniendo en acción sus cañones,
dirigidos por el capitán de artillería don Vicente Rosique; al tiempo que el
subteniente don Juan del Castillo al mando de 16 hombres llevaba a cabo una
descubierta por la playa próxima de Valle Seco donde apresaron a un marino irlandés del cúter. Fox
quien había abandonado el barco con animo de desertar.
La
noche se preveía que sería larga y tensa, del movimiento de los navíos se
desprendía que el asalto a la plaza sería inmediato. En la bahía se mecían
inquietas y agitadas por las olas dos naves, una era la fragata de la compañía
de Filipinas “San José” más conocida
como la Princesa,
y el correo español Reina María Luisa,
que en viaje a América había hecho escala en Santa Cruz para dejar
correspondencia y repostar, viéndose sorprendida por los sucesos de Julio de 1797
EL ATAQUE A LA
PLAZA DE SANTA CRUZ DE TENERIFE
A
las dos de la madrugada del 24 al 25 y al grito de ¡hurra! Las tropas inglesas inician el asalto
a la plaza de Santa Cruz. Una escuadra compuesta de treinta lanchas, el cúter Fox
y una balandra del país, apresada el día anterior, inician el acercamiento al
muelle de Santa Cruz. Estas fuerzas repartidas en seis divisiones, estaban bajo
el mando de los capitanes Troubridge, Hood, Thompson, Miller, Waller, el mando
de la sexta escuadrilla la reservó para sí el vicealmirante Nelson.
El bote del
vicealmirante iba ocupado por
éste y por los capitanes Bowen, Freemanle y
el cadete Nisbet, éste último hijastro de Nelson.
.
Las órdenes dadas por el jefe de la flota señalaban como objetivo
para todas las lanchas el muelle de Santa Cruz, el cúter y la balandra debían
hacer el desembarco en la playa inmediata. Estaba previsto que, una vez en
tierra todas las fuerzas británicas debían reunirse en la plaza de la Pila (hoy de La Candelaria) y formar en
orden de batalla hasta conocer la reacción del enemigo.
.
A las dos y quince horas A.M. del día
25, la fragata Reina María Luisa
fondeada en la bahía y la más próxima a la flota inglesa da la primera señal de alarma siendo
secundada por el resto de los buques surtos en el puerto, abriendo fuego acto
seguido los fuertes de Paso Alto el de San Cristóbal y las baterías de la línea
defensiva.
En medio de un intenso cañoneo por parte de
los fuertes, las lanchas bogaban sin descanso hacía su objetivo, pero la fuerte
resaca rompió la formación y les hizo derivar al medio día. Sólo cuatro o cinco
botes de la división mandada por el vicealmirante, y uno en que iba el capitán
Thompson, pudieron llegar al muelle, Troubridge con alguna de su gente pudo
desembarcar en la caleta; Waller, con dos o tres lanchas lo hizo por el
barranquillo del aceite o cagalacehite (hoy calle de Imeldo Seris), y Hood y
Miller, con el resto de los botes que lograron sortear el intenso de fuego de
las baterías, tomaron tierra por la playa de las carnicerías y el barranco de
Santos (barranco de Añaza). La suerte que corrieron las diferentes partidas fue
diversa: La mandada por el capitán Thomson, muy mermada, consiguió desembarcar
en el muelle, siendo el primero que tomó tierra. A las dos primeras lanchas que
atracaron por esta parte siguió una tercera y a ésta otra, que era la ocupada
por Nelson, Bowen, Freemanle y Josiah Nisbet hijastro de Nelson. Bowen y
Freemanle saltaron al muelle y al ir a hacerlo el vicealmirante, que en su mano
derecha blandía la espada, recuerdo de su tío Suckling, un casco de metralla le
destrozó el antebrazo derecho a la altura del codo. Nelson yacía en el fondo del bote mientras su
hijastro Josiah Nisbet, quien dando pruebas de una extraordinaria serenidad
trataba de cortar la abundante hemorragia producida por la herida cosiendo las
arterias, y con gran presencia de animo, colocó a Nelson cuidadosamente en el fondo de la lancha;
cubriéndole el brazo con el bicornio del contralmirante, para evitarle la
impresión que el brote continuo de la
sangre pudiera producirle en su animo, con tiras de su pañuelo se dedicó
durante largo rato a ligar las venas del herido. El marinero Lowel desgarró su
camisa y con ella improvisaron un vendaje, y de esta manera se salvó Nelson de
una muerte segura gracias a los cuidados del cadete Nisbet. En reconocimiento
de este echo, Nelson en el futuro no dejó de agradecerlo y reconocerlo
recomendado a su hijastro en cuantas oportunidades se le presentaban,
consiguiendo para éste él titulo de capitán, promoviéndolo el almirantazgo
inglés al mando de un buque hospital cuando apenas había cumplido 17 años.
Ante la
gravedad de la herida sufrida por el jefe de la escuadra, deciden regresar al Theseus.
Dadas las ordenes para
el regreso a la flota, la lancha que conducía al contralmirante pasaba cerca de
los despojos del cúter Fox, donde un
grupo de heridos luchaba por mantenerse a flote entre enormes columnas de agua
que levantaban al chocar con la misma, la ingente cantidad de bombas que
arrojaban los cañones de la línea de
defensa, éste, a pesar de la gravedad de su herida, dio orden de desviarse de
su recorrido y recoger en su bote a cuantos náufragos fue posible, gesto este
que, es propio sólo de grandes espíritus que generan a grandes jefes, los
cuales aún en las situaciones más graves anteponen la seguridad de sus
subordinados a la suya.
Dejemos a Nelson rumbo a su
navío el Theseus, y veamos como se
van desarrollando los hechos en la plaza de Santa Cruz, los hombres que
lograron desembarcar en el muelle después de clavar los cañones como hemos
dicho, se parapetaron en la batería del martillo y en la caseta del resguardo,
desde este resistían el fuego cruzado de las baterías de la plaza y del
castillo de San Cristóbal que no daban un momento de respiro a los ingleses,
pues se estableció una impenetrable cortina de hierro, fuego y metralla entre éstos y la ciudadela. Además, las
milicias de Gúímar y Garachico, al frente de las cuales estaban el capitán de
cazadores Don Luis Román, y el teniente
Don Francisco Jorva, ayudados por el sargento
Don Domingo Méndez, tuvieron un destacado protagonismo en el rechazo del
invasor, manteniendo un fuego intenso y sostenido sobre los mismos. De la
dureza del enfrentamiento nos da una idea el propio Nelson, quien al respecto
escribió: <<el fuego de fusilería
y metralla de la
Ciudadela y de las
casas en la entrada del muelle era tan fuerte y sostenido que no pudimos
avanzar, y casi todos (los desembarcados) fueron muertos o heridos>>.
Mientras
tanto en el muelle, Thompson, Bowen y Freemanle, al frente de sus tropas se
batían con la guarnición de la batería del muelle soportando un fuego granado
que desde las baterías de San Cristóbal y Santo Domingo les dirigían causándoles un gran número de bajas. A pesar de la lluvia de metralla, al fin consiguen
ocupar el lugar que había sido abandonado por los defensores de la batería del
muelle, refugiándose los ingleses en una caseta del resguardo después de haber
clavado los cañones. Pero una vez retirados los defensores, los fuertes
intensificaron el fuego sobre los maltrechos ingleses, quienes atrapados en una
ratonera poco a poco fueron cayendo
todos sobre el empedrado del muelle. A bordo del Theseus, el cirujano
francés del navío ante la imposibilidad de reconstruir el brazo herido de
Nelson, procedió a amputárselo, consultado el vicealmirante sobre el destino
que debía darse al brazo, éste ordenó que fuese arrojado al mar junto al cuerpo
de un marinero muerto en la acción. Así pues en el fondo de la bahía de Santa
Cruz yace un brazo de uno de los más grandes marinos que ha dado la historia
moderna.
.
Un casco de metralla dio
en el pecho de Bowen matándolo en el acto, Thomson y Freemanle resultaron
heridos de consideración y Jonh Weterhead, teniente del Theseus; George
Thorpe, teniente del Terpsícore; Williams Earnshaw, segundo teniente del
Leandro; y John Baisham, teniente del Esmeralda, resultaron
muertos. Geoge Douglas, teniente del Caballo Marino, y Lewis Waist,
guardia marina del Celoso, fueron gravemente heridos. Con estos
oficiales cayeron también gran número de soldados y marineros. De este modo, la
lucha, que en el muelle en un principio llegó a ser favorable para los
ingleses, se convirtió en un desastre para éstos
. El
grupo mandado por Troubridge, que como hemos dicho, desembarcó por la
Caleta, se dirigió por la calle de este nombre hacía
el castillo de San Cristóbal, con intención de atacarle de frente; pero se
encontraron con que el rastrillo de la fortaleza estaba defendido por una
partida de sesenta milicianos mandados por el capitán Benítez de Lugo, quienes
se defendieron con nutrido fuego de fusilería obligando a las tropas británicas
a retroceder, resultando heridos en la refriega el teniente Baby Robinson junto
a varios soldados ingleses.
Habiendo sido dispuesto por la plana mayor
del general Gutiérrez, los puestos de defensa, distribuyó las fuerzas
encargadas del ala derecha de la línea del frente de la siguiente manera: para
cubrir el murallón de la caleta de la aduana y lugares vecinos a un grupo de rozadores de La Laguna, mandados por el
marqués de Villanueva del Prado y el vizconde de Buen Paso, o sea un grupo de
hombres armados de palos con una rozadera en un extremo destacados en primera
línea de playa para hacer frente a unas tropas aguerridas, y veteranas, el sector de la playa de las Carnicerías a la
bandera de la Habana
y Cuba; para la defensa del lugar del barranco de Santos hasta la ermita de San
Telmo al batallón de Canarias,
Mientras, la división de botes que bogaban al
sur del fuerte de San Cristóbal, tomaba
tierra entre el barranco de Santos y el del cagalacehite (hoy calle de Imeldo
Seris), al tiempo que el comodoro Troubridge y algunos oficiales lo efectuaban
por la Caleta,
al mismo píe de la fortaleza. La zona de las carnicerías guarnecidas por una
partida de 60 hombres mandada por el teniente y comandante del batallón de la Habana, don Pedro Castilla,
no hicieron frente a las tropas inglesas, retirándose al interior del pueblo
por donde estuvieron desorientados hasta que coincidieron con el batallón, éste
estaba reforzado con cañones “violentos”, que manejaban eficientemente los
pilotos Don Nicolás Franco y Don José García, quienes causaron la mayor parte
de las bajas a los invasores.
Desembarcadas y agrupadas
las fuerzas inglesas, éstas se dividieron en dos columnas; una marchó por la
plaza de la Iglesia
hacía el convento de Santo Domingo con tambor batiente, la otra se dirigió
hacía el castillo de San Cristóbal, con clara intención de apoderarse del
mismo, iniciado el contacto, fueron rechazados por el nutrido fuego de
fusilería que desde el rastrillo efectuaban las tropas de milicia dirigidas por
el capitán Don Esteban Benítez de Lugo, sufriendo los ingleses la pérdida de un
oficial, ante la imposibilidad de tomar el fuerte, los ingleses optaron por
internarse en el interior de la ciudad, dirigiéndose por la calle de la Caleta tomaron la de las
tiendas (Cruz Verde), apostándose en la parte superior de la plaza del castillo
(posteriormente de La
Constitución o La Candelaria), guardando un profundo silencio a pesar
que no alteró ni siquiera una Descarga ordenada por el capitán de cazadores de La Laguna Don Fernando del
Hoyo ni la presencia de dos cañones
“violentos” que mandó a emplazar a su frente el Mayor de la plaza. En
las inmediaciones, existía un almacén de víveres del que apoderaron los
ingleses no sin alguna resistencia simbolica por parte de los encargados del
mismo, los regidores Don Patricio Power y Don Juan Casalón, quienes resultaron
ligeramente heridos. Tomado el almacén obligaron bajo palabra de honor, a Don
Luis Fonpertuis y a Don Patricio Power, a que acompañaran hasta el castillo
principal a un sargento parlamentario, portador de un ultimátum dirigido al
general Gutiérrez intimándole a rendir la plaza en el término de dos minutos,
de lo contrario incendiarían el pueblo, la repuesta del general fue ordenar
retener al sargento.
Desde San Telmo al castillo de San Juan
– el tramo de costa que comprende el
barrio del Cabo, barrio de los Llanos, Regla y castillo de San Juan o castillo
Negro – la defensa estuvo a cargo de tropas pertenecientes al regimiento de La Laguna, y desde el castillo
de San Juan hasta puerto Caballos a los componentes de la dotación de la
fragata La Mutine, no es comprensible que una tropa
veterana y aguerrida como la de los franceses, fuese destinada a un puesto tan
alejado del previsible centro de la acción, dando la impresión de que se
pretendía apartarles de los lugares donde pudiesen adquirir protagonismo.
El frente de la izquierda o norte, estaba
cubierto por las milicias de los regimientos de Güímar, La Orotava y Garachico,
estacionadas en el muelle y en la playa próxima, los granaderos provinciales y
los rozadores y paisanos armados. La defensa de las cercanías del muelle estuvo
a cargo de un grupo de pilotos y contramaestres residentes en Santa Cruz, y
días antes de la acción habían recibido instrucción específica en el manejo de
los cañones “violentos”, mandaban este grupo Don Juan Herrera y Don José
Figueroa.
Además
dispuso el comandante, aumentar los efectivos del castillo de San Cristóbal –
lugar de su puesto de mando – en 35 rozadores para aumentar la defensa en el
rastrillo, ante el posible intento de asalto del mismo por tierra. (como
efectivamente se llevó a cabo por parte de los ingleses)
Entre el tronar de los cañones, las lanchas
que habían sorteado el intenso fuego de las baterías se fueron acercando al
muelle, las dos primeras en llegar fueron las dirigidas por el capitán
Thomson, que fue el primero en
saltar al muelle seguido de sus hombres quienes a cuerpo descubierto soportaban
un infernal fuego graneado le les dirigían los milicianos desde la marina y las
casas próximas cayendo muertos o heridos gran número de los asaltantes, siendo de lo más efectivo los dos cañones
“violentos” manejados por los pilotos desde las proximidades del “boquete”.
(Puerta del muelle) Desembarcadas las gentes de las otras
lanchas, proceden a clavar los cañones de la batería del muelle o del
martillo, la cual había sido abandonada por sus servidores, al mando de los
cuales estaba el teniente del Real Cuerpo de artillería don Joaquín Ruiz.
Mientras se desarrollaban estos hechos seguía la incesante acción de las
baterías y castillos de la plaza sobre las lanchas, algunas de ellas
consiguieron varar en la playa frente a la Alameda, el cúter Fox por sus mayores dimensiones era el blanco preferido de las
baterías recibiendo un buen número de impactos hasta que alcanzado de lleno en
la línea de flotación, fue echado a pique con los 380 hombres que transportaba
como hemos dicho, además de los pertrechos de guerra
La lista de muertos y heridos
ingleses en esta acción, sería muy extensa, por ello nos limitaremos a dar la
de los más significados: el capitán del Tersichore
Richard Bowen, alcanzado por un trozo de
metralla en el pecho falleció
instantáneamente. Los capitanes Thompson
y Freemantle resultaron heridos en la acción éste último en el brazo
derecho como su amigo y jefe Nelson: Jonh Weterhead; teniente del Theseus; George Thorpe, primer teniente
del Tersipchore, y John Baisham,
teniente de la fragata Esmerald, William Earnshaw, segundo teniente del Leander, resultaron muertos, mientras,
George Douglas, teniente del Seahorse, y Lewis Waits, guardia marina
del Zeaolus, caían mal heridos en tierra.
El comandante de las tropas inglesas
Troubridge, con su bote y dos más que le acompañaban sorteando el intenso fuego
que desde tierra se le hacía logró tomar
tierra en la playa de la Caleta
El teniente Robinson fue recogido por don
Bernardo Cólogan Fallón, quien según algún autor, le prestó ayuda en su grave
situación, usando su propia camisa como vendajes. El señor Cólogan quien años
más tarde escribiría una pormenorizada relación de los hechos, había tenido
algunas diferencias con el comandante general de la plaza como veremos en otro
lugar.
En la penetración de Troubridge, hacía la
plaza se le unió Waller con su columna, que, como sabemos, había desembarcado a
la altura del barranquillo del Aceite o Cagalacehite. Unidas ambas columnas,
llegaron a la calle de las Tiendas (hoy de Cruz Verde), que siguieron hasta
desembocar en la Plaza
principal (Plaza de la
Candelaria) por su parte alta, donde permanecieron inactivos
y en silencio sin contestar al fuego que les hacían los cazadores provinciales
desde sus posiciones. Este momento de tensa calma, es denominado por Rumeo de
Armas como “la hora del silencio”, pero nosotros preferimos reseñarla como “la hora del desconcierto”
pues siendo momentos de incertidumbre para ambos contendientes, el desconcierto
fue bastante más acusado para los defensores optando algunos oficiales por
abandonar la plaza huyendo hacía La
Laguna, y haciendo correr el rumor de que el general había
muerto y dando por perdida la batalla.
Por su parte, Hood y Miller, con sus
columnas, que como se recordará habían desembarcado por las la playa de las
carnicerías y el barranco de Santos (barranco de Añaza), y constituían la
partida más numerosa de las tropas británicas que consiguieron tomar tierra,
obligaron a retirarse a los sesenta soldados de la bandera de Cuba y La Habana, que al mando del
teniente Castilla tenían encomendada la defensa de la playa. Éstos en su
repliegue consiguieron unirse al batallón de infantería de Canarias, que estaba
destacado en la plaza de San Telmo, uniéndoseles posteriormente la partida de
marineros y pilotos que se hallaban frente al hospital de los desamparados.
(antigüo hospital civil, y hoy sede del museo arqueológico del Cabildo de
Tenerife) Una vez reagrupadas estas fuerzas
a las que se unieron algunos de los cuarenta rozadores de La Laguna, los cuales habían
sido armados por el Cabildo con rozaderas, estas bisoñas tropas tenían
encomendada la defensa de la playa de las carnicerías pero se vieron
desbordadas por l superioridad numérica y armamentística del enemigo, ordenando
sus jefes Don Alonso de Nava Benítez de Lugo, Marqués de Villanueva del Prado y
don Juan Primo de la Guerra,
Vizconde de Buen Paso, la retirada, mientras el vizconde lo hacía sobre San
Cristóbal, pasando más adelante a colaborar en las operaciones del muelle, el
marqués de Villanueva del Prado lo hizo hacía el barranco de Santos por el
lugar donde –casualmente- se iniciaba el camino a La Laguna, cayendo
inesperadamente en una zona donde se iban a desarrollar las más violentas
operaciones del sector. Reunidas las dispersas tropas defensoras en las
inmediaciones de la calle de la carnicería, juntas iniciaron una ofensiva
contra el enemigo, atacando con denuedo causándole varias bajas y haciéndoles treinta prisioneros, obligándoles
finalmente a replegarse por las calles de la Noria y Santo Domingo, hasta la plaza de este
nombre ( este espacio está ocupado actualmente por el teatro Guimera y “La
Recova,”) donde asaltaron y ocuparon el convento de Dominicos
que allí existía.
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