miércoles, 2 de abril de 2014

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS






ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910



CAPITULO –XI



Eduardo Pedro García Rodríguez
1905 marzo 2.
 
“A reclamación formulada por el gobierno cubano, el gobierno español ha indemnizado con doce mil quinientas pesetas á nuestro compañero en la prensa D. Secundino Delgado, por haber sido injustamente preso en Madrid de orden del general Weyler”. Con esta información publicada el 5 de diciembre de 1905, en el periódico “El Tiempo”, se daba a conocer la resolución por la que se declaraba no ajustada a derecho el arresto y posterior prisión de Secundino Delgado. Este arresto fue realizado en la mañana del día 2 de marzo de 1902.

La orden de prisión contra Secundino había sido dictada en La Habana en 1897, por el presunto delito de fabricación y colocación de explosivo de dinamita en edificio público, en referencia a la explosión ocurrida en la mañana del 28 de abril de 1896 en el edificio ocupado por la Capitanía General de La Habana, como hecho destacado Secundino ni siquiera fue juzgado por este presunto delito, ya que entre otras cuestiones los expedientes iniciados al respecto se encontraban totalmente sobreseídos, en virtud del tratado de paz firmado por España y Estados Unidos en París el 10 de diciembre de 1898. En este sentido, las otras personas que habían sido arrestadas ya habían sido puestos en libertad por el mencionado sobreseimiento de la causa. Otro dato, que considero importante mencionar es que en él mismo expediente de Secundino existe una nota que informa de la situación de sobreseimiento del expediente.

Volviendo al día conmemorado, a principios de 1902  Secundino vivía veinte días al mes en Santa Cruz de Tenerife, lugar desde él que dirigía la publicación del periódico ¡Vacaguaré!. Los otros diez días se dirigía a Arafo, lugar donde vivía su familia por prescripción médica. Para Secundino durante estos días de visita a su familia vivía una “dicha perfecta”.

“¡Ah! ¿Cuánto vivía yo en estos diez días!... ¡Cómo se me hincha el alma de gozo al contemplar una pradera llena de luz, un peral florido, un almendro nevado por sus flores, una amapola roja en la llanura verde...”.

Secundino había vuelto a Canarias a finales de 1900 y desde ese momento tuvo una destacada vida pública tanto por su trabajo en la redacción del periódico “El Obrero”, órgano de expresión de la Asociación Obrera de Canarias, como por su importante labor en la constitución del Partido Popular Canario, pero entonces ¿Por qué no había sido arrestado con anterioridad?, evidentemente la causa de la detención fue la publicación del primer número de la revista ¡Vacaguaré!, aunque curiosamente en ningún momento de su proceso se menciona delito alguno referido a ¡Vacaguaré!

Para hacernos idea de la repercusión obtenida por este periódico, el tema fue tratado hasta en el Congreso de los Diputados de España, así a principios de marzo de 1902, el Marqués de la Casa-Iglesia, informa de la aparición en Canarias de un periódico, “cuyo solo titulo Vacaguaré, es una provocación a los españoles”
Para terminar me gustaría recordar como describió Secundino su arresto:

Un roce tenue, como el de una pluma, me abrió los ojos. Era Lila que me besó y ahora, sentada en mi lecho, reía á carcajadas frescas y sonoras.
 -Vístete- me decía- para que veas mis palomas mensajeras con sus pichones, la gallina con sus pollitos, la pata en sus huevos…. ¡anda, anda pronto! ….
 -Bueno: cuando salgas me vestiré -le dije acariciándola.
Saltó como una gacela y desapareció cantando:
“Aguila que vas volando dame una pluma….!
Por la ventana abierta, veía un cacho de cielo, rojo por la luz de la Aurora. Y frente á mí, alzábase, perforando con su pico las altas nubes, el majestuoso Teide. Cubríalo una túnica blanca y refulgente como el cristal, y á sus reflejos yo soñaba despierto en su historia pasada.
Hallábame sumido en aquella contemplación estética, cuando entró mi hija como ciclón, diciendo á borbotones: -Pápa, ahí están dos hombres disfrazados y con sombreros de tres picos preguntando por ti. Levántate enseguida y ven…. ¿oyes?....
Al poco rato fui. Me encontré dos guardias civiles que arrebataron mi libertad….

     Interrogué al cielo…. ¡Cuán bello é impasible le encontré ese día!

Los inocentes se acurrucaron en las enaguas de la madre como polluelos á la vista cercana de dos milanos.
Y á mi memoria acudieron estas palabras de un filósofo: “semejante á los carneros que juegan en el prado, mientras con la mirada el carnicero elije entre el rebaño, nosotros no sabemos, en nuestros días felices, que desastre nos preparan, precisamente en aquella hora; calumnia, persecución, martirio, etc.”
 -¡Eh, vamos!-dije á los guardias- y salí de mi casa, entre maüsers, con la sonrisa en los labios que produce the joyol of grief.  (Jorge Pulido Santana, 2012)
      




1905 Marzo 22. El fiscal del Tribunal Supremo de España, Juan Maluquer y Viladot, recaló en las Islas Canarias. Parece ser que el motivo de su presencia estaba relacionado con la denuncia presentada contra el sistema de la Sociedad Arrendataria de Puertos Francos. El fiscal en Las Palmas y allí, varias comisiones le pidieron enconadamente la división de la “provincia”. También recalaría en Tenerife y tras su regreso a Madrid, el 5 de abril, elaboró un informe sobre el estado de la administración de justicia, definiendo una serie de medidas administrativas que contentaran a Tenerife y Gran Canaria, pero sin romper la unidad “provincial”.
1905 mayo 1.
A pesar de que la libertad de bandera había supuesto un beneficio para el tráfico y el transporte marítimo en la colonia, la metrópoli por Real Orden de 1 de mayo de 1905 prohibió el comercio entre las islas a buques extranjeros no españoles. La subida de costes que tal medida trajo consigo levantó protestas entre los usuarios y forzó al aplazamiento de la entrada en vigor de la orden durante un año. Desde finales del XIX la Compañía de Vapores Interinsulares Canarios, filial de Elder Dempster tenía adjudicada la distribución del correo entre las islas del archipiélago.
1905 Mayo 3.
En el Pago de los Callejones, en Mazo Benahuare (La Palma), nace Cruz Alonso Rodríguez. Empresario En 1920, con apenas quince años, emigra a Cuba, afincándose en la entonces provincia de Oriente, concretamente en la ciudad de Antilla. En 1944 se traslada a La Habana donde adquiere en propiedad el Hotel San Luis, instalación a la que imprimirá un marcado carácter cultural y político y que, con el tiempo, terminará siendo conocida con el sobrenombre de "Hotel de los Exilados", por la extraordinaria labor filantrópica que su dueño llevó a cabo a favor de los perseguidos por los gobiernos de las dictaduras latinoamericanas de la época. Este posicionamiento político de Cruz Alonso le valió las amenazas y la constante vigilancia de la policía de Fulgencio Batista que en varias ocasiones allanó su hotel. En agosto de 1960 se podía leer en la revista caraqueña "Momento" lo siguiente: "Guatemaltecos, costarricenses, nicaragüenses, hondureños, salvadoreños, panameños, haitianos, peruanos, argentinos, chilenos, colombianos, venezolanos, españoles republicanos y cubanos en toda la Isla, han convivido o se han relevado en su Hotel San Luis. Jefes de Estado, ministros, diplomáticos, periodistas, intelectuales, hombres de negocio y modestos trabajadores y campesinos, muchas veces han constituido lo principal de su clientela pluriclasista". Entre sus huéspedes venezolanos cabe destacar al ex -presidente Rómulo Gallegos y a los que, más tarde, fueron sus sucesores como Rómulo Bethancourt y Carlos Andrés Pérez. El triunfo de la revolución liderada por Fidel Castro no supuso, sin embargo, la conformidad de Cruz Alonso con el nuevo régimen cubano y en 1960, aprovechando la invitación a la toma de posesión del presidente Rómulo Bethancourt, fija definitivamente su residencia en Venezuela donde seguirá desarrollando una importante actividad empresarial. Cruz Alonso falleció en Caracas el 2 de junio de 1976 y su sepelio estuvo encabezado por el entonces presidente de la República, Carlos Andrés Pérez. Días después, en el diario "El Mundo" de la capital venezolana, Romualdo Ventura señalaba: "Fue un espíritu abierto a todas las inquietudes políticas y culturales, aunque no fue un político ni un hombre de cultura. Le rindió un culto exagerado a la amistad, y dio de sí todo lo que podría dar, pero sin esperar recompensa alguna. Cuando en La Habana acogió en su casa y compartió lo poco que se poseía con los exiliados venezolanos y de otros países latinoamericanos, no lo hizo por cálculo, sino empujado por su sentido de la solidaridad humana y por su apego a los valores éticos que le acompañaron hasta el fin de sus días. Cruz Alonso fue un demócrata sincero y vertical. Por eso rechazó al régimen despótico de Fidel Castro, al igual que lo había hecho con las dictaduras de Batista, Trujillo, Somoza, Pérez Jiménez y otros tantos capitostes de la barbarie latinoamericana.

1905 Mayo 8. Se celebran en Winiwuada n Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria) los actos conmemorativos del tercer centenario de la aparición del español libro Don Quijote de la Mancha, obra siempre poderla por los criollos españolistas y empleados de la metrópoli destinados en la colonia con una velada que organizó el Museo Canario en el teatro. Intervinieron como oradores Amaranto Martinez de Escobar, Fernando Inglot y Prudencio Morales. El acto fue clausurado con la actuación de la Filarmónica.

1905 mayo 8.

El período de 1868-1873 significa para Canarias, y para Santa Cruz en particular, una toma de conciencia política que va quizá por primera vez en un conflicto colectivo, más allá de las acos­tumbradas posiciones localistas. Estas últimas seguían siendo, a pesar de todo, la primera preocupación de los isleños. En los años de 1905 y 1906 condujeron a una crisis canaria, la primera de este tipo en la historia de las Islas y, al revés, de una toma de conciencia penin­sular ibérica  frente a los problemas canarios que se acababan de descubrir. Naturalmente, el problema arrancaba de muy lejos, de las Cortes de Cádiz y posiblemente desde antes.
El gobierno —más exactamente los gobiernos, ya que uno de los males de Canarias es la inestabilidad de Madrid—, dieron muchas vueltas al asunto. En 1905 pareció en fin que el gobierno se deter­minaba por determinarse, es decir, que había decidido estudiar las condiciones de una salida honrosa. Era poco, pero era algo que se emprendía con seriedad por primera vez. En la primavera de 1905 fue enviado en inspección el fiscal del Tribunal Supremo, Juan Maluquer y Viladot, con la misión de estudiar la situación de las islas sobre las expectativas y sobre las soluciones que se podían adoptar. Maluquer era persona capacitada y bien intencionada, pero no consta que hubiese comprendido el problema canario más allá de lo que indicaban las apariencias, es decir, las pasiones localistas y divisionistas. Las soluciones que propone son meramente admi­nistrativas e intentan dar satisfacción a las partes contendientes, Tenerife y Gran Canaria, sin llegar a una ruptura de la unidad pro­vincial. Los otros grandes problemas, el subempleo, la descapitaliza­ción, la marginación, el analfabetismo, todo cuanto requería solu­ciones a largo plazo, no parecen haber llamado su atención; o, si la llamó, no entraba en sus instrucciones tratar temas de esta natu­raleza.
Posiblemente de aquella visita no se podía esperar más. Maluquer había sido enviado por el ministro de Justicia y su encuesta debía referirse naturalmente sobre todo a este ramo de la administración. Los isleños pusieron mayores esperanzas en la visita casi simultánea de Eduardo Cobián, ministro de la Marina, porque era ministro y porque era el primer ministro en funciones que, desde que las Canarias eran tierra española, venía a pisar su tierra. Su estancia fue corta, pero bastante completa: visitó Santa Cruz en 8 y 9 de mayo, pasó en La Laguna los dos días siguientes, en La Orotava el 12 y zarpó para Gran Canaria el 13 de mayo. Se le dispensó por todas partes una recepción que algunos calificaron de demasiado calurosa: fue nombrado hijo adoptivo de Santa Cruz, se dio su nombre a la parte baja de la calle de la Marina, fue agasajado y aplaudido, por la nove­dad que representaba su presencia más que por las esperanzas que se ponían en ella. Con motivo de su llegada, el Diario de Tenerife, que era el órgano de prensa de mayor autoridad e independencia, le dirigía una carta abierta, en que exponía sin muchos miramientos o circunlocuciones, las quejas de Canarias, afirmando al mismo tiempo que todo aquello no produciría ningún resultado. Le recordaba «que las dudas y las desconfianzas las justifican plenamente la expe­riencia y el recuerdo de un olvido que ha parecido sistemático, de muchas, innumerables injusticias, de grandes ingratitudes, de posi­tivas ofensas que en no pocas ocasiones han revestido caracteres de verdaderos ultrajes; que sólo un pueblo tan sumiso, tan paciente y tan honradamente leal como el nuestro ha podido sufrirlas sin trascendentall protesta».

La situación en Canarias, dice el autor, no podría ser peor. La región sufre las consecuencias de un régimen caciquil, de la falta de protección militar, de la falta de atención para con sus co­municaciones, evidente en «esa vergüenza de nuestro puerto, base, origen y fundamento del asombroso incremento marítimo y comer­cial de la isla entera, y en parte de toda la provincia». En Santa Cruz «no tiene el Estado ni un solo centro de enseñanza». Con ser una región que vive fundamentalmente de su agricultura, no hay granja agrícola, ni ferrocarriles, ni carreteras, escuelas de comercio o de artes y oficios, «nada en fin de lo que tienen los pueblos adelan­tados y cultos o que aspiran a serlo». En todos estos terrenos, la mo­desta iniciativa de las corporaciones locales «siempre ha encontrado indiferencia, desvío, obstáculos y dificultades; ha tropezado con la remora del expedienteo... cuando no se ha estrellado en el sistemático non possumus, que parece ser la divisa de todos los gobiernos cuando de Santa Cruz de Tenerife se trata». Todo esto estaba muy bien. Cobián prometió que activaría el estudio por el Gobierno del pro­yecto de ampliación del puerto, que había establecido el ingeniero jefe de Obras Públicas, Prudencio Guadalajara. Pero las promesas ministeriales son como las pompas de jabón: apenas terminada su visita, hubo cambio de gobierno y el 22 de junio Cobián ya no era ministro.

Al año siguiente, el gobierno Moret volvió a considerar el pro­blema de las reformas en Canarias y decidió que el rey visitase pri­mero las Islas, con algunos ministros, para darse cuenta de la situación y para que los canarios no perdieran la paciencia. La visita se hizo en los últimos días de marzo y primeros de abril de 1906. Participa­ban el rey don Alfonso XIII, su hermana la infanta María Teresa con su esposo, y los ministros Luque, de Guerra, Víctor Concas de Marina y Romanones de Gobernación, este último con su secretario Niceto Alcalá Zamora. En Santa Cruz se hicieron grandes preparati­vos para recibir a tan ilustres huéspedes. Con su acostumbrada mi­santropía y desconfianza, don Patricio Estévanez se oponía a la idea de alterar en lo más mínimo el aspecto de la ciudad. De seguirse las sugerencias de los ediles y de la prensa, decía, se debería volver a edificar toda la ciudad. Bien sabía don Patricio que, tales como es­taban, «ni las calles de la ciudad, ni sus edificios, ni cosa alguna material despertará interés ni revelará sino pobreza y pequeñez».
Pero esto mismo tenía que ver el Rey, porque ésta era la realidad canaria: no habrá coches de lujo, porque no los hay, ni más calles que las feas y sucias de todos los días, ni más banquetes y agasajos, porque la ignorancia de los usos y la marginación canaria no les permitirá recibir al Rey como él está acostumbrado a que le reciban.
A pesar de la autoridad de que gozaba don Patricio, esta vez no se le hizo caso. No había dinero en las arcas ni coches de lujo; pero hubo uno para Su Majestad, porque el ayuntamiento tomó prestado al de Ramón Ascanio y lo reparó, arregló y mejoró por un coste de mil pesetas, para darle el aspecto que convenia a la categoría del ilustre viajero. No había una estación marítima, para recibirlo dignamente, pero se hizo rápidamente un pabellón en el embarcadero, sobre plano del arquitecto don Mariano Estanga. No había calles hermosas o edificios que llamasen la atención, como en las grandes ciudades euro­peas; pero se disimuló la pobreza de la arquitectura urbana con los arcos de triunfo que se improvisaron a lo largo del recorrido. No había ningún salón digno, para poder ofrecer un banquete oficial a la persona real, pero se pudo habilitar para este efecto el teatro municipal.
Sin embargo, las cosas no salieron a pedir de boca. Hubo calor en la acogida y hasta entusiasmo popular; pero entre los oficiales, divididos por tendencias, grupos y partidos, reinaba una peligrosa tirantez. Esta se hizo evidente durante el banquete. Le avisaron al rey y éste se retiró, apenas empezada la comida. Según testimonio de Romanones, «la hora de los brindis fue la del escándalo; poco faltó para que vinieran a las manos unos y otros partidarios: lo evi­tamos los ministros, con no poco esfuerzo».
Hubo algunas promesas e incluso algunos resultados inmediatos. Se concedió un indulto a los periodistas que se hallaban procesados; se prometió la creación de una granja agrícola en Santa Cruz; y el Rey empeñó su palabra en una promesa formal de entrega al ayunta­miento del viejo castillo de San Cristóbal. Al regreso a Madrid, el conde de Romanones redactó, probablemente con la colaboración de Alcalá Zamora, una memoria que se publicó en la Gaceta de Madrid y que sirvió de base para el plan de reformas iniciado por el gobierno Moret. La memoria expone, sin tomar partido, las reivindicaciones escuchadas por los ministros durante su visita a Canarias. En comparación con las visitas precedentes, tiene el mérito de enfocar con mayor complejidad y profundidad los problemas insulares,   la organización  administrativa  tanto  como   la  economía, la instrucción y las obras públicas.
Casi inmediatamente, se pasó al estudio de las reformas que se proponían. En el consejo de Ministros de 17 de abril se repartieron las tareas entre los distintos departamentos y el presidente Moret recomendó su rápido despacho. En 25 de abril, El Imparcial de Madrid, órgano de ministro de Fomento Rafael Gasset, interviene para pedir al gobierno que tenga muy en cuenta que la tributación de Canarias no resulte inferior a la peninsular, porque cometería una injusticia y una grande falta de equidad, si se mostrase «espléndido y pródigo en beneficios» reservados exclusivamente para determinadas regiones. Mientras, el tren de las reformas sigue adelante. La Hacienda propone que la misma compañía administradora de los puertos francos canarios arriende al mismo tiempo la renta de tabacos. y alcoholes, para que se pueda disponer de un millón de pesetas, destinado a un cable telegráfico y comunicaciones marítimas. La Instrucción Pública estudia la extensión del Instituto de La Laguna por medio de una subsección o filial en Santa Cruz, además de una escuela de Artes y Oficios, oposiciones de maestros que se celebra­rían en la misma provincia; pero no considera oportuna la creación de una universidad, que se le ha solicitado. En el Consejo de Ministros de 1 de maryo, Moret se encara con el estudio de conjunto del plan de reformas. En Canarias, todas las medidas propuestas se consideran insuficientes y rebasadas. Aun así, no se cumple nada, porque al gobierno no le quedan sino pocas semanas de vida. Todo aquello, una vez más, se ha resuelto en agua de cerrajas. Lo único que saca en claro el ayuntamiento de Santa Cruz es que ha compro­metido su presupuesto en los gastos de recepción; que ahora no tiene medios para hacer frente a los demás compromisos; y que el gober­nador civil Mas se vuelve odioso con sus apremios y sus amenazas, porque no puede creer que no se trata de ninguna mala voluntad.
En Canarias, el desengaño se está transformando en rabia. El 15 de agosto, Patricio Estévanez, que es concejal del ayuntamiento de la capital, protesta públicamente por tantas promesas incumplidas. Recuerda a la corporación que los meses pasan, que «los gobiernos cambian con frecuencia y los ministros nuevos no se consideran obli­gados a respetar los ofrecimientos de sus antecesores» y que él «ama entrañablemente a su pueblo, pero más que sus mejoras materiales estima su dignidad y su decoro». Por lo tanto, en una situación tan desairada y en presencia del evidente agravio que se hace a las Islas, propone, y el ayuntamiento acuerda conforme a su proposición, que «retira todas las peticiones contenidas en su exposición al Rey; renuncia a todas las concesiones ofrecidas y pone a disposición del gobierno todos los centros, dependencias y organismos oficiales que aquí radican». Es de observar que, a pesar de las divisiones internas, este acuerdo fue tomado con unanimidad de los concejales presentes, que decidieron asimismo enviar un representante que explicase al Rey la significación de aquella decisión. Esta misión fue confiada al marqués de Casalaiglesia, quien tuvo audiencia en San Sebastián, el 18 de septiembre. Este episodio fue recogido por la prensa madi-leña, quien dio la razón a Estévanez. Interrogado con este motivo, el jefe del gobierno, general López Domínguez, contestó a los perio­distas que en Canarias no pasaba nada y que las islas estaban satis­fechas con el nuevo reparto de los centros oficiales. Estas declara­ciones son del mismo día en que el Rey recibía al representante de Santa Cruz, prometiéndole que no dejaría de pedir al gobierno resul­tados palpables.

Sin duda, lo hizo, porque en el Consejo de Ministros de primero de octubre se volvió a tratar a fondo el tema de Canarias. Cada mi­nistro expuso lo que había hecho, a partir de la memoria de Roma-nones: resulta que todos habían previsto todo para el próximo presu­puesto y que no había más que esperar. Es lo que se venía haciendo y se hizo a continuación. Lo que sí se consiguió, al cabo de tanta agitación estéril, fue el proyecto de administración local de Maura, que se discutió en las Cortes de 1907 - 1908, sin más resultado que lo que hasta entonces se había emprendido o tratado de emprender. Dos años después, El Heraldo de Madrid calificaba a Tenerife de «Cenicienta de las islas Canarias» en este caso, es difícil hallar un nombre apropiado para las demás islas.
La experiencia de la crisis canaria de 1905 - 1906 permite al historiador sacar unas cuantas conclusiones, que son más bien confirmaciones de lo que ya sabía creer. Extraña, en primer lugar, lo corto y lo inconsistente de las peticiones canarias: una escuela de Artes y Oficios o una granja agrícola, la supresión de un castillo feo e inútil, la mejora de las comunicaciones, no parece que hubieran debido necesitar tanto movimiento y plantear al rey y al gobierno tantos problemas insolubles y, además, no constituían ninguna panacea. Eran mejoras administrativas corrientes, cuya trascendencia, obje­tivamente casi nula, pero enorme desde el punto de vista canario, demuestra de manera superabundante la angustiosa depresión econó­mica, política y social por la que atravesaban las Islas. Incluso pensando en la situación española poco brillante de aquellos años, resulta cho­cante la insistencia que ponen los canarios en solicitar mejoras par­ciales e intranscendentes, y la terquedad con que el gobierno se obs­tina en negárselas. Quizá el gobierno ha escogido esta línea de resis­tencia, para no abrir brechas para pretensiones mayores: en cuanto a los canarios, es visible que no saben pedir.

A lo mejor es porque no tienen confianza y estas primeras peticiones sirven de test; o posiblemente, en un ambiente nacional ya deprimido, no sienten con suficiente claridad las causas profundas de su particular malestar. También es cierto que aun se ignoraba en las islas la raza de los economistas, planificadores y futurólogos, augures que interpretan los signos para indicar los caminos de las victorias futuras. Sea cual fuese la razón de este encogimiento, es evidente que los canarios sienten sus males sin razonarlos y posiblemente sin conocerlos más allá de sus efectos inmediatos. Un niño que se ha tirado al agua sin saber nadar, imagina que lo primero y lo más importante es gritar. Los canarios aun no están mental izados como miembros de una sociedad canaria y, al no sentir esta comunidad de intereses y de destinos, identifican mal sus propios problemas. En 1906 los canarios siguen siendo santacruceros y palmeros o gran-canarios y conciben las eventuales mejoras de su suerte, reducidas al círculo estrecho del ambiente inmediato con el que se hallan iden­tificados.
Por otra parte, de haber superado esta fase localista, el canario no habría conseguido mejores resultados. Los gobiernos efímeros e im­potentes que habían demostrado su incapacidad de resolver los pro­blemas a corto plazo, difícilmente podían enfocar un tratamiento a fondo y a largo plazo del tema canario. La depresión canaria no era un fenómeno aislado o autónomo, sino la fuerte resaca de la crisis española después de 1898. El desaliento no había alcanzado en su día las islas, porque éstas son una caja de resonancia que rinde el sonido con algún atraso; la desidia gubernamental, por otra parte explicable hasta cierto punto dentro del marasmo total de la vida pública espa­ñola, y el fracaso práctico del viaje real, considerado por los canarios como último recurso o última esperanza, contagiaron a éstos y contri­buyeron a aumentar la depresión.
Si no hay algún error de óptica por parte del historiador, esta situación de crisis demuestra, una vez más, que la reacción de los is­leños no fue de canarios, sino de españoles. En situaciones similares, pero en general menos graves que ésta, los americanos habían reaccio­nado como americanos: los cubanos, por ejemplo, como cubanos. En Canarias no se ha sentido la separación de los destinos como un camino de la esperanza, ni mucho menos como una necesidad. No se trata de un rechazo de la idea de independencia, porque el rechazo supone una intentona o una tentación, y no las hubo. Es difícil buscar expli­caciones a esta insensibilidad a la tentación. La única que se nos ocurre es la ya conocida, del fuerte substrato pasional de la mentalidad polí­tica en Canarias. El separatismo no tenía probabilidades, simplemente porque el canario se sentía marginado y olvidado, pero no separado o diferente: el simple hecho de la marginación implica la pertenencia a un núcleo cuya proximidad se busca. En 1906, la política sigue siendo pasional; y lo seguirá siendo en 1970, cuando aparecerá el separatismo por despecho. (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz de Tenerife, 1978, t. III: 198  y ss.).
1905 mayo 9.
El periódico "Diario de Tenerife", escribe a propósito de la visita de del fiscal del Tribunal Supremo del reino de España Maluquer, "(...) que las dudas y las desconfianzas las justifican plenamente la experiencia y el recuerdo de un olvido que ha parecido sistemático, de muchas, innumerables injusticias, de grandes inquietudes, de positivas ofensas que no en pocas ocasiones han revestido caracteres de verdaderos ultrajes que sólo un pueblo tan sumiso, tan paciente y tan honradamente leal como el nuestro ha podido sufrirlas sin trascendental protesta (...) La región sufre las consecuencias de un régimen caciquil, de la falta de protección militar, de la desatención con sus comunicaciones, evidente en esa vergüenza de nuestro puerto, base, origen y fundamento del asombroso incremento marítimo y comercial (...) En Santa Cruz no tiene el Estado español ni un solo centro de enseñanza" y además indica que tampoco "existe una granja agrícola, ni ferrocarriles, carreteras, escuelas de comercio o de artes y oficios" (...) "Desvíos, obstáculos y dificultades cuando se trata de Santa Cruz".
La intervención del poder de la metrópoli en el Archipiélago Canario se acrecienta durante los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX, con el telón de fondo de la lucha por la capitalidad entre Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas, cuajada de enfrentamientos, pero también representa un claro síntoma de que ya existe una toma de conciencia canaria y del poder central hacia los problemas que acucian al Archipiélago.

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