sábado, 26 de abril de 2014

CRIMENES DE LESA HUMANIDAD COMETIDOS EN CANARIAS






CAPITULO XXVIII




Chaurero n Eguerew




La Iglesia Católica y su implicación en la esclavitud del pueblo guanche, II

La Iglesia católica en Canarias (continuación)
Si a las tribus que invadieron Europa desde el este se los llamó “bárbaros y vándalos”, términos que quedaron en el habla como sinónimo de barbarie,  destrucción y desolación de pueblos y culturas, ¿qué es lo que tendría que decirse de los Bethencourt, La Salle, Herreras, Rejón, Bobadilla, Vera, Lugo, y en general de todos los desalmados invasores españoles capaces de todas las traiciones, mendacidades, felonías, crímenes signados por la deslealtad, el faltar a la palabra empeñada, el abuso de confianza, la esclavitud, la perfidia, las masacres?
La iglesia católica del imperio salvacionista ibérico tuvo gran relevancia en la construcción colonial del primitivo pueblo canario como ente cultural alienado, ya que la religión cristiana se mezcla en él con creencias guanches, formando cultos sincréticos.[1]
Estos llenaban satisfactoriamente su cometido de dar a conocer al canario la gloria de la vida eterna ultraterrena, para consolarlo ante la miseria de su destino terreno y a la vez justificar el dominio europeo, induciéndolos a una actitud pasiva y resignada.
Pero es en la actualidad, cuando el canario subordinado del imperio mercantil salvacionista primero, y del capitalismo después, está de pie luchando por su dignidad, elevando la figura de sus ancestros, desistiendo de vivir la historia de Europa para reconstruir en forma continua la propia, luchando por demostrar que no somos “una cultura débil que va extinguiéndose” sino que sigue existiendo orgullosa y soberbia.
Al llegar los invasores al Archipiélago Canario lo primero que hacen es asumir la empresa como una misión religiosa, bajo estas condiciones en nombre de los dioses católicos y de los reyes ibéricos se inicia toda una serie de injustas masacres y esclavizaciones en masa de un pueblo que como el canario jamás traspasó sus fronteras para ofender a nadie. Los planes de los piratas y traficantes de esclavos Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle patrocinados por el reino ibérico  castellano, para ocupación del territorio combinaron las llamadas   ”entradas” civilizadoras, con la acción supuestamente evangelizadora de los capellanes.
El pirata y mercenario normando Jean de Bethencourt y su socio Gadifer de Lasalle parten de La Rochela para Cadiz el 1 de mayo de 1402 con ochenta franceses, a los cuales se unen otros aventureros castellanos.  Tras hacer frente a un motín de la tropa y marinos quienes reclamaban los salarios atrasados de meses, Bethencourt consigue contentarlos pagándoles parte de los mismos gracias a un préstamo concedido por un tío suyo, tras robar un ancla y un esquife a un capitán corsario inglés que subastaba una presa en el puerto de Cádiz, prosiguen viaje a Lanzarote a donde llegan a fines de junio. Con ellos van de capellanes los miembros de la secta católica Juan Leverrier, presbítero, y Fray Pedro Boutier (no Bonthier), O.S.B.

Invaden y se apoderan de Titoreygatra (Lanzarote); edifican, un fuerte en Rubicón, Bethencourt, por falta de recursos, vuelve a Castilla y a Francia con un cargamento de esclavos guanches, a gestionar ayudas, dejando a su socio Gadifer como encargado de continuar el saqueo de  la isla y a su sobrino Berthin de Berneval como comandante del fuerte. En ausencia de Bethencourt, Berthin de Berneval se rebela contra Gadifer; y, uno y otro, hacen asaltos y esclavizaciones en las islas.

La temprana invasión y conquista de la isla de Eseró (El Hierro), llevada a cabo por los piratas Jean de Bethencourt y Gadifer de La Salle, la convierte en una excelente plataforma desde donde alcanzar con relativa facilidad las costas de Benahuare (La Palma), tanto para supuestamente comerciar con los awuaras  como para hacerlos objeto de este comercio. En uno de estos asaltos, los piratas normandos-castellanos son rechazados en el término de Tenagua (Puntallana) por los awaras, decidiendo estos trasladar el pillaje al bando de Tigalate, a la sazón gobernado por los hermanos Juguiro y Garehagua. Allí prendieron a una hermana de Garehagua, revolviéndose ésta de tal manera que Jacomar le dio de puñaladas y la mató.
El 28 de noviembre de 1403 Según una bula de Clemente VI, la titularidad de la invasión y conquista de las Islas Las Canarias, pertenece a los reyes de Castilla.
El pirata normando Jean de Bethencourt gestiona en 1403 ante Enrique III su supuesto señorío de Canarias y obtiene una Real Cédula,  confirmándole como señor feudal de Canarias y vasallo del rey castellano. El pirata pide ayuda; y “recurre al Papa Benedicto XIII, en Avignon, para pedirle también ayuda material y espiritual: indulgencias y privilegios de cruzada y la creación de un obispado en el fuerte de Rubicón.” (Las Casas)
En esas mismas fechas Gadifer de la Salle y sus bucaneros hacen una incursión a la Gomera capturando como esclavos a cuatro gomeros, posteriormente en un nuevo intento de desembarco son rechazados.
Jean de Bethencourt, vuelto a las islas el 27 de febrero de 1404, (con un grupo de colonos franceses, entre ellos una gran cantidad de prostitutas) logra poner paces entre los suyos y somete a los maxos  que se habían rebelado.

En 19 de abril de 1404 el pirata Gadifer de la Salle, viendo que era marginado por su socio Jean de Bethencourt, y por diferencias surgidas por el reparto del botín abandona las islas y va a reclamar parte en el señorío al rey de Castilla; pero, no habiéndolo conseguido, vuelve a Francia. Con él va el capellán de la secta católica Fray Pedro Boutier.

El Papa Benedicto XIII, en Avignon, el 7 de julio de 1404 concede a Bethencourt las indulgencias y privilegios de cruzada y erige el obispado de la secta católica de Rubicón {Róbigo) en la isla de Titoreygatra; y por la bula Apostolatus officium del 7 de julio de 1404, nombra a Fray Alfonso de Sanlúcar de Barrameda, O.F.M., obispo de esa diócesis. (Las Casas)

BULA del Papa de la secta católica Benedicto XII (Pedro de Luna) erigiendo en ciudad el villorrio del castillo de Rubicón, su ermita en Catedral y el Archipiélago Canario en obispado, sufragáneo de Sevilla.

“Benedicto, Obispo, Siervo de los Siervos de Dios, para perpetua memoria. El Romano Pontífice sucesor de San Pedro, Clavero Celestial y vicario de Jesucristo, indaga con paternal atención y examina con diligencia todos los climas de este mundo y las calidades de las naciones que lo habitan, solicitando, en desempeño de su obligación, la salud de todas; así fundado en aquella suprema autoridad y persuadido de causas racionales, ordena saludablemente y dispone con madura deliberación cuanto juzga debe ser grato en la presencia de la Divina Magestad, a fin de reducir a una única grey las ovejas que Dios puso a su cargo, y que de este modo consiga y alcance el premio de la felicidad eterna para aquellas almas, que con el auxilio del Señor pueden más presto y con más luces llegar a él, si la verdad de la Fe Católica se dilata para gloria del Hombre Divino. Hace poco tiempo que, tanto por voz pública cuanto por una relación fidedigna, ha llegado a nuestra noticia apostólica que la isla de Lancelot, alias de Canaria, habitada de una nación gentil, ha sido conquistada valerosamente por algunos profesores de la Fe Cristiana y sometida a su dominio; y que muchos de sus moradores, en virtud del ministerio de la predicación, dejando las tinieblas de sus errores acaban de convertirse a la luz de la Fe ortodoxa, y se espera que, sin duda, con la divina gracia, la mayor parte de ellos recibirán muy en breve la misma pura fe.

Igualmente sabemos que, en el castillo de Rubicón de la misma isla, se ha edificado una iglesia bajo la advocación de San Marcial; y Nos, que aunque indignos, hemos su- cedido a San Pedro y hacemos las veces de Cristo sobre la tierra, deseando tener solícito cuidado de todas las almas y que el Mundo dividido en Cismas vuelva a la unidad de la fe ortodoxa, para que haya un solo rebaño bajo un solo Pastor; y queriendo distinguir aquel castillo y aquella iglesia con algún favor apostólico, después de una madura deli-beración con nuestros hermanos, por consejo de ellos y de la plenitud de nuestra autoridad Apostólica, para loor del nombre de Dios, gloria y exaltación de su Santa Iglesia, dilatación de la Fe y mayor utilidad de las almas, erigimos el referido castillo de Rubicón, supuesto que tiene proporción para ello, en Ciudad, y la honramos con el nombre de tal, siendo nuestra voluntad que se llame perpetuamente Ciudad Rubicense; y señalamos por su Diócesis lo restante de aquella isla y todas las otras comarcas, y la dicha iglesia, de consejo de los dichos nuestros hermanos, la hacemos Catedral y la condecoramos con el título de Dignidad Episcopal, para que tenga, mediante Dios, esposo propio e idóneo por provisión de la Silla Apostólica, el cual pueda gobernarla y serle provechoso.

Además de esto, establecemos y mandamos que la referida iglesia Rubicense esté sujeta, como sufragánea, a nuestro venerable hermano el Arzobispo y a la Iglesia Hispalense por derecho metropolitano Nulli ergo hominurn, etc.

Dada en Marsella, en San Víctor, a 7 de julio del año décimo de nuestro Pontificado, que es el de 1404”.[2] (En: A. Millares Torres, 1977 t. 3: 336)

El pirata Jean de Bethencourt y sus mercenarios dan por finalizada la invasión de Erbania (Fuerteventura) en 1405. Se crea el asentamiento europeo de Betancuria, lugar escondido en un valle para prevenir los ataques de otros piratas y razzias, fue escogida para capital y desde ella se gobierna la isla y  se inicia una nueva etapa de sometimiento y esclavitud, en un régimen feudal. El 31 de enero deja de lugarteniente suyo a Juan de Courtois y se va a Francia, de donde vuelve el 9 de mayo con más soldados y colonos; y entre sus acompañantes se halla su sobrino Maciot {Menaute) de Bethencourt. El 6 de octubre intenta conquistar Tamarant (Gran Canaria) y posteriormente Benahuare (La Palma); pero fracasa y conquista la isla que él mismo llama “1le de Fer” Esero (isla de Hierro), cautiva 111 guanches (incluido el rey de la isla) y los distribuye como esclavos entre sus sicarios.

Nombra lugarteniente suyo a su sobrino Maciot y el 15 de diciembre de 1406 parte para Castilla con su capellán Juan Leverrier y algunos otros, además de un contingente de esclavos canarios. Al llegar a Toledo, a fines del año, se encuentra con que había muerto el rey Enrique III (el 25 de diciembre). En Segovia hizo pleito homenaje en 1407 al nuevo rey de Castilla Juan II (Hist.J I, 17; BAE, XCV, 66b. Cf. I, 18; BAE, XCV, 72b). Juan Leverrier, capellán de Bethencourt, en su Relación de lo sucedido a éste, dice “que, al llegar a Segovia (no a Valladolid), pidió a Enrique III cartas de recomendación para el Papa Inocencio VII, en Roma, al que pidió la creación de un obispado en Canarias; y el Papa nombró obispo a Fray Alberto de las Casas, de la secta católica franciscana (O.F.M).” (Las Casas)

Maciot de Bethencourt, lugarteniente de su tío Juan, “rey de Canarias”, ataca a La Gomera en 1407 y esclaviza a guanches (Híst., I, 17; BAE, XCV, 66b); pero no logra conquistarla. Lo mismo ocurre con Tamaránt (Gran Canaria,) Chinech (Tenerife) y Benahuare (La Palma). Después se retira al fuerte de Rubicón desde donde esclaviza muchos guanches que vende en Castilla, Portugal y Francia (Híst.} I, 19; BAE, XCV, 76a-b.

La inmoralidad propia de aquellos europeos piratas invasores, quedó patente en una series de tropelías desarrolladas contra los guanches y entre ellos mismos, no sólo se robaron entre sí, sino que acabaron ultrajando y violando a las mujeres francesas (la mayoría prostitutas) que Bethencourt había traído para colonizar las islas sometidas con aportes humanos europeos. De los centenares de guanches esclavizados y vendidos en Europa, los capellanes de la expedición, Juan Leverrier, y Boutier en su crónica de la invasión Le Canarien, no dedican una sola línea de censura a tan abominable comercio, por el contrario en algunos pasajes justifican esta práctica.
Todo ello quedó plasmado en la acertada descripción que de los invasores nos han trasmitido los maxos: "¿Que gente es la de Europa? ¿Que Fe, que Religión puede ser la suya, si al mismo tiempo que nos hacen muchos elogios de su santidad, son traydores para con nosotros y freudulentos entre si mismos? Ellos nos aseguran, que tenemos un alma inmortal, y que procedemos todos de un mismo padre; pero al mismo tiempo nos desprecian, como si fuesemos criaturas mas viles; nos venden por esclavos; nos tratan de barbaros y de infieles; sin tener presente cuanto les hemos honrado nosotros, y que no hemos faltado a ningún pacto, ni desmentido en nada nuestro candor"
Después de una serie de historias coloniales rocambolescas el 28 de septiembre de 1454 se otorga el señorío de las islas ocupadas a  los colonos castellanos Diego de Herrera y  Inés Peraza, quienes consiguen asentarse en las islas Titoreygatra (Lanzarote) Erbania (Fuerteventura) y Esero (Hierro). Posteriormente mediante un pacto que hoy llamaríamos de comercio y cooperación (pacto de colactación) consiguieron construir una torre en la isla Gomera, base del posterior dominio político y territorial de la misma.[3] Hechos que supongo son sobradamente conocidos por el posible lector, por ello vamos a centrarnos en los aspectos religiosos de la invasión y colonización de las islas que aún no habían sido sometidas.

EL ADOCTRINAMIENTO DE LOS GUANCHES

Ya hemos visto más anteriormente como varias expediciones de los reinos ibéricos intentaron penetrar en la isla Chinech siendo rechazados por nuestros ancestros guanches, pero ya sabemos de la tenacidad de la secta católica cuando de ganar o someter siervos se trata, por ello no cejaron en su empeño y usando como base las islas ya ocupadas arremetieron con más audacia y digamos de manera reglada en su intento de penetración en la isla la que en algunos casos se le dio la consideración de cruzada. Para seguir la secuencia de la colonización espiritual nos vamos a apoyar en el investigador Antonio Rumeu de Armas, profundo conocedor de las cuestiones eclesiásticas católicas.
“En cuanto al núcleo misional de Tenerife, radicado asimismo en el sur de la isla, y más concretamente en Candelaria (menceyato de Güímar), con­tó desde un principio con poderosos valedores que contribuyeron a dar al mismo inusitado auge.
El ministro general de la Orden franciscana fray Jaime de Zarzuela (ele­gido el 20 de mayo de 1458) acogió bajo su tutela el eremitorio de Tenerife, sometiéndolo a directa jurisdicción. El principal apóstol de esta misión fue fray Alfonso de Bolaños, quien había conseguido catequizar buen número de infieles. Sabemos por expresa declaración pontificia que el núcleo tinerfeño lo componían tres misioneros, y hasta es dable identificar a otro de ellos, fray Masedo. Acaso fuese el tercero fray Diego de Belmanua. De los tres hay constancia de que vivieron entre los guanches y que predicaban en la lengua de éstos.
El segundo protector del eremitorio de Tenerife fue el obispo de Rubicón don Diego López de Illescas.
Este pa­trocinio se extendió a fray Alfonso de Bolaños, como cabeza visible del nú­cleo nivariense. Dicho prelado se erigió en defensor del misionero contra las tropelías del vicario de Canarias fray Rodrigo de Utrera, acudiendo con sus quejas, en 1461, ante la propia corte pontificia. Conocemos estos inciden­tes por la bula Decet apastolicam sedem (19 de enero de 1462) del papa Pío II.” (Rumeu de Armas, 1975: 29)
A esta etapa de la acción misional aluden con reiteración los testigos de la famosa Información de Cabitos (1477). El propio “señor” de las Canarias el colono Diego García de Herrera confiesa, por la pluma de su procu­rador, lo que sigue: “el obispo de las dichas islas ha estado en las dichas islas e sus clérigos; e en la dicha isla de Tenerife han entrado asaz veces frayles, e tienen su iglesia e hay en ella asaz gente bautizada”.
Los fedatarios menores se expresan más vagamente y con moderado opti­mismo. Juan Iñiguez de Atabe confirma que “Diego de Ferrera... fizo en Tenerife... una iglesia...”.
Diego Martínez, Antón de Olmedo, Gonzalo Ro­dríguez y Martín de la Torre, los cuatro vecinos de Sevilla y moradores acci­dentales en el archipiélago, atestiguan “que entraron e estovieron, en la di­cha isla [de Tenerife], el obispo e ciertos frayles...”.
Gonzalo Rodríguez alude a algún momento de tirantez entre misioneros y guanches. Oigámosle: “e que después se salieron dende [los frailes] sin les facer por qué; e que oyó dezir que algunos dellos habían baptizado, pero que non viven como christianos...”. Martín de la Torre reitera la vio­lenta situación: “e que este testigo ayudo a sacar un frayle que se llamaba fray Masedo, que había entrado ende, e lo tenían detenido...”.
“Aquel óptimo panorama hizo meditar a los pontífices sobre la conve­niencia de afianzar con apoyos más sólidos la acción misional. Para que los recursos económicos no faltasen, Pío II, por la bula Pastor bonus (7 de octu­bre de 1462), concedió una amplia indulgencia en beneficio de los coopera­dores en las obras misionales y de cuantos contribuyesen con sus limosnas o decisiones a redimir cautivos, o con su ayuda a reprimir la piratería y la esclavitud de los indígenas. El papa ratifica por medio de esta bula los pri­vilegios concedidos por sus predecesores y fulmina de nuevo la excomu­nión contra los piratas que salteasen y vendiesen a los naturales si no les restituían inmediatamente la libertad.
Pío II da un paso más en favor de la libertad de los infieles y garantiza los pactos y confederaciones que los obispos concertasen con los naturales todavía sin convertir. Estos bandos o reinos, llamados de paces, disfrutarían también de plena libertad, bajo pena de excomunión para los que atentasen contra la misma.
Es curioso señalar cómo el papado reacciona ahora frente a la tradicio­nal cruzada, es decir, la guerra santa indulgenciada, para abogar con autén­tico entusiasmo por la acción misional indulgenciada”. (Rumeu de Armas, 1975: 30)
La bula Pastorís aeterni merece en otros aspectos particular comentario. En primer lugar, beneficiaba a la misión con una amplísima indulgencia, a la que haremos inmediata alusión. En segundo término, la colocaba bajo la protección directa de la santa sede y la jurisdicción inmediata del minis­tro general de los franciscanos.
En cuanto al régimen interno de la misión, Sixto IV establecía que a la muerte de Bolaños sus compañeros eligiesen al nuncio y comisario suce­sor; al mismo tiempo autorizaba al nuncio para reclutar los misioneros, así entre observantes como entre conventuales, sin que los superiores respecti­vos pudiesen poner obstáculos a su labor.
Por último, Sixto IV comisiona al arzobispo de Lisboa, Jorge da Costa; a los obispos de Cádiz y Huelva, Pedro Fernández de Solís y Juan de Meló, respectivamente, y al prior de Guadalupe, fray Juan de Guadalupe, para que velasen por el exacto cumplimiento de todas estas disposiciones.
Las facultades concedidas a fray Alfonso de Bolaños eran de tal impor­tancia, que el papa no quiso tuviesen efecto sin que antes fuesen examina­das por el vicecancelario de la Iglesia Romana, el cardenal Rodrigo de Borja, que se encontraba en España en calidad de legado pontificio. El portador del diploma papal fue el mismo Bolaños, quien en presencia del obispo de Tarazona, Pedro Ferraz, hizo juramento solemne de entregarlo a su destinatario. Así lo llevó a cabo, en efecto, obteniendo el cardenal Borja asentimiento pleno para la obra emprendida.
Concretándonos a los medios económicos con que apoyar la labor de los misioneros, Sixto IV predicó una bula de indulgencia en bene­ficio de los cooperadores de la misión, reproduciendo las gracias espirituales otorgadas por su predecesor, Pío II. La única diferencia estriba en que mientras la primera bula —la Pastor bonus (1462)— tuvo un ámbito de acción reducido. Andalucía exclusivamente, la segunda —Pastoris aeter-nis (1472) va a ser pregonada por todo el territorio peninsular, Castilla, Aragón, Navarra y Portugal. (Rumeu de Armas, 1975: 36)
La evangelización –o mejor, la Iglesia católica – fue –como afirma M.L. Laviana– el aliado indispensable de la conquista y la colonización; proporcionaba el marco ideológico necesario para justificar el papel dominante de los españoles y a la vez permitía ordenar la sociedad sometida de acuerdo con los patrones europeos. Y –bien podemos ya decirlo–, organizar a los pueblos en función de las exigencias económicas del imperio. Ello pudo darse porque, con gran eficiencia en relación con sus objetivos, la organización de la Iglesia católica siguió el compás de las conquistas militares.
Evangelización y colonización se dieron conjuntamente ya que los monarcas de la metrópoli eran  patrones de la iglesia católica en las Islas de “realengo”. (Patronato regio). Como hemos visto los misioneros estuvieron presentes desde el primer momento,  y su labor se iniciaba antes de estar sometido el territorio. El esfuerzo dedicado a la evangelización se debió a varias razones:
Odiaban la religión autóctona, que era politeísta y animista. La religión guanche  era más sofisticada que la cristiana tenía calendarios rituales basados en un profundo conocimiento de los astros, celebraban ceremonias complejas y contaban con sacerdotes o kankus femeninos y masculinos.
No solo regularon y sincretizaron la religión guanche sino también las formas de vida y cultura, introduciendo conocimientos foráneos. Sin embargo los guanches volvíamos frecuentemente a nuestras ancestrales creencias, por lo que los misioneros aprendieron nuestra lengua y estudiaron nuestras costumbres para extirparlas.

El resultado fue el sincretismo religioso ya que los guanches que  practicado el politeísmo añadieron al dios cristiano y algunos de sus santos en su panteón. Con los años la Iglesia católica desató campañas contra la por ella denominada idolatría o pervivencia de viejos ritos, siendo ella eminentemente idolatra.
La idea central de estos emprendimientos, era una educación cultural integral del guanche para “integrarlo” al estatus de “cristiano”, o sea, de un ser “civilizado” y redimible; una conversión total para transformarlo en un ser útil a la sociedad colonial.
Y básicamente este concepto de utilidad giraba en torno a la capacidad de trabajo que podían generar estas poblaciones. De cierto modo para lograr estas metas transformadoras, tanto los mercenarios españoles como los  misioneros católicos debían elaborar una estrategia que abarcara todos los espacios de expresión socio-cultural guanche; en síntesis, debían colonizar el espacio, los cuerpos, y la palabra para encauzarlos en el correcto orden del mundo de la visión europea y mercantilista de las cosas.
El Pontificado de Roma desarrolla una geopolítica expansiva, como toda organización imperialista; su mito legitimante, hasta en la actualidad, es “cristianizar” por cualquier medio a las neuronas y a las prácticas sociales de todo pueblo.
África, hasta los indígenas son dos formaciones simbólicas o símbolos que se los puede encontrar en millones de páginas de la literatura respecto de las relaciones reales y ficticias entre las potencias imperiales y coloniales europeas y el resto del mundo.
El espacio territorial invadido pasa a ser considerado propiedad de la reina de Castilla y del Pontificado de Roma. El colono es un capitán, un fraile o un soldado invasor. Los habitantes guanches son obligados por las fuerzas de las armas a pagar tributos al funcionario de la metrópoli, a los frailes “evangelizadores”, a la reina de Castilla.
Además, los habitantes guanches están obligados a alimentar y servir al colono a sus secuaces, y, a los frailes; también están obligados a realizar trabajos forzados en forma esclavizada, contribuyendo con el alimento y la vestimenta. Las mujeres guanches están obligadas a servir y aceptar sin ofrecer resistencia el servicio sexual a los cristianos españoles: el derecho de pernada cristiano es usufructuado por frailes y laicos.
Como queda dicho la iglesia católica fue la encargada de transmitir la cultura castellana al pueblo guanche.
Las comunidades religiosas enseñaron el idioma y costumbres castellanos y lentamente unificaron una gran parte de la población guanche bajo el castellano lengua oficial del imperio castellano-aragonés y la fe católica.
La evangelización fue realizada en un comienzo por los Franciscanos, los Agustinos y los Dominicos. La enseñanza cristiana la difundió a fuego y espada y tiene sobre su conciencia la masacre y venta como esclavos de los antiguos canarios y el saqueo de los medios de producción del  archipiélago.
De los profundos sentimientos cristianos y reverente respeto que animaban los espíritus de los clérigos y de la mayoría de los seglares de la secta católica que habían sometido a nuestros ancestros en nombre de Cristo, nos puede ilustrar esta denuncia tramitada por el “santo” oficio de la Inquisición española en las islas en el año 1504:

“También fue denunciado por el bachiller Valdés un hecho que tuvo lugar en las playas de Santa Cruz, en Tenerife, donde sólo se veían entonces chozas de pescadores y algunas casas para albergar bañistas. El denunciante se expresaba de este modo: “Que vido en el mes de septiembre que pasó, há un año (1504), que en la villa de santa Cruz, que es en la isla de Tenerife, que estando mal Martín Fernández, almojarife, en casa deJuan Donate, y la causa era que aquel día después de comer se halló mal, que se había ido a bañar a la mar éste y Alonso de Samarinas e Diego de Troya e Francisco de Millares, canónigos desta Iglesia e un Francisco Jiménez, vecino de Tenerife, e un hijo de Juan Cota, vecino de la villa de Moguer, y que al dicho Martín Fernández le hizo mucho mal la mar e que se vino a echar a casa del dicho Juan Donate, e des que lo supieran los sobredichos canónigos e seglares, se vinieron en procesión el dicho Samarinas con una pleita de esparto por estola, que el dicho Diego de Troya le puso, e que el Francisco de Millares e Diego de Troya y Pedro de Hontiveros, y éste, hijo de Juan Cota, venían delante del dicho Samarinas con cardones alzados en las manos, como que traían hachas, y que el Francisco Jiménez venía como pertiguero rigiendo la procesión, y que el dicho Juan Donate dijo a este testigo: “Vamos a ver qué cosa es esto”, pareciéndole mal; y este testigo y el dicho Juan Donate fueron lejos dellos por donde iban, e que los vieron entrar en la casa de dicho Juan Donate, y que llevaron consigo un asno para que fuese notario del testamento que había de hacer este dicho Martín Fernández y que cree este testigo que estaban todos borrachos”.

Esta aventura nos suministra datos para juzgar del estado de cultura de aquella sociedad colonial entre las personas que habían de ser más ilustradas. No aparece que fuesen castigados los autores de tan sacrílega burla; pero, en cambio, encontramos condenados a graves penas al tintorero Juan Fernández por asegurar que cada uno puede salvarse en su ley, y a su mujer, Isabel Méndez, porque se le acusaba de haber vuelto la cabeza cuando pasaba la procesión del Corpus.
En la actualidad no dejan de aumentar las circunstancias en las que cada uno no es dueño de sí mismo: habrán desaparecido las posesiones diabólicas, pero no nos hemos liberado de los malos espíritus, ni menos del mal espíritu de Guayota. Ha desaparecido la esclavitud física, pero hemos caído en la alienación de los medios de comunicación social colonial y  asfixiante, de enseñanzas etnocentristas europeas, de drogadicciones esclavizadoras, de tremendas presiones insensibilizadoras que han convertido nuestra sociedad en alienada.
Para que un hombre, o un grupo o clase, esté alienado es preciso que ciertas fuerzas le precipiten a ese estado fuera de su naturaleza y de sus intereses, hacia objetivos que no son los suyos, pero que él cree que los son. La alienación religiosa: Resignación, justificación capitalista; la dominación religiosa y consagración a un dogma[4], y según su teoría frustra el desarrollo de la individualización de la conciencia humana, y que psicológicamente, induce a un estado mental caracterizado por una pérdida del sentimiento de la propia identidad.



[1] Véase el artículo de Guayre Adarguma Anez’ Ran  n Yghasen Diosa Chaxiraxi Versus Virgen de Candelaria: Historia de una usurpación. En: www.elguanche.net
[2] Los primeros obispos fueron: Alberto de Las Casas, Fray Mendo de Viedma a quien sucede Fray Mendo de Viedma, y dewspues de este  Fernando Calvetos, Clérigo Secular. En 1485 se ordena el traslado de la Cathedral de San Marcial de Rubicón (donde había subsistido durante 69 años) a la nueva Iglesia de Santa Ana en la Gran Canaria, en lo que se llamaría la Villa del Real de Las Palmas.

[3] Este pacto sería roto por un descendiente de Herrera dando motivo para ser ajusticiado, su viuda Beatriz de Bobadilla condenó a todo los gomeros mayores de quince años del Bando de Orone y Mulagua a la muerte por “traidores”. Fueron arrastraron por los suelos atados a las colas de caballos, ahorcados, les  cortaron pies, y manos. empalados, guanteados, ahogados con piedras en atadas a los pies y pescuezos, quemados vivos, exponiendo sus cuerpos en caminos y otros sitios; Igualmente Beatriz dio orden a Alonso de Cota que embarcase a un gran número de niños gomeros y mujeres para venderlos como esclavos en Lanzarote y en España. Cuando los niños llegaron a la isla de Titerogatra la señora de la isla  Inés Peraza ordenó que fuesen echados al mar menos algunos que repartió como esclavos entre sus mercenarios. De regreso a Gran Canaria Pedro de Vera, temiendo que los gomeros residentes en aquella isla que habían sido obligados a participar en la conquista, se rebelasen, una noche los hizo aprender a unos 200 entre hombres, mujeres y jóvenes; a todos los hombres nos condenó a muerte, y ejecutó, y a las mujeres y niños nos dio por esclavos. Por este cristiano trabajo Pedro de Vera cobró 1.000 castellanos en oro y 500 quintales de orchilla, a dos castellanos quintal, por el gasto, Vera se reservó ambas partidas, dando “cautivos en pago de su sueldo, a los escuderos e maestres de navíos e otras gentes, que fueron en lo suso dicho”. Valorado el gomero o gomera, entre 7.500 y 10.500 maravedís, el obispo de Canarias y Málaga, que residía en la ciudad andaluza, quedó a cargo de la distribución, no olvidando el gobernador colonial obsequiar a reina Isabel, con un camello y 9 esclavas y al Príncipe  Juan, con tres cajas de conservas y una grande de azúcar.

[4] Un dogma es una doctrina sostenida por una religión u otra organización de autoridad y que no admite réplica. La enseñanza de un dogma o de doctrinas, principios o creencias de carácter dogmático se conoce como adoctrinamiento. Con el crecimiento de la autoridad de la Iglesia católica, la palabra adquirió el que ahora es su significado principal, dogma teológico, del que derivan, por analogía, el resto de los usos habituales.

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