domingo, 6 de abril de 2014

CRIMENES DE LESA HUMANIDAD COMETIDOS EN CANARIAS





CAPITULO IX


Chaurero n Eguerew

INVASIÓN, SAQUEO Y OCUPACIÓN DE LA ISLA CHINECH (TENERIFE) V


La esclavización y colonización del pueblo guanche

Como queda dicho Alonso de Lugo había ofrecido mediante escritura pública otorgada en wuiniwuada (Las Palmas) ante García de la Puebla “que daría la mitad del botín y la tierra conquistada, a quien aportase 600 infantes y 30 jinetes, encabalgados y dotados de transporte, para la conquista de Tenerife.”[1] El mensajero enviado a Sevilla partió con instrucciones claras de a quien debía ofrecer en primer lugar tan atractiva posibilidad de un gran negocio, por ello una vez desembarcado en Cádiz dirigió sus pasos a Sanlucar, donde se entrevistó con Juan Alonso de Guzmán, tercer duque de Medinasidonia.

Era este “Señor de la Guerra” Juan Alonso de Guzmán hombre avezado en el comercio de esclavos, así que  de inmediato tuvo claro la oportunidad que se le presentaba de  fabulosas ganancias al poder participar en la comercialización de los guanches, cuya utilidad ya conocía pues entre los 205 esclavos de que era propietario 12 eran canarios.[2]

Así, estimulado por el obispo Juan de Fonseca, recibió al factor de Alonso de Lugo Gonzalo Suárez de Maqueda y ultimados los detalles del acuerdo, el Duque dio orden de levantar banderas en sus dominios, convirtiéndose en el cuarto armador de la invasión de la isla Chinech, aunque posiblemente desconocía la existencia de los otros tres.
Al frente de este ejercito y como hombre de confianza el Duque puso al militi Bartolomé Estupiñán Cabeza de Vaca hermano del Contador Mayor del Duque  Pedro Estopiñan.
Es significativo el énfasis que ponen los cronistas e historiadores posteriores en calificar como “ayuda” desinteresada a lo que realmente fue una operación mercantil basada en los extraordinarios beneficios económicos que el Duque de Medinasidonia espera obtener en esclavos, ganados y tierras por su participación en la invasión de la isla, según la participación en el contrato ofrecido por Alonso de Lugo, quien tenía el monopolio de la esclavización de los guanches durante el tiempo que le restaba de las capitulaciones.
Por otra parte el Duque se beneficiaba doblemente, pues aparte del botín que esperaba recoger, con su participación en la invasión trataba de congratularse con los reyes Isabel y Fernando quienes les tenían en entredicho por ciertas actividades ducales poco proclives a la corona.
Mientras tanto, en el real de Las Palmas el bandolero Alonso de Lugo entre razzia y razzia a la caza de esclavos, sacaba tiempo para ir preparando a las huestes de mercenarios que habrían de unirse a las de Estopiñan para la proyectada tercera invasión de la isla Chinech. Para ello había recabado una vez más el apoyo de las coronas castellano-aragonesa las cuales no dudaron en aprovecharse de las denuncias que estaban pendiente de resolución en el Consejo de Castilla contra las denominadas señoras de las islas de Lanzarote, Fuerteventura Gomera y Hierro, para chantajearlas elegantemente y involucrarlas en los planes de invasión, lo que por otra parte, no debió desagradarles en exceso teniendo en cuenta los suculentos beneficios económicos que el nefasto Alonso de Lugo acostumbraba a ofrecer a todo aquel que quisiera sumarse a su proyecto, beneficios que habrían de obtenerse de la venta como esclavos del pueblo a invadir y someter.
El año anterior, el 8 de noviembre de 1494 los reyes católicos se dirigen a Inés Peraza, dama especializada como sus antecesores en la captura y comercialización de esclavos  en las islas que no estaban sometidas pero especialmente en las costas del vecino continente: “Ya sabéys lo que vos ovimos escrito rogándovos y encargándovos que di ésedes a Alonso de Lugo toda la gente y favor y ayuda que pudiésedes para la conquista de la ysla Tenerife, de quél tiene cargo; y porque agora dis que la ha más menester, y todavía tiene el dicho cargo que nos se le prorrogamos, nos vos mandamos y encargamos le fagáys dar toda la gente de cavallo e de pie e foraxidos que podáys, como por cosa de nuestro servicio.

En lo qual mucho plaser e servicio nos faréis. Dada en Madrid, a VIII de Noviembre de XCIIII años.=Yo el Rey.=Yo la Reyna.”

En la misma fecha y en iguales términos instan a la viuda regente Beatriz de Bolbadilla, señora tutriz de La Gomera y El Hierro, -dama de horca y cuchillo además de experta envenenadora-, con el encargo expreso de alistar a sus vasallos en las huestes invasoras de Tenerife:  “Ya sabéys lo que vos ovimos escrito rogándovos y encargándovos que diésedes a Alonso de Lugo toda la gente, favor e ayuda que pudiésedes para la conquista de la ysla de Tenerife, de que él tiene cargo; porque agora diz que la ha más menester, y todavía tiene el dicho cargo que nos se le prorrogamos, nos vos mandamos y encargamos le fagáys dar toda la gente de cavallo e pie y favor y ayuda que podáys como por cosa de nuestro servicio. En lo qual mucho plaser e servicio nos haréis. De Madrid, a ocho de noviembre de XC111I años.=Yo el Rey. =Yo la Reyna.” (A. Rumeu 1975:434)

Curiosamente el único caso documentado en que la corona impone un socio a Alonso de Lugo, lo es a favor de Beatriz de Bobadilla ex amante en su juventud del rey Fernando de Aragón: “Alonso de Lugo, nuestro governador de la ysla de Palma, dízennos que avéys de dar parte de la conquista de la ysla de Tenerife a algunas personas; sy asy es, avremos plaser que dedes parte a doña Beatriz de Bovadilla antes que a otro. De Medina del Canpo, a XXIX de março de XCIIII años”.
Una vez reorganizadas las tropas compuestas por 500 soldados castellanos, preparados por el futuro Adelantado y su amigo Lope Fernández de la Guerra, entre los que se encontraban los que escaparon de la batalla  de Acentejo, así como un pequeño contingente enviado por Doña Inés Peraza, posiblemente al mando de Guillen Castellano, más otro grupo de canarii al mando de Maninidra y del que formaba parte Fernando Guanarteme (Thenesor Semidan), Alonso de Lugo un mes antes de la fecha prevista para la tercera invasión de Chinech, hace viaje a la península ibérica donde en Burgos el 12 de octubre de 1496, suscribe un nuevo contrato con un grupo de mercaderes de esclavos entre los cuales se contaba el clérigo católico Nicolas Angelate, quienes a cambio de sus aportaciones económicas serían los encargados de introducir en los circuitos comerciales ibéricos a los guanches una vez esclavizados.
El punto más delicado del concierto era el relativo al reparto del bo­tín, porque se prestaba a ocultaciones y escamoteos. La redacción de estos capítulos está presidida siempre por una desconfianza absoluta en los pro­cedimientos del conquistador. Alonso de Lugo había de dar peder a sus socios, en presencia de escribano público y testigos —con objeto de que “non haya frabde nin engaño”—, para que éstos personalmente o aquellos que fuesen sus mandatarios pudiesen “pedir et demandar en juisio o fuera de él e rescibir, e recobrar, en su nombre e para ellos, qualesquier esclavos e ga­nados e otras cosas pertenescientes a la dicha conquista.
El documento hecho publico por el Dr. Rumeu de Armas dice así: “Es concertado e asentado... que... Francisco Palomar e Mateo Viña et Gui­llermo de Blanco e Nicolao Angelate se ayan de obligar e obliguen al dicho Alonso de Lugo, ante escribano público et testigos..., por sy e por sus bie­nes...: que sy en algund tiempo fuere determinado por Sus Altezas que los dichos canarios e canarias de los dichos vandos no son cabtyvos ni per­tenecen al dicho Alonso de Lugo por la dicha capitulación, e le fueren de­mandados, que ellos restituyrán... los canarios e canarias e ganados...”. Para mayor garantía, los socios se obligan a “que non los venderán fuera de los reynos de Sus Altezas por ninguna manera, et que traerán testimo­nio, sygnado de escrivano, de las personas a quien los vendieren et de los precios que por ellos les fueren dados.”
Otro extremo que le interesó a Alonso de Lugo dejar bien claro era el referente a ciertos esclavos que había “gastado” en pagar determinados servicios preparatorios de la conquista o en recompensar ayudas extraordi­narias en el desarrollo de la misma. A Gonzalo Suárez de Quemada le ha­bía dado “catorze o quince esclavos” por haber acudido a Castilla “a conçertar la venida de la gente del duque de Medina Cidonia”; al bachiller Soto le había agraciado con “seys esclavos... porque fue a contratar con doña Ynés Peraça e con el gobernador de Grand Canaria” análoga colabo­ración; a Diego Maldonado le había entregado “otros seys esclavos”, por servicios no especificados, aunque semejantes. Aspiraba el conquistador a “que estos treynta esclavos” fuesen desglosados del botín, “de manera que... non se pidan a los sobredichos, nin alguno de ellos... ni al dicho Alonso de Lugo, pues que se les dieron para sus gastos e por provecho de la dicha conquista”. Sin embargo, los socios de Lugo no debieron de conformarse a última hora con la cláusula mencionada, ya que el texto de este párrafo aparece tachado y reemplazado por otro que endosaba a los arbitros la de­cisión definitiva: “Otrosy, que quanto toca a los esclavos e esclavas que el dicho Alonso de Lugo dio a algunas personas, de las que se ovyeron de la dicha conquista, e los dichos Francisco Palomar e Guillermo de Blanco e Nicolás Angelate e Matheo Viña, dicen que no fueron bien dados, es con­certado entre las partes que lo ayan de ver e determinar los dichos Andrés de Odón e Francisco de Riberol, con consejo e providencia de Gonzalo Gó­mez de Cervantes e del comendador Pedro de Cervantes; e que lo que ellos dixeren a los dichos jueces, que ello se deve faser, aquello ayan ellos de determinar e no otra cosa, e que las dichas partes estén e pasen por ello.” (A. Rumeu de Armas, 1975)
Aprestadas las tropas mercenarias aportadas por el Duque de Medinasidonia para la tercera invasión de Chinech, son embarcadas en el Puerto de San Lucar de Barrameda en una flotilla de seis carabelas, con todos sus pertrechos incluyendo piezas de artillería arma de especial predilección de Juan de Guzmán. El 22 de octubre zarpan las naves rumbo a Canarias, tras una navegación con tiempo favorable llegan  al puerto de Las Isletas en Tamaránt el 29 de octubre del mismo año.
Las huestes castellanas y auxiliares isleños acantonados en el real de Las Palmas se unen al contingente de 1.000 mercenarios y cincuenta caballos, todos ellos veteranos de la guerra de Granada   capitaneados por Bartolomé Estopiñan, al anochecer del primero de noviembre la flota pone rumbo a la isla Chinech a donde llegan sin el menor contratiempo en la navegación desembarcando en la rada de Añazu (Santa Cruz) al  amanecer del día 2.
Instalado el ejercito invasor en el torreón y campamento de Añazu, Alonso de Lugo asume el mando de la expedición, teniendo que hacer frente a un primer problema, la deserción en bloque de todo el destacamento que se había ocupado de la construcción de las torres de Añazu y Gracia ante la imposibilidad de Lugo de pagarles los salarios atrasados de casi dos años. Estos mercenarios aprovecharon algunos de los barcos de la invasión para trasladarse a Tamarant, desde donde tramitaron la reclamación ante la corona de salarios que hemos estudiado anteriormente.
Destacando algunas compañías al torreón de Gracia, Alonso de Lugo no parece tener mucha prisa en iniciar las hostilidades a pesar de que la prorroga concedida para la culminación de la ocupación de la isla concluía el próximo 31 de de diciembre, entretiene el tiempo en enviar algunos destacamentos a explorar los menecyatos limítrofes de Tegueste y Tacoronte apresando a cuantas mujeres y niños les fue posible, los cuales eran inmediatamente enviados a la isla de La Gomera desde donde eran reenviados a los mercados de esclavos.
Esta aparente inactividad del grueso del ejército invasor, induce a pensar que el esclavista sabía perfectamente que en esta ocasión no iban a encontrar la tenaz resistencia del pasado año, sabedor de la “epidemia” que azotaba a los bandos guanches resistentes, por lo que se tomo su tiempo a pesar de que contaba con un número de tropas sensiblemente inferior al de la operación anterior.
Por fin, al amanecer del 13 al 14 de noviembre Alonso de Lugo pone en marcha sus tropas e inician la marcha hacía el campo de La Jardina[3] donde el día anterior había asentado su real el caudillo Kebehi Benchomo jefe de la liga confederada contra los invasores.
El día amaneció frió y lluvioso, las tropas guanches ocupaban el campo a la altura de Sejeita (San Roque) entre el Barranco del Drago por el lado norte y Barranquillo del Gomero por el sur. El ejército invasor descansaba en la torre de Gracia de la apresurada marcha que habían emprendido de madrugada desde el campamento de Añazu.
Sobre las diez de la mañana ambos ejércitos están frente a frente, en el lugar del Tanque Abajo, los tabores guanches, enfermos, abrazados por la fiebre hasta el punto de que a la mayoría de los katuten les costaba mantenerse en pie. En la zona de Gracia a la altura del actual Barrio Nuevo estaba situado el ejército invasor, compuesto por aguerridos soldados veteranos y descansados y motivados por la perspectiva del botín.
El combate duró hasta las dos de la tarde durante el cual los invasores estuvieron a punto de sufrir una segunda derrota la cual evitaron según la historia oficial gracias a la intervención del renegado y convertido Fernando Guanarteme (Thenesor Semidan) quien se sumó a la lucha en los momentos en que los castellanos estaban siendo arrollados una vez más por los guanches. El hecho de que unos tabores enfermos victimas de la “modorra”, armados lanzas de madera y piedras estuviesen a punto de infligir otra derrota a los invasores a pesar de estos contaban con  una caballería experta y armas de fuego, ballestas, espadas y picas es decir, el armamento más moderno de la época, nos trasmite una idea del inconmensurable amor que nuestros ancestros profesaban a la matria y a la libertad.
Por ser sobradamente conocidos no vamos a entrar en detalles de la batalla de La Laguna, solamente señalar la desmedida afición de los cronistas españoles y españolistas en sobredimensionar quizás guiados de un espíritu revanchita las perdidas guanches en la batalla al tiempo que disminuyen hasta lo irrisible las castellanas.
Los propios cronista castellanos e historiadores posteriores han coincidido en valorar la extraordinaria capacidad de estratega del caudillo de la resistencia Kebehi Benchomo, entonces cabe preguntarse: ¿siendo expertos conocedores de la orografía de la isla y especialmente de sus respectivos menceyatos que motivos indujeron a Benchomo y los demás menceyes de la liga a elegir los terrenos llanos de La Jardina (La Laguna) provistos de matorral bajo donde la principal arma de los invasores la caballería podía maniobrar libremente, y donde los arcabuceros, ballesteros y por supuesto los cañones de campaña podían ofender a los guerreros guanches, sin que las tropas invasoras tuvieran delante obstáculos importantes que le impidiesen moverse a su antojo?
Creo que la repuesta no debemos buscarla en cuestiones de estrategia militar, la repuesta está en la comprensión del mundo espiritual de nuestros antepasados, y en especial con la comunión existente entre los guanches vivos y los Espíritus Vitales de nuestros antepasados.

Para nuestros ancestros el mundo espiritual estaba estructurado en cuatro jerarquías: el Ser Supremo Diosa-Madre Chaxiraxi, las divinidades paredros, Magek, Achuguayu, Chayuga y  los espíritus de los antepasados, por último, los genios maléficos que pululaban por las montañas, bosques y barrancos. Cada uno de los niveles era requerido dependiendo de las necesidades y de los motivos, lo que ocasiona la realización de cultos diferentes, y en una gradación de poder intermedia aunque mucho más cercana al pueblo, nos encontramos con los espíritus ancestrales de los diferentes menceyatos.

Estos seres y fuerzas son  los que se ocupan de atender y solucionar las súplicas cotidianas del hombre, y por lo tanto, éste dedica su tiempo de atención y devoción religiosa a ellos. Los espíritus ancestrales cuidan y tutelan a los auchones, en sus necesidades tanto terrenas como espirituales.

Vemos, pues, cómo el elemento religioso entra en juego mediante el ritual en momentos de crisis colectivas y cuándo el hombre, utilizando procedimientos y dispositivo ordinarios, no puede dominar la situación de calamidad.

Aspectos estos poco tratados en la bibliografía colonial debido a la contumaz y acertada decisión de nuestro pueblo en no mostrar los fundamentos de nuestra ancestral cultura y religión ante los invasores europeos, a la vista de las profanaciones de que somos objeto por parte de los mismos.  Esta actitud defensiva quedó recogida desde los primeros tiempos de la ocupación en un documento de súplica que los invasores y colonos esclavistas remitieron a la corte de la metrópoli del cual extraemos los siguientes párrafos: […] y demás desto muchos esclavos guanches que se huen andan alçados cinco o seis años entre los libres, porque como todos son de una nación y biven en los canpos e sierras acójense y encúbrense unos a otros y esto házenlo tan sagazmente, de más de ser la tierra aparejada para ello, segund los barrancos e malezas e cuevas y asperujas que no se puede saver sino por presunciones.

Especialmente por que es jente que aunque unos a otros se quieran mal encúbrense tanto e guárdanse los secretos que antes morirán que descobrirse y tienlo esto por honra y este estilo tenían antes que la dicha isla se ganase y todavía se les a quedado, pues saverlo dellos por tormentos es inposible aunque los hagan pedaços, por que jamás por tormento declaran verdad y por ser de esta condición e manera es gente muy dañosa.[…] (Elías Serra Rafols y Leopoldo de la Rosa Olivera, t. 2, 1996:282)

Aspectos estos corroborado casi un siglo después por fray Alonso de Espinosa quien recoge: “Esto es lo que de las costumbres de los naturales he podido, con mucha dificultad y trabajo, acaudalar y entender, porque son tan cortos y encogidos los guanches viejos que, si las saben, no las quieren decir, pensando que divulgarlas (a extranjeros) es menosprecio de su nación...”). (Fray Alonso de Espinosa, 1980: 45)

Creo que es en este contexto donde podemos dar encontrar la repuesta a la decisión de Kebehi Benchomo y los demás líderes de la resistencia en dar la batalla final en los llanos de Eguerew, lugar sagrado para todos los menceyatos de la isla, hasta el punto de que ninguno de ellos tenía predominio sobre el mismo, siendo lugar de transito libre y seguro de personas y ganados aún en aquellas circunstancias en que algunos meneceyatos estuviesen enfrentados como era frecuente por temas de pastos y abrevaderos, teniendo por tanto la zona la consideración de “internacional”.

Ante los terribles efectos producidos en la población por la epidemia inducida de  la modorra, los estragos que esta estaba ocasionando entre los tabores y, la pertinaz insistencia de los invasores por ocupar el país, hicieron reflexionar a los aliados y posiblemente llegaron a la conclusión de que la forma de vida y la cultura guanche tal como ellos la habían vivido estaba llegando a su ocaso por obra de unos bárbaros y desalmados extranjeros, ello les indujo a presentar la postrera gran batalla por la libertad de la matria en el Valle Sagrado de Eguerew, lugar donde moran los Espíritus Vitales de los hombres que en vida fueron buenos y valientes, y lugar de ceremonias de alianza entre vivos y muertos.

Algunos autores recogen que aquel aciago día, los guerreros guanches estaban en el campo de  batalla con las mortajas puestas, y aún así, estuvieron “chico a chico y once a once”, inclinando el envite a favor de los invasores como queda dicho, la intervención del pusilamine Fernando Guanarteme y sus tropas auxiliares.

En esta batalla fueron cientos de conmatriotas los que decidieron voluntariamente y en defensa de la matria y la libertad adelantar su viaje al seno de Magek donde sus Espíritus Libres fueron al encuentro con los de nuestros antecesores, mientras que sus Espíritus Vitales se quedarían a morar en el Valle Sagrado de Eguerew en esta ocasión abundantemente regado con la generosa y noble sangre de aquellos mártires sacrificados por una horda de bárbaros europeos en aras de un dios inmisericorde y de una ambición  sin límites, entre ellos, el gran caudillo de la matria Kebehi Benchomo y su hermano Chimenchia-Tinguaro.






[1] Por tierra conquistada o mejor dicho por conquistar se refería a la perteneciente a los bandos que se resistían a la invasión, pues los bandos de paces no entraban en la conquista, aún así, la oferta era desmesurada y que por supuesto Alonso de Lugo no pensaba cumplir, como así fue.
[2] Uno de ellos estaba especializado en la elaboración de los  “almaizares” o velos de algodón. El Almaizar es el turbante o toca que utilizan los árabes para cubrir, proteger o adornar la cabeza y hace referencia precisamente a la función que éste desempeña, guarecer o proteger de la intemperie, del calor, del frío y de los vientos.

[3] Comarca que abarcaba los actuales enclaves de Gracia. La Laguna, Las Mercedes, Los Rodeos y Montaña La Mina.

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