sábado, 5 de abril de 2014

Mapas del archipiélago canario, siglos XV y XVI





Cuando Sabino Berthelot vio los originales de esos dos mapas del archipiélago canario, decidió reproducirlos al detalle, con la mayor precisión de la que era capaz. El facsímil que vemos en la imagen se imprimió finalmente en 1837 y Berthelot no dudó en incluirlo en 1838 en su Atlas de Canarias.

El de la izquierda es un fragmento del mapa manuscrito de Beninchasa, dibujado en Venecia en 1466. El de la derecha, con fecha de 1555, es parte del de Guillaume Le-Testa. En ambos mapas del Archipiélago, la forma, el contorno y la posición de cada una de las islas respecto al resto resultan tan inverosímiles que sólo gracias a los nombres que figuran en el mapa podemos estar seguros de que se trata de las islas Canarias.
Esa planimetría tan asombrosamente imprecisa es la marca de una época (siglos XV y XVI) en la que, por lo general, los viajes a ultramar no tenían más motivo que el de la piratería. La audacia suplía con creces el lugar del saber y la configuración cartográfica de los territorios colonizados y explotados permaneció desconocida durante mucho tiempo. Por supuesto, todo eso no era ajeno a la precariedad tecnológica de los métodos e instrumentos para medir y determinar distancias, incapaces, por entonces, de ofrecer datos precisos.

Todavía en el siglo XV, los mapas ofrecían muy pocos detalles y además con frecuencia se dejaban al capricho de los dibujantes. A su vez cada geógrafo modificaba los mapas según su voluntad y a menudo aumentaban los errores. Igual que muchos mapas de aquel período, esos que presentamos de las Canarias se limitaban a marcar, de manera más o menos aproximada, la posición del puerto más frecuentado y del cabo más sobresaliente, exagerando su forma, que además se tomaba como punto hacia el que se hacían converger todas las cotas, sin inquietarse si esa singular proyección reproducía o no la figura de la isla. Por entonces, el interés principal de los navegantes era determinar la posición relativa de las islas respecto a las rutas que debían guiarlos en el océano: perder la ruta les prometía un final terrible.

Maria Gómez Díaz
Abril de 2014.

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