lunes, 6 de abril de 2015

CUENTOS DE ANTAÑO. LA COMETA






—¡Anda mujer!... préstame la tijera.
—Te digo que no, que luego me la estropeas y no corta.
—¡Anda!... ¡no seas mala!
Ante el gesto contrariado del chiquillo ella le dice:
—Pero vamos a ver... ¿Para qué la quieres?
—Pedro y yo estamos haciendo una cometa... mejor dicho ya la tenemos hecha, quiero la tijera y algunos trozos de trapo que tengas por ahí para hacerle el rabo... pero, oyes, que sean negros.
—¡Jesús, hijo! qué tétrico estás Los dos se ríen. La hermana, revuelve en una bolsa y saca unos trozos de tela de diferentes colores.
—Mira, rojo, azul, verde, ¿no te parecen más bonitos?
—No, mujer, es mejor negro o azul marino, ¿sabes?... es que así se destaca más en el aire y sonríe con malicia.
—Qué cosas se te ocurren, pero sea... aquí hay uno negro.

Y pacientemente corta las tiras, mientras el chiquillo, muy contento, las va recogiendo una a una.

Cuando termina, se va con ellas a su cuarto donde le espera el hermano. Allí tienen un cometón de un metro o más de altura, hecho con caña fina, forrado de papel azul oscuro; en el centro luce una gran estrella negra. Con mucho cuidado le ponen los hilos, las "tembladeras", luego, atan a un largo hilo, más grueso, los trocitos de trapo que el más pequeño trajo, y le ponen el rabo. Una vez terminada, la contemplan satisfechos y se echan a reír los dos con picardía.

—Ahora tenemos que esconderla para que nadie la vea -dice el pequeño mientras se refleja en sus ojos el brillo de las mil travesuras que le bullen en la cabeza.

Ya la misa había terminado. Las dos viejas se acercaron a la pila del agua bendita y con los dedos tomaron el agua, se hicieron la señal de la cruz y juntas salieron de la iglesia de San Agustín.

—Oyes, estaba deseando verte, ¡Ay hija  ¡tenias razón!.
Anoche la vi yo... ¡oyes! casi me da un "fatuto"... ¡aquella luz por los cíelos me entró un susto y unos temblores... yo creo que es una alma de otro mundo... ¿qué otra cosa puede ser?...
—¿No te lo dije?. El padre Felipe tampoco me lo quiso creer, hasta que el mismo, la vio, mi niña, con sus propios ojos. No se ve siempre, pero hace unas noches, él mismo la vio volando por los aires, por sobre todas las casas a esa llamita. El dice que no sabe lo que es, que no cree que sea una cosa del diablo como dice la gente, pero lo cierto es que toda Vegueta está asombrada y todo el mundo cierra sus puertas antes de la oración.
Y era cierto; en toda Las Palmas se comentaba, se hablaba de la extraña luz que paseaba por el cielo de Vegueta, y era en aquellas noches oscuras con las calles alumbradas algunas de ellas, por la mortecina llama de un farol de tenue luz amarillenta, lúgubre, tan pobre que con ella las personas tan solo eran sombras, bultos que andaban, donde si se iluminaban los cristales de una ventana, era por la triste y macilenta luz de una vela, el ver una lla-mita andarina pasear por los aires causaba honda impresión. La gente, temerosa, se recogía más temprano; cerraban sus puertas apenas oscurecía, y si algún trasnochador le sonaban en la calle las nueve de la noche por el reloj de la vieja Catedral y por casualidad veía la luz, sentía cómo se le erizaban los cabellos de miedo.

Corrían los guardias, los pocos guardias que por aquellos años de finales del siglo XIX había en la pequeña ciudad, corrían de un sitio para otro, siguiendo la Mamita en la oscuridad, viéndola subir unas veces y bajar otras para de nuevo volverse a elevar en los aires mientras se dejaba oír el ligero sonido del badajo de una campanilla, tan débil, que muchos dudaban de haberlo oído.

En el Casino, arrellanados en sendas mecedoras se balancean pausadamente Don Isidoro, Don Amadeo y Don Modesto, tres acaudalados hombres de negocio de nuestra mejor sociedad; hablan sobre lo que en toda la isla se comenta.

—Pues yo no lo creo, esas son alucinaciones de viejas, cosas de pueblos retrógrados dice Don Amadeo, que presume de culto después de un viajecito que hace años hizo a París, y después también de haberse leído hasta el último tomo de "Rocambole".
—Pues mi suegra sufrió un desmayo cuando la vio, bien es verdad que aquí, entre nosostros, mi suegra considera de muy buen tono eso de quedarse "privada" como dice ella, y que presuroso alguien le aplique el pomito de sales a la nariz...   en  fin  ya saben...  debilidades femeninas...

Sonríen los caballeros comprensivos y uno pregunta:

—¿No será esto algún enredo amoroso?. Recuerden la historia de aquel fantasma que se paseaba por la calle con su enorme sudario blanco y un perro arrastrando una gruesa cadena, y cómo algunos, indiscretamente, descubrieron quién era el caballero que había ideado tal travesura para visitar a su dama sin levantar sospechas ni murmuraciones.

Todos rieron.

—¡Este don Modesto!. Pero hombre de Dios... ¿piensa usted que el pobre hombre va a visitar a su amada por los aires?.

De nuevo todos ríen con regocijo.

La imaginación de la gente se ha desbordado. ¿Quién anda en las noches oscuras por los cielos de Vegueta?... ¿brujas?... ¿almas en pena?... ya hay quien ha visto a la luz con dos alas blancas como enorme paloma, o quien a su paso ha oído el lúgubre tañido de una campana que dobla a muertos. ¡Lo que hace la fantasía y el miedo!. Mientras todos se preguntan qué será aquella lucecita misteriosa, dos chiquillos a escondidas de su familia cuando todos duermen en la casa, con los largos camisones) como sombras, con los pies descalzos para no hacer ni el más ligero ruido, con todo el cuidado de que son capaces, se deslizan escaleras arriba con un cometón gigante al que le ponen en la punta de la cola un minúsculo farolillo encendido y colgando de este una pequeña y cantarina campanilla, y en las noches sin luna cuando sopla un poco de viento, el suficiente para elevar la cometa, con toda la tranquilidad que le dan sus pocos años, con esa alegría que también da una gran travesura, se divierten haciendo temblar de miedo a los vecinos del viejo y aristocrático barrio.
Josefina Mujica, en: Revista Aguayro. Año XI nº 127.
(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)


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