—¡Anda mujer!... préstame la tijera.
—Te digo que no, que luego me la estropeas y no corta.
—¡Anda!... ¡no seas mala!
Ante el gesto contrariado del chiquillo ella le dice:
—Pero vamos a ver... ¿Para qué la quieres?
—Pedro y yo estamos haciendo una cometa... mejor dicho ya la
tenemos hecha, quiero la tijera y algunos trozos de trapo que tengas por ahí
para hacerle el rabo... pero, oyes, que sean negros.
—¡Jesús, hijo! qué tétrico estás Los dos se ríen. La hermana,
revuelve en una bolsa y saca unos trozos de tela de diferentes colores.
—Mira, rojo, azul, verde, ¿no te parecen más bonitos?
—No, mujer, es mejor negro o azul marino, ¿sabes?... es que
así se destaca más en el aire y sonríe con malicia.
—Qué cosas se te ocurren, pero sea... aquí hay uno negro.
Y pacientemente corta las tiras, mientras el chiquillo, muy
contento, las va recogiendo una a una.
Cuando termina, se va con ellas a su cuarto donde le espera
el hermano. Allí tienen un cometón de un metro o más de altura, hecho con caña
fina, forrado de papel azul oscuro; en el centro luce una gran estrella negra.
Con mucho cuidado le ponen los hilos, las "tembladeras", luego, atan
a un largo hilo, más grueso, los trocitos de trapo que el más pequeño trajo, y
le ponen el rabo. Una vez terminada, la contemplan satisfechos y se echan a
reír los dos con picardía.
—Ahora tenemos que esconderla para que nadie la vea -dice el
pequeño mientras se refleja en sus ojos el brillo de las mil travesuras que le
bullen en la cabeza.
Ya la misa había terminado. Las dos viejas se acercaron a la
pila del agua bendita y con los dedos tomaron el agua, se hicieron la señal de
la cruz y juntas salieron de la iglesia de San Agustín.
—Oyes, estaba deseando verte, ¡Ay hija ¡tenias razón!.
Anoche la vi yo... ¡oyes! casi me da un
"fatuto"... ¡aquella luz por los cíelos me entró un susto y unos
temblores... yo creo que es una alma de otro mundo... ¿qué otra cosa puede
ser?...
—¿No te lo dije?. El padre Felipe
tampoco me lo quiso creer, hasta que el mismo, la vio, mi niña, con sus propios
ojos. No se ve siempre, pero hace unas noches, él mismo la vio volando por los
aires, por sobre todas las casas a esa llamita. El dice que no sabe lo que es,
que no cree que sea una cosa del diablo como dice la gente, pero lo cierto es
que toda Vegueta está asombrada y todo el mundo cierra sus puertas antes de la
oración.
Y era cierto; en toda Las Palmas
se comentaba, se hablaba de la extraña luz que paseaba por el cielo de Vegueta,
y era en aquellas noches oscuras con las calles alumbradas algunas de ellas,
por la mortecina llama de un farol de tenue luz amarillenta, lúgubre, tan pobre
que con ella las personas tan solo eran sombras, bultos que andaban, donde si
se iluminaban los cristales de una ventana, era por la triste y macilenta luz
de una vela, el ver una lla-mita andarina pasear por los aires causaba honda
impresión. La gente, temerosa, se recogía más temprano; cerraban sus puertas
apenas oscurecía, y si algún trasnochador le sonaban en la calle las nueve de
la noche por el reloj de la vieja Catedral y por casualidad veía la luz, sentía
cómo se le erizaban los cabellos de miedo.
Corrían los guardias, los pocos
guardias que por aquellos años de finales del siglo XIX había en la pequeña
ciudad, corrían de un sitio para otro, siguiendo la Mamita en la oscuridad,
viéndola subir unas veces y bajar otras para de nuevo volverse a elevar en los
aires mientras se dejaba oír el ligero sonido del badajo de una campanilla, tan
débil, que muchos dudaban de haberlo oído.
En el Casino, arrellanados en sendas mecedoras se balancean
pausadamente Don Isidoro, Don Amadeo y Don Modesto, tres acaudalados hombres de
negocio de nuestra mejor sociedad; hablan sobre lo que en toda la isla se
comenta.
—Pues yo no lo creo, esas son
alucinaciones de viejas, cosas de pueblos retrógrados dice Don Amadeo, que
presume de culto después de un viajecito que hace años hizo a París, y después
también de haberse leído hasta el último tomo de "Rocambole".
—Pues mi suegra sufrió un desmayo
cuando la vio, bien es verdad que aquí, entre nosostros, mi suegra considera de
muy buen tono eso de quedarse "privada" como dice ella, y que
presuroso alguien le aplique el pomito de sales a la nariz... en
fin ya saben... debilidades femeninas...
Sonríen los caballeros comprensivos y uno pregunta:
—¿No será esto algún enredo
amoroso?. Recuerden la historia de aquel fantasma que se paseaba por la calle
con su enorme sudario blanco y un perro arrastrando una gruesa cadena, y cómo
algunos, indiscretamente, descubrieron quién era el caballero que había ideado
tal travesura para visitar a su dama sin levantar sospechas ni murmuraciones.
Todos rieron.
—¡Este don Modesto!. Pero hombre de Dios... ¿piensa usted
que el pobre hombre va a visitar a su amada por los aires?.
De nuevo todos ríen con regocijo.
La imaginación de la gente se ha
desbordado. ¿Quién anda en las noches oscuras por los cielos de Vegueta?...
¿brujas?... ¿almas en pena?... ya hay quien ha visto a la luz con dos alas
blancas como enorme paloma, o quien a su paso ha oído el lúgubre tañido de una
campana que dobla a muertos. ¡Lo que hace la fantasía y el miedo!. Mientras
todos se preguntan qué será aquella lucecita misteriosa, dos chiquillos a
escondidas de su familia cuando todos duermen en la casa, con los largos
camisones) como sombras, con los pies descalzos para no hacer ni el más ligero
ruido, con todo el cuidado de que son capaces, se deslizan escaleras arriba con
un cometón gigante al que le ponen en la punta de la cola un minúsculo
farolillo encendido y colgando de este una pequeña y cantarina campanilla, y en
las noches sin luna cuando sopla un poco de viento, el suficiente para elevar
la cometa, con toda la tranquilidad que le dan sus pocos años, con esa alegría
que también da una gran travesura, se divierten haciendo temblar de miedo a los
vecinos del viejo y aristocrático barrio.
Josefina Mujica, en: Revista
Aguayro. Año XI nº 127.
(Archivo personal de Eduardo
Pedro García Rodríguez)
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