EL
EVANGELIO ARMENIO DE LA
INFANCIA
Lo que advino, con motivo de la Santa Virgen María,
en la casa de su padre.
Relato de Santiago, hermano del Señor
I 1. En aquel tiempo, un hombre llamado
Joaquín salió su casa, llevando consigo sus rebaños y sus pastores, y fue al
desierto, donde fijó su tienda. Y, después de haber permanecido allí en
oración, durante cuarenta días y cuarenta noches, gimiendo, llorando y no
viviendo más que de pan y de agua, se arrodilló, y, en la aflicción de su alma,
rogó a Dios en estos términos: Acuérdate de mí, Señor, según tu misericordia y
tu justicia, y opera en mí una señal de tu benevolencia, como lo hiciste con
nuestro antepasado Abraham, a quien, en los días de su vejez, concediste un
vástago de bendición, hijo de la promesa, Isaac, su descendiente único y prenda
de consuelo para su raza. Y de esta suerte, con lágrimas y alma afligida, pedía
piedad a Dios. Y decía: No me iré de aquí, ni comeré, ni beberé, hasta que el
Señor me haya visitado, y haya tenido compasión de su siervo.
2. Y, cuando se acabaron los cuarenta
días de ayuno, advino el ángel del Señor, y, colocándose ante Joaquín, le dijo:
Joaquín, el Señor ha oído tus plegarias, y ha atendido tus súplicas. He aquí
que tu mujer concebirá, y te dará a luz un vástago de bendición. Y su nombre
será grande, y todas las razas lo proclamarán bienaventurado. Levántate, toma
las ofrendas que has prometido, llévalas al templo santo, y cumple tu voto.
Porque yo iré esta noche a prevenir al Gran Sacerdote, para que acepte esas
ofrendas. Y, después de hablar así, el arcángel lo abandonó. Y Joaquín se
levantó en seguida con júbilo, y partió con sus numerosos ganados y con sus
ofrendas.
3. Y el ángel del Señor, apareciendo a
Eleazar, el Gran Sacerdote, en una visión semejante, le dijo: He aquí que
Joaquín viene hacia ti con ofrendas. Recibe sus dones religiosamente y conforme
a la ley, como conviene. Porque el Señor ha escuchado sus ruegos, y ha
realizado su demanda. Y el Gran Sacerdote se despertó de su sueño, se levantó,
y dio gracias al Altísimo, diciendo: Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque no desdeña a sus servidores que le imploran. Después, el ángel apareció
por segunda vez a Ana, y le dijo: He aquí que tu marido llega. Levántate, ve a
buscarlo, y recíbelo con alegría. Y Ana se levantó, revistió su atavío nupcial,
y fue a buscar a su marido. Y, cuando lo divisó, se prosternó con júbilo ante
él, y le echó al cuello los brazos.
4. Y Joaquín dijo: Salud y feliz
noticia, Ana, porque el Señor ha tenido piedad de mí, me ha atendido, y ha
prometido damos un vástago de bendición. Y Ana dijo a Joaquín: Buena nueva a mi
vez te doy, porque también a mí el Señor ha prometido darnos lo que dices. Y,
transportada de gozo, añadió: Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que no ha
desdeñado nuestras súplicas, y que no ha apartado de nosotros su misericordia.
Y, al mismo tiempo, Joaquín ordenó que se llamase a sus amigos y vecinos, y les
hizo una recepción grandiosa. Comieron, bebieron, se regocijaron, y, después de
haber rendido gracias al Señor, volvieron cada uno a su casa. Y glorificaron a
Dios en alta voz.
Del nacimiento de la Virgen María , y
lo que ocurrió en casa de su padre
II 1. Y Joaquín se levantó muy temprano,
llamó a sus pastores, y les dijo: Traedme diez corderos blancos, y esto será la
ofrenda para el templo augusto de mi Dios; y doce terneros, y esto será para
los sacerdotes, los escribas y los ministros, que son los servidores de la Sinagoga y cien moruecos,
y esto será para todo el pueblo de Israel. Y, cuando Joaquín hubo tomado estas
ofrendas, las llevó al templo del Señor, y, habiéndose prosternado ante los
sacerdotes y ante toda la asamblea, les presentó los dones aportados. Y ellos
se regocijaron, y lo felicitaron de que hubiese placido al Señor aceptar de sus
manos tan santas ofrendas. Y la multitud de gentes que se encontraban allí,
estaban admirados, y decían: Alabado sea el Señor Dios de Israel, que ha
realizado los votos de tu corazón. Ve en paz a tu casa, y el Señor será contigo
perpetuamente, y te dará un hijo bendito y un vástago santificado, fruto de las
entrañas de tu esposa.
2. Y Joaquín, después de haberse
prosternado ante los sacerdotes, se levantó, entró en el templo, y, puesto en
oración, daba gracias al Señor, y decía: Señor Dios de Israel, puesto que has
escuchado a tu servidor, y lo has tratado con amplia medida de misericordia, yo
te prometo que el hijo que me concedes, sea del sexo masculino o del femenino,
te lo daré, para que esté a tu servicio en este templo, todos los días de su vida.
Y, luego que hubo hablado así, Joaquín se incorporó, y marchó gozosamente a su
casa.
3. Transcurridos tres meses, el hijo se
estremecía en el vientre de su madre. Y Ana, llena de gran júbilo, dijo en un
transporte de alegría: Por la vida del Señor, si me es concedido un hijo de
bendición del sexo masculino o femenino, lo doy al templo santo, por
todos los días de su vida. Y Ana cumplió ciento sesenta días de su embarazo, lo
que equivale a seis meses.
4. Y Joaquín partió con presentes, llegó
al templo santo, y, ante los sacerdotes, ofreció los sacrificios que había
prometido cumplir íntegramente al comienzo del año. Y, al levantar las víctimas
sobre el altar de los sacrificios, e inmolarlas, los sacerdotes vieron,
mientras la sangre corría, que aquellas víctimas no contenían ninguna mácula,
y, llenos de gozo, dieron gracias al Altísimo.
5. Mas Joaquín, después de haber hecho
sus ofrendas ordinarias, tomó un cordero, y, haciendo primero su oblación, lo
sacrificó después sobre el altar. Y todos vieron por un prodigio inesperado
salir de la arteria una especie de leche blanca en lugar de sangre. Ante tan
singular espectáculo, los sacerdotes y todo el pueblo quedaron atónitos,
sorprendidos y maravillados. Porque jamás se había visto un prodigio semejante
al que se verificara en tal sacrificio. Y Eleazar, el Gran Sacerdote, requirió
a Joaquín para que dijese en nombre de qué había presentado en ofrenda y en
sacrificio aquel cordero sobre el altar.
6. Y Joaquín respondió: Las primeras
ofrendas las prometí al Señor, como un voto que debía cumplir. Pero este último
cordero lo ofrecí en nombre de mi vástago futuro, y a él lo reservé. Y el Gran
Sacerdote dijo: ¿Sabes lo que implica ese signo que el Señor te ha mostrado en
nombre de tu vástago futuro? La leche que acaba de salir de esa arteria tiene
una significación precisa. Porque lo que nacerá del vientre de su madre, será
una hembra, una virgen impecable y santa. Y esta virgen concebirá sin
intervención de hombre, y nacerá de ella un hijo varón, que llegará a ser un
gran monarca y rey de Israel. Y, al oír estas cosas, todos los que estaban
presentes, fueron presa de la mayor admiración. Joaquín se dirigió en silencio
a su casa, y contó a su esposa los prodigios que habían ocurrido. Y, dando
gracias a su Dios, se regocijaron, y dijeron al Altísimo: Hágase tu voluntad.
7. Y, cuando el embarazo de Ana alcanzó
los doscientos diez días, lo que hace siete meses, súbitamente, a la hora
séptima, Ana trajo al mundo a su santa hija, durante el día 21 del mes (de
...), que es el 8 de septiembre. El primer día preguntó a la partera: ¿Qué he
traído al mundo? Y la partera contestó: Has traído al mundo una hija
extremadamente bella, graciosa y radiante a la vista, sin tacha ni mancilla
alguna. Y Ana exclamó: Bendito sea el Señor Dios de Israel, que ha escuchado
las súplicas de sus siervos, que nos ha mostrado su amplia misericordia, y que
ha hecho por nosotros grandes cosas, que han inundado de gozo nuestra alma.
Ahora mi corazón está sólidamente establecido en el Señor, y mi esperanza ha
sido exaltada en Dios mi Salvador.
8. Y, cuando la niña tuvo tres días, Ana
ordenó a la partera que la lavase, y la llevase a su dormitorio con respeto. Y,
habiéndole la partera presentado a la niña, le dio el pecho, y la nutría con su
leche. Y, en una efusión de ternura, le puso por nombre María. De día en día la
niña crecía y adelantaba, y la madre, en los transportes de su júbilo, la mecía
entre sus brazos. Y así sus padres la alimentaban y la cuidaban. Y, cuando
llegó el tiempo de la purificación, por haber cumplido María cuarenta días, sus
padres la tomaron con respeto, y, aportando numerosas ofrendas, la condujeron
al templo santo, conforme a la regla de su tradición.
9. Y la pequeña María crecía y
adelantaba de día en día. Cuando cumplió seis meses, su madre permitió que
intentase andar por sí sola. Y la niña avanzó tres pasos por sí sola, y
volviendo atrás, se echó en brazos de su madre. Y su madre, levantándola en sus
brazos, y haciéndole caricias, exclamó: ¡Oh tú, María, santa madre de las
vírgenes, raíz de hermoso crecimiento, rama de un noble trono, de ti se
levantará la aurora, el astro precursor de la luz, semejante a la luna más que
ninguna estrella, luz del día más brillante que el esplendor del sol, alba del
sol del Oriente! Así hablaba Ana, y añadía otras muchas cosas aún. Y,
acariciando a su santa hija, decía: Por la vida del Señor, tus pies no pisarán
el suelo hasta el día en que te llevemos al templo. Y Ana pidió a Joaquín:
Construye a tu hija María un aposento en que habite, hasta el momento en que
sea mayor, y la llevemos al templo santo.
10. Y, pasado algún tiempo, los esposos
se dijeron entre sí: Conduzcámosla a la casa del Señor, para que viva en su
presencia, conforme a nuestro voto. Pero Ana advirtió a Joaquín: Esperemos a
que adquiera conciencia de sí misma. Y, en aquellos mismos días, Ana quedó
encinta, y trajo al mundo una niña que llamó Parogithä, diciendo: María
será del Señor, y Parogithü constituirá nuestras delicias (phurgäiä) en
lugar de María.
De la educación de la Virgen María , que
tuvo lugar en el templo, durante doce años
III. 1. Y Joaquín dijo a Ana: Se han
cumplido los días de la hija que ha nacido en nuestra casa. Manda que se
convoque a todas las hijas de los hebreos, vírgenes consagradas a Dios para que
cada una tome una lámpara en su mano, y conduzcan a la niña, con santo respeto,
al templo del Señor. Y, habiéndola conducido, la colocaron en la tercera grada
del tabernáculo. Y el Señor Dios le concedió gracia y sabiduría. Un ángel que
descendió del cielo, le servía la mesa, y se veía alimentada por los ángeles
del Espíritu Santo. Y, en el tabernáculo, oía incesantemente el lenguaje y el
canto de los ángeles.
2. María tenía tres años, cuando sus
padres la llevaron al templo, y en él permaneció doce. Al cabo de un año, sus
padres murieron. María experimentó viva aflicción por la pérdida de los que le
habían dado el ser, y les guardó el duelo oficial de treinta días. Establecida
en el templo, fue allí educada, y se perfeccionó a la manera de las mujeres, como
las demás hijas de los hebreos que con ella se encontraban, hasta que alcanzó
la edad de quince años.
3. En aquel año, murió Eleazar, el Gran
Sacerdote. Y los hijos de Israel, siguiendo las reglas del duelo, lloraron por
él treinta días. Y, después de todos estos acontecimientos, tuvo lugar una
asamblea de los sacerdotes, de los ancianos del pueblo y de otros notables, que
resolvieron designar un Gran Sacerdote del templo, consultando la suerte. Y la
suerte recayó sobre Zacarías, hijo de Baraquías. Todos los sacerdotes lo
impusieron, y lo nombraron soberano ministro y Sumo Pontífice del santo altar.
E Isabel, esposa de Zacarías, y Ana, eran parientes, y ambas a dos infecundas.
Y, desde el embarazo de Ana y el nacimiento de María hasta el momento en que Zacarías
comenzó a ejercer sus funciones de Gran Sacerdote, habían transcurrido catorce
años.
4. Y, siendo ya Zacarías el Gran
Sacerdote, su esposa continuaba estéril, y sin tener hijos, como Ana. Y, fuera
de tiempo, los sacerdotes y todo el pueblo hicieron una reflexión demasiado
tardía, y se dijeron los unos a los otros: Es extremadamente enojoso que no
hayamos comprendido más pronto lo que hicimos. Porque hemos establecido este
Gran Sacerdote, sin advertir el defecto que se oponía a ello, dado que su esposa
es infecunda, y no ha concebido fruto de bendición. Y uno de los sacerdotes,
llamado Levi, dijo: este me parece justo, y, con vuestro permiso, se lo
comunicará. Los otros sacerdotes observaron: Declárale la cosa a él solo y en
secreto, y no hables de eso a nadie más. Y el sacerdote, asintiendo, dijo:
Conforme. Se lo manifestará a él, y a nadie más que a él.
5. Un día, pues, como hubiese terminado el
tiempo de la plegaria, el sacerdote fue secretamente a entrevistar se con
Zacarías, y le notificó la conversación que había tenido con sus compañeros. Al
oír tal, Zacarías se turbó hasta lo sumo, y dijo entre sí: ¿Qué hará? ¿Qué
respuesta he de dar? Porque, en lo tocante a mí, no me remuerde la conciencia
el haber hecho mal alguno, y, si me odian sin causa, a pesar de mi inocencia,
al Señor únicamente corresponde. examinarlo. Si repudio a mi esposa, sin alegar
ningún desaguisado por su parte, cometerá una falta torpe. Y sería muy penoso
para mí atribuirme un delito que no he cometido, para que se me destituya, o,
sin decir nada, abdicar el pontificado y el servicio del santo altar. ¿Qué,
pues, va a ocurrir en esta grave perplejidad que a mi alma atormenta?
6. Y, mientras revolvía en su
pensamiento todas estas reflexiones, llegó la hora de la oración ritual, en que
debía depositar el incienso ante el Señor. Y, manteniéndose en el templo cerca
del santo altar, y llorando frente al tabernáculo, rogaba de esta suerte:
Señor, Dios de nuestros padres, Dios de Israel, mírame con misericordia, a mí,
tu siervo, que se presenta lleno de confusión delante de tu majestad, y que
implora la dulce gracia de tu benevolencia. No desdeñes a tu siervo humilde. Si
me juzgas digno de servir tu santo altar, usa a mi respecto de tu tierna bondad
hacia los hombres, pues que tú solo eres piadoso y omnipotente. Sea para ti la
gloria en todos los siglos. Amén.
7. Así habló Zacarías, mientras se
encontraba a la derecha del santo altar, y, prosternado, adoraba al Señor. Y he
aquí que un ángel de Dios le apareció, en el tabernáculo, y le dijo: No temas,
Zacarías, porque tus plegarias han sido atendidas, y tus súplicas han llegado
hasta Dios. He aquí que tu esposa Isabel concebirá y parirá un hijo, y
llamaréis su nombre Juan. Mas Zacarías repuso: ¿Cómo puede suceder eso, puesto
que yo soy viejo, y mi mujer avanzada en edad? Y el ángel dijo: Por cuanto no
me has escuchado, ni creído mis palabras, he aquí que quedarás mudo e incapaz
de hablar, hasta que esas cosas advengan. Y, en el mismo instante, Zacarías fue
atacado de mutismo en el templo, y, habiéndose arrodillado en silencio frente
al santo altar, se golpeó el pecho, y lloró con amargura.
8. Y los sacerdotes y la multitud del
pueblo que se encontraba allí, notaron con sorpresa y con asombro que Zacarías
se retardaba en el templo. Y, habiéndose introducido cerca de él, los
sacerdotes lo encontraron atacado de mutismo. No podía hablar, y no se
explicaba más que por gestos. Después, cuando hubo pasado la fiesta de los
santos tabernáculos, el 15 del mes de tesrín, que es el 2 de octubre,
finaron las primeras solemnidades. El 22 de tesrín, que es el 9 de
octubre, Isabel quedó encinta. Y el 16 del mes de tammuz, que es el 5
de junio, tuvo lugar el nacimiento de Juan el Bautista.
De cómo los sacerdotes, siguiendo su uso
tradicional, dieron a María en matrimonio a José, para que velase
cuidadosamente por la
Santa Virgen , y cómo
él la tomó bajo su guarda, confiando en el Señor
IV 1. Cuando, transcurridos quince años,
terminó la residencia santificada de María en el templo, los sacerdotes
deliberaron entre sí, y se preguntaron: ¿Qué haremos de María? Sus padres, que
han muerto, nos la confiaron en el templo, como un depósito sagrado. Ahora ha
alcanzado, en toda su plenitud, el desarrollo propio de las mujeres. No es
posible guardarla más tiempo entre nosotros, porque es preciso evitar que el
templo de Dios sea profanado sin noticia nuestra. Y los sacerdotes se
repitieron los unos a los otros: ¿Qué nos toca hacer? Y uno de ellos, un
sacerdote llamado Behezi, dijo: Hay todavía con ella en el templo muchas otras
hijas de los hebreos. Vayamos, por tanto, a interrogar a Zacarías, el Gran
Sacerdote, y lo que él juzgue conveniente, lo haremos. Todos contestaron,
unánimes: Está bien. Y el sacerdote Behezi se presentó ante Zacarías, y le
dijo: Tú eres el Gran Sacerdote, avezado a la guarda del santo altar. Y hay
aquí hijas de los hebreos, que se han consagrado a Dios. Entra en el Santo de
los Santos, y ruega por la intención suya. Todo lo que el Señor revele, lo
haremos según su voluntad.
2. E inmediatamente Zacarías se levantó,
y, tomando el racional, entró en el Santo de los Santos, y rogó por aquellas
jóvenes. Y, mientras esparcía el incienso ante el Señor, he aquí que un ángel
de Dios fue a colocarse cerca del altar del tabernáculo, y le dijo: Sal a la
puerta del templo, y ordena que se llame a las once hijas de los hebreos, y,
con ellas, trae aquí a María, que es de la raza de Judá y de la familia de
David. Ordena también que se llame a todos los celibatarios de la ciudad, y que
cada uno aporte una tablilla. Colocarás todas las tablillas en el tabernáculo
de la alianza, escribirás el nombre de cada uno sobre su tablilla, harás la
plegaria, y cada virgen se casará con el hombre que Dios designe entre ellos. Y
el Gran Sacerdote salió del templo, y ordenó que cuantos fuesen celibatarios se
n,uniesen en aquel lugar. Y, al conocer esta orden, todos, hasta el último, se
reunieron en el lugar indicado, llevando cada uno en la mano su tablilla. Y el
viejo José, que también conoció aquella orden, abandonó su azuela de carpintero,
y, tomando una tablilla, se apresuró a ir al lugar marcado. Y el Gran Sacerdote
le tomó de las manos la tablilla, la aceptó, y, entrando en el templo, hizo la
plegaria por aquellos hombres.
3. Era, en efecto, uso constante entre
las familias de Israel salidas de la tribu de Judá y de la línea de David,
colocar a sus hijas en el templo, donde se las guardaba en la santidad y en la
justicia por el espacio de doce años, para allí servir, y esperar el momento de
los decretos divinos, o sea, aquel en que el Verbo tomaría carne de una pura e
impecable virgen, y, convertido exteriormente en uno de tantos hombres, pisaría
la tierra con paso humano. La raza de Israel guardaba esa regla, consignada por
escrito y conservada en el templo por la tradición de los antepasados. Y, a
menos que no apareciese ningún signo o advertencia del Espíritu Santo, daban a
aquellas jóvenes en matrimonio. Así se procedió con aquellas doce vírgenes, que
eran de la raza de Judá y de la familia de David, y entre las cuales se encontraba
la Virgen María ,
que tenía preeminencia sobre todas. Se las reunió de común acuerdo, y se las
hizo comparecer en el lugar señalado. Y los sacerdotes consultaron la suerte a
cuenta de ellas y a intención de los celibatarios, para saber quién de éstos
recibiría una como esposa.
4. Y, cuando el Gran Sacerdote devolvió
a los celibatarios sus tablillas respectivas, que había sacado del templo, vio
que el nombre de cada una de las vírgenes estaba grabado sobre la tablilla de
aquel a quien había tocado por mujer. Y, al tomar Zacarías las tablillas, éstas
no llevaban ningún signo, excepto los nombres que se hallaban escritos en
ellas. Pero, al entregar a José la última, en la cual se encontraba escrito el
nombre de María, he aquí que una paloma, que salió de la tablilla, se posó
sobre la cabeza del agraciado. Y Zacarías dijo a José: A ti te corresponde la Virgen María.
Recíbela, y guárdala como esposa tuya, puesto que te ha caído en suerte por una
decisión santa, para que se enlace contigo en matrimonio, como cada una de las
otras vírgenes a uno de los celibatarios.
5. Mas José, al oír esto, resistió y
repuso: Yo os ruego, sacerdotes y todo el pueblo, reunidos en este templo
santo, que no me violentéis en presencia de todos. ¿Cómo haré nada de lo que me
decís? Tengo una numerosa familia de hijos y de hijas, y quedaría avergonzado y
confuso ante ellos. ¡No me violentéis! Mas los sacerdotes y todo el pueblo le
contestaron: Obedece a la voluntad de Dios, y no seas recalcitrante e insumiso,
porque no obras según la ley, al oponerte a esa voluntad. Y José dijo: Siendo,
como soy, viejo, y estando próximo a la muerte, ¿por qué me obligáis a hacer en
mi ancianidad cosas que no convienen a mi edad, ni a mi condición? Y el Gran
Sacerdote dijo: Escucha. No tendrás vergüenza ni confusión de ningún lado, sino
de todas partes bendición y gloria. Y José dijo: Hablas bien, pero la que me ha
tocado es una niña, no una mujer, y, al verlo y comprenderlo, todos los hijos
de Israel me pondrán en ridículo. Y el Gran Sacerdote dijo: Sabemos que eres
bueno, justo y temeroso de Dios. Esta virgen es huérfana, y se ve privada de
sus padres. La hemos tomado en tutela protectora, y en el templo la hemos
residenciado, bajo la fe del juramento. Los sacerdotes y todo el pueblo
acabamos de atestiguar legalmente que te ha caído en suerte María. Recógela por
nuestra voluntad y nuestra bendición, y guárdala con santidad y con respeto,
conforme a la ley a la tradición de nuestros antepasados, hasta que te llegue
el momento de recibir la corona de gloria, al mismo tiempo que las otras
vírgenes y los otros celibatarios.
6. Y José dijo: Tened piedad de los
cabellos blancos de mi vejez. No me impongáis la carga, a que no tengo
inclinación alguna, de guardarla con cuidado y con circunspección, como conviene.
Es una virgen que acaba de llegar a la edad núbil, conforme a la naturaleza de
las mujeres. ¿Cómo ha de ser para mí un deber aceptarla en matrimonio, ya que
esto constituiría un pecado? Y el Gran Sacerdote dijo: Si no estabas dispuesto
a consentir en las consecuencias de este acto, ¿quién te ha obligado a ello?
¿Por qué has venido con los otros celibatarios? Y advierte que, después de
haberte presentado con ellos, y de haber tirado a la suerte, según el uso
consagrado, has recibido del templo del Señor un signo bendito e indicativo de
que Dios te ha concedido a María en matrimonio. Y José dijo: Yo no sabía esto
de antemano, y, por mis propias reflexiones, no me era posible conocer el
acontecimiento que se preparaba, ni sus resultas. Pero, repito, me hallo a
punto de morir, y espero que respetéis los cabellos blancos de mi cabeza y mi
vida sin tacha. Y el Gran Sacerdote dijo: Teme al Señor, y no resistas a sus
órdenes. Recuerda cómo Dios procedió con Coré, Dathan y Abiron, y cómo la
tierra se abrió y los tragó a causa del acto de desobediencia que cometieron.
No los imites, si quieres evitar alguna desgracia imprevista, que te advenga de
súbito.
7. Cuando José hubo oído estas palabras,
se inclinó, se prosternó ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, y sacando
del templo a María, partió con ella, y la condujo a su casa, en la villa de
Nazareth. Al llegar, le advirtió: Hija mía, presta oídos a lo que voy a
decirte, y guarda su recuerdo. Yo proveeré a todas tus necesidades materiales,
y tú habitarás aquí honestamente. Guárdate a ti misma, y por ti misma vela. No
vayas inútilmente a parte alguna, y procura que nadie entre en casa, hasta que
llegue el momento en que, Dios mediante, vuelva al lado tuyo. Sea eternamente
contigo el Dios de Israel, Dios de nuestros padres. Y, habiendo hablado así, se
levantó, y se puso en camino, para ir a ejercer su oficio de carpintero.
8. Y, al cabo de pocos días, sucedió que
los sacerdotes se reunieron en consejo, y dijeron: Mandemos hacer, para el
templo, un velo que será expuesto en el día de la gran fiesta, ante la
congregación de todo el pueblo, y que realzará el esplendor del culto en el
santo tabernáculo. Entonces el Gran Sacerdote ordenó que se convocase a las
mujeres y a las vírgenes que estaban consagradas a Dios en el templo, y que
pertenecían a la tribu de Judá y a la estirpe de David. Y, cuando las once
vírgenes hubieron llegado, Zacarías se acordó de que María pertenecía a aquella
tribu y a aquella estirpe, y mandó que fuesen a buscarla. Y, cuando María
llegó, el Gran Sacerdote dijo: Echad a suertes, para saber quiénes habéis de
tejer la muselina y la púrpura, lo encarnado y lo azul, y, echadas las suertes,
la púrpura y la escarlata tocaron a María. Y, tomándolas en silencio, regresó y
comenzó por hilar la escarlata, ante todo.
Sobre la voz del ángel mensajero, que
anunció la impregnación de la Santa Virgen María
V 1. El año 303 de Alejandro, el 31 del
mes de adar, el primer día de la semana, a la hora tercera del día,
María tomó su cántaro, y fue a la fuente en busca de agua. Y oyó una voz que
decía: Regocíjate, Virgen María. Súbitamente, María se turbó, y quedó helada de
espanto. Y miró a derecha y a izquierda, y, no viendo a nadie, se preguntó: ¿De
dónde ha partido la voz que se ha dirigido a mí? Y, recogiendo su cántaro,
marchó precipitadamente a su casa, cuya puerta cerró y encerrojó
cuidadosamente. Después, se recogió, silenciosa, en el fondo de la casa. Y, en
el estupo de su espíritu, se decía con asombro: ¿Qué saludo es que se me ha
hecho? ¿Cuál es el que me conoce, y sabe de antemano quién soy? ¿A quién he
visto yo que pueda hablarme en esos términos? Y, pensando en todas esta cosas,
se estremecía y temblaba.
2. Y, levantándose, se puso en oración,
y dijo: Señor Dios de Israel, Dios de nuestros padres, mírame con misericordia,
y condesciende a mi demanda, y a la plegaria di mi corazón. Escucha a tu
miserable sierva, que te implora con esperanza y con confianza. No me entregues
a las tentaciones del seductor y a las emboscadas del enemigo, y líbrame de los
peligros y de la astucia del cazador, porqui espero y confío en que guardarás
mi virginidad intacta Señor y Dios mío. Y, luego que hubo hablado así, rindió
gracias al Señor, llorando. Y, después de haber permanecido en este estado
durante tres horas, tomando la escarlata, se puso a hilar.
3. Y he aquí que el ángel del Señor
llegó, y penetró cerca de ella, estando las puertas cerradas. El ser incorpóreo
se le presentó bajo la apariencia de un ser corpóreo, y le dijo: Regocíjate,
María, sierva inmaculada del Señor Como el ángel se le apareciera de súbito,
María sintió pánico, y, en su pavor, era incapaz de responder. Y el ángel dijo:
No te espantes, María, bendita entre todas las mujeres. Yo soy el ángel
Gabriel, enviado por Dios para comu nicarte que quedarás encinta, y que darás a
luz al hijo de Altísimo, el cual será un gran rey, y prevalecerá sobre la
tierra toda. María le preguntó: ¿De qué hablas? ¿Qué es lo que expresas?
Explícame este enigma. Y el ángel repuso: Lo que te he dicho, lo has oído de mi
boca. Recibe la invitación contenida en este mensaje que acabo de hacerte y
regocíjate. María dijo: Lo que me manifiestas es de una novedad desconcertante,
que me llena de sorpresa y de asombro, pues afirmas que concebirá y pariré al
tenor de las demás mujeres. ¿Cómo ha de ocurrirme esto, si yo no conozco varón?
Y el ángel dijo: ¡Oh Santa Virgen María, no abrigues sospechas tales, y
comprende lo que te revelo! No concebirás de una criatura, ni de un marido, ni
de la voluntad de un hombre, sino del poder y de la gracia del Espíritu Santo,
que habitará en ti, y que hará de ti lo que le plazca. María dijo: Lo que me
anuncias me parece extraordinario y duro de creer. Yo no puedo conformarme, ni
resignarme, con las cosas que me dices. Porque los prodigios de que me hablas,
me parecen chocantes en principio e inverosímiles de hecho. Al oír tus
palabras, mi alma se estremece de miedo, y tiembla. Mi espíritu continúa en la
perplejidad, y no sé qué respuesta dar a tus discursos. El ángel preguntó: ¿Por
qué te estremeces, y por qué tiembla tu alma?
4. Y María repuso: ¿Cómo podré conceder
crédito a tus palabras, si jamás oí a nadie otras parecidas, y ni aun sé lo que
pretendes comunicarme? El ángel dijo: Mis discursos son la exacta verdad. No te
hablo a la ventura, ni conforme a mis propias ideas, sino que te digo lo que he
oído del Señor, y que Dios me ha enviado a notificarte y a exponerte. Y tú
tomas mi lenguaje por una falsedad. Teme al Señor, y escúchame. La Virgen repuso: No es que
considere tus discursos vanos, sino que estoy poseída de un profundo asombro.
Aquel que el firmamento y la tierra no pueden contener, ni envolver su
divinidad, y cuya gloria no pueden contemplar todas las falanges celestes de
espíritus luminosos y de seres ígneos, ¿podría yo sostenerlo, y soportar su
ardor infinito, y abrigarlo en mi carne? ¿Cómo sería yo capaz de llevarlo
corporalmente en mi seno, y de tocarlo con mis manos? Tu discurso es
inverosímil; la idea, incomprensible, y su realización desconcertante. Se
necesita más que toda la clarividencia del espíritu humano para escrutarlo y
comprenderlo. ¿Quieres alucinar mi espíritu con un discurso engañador? ¡No será
así! El ángel replicó: ¡Oh bienaventurada María, escúchame lo que decirte
quiero! ¿Cómo la tienda de Abraham recibió a Dios bajo formas corpóreas, sin
que el fuego se le aproximase? ¿Cómo habló Dios a Jacob, después de luchar con
él? ¿Cómo Moisés, en el Sinaí, vio a Dios cara a cara, y la hoguera en que se
le mostró ardió, sin consumirse? A ti te sucederá igual por otro concepto, y no
tienes por qué temer a este propósito. Cree solamente, y oye lo que ahora voy a
significarte.
5. María opuso aún: ¿Cómo me sucederá lo
que dices? ¿Y cómo conocerá yo en qué día y a qué hora ocurrirá el suceso?
Indícamelo. Y el ángel contestó: No hables así de lo que ignoras, y no te
niegues a creer lo que no comprendes. Humilla tu oído, y cree todo lo que te
revelo. María dijo: No hablo así por incredulidad, ni por desconfianza, pero
quiero asegurarme con exactitud, y saber con certeza cómo la cosa me ocurrirá y
en qué momento, a fin de que me halle dispuesta y prevenida. El ángel repuso:
Su advenimiento puede acaecer a cualquier hora. Al penetrar en tu seno, y
habitar en él, purificará y santificará toda la esencia de tu carne, que se
convertirá en templo suyo. María dijo: Pero ¿cómo advendrá esto, puesto que,
repito, no conozco varón? El ángel dijo: El Espíritu Santo vendrá a ti, y la
potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y el Verbo divino tomará de ti
un cuerpo, y parirás al hijo del Padre celestial, y tu virginidad permanecerá
intacta e inviolada. María dijo: ¿Y cómo una mujer, conservando su virginidad,
puede tener un hijo, sin la intervención de un hombre?
6. Y el ángel replicó: El caso no será
como piensas. Tu maternidad no será efecto de una concupiscente pasión
corpórea, ni tu embarazo consecuencia de una relación conyugal, porque tu
virginidad permanecerá pura y sin tacha. La entrada del Verbo divino no violará
tu vientre, y, cuando salga de él, con su carne, no destruirá tu pureza inmarchita,
María exclamó: Tengo miedo de ti, porque me sonsacas con palabras gratas de
oír, y que me causan viva sorpresa. ¿Es que quieres convencerme mediante frases
engañosas, como sucedió a Eva, nuestra primera madre, a quien el demonio,
conversando con ella, persuadió por discursos dulces y agradables, y que fue en
seguida entregada a la muerte? El ángel dijo: ¡Oh Santa Virgen María, cuántas
veces me he dirigido a ti, y te he dicho la exacta verdad! Y no crees en las
órdenes y en el mensaje que te expresa mi boca, ni aun hallándome en tu
presencia. De nuevo me dirijo a ti en nombre de Dios, para que tu alma no se
espante ante mi vista, ni tu espíritu dude del que me ha enviado. Y no apartes
de tu corazón las palabras que de mí ya has oído. No he venido a hablarte por
artificio engañoso de ninguna especie, ni por trampa, ni por astucia, sino para
preparar en ti el templo y la habitación del Verbo. María dijo: Ante la
insistencia de tus discursos, siento sobrecogido mi ánimo, y me preocupa saber
qué respuesta he de dar a lo que dices. Y, si no llego a convencerme a mí
propia, ¿a quién podré descubrir mi situación, y persuadirlo de que no miento?
7. Y el ángel exclamó: ¡Oh Santa Virgen
sin mancilla, no te ocupes de aprensiones vanas! María dijo: No dudo de tus palabras,
ni tengo lo que dices por increíble, antes bien, soy dichosa, y me regocijan
vivamente tus discursos. Pero mi alma se estremece y tiembla ante el
pensamiento de que llevaré a Dios en mi carne, pada darlo a luz como a un
hombre, y que mi virginidad continuará inviolable. ¡Oh prodigio! ¡Y qué
maravilloso es el hecho de que me hablas! El ángel dijo: Una y otra vez he
repetido mi largo discurso, dándote de él mi verídico testimonio, y no me has
creído. Y María repuso: Te ruego, oh servidor del Altísimo, que no te enoje mi
insistencia en preguntarte. Porque tú conoces la naturaleza humana y su
incredulidad en toda materia. He aquí por qué yo quiero informarme
fidedignamente, para saber al justo lo que ha de ocurrirme. No quedes, pues,
descontento de las frases que he pronunciado. El ángel dijo: Llevas razón, pero
ten fe en mí, que he sido enviado por Dios, para hablarte, y para anunciarte la
buena nueva.
8. Y María respondió: Sí, creo en tus
discursos, sé que es verdad lo que hablas, y acepto tus órdenes. Pero escucha
lo que voy a decirte. Hasta el presente, he sido guardada en la santidad y en
la justicia, ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, después de haber sido
legítimamente prometida a José, para ser su esposa. Y él se ha eñcargado de
recogerme en su casa, para velar cuidadosamente por mí, hasta el momento que
recibamos la corona de bendición, con las otras vírgenes y los otros
celibatarios. Y, si vuelve, y me encuentra encinta, ¿qué respuesta le daré? Y,
si me pregunta cuál es la causa de mi embarazo, ¿qué contestará a su
interrogación? El ángel dijo: ¡Oh bienaventurada María, escucha bien mi
palabra, y guarda en tu espíritu lo que voy a decirte! Esto no es obra del
hombre, y el fenómeno de que te hablo no provendrá de nadie, y el mismo Señor
lo realizará en ti, y él posee el poder de sustraerte a todas las angustias de
la prueba. María dijo: Si la cosa es tal como la explicas, y el mismo Señor se
digna descender hasta su esclava y su sierva, hágase en mí según tu palabra. Y
el ángel la abandonó.
9. No bien la Virgen hubo pronunciado
aquella frase de humillación, el Verbo divino penetró en ella por su oreja. Y
la naturaleza íntima de su cuerpo animado fue santificada, con todos sus
sentidos y con los doce miembros u órganos de sus sentidos, y quedó purificada
como el oro en el fuego. Y se convirtió en un templo santo e inmaculado, y en
la mansión del Verbo divino. Y, en el mismo momento, comenzó el embarazo.
Porque, cuando el ángel llevó la buena nueva a María, era el 15 de nisan, lo
que hace el 6 de abril, un miércoles, a la hora tercera del día.
10. Y, al mismo tiempo, un ángel se
apresuró a ir al país de los persas, para prevenir a los reyes magos, y para
ordenarles que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos, después de haber
sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su destino en el
punto y hora en que la Virgen
acababa de ser madre. Porque, en aquella época, el reino de los persas
dominaba, por su poder y por sus victorias, sobre todos los reyes que existían
en los países de Oriente. Y los reyes de los magos eran tres hermanos: el
primero, Melkon, que imperaba sobre los persas; el segundo, Baltasar, que
prevalecía sobre los indios; y el tercero, Gaspar, que poseía el país de los
árabes. Habiéndose reunido por obediencia al mandato de Dios, se presentaron en
Judea en el instante en que María había dado a luz. Y, habiendo apresurado su
marcha, se encontraron allí en el tiempo preciso del nacimiento de Jesús.
11. Y, luego que la Virgen recibió el mensaje
de su lmpregnación por el Espíritu Santo, vio a los coros angélicos, que
cantaban en loor suyo. Y, al verlos, se sintió llena de pánico a una que de
gozo. Y, con la faz postrada contra la tierra, se puso a alabar a Dios en
hebreo, exclamando: ¡ Oh Señor de mi espíritu y de mi cuerpo, tú tienes el
poder de cumplir todas las voluntades de tu amor creador, y tú decides
libremente de toda cosa conforme a tu albedrío! Dígnate condescender con las
plegarias de tu esclava y de tu sierva. Atiéndeme y libra mí alma, por cuanto
eres el Dios mi Salvador, y tu nombre, Señor, ha sido invocado sobre mí
cotidianamente. Y, hasta este día, me he guardado en la santidad, en la
justicia y en la pureza, ordenada por ti, y he conservado mi virginidad firme e
intacta, sin ningún deseo de carnales mancillas. Y, ahora, hágase tu voluntad.
12. Y, habiendo hablado así, María se
levantó, y dio gracias al Altísimo. Después de lo cual, pasó una hora. Y, como la Virgen reflexionase,
comenzó a llorar, y dijo: ¿Qué prodigio nuevo, y que no se había visto en el
nacimiento de ningún hombre, es el que se realiza en mí? ¿No me convertiré en
la fábula y en el ludibrio de todos, hombres y mujeres? Heme aquí, pues, en la
mayor perplejidad. No sé qué hacer, ni qué respuesta dar a quienquiera se
informe de mí. ¿A quién me dirigiré, y cómo justificaré todo esto? ¿Por qué mi
madre me ha parido? ¿Por qué mis progenitores me han consagrado a Dios, en la
tristeza de su alma, para convertirme en objeto de reproche para mí misma y
para ellos? ¿Por qué me han obligado a guardar virginidad en el templo santo?
¿Por qué no he recibido más pronto la sentencia de muerte, que me sacará de
este mundo? Y, puesto que permanezco con vida, ¿por qué mis padres no me han
dado en matrimonio, sin decir nada, como a las demás hijas de los hebreos?
¿Quién ha visto ni oído nunca cosa semejante? ¿Quién creerá que dé a luz una
mujer que no ha conocido varón? ¿A quién, ni en público, ni en secreto, contaré
sin reticencia lo que ocurre? ¿Podré persuadir, a fuerza de palabras, ni a
casadas, ni a solteras? Si les revelo exactamente lo insólito de mi caso,
creerán que me mofo, y, si hablo bajo la fe del juramento, juzgarán que soy
perjura. Decir falsedades, me es imposible, y condenarme a mí misma, siendo
inocente, es bien duro. Si se me exige un testigo, nadie podrá justificarme. Y,
si repito por segunda vez mi declaración, diciendo la verdad, se me condenará a
muerte con desprecio. Todos los que oigan mi declaración, prójimos o extraños,
dirán: Quiere engañar, con vanos subterfugios, a los insensatos y a los
irreflexivos. No sé qué hacer, ni quién me sugerirá una respuesta que dar a
todos, con respecto a este asunto; ni cómo diré esto a mi marido, cuyo nombre
he recibido por el matrimonio; ni cómo me atrever a tomar la palabra ante los
sacerdotes y el pueblo; ni cómo soportará ser entregada, delante de todo el
mundo, al apa rato de la justicia humana. Si declaro a las casadas que soy
virgen, y que he concebido sin la operación de un horn bre, tomarán mis
palabras por una burla, y no me creerán. ¿Cómo podré yo darme cuenta a mf misma
de lo que me ha sucedido? Todo aquello de lo que tengo conciencia, es que mi
virginidad está a salvo, y que mi embarazo es cierto. Porque el ángel del Señor
me ha dicho la verdad, sin mentira alguna. No me ha engaño con vanas
habilidades, sino que ha transmitido, exacta y sinceramente, las palabras
pronunciadas por el Espíritu Santo. ¿Qué hacer, pues, ahora que me he
convértido en objeto de censura y de reprobación entre los hijos de
Israel? ¡Oh palabra asombrosa! ¡ Oh obra sorprendente! Oh prodigio terrible y
desconcertante! Nadie creerá que yo no haya conocido varón, y que mi embarazo
es un ejemplo. Y, si digo seriamente a alguien: Cree que estoy encinta, y que,
sin embargo, permanezco virgen, me contestará: Sea. Yo creo que hablas exacta y
sinceramente. Pero explicame cómo una virgen puede llegar a ser madre, sin que
un hombre haya destruido su virginidad. Y, con estas pocas palabras, me pondrán
en ridículo. Bien sé que muchos hablarán perversamente de mí, y que me condenarán
a la ligera, a pesar de mi inocencia. Sin embargo, el Señor me salvará de las
murmuraciones y de los ultrajes de los hombres.
13. Habiendo dicho estas cosas, María
dejó de hablar entre sí. Y, levantándose, abrió la puerta de la casa, para ver
si había por allí alguien que prestase oídos a las palabras que pronunciara
anteriormente. Como no percibiese ningún ser humano, volvió al interior de la
casa, y, tomando la escarlata y la púrpura que había recibido de manos de los
sacerdotes, para hacer un velo del templo, se puso a hilarlas. Cuando terminó
su obra, fue a llevarla al Gran Sacerdote. Y éste, tomándola de las manos de la Virgen Santa , le
dijo: María, hija mía, bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es tu
seno virginal. El Señor magnificará tu santo nombre por toda la tierra. Tendrás
preeminencia sobre todas las mujeres, y llegarás a ser la madre de las
vírgenes. De ti vendrá al mundo su salvación. Así habló Zacarías. María se
prosternó ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, y, sumamente gozosa,
regresó a su casa.
14. Y, cuando tuvo lugar la anunciación
del ángel a María, el embarazo de Isabel duraba ya desde su comienzo el 20 de tesrín,
lo que hace el 9 de octubre, y de esta fecha al 15 de nisan, es
decir, al 6 de abril, habían transcurrido ciento ochenta días, lo que hace seis
meses. Entonces comenzó la encarnación del Cristo, por la cual tomó carne en la Virgen Santa. Y un
día, ésta, reflexionando, se dijo: Iré a ver a mi prima Isabel, le contaré todo
lo ocurrido, y cuanto ella me diga, otro tanto haré. Y envió a José, a
Bethlehem, un mensaje concebido en estos términos: Te ruego que me dejes ir a
ver a Isabel, mi prima. Y José le permitió ir, y ella salió a escondidas a
punto de amanecer y, dirigiéndose hacia las montañas de Judea, llegó a la villa
de Judá. Y entró en la morada de Zacarías, y saludó a su parienta.
15. Y, cuando Isabel oyó la vez de
María, su hijo saltó en su vientre. E Isabel, llena del Espíritu Santo, elevó
la voz, y exclamó: Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto
de tus entrañas. ¿De dónde que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, al
llegar a mi oído tus palabras de saludo, mi hijo saltó en mi vientre. María,
que tal oyó, levantó hacia el cielo sus ojos preñados de lágrimas, y dijo:
Señor, ¿qué tengo yo, que todas las naciones me proclaman bienaventurada? ¿Por
qué he sido puesta en evidencia entre todas las mujeres e hijas de los hebreos,
y por qué mi nombre se hace célebre y famoso en todas las tribus de Israel? Y
es que María había olvidado lo que el ángel le comunícara precedentemente.
16. Y María permaneció mucho tiempo en
casa de Isabel, y, confidencialmente, le relató por orden todo lo que había
visto y oído del ángel. Vivamente sorprendida, Isabel repuso: Hija mía, lo que
me refieres, es una obra maravillosa de Dios. Pero atiende a lo que voy a
decirte. No te espantes de lo que te ocurra, y no seas incrédula. Pensamientos,
actos, palabras, todo, en esto, sobrepuja absolutamente al espíritu humano.
Veme a mí, que estoy avanzada en edad y ya próxima a la muerte, y que, sin
embargo, me hallo encinta, a pesar de mi vejez y de mis cabellos blancos,
porque nada hay imposible para Dios. Cuanto a ti, ve silenciosamente a
encerrarte en tu casa. No participes a nadie lo que has visto y oído. No lo
cuentes a ninguno de los hijos de Israel, no sea que, llamados a engaño, te
pongan en irrisión, ni tampoco a tu marido, no sea que lo hieras en el corazón,
y te repudie. Espera que la voluntad del Señor se cumpla, y Él te manifestará
lo que tiene intención de hacer.
17. Y María dijo: Obraré de acuerdo con
tus recomendaciones. E Isabel añadió: Escucha y guarda el consejo que te doy.
Vuelve en paz a tu casa, y permanece discretamente en ella, sin ir y venir de
aquí para allí. Ocúltate al mundo, a fin de que nadie sepa nada. Haz todo lo
que tu marido te ordene. Y, en tus apuros, el Señor sabrá prepararte una
salida. No temas, y regocíjate. Así habló Isabel. María se prosterné ante ella,
y volvió a su casa con júbilo. Y allí continuó muchos días. Y el niño se desarrollaba,
de día en día, en su seno. Y, temiendo al mundo, permanecía perpetuamente
escondida, a fin de que persona alguna se enterase de su estado.
Aflicción de José.
Las sospechas que tuvo, y el juicio que
formó de la muy Santa Virgen
VI 1. Cuando María alcanzó el quinto mes
de su embarazo, José marchó de Bethlehem, su pueblo natal, después de haber
construido una casa, y regresó a la suya de Nazareth, para continuar sus
trabajos de carpintería. María fue a su encuentro, y se prosterné ante él. Y
José le preguntó: ¿Cómo te va? ¿Estás contenta? ¿Te ha ocurrido algo? Y María
repuso: Me va bien. Y, después de haber preparado la mesa, comieron ambos en
buena paz y compañía. Y José habiéndose tendido sobre un camastro, quiso
reposar un poco. Mas, al dirigir su mirada a María, vio que su semblante
alterado pasaba por todos los colores. Y ella intentó ocultar su confusión, sin
conseguirlo.
2. José la miró con tristeza, e
incorporándose de donde estaba recostado, le dijo: Me parece, hija mía, que no
tienes tu acostumbrada gracia infantil, porque te hallo un tanto cambiada. Y
María contestó: ¿Qué quieres decirme, con esa observación y con ese examen? Y
José advirtió: Me admiran tus palabras y tus pretextos. ¿Por qué estás
desmañada, deprimida, triste y con los rasgos de tu fisonomía alterados? ¿Te ha
hablado alguien? Ello me descontentaría. ¿Te ha sobrevenido alguna enfermedad o
dolencia? ¿O bien has pasado por alguna prueba, o sufrido las intrigas de los
hombres? María respondió: No hay nada de eso. Y José dijo: Entonces, ¿por qué
no me respondes francamente? María dijo: ¿Qué quieres que te responda? Y José
dijo: No creeré en tus palabras antes de haber visto. Ponte francamente en
evidencia ante mí, para que yo me cerciore de que hablas verdad. Y María,
interiormente turbada, no sabía qué hacer. Mas José, envolviendo a María a una
ojeada atenta, vio que estaba encinta. Y, dando un gran grito, exclamó: ¡Ah,
qué criminal acción has cometido, desgraciada!
3. Y José, cayendo de su asiento y
puesta su faz contra la tierra, se golpeó la frente con la mano, se mesó la
barba y los cabellos blancos de su cabeza, y arrastró su cara por el polvo,
clamando: ¡Malhaya yo! ¡Maldición sobre mi triste vejez! ¿Qué ha ocurrido aquí?
¿Qué desastre ha recaído sobre mi casa? ¿Con qué rostro mirará, en adelante, el
rostro de los hombres? ¿Qué responderá a los sacerdotes y a todo el pueblo de
Israel? ¿Cómo logrará detener una persecución judicial? ¿Y con qué artificio
conseguiré apaciguar la opinión pública? ¿Qué haré en esta coyuntura, y cómo
paliará el hecho de haber recibido del templo a esta virgen, santa y sin tacha,
y no haber sabido mantenerla en la observancia de la ley, según la tradición de
mis padres? Si se me hace la intimación de por qué he dejado desflorar la
pureza inmaculada de mi pupila, ¿qué respuesta daré a los sacerdotes y a todo
el pueblo? ¿Cuál es el enemigo que me ha tendido este lazo? ¿Qué bandido me ha
arrebatado la virginidad de esta niña? ¿Quién ha perpetrado tamaño delito en mi
casa, y hecho de mí un objeto de burla y de oprobio entre los hijos de Israel?
¿Va a recaer sobre mí la falta del que, por la perfidia de la serpiente, perdió
su estado dichoso?
4. Y, hablando así, José se golpeaba el
pecho, con gemidos entreverados de lágrimas. Después, hizo comparecer de nuevo
a María, y le dijo: ¡Oh alma digna de llanto perpetuo, que te has hundido en el
extravío más monstruoso, dime qué acción prohibida has realizado! Porque has
olvidado al Señor tu Dios, que te ha formad en el seno de tu madre, tú, a quién
tus padres te obtuvieron del Altísimo, a fuerza de sufrir y de llorar, y que te
ofrecieron a Él religiosamente y según la ley; que fuiste sustentada y educada
en el tempo; que oíste continuamente las alabanzas al Eterno y el canto de los
ángeles que prestaste oído atento a la lectura de los sagrados li bros, y
escuchaste sus palabras con unción y con respeto Y, a la muerte de sus padres,
permaneciste en tutela en el templo, hasta el momento en que quedaste corregida
de toda inclinación pecaminosa. Instruida y versada en las leyes divinas,
recibiste, con gran honra, la bendición de los sacerdotes. Y, luego que se te
me confió, por mandato del Señor y con beneplácito de los sacerdotes y de todo
el pueblo, te acepté piadosamente, y te establecí en mi casa, proveyendo a
todas tus necesidades materiales, y recomendándote que fueses prudente, y que
velases por ti misma hasta mi regreso. ¿Qué es, pues, lo que has hecho, di?
¿Por qué no respondes palabra, y te niegas a defenderte? ¿Por qué, desventurada
e infortunada, te has hundido en tal desorden, y convertido en objeto de
vergüenza universal, entre los hombres, las mujeres y todo el género humano?
5. Y María, bajando la cabeza, lloraba y
sollozaba. Al cabo, dijo: No me juzgues a la ligera, y no sospeches
injuriosamente de mi virginidad, porque pura estoy de todo pecado, y no conozco
en absoluto varón. José dijo: En tal caso, explícame de qué tu embarazo
proviene. María dijo: Por la vida del Señor, que no sé lo que exiges de mí.
José dijo: No te hablo con violencia y con cólera, sino que quiero interrogarte
amistosamente. Indícame qué hombre se ha introducido o lo han introducido cerca
de ti, o a qué casa has ido imprudentemente. María dijo: No he ido jamás a
parte alguna, ni he salido de esta casa. José dijo: ¡He aquí algo prodigioso!
Tú no sabes nada, y yo veo con certidumbre que estás encinta. ¿Quién ha
oído nunca que una mujer pueda concebir y parir sin la intervención de un
hombre? No creo en semejantes discursos. María dijo: ¿Cómo, entonces, podré
satisfacerte? Puesto que me interrogas con toda sinceridad sobre el asunto, yo
atestiguo, por mi parte, que pura estoy de todo pecado, y que no conozco en
absoluto varón. Y, si me juzgas temerariamente, habrás de responder ante Dios
de mí.
6. Al oír estas palabras, José quedó
sorprendido, y concibió un vivo temor. Y, poniéndose a reflexionar, dijo: ¡Cosa
espantable y maravillosa! No comprendo nada del curso de estos acontecimientos,
tan extraños de suyo, y tan fuera de toda concepción, de todo lo que hemos
escuchado con nuestros propios oídos, de todo lo que hemos aprendido de
nuestros antepasados. El estupor constriñe mi espíritu. ¿A quién me dirigiré?
¿A quién consultaré sobre este negocio? Porque vacilo ante el pensamiento de
que el hecho, secreto todavía, sea divulgado y contado por doquiera, y que los
que lo sepan, se mofen de nosotros. María dijo: ¿Hasta cuándo te sentirás
arrebatado contra mí, y me condenarás en desconsiderados términos? ¿No acabarás
de abrumarme con tus ultrajes? José dijo: Es que no puedo resistir la aflicción
y la tristeza que se han abatido sobre mi corazón. ¿Qué haré de ti, y qué
respuesta daré a quien acerca de ti me pregunte? Y temo que, si el hecho se
muestra ostentoso, y es llevado y traído con escándalo por la vía pública, mis
canas queden deshonradas entre los hijos de Israel.
7. Y José prorrumpió en amargo lloro,
exclamando: Triste e infeliz viejo, ¿por qué aceptaste tu papel de guardián?
¿Por qué obedeciste a los sacerdotes y a todo el pueblo, para, en su ancianidad
y a punto de morir, ver deshonradas tus canas? Y, como no sabía qué partido
tomar, se puso a reflexionar, y se dijo: ¿Qué haré de esta niña? Porque no
sabré lo que con ella ocurre, mientras el Señor no manifieste los acaecimientos
que se preparan, y yo, en todo ello, no he obrado por voluntad propia. Pero sé
con certeza que, si la prueba a que se me someta procede de Dios, será para
bien mío, y que si, por lo contrario, mi pena es obra del enemigo malo, el
Señor me librará de él. Con todo, ignoro cómo he de proceder. Si condeno a
María, esto será, de mi parte, una gran falta, y si hablo mal de ella, será
justamente castigada por Dios. La tomaré, pues, secretamente esta noche. la
sacará de casa, y la dejaré ir en paz adonde quiera.
8. Entonces, llamó a María, y le dijo:
Todo lo que me has expuesto, verdadero o falso, lo he escuchado , lo he creído.
No te haré ningún mal, pero esta noche te sacará de casa y te despediré, para
que vayas adonde quieras. María, que tal oyó, se deshizo en lágrimas. José
salió tristemente de su casa, se fue de allí sin rumbc fijo, y, habiéndose
sentado, lloraba y se golpeaba el pecho.
9. Y María, prosternando la faz contra
el suelo, habló en esta guisa: ¡Dios de mis padres, Dios de Israel mira, en tu
misericordia, los tormentos de tu siervo y la desolación de mi alma! No me
entregues, Señor, a la vergüenza y a las calumnias del vulgo. Puesto que sabes
que el corazón de los hombres es incrédulo, manifiesta tu nombre ante todos, a
fin de que confiesen que tú solo eres el Señor Dios, y que tu nombre ha sido
pronunciad sobre nosotros por ti mismo. Y, esto dicho, María derramó copiosas
lágrimas ante el Señor. Y, en el mismo instante, un ángel le dirigió la
palabra, diciendo: No temas porque he aquí que yo estoy contigo para salvarte
di todas tus tribulaciones. Sé valerosa, y regocíjate. Y, habiendo hablado así,
el ángel la abandonó. Y María, levantándose, dio gracias al Señor.
10. A la caída de la tarde, José volvió
en silencio su casa. Y sentándose, y poniendo los ojos en María, la vio muy
alegre y con los rasgos de su rostro dilatados Y José le dijo: Hija mía, por
hallarte a punto de separarte de mí, e ir adonde quieras, me parece hallarte
excesivamente regocijada y con el semblante demasiado se reno y jubiloso. Y
María repuso: No es eso, sino qui doy gracias a Dios en todo tiempo, porque
posee el poder de realizar cuanto se le pide, y porque el Señor mismo, que
escruta las conciencias y las almas, tiene la voluntad y el designio de
manifestar, ante todos y ante cada uno en particular, las acciones de los
hombres.
11. Y, dichas estas palabras, María
calló. Y José continuó presa de la tristeza desde el anochecido hasta la
madrugada, y no comió, ni bebió. Y, como se hubiese dormido, el ángel del Señor
se mostró a él en una visión nocturna, y le dijo: José, hijo de David, no temas
conservar bajo tutela a María tu esposa, porque lo que ella ha concebido del
Espíritu Santo es. Y traerá al mundo un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Y
José despertó, y, levantándose, se puso en oración, y habló de esta suerte:
Dios de mis padres, Dios de Israel, te doy gracias, Señor, y glorifico tu
nombre santo, oh tú, que has atendido a la voz de mis súplicas, y que no me has
abandonado en el tiempo de mi vejez, antes al contrario, me has hecho esperar
consuelo y salud, has disipado de mi corazón el duelo y la pena, y has guardado
a la Santa Virgen
pura de toda mancilla terrestre, para que, desde esta noche, parezca a mis ojos
radiante como la luz. Y, después de así expresarse, José se sintió lleno de
regocijo, y alabó al Creador del universo.
De cómo María demostró su virginidad y
la castidad de José.
Se los somete a ambos a la prueba
del agua
VII 1. Cuando el primer resplandor del
alba iluminó las tinieblas, José volvió a despertarse, llamó a María, se
inclinó ante ella, y le pidió perdón, diciendo: Has sido sincera, querida
esposa, y con razón se te llama Sublime. Yo he pecado contra el Señor mi
Dios, porque frecuentemente he sospechado de tu virginidad sagrada, y no he
comprendido antes lo que encerraban las palabras que me decías. Y, en tanto que
José, abandonándose a sus reflexiones, hablaba de ese modo, y se absorbía en
sus pensamientos, he aquí que sobrevino un escriba llamado Anás, varón piadoso
y fiel, adherido al servicio del templo del Señor. Cuando entró en la casa,
José se adelantó a recibirlo, se abrazaron ambos, y tomaron asiento. Y el
escriba Anás preguntó: ¿Has vuelto felizmente de tu viaje, padre venerado?
¿Cómo te ha ido en tu marcha y en tu regreso? Y José repuso: Muy dichoso soy al
verte aquí, escriba y servidor de Dios. Y el escriba dijo: ¿Cuándo has llegado,
hombre venerable, viejo agradable al Señor? José dijo: Llegué ayer, pero estaba
fatigado en extremo, y no pude asistir a la ceremonia de la plegaria. El
escriba dijo: Los sacerdotes y todo el pueblo esperaron algún tiempo tu llegada,
porque bien sabes cuán considerado eres entre los hijos de Israel. José dijo:
Bendígalos Dios ahora y siempre.
2. Y, cruzadas estas palabras, se
sentaron a la mesa, comieron, bebieron, se regocijaron, y alabaron a Dios.
Pero, en aquel momento, el escriba Anás detuvo sus ojos en la Virgen María , y vio
que estaba encinta. Se calló, sin embargo, y fue en busca de los sacerdotes, a
quienes dijo: Este José, que suponéis es el tipo del perfecto justo, ha
cometido una grave iniquidad. Los sacerdotes dijeron: ¿Qué obra inicua has
observado en él? El escriba dijo: La Virgen María , que sacó del templo y a quien le
habíais ordenado que santamente guardase, está violada hoy día, sin haber
recibido regularmente la corona de bendición. Los sacerdotes dijeron: José no
ha hecho eso, por que es un varón muy cabal e incapaz de faltar a su promesa, y
de conculcar las reglas de la justicia. El escriba opuso: Yo lo he visto con
mis propios ojos. ¿Por qué no creéis lo que os digo? Y el Gran Sacerdote
repuso: No levantes falso testimonio, porque se te imputará comc un pecado. Y
el escriba replicó: Si mi testimonio es falso, declararé ante Dios y ante todo
el pueblo que soy digno de muerte. Y, si no das crédito a mi palabra, ordena a
alguien que vaya a mirar atentamente a la Virgen María , y
quedarás informado a placer y satisfacción.
3. Entonces Zacarías, el Gran Sacerdote,
mandó unos conserjes del templo del Señor, que citasen a Jose delante de todo
el pueblo. Y, cuando los conserjes llega ron a la casa encontraron que la Virgen María estaba
encinta, y volvieron al templo, testificando que el escriba Anás llevaba razón.
Y los príncipes de los sacerdotes enviaron a buscar a José y a María, para que
compareciesen ante su tribunal. Y, cuando llegaron, en medio de una gran afluencia
del pueblo, el Gran Sacerdote preguntó a María: ¿Qué acción ilegítima has
llevado a cabo, hija mía, tú, que has sido educada en el Santo de los Santos, y
que, por tres veces has oído los cantos de los ángeles? ¿Cómo es posible que
hayas perdido tu virginidad, y olvidado al Señor tu Dios? Y María bajó
silenciosamente la cabeza, se prosternó humildemente ante los sacerdotes y ante
todo el pueblo, y respondió llorando: Juro por Dios vivo y por la santidad de
su nombre, que permanezco pura, y que no he conocido varón. Y Zacarías la
interrogó proféticamente: ¿Serás la madre del Mesías? Pero ¿cómo creer en tus
palabras? Auguras no haber conocido varón, y, sin embargo, estás encinta. ¿De
dónde, pues, procede tu embarazo? María dijo: Lo ignoro.
4. Entonces Zacarías ordenó que se le
llevase a José, y, cuando lo tuvo delante, le preguntó: ¿Qué has hecho, José?
¿Cómo has podido cometer, entre los hijos de Israel, esa falta que te
deshonrará entre numerosas tribus? Y José repuso: No sé lo que quieres decir.
Mas no me condenes a la ligera y sin testimonio, porque te harás culpable de
ello. El Gran Sacerdote dijo: No te condeno sin motivo y con inhibición de tu
inocencia, sino con razón. Devuélveme virgen a la santa y pura María, que has
recibido del templo. Donde no, reo eres de muerte. José concedió: No te lo
niego, pero juro por la vida del Señor Dios de Israel, que no sé nada de lo que
me dices. El Gran Sacerdote opuso: No mientas, y respóndeme con lealtad. ¿Te
has arrogado el derecho del matrimonio? ¿Has despreciado la ley del Señor, sin
declararlo a los hijos de Israel, ni doblar tu cabeza ante la poderosa mano de
Dios, a fin de que tu descendencia sea bendita, en la tierra entera? José
respondió: Te.lo dije ya, y te lo repito ahora, en la esperanza de que me creas.
Tú mismo sabes perfectamente que jamás me he apartado de los mandamientos de
Dios, y que jamás he sido enemigo de nadie. Y el Señor mismo podría atestiguar
que nunca he conocido otra mujer que mi primera y legítima esposa. Sois
vosotros, sacerdotes y pueblo, quienes, ligándoos contra mí, me habéis
persuadido a mi pesar, a fuerza de instancias y de lisonjas, y yo, por respeto
a vosotros y a Dios, me sometí a vuestras órdenes, en lo tocante a la tutela de
María. E hice todo lo que convenía, conforme a lo que habíais imaginado
imponerme, llevando a esta doncella a mi casa, proveyendo a todas sus
necesidades materiales, recomendándole ser prudente, y conservarse en la
santidad hasta mi regreso. Yo me puse en camino, y me consagré en Bethlehem a
los trabajos de mi profesión, hasta concluir lo que tenía que hacer. Cuando
ayer volví, todo el mundo pudo enterarse de las circunstancias de mi llegada.
Y, de la virgen, nada he visto, ni nada sé, sino que está encinta.
5. Cuando la multitud del pueblo oyó esto,
exclamó: Este viejo es justo y leal. Y el Gran Sacerdote expuso: Admito de buen
grado lo que dices. Pero esta joven no era más que una niña, huérfana de padre
y madre. Tú, en cambio, eras viejo, y he aquí por qué te hemos confiado la
custodia de su virginidad, para que permaneciese intacta e inmaculada, hasta el
momento en que recibieseis ambos la corona de bendición. Y José dijo: Sin duda,
pero yo no tenía idea alguna de lo que iba a suceder. Por lo demás, el Señor
manifestará, de la manera que quiera, la injusticia de que he sido víctima. Y,
esto hablado, José se encerró en el silencio.
6. El Gran Sacerdote dijo: Beberéis el
agua de prueba, y el Señor revelará vuestro delito, si sois culpables. Entonces
Zacarías, tomando el agua de prueba, llamó a José a su presencia y le dijo: ¡Oh
hombre, piensa en tu ancianidad canosa! Contempla este veneno de vida y de
muerte, y no te lances con voluntaria e insensata temeridad a la perdición. Y
José dijo: Por la vida del Señor y por la santidad de su nombre, juro no tener conciencia
de falta alguna. Pero, si el Señor quiere condenarme, a pesar de mi inocencia,
cúmplase su voluntad. Y el Gran Sacerdote dio a beber el agua a José, y luego
le ordenó que fuese y volviese rápidamente. Y José fue y volvió corriendo, y
bajó indemne, sin deshonra, y sin que su persona hubiese sufrido ningún daño.
Y, cuando vieron que no había sido atacado por la muerte, todos se llenaron de
un vivo temor.
7. En seguida, el Gran Sacerdote mandó
que se llamase a María a su presencia. Cuando hubo llegado, Zacarías, tomando
el agua de la prueba, dijo: Hija mía, considera tu corta edad, y acuérdate del
tiempo pasado, en que has sido sustentada y educada en el templo. Ten piedad de
ti misma, y, si eres inocente, sálvate de la muerte, y no te advendrá ningún
mal. Pero, si quieres tentar con engaño al Dios vivo, Él te confundirá
públicamente, y tu fin será desastroso. María repuso llorando: Mi conciencia no
me acusa de ninguna culpa, y mi virginidad permanece santa, inviolada y sin la
menor mancilla. Si el Señor me condena, a pesar de mi inocencia, cúmplase su
voluntad.
8. Y el Gran Sacerdote dio a beber el
agua a María y luego le ordenó que fuese y volviese rápidamente. Ella partió,
se alejó, descendió (de la montaña) y regresó intacta y sin mácula alguna. Viendo
lo cual la multitud, poseída de admiración, quedó estupefacta, y dijo: Bendito
sea el señor Dios de Israel, que hace justicia a los que son puros e inocentes.
Porque han salido indemnes de la prueba, y en ellos no ha aparecido ninguna
obra culpable. Entonces el Gran Sacerdote hizo que compareciesen ante él José y
María, y les dijo: Bien se os alcanza que era preciso responder de vosotros
ante Dios. Lo que la ley nos ordena hacer, lo hemos hecho. El Señor no ha
manifestado vuestro pecado, y yo tampoco os condeno. Id en paz.
9. Y, después de haberse prosternado
ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, José y María volvieron a su casa y
allí discretamente se ocultaron, sin mostrarse a nadie. Y en su casa
permanecieron hasta el término del embarazo de María. Y, cuando ésta sintió que
se aproximaban los dolores del parto, José tuvo miedo, y se dijo: ¿Qué haré con
ella, de modo que persona alguna sepa, para confusión nuestra, lo que va a
ocurrir? Y advirtió a su esposa: No conviene que quedemos en esta licalidad.
Vamos a un país lejano, donde nadie nos conozca. Porque, si permanecemos aquí,
los que se enteren de que has sido madre, lanzarán sobre nosotros el ridículo y
el escarnio. Y María dijo: Haz lo que gustes.
Del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo
en la caverna
VIII 1. En aquellos días, llegó un
decreto de Augusto, que ordenaba hacer un empadronamiento por toda la tierra, y
entregar al emperador los impuestos debidos al tesoro, teniendo cada cual que
pagar anualmente un diezmo calculado sobre el estado nominativo de las personas
pertenecientes a su casa. En vista de ello, José resolvió presentarse con María
al censo, para ser inscritos en él ambos, así como las demás personas de su
familia. E inmediatamente enjaezó su montura, y preparó todo lo preciso para su
subsistencia corporal. Y, tomando consigo a su hijo menor José colocó a María
sobre el asno, y juntos partieron, siguiendo la ruta que se dirige hacia el
Sur.
2. Y, cuando estuvieron a quince
estadios de Nazareth, lo que hace nueve millas, José miró a María, y vio que su
semblante estaba alterado, sombrío y melancólico. Pensó entre sí: Hállase en
gestación, y, a causa de su embarazo, no puede sostenerse bien sobre su
cabalgadura. Y preguntó a María: ¿Por qué está triste y turbada tu alma? Y María
repuso: ¿Cómo podría estar alegre, encontrándome, como me encuentro, encinta, y
no sabiendo adónde voy? José dijo: Tienes razón, María. Pero bendito sea el
Señor Dios de Israel, que nos ha librado de la calumnia y de la denigración de
los hombres. Y María replicó: ¿No te dije tiempo ha, en la esperanza de que me
creyeses, que yo no era consciente de falta alguna, y que me juzgabas con
ligereza temeraria, a pesar de mi inocencia? Pero el Señor de todas las cosas
es quien me ha librado de mortales peligros.
3. Y, después de haber caminado una
hora, José volvió a mirar a María, y vio con júbilo que ésta se estremecía de
regocijo. Y María lo interrogó: ¿Por qué me miras, y por qué tu insistencia en
preguntarme? José dijo: Es que me admiran los cambios de tu rostro, tan pronto
triste como alegre. María dijo: Me exalto gozosamente, porque Dios me ha
preservado de las emboscadas del enemigo. Mas quiero, para instrucción tuya,
revelarte una cosa nueva. José dijo: Veamos. María dijo: Me alegro y me
entristezco, porque contemplo dos ejércitos compuestos de numerosos batallones:
uno a la derecha y otro a la izquierda. Los soldados del que se encuentra a la
derecha, se muestran alegres, y los del que se encuentra a la izquierda,
tristes.
4. Al oír esto, José quedó asombrado, y,
sumiéndose en reflexión, se dijo: ¿Qué significa tan extraña visión? Y, en el
mismo momento, un ángel se dirigió a María, y le dijo: Regocíjate, virgen y
sierva del Señor. ¿Ves la señal que te ha aparecido? María dijo: Sí. El ángel
dijo: Hoy día, los dolores de tu liberación están próximos. Las tropas que
divisas a la derecha las componen todas las multitudes del ejército de los
ángeles incorporales, que observan y esperan tu parto santo, para ir a adorar
al niño recién nacido, hijo del rey divino y soberano de Israel. Las tropas que
divisas a la izquierda son los batallones reunidos de la legión de los demonios
de negros vestidos, los cuales aguardan el acontecimiento con gran turbación,
porque van a ser derrotados. Y, habiendo oído estas palabras del ángel, José y
María quedaron confortados, y rindieron vivas acciones de gracia a Dios.
5. Y así caminaban, en un frío día de
invierno, el 21 del mes de tébéth, que es el 6 de enero. Y, como
llegaron a un pasaje desolado, que había sido otrora la ciudad real llamada
Bethlehem, a la hora sexta del día, que era un jueves, María dijo a José:
Bájame del asno, porque el niño me hace sufrir. Y José exclamó: ¡Ay, qué negra
suerte la mía! He aquí que mi esposa va a dar a luz, no en un sitio habitado,
sino en un lugar desierto e inculto, en que no hay ninguna posada. ¿Dónde iré,
pues? ¿Dónde la conduciré, para que repose? No hay aquí, ni casa, ni abrigo con
techado, a cubierto del cual pueda ocultar su desnudez.
6. Al cabo de mirar mucho, José encontró
una caverna muy amplia, en que pastores y boyeros, que habitaban y trabajaban
en los contornos, se reunían, y encerraban por la noche sus rebaños y sus
ganados. Allí habían hecho un pesebre para el establo en que daban de comer a
sus animales. Mas, en aquel tiempo, por ser de invierno crudo, los pastores y
los boyeros no se encontraban en la caverna.
7. José condujo a ella a María. La
introdujo en el interior, y colocó cerca de la Virgen a su hijo José, en
el umbral de la entrada. Y él salió, para ir en busca de una partera.
8. Y, mientras caminaba, vio que la
tierra se había elevado, y que el cielo había descendido, y alzó las manos,
como para tocar el punto en que se habían reunido tierra y cielo. Y observó, en
torno suyo, que los elementos aparecían entorpecidos y como en estado bruto.
Los vientos, inmóviles, habían suspendido su curso, y los pájaros habían
detenido su vuelo. Y, mirando al suelo, divisó un jarro nuevo, cerca del cual,
un alfarero amasaba arcilla, haciendo ademán de juntar sus dos manos, que no se
juntaban. Todos los demás seres tenían los ojos puestos en lo alto. Contempló
también rebaños, que un pastor conducía, pero que no marchaban. El pastor
blandía su cayado, mas no podía pegar a los carneros, sino que su mano
permanecía tensa y elevada hacia arriba. Por un barranco irrumpía un torrente,
y unos camellos que pasaban por allí, tenían puestos sus labios en el borde del
barranco, peros no comían. Así, en la hora del parto de la Virgen Santa , todas
las cosas permanecían como fijadas en su actitud.
9. Mirando más lejos, José vio a una
mujer, que venía de la montaña, y cuyos hombros cubría una larga túnica. Y fue
a su encuentro, y se saludaron. Y José preguntó: ¿De dónde vienes, y adóndo
vas, mujer? Y ella repuso: ¿Y qué buscas tú, que me interrogas así? José dijo:
Busco una partera hebraica. La mujer dijo: ¿Quién es la que ha parido en la
caverna? José dijo: Es María, que ha sido educada en el templo, y que los
sacerdotes y todo el pueble me concedieron en matrimonio. Mas no es mi mujer
según la carne, porque ha concebido del Espíritu Santo. La mujer dijo: Está
bien, pero indícame dónde se halla. José dijo: Ven y ve.
10. Y, mientras caminaban, José preguntó
a la mujer: Te agradeceré me des tu nombre. Y la mujer repuso: ¿Por qué quieres
saber mi nombre? Yo soy Eva, la primera madre de todos los nacidos, y he venido
a ver con mis propios ojos mi redención, que acaba de realizarse. Y, al oír
esto, José se asombró de los prodigios de que venía siendo testigo, y que no se
daban vagar unos a otros.
11. Habiendo llegado a la caverna, se
detuvieron a cierta distancia de la entrada. Y, de súbito, vieron que la bóveda
de los cielos se abría, y que un vivo resplandor se esparcía de alto a abajo.
Una columna de vapor ardiente se erguía sobre la caverna, y una nube luminosa
la cubría. Y se dejaba oir el coro de los seres incorporales, ángeles sublimes
y espíritus celestes que, entonando sus cánticos, hacían resonar incesantemente
sus voces, y glorificaban al Altísimo.
De cómo Eva, nuestra primera madre, y José
llegaron a la caverna con premura, y vieron el parto de la muy Santa Virgen
María
IX 1. Y, cuando José y nuestra primera
madre vieron aquello, se prosternaron con la faz en el polvo, y, alabando a
Dios en voz alta, lo glorificaban, y decían: Bendito seas, Dios de nuestros
padres, Dios de Israel, que, por tu advenimiento, has realizado la redención
del hombre; que me has restablecido de nuevo, y levantado de mi caída; y que me
has reintegrado en mi antigua dignidad. Ahora mi alma se siente engrandecida y
poseída de esperanza en Dios mi Salvador.
2. Y, después de haber hablado así, Eva,
nuestra primera madre, vio una nube que subía al cielo, desprendiéndose de la
caverna. Y, por otro lado, aparecía una luz centelleante, que estaba puesta
sobre el pesebre del establo. Y el niño tomó el pecho de su madre, y abrevó en
él leche, después de lo cual volvió a su sitio, y se sentó. Ante este
espectáculo, José y nuestra primera madre Eva alabaron y glorificaron a Dios, y
admiraron, estupefactos, los prodigios que acababan de ocurrir. Y dijeron:
¿Quién ha oído de boca de nadie una cosa semejante, ni visto con sus ojos nada
de lo que nosotros estamos viendo?
3. Y nuestra primera madre entró en la
caverna, tomó al niño en sus brazos, y lo acarició con ternura. Y bendecía a
Dios, porque el niño tenía un semblante resplandeciente, hermoso y de rasgos
muy abiertos. Y, envolviéndolo en pañales, lo depositó en el pesebre de los
bueyes, y luego salió de la gruta. Y, de pronto, vio a una mujer llamada
Salomé, que procedía de la ciudad de Jerusalén. Y, yendo hacia ella, le dijo:
Te anuncio una feliz y buena nueva. En esta gruta, ha traído al mundo un hijo
una virgen que no ha conocido en absoluto varón.
4. Y Salomé repuso: Me consta que toda
la ciudad de Jerusalén la ha condenado como culpable y digna de muerte. Y, a
causa de su vergüenza y de su deshonra, ha huido de la ciudad, para venir aquí.
Y yo, Salomé, he sabido, en Jerusalén, que esa virgen ha dado a luz un hijo
varón, y he venido, gozosa, para verlo. Nuestra primera madre Eva dijo: Es
cierto, y, sin embargo, su virginidad es santa, y permanece inmaculada. Salomé
preguntó: ¿Y cómo has podido enterarte de que continúa en estado virginal,
después del parto? Eva contestó: Cuando entré en esta gruta, vi una nube
luminosa que se cernía por encima de ella, y se oía, en las alturas, un rumor
de palabras, con las que el numeroso ejército de los coros espirituales de los
ángeles bendecían al Altísimo, y exaltaban su gloria. Y, hacia el cielo, se
elevaba como una niebla brillante. Salomé le dijo: Por la vida del Señor, que
no creeré en tus palabras, antes de ver que una virgen que no ha conocido varón
ha traído un hijo al mundo, sin concurso masculino. Y, penetrando en la
caverna, nuestra primera madre dijo a María: Disponte, porque es preciso, a que
Salomé te ponga a prueba y corrobore tu virginidad.
5. Y, cuando Salomé entró en la caverna
y, extendiendo la mano, quiso acercarla al vientre de la Virgen , súbitamente una
llama, que brotó de allí con intenso ardor, le quemó la mano. Y, lanzando un grito
agudo, exclamó: ¡Malhaya yo, miserable e infortunada, a quien mis faltas han
extraviado gravemente! ¿Quién ha producido en mí este horror? Porque he pecado
contra el Señor, he blasfemado de él, y he tentado al Dios vivo. ¡He aquí que
mi mano se ha convertido en un fuego ardiente!
6. Pero un ángel, que estaba cerca de
Salomé, le dijo: Extiende tu mano hacia el niño, aproxímala a él, y quedarás
curada. Y, cayendo a los pies del niño, Salomé lo besó, y, tomándole en sus
brazos, lo acariciaba, y decía: ¡Oh recién nacido, hijo del Padre grande y
poderoso, niño Jesús, Mesías, rey de Israel, redentor, ungido del Señor, tú te
has manifestado en la ciudad de David! ¡Oh luz que te has levantado sobre la
tierra, tú nos has descubierto la redención del mundo!
7. Salomé añadió a estas palabras otras
parecidas, y, en el mismo momento, su mano quedó curada. Y, levantándose, adoró
al niño. Entonces, el ángel le dirigió la palabra, y le advirtió: Cuando
vuelvas a Jerusalén, no digas a nadie la visión que te ha aparecido, no sea que
llegue a conocimiento del rey Herodes, antes que el niño Jesús vaya al templo
para la purificación, después de cuarenta días. Salomé repuso: Obedeceré,
Señor, conforme a tu voluntad. Y, de regreso en su casa, no comunicó a nadie
las palabras que el ángel le había dicho.
De los pastores que vieron la natividad del
Señor
X 1. Y, cerca de aquel sitio,
habitaban los pastores de que ya hemos hablado. Pero sus rebaños de cabras y de
ovejas no se recogían más que al caer la noche, en lugares apartados y lejanos,
donde pastaban en las montañas y en la llanura. Y, al oscurecer, cada pastor
reunía su rebañó, y velaba y guardaba sobre él las vigilias de la noche. Y he
aquí que el ángel del Señor vino sobre los pastores, y la claridad de Dios los
cercó de resplandor. Y tuvieron gran temor y, lanzando gritos, se congregaron
en un mismo lugar, y dijeron los unos a los otros: ¿Qué palabra es ésta que
hasta nosotros ha llegado, y que no conocemos?
2. Mas el ángel les dijo de nuevo: No
temáis, hombres discretos e inteligentes que os habéis congregado Porque he
aquí que os doy nuevas de gran gozo, y es que os ha nacido hoy mismo un
salvador, que es el Cristo del Señor, en la ciudad de David. Y esto os será por
señal. Cuando entráis en la gruta, hallaréis a un niño envuelto en pañales y
echado en un pesebre de bueyes Y, después de haber oído al ángel, los pastores,
en nú mero de quince, fueron aprisa al paraje que les indican aquél. Y, viendo
a Jesús, se prosternaron ante él y lo adoraron. Y alababan en voz alta a Dios,
diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad
para con los hombres. Y cada uno de los pastores volvk a su rebaño, alabando y
glorificando al Cristo.
De cómo los magos llegaron con presentes,
para adorar al niño Jesús recién nacido
XI 1. Y José y María continuaron con el
niño en la caverna, a escondidas y sin mostrarse en público, para que nadie
supiese nada. Pero al cabo de tres días, es decir. el 23 de tébeth, que
es el 9 de enero, he aquí que los magos de Oriente, que habían salido de su
país hacía nueve meses, y que llevaban consigo un ejército numeroso, llegaron a
la ciudad de Jerusalén. El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo,
Gaspar, rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes. Y los
jefes de su ejército, investidos del mando general, eran en número de doce. Las
tropas de caballería que los acompañaban, sumaban doce mil hombres, cuatro mil
de cada reino. Y todos habían llegado, por orden de Dios, de la tierra de los
magos, su patria, situada en las regiones de Oriente. Porque, como ya hemos
referido, tan pronto el ángel hubo anunciado a la Virgen María su
futura maternidad, marchó, llevado por el Espíritu Santo, a advertir a los
reyes que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos, habiendo tomado su
decisión, se reunieron en un mismo sitio, y la estrella que los precedía, los
condujo, con sus tropas, a la ciudad de Jerusalén, después de nueve meses de
viaje.
2. Y acamparon en los alrededores de la
ciudad, donde permanecieron tres días, con los príncipes de sus reinos
respectivos. Aunque fuesen hermanos e hijos de un mismo padre, ejércitos de
lenguas y nacionalidades diversas caminaban en su séquito. El primer rey,
Melkon, aportaba, como presentes, mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino,
y también los libros escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey,
Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el
tercer rey, Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas
y zafiros de gran precio.
3. Y, cuando llegaron a la ciudad de
Jerusalén, el astro que los precedía, ocultó momentáneamente su luz, por lo que
se detuvieron e hicieron alto. Y los reyes de los magos y las numerosas tropas
de sus caballeros se dijeron los unos a los otros: ¿Qué hacer ahora, y en qué
dirección marchar? Lo ignoramos, porque la estrella nos ha guiado hasta hoy, y
he aquí que acaba de desaparecer., abandonándónos y dejándonos en angustioso
apuro. Vamos, pues, a informarnos respecto al niño, y busquemos el lugar exacto
en que esté, y después proseguiremos nuestra ruta. Y todos convinieron
unánimemente en que esto era lo más puesto en razón.
4. Y el rey Herodes, al ver la numerosa
caballería que acampaba, amenazadora, alrededor de la ciudad, concibió vivo
temor. Y, poniéndose a reflexionar, se dijo: ¿Quiénes son esos hombres que
acampan ahí con un ejército numeroso, y que disponen de una fuerza enorme, de
tesoros, de vastas riquezas y de objetos de lujo? Ninguno de ellos ha venido a
presentarse a mí, y sus jefes son en tal medida grandes y victoriosos, que no
han dado un solo paso para cumplimentarme. Luego el rey mandó llamar a los
príncipes de su corte y a sus más altos dignatarios y, reunidos en concejo, se
dijeron los unos a los otros: ¿Cómo obraremos con esas gentes, que traen un
ejército numeroso a sus órdenes, y que son jefes aguerridos?
5. Y los príncipes dijeron a Herodes:
¡Oh rey, ordena que se guarde bien esta ciudad por los guerreros de tu guardia,
no sea que esos extranjeros la sorprendan clandestinamente, se apoderen de ella
a viva fuerza, y conduzcan a los habitantes en cautividad! El rey repuso:
Habláis bien, pero valgámonos antes de medios amistosos, y después veremos. Y
los príncipes dijeron: ¡Oh rey, dispón que todas tus tropas se reúnan, que desplieguen
vigilante energía, y que se mantengan atentas y sobre las armas! Y, en el
ínterir, enviad a esas gentes como diputados a varones hábiles, que vayan a
parlamentar con ellos, y que les pregunten, al justo y en detalle, de dónde
vienen y adónde van.
6. Entonces Herodes eligió a tres
príncipes, hombres doctos y letrados, para que fuesen a entrevistarse con los
extranjeros de parte suya. Y, llegando a éstos, unos y otros se saludaron con
mutua consideración, y se sentaron. Y los príncipes dijeron: Hombres venerables
y reyes poderosos, explicadnos el motivo de vuestro advenimiento a nuestro
país. Los magos dijeron: ¿Por qué nos hacéis esa pregunta, si somos nosotros
los que venimos a interrogaros? Procedemos de Persia, comarca lejana, y tenemos
prisa en proseguir nuestra ruta. Los príncipes dijeron: Escuchadnos, por amor
de Dios. Nuestro rey está en la ciudad, y, al notar que os establecíais aquí en
observación, esperaba que os presentaseis a él, pues querría veros, oíros,
hablaros, y conversar con vosotros. Mas, como no os apresuraseis a ir a
visitarlo, nos ha enviado en vuestra busca, para invitaros a que os personéis
en su palacio, a fin de informarse, con todo respeto, de vuestras intenciones,
y saber lo que deseáis.
7. Los magos dijeron: ¿Y para qué nos
requiere vuestro rey? Si él tiene alguna cuestión que plantearnos, nosotros,
por nuestra parte, nada tenemos que ver, nada que oír, nada que manifestar a
nadie. Los príncipes dijeron: ¿Venís, pues, como amigos o con designios
violentos? Los magos dijeron: Libre y gozosamente hemos venido de nuestra
nación aquí. Nadie nos ha sometido a semejante interrogatorio, ¡y vosotros
pretendéis ahora sondearnos! Los príncipes dijeron: El rey es quien nos ha
mandado venir a veros, a oíros y a hablaros. Desde que habéis acampado en las
afueras, un olor de esencias aromáticas ha salido de vuestras tiendas, y
llenado toda nuestra ciudad. ¿Sois mercaderes, que os dedicáis al gran
comercio, o poderosos señores familiares de reyes, que traéis en abundancia
perfumes refinados de todas las flores preciosas, los cuales tratan de cambiar
en algún país rico? Los magos dijeron: Nada de eso somos, ni nada tenemos que
vender, y sólo preguntamos por nuestro camino.
8. Los príncipes preguntaron: ¿Qué
camino? Y los magos contestaron: Aquel por el que el Señor nos conducirá, en la
justicia, hasta el país del bien. Por orden de Dios y de común acuerdo, hemos
venido aquí. Hace nueve meses que nos pusimos en marcha, y no pudimos aún
llegar a tiempo a nuestro destino. La estrella que nos guiaba, nos precedía de
continuo, y, al terminar cada etapa de nuestro viaje, se estacionaba sobre
nuestras cabezas. Cuando, puestos de nuevo en camino, apresurábamos la marcha,
la estrella, dejada atrás, tomaba otra vez la delantera, y así hasta este
lugar. Ahora, su luz, ha desaparecido de nuestra vista, y, sumidos en la
incertidumbre, no sabemos qué hacer.
9. Y los príncipes fueron a contar al
rey todo lo que les participaron los magos. Entonces Herodes se decidió a ir en
persona a entrevistarse con ellos, y, así que estuvo en su campamento, les
preguntó: ¿Con qué propósito habéis hecho tan largo viaje a esta tierra, con
ejército tan numeroso y con presentes tan ricos? Y los magos contestaron:
Venimos de Persia, del Oriente. Por razón de nuestra nacionalidad, se nos llama
magos. Hemos llegado aquí conducidos por una estrella, y la causa de nuestro
viaje es haber visto en nuestro país que un rey ha nacido en el país de Judea.
Nuestro objeto es visitarlo y adorarlo.
10. Herodes, que tal oyó, quedó
profundamente turbado y empavorecido. Él interrogó a los extranjeros: ¿De quién
habéis sabido lo que decís, o quién os lo ha contado? Y los magos respondieron:
De ello hemos recibido de nuestros antepasados el testimonio escrito, que se
guardó bajo pliego sellado. Y, durante largos años, de generación en
generación, nuestros padres y los hijos de sus hijos han permanecido en
expectación, hasta el momento en que aquella palabra se ha realizado ante
nosotros, puesto que en una visión se nos ha manifestado, por mandato de Dios y
por ministerio de un ángel. Y hemos llegado a este lugar, que nos ha indicado
el Señor. Herodes dijo: ¿De dónde proviene ese testimonio, sólo de vosotros
conocido?
11. Los magos dijeron: Nuestro
testimonio no proviene de hombre alguno. Es una orden divina concerniente a un
designio que el Señor ha prometido cumplir en favor de los hijos de los
hombres, y que se ha conservado entre nosotros hasta el día. Herodes dijo:
¿Dónde está ese libro, que vuestro pueblo posee con exclusión de todo otro? Los
magos dijeron: Ningún Otro pueblo lo conoce, ni de oídas, ni por su propia
inteligencia, y sólo nuestro pueble posee de él un testimonio escrito. Porque,
cuando Adán hubo abandonado al Paraíso, y cuando Caín hubo matado a Abel, el
Señor concedió a nuestro primer padre el nacimiento de Seth, el hijo de
consolación, y, con él, aquella carta escrita, firmada y sellada por el dedo
del mismo Dios. Seth la recibió de su padre, y la dio a sus hijos. Sus hijos la
dieron a sus hijos, de generación en generación. Y, hasta Noé, recibieron la
orden de guardar cuidadosamente dicha carta. Noé se la dio a su hijo Sem, y los
hijos de éste la transmitieron a los suyos. Y éstos, a su vez, la dieron a
Abraham. Y Abraham la dio a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios
Alto, por cuya vía nuestro pueblo la recibió, en tiempo de Ciro, monarca de
Persia, y nuestros padres la depositaron con grande honra en un salón especial.
Finalmente, la carta llegó hasta nosotros. Y nosotros, poseedores de ese
testimonio escrito, conocimos de antemano al nuevo monarca, hijo del rey de
Israel.
12. Al escuchar esto, llenóse de rabia
el corazón de Herodes, que dijo: Mostradme esos signos escritos, que poseéis.
Los magos dijeron: Lo que hemos prometido remitir a su dirección, y cumplir en
su nombre, no podemos abrirlo, ni mostrarlo a nadie. Entonces Herodes ordenó
que se detuviese a los magos a viva fuerza. Empero, de súbito, el palacio, en
que residían multitud de gentes, fue sacudido por espantosa conmoción. Las
columnas se abatieron por cuatro lados, y todo el cimiento del palacio se
desfondó con gran ruina. Una muchedumbre numerosa que se encontraba fuera, huyó
de allí, aterrada, y los que estaban en el interior del edificio, grandes y
pequeños, quedaron muertos en número de setenta y dos. A cuya vista, todos los
que habían venido a aquel lugar, cayeron a los pies de Herodes, y le
suplicaron, diciendo: Déjalos proseguir tranquilamente su camino. Y su hijo
Arquelao se puso también de hinojos ante su padre, y le dirigió el mismo ruego.
13. El impío Herodes consintió en el
deseo de su hijo, y despidió a los magos, preguntándoles en tono de amistad:
¿Qué deseáis que haga por vosotros? Y los magos contestaron: No tenemos otra
demanda que hacerte sino ésta: ¿Qué hay escrito en vuestra ley? ¿Qué leéis en ella?
Y Herodes repuso: ¿Qué queréis decir? Y los magos interrogaron: ¿Dónde va a
nacer el Cristo, rey de los judíos? Y, oyendo esto, Herodes se turbó, y toda
Jerusalén con él. Y, convocados todos los príncipes de los sacerdotes y los
escribas del pueblo, les preguntó: ¿Dónde ha de nacer el Cristo? Y ellos le
dijeron: En Bethlehem de Judea, ciudad de David. Y Herodes dijo a los magos:
Andad allá, y preguntad con diligencia por el niño, y, después que hallarais,
hacédmelo saber, para que yo también vaya, y lo adore. Mas el tirano impío
hablaba de esta suerte, para hacer pasar el niño a cuchillo, por medio de
aquella información sorprendida pérfidamente.
14. Y los magos, levantándose en
seguida, se prosternaron ante Herodes y ante toda la ciudad de Jerusalén, y
continuaron su ruta. Y he aquí la estrella, que habían visto antes, iba delante
de ellos, hasta que, llegando, se puso sobre donde estaba el niño Jesús. Y,
regocijándose con muy grande gozo, bajaron cada cual de su montura, e
inmediatamente, hicieron resonar sus bocinas, sus pífanos, sus tamboriles, sus
arpas y todos sus demás instrumentos de música, en honor del recién nacido,
hijo del rey de Israel. Reyes, príncipes y toda la multitud de la comitiva,
entonando un canto, empezaron a bailar y, a plena voz, con alegría, con
reconocimiento, con corazón jubiloso, bendecían y alababan a Dios, por haberlos
considerado dignos de llegar a tiempo a Bethlehem, para contemplar la gloria
del gran día, ilustrado por el misterio que ante ellos se mostraba.
15. Al ver todo aquel aparato, y al oír
todo aquel estruendo, José y María, confusos y medrosos, huyeron de allí, y el
niño Jesús quedó solo en la caverna, acostado en el pesebre de los animales.
Mas los príncipes y los grandes señores de los reyes magos, detuvieron a José,
y le dijeron: Viejo, ¿qué temor es el tuyo, y por qué haces esto? Nosotros, en
verdad, también somos hombres semejantes a vosotros. José repuso: ¿De dónde
llegáis a esta hora, y qué pretendéis, al venir aquí con tan numeroso ejército?
Los magos replicaron: Llegamos de una tierra lejana, nuestra patria Persia, y
venimos con gran copia de presentes y de ofrendas. Queremos conocer al niño
recién nacido, que es el rey de los judíos, y adorarlo. Si por acaso lo sabes a
ciencia cierta, indícanos puntualmente el lugar en que se halla, a fin de que
vayamos a verlo. Al oír esto, María entró con júbilo en la caverna, y, alzando
al niño en sus brazos, sintió el corazón lleno de alegría. Y luego, bendiciendo
y alabando y glorificando a Dios, permaneció sentada en silencio.
16. Por segunda vez los magos
interrogaron a José en esta guisa: Venerable anciano, infórmanos con exactitud,
manifestándonos dónde se encuentra el niño recién nacido. José, con el dedo,
les mostró de lejos la caverna. Y María dio de mamar a su hijo, y volvió a
ponerlo en el pesebre del establo. Y los magos llegaron gozosos a la entrada de
la caverna. Y, divisando al niño en el pesebre de los animales, se prosternaron
ante él, con la faz contra la tierra, reyes, príncipes, grandes señores, y todo
el resto de la multitud que componía su numeroso ejército. Y cada uno aportaba
sus presentes, y los ofrecía.
17. En primer término se adelantó
Gaspar, rey de la India ,
llevando nardo, cinamomo, canela, incienso y otras esencias olorosas y
aromáticas, que esparcieron un perfume de inmortalidad en la gruta. Después
Baltasar, rey de la Arabia ,
abriendo el cofre de sus opulentos tesoros, sacó de él, para ofrendárselos al
niño, oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio. A
su vez, Melkon, rey de la
Persia , presentó mirra, áloa, muselina, púrpura y cintas de
lino.
18. Y, no bien hubieron ofrecido cada
uno sus presentes, en honor del hijo real de Israel, los magos salieron de la
gruta, y, reuniéndose los tres fuera de ella, iniciaron mutua consulta entre
sí. Y exclamaron: ¡Asombroso es lo que acabamos de ver en tan pobre reducto,
desprovisto de todo! Ni casa, ni lecho, ni habitación, sino una caverna
lóbrega, desierta e inhabitada, en que estas gentes no tienen ni aun lo
necesario çara procurarse abrigo. ¿De qué nos ha servido venir de tan lejos
para conocerlo? Franqueémonos los unos con los otros en recíproca sinceridad.
¿Qué signo maravilloso hemos contemplado aquí, y qué prodigio nos ha aparecido
a cada uno? Los hermanos se dijeron a una: Sí, lleváis razón. Contémonos
nuestra visión respectiva. Y preguntaron a Gaspar, rey de la India : Cuando le ofreciste
el incienso, ¿qué apariencia reconociste en él?
19. Y el rey Gaspar contestó: Reconocí
en él al hijo de Dios encarnado, sentado en un trono de gloria, y a las
legiones de los ángeles incorporales, que formaban su cortejo. Ellos dijeron:
Está bien. Y preguntaron a Baltasar, rey de la Arabia : Cuando le aportaste
tus tesoros, ¿bajo qué aspecto se te presentó el niño? Y Baltasar contestó: Se
me presentó a modo de un hijo de rey, rodeado de un ejército numeroso, que lo
adoraba de rodillas. Ellos dijeron: La visión es muy propia. Y Melkon, sometido
a la misma interrogación que sus hermanos, expuso: Yo lo vi como hijo del
hombre, como un ser de carne y hueso, y también le vi muerto corporalmente
entre suplicios, y más tarde levantándose vivo del sepulcro. Al escuchar tales
confidencias, los reyes, llenos de estupor, se dijeron con pasmo: Nuevo
prodigio es el que estas tres visiones sugieren. Porque nuestros testimonios no
concuerdan entre sí, y, sin embargo, nos es imposible negar un hecho
patentizado por nuestros propios ojos.
20. Y por la mañana, muy temprano, los
reyes se levantaron, y se dijeron los unos a los otros: Vamos juntos a la
caverna, y veamos si algún otro signo se nos manifiesta claro. Y Gaspar entró
en la gruta, y vio al niño en el pesebre del establo. E, inclinándose, se
prosternó, y tuvo la segunda visión, la de Baltasar, a quien se le mostró el
niño a manera de un monarca terrestre. Y, cuando salió, relató el caso a los
otros en estos términos: No he tenido mi primera visión, sino la tuya,
Baltasar, la que tú nos has referido. Y Baltasar entró a su vez, y halló al
niño en el regazo de su madre. E, inclinándose, se prosternó ante él, y tampoco
tuvo su visión del día anterior, en que el niño se le apareciera como hijo de
rey, sino como hijo del hombre, con su carne muerta entre tormentos, y después
resucitado y vuelto a la vida. Y fue a comunicar esto a los otros hermanos,
diciéndoles: No he renovado mi primera visión, sino contemplado la de Melkon,
tal como él nos la ha contado. Entonces entró Melkon, y encontró al Cristo
sentado sobre un trono sublime. E, inclinándose, se prosternó ante él, y no lo
vio ya como lo había visto la primera vez, muerto y vuelto a la vida, sino
conforme lo viera Gaspar, como Dios hecho carne y nacido de la Virgen. Lleno de
gozo, Melkon fue, presuroso, a prevenir a los otros hermanos, diciéndoles: No
he tenido mi primera visión, sino la de Gaspar, pues vi a Dios, sentado sobre
un trono de gloria.
21. Luego de haber visto todas estas
cosas, los reyes se congregaron nuevamente en consulta. Y cambiaron impresiones
sobre la visión que cada uno había percibido y comprendido. Y se dijeron:
Retirémonos ahora a nuestro albergue. Mañana, muy temprano, volveremos por
tercera vez a la gruta, y nos aseguraremos de modo positivo y definitivo si
está realmente allí el que el Señor nos ha mostrado. Y, habiendo regresado a su
tienda, permanecieron alegres en ella, hasta que despuntó el día. Y,
levantándose, llegaron a la abertura de la caverna, en la cual penetraron uno a
uno. Y miraron y reconocieron al niño, y tuvieron de él la misma visión que
habían tenido la primera vez. Y, transportados de júbilo, se contaron los unos
a los otros lo que habían comprobado, y fueron a anunciarlo a todo su ejército
en estos términos: En verdad, ese niño es efectivamente Dios e hijo de Dios,
que se ha mostrado a cada uno de nosotros bajo una apariencia exterior en
relación con los dones que respectivamente le hemos ofrecido. Y ha recibido con
dulzura y con bondad nuestro saludo y el homenaje de nuestros presentes. Y
todos, reyes, príncipes, grandes señores y toda la multitud del numeroso
ejército que se encontraba allí, tuvieron fe en el niño Jesús.
22. Y de nuevo el rey Melkon tomó el
libro del Testamento, que guardaba en su casa como herencia de los primeros
antepasados, según ya advertimos, y se lo presentó al niño, diciéndole: He aquí
tu carta, que a nuestros ascendientes entregaste en custodia, firmada y sellada
por ti. Toma este documento auténtico que has escrito, ábrelo y léelo, porque
el quirógrafo está a tu nombre. Y el documento era aquel cuyo texto permanecía
oculto bajo pliego, y que los magos no se habían atrevido a abrir, y menos aún
a dar a los judíos y a sus sacerdotes, por cuanto éstos no eran dignos de
llegar a ser hijos del reino de Dios, destinados como estaban a renegar del
Salvador, y a crucificarlo.
23. Dicho documento había sido regalado
por Dios a Adán, del cual, después de su expulsión del Paraíso, se había
apoderado un gran dolor, a raíz del homicidio perpetrado por Caín en la persona
de su hermano Abel. Mas, cuando hubo visto al primero castigado por Dios, y a
él mismo arrojado del edén glorioso por su desobediencia, se encontró también
atormentado en sus hijos, por la aflicción del espectáculo de Abel muerto y
Caín condenado a siete penas. Adán más entristecido todavía y sumido en un
duelo más profundo, no mantuvo ya relaciones conyugales con Eva. Y, al cabo de
doscientos cuarenta años de haber salido del Paraíso, Dios, en su misericordia,
le envió un ángel, y le ordenó que entrase a Eva. E hizo nacer a Seth, nombre
que significa hijo de la consolación. Y, por haber querido Adán hacerse Dios,
éste resolvió hacerse hombre, en el exceso de su piedad y de su amor a nuestra
desdichada especie. Y prometió a nuestro primer padre que, conforme a su
plegaria, escribiría y sellaría con su propio dedo un pergamino en letras de
oro, que llevaría la siguiente portada: En el año seis mil, el día sexto de la
semana, el mismo en que te creé, y a la hora sexta, enviaré a mi hijo único, el
Verbo divino, que tomará carne en tu raza, y que se convertirá en hijo del
hombre, y que te restablecerá de nuevo en tu dignidad original, por los supremos
tormentos de su cruz. Y entonces tú, Adán, unido a mí con un alma pura y un
cuerpo inmortal, quedarás deificado, y podrás, como yo, discernir el bien y el
mal.
24. Y este documento, que Adán dio a
Seth, Seth a Enoch, Enoch a sus hijos, y que de tal suerte pasó de unos
descendientes a otros, hasta Noé; que Noé dio a Sem, Sem a sus hijos, y sus
hijos a sus hijos hasta Abraham; que Abraham dio Melquisedec el pontífice; que
Melquisedec dio a otro, y éstos a otros todavía, hasta que llegó a manos de
Ciro, quien lo guardó cuidadosamente en un salón especial, donde se conservó
hasta el tiempo de la natividad del Cristo: ese documento era el mismo que los
magos ofrecieron al niño Jesús. Y, como los reyes y todo su acompañamiento
hubiesen cumplido sus votos y sus plegarias, después de tres días de
permanencia en la gruta, deliberaron entre sí, y se dijeron: No hay que olvidar
lo prometido. Vamos por última vez a la caverna, para adorar al niño, y después
reanudaremos nuestro viaje en paz. Y, de común acuerdo, entraron en el establo,
y de nuevo tuvieron exactamente sus visiones respectivas. Y, conmovidos por
gran temor, se prosternaron ante el recién nacido, y rindieron testimonio de fe
en él, diciéndole: Eres Dios e hijo de Dios. Y, salidos de la gruta, continuaron
en sus alrededores el día entero hasta el siguiente. Y, con júbilo y alegría,
bendecían y alababan a Dios.
25. Y, por la mañana, al despuntar la
aurora, el día primero de la semana, el 25 de tébéth y de enero el 12,
se dispusieron a partir para su país. Y, cuando deliberaban sobre si volverían
a entrevistarse con Herodes, he aquí que una voz les habló, diciendo: No
tornéis a Herodes, el tirano impío, porque quiere matar a ese tierno infante.
Y, habiendo oído esto, los magos renunciaron a pasar por la ciudad de
Jerusalén, y regresaron a su tierra por otro camino. Y, glorificando al
Cristo, Dios del universo, marcharon a su patria, poseídos de gozo y siguiendo
la ruta por donde el Señor los conducía.
De cómo José y María circuncidaron a Jesús,
y lo llevaron al templo de Jerusalén con presentes
XII 1. Después de todos los
acontecimientos ocurridos, José y su esposa permanecieron secretamente en la
caverna, teniéndolo oculto, para que persona alguna supiese nada. Y, tomando
todos los tesoros aportados por los magos, José los escondió cuidadosamente en
la gruta. Y, siempre a hurto de la gente, salía y circulaba a diario por la
villa, por la aldea y por la campiña. Las necesidades materiales de todos
estaban provistas y nadie los inquietaba, ni los amenazaba, por voluntad de
Dios, pues, aunque de Bethlehem a la ciudad de Jerusalén, apenas hay doce
millas, todo el territorio de las inmediaciones está desierto e inhabitado. Y,
cada vez que José iba a algún menester a cualquier lugar, dejaba de guardián,
al servicio de María, a su hijo menor, que lo había seguido a Bethlehem.
2. Y, cuando el niño tuvo ocho días de
edad, José dijo a María: ¿Cómo obraremos con esta criatura, puesto que la ley
ordena hacer la circuncisión a los ocho días del nacimiento? Y María le dijo:
Procede como te plazca en este asunto. Y José marchó con sigilo a Jerusalén, y
trajo de allí un hombre sabio, misericordioso y temeroso del Señor, que se
llamaba Joel, y que conocía a fondo las leyes divinas. Y llegó a la gruta,
donde encontró al niño. Y, al aplicarle el cuchillo no resultó de ello ningún
corte en el cuerpo de aquél. Ante este prodigio, quedó estupefacto, y exclamó:
He aquí que la sangre de este niño ha corrido sin incisión alguna. Y recibió el
nombre de Jesús, que le había sido impuesto de antemano por el ángel.
3. Y la sagrada familia continuó en la
gruta. Y el niño Jesús crecía y progresaba en gracia y en sabiduría. Y, hasta
los cuarenta días, los esposos siguieron ocultándolo, para que nadie lo viese.
4. Y, cuando Herodes vio que los magos habían
regresado a su país sin visitarlo, se hizo la reflexión siguiente: Si los magos
que aquí llegaron no han vuelto es que son traficantes familiares de los reyes.
Por eso, no quisieron descubrirme sus secretos. Mas, temiendo que les exigiese
rescate, se me escaparon falazmente y con falsos pretextos, para que yo no los
perjudicase. Y, habiendo hablado así, Herodes abandonó la ciudad de Jerusalén,
y fue a residir temporalmente a Achaía. Por el momento, no pensó más en su
proyecto de buscar al niño Jesús, para hacerle una mala partida. Y, como los
sacerdotes y el pueblo tampoco prosiguiesen el asunto, éste cayó en el olvido.
5. Y José, tomando en secreto a María y a
Jesús, con numerosos dones y ofrendas provenientes de la liberalidad de los
magos, subió a la ciudad de Jerusalén. Y, después de haber presentado el niño
Jesús a los sacerdotes, ofrecieron al templo, según el uso consagrado, un par
de tórtolas, o dos palominos. Y el viejo Simeón, habiendo tomado y recibido al
Mesías en sus brazos, pidió al Señor que lo despidiese en paz, antes que su
alma quedase en libertad de volver a Él. Y, poseído de espíritu profético,
Simeón dijo de Jesús: He aquí que es puesto para caída y para levantamiento de
muchos en Israel.
6. Y, después de haber rendido el
tributo de sus presentes y de sus sacrificios, José volvió, con María y con
Jesús, a Bethlehem. Recogidos en la gruta, permanecieron allí largos días,
hasta el año nuevo, sin aparecer en público, por miedo al impío rey Herodes. Y,
a los nueve meses, Jesús dejó espontáneamente de amamantarse en los pechos de
su madre. Y, al notario ésta y José, se admiraron en gran manera, y se
preguntaron el uno al otro: ¿Cómo es que no come, ni bebe, ni duerme, sino que
está siempre alerta y despierto? Y no podían comprender el imperio de voluntad
que ejercía sobre sí mismo.
De la cólera de Herodes, y de cómo degolló
a los niños de Bethlehem
XIII 1. Y continuaron los tres viviendo
hasta el comienzo de otro año en Bethlehem, cuando un hombre impío de esta
localidad, llamado Begor o Fegor, fue a prevenir al perverso rey Herodes, y le
hizo el siguiente relato: Los magos que enviaste a Bethlehem, y a quienes
ordenaste que pasasen a verte antes de abandonar Judea, no han vuelto, sino
que, habiendo ido allá abajo, y habiendo encontrado a un niño recién nacido,
del que se decía que era hijo de rey, le han ofrecido profusión de presentes
que consigo llevaban, y han regresado a su tierra por otro camino.
2. Al saber que había sido engañado por
los magos, Herodes convocó a los príncipes y a los grandes señores de su reino,
y les dijo: ¿Qué hacer? Esos hombres, después de habernos burlado y escarnecido
pérfidamente, han huido, y se nos han escapado. ¿Qué ha sido de ese niño, y en
qué retiro tan oculto se esconde de mí, que nadie lo ha visto hasta ahora? Ea,
pues, mandemos soldados a Bethlehem, para que lo busquen, lo capturen, y maten
a su padre y a su madre.
3. Mas los príncipes dijeron: ¡Oh rey,
escúchanos! Bethlehem es una ciudad en ruinas, y los hechos que conciernen a
ese niño, largos días ha que pasaron, por lo cual es casi seguro que no esté ya
en ese sitio, y que haya huido a un país lejano. Y los príncipes, que no se
cuidaron más del asunto, y que no lo revelaron a nadie, hablaron así por
disposición divina del Espíritu Santo, dado que Jesús y los suyos habitaban
allí todavía.
4. Y el malvado impío, en la rabia de su
corazón no sabía qué determinación tomar. Y los príncipes dijeron: ¡Oh rey, no
te aflijas de ese modo, ni dejes que tu alma se turbe por el arrebato! Manda
todo lo que quieras y te obedeceremos. El rey repuso: Sí, yo sé cómo he de
obrar. Cuanto a vosotros, básteos estar prestos a cumplir mis órdenes. Y
convocó a los comandantes del ejército y a los jefes de los distritos, y los
envió por toda la estensión de su reino, para buscar a Jesús. Pero el resultado
fue infructuoso y, a su retorno, manifestaron al rey: Hemos recorrido todos los
cantones de Judea, y no lo hemos encontrado. En vista de ello, Herodes mandó a
diez y ocho ci-harcas de sus tropas que recorriesen todo el territorio sometido
a su dominio, y les dio la consigna siguiente: No tengáis piedad alguna de los
niños pequeños, ni de las lamentaciones de sus padres y de sus madres, y no os
dejéis persuadir por gratificaciones fuertes, ni por juramentos engañosos. Mas
doquiera halléis niños menores de dos años, pasadlos a cuchillo.
5. Entonces todos los comandantes del
ejército se congregaron en torno suyo, con sus espadas y con sus armas. Y,
poniéndose en camino, circularon por todos los lugares, y mataron a todos los
niños que encontraron en ochenta y tres aldeas, en número de trece mil sesenta.
Y el tirano impío, al proceder de tal manera a causa de Jesús, esperaba que
éste hubiese quedado incluido entre las víctimas. Pero José y María, que
supieron todas esas cosas, y a quienes intimidó el temor al rey y a su
ejército, tomaron al niño Jesús, lo envolvieron en sus mantillas, y lo
ocultaron en el pesebre de los animales. Después, ganaron las ruinas de la
ciudad, y se agazaparon allí en observación. Y nadie los vio, porque los que
los divisaban no les prestaban atención alguna, ni los miraban siquiera.
De cómo Herodes mató, en el templo, a
Zacarías, el Gran Sacerdote, a causa de su hijo Juan
XIV 1. Mas el tirano impío, no
encontrando medio de poner término total a su sangrienta obra, hizo en seguida
investigaciones cerca de Zacarías con respecto a Juan, para saber si era su
hijo único; y si estaba destinado a reinar sobre Israel. Envió, pues, soldados
para que les entregase a su pequeño Juan, y dijo Zacarías: Varias personas me han
informado que tu hijo está destinado a reinar sobre la tierra de Judea.
Muéstramelo, para que yo lo conozca. Al oír tal, Zacarías tuvo miedo del
escelerato impío, y repuso: Por la vida del Señor, no sé lo que hablas.
2. Y, cuando Isabel supo esto, tomó al
pequeño Juan y se fue con él, fugitiva, a un lugar desierto de la montaña,
donde buscó sitio en que poner en seguridad al nino. Después, casi sin aliento,
lloraba con amargura, y derramaba sus lágrimas ante el Señor, exclamando: Dios
de mis padres, Dios de Israel, escucha la plegaria de tu sierva. Trátame
conforme a tu piedad y a tu benevolencia para con los hombres, y arráncanos de
las manos de Herodes y de la jauría rabiosa y criminal de sus ejércitos. Abrase
la tierra, y tráguenos a ambos, antes que mis ojos vean la muerte de mi hijo.
Y, apenas pronunciadas estas palabras, en el mismo instante, la montaña se
abrió y le dio acceso, y ocultó a Isabel y al pequeño Juan. Una nube luminosa
los cubrió, y los guardó sanos y salvos. Y un ángel del Señor, descendiendo a
ellos, les sirvió de defensa tutelar.
3. Pero Herodes envió por segunda vez a
sus servidores a Zacarías, y le comunicó: Dime dónde se oculta tu hijo y
tráemelo, para que lo vea. Zacarías contestó: Yo me hallo consagrado al
servicio del templo. Mas, como mi casa no está aquí, sino en la región
montañosa de Galilea, ignoro qué se ha hecho de la madre y del niño. Y los
servidores volvieron con el recado de Zacarías. De nuevo Herodes remitió un
mensaje a sus generales, y les expuso: Id a manifestar esto a Zacarías: He aquí
lo que dice el rey de Israel: Has escondido tu hijo a mis miradas, y no has
querido presentármelo francamente, porque sé que ese niño ha de reinar en la
casa de Israel. ¿Es que pretendes evitarme, y escapar de mis requerimientos, con
palabras evasivas y con pretextos vanos? No será así en mis días. Si no me lo
traes de buen grado, lo tomaré a la fuerza, y perecerás con él.
4. Y Zacarías respondió: Por la vida del
Señor, repito que no sé lo que le ha ocurrido a mi esposa y a mi hijo. Y los
servidores fueron a referir al rey las palabras del Gran Sacerdote. Pero el
tirano impío y lleno de toda especie de iniquidad mandó nuevamente a sus
comisionados, y conminó a Zacarías, diciéndole: Por tercera vez te transmito
mis órdenes. No has querido atenderlas y no te han amedrentado mis amenazas.
¿Olvidas que tu sangre está en mi mano y que nadie te salvará, ni aun aquel en
quien esperas?
5. Y, como los comisionados llevasen la nueva
amonestación a Zacarías, éste replicó: Comprendo que queréis mi sangre, y que
estáis decididos a verterla sin razón. Pero, aunque hagáis perecer mi cuerpo
con muerte cruel, el Señor, que me ha hecho y que me ha creado, acogerá mi
alma. Y ellos marcharon a repetir a Herodes lo que Zacarías había dicho. Pero
el impío, en la perversidad creciente de su corazón, no dio respuesta alguna.
Y, aquella misma noche, envió soldados, que se introdujeron furtivamente en el
templo y mataron a Zacarías cerca del altar, en el tabernáculo de la alianza. Y
nadie, ni de los sacerdotes, ni del pueblo, supo nada de lo ocurrido.
6. Pero, a la hora de la plegaria
ritual, esperaron a que Zacarías hiciese acto de presencia, como todos los
días, y tratando de verlo, no lo encontraron. Y, cuando apareció la aurora, en
el momento de entregarse a aquella plegaria, los sacerdotes y el pueblo se
reunieron para saludarse mutuaniente, y se dijeron: ¿Qué ha sucedido al Gran
Sacerdote? ¿Dónde estará? Y, extrañados de su tardanza, pensaron: Sin duda reza
su oración privada, o bien ha tenido alguna visión en el templo.
7. Mas uno de los sacerdotes, llamado
Felipe, entró audazmente en el Santo de los Santos, y vio la sangre coagulada
cerca del altar de Dios. Y he aquí que una voz articulada salió del
tabernáculo, diciendo: La sangre inocente ha sido vertida en vano, y no se
borrará de encima de los hijos de la casa de Israel, hasta que llegue el día de
la completa venganza. Cuando los sacerdotes y toda la multitud popular oyeron
esto, rasgaron sus vestiduras y, esparciendo ceniza sobre sus cabezas,
exclamaron: ¡Desdichados de nosotros y de nuestros padres, condenados todos a
este desastre y a esta ignominia!
8. Y los sacerdotes, penetrando en el
tabernáculo, vieron la sangre de Zacarías coagulada, como una piedra, cerca del
altar de Dios, mas no vieron su cuerpo. Y, llenos de estupor, se dijeron los
unos a los otros que su pérdida estaba consumada. Y se preguntaban, atónitos:
¿Qué se ha hecho de su cuerpo, que no aparece por ninguna parte? Y erraron por
doquiera en su busca, y no hallaron rastro de él. Y cada cual sospechaba entre
sí que alguien había recogido furtivamente su cuerpo, y lo había llevado a
esconder en algún sitio oculto. Y, celebrando gran duelo en honor del Gran
Sacerdote muerto, los hijos de Israel lo lloraron durante treinta días e
hicieron pesquisiciones en muchos puntos, sin que lograsen encontrar el cuerpo.
Y así tuvo lugar el asesinato de Zacarías.
9. Después de lo acaecido, los
sacerdotes y todo el pueblo deliberaron para constituir un nuevo Pontífice en
el templo santo. Y, dirigiendo sus plegarias al Señor Dios, le pidieron que
diese otro servidor al altar. Y echaron suertes, y la designación recayó sobre
el viejo Simeón, el cual fue Pontífice muy poco tiempo y murió confesando
fielmente al Cristo. Porque, desde la llegada del Salvador al templo hasta el
momento en que Simeón entregó el espíritu, éste vivió cuarenta días en total. Y
a continuación de todos aquellos acontecimientos, se estableció otro jefe en la
casa de Israel.
De cómo el ángel significó a José que
huyese a Egipto
XV 1. Y un ángel del Señor apareció a
José, y le dijo: Levántate, y toma a Jesús y a su madre, y huye a Egipto,
porque Herodes busca al niño, para matarlo. Y, en efecto, no faltó quien fuese
a informar al rey acerca de Jesús, declarándole que aún vivía.
2. Y José, levantándose
precipitadamente, tomó al niño y a María, y partió como fugitivo para Ascogon,
que se llamaba Ascalón, ciudad situada a orillas del mar, y de allí para
Hebron, donde residieron ocultos, durante medio año. Uno y tres meses tenía
Jesús, y ya andaba por sus pies. E iba con sus juguetes a echarse en el seno de
su madre, y ésta, en un transporte de ternura, lo levantaba en sus brazos, le
prodigaba sus caricias, y alababa a Dios, dándole gracias.
3. Pero, entonces, algunas personas de
la ciudad fueron a prevenir a Herodes en estos términos: El niño Jesús vive, y
se encuentra actualmente en Hebron. Y Herodes despachó un correo a los jefes de
la ciudad, para ordenarles expresamente que se apoderasen de Jesús con astucia,
y lo matasen. Cuando José y María supieron esto, se dispusieron a partir de
Hebron e ir a Egipto Y, abandonando secretamente la ciudad como fugitivos,
prosiguieron su ruta. Y recorrieron etapas numerosas y, en los sitios en que
hacían alto, Jesús tomaba agua de las fuentes y les daba a beber. Finalmente,
entraron en tierra egipcia, por la llanura de Tanís, y se dirigieron a una
ciudad, llamada Polpai, donde habitaron seis meses. Y Jesús pasaba ya de los
dos años.
4. Y, partidos de allí, llegaron, cerca
de las fronteras de Egipto, a una ciudad que se llama Cairo, y moraron en un
gran castillo de la residencia real, edificio cubierto, en un vasto espacio,
por palacios y por fortalezas. Era un castillo magnífico, muy elevado, adornado
espléndidamente y decorado con gran variedad, que Alejandro de Macedonia había
levantado otrora, en los días de su mayor poder. Y allí permanecieron cuatro
meses, hasta el momento en que el niño Jesús alcanzó la edad de dos años y
cuatro meses.
5. Y Jesús salía al exterior, para pasearse con
los niños y los párvulos, jugar con ellos y mezclarse en sus conversaciones. Y
los llevaba a los sitios altos del castillo, a las lumbreras y a las ventanas,
por donde pasaban los rayos del sol, y les preguntaba: ¿Quién de vosotros
podría rodear con sus brazos un rayo de luz, y dejarse deslizar de aquí abajo,
sin hacerse el menor daño? Y Jesús dijo: Mirad todos y ved. Y, abrazando los
rayos del sol, formados por minúsculos polvillos, que, desde el amanecer,
pasaban por las ventanas, descendió hasta el suelo, sin sufrir mal alguno. Viendo
lo cual, los niños y las demás personas que estaban allí fueron a la ciudad a
contar el prodigio realizado por Jesús. Y los que oyeron el relato de tamaño
espectáculo, se admiraron con estupefacción. Mas José y María, al saberlo,
tuvieron miedo y se alejaron de la ciudad, a causa del niño, para que nadie lo
conociese. Y salieron furtivamente por la noche, llevando consigo a Jesús, y
huyendo de aquellos lugares.
6. Y llegaron a la ciudad de Mesrin,
donde se habíar congregado multitud de gentes, y que era una poblaciór muy
grande y rodeada de altos muros. En el barrio poi donde penetraron en ella, se
habían levantado estatuas mágicas. Cuando se pasaba por la primera puerta, se
veía a cada lado una estatua mágica, que los reyes y los filósofos habían colocado
en cada una de las puertas de la ciudad, para que suspendiese en admiración a
todos los que entraban y salían. Y cuantas veces el enemigo amenazaba al país
con un peligro o con un daño, todas aquellas estatuas lanzaban un mismo grito,
que resonaba en la ciudad entera. Y los que oían la voz de las numerosas
estatuas reconocían ese grito y comprendían que algo funesto iba a acontecer en
el país. En la primera puerta del muro, se encontraban emplazadas dos águilas
de hierro, con garras de cobre, un macho a la derecha, y otra hembra a la
izquierda. En la segunda puerta, se veían animales de presa tallados en arcilla
y en tierra cocida, a un lado un oso, al otro un león, y otras bestias feroces,
representadas en piedra y en madera. En la tercera puerta, había un caballo de
cobre y, sobre él, la estatua en cobre de un rey, que tenía en la mano un
águila también de cobre.
7. Y, cuando Jesús franqueó la puerta,
súbitamente todas las estatuas se pusieron a vociferar con estrépito y a coro.
Y todas las demás estatuas inanimadas de los falsos dioses gritaban a porfía y
los ídolos de los templos lanzaban alaridos, como si la ciudad entera se
quebrantase en sus cimientos y como si, en medio de terrores y de espantos, la
vida se hiciese imposible para los hombres. Y, en el mismo momento, en tanto
que las águilas daban grandes chillidos, el león rugía, el caballo relinchaba,
y el rey de cobre clamaba a gran voz: Escuchad, todos los que aquí estáis, y
preveníos, porque un monarca, hijo del gran rey, se acerca a nuestra ciudad con
un ejército numeroso.
8. Al oír esto, todo el pueblo, formado
en batallones, corrió precipitadamente en armas hacia la muralla. Y miraron a
todos lados y no vieron cosa alguna. Y, puestos a reflexionar, se dijeron con
asombro: ¿Qué voz tan sonora es ésa que nos ha interpelado? ¿Quién ha visto que
un hijo de rey haya entrado en nuestra ciudad? Entonces se diseminaron por
todas partes, y no descubrieron nada, excepto que, en una casa, encontraron a
José, María y Jesús. Y detuvieron a José poniéndolo en la mitad de la plaza
pública, le preguntaron: ¿De qué nación eres, viejo, y de dónde has venido?
José respondió: Soy de la tierra de Judea, y vengo de la ciudad de Jerusalén. Y
ellos insistieron: Dinos la verdad. ¿Cuándo has llegado aquí?
9. José contestó: Hace tres días que he
llegado. Y ellos interrogaron: Y, por la ruta que has seguido, ¿no has visto un
príncipe, hijo de rey que avanzaba contra este pais con sus tropas? José
repuso: No lo he visto. Ellos le dijeron: Pero ¿cómo has recorrido un camino tan
largo y desprovisto de agua? José dijo: Unas veces iba yo solo, y otras seguía
al niño y a su madre. Y la multitud le dijo: Comprendemos que eres un pobre
anciano extranjero y un hombre seguro y fidedigno. Solamente quisiéramos
informarnos, y saber lo cierto. No nos censures, porque hemos presenciado hoy
un prodigio, que nos ha dejado en el mayor estupor. Y, habiendo hablado así,
despidieron a José y se fueron.
10. Y sucedió que José, al llegar a otra
ciudad de Egipto, se albergó cerca de un templo idolátrico, consagrado a Apolo,
y permaneció allí varios días. Y uno de ellos, Jesús consideraba atentamente el
palacio de los ídolos, que, por su altura y por su longitud, era como una
ciudad pequeña.Y Jesús dijo a su madre: Respóndeme sobre lo que voy a preguntarte.
María le dijo: Habla, hijo mío: ¿Qué quieres? Jesús dijo: ¿Qué es esta
construcción tan elevada y cuya extensión es tan considerable? María dijo: Es
el templo de los ídolos, dedicado al culto de los altares ilegítimos y a la
imagen del falso dios Apolo. Jesús dijo: Voy a ver qué aspecto presenta y a qué
se parece. María dijo: Si quieres ir a él, sé prudente, para que no te suceda
ningún mal.
11. Y Jesús se dirigió por aquel lado y
entró en el templo de los ídolos. Y lo miraba todo en derredor y consideraba el
esplendor del edificio, lleno de dibujos y de relieves de una decoración
variada. Y lo admiró mucho, y salió prontamente. De nuevo las estatuas mágicas
de la ciudad se pusieron a aullar, como la primera vez, y exclamaron: ¡Escuchad
todos los presentes! He aquí que el hijo del gran rey ha entrado en el templo
de Apolo. Al oír esto, toda la población se lanzó, corriendo, hacia el sitio
indicado. Y las gentes se interrogaban las unas a las otras, diciendo: ¿Qué voz
ha lanzado ese grito que se nos ha dirigido? Y recorrieron la ciudad, y a nadie
hallaron, sino sólo a Jesús. Y le preguntaron: Niño, ¿de quién eres hijo? Jesús
respondió: Soy hijo de un viejo de cabellos blancos, pobre y extranjero en este
país. ¿Qué me queréis? Y ellos lo dejaron ir, y pasaron.
12. Los ciudadanos se interrogaban unos
a otros, diciéndose: ¿Qué significa este nuevo prodigio de que somos testigos?
Oímos distintamente una voz que grita, y no comprendemos lo que anuncia. Es de
temer que nos advenga súbitamente un desastre por donde menos sospechemos. Y,
cuando aquellas gentes hubieron hablado así, toda la ciudad quedó perpleja y
llena de inquietud. Cuanto a Jesús, marchó silenciosamente a su albergue, y
cantó todo lo que había oído decir en la calle. Y María y José se sorprendieron
y asombraron vivamente.
13. Y Jesús tenía entonces tres años y
cuatro meses. Y, como el año nuevo se aproximase, celebróse un día de fiesta de
Apolo. Toda la multitud se apretaba a las puertas del templo de los ídolos con
numerosos dones y presentes para ofrecer en sacrificio a los grandes dioses
animales y toda especie de cuadrúpedos. Y aderezaron una larga mesa cubierta de
enseres, para comer y beber. Y toda la multitud del pueblo que había llegado,
se mantenía a las puertas. Y los falsos sacerdotes celebraban la fiesta, para
honrar al ídolo de Apolo. Y Jesús, habiendo sobrevenido, entró secretamente, y
se sentó. Todos los sacerdotes estaban congregados y, con ellos, los servidores
del templo.
14. Y las águilas y las bestias feroces,
es decir, las estatuas de estos animales, cuando vieron a Jesús entrar en el
templo de los ídolos, se pusieron de nuevo a gritar y clamaron: ¡Mirad todos!
He aquí que el hijo del gran rey ha entrado en el templo de Apolo. Al oír estas
palabras, toda la multitud que se encontraba allí, fue presa de turbación y de
cólera. Y, precipitándose los unos sobre los otros, querían acuchillarse
mutuamente. Y se preguntaban: ¿Qué haremos con ese viejo? Porque todos estos
prodigios se han producido desde que llegó a nuestra ciudad. Y el niño ¿será
por acaso un hijo de rey, que haya robado, y con el que haya huido a nuestro
país? Ea, apoderémonos de él y matémoslo.
15. Y, en tanto que ellos se entregaban
a estos pensamientos homicidas, Jesús continuaba sentado en el tempio de Apolo.
Y consideraba atentamente aquella imagen incrustada en oro y en plata, por
encima de la cual estaba escrito: Éste es Apolo, el dios creador del cielo y de
la tierra, y el que ha dado vida a todo el género humano. Al ver esto, Jesús se
indignó en su alma y, levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, glorifica a tu
hijo, para que tu hijo te glorifique. Y he aquí que una voz salió de los
cielos, que decía: Lo he glorificado, y lo glorificaré de nuevo.
16. Y, en el mismo instante en que habló
Jesús, el suelo tembló, y toda la armazón del templo se desplomó de arriba
abajo. Y el ídoló de Apolo, los sacerdotes del santuario y los pontífices de
los falsos dioses, quedaron sepultados en el interior del edificio, y
perecieron. El resto de la población que se encontraba allí huyó de aquel
lugar. Todos los ídolos y todos los altares de los demonios que había en la
ciudad se abatieron en ruinas. Y todos los edificios religiosos y todas las
estatuas mágicas que rodeaban la ciudad, imágenes inanimadas de hombres, de
fieras y de animales, cayeron a tierra con gran destrozo. Entonces los demonios
lanzaron un grito, y dijeron: Mirad todos, y compadeceos de nosotros, porque un
niño muy pequeño nos ha destruido, con ser lo que somos, arruinando nuestra
morada, exterminando a nuestros servidores, y haciéndolos perecer con mala
muerte. Apoderaos, pues, de él y matadlo sin piedad.
17. Al oír esta queja y esta lamentación
de los demonios, y al sonido de su grito, toda la multitud de las gentes de la
ciudad se precipitó a una hacia el emplazamiento del templo arruinado y, con
grandes manifestaciones de duelo, lloraba cada cual a sus difuntos. Y Jesús
marchó en silencio a su casa y se sentó en un rincón. Y aquellas gentes,
habiendo apresado a José, lo hicieron comparecer ante el tribunal, y le
preguntaron: ¿Qué significa este desastre, que se ha anidado en nosotros, desde
antes que nos refirieses lo que habías visto y oído en tu camino? Sin embargo,
has callado esto, y nos lo has ocultado. Vamos, por tanto, a baceras perecer
con mala muerte, a ti, a tu hijo, y a la mujer que te acompaña, puesto que, por
tu traición, has provocado la pérdida de esta ciudad. Dinos dónde está tu hijo,
y muéstranoslo, para que veamos al que ha destruido a nuestros dioses,
anonadado a los ministros de nuestro culto, enterrado a nuestros sacerdotes
bajo los escombros del templo, y causado tantas muertes prematuras. Y no
escaparás de nuestras manos sino después de que nos hayas devuelto a nuestros
parientes y a nuestros prójimos.
18. Y proferían muchas otras invectivas
de este género contra él. Empero María cayó a los pies de Jesús y, llorando, lo
invocaba, y decía: Jesús, hijo mío, escucha a tu sierva. No te irrites así
contra nosottos, y no amotines a esta ciudad, no sea que, por odio, nos
detengan y nos hagan perecer con mala muerte. Jesús repuso: ¡Oh madre mía!, no
sabes lo que dices. Todas las tropas del ejército celestial de los espíritu
angélicos tiemblan y se estremecen de temor ante el glorioso poder de mi
divinidad, que ha concedido el don de la vida a todos los seres animados. Y él,
Sadaiel mi enemigo y el de mis criaturas, hechas a mi imagen y semejanza, osa,
a mi ejemplo, tomar el nombre de Dios y recibir el culto y las adoraciones del
género humano.
19. Y María suplicó a Jesús: Hijo mío,
aunque sea verdad lo que dices, te ruego que me escuches y que, por la
intercesión de tu madre y sierva, resucites a esos muertos, cuya pérdida has
producido. Y todos los que vean el milagro que hagas creerán en tu nombre.
Porque bien sabes los numerosos tormentos con que afligen a ese viejo, que han
detenido por causa tuya. Y Jesús respondió: Madre mía, no me aflijas de tal
modo, porque aún no ha venido para mí la hora de hacer eso. Pero María
insistió: De nuevo te ruego que me escuches, hijo mío. Considera nuestra
angustia y nuestra situación, puesto que, por causa tuya, emigrados y
desterrados, erramos, como desconocidos por país extranjero. Y Jesús dijo: Por
consideración a tu plegaria, haré lo que me pides, a fin de que esas gentes
reconozcan que soy hijo de Dios.
20. Y, luego que hubo hablado así. Jesús
se levantó, y atravesó por entre la multitud del pueblo. Y, cuando los
concurrentes vieron a aquel niño de tan tierna edad, pues sólo tenía tres años
y cuatro meses, se dijeron los unos a los otros: ¿Es éste el que ha derribado
el templo de los ídolos, y hecho pedazos la estatua de Apolo? Algunos
contestaron: este es. Y, al oír tal, todos admiraron, con estupor, la obra
prodigiosa que había cumplido. Y lo miraron fijamente, preguntándose: ¿Qué va a
hacer? Y Jesús, nuevamente indignado en su alma, avanzó por encima de los
cadáveres y, tomando polvo del suelo, lo vertió sobre ellos, y clamó a gran
voz: Yo os conmino a todos, sacerdotes, que yacéis aquí, heridos de muerte por
el desastre que os ha anonadado, que os incorporéis en seguida, y que salgáis
fuera.
21. Y en el mismo momento en que
pronunciaba estas palabras, tembló de pronto el lugar en que se encontraban los
difuntos. Y se levantó el polvo, haciendo remolinear las piedras, y cerca de
ciento ochenta y dos personas se levantaron de entre los muertos y se irguieron
sobre sus pies. Pero otros ministros y arciprestes de Apolo, en número de
ciento nueve no se levantaron. Y el temor y el terror se apoderaron de todo el
mundo y, poseídos de pánico, dijeron: este, y no Apolo, es el Dios del cielo y
de la tierra, que da la vida a todo el género humano. Y todos los sacerdotes
resucitados de entre los muertos fueron a prosternarse ante él, y
confesaban sus faltas, y decían: Verdaderamente, éste es el hijo de Dios y el
salvador del mundo, que ha venido a darnos la vida. Y el ruido de sus milagros
se esparció por toda la región, y los que de él oían hablar, venían de lejos,
en gran número, para verlo. Y, por razón de su cortísima edad, se asombraban
más aún.
22. Después, toda la muchedumbre reunida
cayó a los pies de Jesús, y le rogaron que resucitase también de los muertos a
los que habían sido servidores del templo. Mas Jesús no quiso hacerlo. Y,
llevando a José ante la multitud agrupada, imploraban, y decían: Perdónanos las
faltas que hemos cometido contigo, y ruega a tu hijo que resucite a los muertos
que estaban en el templo. Y José dijo: Hacedme gracia de esto, porque no puedo
violentarlo. Mas, si él quiere obrar espontáneamente, cúmplase la voluntad del
Señor, que tiene poder sobre toda cosa.
23. Y sobrevino un hombre de gran
familia, que fue a prosternarse ante Jesús y José, diciendo: Os suplico que
vengáis a la casa de vuestro siervo y, una vez entráis bajo mi techo, quedad
allí el tiempo que os plazca. Y los llevó a su morada, y todo el pueblo de la
ciudad iba a visitar a Jesús, y los servía de sus haciendas con mucha simpatía.
Y los que estaban atormentados por espíritus inmundos, por los demonios o por
sus enfermedades, se arrodillaban ante Jesús, y él los curaba. Y hubo gran
alegría en aquella ciudad, y las gentes del país de los alrededores, al saber
todo esto, glorificaban a Dios en voz alta.
24. Y José permaneció en aquella ciudad
largo tiempo, en la mansión de un príncipe, que era de raza hebraica. Eléazar
había por nombre y tenía un hijo, llamado Lázaro, y dos hijas, llamadas Marta y
María. Y acogió a José y a los suyos con gran consideración y deferencia. Y
José prolongó allí su estancia y cantó a Eléazar todos los tratos de que le
habían hecho objeto los hijos de Israel: opresiones, persecuciones, vejaciones,
y por remate, el destierro en que se veían. Y, al oír estas cosas, Eléazar se
llenó de tristeza. José le dijo: Bendito seas, por habernos recibido de buena
voluntad, habernos sustentado, y habernos hecho todo el bien posible, desde que
aquí estamos. Eléazar dijo a José: Venerable anciano, establece tu residencia
en esta localidad, y no dudes que más tarde encontrarás el reposo y el
cesamiento de tu angustia.
25. Y, luego de haber hablado así, ambos
se sintieron poseídos de una alegría serena y cordial. Y el príncipe reveló a
su huésped: Yo también soy de la tierra de Judea y de la ciudad de Jerusalén. Y
he sufrido muchas penas y muchas aflicciones, por obra de mis enemigos. Me he
visto expoliado y privado de todos mis bienes, y, por miedo al impío Herodes,
me he expatriado, y he venido a este lugar con mi familia y con mis compañeros.
Hace quince años que me he fijado en esta ciudad, y no he sufrido violencia
alguna de parte de sus moradores, antes al contrario, he encontrado simpatía,
benevolencia y respeto. No temas a nadie, y establece tu estada en el sitio que
te parezca mejor, hasta el momento en que el Señor te visite, y tome en cuenta
tu múcha edad. Después, volverás a la tierra de Judea, y tu alma vivirá por la
esperanza en el Señor.
26. Dichas estas palabras, guardaron
silencio. Y la sagrada familia permaneció tres meses completos en aquella
población. José y Eléazar se trataban como dos hermanos, unidos por una
afección y una bondad recíprocas. Marta y María recibieron a la Virgen y al niño en su
casa, con una caridad perfecta, como si no hubiesen tenido más que un corazón y
un alma. Marta cuidaba especialmente de su hermano Lázaro, y María, que era de
la misma edad que Jesús, acariciaba a éste, como si fuese su propio hermano.
27. Y Jesús, viendo todo lo que había
sucedido, se indignó en su espíritu, y dijo a su madre: Mi espíritu está
turbado por lo que he hecho en esta ciudad. Porque yo no quería manifestarme,
para que nadie me conociese, y he aquí que escuché tus súplicas, y cumplí tu
voluntad. Y la Virgen
repuso: ¿Por qué me diriges ese reproche, hijo mío? En verdad, has ocasionado
la ruina de los ídolos, y nos has librado a todos de la perdición y de la
muerte, y esto es lo que yo te había rogado. En adelante, sea tu voluntad la
que se cumpla, en cuanto dispongas o resuelvas hacer.
28. Y, a la noche siguiente, el ángel
del Señor dijo a José, en una visión: Levántate, y toma a Jesús y a su madre, y
vete a tierra de Israel, porque muertos son los que procuraban la muerte del
niño. Y José, despertándose de su sueño, contó a María aquella visión, y ambos
se regocijaron en gran manera. Pero, pocos días más tarde, oyendo que Arquelao
reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá. Y, levantándose de
noche, tomó a Jesús y a su madre, partió en dirección al sur, hacia el pie del
monte Sinaí, por el desierto de Horeb, cerca del territorio donde, en otro
tiempo el pueblo de Israel se había establecido y había morado.
De cómo la Sagrada Familia
volvió a la tierra de Israel, y habitó en el país de Galilea, en el pueblo de
Nazareth
XVI 1. Y, levantándose muy de mañana,
fueron a ganar el país de Moab, frente a Mambré, y recorrieron numerosas etapas
en su ruta. Y llegaron a una ciudad de los árabes llamada Malla gpir mtín, que
quiere decir «gran ciudad de Dios». Cuando Jesús pasó por el territorio de la
ciudad, se encontraban allí altares. Junto al camino, había una montaña de gran
elevación, y en su cima un templo, espléndidamente adornado con toda especie de
imágenes y consagrado al culto de los demonios. Y éstos, congregados cerca del
camino, deliberaban entre sí, y decían: Nos encontramos bien aquí, en nuestra
morada, y estamos en reposo. Pero hemos oído decir que ha aparecido en el mundo
el hijo de un pobre viejo, que conoce y que discierne todas nuestras prácticas,
y que es un perseguidor y un enemigo de nuestra estirpe. Con él en la tierra,
¿qué va a ser de nosotros en adelante?
2. Algunos demonios dijeron: ¿Cómo os
habéis arreglado para saber y conocer lo que es? Un demonio dijo: Vosotros no
sabéis lo que es, mas yo lo sé, y lo conozco de antemano. Los otros demonios
dijeron: Si lo conoces, instrúyenos. El demonio dijo: Es el mismo que nos
precipitó de lo alto de los cielos, nuestra mansión prístina, y nos redujo a la
perdición. Y ahora ha venido a la tierra, para expulsarnos del género humano.
Los demonios dijeron: ¿Y cómo podrías saber lo que hará? El demonio dijo: Yo
estaba en Egipto, en el templo de Apolo, cuando destruyó el sagrado edificio
por completo, pulverizó las estatuas de los dioses, y lo arruinó todo de arriba
abajo. Los demonios dijeron: ¡Desventurados de nosotros! Si viene aquí, ¿qué
nos ocurrirá?
3. Y, en tanto que deliberaban entre sí
en tal forma, divisaron de repente al niño Jesús, que avanzaba. Y, lanzando un
grito, exclamaron, medrosos: ¡He aquí que el niño Jesús viene a la ciudad!
Abandonemos este sitio, no sea que dejemos nuestra vida entre sus manos. Y
otros demonios advirtieron: Lancemos un grito de alarma a la ciudad. Quizá se
apoderen del niño y lo maten, con que quedaremos tranquilos en nuestro
albergue. Y, habiendo hablado así, se esparcieron por diversos lados, y
lanzaron este grito: ¡Mirad, todos, y escuchad! El hijo de un gran rey llega, y
se dirige hacia esta ciudad con un ejército numeroso. Y, al oír esto, todos los
habitantes de la localidad se armaron, y se reunieron en orden de combate, y
fueron a patrullar por doquiera, mas no encontraron nada.
4. Y, como Jesús penetrase por la puerta
de la ciudad, todas las edificaciones de los templos se desplomaron de súbito,
desfondándose en ruinas, y no quedando una sola en pie. Cuanto a los sacerdotes
y a los ministros del culto, fueron invadidos por la demencia de un furor
demoníaco. Y se golpeaban a sí mismos y clamaban a gran voz: ¡Desventurados e
infortunados de nosotros, que hemos sido expulsados de nuestros templos! ¿Quién
es el autor de esta catástrofe? Y no podían explicarse aquel hecho y la
destrucción de la ciudad.
5. José permaneció allí varios días. Y
Jesús tenía entonces cuatro años. Y, llegado a esta edad, no quedaba ya
confinado en su casa, sino que salía con otros niños y tomaba parte en sus
conversaciones y en sus juegos. Y éstos acudían de buen grado a su encuentro y
se prestaban a sus deseos más mínimos. Por su amenidad afectuosa, los ponía a
todos de acuerdo con él, y merced al encanto de su palabra, se convirtió en
conductor y en jefe de todos los niños. Y, cualquier cosa que les mandaba
hacer, la cumplían ellos con gusto. No dejaba a ninguno abandonarse a la ociosidad
y, si ocurría que algunos se pegasen y se maltratasen entre sí, Jesús les
pasaba la mano por encima, los curaba, y los exhortaba a todos amistosamente. Y
reconciliaba a los descontentos y les hacía recobrar su buen humor. Empero, si
surgía entre ellos algún motivo de disputa, iban a casa de sus padres y
colgaban a Jesús la causa de las faltas que habían cometido. Entonces los
padres se dirigían en busca de Jesús, y no lo encontraban. E interrogaban,
diciendo: ¿Dónde está? Y los niños respondían: No lo sabemos, porque es hijo de
un anciano extranjero, que reside aquí como transeúnte. Y, ante este informe,
los padres regresaban a sus domicilios respectivos.
6. Y ocurrió un día que Jesús fue a
reunirse con los niños, en el lugar en que acostumbraban a juntarse. Y,
habiéndose puesto a jugar, se divertían, conversaban y discutían los unos con
los otros. Jesús admiraba su inocencia. Y, en tanto que platicaban y se
entretenían, sucedió que empezaron a pegarse unos a otros. Y de la refriega
salió uno de ellos con un ojo reventado. Y el niño, lanzando un grito, se puso
a llorar amargamente. Mas Jesús le dijo: No llores, y levántate sin temor. Y se
aproximó a él y, en el mismo instante, la luz volvió a sus ojos, y recobró la
vista. Cuanto a los demás niños que allí se encontraban, marcharon presurosos a
la ciudad, y contaron lo que Jesús había hecho. Y los que los oían fueron al
lugar en que éste estaba, para verlo. Mas no lo encontraron, porque Jesús había
huido y estaba escondido a sus miradas.
7. Más tarde, Jesús fue un día al sitio
en que los niños se habían reunido, y que estaba situado en lo alto de una
casa, cuya elevación no era inferior a un tiro de piedra. Uno de los niños, que
tenía tres años y cuatro meses, dormía sobre la balaustrada del muro, al borde
del alero, y cayó de cabeza al suelo de aquella altura, rompiéndose el cráneo.
Y su sangre saltó con sus sesos sobre la piedra y, en el mismo instante, su
alma se separó de su cuerpo. Ante tal espectáculo, los niños que allí se
encontraban, huyeron, despavoridos. Y los habitantes de la ciudad,
congregándose en diferentes lugares y lanzando gritos, decían: ¿Quién ha
producido la muerte de ese pequeñuelo, arrojándolo de tamaña altura? Los niños
respondieron: Lo ignoramos. Y los padres del niño, advertidos de lo que
ocurriera, llegaron al siniestro paraje, e hicieron grandes demostraciones de
duelo sobre el cadáver de su hijo. Después, se pusieron a indagar, y a intentar
saber cuál era el autor de tan mal golpe. Y los niños repitieron con juramento:
Lo ignoramos.
8. Mas los padres respondieron: No
creemos en lo que decís. Luego, reunieron a viva fuerza a los niños, y los
llevaron ante el tribunal donde comenzaron a interrogarlos, diciendo:
Informadnos sobre el matador de nuestro hijo y sobre su caída de sitio tan elevado.
Los niños, bajo la amenaza de muerte, se dijeron entre sí: ¿Qué hacer? Todo
sabemos, por nuestro mutuo testimonio, que somos inocentes, y que nadie es el
causante de esa catástrofe. Y se da crédito a nuestra palabra sincera.
¿Consentiremos que si nos condene a muerte a pesar de no ser culpables? Uno de
ellos dijo: No lo somos, en efecto, mas no tenemos testigo de nuestra
inculpabilidad, y nuestras declaraciones se juzgan mentirosas. Echemos, pues,
la culpa a Jesús, puesto que con nosotros estaba. No es de los nuestros, sino
un extranjero, hijo de un anciano transeúnte. Se lo condenará a muerte y
nosotros seremos absueltos. Y sus compañeros gritaron a coro: ¡Bravo! ¡Bien
dicho!
9. Entonces la asamblea del pueblo hizo
detener a los niños, les planteó la cuestión y les dijo: Declarad quién es el
autor de tan mal golpe y el causante de la muerte prematura de este niño
inocente. Y ellos contestaron, unánimes: Es un muchacho extranjero, llamado
Jesús e hijo de cierto viejo. Y los jueces ordenaron que se lo citase. Mas
cuando fueron en su busca, no lo encontraron, y, apoderándose de José, lo
condujeron ante el tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo? José repuso:
¿Para qué lo queréis? Y ellos respondieron a una: ¿Es que no sabes lo que tu
hijo ha hecho? Ha precipitado desde lo alto de una casa a uno de nuestros niños
y lo ha matado. José dijo: Por h vida del Señor, que no sé nada de eso.
10. Y llevaron a José ante el juez, que
le preguntó d dónde venía y de qué país era. A lo que José respondió: Vengo de
Judea y soy de la ciudad de Jerusalén. El juez añadió: Dinos dónde está tu
hijo, que ha rematado cor muerte cruel a uno de nuestros niños. José repuso:
¡0h juez!, no me incriminéis con semejante injusticia, porque no soy
responsable de la sangre de esa criatura. El juez dijo: Si no eres responsable,
¿por qué temes la muerte? José dijo: Ese niño que buscas es mi hijo según el
espín tu, no según la carne. Si él quiere, tiene el poder de responderte.
11. Y, aún no había acabado José de
hablar así, cuan do Jesús se presentó delante de las gentes que habían ido
buscarlo y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: Al hijo de José. Les
dijo Jesús: Yo soy. El juez entonces le dijo: Cuéntame cómo has dado tan mal
golpe. Y Jesús repuso: ¡Oh juez, no pronuncies tu juicio con tal parcialidad,
porque es un pecado y una sinrazón que haces a tu alma! Mas el juez le
contestó: Yo no te condeno sin motivo, sino con buen derecho, ya que los
compañeros de ese niño, que estaban contigo, han prestado testimonio contra ti.
Jesús replicó: Y a ellos ¿quién les presta testimonio de que son sinceros? El
juez dijo: Ellos han prestado entre sí testimonio mutuo de ser inocentes y tú
digno de muerte. Jesús dijo: Si algún otro hubiese prestado testimonio en el
asunto, habría merecido fe. Pero el testimonio mutuo que entre sí han prestado
no cuenta, porque han procedido así por temor a la muerte, y tú dictarás
sentencia de modo contrario a la justicia. El juez dijo: ¿Quién ha de prestar
testimonio en favor tuyo, siendo como eres, digno de muerte? Jesús dijo: ¡Oh
juez, no hay nada de lo que piensas! Ellos, y tú también, a lo que se me
alcanza, consideráis tan sólo que yo no soy compatriota vuestro, sino
extranjero e hijo de un pobre. He aquí por qué ellos han lanzado sobre mí un
testimonio de mortales resultas. Y tú para complacerIos, supones que tienen
razón, y me la quitas.
12. El juez preguntó: ¿Qué debo hacer,
pues? Jesús respondió: ¿Quieres obrar con justicia? Oye, de una y de otra
parte, a testigos extraños al asunto y entonces se manifestará la verdad, y la
mentira aparecerá al descubierto. El juez opuso: No entiendo lo que hablas. Yo
pido testimonio lo mismo a ti que a ellos. Jesús repuso: Si yo doy testimonio
de mí mismo, ¿me creerás? El juez dijo: Si juras sincera o engañosamente, no lo
sé. Y los niños clamaron a gran voz: Nosotros sí sabemos quién es, pues ha
ejercido todo género de vejaciones y de sevicias sobre nosotros y sobre los
demás niños de la ciudad. Pero nosotros nada hemos hecho. El juez dijo: Notando
estás cuántos testigos te desmienten, y no nos respondes. Jesús dijo: Repetidas
veces he satisfecho a tus preguntas, y no has dado crédito a mis palabras. Pero
ahora vas a presenciar algo que te sumirá en la admiración y en el estupor. Y
el juez repuso: Veamos lo que quieres decir.
13. Entonces Jesús, acercándose al
muerto, clamó a gran voz: Abias, hijo de Thamar, levántate, abre los ojos, y
cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y, en el mismo instante, el muerto se
incorporó, como quien sale de un sueño y, sentándose, miró en derredor suyo,
reconoció a cada uno de los presentes, y lo llamó por su nombre. Ante lo cual,
sus padres lo tomaron en sus brazos, y lo apretaron contra su pecho,
preguntándole: ¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha ocurrido? Y el niño respondió:
Nada. Jesús repitió: Cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y el niño
repuso: Señor, tú no eres responsable de mi sangre, ni tampoco los niños que
estaban contigo. Pero éstos tuvieron miedo a la muerte y te cargaron la culpa.
En realidad, me dormí, caí de lo alto de la casa y me maté.
14. El juez y la multitud del pueblo,
que tal vieron, exclamaron: Puesto que niño tan pequeño ha hecho tamaño
prodigio, no es hijo de un hombre, sino que es un dios encarnado, que se
muestra a la tierra. Y Jesús preguntó al juez: ¿Crees ya que soy inocente? Mas
el juez, en su confusión, no respondía. Y todos se maravillaron de la tierna
edad de Jesús y de las obras que realizaba. Y los que oían hablar de los
milagros operados por él se llenaban de temor.
15. Y el niño permaneció con vida durante
tres horas, al cabo de las cuales, Jesús le dijo: Abias, duerme ahora, y
descansa hasta el día de la. resurrección general. Y, apenas acabó de hablar
así, el niño inclinó su cabeza, y se adormeció. Ante cuyo espectáculo, los
niños, presa de un miedo vivísimo, empezaron a temblar. Y el juez y toda la
multitud, cayeron a los pies de Jesús y le suplicaron, diciéndole: Vuelve a ese
muerto a la vida. Mas Jesús no consintió en ello y replicó al juez: Magistrado
indigno e intérprete infiel de las leyes, ¿cómo pretendes imponerme la equidad
y la justicia, cuando tú y toda esta ciudad, de común acuerdo, me condenabais
sin razón, os negabais a dar crédito a mis palabras, y estimabais verdad las
mentiras que sobre mí os decían? Puesto que no me habéis escuchado, yo tampoco
atenderé a vuestro ruego. Y, esto dicho, Jesús se apartó de ellos
precipitadamente, y se ocultó a sus miradas. Y, por mucho que lo buscaron, no
consiguieron encontrarlo. Y, yendo a postrarse de hinojos ante José, le
dijeron: ¿Dónde está Jesús, tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro
muerto? Mas José repuso: Lo ignoro, porque circula por donde bien le parece y
sin mi permiso.
De cómo la Sagrada Familia
abandonó Egipto y /ue al país de Siria.
Otros milagros y resurrecciones de muertos
XVII 1. Y, aquella misma noche, José se
levantó, tomó al niño y a su madre, y fue al país de Siria, llegando a una
ciudad llamada Sahaprau. Y Jesús tenía entonces cinco años y tres meses. Y,
como penetrase por la puerta de la ciudad, donde había estatuas de dioses, los
demonios, al ver pasar a Jesús, lanzaron un grito, y dijeron: Llega un niño,
hijo de un rey, de un gran monarca y que va a trastornar nuestra ciudad y a
expulsarnos de nuestra mansión. Poneos en guardia, para que no se acerque a
nosotros, y nos haga perecer. Huyamos de él hacia otro lugar lejano, y
ocultémonos en algún desierto, o en las cavernas y en los antros de las rocas.
Al oír tal, los jefes de los sacerdotes y los servidores de los ídolos se
reunieron en el templo de éstos y exclamaron: ¿Qué voz ha lanzado ese grito que
nos aterra? Y, en el mismo instante, las estatuas de los falsos dioses se
quebraron y cayeron al suelo hechas añicos.
2. Luego de haber entrado en la ciudad,
Jesús encontró en ella un albergue. Y Jesús deambulaba por todos los Sitios de
la población. Y llegó a un sitio en que los niños estaban reunidos, y se sentó
orillas del agua, cerca de las fuentes. Y, recogiendo polvo, lo arrojó al agua.
Y, cuando los niños fueron allí a beber, vieron el agua convertida en sangre
corrompida. Y, atormentados por la sed, lloraban con amargura. Mas Jesús tomó
un cántaro, lo metió en la fuente, lo llenó de agua, y les dio de beber.
Empero, habiendo sacado de nuevo agua de la fuente, la echó sobre ellos y los
vestidos de todos quedaron teñidos de sangre. Y los niños se pusieron a llorar
Otra vez. Mas Jesús los llamó con amabilidad, y, poniendo la mano sobre ellos,
les dijo: No lloréis, porque ya no hay ninguna tintura sanguínea en vuestros
trajes. Y los niños se llenaron de alegría, al ver el prodigio operado por
Jesús.
3. Otro día, Jesús fue a encontrarse con
los niños, en el Sitio en que estaban reunidos, y les propuso: Vayamos a
cualquier lugar distante y allí cazaremos pájaros. Ellos dijeron: Sí. Y
marcharon a un paraje célebre, situado en la llanura, donde permanecieron el
día entero, mas no consiguieron cazar pájaro alguno. Era un día de verano, y el
calor sofocante de la atmósfera les incomodaba en extremo. Visto lo cual, Jesús
tuvo piedad de ellos, y, tendiéndoles la mano, les dijo: No temáis, e
incorporaos. Iremos hacia aquella roca que está ante nosotros, y a su sombra
reposaremos. Mas, cuando llegaron a ella, seguían sin poder soportar la
violencia de la temperatura, y algunos caían como muertos. Y, con el aliento
entrecortado y los ojos fijos, miraban a Jesús.
4. Mas éste, levantándose, se colocó en
medio de ellos y, con su vara, hirió la roca, de la que brotó una fuente de
agua abundante y deliciosa, que existe hoy todavía, en la que todos abrevaron.
Y, cuando hubieron bebido y se hubieron reanimado, adoraron a Jesús, el cual
extendió la mano sobre el agua, e hizo aparecer en ella profusión de peces. Y
ordenó a los niños que los agarrasen, y ellos lo agarraron en gran número. Y
que recogiesen leña, que ardió, sin que nadie le pusiese fuego. Y asaron los
peces, los comieron, y quedaron hartos. Luego agarraron más peces aún y
marcharon alegres a sus casas, donde, mostrando lo peces de su pesca milagrosa,
contaron los prodigios que había hecho Jesús. Y muchos de los habitantes de
aquella ciudad creyeron en él.
5. Y, entre los compañeros de Jesús, los
había de ciert edad, que, contando con su fuerza y con su vigor, llegaro a
tiempo a su destino. Otros, empero, menores en edad, no podían, y, siguiendo
detrás a los primeros, sin vestido, ni calzado, llegaron más tarde a sus
hogares. Y uno de ello muchachito de tres años, se extravió en la llanura, se
vio sin alientos, cayó al suelo, y se durmió. Muy de noche ya se despertó y,
abriendo los ojos, miró a todos lados, y no vio a nadie. Entonces le faltaron
los ánimos, y prorrumpió en amargo lloro. Y erró a la ventura durante la noche
entera y, perdiendo su ruta, se alejó de la comarca. Y pasó tres días fuera de
ella, sin que ninguno de los niños supiese lo que le había ocurrido. Después,
el hambre, la sed y el ardor de los rayos solares le separaron el alma del
cuerpo.
6. Y los padres del pequeño interrogaron a
los niños, diciéndoles: ¿Dónde está nuestro hijito, que os ha seguido? ¿Qué ha
sido de él? Los niños contestaron: No lo sabemos. Los padres dijeron: ¿Cómo no
lo sabéis, si os ha seguido? Los niños dijeron: Sabemos que nos ha seguido,
pero luego no pudimos averiguar su paradero. Los padres dijeron: ¿A qué hora
habéis visto que estaba todavía con vosotros? Los niños dijeron: Hasta
mediodía, todos lo vimos. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol,
y nos pusimos en fuga, lo perdimos de vista. Y, cuando Jesús nos reunió, y nos
dio a beber agua sacada de la roca, no lo vimos ya en aquel sitio y supusimos
que habría vuelto a casa.
7. Entonces los padres del niño fueron a
ver al juez de la ciudad y le contaron toda la historia. Y el juez ordenó que
compareciesen los niños ante él y les preguntó: Decidme la verdad, hijos míos,
¿qué se hizo del pequeño? Y ellos respondieron: ¡Oh juez, escúchanos! Ayer por
la mañana, estando juntos, de común acuerdo, para ir a jugar, Jesús, el hijo de
José, llegó en compañía de otros niños y les advertimos que nos disponíamos a
marchar para un lugar distante. Y, como ese niño no quería volver de él, lo
dejamos allí, y partimos. El juez dijo: Cuando os congregasteis en el mismo
sitio, ¿lo vio alguno de vosotros? Y ellos dijeron: Sí, y con nosotros estuvo
toda la jornada, hasta mediodía. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor
del sol, nos dispersamos del sitio y lo perdimos de vista.
8. Mas el juez ordenó, severo: Id en su
busca, y traédmelo muerto o vivo. Y ellos recorrieron todos los alrededores de
la urbe, sin lograr encontrarlo. Y así se lo manifestaron al juez, a su
regreso. Y él dijo: ¿Qué idea se os ha puesto en la cabeza? ¿Pensáis que
conseguiréis escapar al castigo por la astucia? No, en mis días. Decidme, pues:
¿Cuál era el fin de vuestra expedición? ¿Quién invitó a ella al párvulo, y lo
llevó consigo? Los niños observaron: Nadie lo invitó, ni lo llevé, y él mismo
fue por su cuenta. Mas el juez repuso: No decís la verdad y os haré perecer a
todos.
9. En seguida mandó que se los desnudase
y se los azotase con varas de leña verde. Y, cuando se vieron despojados de sus
vestidos, los niños consultaron entre sí, preguntándose: ¿Qué hacer, puesto que
todos tenemos conciencia de ser inocentes, y no se cree en nuestras protestas
de inculpabilidad? Uno de ellos dijo: ¿Por qué, a base de una suposición tan
injusta, hemos de ser condenados a muerte? Y le dijeron: ¿Y qué se te ocurre
hacer? Él dijo: ¿Conocéis a Jesús, el hijo del viejo José? Él estaba con
nosotros, él se encontraba al frente nuestro, él nos llevó consigo, y él, por
consiguiente, es quien nos puso en este peligro mortal. Mas sus compañeros
objetaron: ¿Y qué mal nos hizo Cuando nos moríamos de sed, bajo un calor
sofocante, él fue quien nos la apagó, sacando agua de la roca, y él quien nos
dio peces que comiéramos, y luego pudimos volver a tiempo a nuestras casas.
Pero el niño de opuesta opinión dijo: Y nosotros ¿qué delito hemos cometido,
para ser condenados a muerte? Los niños dijeron: Demasiado sabes que no
hablaremos mal de él. El niño opuso: Pero nosotros, repito, ¿de qué crimen
castigable con la muerte podemos acusarnos? ¡No! Vayamos al juez, y echemos sobre
él toda la acusación, puesto que es desconocido y extranjero en nuestra ciudad.
Y, además, ¿no comprendáis que, por su causa, estamos bajo la amenaza de esta
angustia y de estos tormentos? Si a él se lo condena, a nosotros se nos
absolverá. Todos clamaron a una: Toma sobre ti la responsabilidad de su sangre.
Y el juez, viendo que no le respondían, ordenó a los verdugos que les
infligiesen la pena de azotes. Y, cuando los primeros golpes comenzaron a caer
sobre sus espaldas, el niño enemigo de Jesús dijo al juez: ¿Por qué nos
condenas, a pesar de nuestra inocencia? Y el juez repuso: Si sois inocentes,
designad al que es digno de muerte. Los niños dijeron: El hijo de un viejo
extranjero llevó a ese niño consigo, y no sabemos lo que le habrá hecho. El juez
les preguntó: ¿Por qué no me habéis hablado de él antes? Y los niños
respondieron: Creímos que hubiera sido una falta obrar así, porque es muy
pobre, y está reducido a la mendicidad.
10. Y el juez mandó que le trajesen a
Jesús, mas no se lo encontró. Entonces detuvieron a José, a viva fuerza, y lo
hicieron comparecer ante el tribunal. Y el juez lo interrogó: ¿De dónde eres,
anciano, y adónde vas? José respondió: Soy de una comarca lejana, y recorro
este pais como extranjero desterrado. El juez añadió: ¿Dónde está tu hijo? José
replicó: ¿Para qué lo quieres? El juez dijo: Tu hijo ha ido a jugar, llevando
consigo a todos los niños de la ciudad, y uno de ellos no ha vuelto. Dime,
pues, donde está tu hijo, y qué se ha hecho de él. José dijo: Cuanto a eso, lo
ignoro. El juez dijo: No te escaparás de mis manos con semejantes excusas, como
no me traigas al niño, muerto o vivo. José dijo: Soy viejo, y ¿cómo podré ir y
venir, sin fatigarme, la jornada entera? El juez dijo: Tal vez lo encuentres en
seguida en cualquier lugar. José dijo: ¡Oh juez, ordena a estos niños que me
sigan en esta pesquisición, pues quizá saben dónde está el pequeño! El juez
dijo: Sí, lo haré, pero los padres del niño también te seguirán. A estas
palabras del juez, José lo saludó profundamente y marchó muy triste a su casa a
contar a María lo que había ocurrido. Y ambos a dos se afligieron en extremo.
11. Y, al día siguiente, muy temprano,
José, haciéndose preceder del niño Jesús, caminó unas doce millas fuera de la
ciudad, y ambos encontraron en la llanura al niño, que había sucumbido al ardor
de los rayos solares, como si hubiese sido quemado por el fuegó. Su cuerpo
estaba ennegrecido, sus ropas grasientas, y desunidas sus articulaciones.
Habiendo visto esto, volvieron a la ciudad, e informaron del hecho a los padres
del niño. Y éstos, al marchar al lugar que se les indicó, y ver el estado en
que su hijo se encontraba, lanzaron un grito y golpearon el pecho con piedras.
Y, llorando, envolvieron en un lienzo al difunto, lo incorporaron, y lo condujeron
hasta la puerta de la ciudad. Y todos los habitantes de la ciudad lo acogieron
con gran duelo y se apiadaban de la catástrofe que le había ocurrido. Y, al
cabo de una hora, los padres dijeron al juez: No lo llevaremos a la tumba,
antes que hayas hecho perecer en el suplicio al hijo de ese viejo y condenado a
su padre y a su madre a tormentos crueles y a la muerte. Y el juez dijo: Tenéis
razón.
12. Entonces ordenó que Jesús
compareciese ante el tribunal y le preguntó: ¿Por qué has provocado lance tan funesto,
y atraído esta desgracia sobre nuestra ciudad? Y Jesús respondió: ¡Oh juez!, no
cometas este acto de iniquidad, que a nadie es lícito enunciar o conocer. El
juez dijo: ¿Qué debo, pues, hacer entre dos derechos contrarios? Jesús dijo: Sí
obras lealmente, tus juicios serán justos. Donde no, incurrirás en pecado
gravísimo. El juez dijo: No me respondas de esa suerte, para darme una lección
ante todo el mundo. Yo no obro de mala fe, sino en justicia. Jesús dijo: Si
procedieses con sinceridad, habrías de antemano hecho tu información
cuidadosamente con arreglo a los testimonios, y después habrías juzgado
conforme a las leyes. El juez dijo: ¿Cómo puedo hacer una información cuidadosa
sobre tu declaración particular de que eres inocente? ¿Quién entonces ha
ocasionado caso tan triste? Jesús dijo: Recibiste el testimonio de los que me
imputan una cosa calumniosa, y no crees en la verdad de mis palabras. Pero muy
pronto quedarás confundido. El juez dijo: Haz lo que quieras.
13. Y Jesús, colocándose frente al muerto,
clamé a gran voz: Moni, hijo de Sahuri, levántate sobre tus pies, abre tus
ojos, y di cuál ha sido la causa de tu muerte. Y el niño se incorporó en
seguida. Y sus padres y sus conocidos lanzaron un grito y lo apretaron contra
su corazón, diciéndole: Hijo mío, ¿quién te ha devuelto la vida? Y ¿1 dijo: El
pequeño Jesús, el hijo del viejo. Y el juez, los sacerdotes de los ídolos y
toda la multitud del pueblo se prosternaron ante Jesús, e interrogaron al niño,
diciéndole: Hijo mío, ¿quién ha causado tu pérdida?
14. Y el niño repuso: Nadie, pues son
inocentes todos. No lo condenéis, que no es responsable de mi muerte. Yo me
había extraviado y, por efecto del hambre y de la sed, mi alma desfalleció.
Cuanto a lo que me sucedió después, todo lo que sé es que me veis y que os veo.
Y Jesús exclamó: Juez inicuo, ¿por qué querías condenarme al último suplicio
injustamente? Y el juez, confundido, no sabía qué contestar. Y el niño
permaneció con vida cerca de tres días, hasta el momento en que, admirados
hasta la estupefacción, pudieron verlo todos los habitantes de la ciudad. Y de
nuevo Jesús ordenó al niño: Duerme ahora, y reposa. Y, en el mismo instante, el
niño se entregó otra vez al sueño. Y, luego de haber hablado y obrado como lo
hizo, Jesús desapareció de la vista de cuantos sus dichos y sus hechos habían
presenciado.
De cómo la Sagrada Familia
marchó a la tierra de Canaán.
Travesuras inlantiles de Jesús
XVIII 1. Al despuntar el día, José, con
María y con Jesús, marchó a la tierra de Canaán, deteniéndose en una ciudad que
había por nombre Mathiam o Madiam. Y Jesús tenía entonces seis años y tres
meses. Y sucedió que, circulando por la ciudad, vio, en cierto lugar, un grupo
de niños, y se dirigió hacia ellos. Y algunos, al ver que se acercaba, dijeron:
He aquí que llega un niño extranjero. Pongámoslo en fuga. Mas otros dijeron: ¿Y
qué mal puede hacernos, puesto que es un niño como nosotros?
2. Y Jesús fue a sentarse junto a ellos,
y les preguntó: ¿Por qué permanecéis en silencio, y qué os proponéis hacer?
Respondieron los niños: Nada. Mas Jesús insistió: ¿Quién de vosotros conoce
algún juego? Los niños replicaron: No conocemos ninguno. Jesús exclamó: Mirad,
pues, todos, y ved. Y, tomando barro de la tierra, amasó con él una figura de
gorrión, soplé sobre su cabeza y el pájaro, como animado por un hálito de vida,
echó a volar. Y Jesús dijo: Ea, id y atrapad a ese gorrión. Y ellos lo
contemplaban embaídos y se maravillaban del milagro realizado por Jesús.
3. Y, amasando otra vez polvo del suelo,
lo esparció por el aire hacia el cielo. Y el polvo se trocó en gran cantidad de
moscas y de mosquitos, de los que toda la ciudad quedó llena y que molestaban
en extremo a hombres y a animales. Y de nuevo tomó barro, con el que formé
abejas y avispas, que echó sobre los niños, conmoviéndolos y alarmándolos en
grado sumo. Porque aquellos insectos, cayendo sobre la cabeza y sobre el cuello
de los niños, se deslizaban por dentro de su ropa hasta su pecho y los picaban.
Y ellos lloraban y se movían de un lado para otro, dando chillidos. Mas Jesús,
para apaciguarlos, los llamaba con dulce acento y, pasando su mano por las
picaduras, les decía: No lloréis, pues vuestros miembros no sufren ya ningún
daño. Y los niños se callaban. Y los habitantes de la ciudad y de la región,
viendo tales prodigios, se decían los unos a los otros: ¿De dónde nos viene
esta invasión de moscas y de mosquitos, que ha infestado nuestra población? Los
niños dijeron: Viene de un muchacho, hijo de un viejo extranjero de cabellos
blancos, que há obrado este prodigio. Y todos clamaron a una: ¿Dónde está? Los
niños dijeron. No lo sabemos. (Porque Jesús había huido de allí y se había
ocultado a sus miradas.) Y los que oían hablar de todas las obras de Jesús,
deseaban verlo y exclamaban: Esto es cosa de Dios y no de un hombre.
4. Y, a los tres días, ocurrió que Jesús
fue a circular secretamente por la ciudad. Y prestaba oído a los discursos de
las gentes, que murmuraban entre sí: ¿Quién ha visto, en esta ciudad, al hijo
de un anciano canoso, de quien todo el mundo atestigua que hace milagros que
nuestros dioses no saben hacer? Otros comentaban: Decís verdad, pues ese niño
sabe hacer todo lo que quiere. Y Jesús, habiendo oído esto, volvió
silenciosamente a su casa y se escondió en ella, para que nadie supiese nada.
Empero, varios días después, Jesús marchó a reunirse con los nenes de su edad,
en el sitio en que estaban. Y, habiéndolo divisado, todos fueron alegremente al
encuentro suyo. Y se prosternaron ante él, diciéndole: Bien venido seas, Jesús,
hijo de un anciano venerable. ¿Por qué has desaparecido, privándonos de tu
presencia, durante los muchos días que no has venido a este lugar? Todos
nosotros... (Aquí hay, en el manuscrito, una laguna, después de la cual el
texto vuelve a tomar el hilo de la narración por el tenor siguiente:)... Y
llegaron allí llorando y le hicieron gran duelo. Y el niño tenía siete años. Y,
pasada una hora, los padres del pequeño preguntaron: ¿Dónde está ese muchacho,
que ha matado de una pedrada a nuestro hijo? Todos respondieron: Lo ignoramos.
Y los padres, levantando el cadáver, lo llevaron a su casa. Y fueron a ver al
juez de la ciudad, a quien contaron toda la historia. Y el juez ordenó que se
detuviese a los muchachos y que se los trajese a su presencia. Cuando hubieron
llegado, los interrogó, y les dijo: ¡Mozos y niños, grandes y pequeños, que
estáis congregados aquí, en la sala de audiencia, considerad vuestra juventud!
No imagináis que vuestros lloros y vuestras lágrimas me decidirán a absolveros
por escrúpulo de conciencia, o que voy a poneros en libertad, mediante una
intercesión o un regalo, como creéis, sin duda. No habrá nada de ello, sino que
os haré desgarrar muchas veces en tormentos crueles, y perecer de mala muerte.
No os hagáis ilusiones al respecto, diciéndoos unos que sois hijos de familia,
y otros hijos de pobre, y pensando que el juez se apiadará de quien guste. ¡No!
Yo os juro por el poder de mis dioses y por la gloria de mi soberano el
Emperador, que todos tantos como seáis, seréis condenados en este mismo día.
Decidme, pues, quién, de entre vosotros, ha matado a ese niño, ya que todos los
que estabais allí, lo conocéis. Ellos contestaron a una: ¡Oh juez, escúchanos,
y advierte que, unos respecto de otros, atestiguamos, bajo juramento, que somos
inocentes! El juez repuso: Os dije ya, y os repito ahora, que os háblo así, no
en tono de amenaza, sino de benevolencia. No encubráis vuestro delito, si no
queréis perecer como ese niño, sin que nada, ni nadie, os sirva de ayuda. Los
muchachos replicaron: ¡Oh juez, te decimos exactamente la verdad, tal como la
conocemos! Y, no pudiendo saber quién es el culpable, ¿por qué, mediante una
mentira, entregaríamos un inocente a la muerte? El juez refrendé: Os hará
castigar severamente, y luego os haré parecer con muerte cruel, si no me descubrís
la verdad. Los muchachos insistieron, repitiendo: Juntos estamos ante ti. Todo
lo que nos mandes decir, y que sepamos, lo diremos. En Vista de esta
persistencia en la negativa, el juez, lleno de cólera, mandó que se los
desnudase y se los azotase con correhuelas crudas. Y el que era el matador del
niño, intimidado por el juez, lanzó un grito, y exclamó: ¡Oh juez!, líbrame de
estas ligaduras y te indicará quién es el matador del niño. El juez ordenó que
se lo desligase, y, llamándolo a su vera, con caricias y con buenas palabras,
le dijo: Explícame puntualmente y por orden todo lo que sepas. Y el muchacho
expuso: ¡Escúchame, oh juez! Yo me encontraba allí, separado y alejado de
todos, y vi al pequeño Jesús, el hijo del viejo José el extranjero, que, jugando,
hirió mortalmente a ese niño de una pedrada y huyó, acto seguido. El juez
indagó: ¿Y habia contigo otros, cuando murió el niño, y son testigos de que
Jesús es el autor del hecho? Todos contestaron a una: Sí, él es. El juez dijo:
¿Y por qué no me lo denunciasteis, tan pronto vinisteis aquí? Los muchachos
dijeron: Creíamos que hubiéramos procedido mal traicionándolo por ser hijo de
un pobre extranjero. El juez dijo: ¿Y os parecería preferible condenar a un
inocente en forma legal, a dejar libre al que era digno de muerte?
Seguidamente, hizo arrestar a José, lo interrogó y ordenó emprender
pesquisiciones inútiles para hallar a Jesús. Empero, cuando sometía a José a
nuevo interrogatorio, Jesús entró súbitamente en el tribunal. Muchas palabras
de discusión y muchos altercados pasaron entre Jesús y el magistrado, quien,
finalmente, lleno de furia, mandó llamar a los muchachos y les dijo: Reveladme
la verdad de una vez, a fin de que quede yo bien informado. ¿Sois vosotros los
que habéis causado esta muerte, o es el pequeño Jesús? Ellos dijeron que éste
era el causante. Entonces Jesús resucitó al muerto y lo obligó a designar al
verdadero matador, como así lo hizo. Y descubierto por la misma víctima la
realidad del caso, Jesús colmó de reproches al juez. Y el niño conservé su vida
hasta la hora de nona del día, de suerte que todos tuvieron tiempo de ir a
verlo resucitado de entre los muertos. Después, Jesús, tomando la palabra, dijo
al niño: Saul, hijo de Saivur, duerme ahora y descansa, hasta que llegue el
juez universal, que pronunciará un juicio equitativo. Y, pronunciadas estas
palabras, el niño, inclinando la cabeza, quedó dormido. Al ver lo cual, todos
los que habían sido testigos de tamaños prodigios se llenaron de pánico y se
dejaron caer como muertos. Y no se atrevían a mirar a Jesús. En la violencia de
su espanto, temblaban ante él y su sorpresa redoblaba en razón de la tierna
edad del taumaturgo. Jesús quiso retirarse, pero aquellas gentes le imploraban
y decían: Vuelve de nuevo la vida al muerto que has resucitado. Mas Jesús se
negó a hacerlo y dijo: Si, desde un principio, hubieseis creído en mi palabra,
y aceptado mi testimonio, poder no me faltaba para acceder al ruego que ahora
me dirigís. Pero, puesto que habéis conspirado para condenarme injustamente, y
os habéis encarnizado y ensañado indignamente contra mí, por medio de
testimonios calumniosos, he resucitado a ese niño, para oponerlo como testigo a
vuestras imputaciones, y así he escapado a la muerte. Y, esto hablado, Jesús
desapareció de su vista. Y sacaron a José de su prisión y lo pusieron en
libertad. Y varias personas que, habiendo ido a buscar a Jesús, no habían
conseguido encontrarlo, suplicaban a José, y le decían: ¿Dónde está tu hijo,
para que vaya a resucitar otra vez al pequeñuelo? Mas José repuso: Lo ignoro.
Y, al día siguiente, al amanecer, se levantó, tomó al niño y a su madre, y,
saliendo de la ciudad, se puso en camino. Y Jesús tenía entonces seis años y
once meses. Y llegaron a una aldea llamada Iaiel, donde habitaron una buena temporada.
5. Y, un día, José y María tuvieron
consejo con respecto a Jesús, y dijeron: ¿Qué haremos con él, puesto que por su
causa tenemos que soportar tantas molestias e inquietudes de las gentes, en
todas las poblaciones por que pasamos? Es de temer que cualquier día se lo
aprese a viva fuerza o a escondidas, y que nosotros perezcamos con él. José
dijo: Puesto que me interrogas, ¿has pensado tomar alguna resolución en el
asunto? María dijo: Bien ves que va siendo ya un niño mayor y que, sin embargo,
anda siempre por donde le parece, y no para un momento en casa. Si te parece,
podríamos dedicarlo a la profesión de escriba, para que quede bajo la
dependencia de un maestro, para que se ejercite en toda clase de estudios y en
el conocimiento de las leyes divinas, y para que nosotros vivamos en paz.
6. José dijo: Razón llevas. Cúmplase tu
voluntad. María dijo: Si no se fija en parte alguna para estudiar, siendo ya
muy hábil y capaz de comprenderlo todo, no se someterá a un maestro. José dijo:
No temas por él, porque su aspecto está lleno de misterio, y maravillosas,
prodigiosas, sorprendentes son sus obras. Y he aquí por qué vamos por toda la
tierra, como nómadas sin patria, esperando que el señor nos signifique su
voluntad, y satisfaga, en beneficio nuestro el deseo de nuestros corazones.
María observó: Muy ansiosa estoy por lo que a eso respecta, y no sé lo que
sucederá más tarde. José repuso: Más tarde, en la hora de la prueba, el Señor
nos sacará de angustias. No te entristezcas. Y, después de estas palabras confidenciales,
calláronse ambos esposos.
De cómo la Sagrada Familia
volvió a la tierra de Israel y aplicó a Jesús al estudio de las letras
XIX 1. Y José, levantándose, tomó a
Jesús y a María y los llevó a tierra de Israel. Y llegó a una ciudad llamada
Bothosoron o Bodosoron, donde había un rey, de raza hebraica, que tenía por
nombre Baresu, y que era hombre piadoso, misericordioso y caritativo. Y, como
José hubiese oído hablar de él con grandes loores, pensó en ir a verlo y
preguntó a los habitantes de la ciudad: ¿Qué carácter es el de vuestro rey? Y
ellos contestaron: Muy bueno. Entonces José fue al palacio real, y declaró su
deseo al portero, a quien dijo: Hombre respetable, quiero pedirte una cosa. El
portero repuso: Habla.
2. Y José expuso: He oído decir que
vuestro rey es justo para los súbditos, benéfico para los pobres y solícito
para los extranjeros. Y extranjero soy, por lo cual me sería muy grato verlo, y
escuchar de su boca alguna palabra. El portero indicó: Déjame unos momentos
para anunciarme, entrar y luego introducirte. Porque bien sabes cuál es el uso
y la voluntad de los reyes y de los magistrados. La consigna es prevenirlos
primero y, después, ejecutar sus órdenes. Y el portero, habiéndose anunciado,
fue admitido cerca del rey, y éste mandó que se introdujese a José. El cual fue
a presentarse al monarca e, inclinándose, se prosterné ante él.
3. Y el rey lo recibió, diciéndole: Bien
venido seas a esta corte, venerable anciano. Ten la bondad de tomar asiento. Y
José, después de sentarse, se encerró en el silencio, y nada dijo. Y el rey lo
trató con cuidado, ordenando que se les trajese una mesa ricamente provista,
ambos comieron, bebieron y se regocijaron. Y el rey preguntó a José: ¿De qué
país vienes, venerable anciano, y adónde te diriges? José contestó: Vengo de
una tierra lejana. El rey dijo: Te repito mi bienvenida, y te aseguro que haré
en tu obsequio cuanto me pidas. José dijo: Viejo y extranjero, he llegado y me
placería habitar en esta ciudad, en un lugar cualquiera. Poseo alguna habilidad
en los trabajos de carpintería, y lo que fuese necesario en el palacio real lo
cumpliría en todo tiempo. Entonces el rey prohibió que nadie lo molestase por
su calidad de extranjero.
4. Y José, levantándose, se prosterné
ante el soberano, y le dijo: ¡Oh rey, si en ello no ves inconveniente, dedica a
mi hijo al estudio! He sabido que hay en esta ciudad un doctor, que educa a los
niños, y que está dotado de mucho talento y de mucha sabiduría. Confíale el
cuidado de enseñar a mi hijo las letras, para que se instruya a fondo en la
ciencia de las Escrituras, de la
Ley augusta y de los mandamientos de Dios. El rey dijo: Sí,
haré lo que me pides y cumpliré tu deseo. Pero, antes, es necesario que traigas
a tu hijo a mi presencia, para que yo juzgue si se halla capacitado para
abordar el estudio y el aprendizaje de las letras y de la ciencia, después de
lo cual lo entregaré y lo recomendaré a su profesor. Y José dio las gracias, y
fue a llevar la buena nueva a María, a quien hizo un vivo elogio del rey. Pero,
en vez de regocijarse, María se afligió y se espantó. Porque desconfiando de
las buenas intenciones del rey, temía que no hubiese pedido por traición ver al
niño, para reducirlo a esclavitud. Y, llorando, dijo a José: ¿Por qué
declaraste al rey la existencia, el nombre y las buenas cualidades de un hijo
tuyo? Mas José replicó: ¡Por la vida del Señor, no tengas miedo! El rey no me
mandó llevarle al niño por felonía, sino por querer que, bajo sus auspicios, un
maestro le dé enseñanza e histrucción. María dijo: A ti te toca acabar de
cerciorarte de ello. Ahora, te entrego a mi hijo y más tarde te lo reclamaré!
José dijo: Llevas razón. María dijo: Si quieres presentar el niño al rey,
llévalo a palacio, conforme a tu gusto. Pero infórmate de antemano de cuanto
toca a la seguridad del niño y sólo entonces debes conducirlo a la presencia
del rey. José dijo: Obraré según tu voluntad. Y, tomando a Jesús, lo llevó ante
el rey, que lo saludó con estas palabras: Bien venido seas, niño, hijo del
Padre y descendiente de un gran rey. Y mandó llamar al doctor supremo,
encargado de adoctrinar a los niños, y que había por nombre Gamaliel. Y, cuando
hubo llegado, el rey lo recibió con mucho afecto, y le dijo: Maestro, quiero
que te encargues de enseñar las letras a este niño, y todo lo necesario para su
sustento y demás gastos materiales lo recibirás del real tesoro. Y Gamaliel
preguntó: ¿De quién es este hermoso niño? Respondióle el rey: Es hijo de un
hombre deelevada familia y descendiente de real estirpe, y el viejo que aquí
ves es su tutor. Gamaliel dijo: Hágase tu voluntad. Entonces José,
levantándose, se prosterné, tomó al niño, y volvió con él a su casa, lleno de
júbilo. Y contó todo lo ocurrido a María, y, regocijándose, bendecía al Señor.
De cómo Jesús fue confiado a Gamaliel para
aprender las letras.
Nuevos prodigios realizados por Jesús
XX 1. Y, al día siguiente, José fue con
Jesús a casa de Gamaliel. Y, cuando el niño vio al maestro, se inclinó y se
prosternó ante él. Y Gamaliel dijo: Bien venido seas, planta nueva, fruto
suave, racimo florido. Después, preguntó a José: Dime, venerable anciano: ¿Este
hijo es tuyo o de otro? Y José respondió: Dios me lo ha dado por hijo, no según
la carne, sino según el espíritu. Gamaliel interrogó: ¿Cuántos años tiene? José
contestó: Siete. Añadió Gamaliel: ¿Lo has llevado, antes que a mí, a otro
maestro, para instruirlo, o para hacerle aprender alguna otra profesión? Y
repuso José: No lo he llevado a nadie. Gamaliel dijo: Y ahora, ¿qué quieres
hacer de él? José dijo: Por orden del rey y con tu aquiescencia, he venido
aquí, atraído por la fama de sabio que te circunda. Y Gamaliel replicó: Bien
venido seas, venerable anciano. Guardo hacia ti las mayores consideraciones, y
siento mi ánimo sobrecogido y confuso, al conversar contigo, y al hablar en tu
presencia. Sin embargo, escúchame y te expondré la verdad. Cuando miro a tu
hijo, veo claramente en la hermosa expresión de sus rasgos y en la bella
semejanza de su imagen, que no necesita estudiar, quiero decir, que no necesita
oír o comprender las lecciones de nadie. Porque está lleno de toda gracia y de
toda ciencia, y el Espíritu Santo habita en él, y no puede de él separarse.
José objetó: Pero ¿qué haré de él, sin la ayuda de un maestro que le enseñe una
sola palabra de escritura? Gamaliel le aconsejó: Dedícalo a un oficio manual,
que coincida con tu interés a una que con su inclinación. Al oír estas
palabras, José se amohinó profundamente, y, con lágrimas en los ojos, cayó a
los pies de Gamaliel, y exclamó, suplicante: ¡Buen maestro, sé paciente con mi
hijo, y longánime conmigo! No me trates como a un extranjero sin patria, y no
me desdeñes. Encárgate con benevolencia de este niño. Todo lo que Dios se digne
concederle del don de ciencia, se lo concederá. Cuanto a mí, te pagaré en
cantidad doble el precio de tus desvelos. Y Gamaliel dijo: ¡Basta! Haré lo que
deseas.
2. Entonces el maestro tomó las
tablillas que había traído consigo Jesús, y dijo: Escribiré doce letras, y, si
el niño es capaz de ajustarse y ordenarse las demás en la cabeza, escribiré
estas últimas hasta completarlas todas. José dijo: Haz como gustes. Y el
maestro se puso a escribir doce letras. Y Jesús, colocándose ante su maestro,
comenzó a observar primero las particularidades de la escritura, y después las
letras. Cuando el maestro las hubo escrito, entregó las tablillas a Jesús. Y
éste, inclinándose, se prosternó ante él, y recibió de su mano las tablillas.
3. Gamaliel expuso: Escúchame, hijo mío,
y lee tal como yo te indique. Y comenzó a nombrar las letras. Mas Jesús lo hizo
observar: Maestro, hablas de tal suerte, que no entiendo lo que dices. Esa
palabra que acabas de pronunciar, me parece un término de otro idioma, y no lo
comprendo. Gamaliel repuso: Es el nombre de la letra. Jesús objetó: Conozco la
letra, pero dame su explicación. Gamaliel replicó: ¿Y qué interpretación
soportaría esta letra por sí misma? Jesús preguntó: ¿Por qué la primera letra
tiene otro aspecto, otra forma y hasta otra figura que las demás? Respondió
Gamaliel: Es para que, merced a esa circunstancia, hable a nuestros ojos, de
modo que la veamos bien, la reconozcamos bien, la discernamos bien, y luego
podamos determinar adecuadamente su sentido. Y Jesús dijo: Hablas con cordura y
con acierto, pero explícarne lo que te pido. Yo sé que toda letra tiene un
rango definido, en que se manifiesta su sentido misterioso, que es único y
determinado para cada letra. Y Gamaliel advirtió: Los antiguos doctores y
sabios no han parado su atención en otra cosa que en la forma de la letra y en
su nombre. Jesús dijo: Lo sé perfectamente, y lo que quisiera que me procurases
es la explicación de la letra. El maestro interrogó: ¿Qué quieres significar
con esa petición, que no comprendo? El niño contestó a esta interrogación con
otras tres: ¿Qué es la letra? ¿Y qué es la palabra? ¿Y qué es la frase? Y
Gamaliel se humilló, diciendo: Dejo a tu cargo la respuesta, porque yo la
ignoro. Al oír esto, José se indignó en su alma, y dijo a Jesús: Hijo mío, no
repliques asi a tu maestro. Comienza por aprender, después de lo cual, sabrás.
Y, hecha esta recomendación, se fue silenciosamente a su casa, y conté a María
lo que había oído decir, y visto hacer a Jesús. Y ella se entristeció mucho, y
le dijo: Ya te advertí de antemano que no se dejaría instruir por nadie. Mas
José la tranquilizó, diciendo: No te aflijas, que todo ocurrirá como Dios
disponga. Y, al salir de casa del maestro, José había dejado al niño en el
mismo lugar que ocupaba. Y Jesús, tomando la tableta, sin decir nada, se puso a
leer, primero las letras, luego las palabras, y finalmente las frases. Y
deposité la tablilla ante Gamaliel, y dijo: Maestro, conozco las letras qué has
escrito. Ahora escribe por su orden las demás letras hasta completarlas todas.
Y, prosternándose ante Gamaliel, tomó otra vez la tablilla, y leyó de la misma
manera primero las letras, luego las palabras, y finalmente las frases. Y
nuevamente deposité la tablilla ante Gamaliel, y dijo: Maestro, ¿has acabado la
serie de las letras que habías comenzado a formar? Gamaliel repuso. Sí, hijo
mío. He aquí sus nombres reunidos ordenada e íntegramente. Y Jesús dijo:
Maestro, todo lo que me has escrito, lo he aprendido y lo sé perfectamente.
Ahora, para mi instrucción, escríbeme otra cosa, a fin de que la aprenda y la
sepa. Y Gamaliel replicó: Pero dame antes la interpretación de las letras, para
que la conozca. Respondió Jesús, y dijo: ¿Tú eres maestro en Israel, y no sabes
esto? Respondió Gamaliel, y dijo: Todo lo que sé es lo que he aprendido de mis
padres. Y Jesús expuso: La letra simple significa por sí misma el nombre de
Dios. La palabra que nace de la letra, y que toma cuerpo en ella, es el Verbo
encarnado. Y la frase que se expresa por la letra y por la palabra, es el
Espíritu Santo. De suerte que, en esta Trinidad, la letra simple o Dios
engendra la palabra o Verbo, que se incorpora al Espíritu, el cual, al
manifestarse, se afirma en la palabra enunciada.
4. Al oír estas cosas, Gamaliel lo miré,
estupefacto ante el saber de que estaba dotado, y le pregunté: ¿Dónde has
adquirido la ciencia que posees? Yo pienso que todos los dones del Espíritu
Santo se han reunido en ti. Mas Jesús repuso: Maestro, vuelvo a rogarte que me
enseñes alguna otra cosa de aquellas que has prometido enseñarme. Y Gamaliel
dijo: Hijo mío, a mí es a quien toca convertirme en discípulo tuyo, pues has
aparecido en medio de nosotros como un prodigio, hasta el punto de que, poco
ha, tus compañeros de enseñanza me han pedido que te restituya a tu hogar, por
ser demasiado sabio para continuar entre ellos. Soy yo, repito, quien vuelve a
rogarte que me des una explicación de la escritura. Y Jesús dijo: Te la daré,
mas tú no podrás comprender este misterio, que está oculto a las intuiciones de
la razón humana, hasta que el Señor, que escruta los pensamientos en todo lugar
y en todo tiempo, lo revele a todos los nacidos, y reparta con profusión los
dones del Espíritu Santo. Porque ahora, por lo poco que has visto de mí, y
escuchado de mis palabras, puedes conocerme, y saber quién soy. Empero más
tarde, oyendo hablar de mí, me verás y me conocerás. Y Gamaliel murmuré entre
sí: Verdaderamente, hijo de Dios es éste. Yo creo que es el Mesías, cuyo
advenimiento los profetas han anunciado.
5. Y Gamaliel llamé a José, y le dijo:
Venerable anciano, razón tenías al manifestarme que este niño no era hijo tuyo
según la carne, sino según el espíritu. Y José preguntó a Jesús: ¿Qué haré de
ti, puesto que no te sometes al maestro? Respondió Jesús: ¿Por qué te irritas
contra mí? Lo que me ha enseñado lo sabía ya, y a las cuestiones que me ha
planteado no les ha dado solución. José repuso: Te he puesto a instruir, para
recibir lecciones, y para adquirir sabiduría, y resulta que eres tú quien
enseña al maestro. Jesús dijo: Lo que no sabía lo he aprendido, y lo que sé no
necesito aprenderlo. Y Gamaliel exclamé: ¡No hables más, porque me afrentas!
Levántate, ve en paz, y que el Señor te sea próspero.
6. Y Jesús se levantó sin demora, tomó
las tablillas, se prosterné ante Gamaliel, y le dijo: Maestro bueno, otórguete
Dios tu recompensa. Y Gamaliel contesté: Ve en paz, y realice el Señor tus
deseos en bien tuyo. Y Jesús marchó a reunirse a su madre, la cual lo
interrogó: Hijo mío, ¿cómo has podido aprenderlo todo, en un solo día? Y Jesús
afirmó: Todo lo he aprendido, en efecto, y el maestro no ha sabido responder
satisfactoriamente a nada de cuanto le propuse.
7. Y José, que estaba muy entristecido
por causa de Jesús, consulté a Gamaliel, preguntándole: Dime, maestro, ¿qué
haré de mi hijo? Y Gamaliel repuso: Enséñale todo lo que concierne a tu oficio
de carpintero. Y José fue a su casa, y, viendo a Jesús sentado con las
tablillas en la mano, lo interrogó: ¿Lo has aprendido todo? Jesús replicó: Todo
lo he aprendido, y quisiera ser profesor de niños. Mas José dijo: Como sé que
no quieres estudiar, aprenderás conmigo el oficio de carpintero. Y Jesús dijo:
Lo aprenderé también.
8. Y José había empezado a fabricar para
el rey un trono magníficamente esculpido. Y una de las gradas era muy corta, y
no podía unirse proporcionalmente a la otra grada. Y Jesús preguntó: ¿Cómo
piensas arreglar esto? Y José dijo: ¿Qué te importa este asunto? Toma el hacha,
corta esta grada perpendicularmente, de arriba abajo, y encuádrala regularmente
en sus cuatro ángulos. Jesús observó: Sí, haré lo que me mandes. Pero explícame
lo que quieres hacer de esta madera que pules con tanto arte por medio de
cuerda, de compás y de medida. José replicó: Tres veces ya me has interrogado
sobre este trabajo, que no puedes conocer y comprender. Jesús insinuó:
Precisamente por ello, te interrogo y me informo, a fin de saber la verdad. Y
José explicó: Quiero construir un trono real para el soberano, y la madera de
una de las gradas resulta insuficiente. Jesús dijo: Házmela ver. Dijo José: Es
este trozo de madera que ves ante ti. Pregunté Jesús: ¿Cuántos palmos tiene de
largo? José contesté: Uno de los lados debe tener doce palmos, y el otro lo
mismo. Y Jesús torné a preguntar: ¿Y cuál es la longitud de esta pieza? José
contesté: Quince palmos. Y Jesús dijo: Está bien. Ve en silencio a ocuparte en
tu obra, y no temas nada. Y, tomando el hacha, Jesús partió en tres la madera
que medía quince palmos. Y, cortándola por la mitad, la dividió en dos troncos,
puso el hierro sobre la madera, y se sentó. Y sobrevino .María, y le dijo: Hijo
mío, ¿has terminado la obra que comenzaste? Y Jesús no sin indignación, repuso:
Sí, la terminé. Mas ¿por qué me forzáis a aprender todo género de labores?
Verdaderamente, ¿necesito yo aprender nada? Y a ti, ¿qué cuidado te aprieta a
ocuparte de mí a costa de tanta agitación e inquietud? Y, después de hablar así,
Jesús se calló.
9. Y llegó José, y, viendo la madera
dividida en dos partes, exclamó: Hijo mío, ¿qué estropicio es éste, que tan
grave perjuicio me causa? Jesús replicó: ¿Quieres decirme qué he hecho que te
perjudique? José repuso: Una de las dos maderas es demasiado pequeña, y la otra
demasiado grande. ¿Por qué las has cortado de tal modo que no se adapten
apropiadamente en sus dos lados? Y Jesús dijo: Las he cortado de ese modo para
que queden simétricas. Dijo José: ¿Cómo puede ser eso? Mas Jesús dijo: No te
disgustes. Agarra las piezas por sus dos lados, mide separadamente cada una de
ellas, y entonces comprenderás. Y José, tomando una de las dos piezas de
madera, la midió, y era doce palmos de larga. Luego, midió la otra pieza, y
comprobó que daba la misma longitud. Y la madera no era corta, en verdad, pero,
en vez de quince palmos, tenía veinticuatro, divididos en dos piezas de doce
pies. Tal fue el milagro que Jesús realizó delante de María y de José y en
seguida, saliendo presuroso de la casa, fue a juntarse con los niños de la
población, en el lugar en que se encontraban reunidos. A su vista, todos se
acercaron alegremente a su encuentro. Y, puestos ante él de hinojos, lo
interrogaron, diciendo: ¿Qué haremos hoy, Jesusito? Y éste contestó: Si me escucháis,
y si os sometéis a mis órdenes, ejecutad exactamente cuanto os mande. Y ellos
clamaron a una: Sí, todos te somos afectos, y estamos sometidos a tu voluntad,
en todo lo que te plazca. Y Jesús les habló así: No violentáis a nadie, no
devolváis mal por mal, sed caritativos, y conducíos entre vosotros como amigos
y como hermanos. Y entonces yo también viviré entre vosotros con un corazón
siempre ptesto a serviros. Y los niños le besaban y le abrazaban con júbilo. Y
había allí un muchacho de doce años, que, a consecuencia de violentísimos males
de cabeza, había perdido la luz de sus ojos, y no podía andar con soltura, a
menos que alguien lo guiase, llevándolo por la mano. Y Jesús se apiadé de él,
y, poniéndole la mano sobre la cabeza, le soplé en un oído. Y, en el mismo
momento, se abrieron los ojos del niño, que recobró su visión normal. Y los
muchachos que a tal milagro asistieron, lanzaron un grito, y marcharon a la
ciudad a contar el prodigio insigne de un ciego a quien había devuelto la vista
Jesús. Y multitud de gentes acudieron de la ciudad a verlo, mas no lo
encontraron. Porque Jesús había desaparecido, y se escondió, para no ser notado
del público.
10. Algunos días después, José llevó al
rey, ante quien se prosternó, el trono que había construido. Y el rey lo vio, y
quedó regocijado y satisfecho. Y ordenó que se diesen a José, en abundancia,
los recursos necesarios a su subsistencia. Y, recibiéndolos, José marchó
jubiloso a su casa.
11. Un día, el rey invitó a José a un
banquete, al cual asistieron también príncipes del más alto rango. Y comieron,
bebieron y se regocijaron todos en la mayor medida. Y el rey dijo a José:
Anciano, voy a hacerte una petición, para que la ejecutes. José dijo: Ordena,
señor. Y el rey dijo: Quiero que me construyas un palacio espléndido, con un
salón muy elevado y de puertas a dos batientes. Le darás las mismas dimensiones
a lo largo que a lo ancho; pondrás, alrededor, lámparas y asientos; lo
adornarás con formas, contornos, figuras y dibujos elegantemente esculpidos;
representarás, sobre los capiteles, toda especie de animales; con el escoplo
pulirás las superficies, y con el cincel formarás ornamentos entrelazados; lo
harás accesible por una escalera sólidamente enclavijada; derrocharás todos los
recursos del arte decorativo; emplearás profusión de maderas macizas de todas
clases; y, por encima, colocarás una cúpula cimbrada, que establecerás sobre el
plano de un templo, lo que sabes hacer a maravilla. Y por tu trabajo, te daré
el doble de lo que necesitas para tu subsistencia. José dijo: Sí, rey,
ejecutaré tus órdenes. Pero manda que me traigan maderas incorruptibles, para
que las examine. Y el rey dijo: Se hará como quieres.
12. Y el rey, con los príncipes de alto
rango y con José, se dirigió a un sitio pintoresco, en que había hermosas
praderas, numerosas fuentes, un estanque en forma de anfiteatro y una elevada
colina al borde del agua. Y el rey ordenó a José que midiese el emplazamiento.
Y José lo midió a lo largo y a lo ancho, como el rey le había mandado, y se
puso a construir.
13. Mas, cuando quiso rematar la labor
de la cúpula, hallé que una pieza de madera no se ajustaba a ella, por ser
demasiado corta. Y José, contrariado, no sabía qué hacer. Y, en aquel instante,
el rey sobrevino, y, advirtiendo la turbación de José, le preguntó: ¿Por qué
estás preocupado y sin trabajar? Respondiéle José: He laborado en este
maderamen con gran esfuerzo, y salió fallida mi obra. Y el rey dijo: Mandaré
que te traigan madera más larga.
14. Y, estando en esta conversación, he
aquí que se les acercó Jesús, el cual, inclinándose, se prosterné ante el rey,
que le dijo: Bien venido seas, hermoso niño, hijo único de tu padre. Y Jesús
preguntó: ¿Por qué estáis aquí tristemente sentados, desocupados y silenciosos?
Y el monarca repuso: Todo está acabado, como ves, y, sin embargo, falta algo.
Jesús dijo: ¿De qué se trata? El rey dijo: Mira esta madera esculpida, y
comprobarás que es demasiado corta, y que no encaja en la otra bien. Y Jesús
dijo a José: Toma el extremo de esta madera, y tenlo fuertemente asido. El rey,
fijando su mirada en Jesús, lo interrogó: ¿Qué vas a hacer? Y Jesús, tomando el
otro extremo de la madera, dijo a José: Tira en línea recta, para que no se
note que esta madera es demasiado corta. Y los allí presentes creyeron que el niño
bromeaba. Mas José tuvo fe en la voluntad de Jesús, y, extendiendo la mano, se
apoderé de la madera, y ésta se alargó en tres palmos.
15. Y, cuando el rey vio el prodigio que
había hecho Jesús, temió a éste, se prosterné ante él, y lo abrazó. Y lo cubrió
con un vestido real, le ciñó la cabeza con una diadema, y lo envié a su madre.
Y José terminó todo el trabajo de la construcción. Y el rey, a quien contento
en extremo, gratificó a José con mucho oro y con mucha plata, y lo remitió a su
casa lleno de alegría.
16. Cuanto a Jesús, andaba siempre yendo
y viniendo por los lugares que frecuentaban sus amigos infantiles. Y éstos lo
saludaban con mucho afecto, y se apresuraban a cumplir cuanto él les mandaba.
17. Y, un día, Jesús, que había salido
de su casa, recorría la ciudad silenciosamente y a escondidas, para que nadie
lo viese. Y he aquí que un muchachuelo, que lo divisé y lo reconoció, lo
sorprendió por la espalda, y agarrándolo, y zarandeándolo, se puso a gritar:
Mirad todos, y ved al niño Jesús, al hijo del viejo, al que hace tantos
milagros y tantos prodigios. Inmediatamente fue asaltado por el demonio, y cayó
sin sentido al suelo. Y Jesús desapareció, y él se vio tan maltratado por los
malos espíritus, que yació en tierra como muerto, durante tres horas. Y
sobrevinieron sus padres, llenos de susto y deshechos en lágrimas. Y lo
levantaron, y discurrieron por toda la población en busca de Jesús, mas no lo
hallaron. Entonces fueron, llorando, al encuentro del viejo José, para rogarle
que Jesús librase a su hijo de los malos espíritus. Y, cuando Jesús conoció su
pensamiento, y supo que el niño clamaba también por su propio alivio, se
presenté a éste aquel mismo día, de súbito. Y el niño, cayendo a los pies de
Jesús, le pidió el perdón de sus faltas. Y Jesús le puso la mano sobre la
cabeza y lo curó.
18. Y, días más tarde, Jesús, saliendo,
se fue, como solía, al lugar en que los niños se reunían para jugar. Y, al
verlo, todos lo acogieron con mucha alegría, y lo recibieron con gran honor.
Jesús les preguntó: ¿Qué habéis deliberado y decidido que hagamos hoy?
Respondieron los niños: Pondremos como jefes nuestros a ti y a Zenón, el hijo
del rey. Nos dividiremos en dos campos, y uno de los bandos será tuyo, y del
hijo del rey el otro. E iremos a jugar a la pelota, y veremos cuál de los dos
equipos triunfa en la contienda. Jesús dijo: Bien pensado. Y todos, de una y de
otra parte, se pusieron de común acuerdo.
19. Y, en aquel paraje, había una vieja
torre muy grande y de muros muy elevados, delante de la cual se citaban siempre
los niños de la ciudad para verificar sus juegos. Y Jesús dijo a Zenón: ¿Qué te
propones hacer ahora? Lo dejo a tu albedrío. Zenón repuso: Dividámonos, de
nuevo, y de común acuerdo, menores y mozalbetes, en dos campos, y luego iremos
juntos a jugar a la pelota. Jesús dijo: Haz como gustes. Y Zenón, congregando a
sus compañeros, los repartió en dos grupos, que avanzaron para lanzar la
pelota. Y Zenón, que tenía el primer turno. lanzó la pelota con tal brío, que,
remontándola a enorme altura, la hizo caer sobre la torre, a la que era muy
difícil subir y bajar. Mas, queriendo recuperar la pelota, emprendió el penoso
ascenso, y Saul, hijo del aristócrata Zacarías, se lanzó en pos suyo. Y,
tomando la cesta del juego con sus dos manos, le asestó por detrás un golpe en
la nuca. Y Zenón cayó a tierra, desde todo lo alto de la torre, y murió. Y
Zacarías escapó con todos los muchachos que había allí, y Jesús se ocultó a sus
miradas, y desapareció también.
20. Entonces, un gran clamor se elevé en
la ciudad, y por todas partes se propalaba que los niños habían matado al hijo
del rey, que con ellos jugaba. Al oír esto, todos los habitantes se reunieron,
y se dirigieron a la torre. Y el rey, los príncipes, los grandes, los jefes,
los dignatarios, los oficiales del ejército, el ejército entero, los parientes,
los amigos, los esclavos, los siervos, hombres, mujeres, íntimos, familiares y
extranjeros, todos los que sabían la noticia, se apresuraron a ir a la torre,
llorando y dándose golpes de pecho. Y, con gran duelo, se lamentaban sobre el
niño, que tenía nueve años y tres meses.
21. Después de pasar tres horas en
llantos y en gemidos, el rey y su séquito abrieron una información, y se
interrogaban los unos a los otros, a fin de saber quién había cometido el
criminal atentado. Y todos dijeron a una: Nadie sabe lo que ha ocurrido más que
los niños que en este sitio se hallaban jugando. Entonces el rey ordené que se
levantase el cadáver de su hijo, y que se lo llevase al palacio. Y mandó juntar
a todos los niños de la ciudad, desde el mayor hasta el menor, y los llevaron a
su presencia. Cuando hubieron llegado, el rey comenzó por dirigirles palabras
bondadosas, y les dijo: Hijos míos, declarad quién de entre vosotros ha causado
esta desgracia. Sé que no habéis obrado adrede, y que esto ha ocurrido muy a
vuestro pesar, y quizá sin vuestra noticia: Los niños respondieron unánimes:
¡Oh rey, la razón te asiste! Pero ¿quién de entre nosotros hubiera osado
cometer esa acción homicida de matar al hijo del rey, entregándose él mismo a
la perdici.ón y a una muerte inevitable? El rey repuso: Os dije que
escucharíais de mí frases benévolas. Pero ahora os repito que procuréis no
exasperarme, y no encender en mi corazón la furia. Por el momento nada tenéis
que temer. Pero descubridme la verdad. ¿Quién es el autor del golpe que ha
hecho perecer a mi hijo con una muerte cruel y prematura? Si alguno me lo
manifiesta, lo haré compañero de mi trono, lo asociaré a mi grandeza, y a sus
padres les daré poder y rango. Los niños dijeron: ¡Oh rey, justo es tu mandato!
Pero a la pregunta que nos haces, contestamos, con toda veracidad, que
ignoramos cuál de nosotros es el autor del hecho. No tenéis más que dos salidas
ante vosotros, y, si espontáneamente preferís la vida a la muerte, evitaréis
perder la primera en vuestra tierna edad. Temed los tormentos y las sevicias
que estoy decidido a ejercer sobre vosotros y sobre vuestros padres.
Descubridme la verdad sin ambages, y así escaparéis a una muerte cierta. Y
ellos contestaron: Henos aquí delante de ti. Lo que hayas de hacer, hazlo
presto.
22. Entonces el rey hizo que se llevase
a los niños a la puerta del palacio, y que se colocasen entre ellos cantidades
muy crecidas de oro y de plata. Y ordené al jefe de los verdugos que agarrase
una espada de acero, y que la hiciese brillar sobre la cabeza de los niños que
se acer casen a tomar su parte del tesoro. Y, luego que todos los niños, uno a
uno, fueron recogiendo su parte valientemente, y se retiraron sin miedo alguno,
se aproximó el matador del hijo del rey. Y, cuando vio relucir la espada en la
mano del verdugo, le entró repentino temor y temblor. Y, en el espanto que el
arma le producía, no pudiendo sostenerse ya sobre sus piernas, cayó al suelo de
bruces. Y le preguntaron: ¿Por qué temes y tiemblas? El niño repuso: Dejadme un
instante, para que me recobre, y recupere mis ánimos. Consintieron en ello, y
lo interrogaron de nuevo: ¿Te causa pavor la vista de esta espada? Y él
asintió, diciendo: Sí, me atemoriza mucho que me hagáis morir. Y el monarca indicó
al verdugo: Mete tu espada en la vaina, para no provocar pánico en el niño. Y
éste después de un intervalo de una hora, se levanté, y dijo: ¡Oh rey!, yo
sabía quién es el asesino de tu hijo, pero sentía escrúpulo de darte su nombre.
El rey replicó: Dámelo, hijo mío, que vale más que perezca el que es digno de
muerte que no un inocente. Y el niño dijo: ¡Oh rey, tu hijo ha sido muerto por
el niño Jesús, el hijo del viejo! El rey, que tal oyó, quedó estupefacto, y
mandó que se requiriese a Jesús, y que se lo intimase a comparecer ante él. Mas
no se encontré a Jesús, sino sólo a José, a quien se detuvo, y se lo llevé al
tribunal. Y, habiéndose inclinado, y prosternado delante del rey, éste le dijo:
¡Bien me has tratado hoy, anciano, en pago de los beneficios que te he hecho!
¡Por duplicado acabas de pagarme mi benévola acogida! José repuso: ¡Oh rey, te
ruego que no creas en toda vana palabra que a tus oídos llegue! No te irrites
contrá mí, a pesar de mi inocencia, ni a la ligera y temerariamente me juzgues,
pues no soy responsable de la sangre de tu hijo. El rey replicó: Ya conocía yo
tu espíritu de independencia y el natural indómito del niño Jesús. Viniste aquí
a tomar órdenes de acuerdo con tus preparativos, y yo ejecuté cuanto fue de tu
gusto. José suplicó de nuevo: Te repito, oh rey, que no des crédito a
mentirosas especies, ni me hagas reproches sin testigos en su apoyo, porque no
entiendo nada de lo que me hablas. El rey cortó el diálogo exclamando: ¿Dónde
está tu hijo, para que yo lo vea? José juró, diciendo: Por la vida del Señor,
ignoro dónde está mi hijo. Y el rey exclamó: ¡Muy bien! ¡Primero se comete el
homicidio, y después se busca la impunidad en la fuga! Y ordené que se guardase
estrechamente a José, y dijo a los suyos: Id a recorrer toda la ciudad, hasta
que encontréis al niño Jesús; arrestadlo, y conducidlo aquí bien custodiado. Y
discurrieron por todas las calles y por todas las afueras de la población, en
busca de Jesús, mas no lo hallaron, y volvieron a comunicar al rey el resultado
negativo de su pesquisición. Y el rey dijo a sus grandes: ¿Qué haremos de ese
viejo? Porque ha facilitado la huida de la madre y del hijo, y no se da con el
paradero de este último. Los príncipes manifestaron: Manda que ante nosotros
comparezca el viejo, y sometámoslo a otro interrogatorio, puesto que él sabe
dónde están el hijo y su madre. Y el rey dijo: Tenéis razón. No llevaré a mí la
tumba, ni probaré bocado, ni beberé, ni dormiré, antes de que la sangre de ese
niño no haya compensado la del mío.
23. Y, cuando hablaba de esta suerte, y
deliberaba con respecto a José, preguntándose a sí mismo con qué género de
muerte lo haría perecer, he aquí que el mismo Jesús en persona vino a
presentársele, e, inclinándose, se prosternó ante él. Y el rey clamó, furioso:
A tiempo llegas, niño Jesús, verdugo y matador de mi hijo. Mas Jesús repuso:
¿Por qué, oh rey, estás tan enojado? ¿Por qué tu corazón parece henchido de
turbación, de cólera y de furia? ¿Por qué me muestras un semblante tan
descompuesto? No emplees conmigo un lenguaje tan injusto: que no es digno de
reyes, y de monarcas poderosos, condenar a alguien sin testigos de cargo. El
rey replicó: Si te declaro digno de muerte, es sobre la fe de numerosos
testigos. Jesús opuso: No basta. Ante todo, infórmate, interroga, razona, y
luego juzga en verdad y en derecho. Y, si soy digno de muerte, haz lo que los
jueces con poder legítimo hacen en estos casos. Pero el rey contestó: No nos
aturdas con vanos discursos, y dinos claramente lo que ha causado la pérdida de
mi hijo. Jesús redarguyó: Si crees en mi palabra, y, si aceptas el testimonio
que enuncio, sabe que soy inocente de ese hecho. Pero, si quieres condenarme
ligeramente y con temeridad, llama a tu testigo, y ponlo en mi presencia, para
que yo lo vea. El rey dijo: Tienes razón. Y, acto seguido, hizo comparecer al
matador de su hijo, a quien pregunté: Niño, ¿depones contra Jesús? El culpable
respondió: Sí, depongo formalmente contra él. Escúchame y te lo revelaré todo.
Pero permíteme hablar ante ti libremente. El rey dijo: Habla: Y el culpable se
enfrentó con Jesús, diciéndole: ¿No te vi ayer en el juego de pelota? Tú tenías
la cesta en la mano; tú subiste con Zenón a lo alto del muro, para recoger la
pelota; tú le descargaste a dos manos un golpe por detrás de la nuca; tú lo mataste,
precipitándolo a tierra; y tú huiste de allí en seguida. Jesús repuso: Está
bien. Y, al oír esto, el rey, 1os príncipes, los grandes, que estaban con él, y
todo el resto de la multitud popular, dijeron: ¿Qué tienes que responder a esta
acusación? Contestando a la pregunta con otra, Jesús dijo: Y, en vuestra ley,
¿qué hay escrito a este propósito? Y todos clamaron a una: En nuestra ley está
escrito: El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será
derramada. Y Jesús asintió, diciendo: Tenés razon.
24. Entonces el rey dijo: Indica cómo
debo tratarte y con qué género de muerte te haré perecer. Y Jesús dijo Siendo,
como eres, juez de todos, ¿por qué me pides eso a mí? El rey contestó: Sí, lo
sé muy bien, puesto que puedo hacer lo que me plazca. Mas yo exijo que se me
descubra la verdad, para juzgar con rectitud, a fin de no ser yo mismo juzgado.
Jesús insinuó: Si quieres interrogarme sobre el hecho, dentro de las formas
legales, emitirás un juicio inicuo, sin saberlo. El rey exclamó: ¿Cómo así?
Jesús dijo: ¿Ignoras que todo hombre que ha perpetrado un crimen jura en falso,
por temor a la muerte? Y los que, bajo juramento, atestiguan y deponen los unos
por los otros, saben muy bien quién es el culpable. El rey arguyó: Si el
culpable no eres tú, ¿por qué respondes siempre con un aluvión de palabras,
declarándote inocente, y desmintiendo a los demás? Y Jesús declaré: Yo también
sé algo acerca de la causa de este crimen. Pero todo el que ha cometido una
maldad, se apresura a protestar de que no es digno de muerte. Y el rey replicó:
No entiendo lo que dices. Si quieres que crea en la verdad de tus palabras,
preséntame un testigo que responda de ti, y serás absuelto. Y Jesús observó:
¡Si ellos hablasen con sinceridad! Ninguno de ellos ignora y cualquiera puede,
por ende, atestiguar, que soy inocente. El rey repuso: A ellos, y no a ti,
corresponde rendir ese testimonio. Jesús replicó: Su testimonio es falso y
perjuro, porque son amigos los unos de los otros, y yo soy un extranjero
transeúnte y desconocido en la ciudad. ¿Dónde hallaré el amigo benévolo que
examine mi causa con equidad, y que piense en hacerme justicia?
25. Y el rey dijo: Me atacas y
contradices sin descanso, cabalmente en momentos de tribulación, en que no
puedo más que llorar, lamentarme y darme golpes de pecho. Respondió Jesús: ¿Y
qué quieres que haga? Heme aquí traicionado por numerosos testigos, y puesto en
tus manos. Haz lo que hayas resuelto hacer de mí. El rey dijo: ¿Por qué sigues
enfrentado conmigo? Yo sólo te pido que me expliques la exacta verdad, y sólo
quiero oír de tu boca la razón de que me hayas devuelto con tamaño mal la
benevolencia que usé contigo. Y Jesús dijo: Si te decides a abrir una
información seria, y enterarte a fondo de las cosas, tu juicio será
verdaderamente justo. Mas el rey interrumpió: ¿De quién es el juicio justo?
¿Del que tiene un testimonio en su apoyo o del que no lo tiene? Respondió
Jesús: Del que tiene un testimonio sincero, y sobre él juzga. Y el rey observó:
Y cuando alguien depone en favor suyo, ¿puede juzgárselo, sí o no? Jesús dijo:
No. Y el rey añadió: Entonces, ¿por qué, deponiendo en tu propia causa,
pretendes ser inocente? Jesús replicó: ¡Oh rey, si reclamas de mí un
testimonio, opónme otro de la parte adversa, único modo de que se compruebe quién
es el bueno, y quién el perverso! El rey contradijo, diciendo: La ley ordena a
los jueces no juzgar a nadie más que sobre testimonio. Trae aquí tu testigo,
como todos hacen, y te creeré. Y Gamaliel, que estaba presente allí, tomé la
palabra, y exclamé: ¡Oh rey, te suplico que me escuches! En verdad, este niño
es inocente. No lo condenes por las apariencias, con menosprecio de la
justicia.
26. Y toda la multitud clamé a gran voz:
Ha sido discípulo tuyo. He aquí por qué hablas de él en esos términos. Y de
nuevo el rey dijo a Jesús: ¿Qué sentencia debo pronunciar contra ti con
justicia? ¿A qué suplicios te entregaré? ¿Con qué muerte te haré perecer? Jesús
contestó: ¿Por qué quieres intimidarme con semejantes amenazas? ¿Qué te
propones, repitiéndome siempre lo mismo? ¿Y qué he de alegar en descargo de mi
persona? Si me juzgas conforme al uso legal, quedarás exento de toda falta.
Pero, si me entregas a la muerte de un modo arbitrario y tiránico, sin curarte
de los procedimientos de derecho, caerá sobre ti el terrible juicio de Dios. Y
el rey dijo: Varias veces te he perdonado con paciencia. Pero tú no sientes
ningún temor de mí, ni te espantan en modo alguno mis amenazas, ni te haces
cargo de la inmensa tristeza que me abruma. Respóndeme dándome un testimonio y
escaparas a la muerte. Jesús le respondió: Dime lo que debo hacer, y lo haré.
El rey repuso: Ahora me apiado de ti, considerando tu tierna edad, y me
inspiras respeto, porque eres hijo de una gran familia. Pero, de otra parte, no
puedo soportar el dolor de la desgracia recaída sobre mi hijo. Descúbreme,
pues, al verdadero culpable, seas tú o sea otro. Y Jesús contestó: Me he
esforzado en vano en convencerte, puesto que no has dado crédito a mis
palabras. Y, aunque sé quién es el que merece la muerte, me he limitado a dar
testimonio de mí mismo, con exclusión de testimonio ajeno. Mas, ya que tanto
insistes en que te presente un testigo, voy a presentártelo. Llévame a la
habitación en que yace tu hijo.
27. Y, una vez ante el cadáver, Jesús
clamé a gran voz: Zenón, abre los ojos, y ve cuál es el niño que te ha matado.
Y súbitamente, como si hubiese sido sacado de su sueño, Zenón se despertó e
incorporé. Y, con una mirada circular, contemplaba a todo el mundo, y se
admiraba de la multitud de pueblo, que se hallaba allí. A cuya vista, todos,
padres y parientes, hombres y mujeres, grandes y chicos, lanzaron un grito, y,
con lágrimas y transportes de júbilo, lo abrazaban y lo besaban, preguntándole:
Hijo, ¿qué te ha sucedido, y cómo te encuentras? El niño respondió: Me
encuentro bien. Y Jesús, a su vez, lo interrogó en esta guisa: Dinos quién ha
causado tu muerte violenta. Zenón respondió: Señor, no eres tú el responsable
de mi sangre, sino Apión, el hijo del noble Zacarías. Él fue quien, con su
cesta, me asestó un golpe por detrás, y me hizo caer a tierra desde aquella
altura. Al oír esto, el rey y toda la multitud del pueblo, fueron agitados por
un vivo terror, y todos, llenos de miedo hacia Jesús, estaban espantados, y
decían: Bendito sea el Señor Dios de Israel, que obra con los hombres según sus
méritos y su derecho, y que procede como juez justo. En verdad, este nino es
Dios o su enviado. Y Jesús dijo al monarca: Detestable rey de Israel, ¿crees
ahora sobre mi palabra que soy inocente? Ya ves cómo me he procurado a mí mismo
el testimonio de que no soy responsable de la sangre de tu hijo, lo que te
parecía una mentira de mi parte. ¡Ah, mira a tu hijo, vuelto a la vida,
sirviéndome de testigo, y cubriéndote de confusión! Sin embargo, yo te había
prevenido, y repetido una y otra vez la advertencia de que abrieses los ojos,
que no te dejases engañar por falsos discursos, y que no creyeses en muchachos
indignos de fe. No me escuchaste, y ahora, tú y todos tus conciudadanos,
lamentáis no haber sacado partido alguno de mi auxilio testifical. Y Gamaliel
intervino, para decir lo mismo que Jesús, y para echar en cara al rey que no
hubiese creído en sus palabras.
28. Y el hijo del rey permaneció con
vida el día entero. Y, sentado en medio de aquellos personajes, conversaba con
los grandes y con los príncipes y les contaba alguna visión sorprendente u
otras maravillas prodigiosas. Todos, desde el más grande hasta el más chico,
fueron a prosternarse ante el hijo del rey, y a ofrecerle sus servicios, hasta
la hora en que, finada la tarde, cubrió la noche la tierra con sus sombras.
Entonces Jesús interpelando de nuevo al resucitado, le dijo: Zenón, hijo del
rey Baresu, vuelve a tu lecho, duerme y reposa, hasta el advenimiento del juez
justo. Y, apenas Jesús hubo así hablado, Zenón se levantó de su asiento, se
acosté en su cama, y quedé otra vez dormido. Y toda la multitud de gentes que
vieron el milagro operado por Jesús, presa de temor y de espanto, cayó al
suelo, y todos permanecieron, durante una hora, sin respiración y como muertos.
Después, levantándose, cayeron todos a los pies de Jesús, y, entre lágrimas, le
rogaban que devolviese de nuevo la vida al resucitado. Mas Jesús exclamó: Rey,
el mismo caso que tú hiciste de mis palabras dulces y benévolas, haré yo de tus
intercesiones suplicantes y egoístas. Porque, en esta ciudad, nadie ha
pronunciado una sola frase en mi favor, antes al contrario, todos se han
concitado y reunido contra mí, y me han condenado a la última pena. Pero yo
bien te previne, advirtiéndote que mirases lo que hacías, y que más tarde te
arrepentirías, y no ganarías nada. Y el rey dijo: ¿Cómo hubiera podido
reconocer en ti a un Dios encarnado y aparecido sobre la tierra, para mandar en
la vida y en la muerte como dueño soberano? Y Jesús dijo: No es por tu causa,
ni por mi propia vanagloria, por lo que he devuelto a tu hijo la existencia,
sino como respuesta a todas las vejaciones y a todos los ultrajes que de ti he
recibido. Mas el rey imploró otra vez: Escucha mi plegaria y la de toda la
multitud de mi pueblo, y haz que Zenón de nuevo resucite. Jesús repuso: No temo
a nadie, ni jamás inferí mal a hombre alguno. Y no efectué el milagro en
concepto de beneficio, sino para procurarme un testimonio que te diese a
conocer e identificase al matador de tu hijo. El rey insistió, lloroso: No te
encolerices contra mí, y no devuelvas con un mal el que yo te causé. Jesús
contestó: Tus ruegos son inútiles. Si hubieses atendido a mis palabras, yo
tenía el poder de hacer este milagro en favor tuyo, y en consideración a la bondad
que habías usado conmigo. Empero tú olvidaste, y no tomaste en cuenta el
prodigio que ante ti realicé, cuando la construcción de tu palacio, aumentando
una pieza de madera en la medida que faltaba. Así, pues, no te soy deudor de
gratitud alguna, puesto que no has creído en mí, y has anulado, con una
manifestación de hostilidad, toda la benevolencia espontánea y todos los
obsequios amistosos con que me habías gratificado anteriormente. Y el rey dijo
todavía: Óyeme, Jesús. En el exceso de mi turbación y de mi duelo, no era
verdaderamente capaz de prever nada. Completamente aturdido y enloquecido, en
fuerza de llorar y a causa del tumulto, perdí la cabeza y el recuerdo de todo.
Mas Jesús respondió, diciendo: Que yo hubiese producido la pérdida de tu hijo, nadie
de la ciudad lo había visto, y nadie podía atestiguar, por tanto, que yo
merecía la muerte. Y, aunque efectivamente hubiera causado la pérdida de tu
hijo, tampoco lo habría visto nadie. Pero todos sabían quién era el matador, y
no lo han denunciado hasta el momento en que, resucitando al muerto, a todos
los he confundido. Y, habiendo así hablado, Jesús salió vivamente de entre la
multitud, y se ocultó a las miradas de los asistentes.
29. Y José fue sacado de la prisión, y
puesto en libertad. Y varias personas fueron en busca de Jesús, y no lo
encontraron. Y se interrogaban los unos a los otros, y decían: ¿Quién ha visto
al niño Jesús, el hijo de José? Lo buscamos, para que venga a resucitar al hijo
del rey. Y recorrieron todas las afueras de la ciudad, sin encontrarlo. Y
muchos creyeron en su nombre, y decían: Un gran profeta se ha levantado entre
nosotros. Y el rey, todos los príncipes y los habitantes de la ciudad
redoblaron su duelo sobre el niño fenecido, y se afligieron aún más, después de
la partida de Jesús.
30. Y el viejo José y su esposa María
desconfiaban del rey y de su ejército, que podían detenerlos a viva fuerza, y
encarcelarlos. Y, aquella misma noche, salieron de su casa, y huyeron de la
ciudad, a escondidas y sin que nadie supiese nada. Al despuntar el día, sin
dejar de caminar, buscaban con la mirada al niño. Y aconteció que, yendo
hablando entre sí, y preguntándose el uno al otro, el mismo Jesús se llegó, e
iba con ellos juntamente y en silencio. Y, reconociéndolo, su madre le dijo,
entre lágrimas: Hijo mío, bien ves las pruebas que pasamos, cómo nos has puesto
en mortal peligro, y cómo tu inocencia te ha salvado. ¡Cuántas veces no te
encarecí que no te reunieses con desconocidos, ni con gentes de otra
nacionalidad, que no saben quién eres! Jesús repuso: No te aflijas, madre,
porque cuando os persiguieren en una ciudad, huiréis a otra.
31. Y, así dialogando, prosiguieron en
paz su camino. Y llegaron a una ciudad llamada Bosra o Bosora, y en ella
residieron largo tiempo. Y Jesús, que tenía ahora ocho anos y dos meses,
recorría la comarca, y los niños de esta edad se congregaban a su alrededor. Y
él les hablaba, y les daba consejos, con amable dulzura. Y los llamaba a él
familiarmente, y les decía: No disputéis, ni riñáis entre vosotros. No os
írritéis los unos contra los otros, ni, encolerizados, os peguéis. Y, al oír
esto, los inocentes pequeñuelos querían estar siempre al lado suyo, y seguir
sus pasos.
32. Y, un día, como se hubiesen reunido,
partió con ellos para un sitio lejano. Y un muchacho de seis años que los
acompañaba, y que tenía bello semblante y agradable presencia, estaba
impotente, estropeadísimo y tullido de un costado. Y Jesús, al mirarlo, vio que
no podía seguir los pasos de los demás niños. Y se apiadó de él, lo llamó a sí,
y le preguntó: Niño, ¿quieres curarte? Y él, contemplando a Jesús, rompió en
llanto, y le respondió: ¿No he de quererlo? Pero ¿quién me curará? Jesús dijo:
No llores. Y llamó a todos los niños de la expedición, y les ordenó: Tomad este
niño, extendedlo sobre el suelo, agarradlo unos por las piernas y otros por las
manos, y tirad con fuerza. Y se colocó delante del niño durante un tiempo muy
corto, y alejándose un poco de allí, dijo a sus compañeros: Dejadlo marchar. Y
el niño se levantó con lentitud, y regresó a su casa muy alegre. Y los otros
niños lo siguieron, y contaron a todos el prodigio operado por Jesús. Y éste se
ocultó a sus miradas, para que nadie lo conociese. Y se restituyó junto a su
madre a escondidas, y sin querer mostrarse en público. Y muchos habitantes de
la ciudad fueron a preguntarle, y a examinarlo. Mas él desapareció de los ojos
de ellos.
De cómo la Sagrada Familia
fue a la villa de Tiberíades y aplicó a Jesús al oficio de la tintorería.
Milagros que allí pasaron
XXI 1. Y José, levantándose al despuntar
el día, tomó a Jesús y a su madre, y se dirigió a la villa de Tiberíades. Allí
estableció provisionalmente su equipo a la puerta de un hombre llamado Israel,
tintorero de profesión, y que había monopolizado en su taller todo lo que había
que teñir en la villa. Y, viendo a su puerta a José, al niño Jesús y a su
madre, se regocijó en grado sumo, y preguntó al primero: ¿De dónde vienes,
anciano, y adónde vas? Y José respondió: Soy de una comarca lejana, y ando
errante por doquiera, extranjero y desterrado.
2. Israel dijo: Si quieres vivir aquí,
establécete en esta villa, y yo te acogeré en mi casa, donde harás lo que bien
te parezca. José repuso: Cúmplase tu voluntad, y dispón a tu grado de mi
persona. Israel lo interrogó: ¿Cómo subsistes de tu oficio? José contestó:
Fácilmente, porque soy muy experto en el arte de construir aradas y yugos de
bueyes, y todo lo hago conforme a la conveniencia de cada cliente. Israel dijo:
Quédate en mi casa, y no tendrás que sufrir de nadie importunidad alguna. Yo te
respetaré como a un padre. Y, si quieres confiarme a tu pequeño, para que
aprenda mi oficio, lo trataré con honra, como si fuese mi hijo legítimo. José
dijo: Bien has hablado. Toma al niño, procede con él a tu albedrío, y oblígalo
a acatar tus mandatos, porque hace tiempo que estoy vivamente contrariado al
respecto suyo.
3. E Israel preguntóle: ¿Acaso no
obedece con sumisión tus órdenes? Respondió José: No va la cosa por ahí. Es que
ha comenzado el aprendizaje de varios oficios, y, por falta de perseverancia,
no ha terminado ninguno. Israel dijo: ¿Qué edad tiene? José dijo: Nueve años y
dos meses. Israel repuso: Está bien. Y, tomando al niño Jesús, entró con él en
casa. Y, mostrándole por orden todo el detalle del taller, le advirtió: Mira
bien todo esto, hijo mío, compréndelo, y lo que yo te indique, reténlo en la
memoria. Y Jesús se prestaba a sus voluntades, y escuchaba con atención sus
avisos.
4. Un día, Israel fue a hacer por la
villa su recorrido profesional. Y recogió numerosas piezas de tejido, y
aportándolo todo, con una lista, lo depositó en su taller. Y, llamando a Jesús,
le manifestó: De todo lo que aquí ves, debemos, hijo mío, dar cuenta a sus
respectivos propietarios. Vela con cuidado por todos los efectos que están en
nuestra casa, no sea que nos sobrevenga algún accidente súbito, porque seríamos
deudores del daño al tesoro real, al cual tendríamos que abonar cinco mil
dineros, en concepto de multa. Jesús preguntó: ¿Dónde vas ahora? E Israel dijo:
He aquí que yo he recogido todo lo que había para teñir en la villa. Te lo
confío, pues voy a darme una vuelta por los pueblos y por las aldeas de los
contornos, a fin de devolver cada cosa a su respectivo destinatario, y toda
obra que se me dé a hacer, la haré. Jesús dijo: ¿Qué obra? E Israel repuso: La
de teñir y colorear, a veces con dibujos de flores, en escarlata, verde, azul
púrpura, amarillo, leonado, negro y otros matices variados, que no puedo
detallarte en este momento.
5. Al oír esto, Jesús admiró el poder
del espíritu humano, e interrogó a Israel: Maestro, ¿conoces por su nombre cada
uno de esos colores? Respondióle Israel: Si, puedo retenerlos, con la ayuda de
una lista escrita. Y Jesús añadió: Te ruego, maestro, que me enseñes a hacer
todo eso. Israel dijo: Sí, te lo enseñaré, si obedeces con sumisión mis
órdenes. Y Jesús, inclinándose, se prosternó ante él, y le dijo: Maestro, me
prestaré a tus voluntades, pero antes, muéstrame esa obra, para que la vea.
Israel dijo: Bien hablado, pero no hagas por ti mismo nada que no conozcas, y
aguarda a que yo esté de regreso. No abras la puerta de la casa, que dejé
cerrada y sellada con mi anillo. Permanece firme en tu puesto y no sufras
inquietud. Preguntó Jesús: ¿Para qué día esperaré tu retorno? Israel repuso:
¿Qué necesidad tienes de interrogarme sobre ello, puesto que mi trabajo seguirá
su curso cotidano, conforme a la voluntad del Seños? Jesús dijo: Ve en paz.
Entonces Israel se alejó de la villa.
6. Y Jesús, levantándose, fue a abrir la
puerta de la casa. Y tomó todo el tejido para teñir de la villa, y llenó con él
una tina de tintura azul. Y calentó la tina, abrió otra vez la puerta de la
casa y, según su costumbre, marchó al lugar en que jugaban los niños.
7. Y, poniéndose a luchar con ellos, les
descoyuntaba el sitio del encaje del muslo, y el nervio del tendón se contraía,
y los niños caían de bruces a tierra, y cojeaban de sus ancas. Después, les
imponía las manos, y les restituía su posición erecta y la soltura de sus
piernas. Otras veces, soplaba sobre el rostro de los niños, y los cegaba.
Luego, les imponía las manos, y devolvía la luz a sus ojos. O bien, tomaba un
trozo de madera, y lo echaba en medio de los niños. Y el trozo se trocaba en
serpiente, y los ponía en fuga a todos. Y, a los que habían sido mordidos por
el reptil, Jesús les imponía las manos, y los curaba. E introducía su dedo en
las orejas de los niños, y los tornaba sordos. A poco, soplaba sobre ellos, y
restablecía su oído. Y tomaba una piedra, le echaba el aliento por encima, y la
tornaba ardiente como fuego. Y la arrojaba ante los niños, y la piedra abrasaba
el polvo, dejándolo como un zarzal desecado. En seguida se apoderaba otra vez
de la piedra, y ésta, transformándose, volvía a su primer estado.
8. Y llevaba a los niños a orillas del
mar, y allí, cogía una pelota y una cayada, avanzaba, marchando erguido con sus
juguetes, sobre las olas, como sobre la superficia de un agua congelada. Y,
ante este espectáculo, todos los niños lanzaban gritos, y exclamaban: ¡Ved lo
que hace el pequeño Jesús sobre las olas del mar! Y, al oír esto, el pueblo de
la ciudad iba a la playa, y miraba aquel prodigio con estupefaccion.
9. Empero José, que tal supo, sobrevino
y reprendió a Jesús, diciendo: Hijo mío, ¿qué es lo que haces? He aquí que tu
maestro ha reunido en su casa toda clase de objetos, cuya guarda te ha
confiado, y tú no tienes cuidado de ellos, y vienes a este lugar para
divertirte. Te ruego que vuelvas a casa de tu maestro sin demora. Y Jesús
repuso: Bien hablas, sin duda. Pero es el caso que yo he realizado y concluido
mi tarea. Lo que mi maestro me prescribió hacer, lo hice, y, por el momento,
sólo espero su retorno, contando con que vendrá a ver el producto de mi arte,
que le enseñaré. Pero a ti, ¿en qué te conciernen estas cosas? Y, al oír estas
palabras, José no comprendió lo que decía su hijo.
10. Y cuando Jesús llegó cerca de su
madre, María le preguntó: Hijo mío, ¿has terminado lo que te mandó hacer tu
maestro? Y Jesús respondió: Lo acabé, y nada falta. ¿Qué quieres de mí? María
contestó: Noto que hace tres días que no has pasado por la casa, para cuidar
del taller. ¿Por qué nos expones a un riesgo mortal? Jesús replicó: Deja de
hablar así. He estudiado todos los preceptos que me dio el maestro, y sé lo que
me compete y lo que me cumple en toda ocasión. Y María dijo: Está bien. Tú eres
dueño y juez de tus actos.
11. Y, mientras así hablaban, Jesús,
habiendo mirado hacia fuera, vio a su amo, que llegaba. Y, levantándose, fue a
su encuentro, y se inclinó y se prosternó ante él, que le preguntó: ¿Cómo
estás, hijo mío? Respondió Jesús: Estoy bien. Después, interrogó a su vez al
maestro, diciéndole: ¿Cómo te ha ido en tu viaje? Israel contestó: Como el
Señor lo ha querido. Jesús añadió: Celebro que hayas vuelto en la prosperidad y
en la paz. Dios recompensa tus trabajos en la medida de lo que has hecho por
mí. Porque yo he aprendido a fondo tu arte, y he estudiado, y poseo todos los
preceptos que me has dado. Por ende, todo el trabajo que pensabas hacer lo he
comprendido, y lo he acabado. Israel murmuró: ¿Qué trabajo? Y Jesús repuso: El
que me has enseñado, y yo he cumplido.
12. Pero Israel no comprendió el sentido
de las palabras de Jesús. Y cuando fue hacia la puerta advirtió que la
cerradura y el sello estaban abiertos. Y, muy agitado, penetró en el interior,
inspeccionó los rincones del taller, y no vio nada. Y, lanzando un grito,
preguntó: ¿Dónde está el tejido para teñir que había reunido aquí yo? Respondió
Jesús: ¿No te dije, cuando fui a tu encuentro, que había acabado todo el
trabajo que pensabas hacer? Israel exclamó: ¡Bonito trabajo el que acabaste,
acumulando, en una cubeta llena de azul, todo el tejido para teñir de la
ciudad! Jesús repuso: ¿Y qué mal te he causado, para que así te pongas furioso
contra mí, que te he librado de una multitud de cuidados y de labores? E Israel
dijo: ¿Y el reposo que me procuras es ocasionarme este grave daño, esta pérdida
y multas que pagar? ¡Razón tenía el viejo al advertirme que no conseguiría
reducirte a la obediencia! ¿Qué haré de ti, puesto que me has irrogado un
perjuicio tal, que no es mío solo, sino de la ciudad entera? ¡Ay, qué desgracia
tan grande ha caído sobre mí!
13. Y lloraba, y se golpeaba el pecho.
Después, preguntó a Jesús: ¿Por qué has atraído sobre mi casa tamaño desastre?
Y Jesús dijo: A mi vez te pregunto por qué estás tan furioso. ¿Qué pérdida he
producido en tu casa, supuesto que he escuchado con inteligencia tus
explicaciones, comprendido la lección recibida, aprendido todo lo que me has
enseñado, y yo soy capaz de hacer? E Israel objetó: ¿No te advertí que no
hicieses por ti mismo nada de lo que no supieses hacer? Jesús dijo: ¡Maestro,
mira y ve! ¿Qué desdicha notable he traído sobre tu hacienda e industria?
Respondió Israel: ¡Bueno está eso! ¿Es que podré justificar el color y la
tintura que mis clientes me exigen? Mas Jesús insistió: Cuando volviste en paz
de tu excursión, y entraste en tu taller, ¿has encontrado que faltase algo?
Israel repuso: Y eso ¿qué tiene que ver con lo que digo? Yo lo que te pregunto
es qué haré, si cada parroquiano me reclama la obra particular que me
encomendó. Dijo Jesús: Trae a mi presencia a los propietarios de estos objetos,
y les daré el color especial que cada cual desee. E Israel objetó: ¿Cómo podrás
reconocer todos los efectos de cada uno? Y Jesús replicó: Maestro, ¿qué colores
variados quieres que haga aparecer en esta cubeta única?
14. Israel, que tal oyó, se amohinó en
extremo ante las palabras de Jesús, y creyó que éste se mofaba de él. Mas Jesús
dijo: ¡Mira y ve! Y se puso a retirar de la cubeta el tejido para teñir,
brillante e iluminado de hermosos colores de matices diversos. Mas Israel, al
ver lo que hacía Jesús, no comprendió el prodigio que había operado. Y llamó a
María y a José, a quienes dijo: ¿Ignoráis que vuestro hijo ha producido en mi
taller una avería irreparable? ¿Qué os hice yo, para que el niño Jesús me pague
así? Trataros como un padre, con honra y con grande afecto. Y he aquí ahora que
soy deudor al tesoro real de una multa de cinco mil denarios. Y lloraba, y se
golpeaba el pecho. Y María dijo a Jesús: ¿Qué has hecho, para ocasionar en esta
villa semejante destrozo? ¡Reducirte a ti mismo a esclavitud, y ponernos a
nosotros en peligro de muerte! Jesús dijo: ¿Qué mal os he causado, para que os
coneitéis todos contra mí, y me condenéis injustamente? Venid y ved el trabajo
que llevé a cabo. Y María y José fueron a ver las obras que había hecho, y,
oyéndolo hablar, abrían los ojos con asombro.
15. Mas Israel no comprendió el
prodigio. Y rechinaba los dientes con rabia, y, gruñendo como una bestia feroz,
quiso pegar a Jesús, que le dijo: ¿Por qué estás lleno de tamaña furia? ¿Qué
encuentras que sea digno de tachar en mí? Empero Israel, tomando un celemín, se
precipitó contra Jesús. Viendo lo cual, éste huyó, e Israel lanzó sobre él el
celemín, que no pudo alcanzarlo, y que se estrelló en el suelo. Y, en el mismo
instante, el celemín echó raíces en tierra, se convirtió en un árbol (que
existe todavía hoy), floreció, y dio fruto. Y Jesús, habiendo escapado,
franqueó la puerta de la villa, y, en su carrera, llegó al mar. Y marchó sobre
sus aguas, como sobre terreno firme.
16. E Israel, gritando por toda la
villa, clamaba a gran voz: Consideradme y compadecedme, porque el niño Jesús ha
huido, llevando consigo cuanto había en mi taller. Perseguidlo y capturadlo. Y
él mismo siguió a la multitud. Y, apostándose en los desfiladeros de los
caminos, buscaron al niño Jesús, mas no lo encontraron. Y algunas personas
dieron a Israel la siguiente información: Cuando atravesó la puerta de la
villa, lo vimos avanzar hacia el mar. Pero no sabemos lo que ha sido de él.
Entonces aquel tropel de gente se dirigió a la ribera. Y, no hallando a nadie,
volvieron sobre sus pasos. Y, cuando regresaban, Jesús había salido del mar, y
estaba sentado sobre una peña, bajo la figura de un niño pequeñito. Y las
gentes lo interrogaron, diciendo: Muchacho, ¿sabes por dónde anda el hijo del
viejo? Jesús repuso: No lo sé. Tomó en seguida la forma de un joven, y se le
preguntó: ¿Has tropezado por ahí con el hijo del anciano extranjero? Jesús
respondió: No. Después adquirió el aspecto de un viejo, y le dijeron: ¿Has
visto al hijo de José? Y Jesús contestó: No lo he visto.
17. No dando con Jesús, regresaron a la
villa, y, apoderándose de José, lo condujeron al tribunal, y le dijeron: ¿Dónde
está tu hijo, que nos ha engañado, y que se ha escondido de nosotros, llevando
consigo nuestros efectos, que retenía el hombre que lo había tomado de
aprendiz? Mas José permaneció silencioso, y no murmuró palabra alguna.
18. E Israel tomó tristemente a su
taller. Y quiso recoger el celemín en el sitio a que lo había lanzado. Y,
cuando vio que había tomado raíz, llenándose de fruto, se maravilló en sumo
grado, y se dijo entre sí: ¡Verdaderamente, éste es el Hijo de Dios, o algo
semejante! Y penetró en su casa, y encontró todos los efectos preparados para
teñir reunidos en la cubeta, que estaba llena de color azul. Y, al sacarlos,
notó, estupefacto, que nada faltaba en cuenta, y, sobre cada uno de aquellos
efectos, halló el nombre marcado, en signos y en letras, y todos tenían
respectivamente el tinte y el brillo con que sus propietarios le habían mandado
que los tiñese. Y, a la vista de prodigio tamaño, alabó y glorificó a Dios. En
seguida, levantándose aquella misma noche, fue a sentarse a orillas del mar,
frente a las rocas, y lloró con amargura, durante la noche entera. Y, entre
golpes de pecho, suspiros y lamentaciones, exclamaba: Niño Jesús, hijo del gran
rey tu Padre, ten piedad de mí, miserable que soy, y no me abandones. Porque,
si pequé contra ti, ha sido por efecto de mi ignorancia, y por no haber
comprendido de antemano que eras el Dios salvador de nuestras almas. Ahora,
Señor, manifiéstate a mí, porque mi alma desea oír las palabras de tu boca.
19. Y, en el mismo instante, Jesús le
apareció, y le dijo: Maestro, ¿por qué no has dejado de quejarte y de gemir,
durante la noche entera? E Israel repuso: Señor, compadécete de tu ignorante
siervo, escucha mis plegarias, perdóname todos los pecados que he cometido
contra ti por torpeza, y bendíceme. Y Jesús exclamó: Bendito seas, tú y todo lo
que hay en tu casa. Tu fe te ha hecho salvo, y tus pecados te son perdonados.
Ve en paz, y que el Señor permanezca contigo. Dicho esto, Jesús desapareció.
20. E Israel se prosternó en el suelo, y
tomando de él polvo, lo esparció por su cabeza. Y se golpeaba el pecho con una
piedra, y no sabía qué partido tomar. Y volvió a su casa, y, al día siguiente
por la mañana, salió de ella, se dirigió a la plaza pública, y dijo a las
gentes allí reunidas: Oíd todos la sorpresa que se ha apoderado de mí, y los milagros
que Jesús ha hecho en mi casa. Y todos clamaron a una: Cuéntanos eso. E Israel
expuso: Un día, estando en mi casa, hallé a un viejo canoso sentado a mi
puerta, y acompañado de un niño y de su madre. Y los interrogué, y él me
descubrió su pensamiento, diciéndome que quería fijar su residencia aquí. Y lo
recibí, y lo traté con honra, en mi hogar, y tomé a su hijo por aprendiz en mi
taller. Y había acopiado en éste el tejido para teñir de toda la villa. Y,
cerrando la puerta, la sellé, y encomendé al niño la comisión de quedar como
guardián de todo hasta mi regreso, porque, según mi costumbre, iba a buscar por
los alrededores tejido para teñir. Y, al volver, encontré la puerta de mi
morada abierta, y el tejido colocado en una tina de tintura azul. A cuya vistá,
monté violentamente en cólera, y, tomando un celemín, lo arrojé, furioso,
contra Jesús, para castigar su fechoría. Pero el celemín no alcanzó al niño,
sino que cayó a tierra, e inmediatamente, tomó raíz y se llenó de fruto. Y,
ante tal espectáculo, salí con premura, fui en busca del niño, y no lo
encontré. Y retorne a mi casa, y vi, en la tina de tintura azul, tejidos de
diferentes colores. Venid a ser testigos de esta maravilla.
21. Y el juez de la villa y todos los
notables, en gran número, fueron a presenciar prodigio tamaño. Y hallaron todo
el tejido para teñir reunido en la tina. Y, mientras Isarel los iba sacando,
ellos leían la lista de los nombres y comprobaban el color correspondiente a
cada uno. Y él entonces tomaba el color pedido, y lo mostraba a todos en su
específica brillantez. Y se decían los unos a los otros: ¿Quién ha visto jamás
salir de una misma tina esta variedad de resplandecientes tinturas? Y de esta
suerte, tomando cada cual sus efectos, volvieron a sus casas, y dijeron: En verdad,
esto es un milagro de Jesús y una obra divina, no una obra humana. Y muchos
creyeron en su nombre.
22. Luego Israel les mostró el celemín
convertido en árbol arraigado y fructificado. Y, a su vista, algunos
confesaron: No hay duda sino que ese niño es el hijo de Dios. Y el juez ordenó
que sacasen a José de la prisión, y que se lo trajesen. Y, cuando llegó, le
interrogó diciendo: Anciano, ¿dónde está ese niño, por quien se cumplen estos
prodigios y estos beneficios? José repuso: ¡Por la vida del Señor! Dios me ha
dado este hijo, no según la carne, sino según el espíritu. Y la multitud
exclamo: ¡Bienaventurados sus padres, que han obtenido este fruto de bendición!
Y José regresó en silencio a su casa, y refirió a María los milagros de Jesús,
de que había oído hablar, y que había visto. Y María dijo: ¿Qué va a ser de
nuestro Jesús, por cuya causa tenemos que soportar tantas cuitas? Mas José
respondió: No te aflijas, que Dios proveerá, conforme a su voluntad suprema. Y,
cuando pronunciaba estas palabras, sobrevino Israel, y, puesto de hinojos ante
José y María, les pidió el perdón de sus faltas. Y José le dijo: Ve en paz, y
que el Señor te guíe hacia el bien. Empero José y María, desconfiando del juez
y de todos los demás, cerraron la puerta de su casa, y permanecieron en
observación hasta la mañana siguiente.
De cómo la Sagrada Familia
fue a Arimatea, donde Jesús hizo milagros y resucitó muertos
XXII 1. Y José se levantó, tomó a María
y saliendo de la villa, ambos marcharon camino adelante. Y buscaban con la
mirada a Jesús. Y éste se les apareció de súbito, y los siguió hasta el país de
Galilea, a una villa llamada Arimatea, donde tomaron albergue en una casa. Y
Jesús tenía diez años entonces, y circulaba por la villa, para ir al sitio en
que los niños se congregaban. Y, cuando divisaron a Jesús, lo interrogaron,
diciendo: ¿De dónde has venido? Y Jesús contestó: De un país desconocido. Los
niños inquirieron: ¿Dónde está situada la casa de tu padre? Y Jesús repuso: No
podrías comprenderlo. Los niños agregaron: Dinos algo, para que lo sepamos de
ti. Y Jesús replicó: ¿Para qué me lo preguntáis, si lo que yo os dijera, no lo
entenderíais? Los niños insistieron: Háblanos, porque nosotros somos
ignorantes, y tú pareces instruido en todas las cosas. Jesús dijo: Todas las
cosas conozco, en efecto, pero soy extranjero, y no aceptaríais ninguna de mis
palabras. Y los niños dijeron: Te acogemos con amistad, como a un hermano, y
nos someteremos a tus órdenes, conforme a tu albedrío.
2. Y Jesús dijo: Levantaos, vamos. Y los
niños obedecieron, y llegaron todos juntos a cierto sitio, en el que había una
roca muy alta. Y, colocándose enfrente, ordenó a la roca que inclinase su cima
y se sentó en ella, y la roca recobró su posición. Y los niños lanzaron gritos
de sorpresa y, formando círculo alrededor de la roca, miraban a Jesús. Y,
después de haber ordenado a la roca que inclinase otra vez su cima, Jesús
descendió de ella.
3. Y los niños fueron a la villa, para
contar el prodigio hecho por Jesús, el cual huyó. Y uno de los niños, que lo
divisó, le detuvo por sorpresa y se apoderó de él. Y Jesús, volviéndose, le
sopló en el rostro y, en el mismo instante, el niño perdió la vista. Y clamó a
gran voz: Jesús, ten piedad de mí. Y Jesús le puso la mano sobre los ojos, y
éstos se abrieron de nuevo a la luz.
4. Y, un día, los niños se habían
congregado cerca de un pozo, y Jesús fue a reunírseles. Y ellos, al verlo, se
regocijaron. Y Jesús les preguntó: ¿Qué hacéis al borde de este pozo? Y los
niños respondieron: Ven a juntarte con nosotros. Y Jesús dijo: Heme aquí. ¿Qué
deseáis? Y, en el mismo momento en que hablaba así, dos niños jugaban al borde
del pozo. Y sucedió que, disputando, uno de ellos pegó al otro, y lo lanzó al
pozo. Y los demás huyeron de allí, y Jesús, levantándose, marchó a su casa.
5. Y, como algunas personas llegasen
pasa sacar agua, al meter sus cántaros, vieron en medio del pozo a un niño
muerto, y fueron a anunciarlo a la villa. Y los padres llegaron, y vieron a su
hijo ahogado encima del agua. Y lloraban amargamente, y se golpeaban el pecho.
Y era un niño muy hermoso, y de cinco años de edad. Y los padres, deshechos en
llanto, preguntaban: ¿Quién ha causado esta desgracia terrible? Mas, no
encontrando al matador, se dirigieron al juez, para darle cuenta del suceso nefasto.
6. Y el juez ordenó que le trajesen a
los niños, a quienes preguntó: Hijos míos, ¿quién de vosotros mató a ese niño,
arrojándolo al agua? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y el juez dijo: Si
lo sabéis, no contéis engañarme con pretextos y con subterfugios. No hagáis
tal, porque moriréis, y pagaréis inocentes por culpables. Los príncipes y los
grandes les dijeron: No mintáis, y hablad sinceramente. Y los niños clamaron a
una: Si creéis en nuestras palabras, tened entendido que no nos cabe parte alguna
en su muerte. Cayó al agua por accidente, y no pudimos sacarlo del pozo. Y el
juez opuso: Cuando cayó al agua, ¿por qué no gritasteis inmediatamente,
elevando la voz, para que los habitantes de la villa fuesen a salvar al niño,
que respiraba aún? Los niños dijeron: Porque ninguno de nosotros había quedado
allí. Todos lo habían abandonado, y habían huido. Y el juez acrecentó: Si cayó
inadvertidamente y por descuido, habríais gritado y avisado a todos. Pero,
siendo los autores del hecho, habéis huido de allí por temor, y pensáis escapar
a la muerte por vanas excusas. Los niños dijeron: Si quieres condenarnos
injustamente, hágase tu voluntad. Porque cada cual se halla convencido de su
propia inocencia y el que merece la muerte, es el que la realidad del hecho
conoce. Y el juez repuso: Si conociese al culpable, no condenaría al inocente.
7. Los niños dijeron: A nosotros no nos
toca culpa alguna. Nos hallábamos distraídos en el juego, y de nada nos
enteramos hasta que algunos niños huyeron, dando gritos. Nada más sabemos. Y el
juez repuso: Si queréis, yo os diré la verdad. Miraos bien, poned atención, y
compadeceos de vosotros mismos. Y los niños replicaron: Lo hemos revelado todo,
y no nos has oído. Y el juez exclamó: ¡Desconfío del artificio de vuestras
palabras! Los niños repitieron: Si nos condenas injustamente, eso será a cargo
tuyo. Y el juez contestó, furioso: Si no me decís la verdad, os conduciré al
pozo, y os haré perecer ahogados en el agua. Y el niño que era el matador,
repuso: Por mucho que nos atormentes, no podremos confesar una falsedad.
8. Entonces el juez marchó con ellos al
borde del pozo. Y ordenó que desnudasen a los niños, y que los encadenasen en
presencia suya. Y el matador dijo: ¡Oh juez, presenta un testigo, y, entonces
solamente, condénanos. ¿Por qué se nos condenaría a muerte, sin estar
convencido por un testigo? Y el juez dijo: ¿Qué testigo voy a presentar, si
todos los testigos estáis aquí? No saldréis de mis manos, ni a fuerza de
lamentaciones, ni a fuerza de presentes. Y los padres de los niños viéndolos
desnudos ante el juez, en medio de aquel lugar, se quejaban con amargura. Y el
juez dijo: No me conmueven vuestras lágrimas. Y mandó que arrojasen a los niños
al pozo. Mas el que era el matador, se expresó en estos términos: No me arrojes
al pozo, y te indicará quién es el culpable. ¿Dónde está Jesús, el hijo del
viejo? Él es el autor del hecho. Y el juez exclamó: Siendo así, ¿por qué os
dejabais matar, a pesar de vuestra inocencia? Y los niños replicaron: A ti te
toca saberlo, puesto que lo has querido.
9. Entonces el juez hizo citar a Jesús
ante él. Pero, como los que mandó en busca del niño no lo encontraran,
apoderaronse de José, y llevaron a presencia del magistrado, el cual lo
interrogó, diciéndole: Viejo, ¿de dónde has venido a esta villa? Y José
contestó: Soy de un país lejano. El juez inquirió: ¿Dónde está tu hijo, que ha
cometido este delito de homicidio? José repuso: Lo ignoro. El juez dijo: ¿Y no
sabes que ha cometido ese crimen? José dijo: ¡Por la vida del Señor, no lo sé! El
juez aseveró: Si, lo sabes. ¿Y crees que vas a escapar a la muerte? José
exclamó: ¡Oh juez, no condenes injustamente a una inocente criatura! El juez
rearguyó: Si es inocente, ¿por qué ha huido? José replicó: No puedo
explicártelo. Y el juez dijo: No saldrán de la prisión, si no te apresuras a
procurar que comparezca aquí tu hijo.
10. Y, cuando el juez acabó de
pronunciar estas palabras, Jesus se presentó al tribunal de improviso, y
preguntó: ¿A quién buscáis? Respondieron: A Jesús, el hijo de José. Jesús dijo:
Yo soy. Interrogó el juez: ¿Cuándo llegaste a esta villa? Jesús contestó: Hace
largos años que resido en ella. El juez ordenó: Manifiéstame, pues, cuál ha
sido la causa de la muerte violenta de ese niño. Y Jesus afirmó: No lo sé. Mas
los padres del niño clamaron: ¿Pretendes no saberlo, habiendo ahogado a nuestro
hijo en el pozo? Y Jesús repuso: Si es a otro a quien hay que pedir cuenta de
su vida, ¿por qué me calumniáis tan pérfidamente? El juez replicó: No digas
falsedad, porque reo eres de muerte. Mas Jesús aseguró: El testimonio de ellos
es falso y verdadero el mío. Y el juez le dijo: Júralo por la ley del Señor.
Jesús repuso: ¿Por qué mientes ante Dios, y no lo temes? Mas el juez,
respondiendo, dijo: ¿Y qué mal hay en prestar juramento, cuando se es inocente,
y no queda otro recurso para escapar a la muerte? Jesús le contestó: ¿De modo
que crees legítimo pronunciar un juicio injusto? El juez le respondió: Dime lo
que debo hacer. Y Jesús repuso: Demasiado lo sabes, puesto que en juez estás
constituido. Mas el juez repitió: ¿Qué debo hacer? Respóndeme. Y Jesús le
advirtió: Si obrases de buena fe, observarías la justicia. Pero no hay que
esperar de ti eso. Y el juez insistió: Obro conforme a lo que se alcanza. Jesús
dijo: En esto, hablas verdad, mas no aceptas el testimonio que doy de mí mismo.
El juez dijo: Yo no te condeno injustamente. Y Jesús remachó: Si escuchases la
voz de tu conciencia, no condenarías con ligereza a nadie.
11. Empero los niños interrumpieron,
clamando a coro: ¡Oh juez, tú no sabes qué contestarle! Préstanos oído, y te
informaremos de lo que le concierne. ¿O es que no podemos nosotros responderle
una palabra? Jesús les respondió: ¿Qué es lo que vosotros tenéis que decir de
mí? Los niños replicaron: Desde que llegaste a esta ciudad, nos has causado
muchas contrariedades y muchas vejaciones, que hemos perdonado, porque eres
pobre y extranjero. Pero ahora que has ocasionado tal catástrofe, y que nos has
expuesto a la muerte, es justo que te hagamos perecer. Entonces el juez
preguntó: ¿Es éste el niño de quien afirmáis que engaña a los ojos por
prestigios? Los niños respondieron a una: Sí. Mas Jesús observó: Sé que os
habéis ligado todos contra mí, y que queréis condenarme a muerte injustamente.
Y el juez dijo: ¿Cómo puedes pretender que no tienes testigos contrarios, y que
te estimas inocente? Jesús dijo: Si me doy a mí mismo un testimonio verdadero,
¿me creerás? El juez dijo: Sí, te creeré. Y Jesús añadió: Espera un instante,
que voy a darte la prueba.
12. Y, esto dicho, Jesús, profundamente
indignado, se aproximé al muerto, y clamé a voz: Jonathan, hijo de Beria,
yérguete sobre tus pies, abre los ojos, y descubre a quien te precipitó al
pozo. Y, en el mismo instante, el muerto se levantó, abrió los ojos, miró a
todos los allí presentes, y los reconoció, llamándolos por sus nombres. Sus
padres lanzaron un grito y, muy gozosos, lo estrecharon entre sus brazos, y lo
cubrieron de besos. Y lo interrogaron, diciéndole: Hijo mío, ¿qué te devolvió a
la vida? Y él mostró con el dedo a Jesús, el cual le preguntó: ¿Quién fue el
causante de tu pérdida? Y Jonathan repuso: No fuiste tú, señor, sino mi primo
Saraka. El fue quien, después de golpearme, me hizo caer al pozo. Entonces
Jesús dijo: Oíd todos vosotros cómo el muerto acaba de dar testimonio de mí.
Cuando tal vieron, los asistentes al prodigio exclamaron, acometidos de
espanto: En verdad este niño es Dios e hijo del Padre, venido a la tierra. Y
Jesús dijo: Juez inicuo, ¿crees ahora en mi testimonio y en mi inocencia? ¿Has
visto cómo mis actos engañan las miradas, y cuál ha sido mi conducta junto al
pozo? Mas el juez, en su confusión, no le respondió palabra.
13. Y el niño continué con vida hasta el
atardecer, tiempo bastante para que multitud de personas fuesen a comprobar el
milagro hecho por Jesús, a cuyos pies se arrojaban todos, confesando sus
pecados. Luego Jesús dijo al muchachito: Ea, duerme ya, y descansa, en espera
de que el juez de todos los hombres venga a pautar las recompensas, y a imponer
sus justos decretos. Y, cuando Jesús hubo pronunciado estas palabras, el niño
recliné su cabeza sobre el leché, y quedó dormido. Ante cuyo espectáculo, todos
fueron poseídos de pánico, y temieron a Jesús. Y, cuando éste quiso salir, se
pusieron de hinojos ante él, y le suplicaron: ¡Devuelve la vida al muerto! Mas
Jesús no consintió en ello, y les dijo: Injustamente, y a pesar de mi
inocencia, quisisteis condenarme, mas mi justicia me ha librado de la muerte.
Y, después de responderles así, desapareció de sus ojos. Y José, sacado de la
prisión, volvió en silencio a su casa, y contó a María los prodigios realiza.
dos por su hijo. Y los padres del niño muerto fueron, deshechos en lágrimas, a
buscar a Jesús, y, no encontrándolo, rogaron a José: ¿Dónde está tu hijo, para
que venga a resucitar a nuestro difunto? Mas José dijo: Lo ignoro.
De cómo la Sagrada Familia
fue al país de Galilea yio que hizo Jesús con los niños de los hebreos.
Un milagro
XXIII 1. Y José se levantó al despuntar
el día, tomó al niño y a su madre, y, saliendo de la villa, caminaron en silencio.
Y María preguntó a Jesús: Hijo mío, ¿por qué te has escondido así de esas
gentes? Respondió Jesús: Madre mía, guarda silencio, y prosigue tu camino en
paz. Yo haré siempre lo que convenga. Y permanecieron allí seis meses. Y Jesús
circulaba por el territorio de la villa. E iba a sentarse cerca de los niños,
en el lugar en que se reunían los niños, con los cuales mantenía largas
conversaciones. Pero ellos no podían comprender lo que les decía.
2. Después, Jesús conducía a los niños
al borde de un pozo, adonde toda la villa iba a buscar agua. Y, tomando de
manos de los niños sus cántaros, los entrechocaba, o los rompía contra la
piedra, y los echaba al pozo. Y los niños no se atrevían a volver a su casa,
por temor al castigo de sus padres. Y Jesús, al verlos llorar, los llamaba a
sí, y les decía: No lloréis, porque os devolverá vuestros cántaros. E,
inclinándose sobre el pozo, daba órdenes al agua, y ésta sacaba los cántaros
intactos a su superficie. Y cada uno de los niños recogía el suyo, y retornaban
a sus hogares, y contaban a todos los milagros de Jesús.
3. Un día, Jesús llevó consigo a los
niños, y los detuvo cerca de un gran árbol. Y Jesús mandó al árbol que bajase
su ramaje, al cual subió, y sobre el cual se senté. Y mandó al árbol
levantarse, y el árbol se elevó, dominando todo aquel paraje, y Jesús
permaneció en él una hora. Y, como los niños le gritasen, diciéndole que
mandase al árbol bajarse, para subir ellos asimismo, Jesús ordenó al árbol que
inclinase sus ramas, y dijo a sus compañeros: Venid junto a mí. Y los niños
subieron alegremente, y se colocaron en torno a Jesús. Y éste, después de haber
esperado un poco, mandó al árbol bajarse otra vez. Y los niños descendieron con
Jesús, y el árbol recobré su posición.
4. Y sucedió también que otro día que
los niños se encontraban reunidos en cierto lugar, y Jesús estaba con ellos. Y
había allá un muchacho de doce años, atacado, en toda su persona, de dolencias
penosísimas. Leproso, epiléptico, mutilado en las extremidades de sus manos y
de sus pies, había perdido la forma humana, no podía andar, y yacía a un lado
del camino. Cuando Jesús lo vio, se apiadó de él, y le dijo: Niño, muéstrate a
mí. Y el muchacho, despojándose de sus vestidos, quedó desnudo. Y Jesús ordenó
a los ninos que lo extendiesen por tierra, amasé polvo del suelo, lo esparció
sobre el paciente, y dijo: Alarga tu mano, porque curado eres de todas tus
enfermedades. Y, en el mismo instante, toda su piel dañada se separó de su
cuerpo, sus tendones y las articulaciones de sus huesos se afirmaron, y su
carne se volvió como la carne de un recién nacido, y fue limpio. Y se levantó,
llorando, se precipité a los pies de lesus, y se prosterné ante él. Y Jesús le
dijo: Ve en paz. Y marchó alegremente en dirección a su morada, Y, todos los
que se hallaban con él, testigos del milagro que Jesús había hecho, quisieron
verlo, mas no lo encontraron.
De cómo la Sagrada Familia
fue a la villa de Emmaús y cómo Jesús curó a los enfermos.
Milagros operados por él
XXIV 1. En vista de lo ocurrido, María y
José tomaron a Jesús durante la noche, marcharon a una aldea llamada Emmaús,
donde decidieron residir. Y Jesús tenía diez años, y circulaba por la comarca.
Y, un día, saliendo de su albergue, fue a otra aldea llamada Epathaíea o
Ephaía. Y, en su ruta, encontró a un muchacho de quince años, cuya persona
entera era una pura llaga. No podía servirse de sus pies, sino que marchaba
arrastrándose, y, cuando alguien discurría por allí, imploraba su misericordia.
Jesús lo vio de lejos, y pasó por frente a él. Y el leproso le dijo: ¡Niño, te
ruego que me escuches! Por la salud de tus padres, dame una limosna, y Dios te
recompensará tu beneficio. Jesús repuso: Soy pobre e indigente, como tú, y,
además, hijo de un extranjero. ¿Cómo podría darte una limosna? El leproso replicó:
No alegues falsos pretextos. Si te queda en reserva una monedita, un óbolo o un
pedazo de pan, préstame algún pequeño socorro, que demuestre tu generosidad,
pues bien veo a qué clase perteneces, aunque, por la edad, no seas más que un
niño. Yo estimo, en efecto, que eres de elevado linaje, e hijo de un general de
los ejércitos reales, probablemente. Porque tus rasgos te denuncian. No te
ocultes de mí, que noto una presencia distinguida y una belleza extremada.
2. Preguntó Jesús: ¿A qué raza
perteneces? El leproso respondió: A la raza de Israel y a la rama de Judá.
Jesús añadió: ¿Tienes padre y madre? ¿Cuidan de ti? El leproso explicó: Mi
padre ha muerto y mi madre es la que me sirve conforme al capricho suyo. Y
Jesús dijo, extrañado: ¿Cómo así? Y el leproso repuso: Ya ves que estoy
enfermo. Al oscurecer, mi madre viene, y me vuelve a la casa. Al día siguiente,
me trae otra vez aquí. Los viandantes me hacen graciosamente limosnas, y,
gracias a ellas, subsisto. Preguntó Jesús: ¿Por qué no te has presentado a los
médicos, para que te curen? El respondió: Estoy imposibilitado por mi
enfermedad, no podría hacerlo y mi madre apenas cuida de mí. Porque, desde que
me dio a luz, he crecido entre muchos gemidos y dolores. Y, por la violencia y
la atrocidad de mis males, los miembros de mi cuerpo se han relajado y
desunido, los tendones de mis huesos se han consumido en la putrefacción, toda
mi persona se ha cubierto de úlceras, como bien ves.
3. Y Jesús dijo: Conozco médicos que
saben componer un remedio, que da la muerte y la vida. Si quieres aplicártelo,
este remedio será tu curación. El leproso replicó: Desde mi infancia hasta hoy
día, jamás he consultado con ningún médico, y jamás he oído decir que mi mal
haya sido curado por un hombre. Mas Jesús insistió: ¿No te advertí que hay
médicos hábiles, que traen de la muerte a la vida? Y el leproso dijo: ¿Y por
cuál remedio puede un hombre curar semejante estrago? Jesús repuso: Por una
simple palabra, y no por un remedio. Al oír esto, el joven quedó vivamente
sorprendido, y exclamó: ¡He aquí cosas asombrosas! ¿Cómo un mal puede ser
curado sin el auxilio de remedio alguno? Jesús dijo: Existen médicos que, de
una ojeada tan sólo, distinguen las enfermedades mortales de las curables. El
leproso insinuó: Y tú, que cuentas menos edad que yo, ¿de dónde has sacado
tanta ciencia? Jesús repuso: De lecciones oídas y de mi saber propio. Y el
leproso objetó: ¿Por ventura has visto con tus propios ojos que un hombre haya
sido curado de tamaño mal?
4. Y Jesús replicó: Entiendo algo en este
asunto, por ser hijo de médico. El leproso dijo: ¿Afirmas seriamente que
entiendes en este asunto? Jesús dijo: Puedo curar todos los males por una
simple palabra, cuyos efectos he visto, y que he aprendido de mi padre. El
leproso interrogó: ¿De qué país es tu padre, y quién puede ponerme en
comunicación con él? Contestó Jesús: Aquel a quien entregues los honorarios de
tu curación, te presentará a mi padre, y éste te devolverá la salud. El leproso
preguntó: ¿Cuáles son los honorarios que reclamas de mí? Respondió Jesús: Poca
cosa: un sextario de monedas, en oro y en plata, piedras preciosas de bella
agua y perlas finas de alto valor. El leproso, que tal oyó, se echó a reír con
amargura, y dijo: ¡Por la vida del Señor, que ni he oído siquiera el nombre de
esas cosas! Pero escucha. Tu edad es la de un niñoo, y todo te resulta cómodo,
por ser hijo de padre noble y vástago de una casa principal. Yo, pobre como
soy, no te parezco más que un objeto de irrisión y de burla. ¿De dónde me
vendría esa opulencia de que me hablas? Y Jesús lo reprendió, diciendo: ¿Por
qué te enojas así? Todo lo que te dije, fue por pura benevolencia.
5. Y el leproso declaró: Varias veces se
me ha puesto a prueba. Y tú también ves perfectamente que no poseo nada excepto
el vestido que me cubre, y el alimento diario, que Dios nos dispensa a mi madre
y a mí. Jesús preguntó: Entonces, ¿cómo quieres curarte, teniendo las manos
vacías? Respondió el leproso: Dios vendrá en mi ayuda. Jesús dijo: Bien sé que
Dios puede hacer todo lo que le piden los que lo invocan con fe. Mas, con todo
eso, ¿cómo curarte, puesto que eres pobre? El leproso dijo: Mucho me admira que
gastes tantas palabras para abrumarme. Jesús indicó: Conozco un tanto las cosas
de la ley. Y el leproso dijo: Si has leído a menudo los mandamientos de Dios,
sabrás cómo debe tratarse a los pobres y los indigentes. Jesús completó: Hay
que usar con ellos de amor y de misericordia. Y el leproso refrendé, con llanto
en sus mejillas: Has hablado con verdad y con bondad. Compadécete, pues, de mí,
y el que es dispensador de todos los bienes, te lo devolverá.
6. Cuando Jesús lo vio bañado en
lágrimas, se enterneció, y le dijo: Sí, me compadezco de ti. Y, en el mismo
instante, extendió su mano, y tomó la del leproso, diciendo: Levántate,
yérguete sobre tus pies, y ve en paz a tu casa. Y, tan pronto pronunció estas
palabras Jesús, el leproso se levantó, e inclinándose, se prosterné ante él, y
le dijo: Dios te trate amorosa y misericordiosamente, como tú me has tratado. Y
Jesús repuso: Ve en paz, y no digas a nadie nada de lo que te hice. Y el
leproso lo consultó, diciendo: Si alguien me pregunta quién me curé, ¿qué he de
contestar? Jesús repuso: Que un niño, hijo de un médico, que pasaba por el
camino, te vio, se compadeció de ti, y te devolvió la salud. Y el muchacho
curado se prosternó de nuevo a los pies de Jesús, y volvió, gozoso, al lado de
su madre.
7. Y, cuando su madre lo vio, lanzó un
grito de júbilo, y le dijo: ¿Quién te ha curado? Y él dijo: Me ha curado, por
una simple palabra, el hijo de un noble médico, que se encontró conmigo. Al oír
estas palabras, la madre y todos los que estaban allí, se congregaron alrededor
del muchacho, y le preguntaron: ¿ Dónde está ese médico? Y él contestó: No lo
sé, y, además, me ordenó que no descubriese a nadie la caridad que usó con mi
persona. Y los que oían desde lejos el prodigio que había pasado, se admiraban,
y decían: ¿Quién es ese niño, que posee tal don de ciencia, y que opera
milagros tan insignes? Y muchos creyeron en su nombre. Y deseaban verlo, mas no
podían, porque Jesús se había ocultado a sus ojos.
De cómo el ángel advirtió a José que
Iuese al pueblo de Nazareth
XXV 1. Y un miércoles, día cuarto de la
semana, el ángel del Señor apareció a José, en una visión nocturna, y le dijo:
Levántate, toma al niño y a su madre, y ve al pueblo de Nazareth, donde fijarás
tu residencia, y de donde no te alejarás. Construirás allí una casa, y
habitarás en ella durante largo tiempo, hasta que Dios, en su bondad, te dé
otro aviso. Y, habiendo dicho esto, el ángel lo abandonó. Y, al día siguiente,
José se levantó temprano, tomó al niño y a su madre, y fue al pueblo de
Nazareth, a la casa en que moraban antes, y en la que permanecieron dieciocho
años. Y Jesús tenía doce, cuando llegó a Nazareth, lo que da la suma de treinta
años.
2. Y el día segundo de la semana, Jesús
salió de Nazareth, y fue a sentarse en un paraje del camino. Y divisó a dos
muchachos que avanzaban, y que disputaban entre sí violentamente. Y vinieron a
las manos, y se pegaron el uno al otro. Mas, cuando vieron a Jesús, cesaron de
pelear, y, aproximándose, se prosternaron ante él. Jesús les ordenó que se
sentasen, y lo hicieron así. Y Jesús les preguntó: Niños, ¿de qué proviene
tamaña cólera? ¿Qué desacuerdo os divide, para que cambiéis golpes con tal
violencia? Uno de los dos, que era el más joven, repuso: Es que no hay aquí
juez que nos juzgue en derecho. Jesús dijo: ¿Cómo os llamáis? El más joven
respondió: Mi nombre es Malaquías, y el de éste Miqueas. Somos dos hermanos,
unidos por sentimientos de familia. Y Jesús objetó: ¿Por qué, pues, os tratáis
tan animosa e injuriosamente?
3. Malaquías expuso a Jesús: Ruégote,
niño, que escuches lo que decirte quiero. Mi hermano es mayor que yo, que soy
su segundón. Y se esfuerza en tratarme inicuamente, lo que no le permito en
modo alguno. Pronuncia, por tanto, entre nosotros, un juicio equitativo. Jesús
replicó: Explícame en qué consiste el motivo de vuestro disgusto. Miqueas
observó: Parece que eres hijo de juez y descendiente de grandes monarcas. Jesús
refrendé: Tú lo has dicho. Y Miqueas exclamó: ¡Dios te recompense, a ti y a tus
padres, si hoy traes, a mi hermano y a mí, la justicia con la paz!
4. Mas Jesús dijo: ¿Quién me puso por
juez o partidor sobre vosotros? Bien comprendo que no queréis someteros a mis
mandatos. Los dos hermanos replicaron: No digas eso, ni nos hagas tamaña
afrenta. Nos tomas por niños ignorantes. Tenemos, sin embargo, letras, y
conocemos la ley divina. Jesús indicó: Ante todo, contraed el compromiso de no
engañaros mutuamente, y de hacer lo que yo exija. Y los muchachos clamaron a
una: Tomamos por testigo a la ley divina, y juramos sobre sus mandamientos
obedecer tus órdenes, como órdenes emanadas de la Puerta Real. Y Jesús
repuso: Reveladme la verdad, para que la oiga de vosotros.
5. Y Malaquías dijo: Somos dos hermanos,
que quedamos huérfanos de padre y madre. Nuestros progenitores nos dejaron una
herencia, y personas extrañas a la familia retienen por usurpación nuestro
patrimonio. Y disputamos entre nosotros, porque mi hermano trata de desposeerme
injustamente, y yo no me presto a ello. Y Jesús preguntó: Cuando murieron
vuestros padres, ¿a quién os confiaron en calidad de tutor o encargado, hasta
que alcanzaseis la edad de la razón? Los niños dijeron: Ninguno de los dos se
acuerda de nuestros padres. Jesús los interrogó: ¿Por qué, pues, os querelláis
el uno con el otro? Y Malaquías contestó: Mi hermano procura perjudicarme,
alegando que es el mayor. Mas Jesús repuso: No obréis así. Si queréis
escucharme, haced paces, y repartid amistosamente vuestros bienes. Y Miqueas
dijo a Jesús: Niño, reconozco que procedes con cordura, al hablarnos de
conciliación. Empero cuanto al juicio que pronuncias, es muy distinto, y óyeme
lo que decirte quiero. Cuando murieron nuestros padres, yo tenía más edad que
mi hermano, que la tenía muy corta aún, y me empleé, con muchos esfuerzos, en
reconstituir nuestro patrimonio, que estaba devastado y en el abandono más
completo. Yo solo realicé ese trabajo penoso, y mi hermano no sabe nada de
ello.
6. Jesús lo hizo observar: Pero es tu
hermano, y es un niño. Hasta hoy, lo has sustentado y nutrido por caridad. No
le hagas daño ahora. Id, y repartid vuestros bienes con equidad. Guardaos mutuo
afecto, y la paz de Dios será con vosotros. Y ellos, obedientes a los deseos de
Jesús, se prosternaron ante él. Y, cayendo el uno en los brazos del otro, se
besaron, y dijeron a Jesús: Hijo de rey, por cuya mediación se ha restablecido
la armonía entre ambos, Dios glorifique tu persona y tu santo nombre por toda
la tierra. Te rogamos que nos bendigas. Y Jesús repuso: Id en paz. y que el
amor de Dios permanezca en vosotros.
7. Y, luego que Jesús hubo hablado de
esta suerte, se prosternaron de nuevo ante él, y se fueron a su casa. Y Jesús
regresó a la suya de Nazareth, junto a María. Y su madre, al verlo, le
preguntó: ¿Dónde has estado el día entero, sin comprender que ignoro lo que
pueda ocurrirte, y que me alarmo por ti, al pensar que andas solo por sitios
apartados? Y Jesús respondió: ¿Qué me quieres? ¿No sabes que debo, de aquí en
adelante, recorrer la región, y cumplir lo que de mí está escrito? Porque para
esto es para lo que he sido enviado. María opuso: Hijo mío, como no eres
todavía más que un niño, y no un hombre hecho, temo de continuo que te suceda
alguna desgracia. Mas Jesús advirtió: Madre mía, tus pensamientos no son
razonables, porque yo sé todas las cosas que han de venir sobre mí. Y María
replicó: No te aflijas por lo que te dije, pues muchos fantasmas me obsesionan,
e ignoro lo que he de hacer. Y Jesús preguntó: ¿Qué piensas hacer conmigo?
Respondió su madre: Eso es lo que me causa pena, porque tu padre y yo hemos
cuidado de que aprendieses todas las proflsiones en tu primera infancia, y tú
no has hecho nada, ni te has prestado a nada. Y ahora, que eres ya mayorcito,
¿qué quieres hacer, y cómo quieres vivir sobre la tierra?
8. Al oír esto, Jesús se conmovió en su
espíritu, y dijo a su madre: Me hablas con extrema inconsideración. ¿No
comprendes las señales y los prodigios que he hecho ante ti, y que has visto
con tus propios ojos? Y continúas todavía incrédula, a pesar del tiempo que
llevo viviendo contigo. Considera todos mis milagros y todas mis obras, y toma
paciencia por algún tiempo, hasta verlas cumplidas, puesto que aún no ha venido
mi hora, y permanece firmemente fiel. Y, habiendo dicho esto, Jesús salió de la
casa con premura.
Sobre las numerosas curaciones que
Jesús realizó en el pueblo, en la aldea y en dilerentes lugares
XXVI 1. Un día, Jesús, que había salido
de su casa, recorría, solo, el país de los galileos. Y, habiendo llegado a una
aldea, que se llamaba Buboron o Buasboroín, encontró allí a un hombre de
treinta años, que estaba muy incomodado por la vehemencia de su mal, y que
yacía tendido sobre su lecho. Cuando Jesús lo vio, se compadeció de él, y le preguntó:
¿De qué raza eres? El hombre repuso: De raza siria y del país de los sirios.
Jesús añadió: ¿Tienes todavía padre y madre? El hombre dijo: Sí, y mis padres
me han expulsado de su hogar. Errante ando por doquiera, para buscar mi
sustento diario, mas no poseo domicilio en parte alguna. Jesús inquirió: ¿Y
cómo has podido salir de tu país? Respondió el hombre: Se me trataba, unas
veces contra salario, y otras para pagarme. Jesús continuó: ¿Por qué has venido
a este país? El hombre contestó: Para pedir limosna, y para subvenir a mis
necesidades materiales. Y Jesús sentenció con gravedad: Si soportas con calma
tus tormentos, encontrarás más tarde el reposo. A lo que el hombre replicó:
Pueda o no pueda, los soporto y los acepto con júbilo.
2. Y Jesús dijo: ¿A qué dios sirves? El
hombre repuso: Al dios Pathea. Y Jesús le preguntó: ¿Encuentras, pues justo que
te halles en este estado? El hombre manifestó: He oído decir a mis padres que
ese dios es el dios de los sirios, y que puede hacer a los hombres todo lo que
le place. Interrogó Jesús: ¿Cuál es tu nombre? El hombre dijo: Hiram. Y Jesús
lo conminó, diciendo: Si quieres curarte, abandona ese error. Hiram dijo: ¿Y
cómo he de dar crédito a tu propuesta? Porque tú eres todavía un niño, mientras
que yo soy ya un varón adulto. Y Jesús le preguntó: El dios de tu culto ¿tiene
el poder de devolverte la salud y la vida por una simple palabra? Y Jesús
añadió: Si crees de todo corazón, y si confiesas que hay un Dios del cielo y de
la tierra, que ha creado el mundo y el hombre, tal Dios es capaz de curarte.
Hiram apuntó: No he oído hablar de él. Jesús dijo: Sea. Pero cree
sencillamente, y tu alma vivirá. Hiram le preguntó: ¿Y cómo hacer ese acto de
fe?
3. Respondió Jesús: He aquí la fórmula.
Creo que es un Dios muy alto, el Padre creador de toda cosa, y creo en su Hijo
único y en el Espíritu Santo, trinidad y divinidad una y perfecta. Hiram
repuso: Creo lo que me dices. Entonces Jesús le habló, interrogándolo: ¿No te
has presentado a alguien, para que te cure? E Hiram exclamó: ¿Qué médico podría
librarme de tan grave enfermedad? Jesús dijo: Aquel a quien pagues, lo podrá
fácilmente. Hiram opuso: Pobre como soy, nada tengo que dar, y nadie hace la
caridad gratuitamente. Y Jesús objetó: ¿No has dicho tú mismo antes que has venido
de un país lejano, que has recorrido numerosas comarcas, y que has recibido
limosnas? ¿Por qué dices ahora falsamente que no tienes con qué pagar? Hiram
repuso: ¡Perdona, niño! Lo que te he dicho es que nada tengo que dar, excepto
el alimento que recibo al día, y el vestido que me cubre.
4. Y Jesús, viéndolo llorar, exclamó:
¡Oh hombre, dirígeme tu demanda! ¿Qué puedo hacer por ti? Y respondio Hiram:
Haz por mí todo lo que te plazca, y gratifícarne con algún socorro. Y Jesús,
extendiendo la mano, tomó la suya, y le ordenó: Levántate, yérguete sobre tus
pies, y ve en paz. Y, en el mismo momento, el hombre quedó curado de sus males.
Y cayó llorando de hinojos ante Jesús, y le hizo la siguiente petición: Señor,
si quieres, te seguiré en calidad de discípulo. Mas Jesús le dijo: Vuelve en
paz a tu casa, y cuenta todo lo que he hecho por ti en este encuentro. Y el
hombre se prosternó de nuevo ante Jesús, y marchó a su país.
De cómo se cumplieron las tradiciones
escritas por los profetas y sobre las cosas sorprendentes que hizo Jesús
XXVII 1. Y de nuevo fue Jesús llevado del
Espíritu a la villa de Nazareth. Y circulaba siempre por los Sitios retirados.
Y los que lo veían se sorprendían y murmuraban entre sí: Verdaderamente, el
niño Jesús, el hijo del viejo, tiene el aire despierto e inteligente. Algunos
refrendaban: Cierto es lo que decís. Mas Jesús no se manifestaba a ellos, a
causa de su incredulidad.
2. Y sucedió que, aproximándose la gran
fiesta, Jesús quiso ir a Jerusalén. Y, en el curso del viaje, se encontró con
un viejo canoso que se sostenía sobre dos cayadas, las cuales desplazaba
alternativamente, dejándose caer de la una a la otra. Y estaba enfermo de los
ojos y de los oídos. Al verlo, Jesús se sorprendió, y le dijo: Bien hallado
seas, viejo cargado de años. Y el anciano contestó: Bien hallado seas, niño,
hijo único del gran rey, y primogénito del Padre. Y Jesús indicó: Siéntate
aquí, reposa un poco, y luego proseguiremos nuestra ruta. El viejo asintió,
diciendo: Hijo mío, cumpliré tu orden. Y, cuando se hubieron sentado, Jesús se
puso a interrogarlo en estos términos: ¿Cuál es tu nombre, anciano? ¿De qué
raza eres? ¿De qué país has venido a éste?
3. Y el viejo contestó: Mi nombre es
Baltasar, soy de raza hebraica, y vengo del país de la India. Jesús le preguntó:
¿Qué buscas aquí? Y el viejo expuso: Mi padre era un príncipe noble e iniciado
en el arte de la medicina, cuya práctica me enseñó. Pero ahora estoy impotente,
y mi intención es ir a Jerusalén, para mendigar, y ganar así mi vida. Jesús le
hizo observar: Siendo hijo de médico, ¿cómo no puedes curarte a ti mismo? El
viejo repuso: Mientras fui joven, fuerte y robusto, practiqué la medicina. Pero
cuando la falta de salud me puso a prueba, perdí todo vigor, y hoy no soy ya
capaz de nada. Jesús dijo: ¿Fue durante tu infancia o en tu ancianidad cuando
la dolencia se apoderé de ti? Y el viejo repuso: Treinta años tenía, cuando
este mal me atacó, y todo mi cuerpo fue presa de un temblor general.
4. Al oír esto, Jesús se sorprendió, y
le dijo: ¿Qué especie de tratamiento te aplicas? El viejo contestó: A tal
enfermedad, tal remedio. Mas Jesús le preguntó: ¿Sabes resucitar a los muertos,
hacer andar a los cojos, purificar a los leprosos, expulsar a los demonios,
curar todas las enfermedades, no con remedios, sino por una simple palabra? Al
oír esto, el viejo se sorprendió, y dijo, riendo: Me admiras mucho, porque todo
eso es una operación prodigiosa e imposible para el hombre. Jesús replicó: ¿Y
por qué te admiras? Y el viejo dijo: Porque, siendo todavía un niño, ¿cómo
puedes saber todo eso? Jesús contestó: Nadie me lo enseñó, sino que lo sé por
mí mismo. Y el viejo concedió: Si es como lo afirmas, de Dios y no de los
hombres has recibido ese don. Jesús respondió: Tú lo has dicho. Entonces el
viejo murmuré: Paréceme que entiendes el arte de la medicina. Y Jesús declaró,
diciendo: Mi Padre posee el poder de hacer todo eso.
5. Y el viejo le dijo: No ha habido
nunca discípulo sin instrucción de su maestro, ni hijo sin enseñanza de su
padre. Te ruego que uses de caridad conmigo, y el Señor te concederá una vida
que largos años dure. Jesús dijo: Bien hablas, mas yo no puedo hacer esto
gratuitamente. Dame, pues, una retribución proporcionada a mi trabajo. El viejo
indicó: ¿Y qué retribución es la que pides? Jesús dijo: Poca cosa: oro, plata,
todo lo que por escrito acordemos bajo contrato. A estas palabras, el viejo
rompió a reír. Luego, reflexionando, pensó: ¿Qué hacer? Porque este muchacho se
burla pérfidamente de mí. Y, en voz alta, se quejó, diciendo: Niño, ¿por qué te
mofas de un viejo como yo? Se da limosna a los pobres, sobre todo a los
ancianos, y no se los pone en irrisión. Y Jesús lo hizo observar: Empezaste
elogiándome grandemente, y ahora me censuras. El viejo contestó: Es que me has
irritado gravemente. Y dijo Jesús: No te encolerices porque, no siendo más que
un muchacho, haya querido entablar conversación contigo. Entonces el viejo
respondió a Jesús, y dijo: ¿Por qué no me pides una cosa razonable, a fin de
sacar provecho de mí? Pues ¿de dónde vendría esa fortuna que me reclamas?
6. Y Jesús replicó: ¿No me has asegurado
antes que eras de gran familia, hijo de príncipe y descendiente de una casa
real? El viejo otorgó: Y nada falso te aseguré, puesto que poseía una enorme
fortuna. Pero, cuando me hirió la enfermedad, todo lo perdí. Y Jesús le
preguntó: ¿Qué preferirías: recuperar tus opulentos tesoros, o hallarte en
cabal salud? El viejo respondió: Valdríame más ser hijo de un mendigo, pero no
estar enfermo. Y Jesús dijo: Si tal es tu deseo, abóname el precio de mi labor.
Dijo el viejo: No me atormentes con tan largos discursos. ¿Por qué te obstinas
en hostigarme con esas trampas y con esos engaños? Jesús repuso: ¿En qué hablé
demasiado? ¿Y qué consejo he recibido de ti? El viejo exclamó: Por amor de
Dios, no me exasperes, porque estoy gravemente enfermo. No me enojes. Ten un
poco de paciencia. Nada más he de contarte. Pero, por poseer facultades
bastantes para socorrerte, me compadezco de ti. El viejo exigió: Enuncia tus
prescripciones. Y, respondiendo, Jesús le dijo: Dame una pequeña recompensa por
mi trabajo, y te curaré. Y el viejo replicó: Dios te dará abundante recompensa
por tu trabajo. Cuanto a mí, tanto me importa morir como seguir con vida. Y
Jesús le indicó: Tu curación no es tan difícil como crees. El viejo dijo: Nada
poseo más que un pedazo de pan y dos óbolos. Jesús comenté, festivo: ¡He aquí
el descendiente de gentes ricas en extremo! Entonces el viejo montó en cólera,
y exclamó, llorando: Verdaderamente, ¿he de sufrir todavía a este niño, que ya
me ha incomodado en grado sumo? Y Jesús dijo: ¡Viejo, no te enojes! Ten un poco
de paciencia, para que tu alma viva.
7. El viejo rezongó: Demasiada paciencia
usé contigo, sin encontrar en ti asomos de piedad. Y, como el viejo hubiese
dicho esto, siempre entre lágrimas, Jesús le preguntó: ¿Adónde vas? Respondió
el viejo: A la ciudad de Jerusalén, para mendigar mi pan. Y, si vienes en pos
mío, te daré la mitad de los recursos con que Dios sea servido de gratificarme.
Jesús interrogó: ¿A qué Dios sirves? Y el viejo contestó: Al Dios de mis
padres. Advirtió Jesús: Ahí está justamente la causa de tu aflicción. Si
quieres ser perfecto, abandona la religión de tus padres, a fin de ser salvo en
alma y en cuerpo. El viejo dijo: ¿Y cómo podría dar fe a tus palabras? Replicó Jesús:
Varias veces me has puesto a prueba, y nada has conseguido. Y, al oír esto, el
viejo reflexionó, diciéndose: Mucho temo que este niño no esté jugando
insidiosamente conmigo. Mas Jesús le ordenó: Viejo, responde a la cuestión que
te he planteado.
8. Y el viejo dijo: Estoy en duda, y no
sé qué hacer, ni qué responder a esa cuestión. Me parece que Dios te ha enviado
a mí, y que eres el Señor, el que sondea el pensamiento de los hombres. Dame,
pues, a conocer lo que me es necesario. Jesús exclamó, solemne: ¿Crees que
existe un Dios creador de todas las cosas y su Hijo único y el Espíritu Santo,
trinidad y única divinidad? El viejo repuso: Sí, lo creo. Y Jesús extendió la
mano sobre el viejo, y dijo: Libre quedas de tu azote, y curado de tu mal. Y,
en el mismo instante, la curación fue un hecho. Y el viejo, cayendo a los pies
de Jesús, le confesó sus pecados. Y Jesús le dijo: Perdonados te son. Ve en
paz, y el Señor sea contigo. El viejo exclamó: Te ruego que me digas cómo te
llamas! Y Jesús repuso: ¿Para qué necesitas saber mi nombre? Ve en paz.
9. Y el viejo, inclinándose, se
prosternó de nuevo ante Jesús, y se marchó apaciblemente en dirección a
Jerusalén. Y, cuando los habitantes de esta ciudad vieron al viejo inmune, le
preguntaron: ¿Quién te curó? Y el viejo dijo: Me curó, por una simple palabra,
un hijo de médico, que encontré en mi camino. Ellos dijeron: ¿Quién es ese
médico? El viejo confesó: No lo sé. Y ellos fueron en su busca, y no lo
encontraron, porque Jesús había huido de aquel lugar, y vuelto a Nazareth. Y el
viejo publicó por doquiera el milagro que en él se había cumplido.
Sobre el juicio que Jesús pronunció
entre dos soldados
XXVIII 1. Y sucedió, a los quince días,
que Jesús pensó en mostrarse un poco a los hombres. Y, como fuese por un camino,
encontró a dos soldados que, durante su marcha, disputaban con gran violencia,
y que querían tomar uno de otro sanguinolenta venganza. Y, cuando Jesús los
divisé desde lejos, se dirigió hacia ellos y les preguntó: ¿Por qué, soldados,
estáis tan llenos de furia, y en plan de mataros el uno al otro? Pero ellos
tenían el corazón tan henchido de cólera y de rabia, que no le respondieron. Y,
como llegasen a cierto paraje, ante un pozo, se sentaron cerca del agua, y se
amenazaban entre sí, con injurias. Y Jesús, que se había sentado también junto
a ambos, prestaba oído a la verbal contienda. Y uno de los dos, el que era más
joven, reflexioné, y se dijo: Él es mayor, yo menor, y conviene que me someta.
¡Desventurado de mí! Pero ¿por qué ponerle furioso, contrariándole? Me rendiré
mal de mi grado, al suyo.
2. Y, como después el soldado mirase a
su alrededor, vio a Jesús sentado tranquilamente, y le preguntó: ¿De dónde
vienes, niño? ¿Adónde vas? ¿Cuál es tu nombre? Y Jesús respondió: Si te lo
digo, no me comprenderías. El soldado interrogó: ¿Viven tu padre y tu madre? Y
Jesús respondió: Mi Padre vive, y es inmortal. El soldado replicó: ¿Cómo
inmortal? Jesús repuso: Es inmortal desde el principio. Vive, y la muerte no
tiene imperio sobre él. El soldado insistió: ¿Quién es el que vive siempre, y
sobre quien la muerte no tiene imperio, puesto que afirmas que a tu padre le
está asegurada la inmortalidad? Dijo Jesús: No podrías conocerlo, ni aun
alcanzar de él la menor idea. Entonces el soldado le preguntó, diciendo: ¿Quién
puede verlo? Y, respondiendo él, dijo: Nadie. E interrogó el soldado: ¿Dónde
está tu padre? Y él contestó: En el cielo, por encima de tierra. El soldado
inquirió: Y tú ¿cómo puedes ir a su lado? Jesús repuso: Yo he estado siempre
con él, y hoy todavía con él estoy. El soldado indicó, confuso: No comprendo lo
que dices. Y Jesús aprobó: Ello es, en efecto, incomprensible e inexpresable.
El soldado añadió: ¿Quién, pues, puede comprenderlo? Jesús dijo: Si me lo
pides, te lo explicaré. Y el soldado encareció: Te ruego que así lo hagas.
3. Y Jesús expuso: Estoy sin padre en la
tierra, y sin madre en el cielo. El soldado objetó: ¿Cómo has nacido, y cómo te
has alimentado? Jesús dijo: Mi primera generación procede del Padre antes de
los siglos, y mi segunda generación tuvo lugar sobre este suelo. Mas el soldado
prosiguió objetando: ¿Cómo? ¿Se vio nunca que quien nació de su padre, renazca
de su madre? Jesús advirtió: No lo entiendes como es debido. Y el soldado
replicó: ¿Cuántos padres y cuántas madres tienes? Contrarreplicó Jesús: ¿No te
lo dije ya? Yo tengo un Padre único, y, con él, allá arriba, nací sin madre. Yo
tengo una madre única, y, con ella, aquí abajo, nací sin padre. El soldado
opuso: Primero dices que has nacido de tu padre, sin haber tenido madre, y
después dices que has nacido de tu madre, sin haber tenido padre. Jesús
concedió: Así es. El soldado exclamó: ¡Prodigiosa manera de nacer y de existir!
¿De quién eres hijo, pues? Jesús afirmó: Soy hijo único del Padre, vástago
carnal surgido de mi madre, y heredero de todas las cosas. Y el soldado
argumentó todavía: Tu padre, ¿no ha conocido a tu madre? ¿Cómo entonces tu
madre te ha concebido en su vientre, y te ha traído al mundo? Dijo Jesús: Por
efecto de una simple palabra de mi Padre, sin sospecha de una aproximación a él
por parte suya, y sin la idea siquiera de esta aproximación. Rearguyó el
soldado: ¿Cómo puedes conciliar las voluntades de tu padre y de tu madre, y
complacer los deseos del uno y de la otra? Respondió Jesús: Estoy con mi Padre
en el cielo, y permanezco con él por toda la eternidad, y habito con mi madre
en la tierra.
4. El soldado exclamó: ¡Sorprendente es
lo que dices! Y Jesús repuso: ¿Y por qué me planteas la cuestión sobre la que
me interrogas, y que no puedes comprender? Mas el soldado dijo: Si te he
interrogado, ha sido con objeto de inducirte a que te pongas a nuestro
servicio. Además, he reconocido que eres vástago de una ilustre familia real.
Dios te glorifique en todo lugar y en todo tiempo, y te haga obtener la
herencia de tu padre.
5. Y Jesús le contestó, diciendo:
Bendito seas de Dios. Pero informadme sobre el motivo de vuestra querella. Y el
soldado dijo: Yo te explicaré todo el asunto, y tú pronunciarés entre nosotros
una justa sentencia. Jesús dijo: Sí. Contadme el caso. Y el soldado expuso:
Somos del país de los magos y de una casa real. Hemos seguido a los reyes que
llegaron a Bethlehem con numerosas tropas y con ricos presentes en honor del
recién nacido rey de los israelitas. Cuando los reyes volvieron a Persia, nosotros
fuimos a la ciudad de Jerusalén, y, por amor de Dios, nos convertimos en
compañeros y como en hermanos el uno del otro. E hicimos un pacto de alianza,
comprometiéndonos por juramento a no separarnos hasta morir, y repartirnos, en
amistad perfecta y con equidad mutua, todos los provechos que Dios nos enviase.
6. Y, como nos alistásemos en la guardia
del palacio de un gran jefe del reino, mi poderoso príncipe me envió con un
mensaje a un país lejano, donde permanecí largo tiempo. Se me recibió allí con
benevolencia y con honra, como la etiqueta de las cortes reales prescribe
hacer, concediendo a los portadores de mensajes las deferencias que les son
debidas. Por la gracia de Dios, volví satisfecho y, de todo lo que gané, nada
oculté a mi amigo y estoy pronto a repartirlo con él. Mi camarada partió
también con una tropa de caballeros y regresó a su casa, después de haber
obtenido un rico botín. Yo le pido que reparta conmigo el haber que ha traído
de su expedición y él se niega a ello y, en cambio, me reclama ásperamente la
deuda que de mí le corresponde. Y, ahora, ¿qué me ordenas que haga?
7. Y Jesús dijo: Si queréis escucharme,
y obrar con rectitud, no os engañáis mutuamente, y no olvidáis vuestros
compromisos, antes bien, haced lo que habéis prometido cumplir con toda
solemnidad. Repartid vuestras ganancias equitativamente, conforme al uso de la
regla humana y a lo que habéis jurado sobre la ley divina. No mintáis en
presencia de Dios y no os frustréis el uno al otro injustamente, si queréis
vivir en amistad recíproca.
8. Empero el otro compañero, el que
tenía más edad, manifestó: Niño, el juzgar en verdadero derecho, no te
concierne en modo alguno. Yo estuve en el campo de muerte, corrí mil peligros y
a duras penas pude tornar a mi hogar. Él, rodeado de un aparato principesco,
visitó los palacios de los reyes y volvió con presentes numerosos. Es, pues,
justo que me dé una parte de lo suyo y que yo no le dé nada de lo mío.
9. Mas Jesús replicó: No sabes lo que
dices, soldado. Si, a la ida o a la vuelta, hubiera él sufrido de los enemigos
todo género de vejaciones, ¿qué parte le hubieras dado tú? Y añadió: Si quieres
repartir lo tuyo con él en plan de amistad, descubre claramente tu pensamiento.
Y, pronunciadas estas palabras, Jesús se calló.
10. Entonces, el soldado de menos edad
se incorporó, se puso de hinojos ante su colega, y le dijo: Perdona, hermano,
que te haya contrariado gravemente, y haz ahora lo que gustes. Yo repartiré,
pero no viviré más contigo en relación de comunidad. Tú has adquirido
importancia, y te has convertido en el asesor de los reyes. Yo soy pobre, me
veo sin recursos, y tomará lo que buenamente quieras darme. Entonces Jesús,
mirándolo, lo amó, y se llenó de piedad, al ver su mansedumbre. Porque el mayor
era violento, por ser hijo de pobre, y el menor era humilde, por ser vástago de
casa grande.
11. Y Jesús dijo al último: Según lo que
me referiste al principio, fuisteis a Bethlehem, en la comitiva de los magos.
¿Visteis con vuestros propios ojos a aquel rey recién nacido, que había venido al
mundo? El soldado más joven repuso: Sí, lo vi, y lo adoré. Jesús preguntó: ¿Y
qué pensaste de él? ¿Qué fe tienes en él? El soldado respondió: Es el Verbo
encarnado, enviado por Dios. Y, conducidos por una estrella, fuimos a
visitarlo, y lo encontramos nacido de lá Virgen y acostado en la caverna. Jesús
apuntó: He oído decir que vive todavía. El soldado confesó: No lo sé. Pero he
oído decir que lo mataron por orden de Herodes, después de haber sido éste
engañado por los magos. Algunos afirman que, por causa suya, Herodes hizo
perecer a los niños de Bethlehem. Otros pretenden que su padre y su madre
huyeron con él a Egipto. Jesús comentó: Estás en lo cierto, pero repito que he
oído decir que vive todavía. Ahora que no falta quien asegure que no era lo que
se creía, sino un impostor y un seductor. El soldado rectificó: No propagues
sobre él difamaciones que no podrías probar, porque todos los que lo han
visto, aseguran que es el rey de Israel. Mas Jesús opuso: ¿Por qué entonces el pueblo de Israel no ha creído en él?
visto, aseguran que es el rey de Israel. Mas Jesús opuso: ¿Por qué entonces el pueblo de Israel no ha creído en él?
12. Y los soldados dijeron: Lo
ignoramos. Y Jesús interrogó: ¿Cómo os llamáis? Y un soldado contesté: Mi
nombre es Khortar. Y el otro: Mi nombre es Gotar. Jesús añadió: ¿A qué dios
servís? Los soldados repusieron: Cuando vinimos a este país, estábamos
seducidos por los falsos dioses del nuestro, y practicábamos el culto del sol.
Y Jesús expuso: Volviendo a vuestro pleito, ¿cómo pensáis resolverlo? Y los
soldados replicaron: Haz lo que te sugiera tu buen juicio, pues nos has
aparecido hoy como un juez entre ambos. En efecto: desde que nos has visto,
cesó nuestra indignación precedente, y la gracia de Dios descendió sobre
nosotros. Y, mientras con nosotros has departido, nuestros corazones se han
llenado de un vivo júbilo.
13. Y Jesús hizo entre los dos un
reparto equitativo, y los soldados se conformaron con su decisión. Y él los
bendijo, y ellos prosiguieron su camino en paz.
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por
Edmundo González Blanco
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