UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
PERIODO COLONIAL
1461-1470
CAPITULO
II
Eduardo Pedro Garcia Rodriguez
1465. Posiblemente es
el año del nacimiento del guerrero gomero Hautacuperche, este héroe gomero
ajustició al déspota colono Hernán Peraza por haber contravenido el pacto de
colactación, no fue este hecho solamente el que motivó la rebelión de
los gomeros, al mismo se debe añadir el gobierno despótico que realizaba el
impuesto y cornupeta señor sobre la isla, lo que determinaría la conjura, en la
que participaron los notables de los cantones ofendidos y dirigidos por
Hupalupa, anciano encargado de vigilar el cumplimiento del pacto. Se decidió
que Hautacuperche matara al traidor Hernán Peraza, aprovechando una de las frecuentes
visitas del sanguinario tirano a la cueva donde se encontraba Yballa, en
Guahedum. Con su muerte, los gomeros alzados «decían en lengua guanche: - Ya el
gánigo de Guahedum se quebró», en señal de que el pacto se había roto.
1466. El Papa Paulo II, por la bula Rationi congruit, de
Roma, 1466 (ante dada a 16 de septiembre de 1464, como otra del mismo nombre
dirigida a las Ordenes militares de Portugal), dirigida don Pedro de Meneses,
conde de Vila Real, capitán y gobernador de Ceuta, a quien Enrique IV de
Castilla había concedido en 1455 el derecho de conquista de Tamaránt (Gran
Canaria) Chinech (Tenerife) y Benahuare (La Palma ), le concede autorización para invadir y
conquistar tales islas. (Con ello ratifica la
concesión por Pío II, del 13 de octubre
de 1463)
1466. Se hizo con aquellos supuestos derechos de conquista de las
denominadas Isla realengas adquiridos
los condes de Atouguia y Vila-Real el infante portugués Fernando, que
envió a las islas una expedición mandada por Diego de Silva Meneses,
aprovechando la situación de guerra civil que se vivía en Castilla.
No sería ajeno a este renovado
interés de Portugal el hecho de que el control y organización de las
navegaciones a Guinea hubieran pasado ya a la Corte de Lisboa, tras la muerte del infante
Enrique: ¿hasta qué punto seguían siendo molestas las expediciones clandestinas
andaluzas y el uso de Canarias como base? Diego García de Herrera e Inés Peraza
emprendieron algunas acciones para mostrar sus derechos a aquellas islas pero,
al igual que los portugueses, tampoco llegaron a ninguna conquista:
Tomaron posesión simbólica de
Tamaránt (Gran Canaria), ante notario, en un acto celebrado en Las Isletas
(1461), y de Chinech (Tenerife) en otro que tuvo lugar en El Bufadero en 1467.
1466. Por este tiempo, el Infante de Portugal, que había adquirido
los derechos que sobre el Archipiélago ostentaban los condes de Atouguía y
Villareal, determinó preparar una poderosa escuadra que, al mando de Diego de
Silva, invares, las islas y tomara en su nombre posesión de ellas.
Corría el año de 1466 cuando los
portugueses se dejaron ver sobre Lanzarote, con una armada formidable que
obligó a Herrera a refugiarse en el enriscado distrito de Famara con su mujer y
familia. No se verificó esta invasión sin una vigorosa resistencia de parte de
los isleños y de su gobernador Alonso de Cabrera, quien, durante la refriega,
cayó prisionero del jefe lusitano. La mortandad y el saqueo que siguieron a
esta acción dejó honda huella en el ánimo de aquellos pacíficos habitantes,
pues es fama que los portugueses victoriosos los perseguían y alanceaban como
si fueran moros.
Después de robar cuanto
encontraron y de apoderarse de dos cuentos de maravedises pertenecientes a
Herrera, pasó Silva con su flotilla a Fuerteventura y allí cometió los mismos
excesos y crueldades, paseándose triunfalmente los soldados por entre aquellos
indefensos pueblos. Cansados de tan fáciles victorias hicieron luego rumbo a
Gran Canaria y en Gando tomaron por asalto la torre o casa fuerte de Herrera,
enarbolando en ella el estandarte portugués.
Creyendo de este modo Diego de Silva ser dueño de la isla,
resolvió esperar en ella los refuerzos que había de enviarle el Infante don
Enrique para terminar por completo su conquista.
Diego de Herrera, mientras tenían
lugar estos sucesos, conociendo la inferioridad de sus armas acudió en demanda
de auxilio y protección al rey de Castilla, y queriendo que su queja fuese más
eficaz envió a la Corte
a su hijo segundo Hernán Peraza. El rey pidió informe al arzobispo de Sevilla
don Alonso de Fonseca, quien lo evacuo en favor del solicitante y en su vista
se expidió en Plasencia una Real Cédula a 6 de abril de 1468 en la que se
declaraba: «Que movido de la sujeción e importunidad de los condes de Atouguía
y Villareal, próceres lusitanos, a que se añadía la extrema confusión y
discordia que a la sazón experimentaban sus reinos, había venido en conceder la
referida merced ignorando que las islas de Canaria, Palma y Tenerife
perteneciesen al señorío de doña Inés Peraza, pero que estando ya enterado de
todo, según convenía, anulaba y re- vocaba cualesquiera donaciones que hubiese
hecho a aquellos condes como obtenidas por el vicio de sorpresa, en fuerza de
lo cual mandaba que no usasen de semejante merced ni perturbasen en lo sucesivo
a Diego de Herrera o sus legítimas sucesores en la posesión de Las Canarias y
Mar Menor de Berbería, de que eran indisputablemente señores».
Por su parte, el joven Peraza,
que se había trasladado a Lisboa, procuraba interesar a favor de su familia al
rey de Portugal, aunque sin esperanzas de conseguirlo, cuando una feliz
casualidad vino a allanar todas las dificultades ya dar ala casa de Herrera una
victoria tan completa como decisiva. Parece que Diego de Silva tuvo ocasión de
ver y admirar a doña María de Ayala y sarmiento, hija de su adversario y
rendido por la her- mosura, gracia y discreción de su enemiga, decidió pedirla
por esposa concluyendo con esta alianza las disensiones entre castellanos y
portugueses.
Este enlace se verificó con licencia del rey de Portugal,
llevando doña María en dote cuatro dozavos de las rentas de Lanzarote y
Fuerteventura.
Con tal motivo, los que antes
eran irreconciliables adversarios se aliaron cordialmente y,
uniendo sus fuerzas, hicieron una
entrada en las vecinas costas de Berbería, donde es fama que recogieron un rico
botín en oro, plata, joyas y tapices, con gran número de carneros y caballos y
abundante cosecha de esclavos de ambos sexos que llevaron a Lanzarote y se
dividieron entre sí con gran contento y aplauso de todos.
Después de descansar algunos días
en el puerto de Naos salió de nuevo la flotilla aliada
con dirección a Tenerife,
suponiendo los expedicionarios que iban a encontrar allí tan fáciles triunfos
como en el continente. Habiendo fondeado en Añazu vieron al poco tiempo que la
playa se llenaba de numerosas cuadrillas de guanches dando agudos silbos y
blandiendo gruesos palos, señales inequívocas de la belicosa recepción que les
aguardaba. Valiéndose entonces
Herrera de las mismas razones que había expuesto a los canarios, les convenció
de que su llegada no llevaba otro fin sino establecer un tráfico regular de
productos, para cuyas operaciones tenía necesidad de un almacén o casa donde
pudieran albergarse los encargados del negocio. La falta de experiencia y la
natural generosidad de los isleños les inclinó a acceder a estos ruegos y
vieron sin recelos ni desconfianzas fabricarse en la playa un fuerte o torreón,
que andando el tiempo se convirtió en fortaleza, pero cuya construcción quedó sujeta
a las bases siguientes: si algún español agraviase aun isleño, sería entregado
al mencey del distrito para su castigo; y si por el contrario fuese el guanche
el agresor, se le sometería al jefe del fuerte para ser juzgado según las leyes
españolas. Quedó de gobernador de la nueva factoría el joven Fernán Peraza, con
suficiente número de soldados e instrucciones reservadas para dividir, si le
era posible, a los nueve reyezuelos y valerse de sus rivalidades a fin de
influir en los negocios de la isla.
Dejáronle allí un barquichuelo para el servicio de la
guarnición que, caso necesario, pu-
diera llevar un aviso a La Gomera o al Hierro Con mayores esperanzas se
dirigió la es-
cuadrilla a Gran Canaria, deteniéndose frente a las playas
de Gáldar, poblado distrito y corte que era de sus guanartemes.
Echóse el ancla al abrigo de la
punta de Sardina, nombre que se supone le diera el jefe de las tropas lusitanas
que así se llamaba, y se ordenó el desembarcó de las tropas por dos sitios
diferentes, de los cuales el primero fue la playa de Agumastel o del Palmital,
donde no encontraron oposición,
internándose un poco los soldados hasta descubrir unas miserables chozas y
cuevas en las cuales se asegura que degollaron a ciertas mujeres y niños allí
escondidos; si bien algunos de nuestros cronistas afirman que ellas mismas se
dieron la muerte, dándosela antes a sus hijos, para no caer en manos de sus
enemigos. Siendo numerosa la población en aquella parte de la isla y temiendo
la columna verse de repente envuelta por los isleños, retrocedió prudentemente
y tornó a embarcarse.
El segundo cuerpo de tropas, acaudillado por el mismo Diego
de Silva y compuesto de doscientos soldados veteranos, tomó tierra por el punto
llamado luego Caleta de Vacas y, atravesando unos espesos matorrales, intentó
apoderarse del pueblo de Gáldar que era, por decirlo así, la capital de la
isla. Los canarios, que estaban ya en armas, cayeron en número de quinientos
sobre la columna enemiga, poniendo fuego al mismo tiempo al matorral que estaba
a su espalda y cortándole de este modo la retirada.
Guanache Semidán, que era
entonces el rey o guanarteme de Gran Canaria, poniéndose al frente de otra
numerosa cuadrilla acometió a los españoles por el costado alejándolos del mar
y separándolos de sus lanchas. Grave era la situación de Silva, cercado por tan
decididos y valientes guerreros que la presencia de su soberano enardecía, y
juzgando como prudente capitán que su salvación estaba en encontrar un sitio
donde atrincherarse y esperar, defendiéndose, los refuerzos que esperaba,
tendió con ansiedad la vista por la llanura y descubrió a poca distancia una
plazoleta circular de corta elevación defendida por un muro de piedra de dos
tapias de alto, con una entrada muy estrecha que penetraba en su recinto.
Hallábase este cerco o tagoror hacia el poniente del pueblo y servía de lugar
donde se administraba justicia y se reunía el consejo.
A este sitio, pues, bien
escogido; se fue acercando Silva llevando formado en cuadro sus soldados, que
se defendían briosamente de los isleños hasta que, cuando le pareció llegada la
ocasión, entró con ellos en el cerco y organizó allí una desesperada
resistencia que sólo tenía el inconveniente de no ofrecer otra ventaja que
retardar su rendición final, privados como estaban de agua y víveres y bajo un
sol abrasador que agotaba sus últimas fuerzas.
Difícil era que desde las naves
adivinasen el peligro en que se hallaba, y, aún más difícil, que pudiesen
enviarle oportunos refuerzos estando toda la tierra en armas; por tanto, toda
su esperanza se cifraba en una milagrosa intervención de la Providencia , a quien
acudían todos con votos y promesas.
Los canarios, teniendo por segura
la victoria no se opusieron a la entrada de los españoles y portugueses en el
cerco y se contentaron con tenerlos bloqueados, como si fueran ya sus
prisioneros, lanzándoles de vez en cuando alguna piedra o venablo.
Esta actitud, relativamente
pacífica, proporcionó a los atribulados expedicionarios un momento de descanso
que empleó su jefe, auxiliado por sus dos oficiales, Juan Mayor y Guillén
Castellano, en mantener entre ellos la disciplina y levantar su abatido
espíritu, dándoles unas esperanzas de que ellos mismos carecían. El tiempo
pasaba y era de temer que los isleños, dejando su premeditada inacción, tomaran
por asalto la plazoleta y concluyeran por no darles cuartel, ante cuya
extremidad se le ocurrió a Silva enviar una embajada al guanarteme,
prometiéndole solemnemente abandonar la isla y no volver jamás a ella si los
dejaba salir libres de tan angustiosa situación.
Al recibir este mensaje se
hallaba Guanache dispuesto a la clemencia por una mujer de su misma familia,
que hablaba el castellano y que había estado cautiva algún tiempo en Lanzarote,
asegurando nuestros cronistas que era cristiana.
La aventura a que va unido el
nombre de esta isleña se refiere de este modo.
Regresando Diegó de Herrera del
Hierro a Lanzarote, en uno de los muchos viajes que hacía para visitar sus
estados, se encontró una noche, llevado por el viento, sobre la costa norte de
Gran Canaria, llamada Lairaga y echando al agua una lancha con algunos soldados
se ocultaron estos en unos bosquecillos que llegaban hasta la playa, donde
aguardaron a que amaneciera esperando alguna buena captura. En efecto, a la
salida del sol, descubrieron tres mujeres vestidas de tamarcos y gamuzas que se
acercaban a la orilla con la visible intención de bañarse. La que parecía
mandar a las otras era una joven de dieciocho a veinte años, de gran gentileza
y hermosura, y las dos que la acompañaban, de más edad, se adivinaba que eran
damas a su servicio. Al verlas, los
castellanos salieron de improviso
de su emboscada y las condujeron prisioneras a bordo, muy contentos de tan
valiosa presa. Interrogada la joven a presencia de Herrera, supo este con gran
satisfacción que la isleña era hija del guayre Aymedeyacoan, poderoso magnate
de Gáldar y que ella se llamaba Tenesoya Vidina, siendo su aya la más anciana
de sus compañeras y la otra su moza de servicio, que respondían respectivamente
a los
nombres de Thasirga y Orchena.
Conducidas a Lanzarote fueron recibidas por doña Inés Peraza con mucho agasajo
y simpatía, especialmente la joven Tenesoya que, por su hermosura y elevado
rango, se vio desde luego distinguida y obsequiada de la colonia española. En
breve aprendió el idioma castellano, se la adoctrinó en los dogmas de la
religión, recibiendo el agua del bautismo con gran aplauso de sus favorecedores
que le pusieron por nombre Luisa. Esta joven casó en Lanzarote con Maciot de
Bethencourt, hijo de Arriete Perdomo y de Margarita de Béthencourt, parientes
del gobernador Maciot. Thasirga, que recibió en el bautismo el nombre de María,
deseando volver a su país fue desembarcada.fácilmente en Canaria en uno de los
muchos viajes que al cruzar el Archipiélago dirigían sobre esa isla.
Esa anciana, que conservaba
gratos recuerdos del cariño de los españoles, aconsejó al guanarteme la
aceptación de las proposiciones de Silva y se brindó a servir ella misma de
mensajera e intérprete en aquella ocasión solemne.
Obedeciendo el rey a la bondad de
su carácter, se presentó ante los atribulados castellanos con el deseó de
facilitarles la retirada, a pesar de la obstinación de sus vasallos que pedían
a gritos la muerte de los extranjeros. Vióse entonces realizar un hecho de que
pocos ejemplos nos cuentan las historias. El guanarteme ordenó a Silva
que se apoderase de su persona y
rescatase luego con su vida la de sus atribulados compañeros.
Ante tan inaudita oferta Silva
vaciló temiendo una emboscada, pero sabiendo cuán grande era la generosidad de
su adversario, hizo una rápida salida y lo recibió en sus brazos como única
esperanza de su salvación. Al observar los isleños tan inesperada sorpresa, se
precipitaron todos sobre la plazoleta
exclamando jaita, jaita, y no es dudoso que hubieran realizado su intento si
guanarteme, apareciendo por encima del. muro no les impusiera silencio
diciéndoles que nada temiesen por su vida, pues los soldados castellanos le
trataban con el mayor respeto, ofreciéndole la libertad con la sola condición
de que se les permitiese dejar la isla para no volver jamás a ella.
Con estas y otras palabras se
apaciguó el tumulto, se abandonaron las armas y los isleños, por orden de su
señor, acudieron al socorro de los españoles que caían inanimados de hambre y
sed.
A la mañana siguiente y estando
aún las carabelas a la vista, se hizo una señal convenida que fue el tiro de
dos arcabuces y, acompañados del generoso guanarteme y de sus principales
caudillos, se dirigieron los españoles a la playa bajando por una asperísima
cuesta cuyo estrecho sendero estaba suspendido sobre un horroroso .precipicio.
Al llegar a este sitio, creyó
Silva y sus soldados que el convenio había sido un engaño y que todos iban a
ser despeñados desde lo alto del acantilado al mar, como castigo de su
temeraria empresa; pero, adivinándolo el rey, tomó del brazo a Silva y,
ordenando a sus vasallos hicieran lo mismo con los demás, bajó con pie seguro a
la playa donde cari-ñosamente se despidió del noble portugués, sin lograr este volver
del asombro que semejante conducta le produjo.
Antes de embarcarse regaló Silva
al guanateme su espada y una capa de grana, obsequiando a los otros guerreros
con armas, escudos y rodelas que ellos tenían en mucha estima. Desde entonces
aquella famosa cuesta se llamó y se llamará eternamente la Cuesta de Silva, como
recuerdo imperecedero de tan insigne generosidad. (Agustín Millares Torres;
1977, t.II:118-21)
1469 Junio 24. Fondea en el puerto de la Isleta en Tamarán (Gran
Canaria) la armada invasora enviada por los nefastos reyes católicos, tal como
recoge don Tomás Marín de Cubas: “Después que sus Altezas Don Fernando II de
Aragón y V de Castilla por casamiento con la Infanta Doña Isabel
admitieron á su cuidado la conquista de las tres Islas que quedaban sólo á la
conversión de sus moradores paganos proponiendo excesivos gastos sin mirar á
otro fin que al bien de sus almas aunque ocupados con las guerras de Granada
despacharon sus provisiones para una buena Armada con lo necesario al Asistente de Sevilla Diego de Melo y dióseles despacho
por el cronista Alonso de Plasencia en
seis navíos grandes y dos pequeños por General al capitán Juan Rejón caballero
aragonés que había servido contra Portugal y por Alférez Mayor á su cuñado Alonso Jáimez de Sotomayor de treinta lanzas de á caballo hijosdalgo y otros aventureros
pagados y lenderos y el Licenciado Don
Juan Bermúdez por acompañado del General con título de Deán de la Iglesia de San Marcial de
Rubicón vecino de Sevilla natural de la Tierra del Condado de Niebla; acompañábanle
religiosos de San Francisco de la
Provincia de San Miguel y otros clérigos; fueron 600 hombres
de guerra y capitanes Rodrigo solórzano, Ordoño Bermúdez, Juan Cevanos ó
Caballos, Francisco Espinosa y otros. Pregonóse el bando para embarcarse en el
Puerto de Santa María el día 20 de Mayo de 1469 años, ofreciendo grandes
repartimientos en tierras y aguas á los aventureros y á los que se avecindasen.
Salieron del Puerto día 13 de Junio, negaron á dar vista á Canaria á 23 de
Junio, dieron fondo en el Puerto de las Isletas el día 24 del señor San Juan
Bautista, de madrugada, con luna, traían buenos prácticos, los do vecinos de
Lanzarote que fueron á deponer á Doña Inés Peraza y Diego de Herrera.
Luego bien de mañana salió toda
la gente, armas, artillería menuda o versecinos de bronce, caballos con sus
jinetes y demás pertrechos á tierra. Dijo en la playa la primera misa el Deán,
llamada de La Luz ,
á Nuestra Señora de Guía. El ánimo era pasar á Telde por tierra con las
compañías puestas á punto de guerra y que los navíos fuesen á Gando; hizo el
Deán una larga plática en orden á la reducción de los infieles, y que los
tratasen benignamente como hermanos, que á todos pareció bien; después se
siguió otra de Juan Rejón en orden á la buena milicia y al honor de buenos y
leales á los Reyes de Castilla y á Sus Altezas, y juraron todos hacer cada uno
su deber á fuer de buenos como les pertenecía, y dijeron amén. Marchó la playa
adelante primero los de á caballo, el bagaje y la milicia con las banderas
sueltas, sin haber visto gente, que parecía estar la Isla desierta, que á todos
maravilló; mas habiendo caminado cosa de media legua al Sur, camino de Telde,
trajeron los espías á un canario viejo que estaba mariscando; á todo cuanto le
preguntaban, así en lengua canaria como en castellano, callaba sin responder
palabra, y dijeron dónde habría agua dulce y luego señaló con la mano adelante
del camino donde la había, sin hablar, y viendo que á todo entendía pues
respondía por señas, se llegó á él uno de los de Lanzarote y dijo que guiase
adonde estaba el agua y que porqué no hablaba; el viejo respondió en ambas
lenguas, aunque el castellano mal formado; dijo las razones siguientes.
"Yo os entiendo muy bien lo
que decís y a lo que venís, y así lo noto; jOh, cuán porfiados sois! ¡No habéis
siempre nevado qué contar! ¡No os acordáis de la Torre de Gando! Pues no ha
tanto que pasó. Ahora venís muy pocos y sois gentes lucidas de buenas armas;
volvéos presto, tomad el consejo de hombre que ha visto muchas desdichas
vuestras; veis aquí cerca el agua en Geniguada (es un arroyo), no paséis de
este sitio en adelante; aquí tenéis vuestros pájaros blancos en que luego
podéis huir, no deis lugar á que en vosotros se ejecuten las crueldades que
nuestros Guadartemes siempre han ejecutado en vosotros. Sois provocadores,
amigos de grandes ruidos, tenéis allá tierras mayores, mucha gente, dejad la
nuestra pequeña y pobre; idos de aquí, no conseguiréis el fruto que pretendéis,
que los canarios hemos sido y seremos siempre victoriosos".
Fue este canario llevado ante el capitán Juan Rejón, é,
informado de lo que había dicho, le respondió al canario para que llevase á los
suyos y se fuese cuando quisiese. "Yo me holgara", dijo, "hallar
vivo á vuestro Reyezuelo Bentagoya, el que decís de T elde, y en campaña
veríamos quién busca á quién.
Yo os agradezco el buen consejo
que me habéis dado y sabed vosotros que no he menester más gente para pelear,
que yo la hubiera traído; vengo á daros la doctrina de la ley evangélica y á
que viváis como hombres y no como fieras, que es gran lástima, sin ley,
religión, doctrina; es la verdadera la de Dios Hombre, Jesús, nacido en Belén,
criado en Nazaret; es toda verdad y luz; vengo á conquistaros por bien, no á
haceros mal, la tierra será vuestra como lo es, sólo la sujección y dominio
será de los Reyes de Castilla; y así os tendremos por hermanos". Y al día
siguiente se fue el canario.
A poco más de una legua se halló
el arroyo de agua llamado Geniguada, que dijo el canario viejo; venía de un valle
arriba entre unas sierras, que desaguaba al mar dicho arroyuelo no muy copioso
ni de mala agua; el sitio era de muchas palmas, sauces, higueras y otros
árboles, todo ameno y deleitable; aquí se acordó hacer alto por algún tiempo,
pareciendo que este sitio sería enfermo, y por el peligroso paso para ir á T
elde, donde esperaba una emboscada de canarios, media legua adelante. Salió de
acuedo de los capitanes y demás caballeros hacer una Torre, que en breve se
hizo con diez tapiales y reparo para los caballos y enramadas cortando palmas,
dragos y otros árboles convenientes á tal fábrica, que importó muy mucho para
después, y hacer almacén; teniendo los navíos frontero se acordó que quedando
en el Puerto los dos más medianos, y se fuesen los demás á España dando aviso
de lo sucedido.
Causó mucha admiración á los
castellanos, siendo ya el cuarto día, sin haber venido sobre ellos los
canarios, porque siempre fueron repentinos y prontos en sus acometimientos;
decían unos, ó que por temor, ó acometerles descuidados, cuando el día 29 de
Junio á la tarde se fueron dejando venir hacia el Real, y descubriendo sobre la
loma en lo alto algunos 500 de pelea; traían los más recogido el cabello largo
alrededor de la cabeza y encima un capacete de cuero semejante á la cintura, á
modo de braguillas, tejidas de junco y palma la barba crecida hasta el pecho y
en punta, los brazos labrados á fuego hasta la sangradera llamábanse con unas bocinas de caracolas y
cuernos de cabrones largos y despuntados traían rodelas largas y ovadas, hechas
de drago, ajedrezadas de almagre, carbón y blanco espadas de palo recio,
montantes de palo jugados á dos manos, de acebuche y sabina, astas largas sin
hierro á la punta, aunque lisas y bien sacadas á fuego, dardillos de lo mismo
arrojados á mano como azagayas otros había sin cabello y barba, y los más mozos
con buenos y limpios guijarros en las manos para la ocasión. Acordóse luego que
algunas lanzas fuesen á alancearlos, lo cual se hizo buenamente por el valle
arriba siguiendo á unos é hiriendo á otros, de quien se recibía algún daño.
Volvían más espías avisando que
por la parte de hacia Gáldar se descubría más y más gente, que venían
juntándose á éstos, que eran los de T elde, y para obviar tanto inconveniente
acordó el C¡eneral que se fuese á ellos bien de madrugada y se les diese con la
luna Santiago. Llegada la hora y hecha la exhortación prometieron de hacer como
buenos, y el Deán Bermúdez siguió á caballo la escuadra era alto y animoso y
representaba su personal guiaron sobre el cerro, camino de la sierra sobre el
valle y hallaron asimismo á los canarios prevenidos en centinela, que bajaron á
nosotros empezaron buenamente las lanzas á herirlos por las faldas del valle, y
dieron con los ballesteros y arcabuceros, y se hallaron harto confusos los
enemigos llegaron al llano con arrogante furia y braveza, entráronse como
bárbaros por las armas de acero, que no daban lugar á jugarlas porque se
arrimaban á luchar y á desarmar señalábanse tres muy fuertes capitanes: el
caudillo de Telde, llamado Mananidra, ufano por las victorias contra los de
Herrera, otro muy agigantado, y el tercero dicen se llamaba Adargoma, hombre
mediano, mucha espalda y cabezal todos traían montantes de palos muy fuertes
entraron con tres cuadrillas algo apartados entre sí para cerrarnos en medio en
forma de arco volvieron las lanzas sobre ellos y retirólos del puesto con
presteza, volvieron todos con más esfuerzo acabando de bajar, nos apellidamos
"Castilla, Castilla á ellos, Santiago" y ellos se adelantaban unos á
otros diciendo "Faita, Faita', y trabóse por más de cuatro horas una
trabada y dificultosa batalla, que milagrosamente fue nuestra. Hechos un ala
todos de tropel se vinieron á nosotros; el capitán Rejón se fue á buscar á
Adargoma, porque con el palo hacía notable daño; estando ya cerca entró con el
caballo algo arrebatado, hirióle al bárbaro en el muslo con el hierro; aunque
no á su salvo, y en retorno le dió un revés con el montante sobre el anca del
caballo que se la partió; empezó á empinársele y quererle derribar; socorrióle
Alonso Jáimez ahuyentando infinitos bárbaros de á pie que le rodeaban. Sacó al
herido y enviólo al Real para curarlo; sale el de Telde á quitarlo á los
cristianos; trabóse otra más apretada escaramuza; viene sobre nosotros el medio
gigante con nueva gente y acierta una bala á darle en ambas piernas, porque era
enramada; comenzó la batalla á aflojar y más viendo los caballos, que fue su
total ruina en que todos los más fueron atropellados y todos
á una muy repentinamente huyeron
algo apartados de nosotros.
De allí á muy poco se descubrió
una buena escuadra de gente que les venía de socorro; los nuestros dieron
muestras de querer recibirlos, mas estaban todos sin alientos, desmayados, y
los caballos sin poder tenerse en pie, que es cierto fuera el último día
nuestro si nos acometen; juntáronse con los vecinos y platicaron sobre la
fuerza de los caballos; reconocieron éramos otra gente que la pasada y,
detenidos, fueron los nuestros á enterrar sus muertos y luego ellos á los suyos, con que en adelante quedaron tan
humanos, comedidos y escarmentados que fue admiración; hubo de los cristianos
siete muertos y veinte y seis heridos, y de los gentiles más de trescientos con
otros capitanes de fama, y heridos, lanceados y atropellados algunos sesenta; no
se atrevían á socorrer á ninguno de los suyos muerto ó herido, y siempre
procuraron defenderse y no ofendernos; muy humanamente fue curado el herido, y
sus amigos que venían á verle quedaban aficionados de los cristianos, y hechos
amigos, se venían otros al Real ofreciendo de bonísima gana de sus alimentos en
retorno de algunas cosillas de su menester como mucho hilo y otras de poca
importancia, menos armas.
Los castellanos acabaron su Torre, hicieron casas derribando
palmas para tablas y vigas; dejaron tres de grande altura, que después quedó la
una con otras pequeñas por memoria, y aquella servía de surgidero á las
embarcaciones y á los que pescaban á nasa.
Estaban todos muy contentos y con
tanta paz que parece estaba ya la
Isla conquistada, y en el Real asistían muchos canarios
bonísimos, afables y de buen trato y verdad, regocijados y bailadores con
destreza; á algunos de los cristianos no les agradaban por sozarranos y espías perdidos.” (Marín de Cubas [1694]
1993)
1479.
El clérigo de secta católica Juan
de Frías fue uno de los invasores que en el nombre de dios pasó a cuchillo más
canarios que los mercenarios seglares de Juan Rejón. Según el cura de la
iglesia católica, el criollo José de Viera y Clavijo este asesino de pueblos “ya desde el año de 1479 era obispo de
Rubicón, por gracia del papa Sixto IV, don Juan de Frías, canónigo de Sevilla,
natural de aquella ciudad y originario de las montañas de Burgos; prelado de
cuyo mérito y gran valor hemos dado largas noticias en el libro VII de esta Historia.
Allí le vimos ser el alma de la
conquista de Canaria, apaciguar las rencillas entre Pedro del Algaba y Juan
Rejón, invadir en persona a los canarios por Tirajana y otros puestos, llevar
en la última campaña el real pendón, animar los soldados con las palabras y el
ejemplo, entonar el Te Deum en la victoria, bautizar y consolar los nuevamente
convertidos y avasallados, adquirir por repartimiento el lugar de Agüimes para
su cámara pontificia, con la jurisdicción temporal y dominio directo; finalmente,
transferir la catedral de Rubicón a la Gran Canaria , a cuyo fin no excusó viajes a
Sevilla, impetró del papa nuevas bulas y practicó aquellas notables
diligencias, de que volveremos a hablar más adelante.
Nos consta, que en 21 de febrero
de 1483 había hecho don Juan de Frías, por procurador, su visita ad limina
(obligación que nuestros obispos de Canarias tenían solamente cada diez años,
por privilegio concedido a don Diego de Illescas), como se echa de ver por la
carta del camarlengo.
De un breve de Inocencio VIII,
con data de 25 de enero de 1486, se colige que a la sazón se hallaba ya la
iglesia de Canaria vacante, y por consiguiente que el ilustrísimo Frías había
muerto a fines del año anterior de 1485, el mismo en que se había hecho la
traslación de la catedral y si, como nuestras sinodales aseguran, murió aquel
obispo en Sevilla, es claro que no pudo haber asistido a esta función, que se
celebró el día 20 de noviembre.” (Viera y Clavijo, 1991)
1470-1492. Montaña Quemada en la isla
canaria de Benahuare Se considera la
última erupción precolonial de nuestras islas, ya que tiene más de 500 años de
antigüedad.
Durante
años se pensó que las crónicas de Torriani correspondían a esta erupción, pero
la teoría ha sido refutada por dataciones posteriores. Sus coladas forman una
llamativa media luna, que se distingue mejor desde la cumbre del pico Birigoyo
o desde la pista forestal que recorre el borde de la Cumbre Nueva. Su
cono, en el borde de la carretera de acceso al Refugio del Pilar, ha sido
colonizado por la vegetación autóctona.
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