1967 agosto 4.
Murió en Santa
Cruz de Tenerife, Elisa González de Chaves, fundadora-directora del primer
colegio para sordomudos de Canarias.
Nació en La Orotava , el doce de junio
de 1914. Hija de una familia de labradores hacendados y la menor de siete
hermanas. Nacida con muy pocas posibilidades auditivas, apenas desarrolló la
facultad de hablar. Su niñez transcurrió en el sano ambiente rural de La Cruz Santa , Realejo
Alto, actual Villa de los Realejos, donde su padre fue durante muchos años juez
de paz y alcalde pedáneo, y en el Puerto de la Cruz.
Cuando sólo tenía
cuatro años perdió a su madre, víctima de la terrible epidemia de gripe, que
asoló la humanidad en 1918, murió con el desconsuelo de dejar a esta niña en la
orfandad.
Su enfermedad le
ocasionó una infancia solitaria vivió rodeada del cariño de su familia. Desde
siempre demostró notable inteligencia y afán por instruirse. Su maestro fue su
propio padre quien la enseñó las primeras letras. En El Puerto de la Cruz asistió a clases en el
Colegio de la Pureza
y, más tarde, en él de La
Milagrosa de La
Orotava , con las limitaciones impuestas por sus
circunstancias personales, aprendió a leer y escribir con soltura. Cuando
contaba quince años murió su padre y, a partir de entonces, pasó largas
temporadas en el Colegio de la
Pureza de Santa Cruz de Tenerife, donde siguió un curso de
pintura y manualidades, alternando con estancias en La Orotava , en casa de sus
hermanas mayores. Poseía vivacidad y su dolencia la forzada a la inacción, pero
observaba el mundo con singular interés.
Al cumplir los
veintitrés años -entonces límite de la minoría de edad para las mujeres -
el dictamen médico la declaró incapaz para administrar sus bienes, entonces su
ánimo aprisionado en soledad, con el único escape de sus arraigadas creencias
religiosas y las escasas lecciones de «cultura general» que podía recibir. Era
una joven introvertida, con cortas posibilidades de hacerse comprender.
La ilusión llegó cuando conoció a otra joven, nacida sordomuda como ella, que
le dijo que podía comprender las voces y llegar a hablar. Su nueva amiga había
aprendido el sistema mímica en una escuela especializada, en el sur de Francia
y había logrado expresarse de palabra. Desde aquel momento Elisa esperanzada
comenzó a manifestar su voluntad de estudiar esos métodos.
Eran los años
inmediatos a la Guerra
Civil , y la posibilidad de estudiar fuera muy escasas, pero
sus hermanas supieron del Instituto Educativo de Sordomudos y Ciegos, que
regido por la Comunidad
de Terciarias Franciscanas existía en el paseo del General Mola de Barcelona.
En esa estupenda institución no solo se impartía el clásico sistema mímico,
ideado por el abate L' Epée, en el que cada letra se representa mediante una
determinada posición y movimiento de los dedos, sino que además se aplicaban
nuevas técnicas basadas en el empleo de la vista y el tacto y la comprensión del
lenguaje a partir del movimiento de los labios, y en esa escuela aprendió Elisa
a expresarse correctamente. De este aprendizaje escribió el ex magistrado
Sánchez Parodi: “Días catalanes, de soledades, abierto su espíritu, a todo
cuanto para ella era un descubrimiento, adivinando ruidos, recogiendo e1 nacer
de las palabras, que almacenaba, con codicia y gozo, despertando diariamente a
la vida, descubriendo inesperadas albas tras un mundo de silencios
entrecortados. La enorme alegría de saber. El venturoso y torrencial deseo de
comprobar que te entiende... de expresar los cariños que se escapan. Y como no,
sentir la cálida emoción de palpar vocablos nuevos. Que dicen "amor".
"cariño" "alegría", "esperanza". Mientras estás
segura que las palabras que musitas, salidas del corazón. Existen personas que
sólo podrán oídas a golpes también de sus propios corazones entusiasmados”
Durante una
década, no sólo progresó en su dicción, sino que aprendió esas especiales
técnicas de enseñanza, para poder redimir a aquellos seres nacidos con su mismo
defecto, para lo que también hizo un cursó de técnicas de enseñanza en la
«Associatión Saint Vicent de Paul» de Montpellier, Francia. A fines del año
1956 está de regreso en Tenerife convertida en educadora de Sordomudos. ¡Que
gran alegría ¿verdad?! Pero cuidado aun falta superar el escollo de su
incapacidad legal. Quería gozar de libertad, poseer capacidad jurídica, cuando
ya la tenía para la práctica realidad de la existencia cotidiana y promovió el
pleito, para que se alzara la tutela y pudiera gobernarse por si misma. Con el
dictamen médico favorable es oficialmente declarada mayor de edad. Ahora puede
regir su vida y administrar sus bienes. Gana la admiración de cuantos la
conocen, ha dado pruebas de un talento y un tesón sin límites y libre de trabas
se traslada a Santa Cruz de Tenerife. Y continua hablando de ella el ex
magistrado Sánchez Parodi: “Como el pájaro que escapa de la jaula enrejada.
Elisa emprendió su vuelo en la capital y allí nació realmente de nuevo, como si
de repente hubiese retornado su juventud. La ilusión, el futuro dorado hecho
presente. Y se dedicó a la gran tarea que en adelante marearía su existencia.
Porque volcó todo su esfuerzo en la educación y enseñanza de los sordomudos,
ejemplo iluminado, ternura hecha carne, energía transformada en honda pasión”.
Dispone de pocos
medios, sin ayudas, sin nadie que pueda auxiliarla en su labor, pero con una
gran fe en Dios, se lanza abiertamente a redimir a los sordomudos de la Isla. Recorre toda
la geografía insular, los va a buscar a Valle de Guerra, a La Laguna , a La Orotava , a Los
Realejos..., donde quiera que exista uno de ellos y lo sepa. La distancia no es
obstáculo. En Santa Cruz reúne al primer grupo, les enseña en una sala que en
su Delegación le cede la
Sección Femenina , un aula ruinosa, luego se traslada al viejo
Instituto de Enseñanza Media, para de allí mudarse transitoriamente a un salón
en el grupo escolar de «San Francisco». Estos son los orígenes de la
«Asociación de Sordomudos de Tenerife».
Por aquel tiempo,
entre 1957 y 1959, los trabajos de Elisa empiezan a conocerse, le ayuda el
joven Agustín Yánez Valer, entonces estudiante en la Escuela Superior
de Bellas Artes y luego sacerdote, igualmente dedicado al apostolado entre los
sordomudos del mundo. Elisa luchó sin descanso durante diez duros años e hizo
ver a la gente que la sordomudez no es demencia ni irremisible infortunio, que
no altera ni disminuye la inteligencia, ni el discernimiento, sino al
contrario, los fortalece.
Numerosos
sordomudos, que vivían una existencia desgraciada, aislados de la vida
encontraron en ella a su libertadora. Necesitaba un local más amplio y más
medios económicos, en solicitud de ayuda, llamó a muchas puertas, acudió a las
autoridades, a instituciones y particulares, hizo cuanto estuvo en su mano.
Además dirigió, enseñó, asumió compromisos que no le concernían, sin que la
decepción, la ingratitud o el desánimo consiguieran doblegarla. En un esfuerzo
de continua superación quiso mantenerse al día en el conocimiento de las nuevas
técnicas de enseñanza y visitó, en Alemania, Francia, Suiza, las más
vanguardistas instituciones europeas. Por fin consiguió una casa adecuada y
seguridad, gracias a una subvención oficial y a las cuotas de socios
protectores. En la santacrucera calle de Viera y Clavijo quedó decorosamente
instalado el primer hogar y escuela de Sordomudos de Canarias. Era un gran paso
al ansiado reconocimiento oficial. En octubre del año 1967 la secundarían un
profesor y una profesora especializados en técnicas de enseñanza para
sordomudos, anticipo de la futura gran escuela. Era tiempo de hacer realidad su
mayor ilusión, contar con unas adecuadas instalaciones, capaces para acoger a
los sordomudos de Tenerife, pues como continuamente afirmaba «todos -sanos y enfermos-
tienen derecho a aprender».
Elisa no
llegó a ver ese mes de octubre, ni ese colegio, pues Dios la llamó a su seno. A
pesar de tener cincuenta y tres años se fue de este mundo con las manos llenas
de buenas obras, manos que en vida permanecieron siempre abiertas, tendidas a
todos quienes necesitaban su auxilio, sin distingos, como correspondía a la
nobleza de su espíritu. Aunque las mujeres como ella no mueren, están
perpetuadas en sus obras. Dijo el ex periodista Francisco Ayala: “Su obra no
pierde dimensión ni siquiera hoy después de su muerte. Pues fue una gran
revolucionaria. La vencedora de un combate desigual contra las circunstancias.
La redentora de muchos sordomudos. Que luego se formaron en la sociedad como
seres totalmente normales"….
Un mes después de
su muerte, el espíritu de Elisa está presente en la memoria de todos, aunque su
obra, ahora plena realidad, quedaba huérfana de guía. Entonces Lucio Pérez
escribió: “Hoy [...] traemos a este lugar un nombre más asequible, más cercano,
más entrañable, más nuestro: Elisa González de Chaves, su nombre, su figura no
son de fama universal: ni siquiera en los estrechos límites de nuestra
Provincia ha sido muy conocida su obra... su personalidad. Y sin embargo, en
los últimos lustros. Ha sido en nuestra tierra la persona más merecedora de un
público reconocimiento por su tenacidad, por su paciencia, por su generosidad,
por su consagración total a la obra de redención de los sordomudos. Pronto hará
diez años que su ilusión de hacer participe del bien por ella recibido a otros
hermanos necesitados empezó a dar sus frutos. Este feliz aniversario lo
contemplará desde la eternidad. Y recibirá ese día el más cálido y ferviente de
los homenajes: el agradecimiento sincero de más de trescientos sordomudos”…….
A Elisa González
de Chaves y González de Chaves se la recuerda en Santa Cruz por el rótulo de
una calle. La benéfica institución por ella fundada que, llevó su nombre, al
presente ha desaparecido. Es tiempo de grandes adelantos pedagógicos y se hacen
necesarias otro tipo de instalaciones y sistemas, sin embargo, sus logros, sus
esfuerzos la hacen merecedora de permanecer y ser públicamente enaltecida,
quizá dando su nombre a la nueva escuela para sordomudos de Tenerife.
El colaborador del
diario EL DÍA en los Realejos E. Domínguez escribía el 14
de mayo del año 2002 sobre Elisa González de Chaves, que era la gran olvidada
de la Cruz Santa.
AL MENOS a mí me parece curioso y hasta sorprendente, cuando algunos
crusanteros quieren olvidarse de la vida de Elisa González de Chávez que tan
bien conoció Don José Luís Sánchez Parodi, y que, al mismo tiempo, escribiera
tan bellos y emotivos artículos sobre esta gran mujer. Pero ya ven... algunos
quieren echarle más tierra encima, y creo que no es justo si repasamos cuidadosamente
la vida y las inquietudes de esta mujer, que a pesar de que padecía ciertas
molestias físicas, se interesó de forma ejemplar por los mudos e indefensos a
los que la sociedad suele atropellar.
Si los crusanteros acudieran a las hemerotecas, de seguro que
encontrarían muchos trabajos que manifiestan las virtudes de esta gran
tinerfeña, y al mismo tiempo insistirían en que el Ayuntamiento se decida de
una vez por todas a colocarle la placa con su nombre al entorno peatonal de la
iglesia, tal y como ya fue acordado por el pleno del Ayuntamiento hace
alrededor de ocho años.
También en esos años, la
Asociación de Vecinos de la Cruz Santa se había
interesado por este asunto, e incluso me pidieron datos sobre la vida de Elisa,
pero al parecer el asunto sólo quedó en saber... Lo cierto es que cuando se
nombran ciertos y destacados personaje de la Cruz Santa de relevado
prestigio, a los cuales respeto, se olvidan de Elisa González de Chávez, y creo
que no es procedente si enjuiciamos la realidad y valoramos todo el sentir de
una mujer que se entregó al favor de los que sufrían.
La vida de Elisa, según comentaba en sus artículos Don José Luís Sánchez
Parodi, no fue nada fácil. Era una chica inquieta. Y de sus virtudes, que
fueron muchas, se beneficiaron muchos sordomudos. Siempre lograba lo que se
proponía, y entre sus logros fundó un colegio para ellos en Santa Cruz, y es en
la capital tinerfeña el único lugar donde se ha reconocido la obra y vida de
esta ejemplar mujer, que tiene allí una calle que lleva su nombre.
Desde estas columnas de EL DÍA, invito a la Asociación de Vecinos
de la Cruz Santa ,
a sus colectivos y ciudadanos interesados en el tema, a que se informen en
saber qué ha pasado con la solicitada propuesta en favor de rotular con el
nombre de Elisa González de Chávez este rincón emblemático de la Cruz Santa junto a la
iglesia. Pues es de justicia que la Cruz Santa sea agradecida con sus bienhechores y
entre tantos hijos destacados, no cabe duda que Elisa, por sus condiciones
físicas y humanas, fue y será en la historia de la Cruz Santa una mujer a
tener en cuenta, por su entrega y dedicación con tantas personas a las que, de
forma cariñosa y humana, pudo consolar y atender muy valientemente.
Vicente Luís Hernández, de la Asociación de Sordos de
Tenerife, escribía sobre Elisa González de Chaves, que refleja una
etapa educativa de los años cincuenta, allá en la misma isla. Se trata de
“Elisa: Historia de una ilusión”, contado por Pedro Martínez Carrasco,
ex-profesor del colegio “Elisa González de
Cháves”. Aunque el
título parezca raro, para mí tiene un significado sentimental. Cuando trabajaba
en el colegio «Elisa González de Cháves» y me preguntaban mis compañeros dónde
ejercía mi labor docente siempre les respondía: “en el Colegio Elisa”. Elisa
González de Cháves tuvo una única ilusión: el sordo, de ahí el título:
«HISTORIA
DE UNA ILUSIÓN»
No llegó a conocer
personalmente a Elisa, puesto que murió 9 años antes de que entrara en el
colegio que ella fundó, pero había leído relatos de su vida y toda su vida fue
una lucha constante para conseguir su ilusión: AYUDAR AL SORDO TINERFEÑO. Elisa nació en un barrio de los Realejos,
Santa Cruz, en el 12 de Julio de 1914. Bautizada el 21 del mismo mes en la
iglesia matriz de Nuestra Señora de la Concepción , nació y vivió sorda, fue la menor de
siete hermanas. Se quedó huérfana de madre a los cuatro años y su padre
falleció cuando sólo contaba con 15 años. Estudió en el colegio de las hijas de
la caridad y luego en la Pureza
de Santa Cruz de Tenerife.
Ella sabía que para
ayudar al sordo debía formarse como persona, que para dar cultura tenía que
poseerla ella primero, puesto que nadie da lo que no tiene. La esperanza llegó
a Elisa cuando una joven sorda como ella le dijo que esforzándose mucho podía
llegar a hablar. Esta joven estudió en un colegio del sur de Francia, y se
expresaba perfectamente con su voz. La voluntad firme de Elisa empezó a
manifestarse. Eran los años inmediatos a la Guerra Civil y la
posibilidad de estudiar fuera era costosa y escasa. Sus hermanas se Informaron
de un instituto educativo de Sordos que la Comunidad de Terciarias Franciscanas tenía en
Barcelona. Allí perfeccionó su habla y su formación que luego perfeccionó en
Montpellier (Francia). Había logrado su primer propósito: Formarse. Regresó a
Tenerife en 1956 convertida en ya profesora de sordos, con 42 años y una gran
ilusión: dar a los restantes sordos de la isla lo que ella había conseguido.
Esta ilusión se llevó a cabo, sí, pero a costa de un tesón sin límites, con muy
pocos medios, sin que nadie pudiera ayudarla en su labor, pero con una gran fe
en Dios y en su fuerza de voluntad se lanza al encuentro de los sordos de la
isla. Va al Valle Guerra, a La
Laguna y a Los Realejos. Acude allí donde tiene noticia de
que vive un sordo. Reúne a un grupo en Santa Cruz y comienza su enseñanza en
una habitación que le cede en su Delegación la Sección Femenina.
Un aula vieja, sin recursos, luego en el viejo Instituto de Enseñanza Media,
más tarde, en una clase provisionalmente cedida en el grupo escolar «San
Francisco ». Estos son los cimientos de la Asociación Tinerfeña
de Sordos. Un año después de venir a Tenerife, entre 1957 a 1959 sus trabajos
empiezan a conocerse. Le ayuda un joven estudiante en la escuela Superior de
Bellas Artes tan tenaz y voluntariosa como ella y que todos vosotros conocéis,
Don Agustín Yanes Valer. Tras diez años de lucha, consiguió una casa y unos
pocos medios, una subvención oficial y unas cuotas de socios protectores y
cuando no llegaba el presupuesto ella lo ponía de su bolsillo. En la casa de
Viera y Clavijo, en Santa Cruz de Tenerife instaló el Hogar del sordo y la
escuela.
Me honran unos lazos familiares a través de mi mujer Antonia María
Gonzáles de Chaves y Díaz, su padre Félix Gonzáles de Chaves y Fernández Acosta
primo hermano de la fundadora y directora del primer colegio para Sordomudos de
Canarias, Elisa Isabel González de Chaves y González de Chaves.
Según su sobrino nieto Antonio Luque Hernández: “…Elisa era alta y su cara, sin ser guapa,
resultaba agraciada. Tenía expresivos ojos negros y clara tez. Dotada de
inteligencia y fácil compresión, poseía distinción en sus modales y por lo
normal de su aspecto nada mostraba su minusvalía. De carácter pacífico,
simpática, decidida, irónica y consecuente con su opinión….” (Bruno
Juan Álvarez Abreu)
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