martes, 14 de abril de 2015

EVANGELIOS APOCRIFOS-IV



EL EVANGELIO ARMENIO DE LA INFANCIA

Lo que advino, con motivo de la Santa Virgen María, en la casa de su padre.
Relato de Santiago, hermano del Señor

I 1. En aquel tiempo, un hombre llamado Joaquín salió su casa, llevando consigo sus rebaños y sus pastores, y fue al desierto, donde fijó su tienda. Y, después de haber permanecido allí en oración, durante cuarenta días y cuarenta noches, gimiendo, llorando y no viviendo más que de pan y de agua, se arrodilló, y, en la aflicción de su alma, rogó a Dios en estos términos: Acuérdate de mí, Señor, según tu misericordia y tu justicia, y opera en mí una señal de tu benevolencia, como lo hiciste con nuestro antepasado Abraham, a quien, en los días de su vejez, concediste un vástago de bendición, hijo de la promesa, Isaac, su descendiente único y prenda de consuelo para su raza. Y de esta suerte, con lágrimas y alma afligida, pedía piedad a Dios. Y decía: No me iré de aquí, ni comeré, ni beberé, hasta que el Señor me haya visitado, y haya tenido compasión de su siervo.
2. Y, cuando se acabaron los cuarenta días de ayuno, advino el ángel del Señor, y, colocándose ante Joaquín, le dijo: Joaquín, el Señor ha oído tus plegarias, y ha atendido tus súplicas. He aquí que tu mujer concebirá, y te dará a luz un vástago de bendición. Y su nombre será grande, y todas las razas lo proclamarán bienaventurado. Levántate, toma las ofrendas que has prometido, llévalas al templo santo, y cumple tu voto. Porque yo iré esta noche a prevenir al Gran Sacerdote, para que acepte esas ofrendas. Y, después de hablar así, el arcángel lo abandonó. Y Joaquín se levantó en seguida con júbilo, y partió con sus numerosos ganados y con sus ofrendas.
3. Y el ángel del Señor, apareciendo a Eleazar, el Gran Sacerdote, en una visión semejante, le dijo: He aquí que Joaquín viene hacia ti con ofrendas. Recibe sus dones religiosamente y conforme a la ley, como conviene. Porque el Señor ha escuchado sus ruegos, y ha realizado su demanda. Y el Gran Sacerdote se despertó de su sueño, se levantó, y dio gracias al Altísimo, diciendo: Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque no desdeña a sus servidores que le imploran. Después, el ángel apareció por segunda vez a Ana, y le dijo: He aquí que tu marido llega. Levántate, ve a buscarlo, y recíbelo con alegría. Y Ana se levantó, revistió su atavío nupcial, y fue a buscar a su marido. Y, cuando lo divisó, se prosternó con júbilo ante él, y le echó al cuello los brazos.
4. Y Joaquín dijo: Salud y feliz noticia, Ana, porque el Señor ha tenido piedad de mí, me ha atendido, y ha prometido damos un vástago de bendición. Y Ana dijo a Joaquín: Buena nueva a mi vez te doy, porque también a mí el Señor ha prometido darnos lo que dices. Y, transportada de gozo, añadió: Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que no ha desdeñado nuestras súplicas, y que no ha apartado de nosotros su misericordia. Y, al mismo tiempo, Joaquín ordenó que se llamase a sus amigos y vecinos, y les hizo una recepción grandiosa. Comieron, bebieron, se regocijaron, y, después de haber rendido gracias al Señor, volvieron cada uno a su casa. Y glorificaron a Dios en alta voz.
Del nacimiento de la Virgen María, y lo que ocurrió en casa de su padre
II 1. Y Joaquín se levantó muy temprano, llamó a sus pastores, y les dijo: Traedme diez corderos blancos, y esto será la ofrenda para el templo augusto de mi Dios; y doce terneros, y esto será para los sacerdotes, los escribas y los ministros, que son los servidores de la Sinagoga y cien moruecos, y esto será para todo el pueblo de Israel. Y, cuando Joaquín hubo tomado estas ofrendas, las llevó al templo del Señor, y, habiéndose prosternado ante los sacerdotes y ante toda la asamblea, les presentó los dones aportados. Y ellos se regocijaron, y lo felicitaron de que hubiese placido al Señor aceptar de sus manos tan santas ofrendas. Y la multitud de gentes que se encontraban allí, estaban admirados, y decían: Alabado sea el Señor Dios de Israel, que ha realizado los votos de tu corazón. Ve en paz a tu casa, y el Señor será contigo perpetuamente, y te dará un hijo bendito y un vástago santificado, fruto de las entrañas de tu esposa.
2. Y Joaquín, después de haberse prosternado ante los sacerdotes, se levantó, entró en el templo, y, puesto en oración, daba gracias al Señor, y decía: Señor Dios de Israel, puesto que has escuchado a tu servidor, y lo has tratado con amplia medida de misericordia, yo te prometo que el hijo que me concedes, sea del sexo masculino o del femenino, te lo daré, para que esté a tu servicio en este templo, todos los días de su vida. Y, luego que hubo hablado así, Joaquín se incorporó, y marchó gozosamente a su casa.
3. Transcurridos tres meses, el hijo se estremecía en el vientre de su madre. Y Ana, llena de gran júbilo, dijo en un transporte de alegría: Por la vida del Señor, si me es concedido un hijo de bendición del sexo masculino o femenino, lo doy al templo santo, por todos los días de su vida. Y Ana cumplió ciento sesenta días de su embarazo, lo que equivale a seis meses.
4. Y Joaquín partió con presentes, llegó al templo santo, y, ante los sacerdotes, ofreció los sacrificios que había prometido cumplir íntegramente al comienzo del año. Y, al levantar las víctimas sobre el altar de los sacrificios, e inmolarlas, los sacerdotes vieron, mientras la sangre corría, que aquellas víctimas no contenían ninguna mácula, y, llenos de gozo, dieron gracias al Altísimo.
5. Mas Joaquín, después de haber hecho sus ofrendas ordinarias, tomó un cordero, y, haciendo primero su oblación, lo sacrificó después sobre el altar. Y todos vieron por un prodigio inesperado salir de la arteria una especie de leche blanca en lugar de sangre. Ante tan singular espectáculo, los sacerdotes y todo el pueblo quedaron atónitos, sorprendidos y maravillados. Porque jamás se había visto un prodigio semejante al que se verificara en tal sacrificio. Y Eleazar, el Gran Sacerdote, requirió a Joaquín para que dijese en nombre de qué había presentado en ofrenda y en sacrificio aquel cordero sobre el altar.
6. Y Joaquín respondió: Las primeras ofrendas las prometí al Señor, como un voto que debía cumplir. Pero este último cordero lo ofrecí en nombre de mi vástago futuro, y a él lo reservé. Y el Gran Sacerdote dijo: ¿Sabes lo que implica ese signo que el Señor te ha mostrado en nombre de tu vástago futuro? La leche que acaba de salir de esa arteria tiene una significación precisa. Porque lo que nacerá del vientre de su madre, será una hembra, una virgen impecable y santa. Y esta virgen concebirá sin intervención de hombre, y nacerá de ella un hijo varón, que llegará a ser un gran monarca y rey de Israel. Y, al oír estas cosas, todos los que estaban presentes, fueron presa de la mayor admiración. Joaquín se dirigió en silencio a su casa, y contó a su esposa los prodigios que habían ocurrido. Y, dando gracias a su Dios, se regocijaron, y dijeron al Altísimo: Hágase tu voluntad.
7. Y, cuando el embarazo de Ana alcanzó los doscientos diez días, lo que hace siete meses, súbitamente, a la hora séptima, Ana trajo al mundo a su santa hija, durante el día 21 del mes (de ...), que es el 8 de septiembre. El primer día preguntó a la partera: ¿Qué he traído al mundo? Y la partera contestó: Has traído al mundo una hija extremadamente bella, graciosa y radiante a la vista, sin tacha ni mancilla alguna. Y Ana exclamó: Bendito sea el Señor Dios de Israel, que ha escuchado las súplicas de sus siervos, que nos ha mostrado su amplia misericordia, y que ha hecho por nosotros grandes cosas, que han inundado de gozo nuestra alma. Ahora mi corazón está sólidamente establecido en el Señor, y mi esperanza ha sido exaltada en Dios mi Salvador.
8. Y, cuando la niña tuvo tres días, Ana ordenó a la partera que la lavase, y la llevase a su dormitorio con respeto. Y, habiéndole la partera presentado a la niña, le dio el pecho, y la nutría con su leche. Y, en una efusión de ternura, le puso por nombre María. De día en día la niña crecía y adelantaba, y la madre, en los transportes de su júbilo, la mecía entre sus brazos. Y así sus padres la alimentaban y la cuidaban. Y, cuando llegó el tiempo de la purificación, por haber cumplido María cuarenta días, sus padres la tomaron con respeto, y, aportando numerosas ofrendas, la condujeron al templo santo, conforme a la regla de su tradición.
9. Y la pequeña María crecía y adelantaba de día en día. Cuando cumplió seis meses, su madre permitió que intentase andar por sí sola. Y la niña avanzó tres pasos por sí sola, y volviendo atrás, se echó en brazos de su madre. Y su madre, levantándola en sus brazos, y haciéndole caricias, exclamó: ¡Oh tú, María, santa madre de las vírgenes, raíz de hermoso crecimiento, rama de un noble trono, de ti se levantará la aurora, el astro precursor de la luz, semejante a la luna más que ninguna estrella, luz del día más brillante que el esplendor del sol, alba del sol del Oriente! Así hablaba Ana, y añadía otras muchas cosas aún. Y, acariciando a su santa hija, decía: Por la vida del Señor, tus pies no pisarán el suelo hasta el día en que te llevemos al templo. Y Ana pidió a Joaquín: Construye a tu hija María un aposento en que habite, hasta el momento en que sea mayor, y la llevemos al templo santo.
10. Y, pasado algún tiempo, los esposos se dijeron entre sí: Conduzcámosla a la casa del Señor, para que viva en su presencia, conforme a nuestro voto. Pero Ana advirtió a Joaquín: Esperemos a que adquiera conciencia de sí misma. Y, en aquellos mismos días, Ana quedó encinta, y trajo al mundo una niña que llamó Parogithä, diciendo: María será del Señor, y Parogithü constituirá nuestras delicias (phurgäiä) en lugar de María.
De la educación de la Virgen María, que tuvo lugar en el templo, durante doce años
III. 1. Y Joaquín dijo a Ana: Se han cumplido los días de la hija que ha nacido en nuestra casa. Manda que se convoque a todas las hijas de los hebreos, vírgenes consagradas a Dios para que cada una tome una lámpara en su mano, y conduzcan a la niña, con santo respeto, al templo del Señor. Y, habiéndola conducido, la colocaron en la tercera grada del tabernáculo. Y el Señor Dios le concedió gracia y sabiduría. Un ángel que descendió del cielo, le servía la mesa, y se veía alimentada por los ángeles del Espíritu Santo. Y, en el tabernáculo, oía incesantemente el lenguaje y el canto de los ángeles.
2. María tenía tres años, cuando sus padres la llevaron al templo, y en él permaneció doce. Al cabo de un año, sus padres murieron. María experimentó viva aflicción por la pérdida de los que le habían dado el ser, y les guardó el duelo oficial de treinta días. Establecida en el templo, fue allí educada, y se perfeccionó a la manera de las mujeres, como las demás hijas de los hebreos que con ella se encontraban, hasta que alcanzó la edad de quince años.
3. En aquel año, murió Eleazar, el Gran Sacerdote. Y los hijos de Israel, siguiendo las reglas del duelo, lloraron por él treinta días. Y, después de todos estos acontecimientos, tuvo lugar una asamblea de los sacerdotes, de los ancianos del pueblo y de otros notables, que resolvieron designar un Gran Sacerdote del templo, consultando la suerte. Y la suerte recayó sobre Zacarías, hijo de Baraquías. Todos los sacerdotes lo impusieron, y lo nombraron soberano ministro y Sumo Pontífice del santo altar. E Isabel, esposa de Zacarías, y Ana, eran parientes, y ambas a dos infecundas. Y, desde el embarazo de Ana y el nacimiento de María hasta el momento en que Zacarías comenzó a ejercer sus funciones de Gran Sacerdote, habían transcurrido catorce años.
4. Y, siendo ya Zacarías el Gran Sacerdote, su esposa continuaba estéril, y sin tener hijos, como Ana. Y, fuera de tiempo, los sacerdotes y todo el pueblo hicieron una reflexión demasiado tardía, y se dijeron los unos a los otros: Es extremadamente enojoso que no hayamos comprendido más pronto lo que hicimos. Porque hemos establecido este Gran Sacerdote, sin advertir el defecto que se oponía a ello, dado que su esposa es infecunda, y no ha concebido fruto de bendición. Y uno de los sacerdotes, llamado Levi, dijo: este me parece justo, y, con vuestro permiso, se lo comunicará. Los otros sacerdotes observaron: Declárale la cosa a él solo y en secreto, y no hables de eso a nadie más. Y el sacerdote, asintiendo, dijo: Conforme. Se lo manifestará a él, y a nadie más que a él.
5. Un día, pues, como hubiese terminado el tiempo de la plegaria, el sacerdote fue secretamente a entrevistar se con Zacarías, y le notificó la conversación que había tenido con sus compañeros. Al oír tal, Zacarías se turbó hasta lo sumo, y dijo entre sí: ¿Qué hará? ¿Qué respuesta he de dar? Porque, en lo tocante a mí, no me remuerde la conciencia el haber hecho mal alguno, y, si me odian sin causa, a pesar de mi inocencia, al Señor únicamente corresponde. examinarlo. Si repudio a mi esposa, sin alegar ningún desaguisado por su parte, cometerá una falta torpe. Y sería muy penoso para mí atribuirme un delito que no he cometido, para que se me destituya, o, sin decir nada, abdicar el pontificado y el servicio del santo altar. ¿Qué, pues, va a ocurrir en esta grave perplejidad que a mi alma atormenta?
6. Y, mientras revolvía en su pensamiento todas estas reflexiones, llegó la hora de la oración ritual, en que debía depositar el incienso ante el Señor. Y, manteniéndose en el templo cerca del santo altar, y llorando frente al tabernáculo, rogaba de esta suerte: Señor, Dios de nuestros padres, Dios de Israel, mírame con misericordia, a mí, tu siervo, que se presenta lleno de confusión delante de tu majestad, y que implora la dulce gracia de tu benevolencia. No desdeñes a tu siervo humilde. Si me juzgas digno de servir tu santo altar, usa a mi respecto de tu tierna bondad hacia los hombres, pues que tú solo eres piadoso y omnipotente. Sea para ti la gloria en todos los siglos. Amén.
7. Así habló Zacarías, mientras se encontraba a la derecha del santo altar, y, prosternado, adoraba al Señor. Y he aquí que un ángel de Dios le apareció, en el tabernáculo, y le dijo: No temas, Zacarías, porque tus plegarias han sido atendidas, y tus súplicas han llegado hasta Dios. He aquí que tu esposa Isabel concebirá y parirá un hijo, y llamaréis su nombre Juan. Mas Zacarías repuso: ¿Cómo puede suceder eso, puesto que yo soy viejo, y mi mujer avanzada en edad? Y el ángel dijo: Por cuanto no me has escuchado, ni creído mis palabras, he aquí que quedarás mudo e incapaz de hablar, hasta que esas cosas advengan. Y, en el mismo instante, Zacarías fue atacado de mutismo en el templo, y, habiéndose arrodillado en silencio frente al santo altar, se golpeó el pecho, y lloró con amargura.
8. Y los sacerdotes y la multitud del pueblo que se encontraba allí, notaron con sorpresa y con asombro que Zacarías se retardaba en el templo. Y, habiéndose introducido cerca de él, los sacerdotes lo encontraron atacado de mutismo. No podía hablar, y no se explicaba más que por gestos. Después, cuando hubo pasado la fiesta de los santos tabernáculos, el 15 del mes de tesrín, que es el 2 de octubre, finaron las primeras solemnidades. El 22 de tesrín, que es el 9 de octubre, Isabel quedó encinta. Y el 16 del mes de tammuz, que es el 5 de junio, tuvo lugar el nacimiento de Juan el Bautista.
De cómo los sacerdotes, siguiendo su uso tradicional, dieron a María en matrimonio a José, para que velase cuidadosamente por la Santa Virgen, y cómo él la tomó bajo su guarda, confiando en el Señor
IV 1. Cuando, transcurridos quince años, terminó la residencia santificada de María en el templo, los sacerdotes deliberaron entre sí, y se preguntaron: ¿Qué haremos de María? Sus padres, que han muerto, nos la confiaron en el templo, como un depósito sagrado. Ahora ha alcanzado, en toda su plenitud, el desarrollo propio de las mujeres. No es posible guardarla más tiempo entre nosotros, porque es preciso evitar que el templo de Dios sea profanado sin noticia nuestra. Y los sacerdotes se repitieron los unos a los otros: ¿Qué nos toca hacer? Y uno de ellos, un sacerdote llamado Behezi, dijo: Hay todavía con ella en el templo muchas otras hijas de los hebreos. Vayamos, por tanto, a interrogar a Zacarías, el Gran Sacerdote, y lo que él juzgue conveniente, lo haremos. Todos contestaron, unánimes: Está bien. Y el sacerdote Behezi se presentó ante Zacarías, y le dijo: Tú eres el Gran Sacerdote, avezado a la guarda del santo altar. Y hay aquí hijas de los hebreos, que se han consagrado a Dios. Entra en el Santo de los Santos, y ruega por la intención suya. Todo lo que el Señor revele, lo haremos según su voluntad.
2. E inmediatamente Zacarías se levantó, y, tomando el racional, entró en el Santo de los Santos, y rogó por aquellas jóvenes. Y, mientras esparcía el incienso ante el Señor, he aquí que un ángel de Dios fue a colocarse cerca del altar del tabernáculo, y le dijo: Sal a la puerta del templo, y ordena que se llame a las once hijas de los hebreos, y, con ellas, trae aquí a María, que es de la raza de Judá y de la familia de David. Ordena también que se llame a todos los celibatarios de la ciudad, y que cada uno aporte una tablilla. Colocarás todas las tablillas en el tabernáculo de la alianza, escribirás el nombre de cada uno sobre su tablilla, harás la plegaria, y cada virgen se casará con el hombre que Dios designe entre ellos. Y el Gran Sacerdote salió del templo, y ordenó que cuantos fuesen celibatarios se n,uniesen en aquel lugar. Y, al conocer esta orden, todos, hasta el último, se reunieron en el lugar indicado, llevando cada uno en la mano su tablilla. Y el viejo José, que también conoció aquella orden, abandonó su azuela de carpintero, y, tomando una tablilla, se apresuró a ir al lugar marcado. Y el Gran Sacerdote le tomó de las manos la tablilla, la aceptó, y, entrando en el templo, hizo la plegaria por aquellos hombres.
3. Era, en efecto, uso constante entre las familias de Israel salidas de la tribu de Judá y de la línea de David, colocar a sus hijas en el templo, donde se las guardaba en la santidad y en la justicia por el espacio de doce años, para allí servir, y esperar el momento de los decretos divinos, o sea, aquel en que el Verbo tomaría carne de una pura e impecable virgen, y, convertido exteriormente en uno de tantos hombres, pisaría la tierra con paso humano. La raza de Israel guardaba esa regla, consignada por escrito y conservada en el templo por la tradición de los antepasados. Y, a menos que no apareciese ningún signo o advertencia del Espíritu Santo, daban a aquellas jóvenes en matrimonio. Así se procedió con aquellas doce vírgenes, que eran de la raza de Judá y de la familia de David, y entre las cuales se encontraba la Virgen María, que tenía preeminencia sobre todas. Se las reunió de común acuerdo, y se las hizo comparecer en el lugar señalado. Y los sacerdotes consultaron la suerte a cuenta de ellas y a intención de los celibatarios, para saber quién de éstos recibiría una como esposa.
4. Y, cuando el Gran Sacerdote devolvió a los celibatarios sus tablillas respectivas, que había sacado del templo, vio que el nombre de cada una de las vírgenes estaba grabado sobre la tablilla de aquel a quien había tocado por mujer. Y, al tomar Zacarías las tablillas, éstas no llevaban ningún signo, excepto los nombres que se hallaban escritos en ellas. Pero, al entregar a José la última, en la cual se encontraba escrito el nombre de María, he aquí que una paloma, que salió de la tablilla, se posó sobre la cabeza del agraciado. Y Zacarías dijo a José: A ti te corresponde la Virgen María. Recíbela, y guárdala como esposa tuya, puesto que te ha caído en suerte por una decisión santa, para que se enlace contigo en matrimonio, como cada una de las otras vírgenes a uno de los celibatarios.
5. Mas José, al oír esto, resistió y repuso: Yo os ruego, sacerdotes y todo el pueblo, reunidos en este templo santo, que no me violentéis en presencia de todos. ¿Cómo haré nada de lo que me decís? Tengo una numerosa familia de hijos y de hijas, y quedaría avergonzado y confuso ante ellos. ¡No me violentéis! Mas los sacerdotes y todo el pueblo le contestaron: Obedece a la voluntad de Dios, y no seas recalcitrante e insumiso, porque no obras según la ley, al oponerte a esa voluntad. Y José dijo: Siendo, como soy, viejo, y estando próximo a la muerte, ¿por qué me obligáis a hacer en mi ancianidad cosas que no convienen a mi edad, ni a mi condición? Y el Gran Sacerdote dijo: Escucha. No tendrás vergüenza ni confusión de ningún lado, sino de todas partes bendición y gloria. Y José dijo: Hablas bien, pero la que me ha tocado es una niña, no una mujer, y, al verlo y comprenderlo, todos los hijos de Israel me pondrán en ridículo. Y el Gran Sacerdote dijo: Sabemos que eres bueno, justo y temeroso de Dios. Esta virgen es huérfana, y se ve privada de sus padres. La hemos tomado en tutela protectora, y en el templo la hemos residenciado, bajo la fe del juramento. Los sacerdotes y todo el pueblo acabamos de atestiguar legalmente que te ha caído en suerte María. Recógela por nuestra voluntad y nuestra bendición, y guárdala con santidad y con respeto, conforme a la ley a la tradición de nuestros antepasados, hasta que te llegue el momento de recibir la corona de gloria, al mismo tiempo que las otras vírgenes y los otros celibatarios.
6. Y José dijo: Tened piedad de los cabellos blancos de mi vejez. No me impongáis la carga, a que no tengo inclinación alguna, de guardarla con cuidado y con circunspección, como conviene. Es una virgen que acaba de llegar a la edad núbil, conforme a la naturaleza de las mujeres. ¿Cómo ha de ser para mí un deber aceptarla en matrimonio, ya que esto constituiría un pecado? Y el Gran Sacerdote dijo: Si no estabas dispuesto a consentir en las consecuencias de este acto, ¿quién te ha obligado a ello? ¿Por qué has venido con los otros celibatarios? Y advierte que, después de haberte presentado con ellos, y de haber tirado a la suerte, según el uso consagrado, has recibido del templo del Señor un signo bendito e indicativo de que Dios te ha concedido a María en matrimonio. Y José dijo: Yo no sabía esto de antemano, y, por mis propias reflexiones, no me era posible conocer el acontecimiento que se preparaba, ni sus resultas. Pero, repito, me hallo a punto de morir, y espero que respetéis los cabellos blancos de mi cabeza y mi vida sin tacha. Y el Gran Sacerdote dijo: Teme al Señor, y no resistas a sus órdenes. Recuerda cómo Dios procedió con Coré, Dathan y Abiron, y cómo la tierra se abrió y los tragó a causa del acto de desobediencia que cometieron. No los imites, si quieres evitar alguna desgracia imprevista, que te advenga de súbito.
7. Cuando José hubo oído estas palabras, se inclinó, se prosternó ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, y sacando del templo a María, partió con ella, y la condujo a su casa, en la villa de Nazareth. Al llegar, le advirtió: Hija mía, presta oídos a lo que voy a decirte, y guarda su recuerdo. Yo proveeré a todas tus necesidades materiales, y tú habitarás aquí honestamente. Guárdate a ti misma, y por ti misma vela. No vayas inútilmente a parte alguna, y procura que nadie entre en casa, hasta que llegue el momento en que, Dios mediante, vuelva al lado tuyo. Sea eternamente contigo el Dios de Israel, Dios de nuestros padres. Y, habiendo hablado así, se levantó, y se puso en camino, para ir a ejercer su oficio de carpintero.
8. Y, al cabo de pocos días, sucedió que los sacerdotes se reunieron en consejo, y dijeron: Mandemos hacer, para el templo, un velo que será expuesto en el día de la gran fiesta, ante la congregación de todo el pueblo, y que realzará el esplendor del culto en el santo tabernáculo. Entonces el Gran Sacerdote ordenó que se convocase a las mujeres y a las vírgenes que estaban consagradas a Dios en el templo, y que pertenecían a la tribu de Judá y a la estirpe de David. Y, cuando las once vírgenes hubieron llegado, Zacarías se acordó de que María pertenecía a aquella tribu y a aquella estirpe, y mandó que fuesen a buscarla. Y, cuando María llegó, el Gran Sacerdote dijo: Echad a suertes, para saber quiénes habéis de tejer la muselina y la púrpura, lo encarnado y lo azul, y, echadas las suertes, la púrpura y la escarlata tocaron a María. Y, tomándolas en silencio, regresó y comenzó por hilar la escarlata, ante todo.
Sobre la voz del ángel mensajero, que anunció la impregnación de la Santa Virgen María
V 1. El año 303 de Alejandro, el 31 del mes de adar, el primer día de la semana, a la hora tercera del día, María tomó su cántaro, y fue a la fuente en busca de agua. Y oyó una voz que decía: Regocíjate, Virgen María. Súbitamente, María se turbó, y quedó helada de espanto. Y miró a derecha y a izquierda, y, no viendo a nadie, se preguntó: ¿De dónde ha partido la voz que se ha dirigido a mí? Y, recogiendo su cántaro, marchó precipitadamente a su casa, cuya puerta cerró y encerrojó cuidadosamente. Después, se recogió, silenciosa, en el fondo de la casa. Y, en el estupo de su espíritu, se decía con asombro: ¿Qué saludo es que se me ha hecho? ¿Cuál es el que me conoce, y sabe de antemano quién soy? ¿A quién he visto yo que pueda hablarme en esos términos? Y, pensando en todas esta cosas, se estremecía y temblaba.
2. Y, levantándose, se puso en oración, y dijo: Señor Dios de Israel, Dios de nuestros padres, mírame con misericordia, y condesciende a mi demanda, y a la plegaria di mi corazón. Escucha a tu miserable sierva, que te implora con esperanza y con confianza. No me entregues a las tentaciones del seductor y a las emboscadas del enemigo, y líbrame de los peligros y de la astucia del cazador, porqui espero y confío en que guardarás mi virginidad intacta Señor y Dios mío. Y, luego que hubo hablado así, rindió gracias al Señor, llorando. Y, después de haber permanecido en este estado durante tres horas, tomando la escarlata, se puso a hilar.
3. Y he aquí que el ángel del Señor llegó, y penetró cerca de ella, estando las puertas cerradas. El ser incorpóreo se le presentó bajo la apariencia de un ser corpóreo, y le dijo: Regocíjate, María, sierva inmaculada del Señor Como el ángel se le apareciera de súbito, María sintió pánico, y, en su pavor, era incapaz de responder. Y el ángel dijo: No te espantes, María, bendita entre todas las mujeres. Yo soy el ángel Gabriel, enviado por Dios para comu nicarte que quedarás encinta, y que darás a luz al hijo de Altísimo, el cual será un gran rey, y prevalecerá sobre la tierra toda. María le preguntó: ¿De qué hablas? ¿Qué es lo que expresas? Explícame este enigma. Y el ángel repuso: Lo que te he dicho, lo has oído de mi boca. Recibe la invitación contenida en este mensaje que acabo de hacerte y regocíjate. María dijo: Lo que me manifiestas es de una novedad desconcertante, que me llena de sorpresa y de asombro, pues afirmas que concebirá y pariré al tenor de las demás mujeres. ¿Cómo ha de ocurrirme esto, si yo no conozco varón? Y el ángel dijo: ¡Oh Santa Virgen María, no abrigues sospechas tales, y comprende lo que te revelo! No concebirás de una criatura, ni de un marido, ni de la voluntad de un hombre, sino del poder y de la gracia del Espíritu Santo, que habitará en ti, y que hará de ti lo que le plazca. María dijo: Lo que me anuncias me parece extraordinario y duro de creer. Yo no puedo conformarme, ni resignarme, con las cosas que me dices. Porque los prodigios de que me hablas, me parecen chocantes en principio e inverosímiles de hecho. Al oír tus palabras, mi alma se estremece de miedo, y tiembla. Mi espíritu continúa en la perplejidad, y no sé qué respuesta dar a tus discursos. El ángel preguntó: ¿Por qué te estremeces, y por qué tiembla tu alma?
4. Y María repuso: ¿Cómo podré conceder crédito a tus palabras, si jamás oí a nadie otras parecidas, y ni aun sé lo que pretendes comunicarme? El ángel dijo: Mis discursos son la exacta verdad. No te hablo a la ventura, ni conforme a mis propias ideas, sino que te digo lo que he oído del Señor, y que Dios me ha enviado a notificarte y a exponerte. Y tú tomas mi lenguaje por una falsedad. Teme al Señor, y escúchame. La Virgen repuso: No es que considere tus discursos vanos, sino que estoy poseída de un profundo asombro. Aquel que el firmamento y la tierra no pueden contener, ni envolver su divinidad, y cuya gloria no pueden contemplar todas las falanges celestes de espíritus luminosos y de seres ígneos, ¿podría yo sostenerlo, y soportar su ardor infinito, y abrigarlo en mi carne? ¿Cómo sería yo capaz de llevarlo corporalmente en mi seno, y de tocarlo con mis manos? Tu discurso es inverosímil; la idea, incomprensible, y su realización desconcertante. Se necesita más que toda la clarividencia del espíritu humano para escrutarlo y comprenderlo. ¿Quieres alucinar mi espíritu con un discurso engañador? ¡No será así! El ángel replicó: ¡Oh bienaventurada María, escúchame lo que decirte quiero! ¿Cómo la tienda de Abraham recibió a Dios bajo formas corpóreas, sin que el fuego se le aproximase? ¿Cómo habló Dios a Jacob, después de luchar con él? ¿Cómo Moisés, en el Sinaí, vio a Dios cara a cara, y la hoguera en que se le mostró ardió, sin consumirse? A ti te sucederá igual por otro concepto, y no tienes por qué temer a este propósito. Cree solamente, y oye lo que ahora voy a significarte.
5. María opuso aún: ¿Cómo me sucederá lo que dices? ¿Y cómo conocerá yo en qué día y a qué hora ocurrirá el suceso? Indícamelo. Y el ángel contestó: No hables así de lo que ignoras, y no te niegues a creer lo que no comprendes. Humilla tu oído, y cree todo lo que te revelo. María dijo: No hablo así por incredulidad, ni por desconfianza, pero quiero asegurarme con exactitud, y saber con certeza cómo la cosa me ocurrirá y en qué momento, a fin de que me halle dispuesta y prevenida. El ángel repuso: Su advenimiento puede acaecer a cualquier hora. Al penetrar en tu seno, y habitar en él, purificará y santificará toda la esencia de tu carne, que se convertirá en templo suyo. María dijo: Pero ¿cómo advendrá esto, puesto que, repito, no conozco varón? El ángel dijo: El Espíritu Santo vendrá a ti, y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y el Verbo divino tomará de ti un cuerpo, y parirás al hijo del Padre celestial, y tu virginidad permanecerá intacta e inviolada. María dijo: ¿Y cómo una mujer, conservando su virginidad, puede tener un hijo, sin la intervención de un hombre?
6. Y el ángel replicó: El caso no será como piensas. Tu maternidad no será efecto de una concupiscente pasión corpórea, ni tu embarazo consecuencia de una relación conyugal, porque tu virginidad permanecerá pura y sin tacha. La entrada del Verbo divino no violará tu vientre, y, cuando salga de él, con su carne, no destruirá tu pureza inmarchita, María exclamó: Tengo miedo de ti, porque me sonsacas con palabras gratas de oír, y que me causan viva sorpresa. ¿Es que quieres convencerme mediante frases engañosas, como sucedió a Eva, nuestra primera madre, a quien el demonio, conversando con ella, persuadió por discursos dulces y agradables, y que fue en seguida entregada a la muerte? El ángel dijo: ¡Oh Santa Virgen María, cuántas veces me he dirigido a ti, y te he dicho la exacta verdad! Y no crees en las órdenes y en el mensaje que te expresa mi boca, ni aun hallándome en tu presencia. De nuevo me dirijo a ti en nombre de Dios, para que tu alma no se espante ante mi vista, ni tu espíritu dude del que me ha enviado. Y no apartes de tu corazón las palabras que de mí ya has oído. No he venido a hablarte por artificio engañoso de ninguna especie, ni por trampa, ni por astucia, sino para preparar en ti el templo y la habitación del Verbo. María dijo: Ante la insistencia de tus discursos, siento sobrecogido mi ánimo, y me preocupa saber qué respuesta he de dar a lo que dices. Y, si no llego a convencerme a mí propia, ¿a quién podré descubrir mi situación, y persuadirlo de que no miento?
7. Y el ángel exclamó: ¡Oh Santa Virgen sin mancilla, no te ocupes de aprensiones vanas! María dijo: No dudo de tus palabras, ni tengo lo que dices por increíble, antes bien, soy dichosa, y me regocijan vivamente tus discursos. Pero mi alma se estremece y tiembla ante el pensamiento de que llevaré a Dios en mi carne, pada darlo a luz como a un hombre, y que mi virginidad continuará inviolable. ¡Oh prodigio! ¡Y qué maravilloso es el hecho de que me hablas! El ángel dijo: Una y otra vez he repetido mi largo discurso, dándote de él mi verídico testimonio, y no me has creído. Y María repuso: Te ruego, oh servidor del Altísimo, que no te enoje mi insistencia en preguntarte. Porque tú conoces la naturaleza humana y su incredulidad en toda materia. He aquí por qué yo quiero informarme fidedignamente, para saber al justo lo que ha de ocurrirme. No quedes, pues, descontento de las frases que he pronunciado. El ángel dijo: Llevas razón, pero ten fe en mí, que he sido enviado por Dios, para hablarte, y para anunciarte la buena nueva.
8. Y María respondió: Sí, creo en tus discursos, sé que es verdad lo que hablas, y acepto tus órdenes. Pero escucha lo que voy a decirte. Hasta el presente, he sido guardada en la santidad y en la justicia, ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, después de haber sido legítimamente prometida a José, para ser su esposa. Y él se ha eñcargado de recogerme en su casa, para velar cuidadosamente por mí, hasta el momento que recibamos la corona de bendición, con las otras vírgenes y los otros celibatarios. Y, si vuelve, y me encuentra encinta, ¿qué respuesta le daré? Y, si me pregunta cuál es la causa de mi embarazo, ¿qué contestará a su interrogación? El ángel dijo: ¡Oh bienaventurada María, escucha bien mi palabra, y guarda en tu espíritu lo que voy a decirte! Esto no es obra del hombre, y el fenómeno de que te hablo no provendrá de nadie, y el mismo Señor lo realizará en ti, y él posee el poder de sustraerte a todas las angustias de la prueba. María dijo: Si la cosa es tal como la explicas, y el mismo Señor se digna descender hasta su esclava y su sierva, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel la abandonó.
9. No bien la Virgen hubo pronunciado aquella frase de humillación, el Verbo divino penetró en ella por su oreja. Y la naturaleza íntima de su cuerpo animado fue santificada, con todos sus sentidos y con los doce miembros u órganos de sus sentidos, y quedó purificada como el oro en el fuego. Y se convirtió en un templo santo e inmaculado, y en la mansión del Verbo divino. Y, en el mismo momento, comenzó el embarazo. Porque, cuando el ángel llevó la buena nueva a María, era el 15 de nisan, lo que hace el 6 de abril, un miércoles, a la hora tercera del día.
10. Y, al mismo tiempo, un ángel se apresuró a ir al país de los persas, para prevenir a los reyes magos, y para ordenarles que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos, después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su destino en el punto y hora en que la Virgen acababa de ser madre. Porque, en aquella época, el reino de los persas dominaba, por su poder y por sus victorias, sobre todos los reyes que existían en los países de Oriente. Y los reyes de los magos eran tres hermanos: el primero, Melkon, que imperaba sobre los persas; el segundo, Baltasar, que prevalecía sobre los indios; y el tercero, Gaspar, que poseía el país de los árabes. Habiéndose reunido por obediencia al mandato de Dios, se presentaron en Judea en el instante en que María había dado a luz. Y, habiendo apresurado su marcha, se encontraron allí en el tiempo preciso del nacimiento de Jesús.
11. Y, luego que la Virgen recibió el mensaje de su lmpregnación por el Espíritu Santo, vio a los coros angélicos, que cantaban en loor suyo. Y, al verlos, se sintió llena de pánico a una que de gozo. Y, con la faz postrada contra la tierra, se puso a alabar a Dios en hebreo, exclamando: ¡ Oh Señor de mi espíritu y de mi cuerpo, tú tienes el poder de cumplir todas las voluntades de tu amor creador, y tú decides libremente de toda cosa conforme a tu albedrío! Dígnate condescender con las plegarias de tu esclava y de tu sierva. Atiéndeme y libra mí alma, por cuanto eres el Dios mi Salvador, y tu nombre, Señor, ha sido invocado sobre mí cotidianamente. Y, hasta este día, me he guardado en la santidad, en la justicia y en la pureza, ordenada por ti, y he conservado mi virginidad firme e intacta, sin ningún deseo de carnales mancillas. Y, ahora, hágase tu voluntad.
12. Y, habiendo hablado así, María se levantó, y dio gracias al Altísimo. Después de lo cual, pasó una hora. Y, como la Virgen reflexionase, comenzó a llorar, y dijo: ¿Qué prodigio nuevo, y que no se había visto en el nacimiento de ningún hombre, es el que se realiza en mí? ¿No me convertiré en la fábula y en el ludibrio de todos, hombres y mujeres? Heme aquí, pues, en la mayor perplejidad. No sé qué hacer, ni qué respuesta dar a quienquiera se informe de mí. ¿A quién me dirigiré, y cómo justificaré todo esto? ¿Por qué mi madre me ha parido? ¿Por qué mis progenitores me han consagrado a Dios, en la tristeza de su alma, para convertirme en objeto de reproche para mí misma y para ellos? ¿Por qué me han obligado a guardar virginidad en el templo santo? ¿Por qué no he recibido más pronto la sentencia de muerte, que me sacará de este mundo? Y, puesto que permanezco con vida, ¿por qué mis padres no me han dado en matrimonio, sin decir nada, como a las demás hijas de los hebreos? ¿Quién ha visto ni oído nunca cosa semejante? ¿Quién creerá que dé a luz una mujer que no ha conocido varón? ¿A quién, ni en público, ni en secreto, contaré sin reticencia lo que ocurre? ¿Podré persuadir, a fuerza de palabras, ni a casadas, ni a solteras? Si les revelo exactamente lo insólito de mi caso, creerán que me mofo, y, si hablo bajo la fe del juramento, juzgarán que soy perjura. Decir falsedades, me es imposible, y condenarme a mí misma, siendo inocente, es bien duro. Si se me exige un testigo, nadie podrá justificarme. Y, si repito por segunda vez mi declaración, diciendo la verdad, se me condenará a muerte con desprecio. Todos los que oigan mi declaración, prójimos o extraños, dirán: Quiere engañar, con vanos subterfugios, a los insensatos y a los irreflexivos. No sé qué hacer, ni quién me sugerirá una respuesta que dar a todos, con respecto a este asunto; ni cómo diré esto a mi marido, cuyo nombre he recibido por el matrimonio; ni cómo me atrever a tomar la palabra ante los sacerdotes y el pueblo; ni cómo soportará ser entregada, delante de todo el mundo, al apa rato de la justicia humana. Si declaro a las casadas que soy virgen, y que he concebido sin la operación de un horn bre, tomarán mis palabras por una burla, y no me creerán. ¿Cómo podré yo darme cuenta a mf misma de lo que me ha sucedido? Todo aquello de lo que tengo conciencia, es que mi virginidad está a salvo, y que mi embarazo es cierto. Porque el ángel del Señor me ha dicho la verdad, sin mentira alguna. No me ha engaño con vanas habilidades, sino que ha transmitido, exacta y sinceramente, las palabras pronunciadas por el Espíritu Santo. ¿Qué hacer, pues, ahora que me he convértido en objeto de censura y de reprobación entre los hijos de Israel? ¡Oh palabra asombrosa! ¡ Oh obra sorprendente! Oh prodigio terrible y desconcertante! Nadie creerá que yo no haya conocido varón, y que mi embarazo es un ejemplo. Y, si digo seriamente a alguien: Cree que estoy encinta, y que, sin embargo, permanezco virgen, me contestará: Sea. Yo creo que hablas exacta y sinceramente. Pero explicame cómo una virgen puede llegar a ser madre, sin que un hombre haya destruido su virginidad. Y, con estas pocas palabras, me pondrán en ridículo. Bien sé que muchos hablarán perversamente de mí, y que me condenarán a la ligera, a pesar de mi inocencia. Sin embargo, el Señor me salvará de las murmuraciones y de los ultrajes de los hombres.
13. Habiendo dicho estas cosas, María dejó de hablar entre sí. Y, levantándose, abrió la puerta de la casa, para ver si había por allí alguien que prestase oídos a las palabras que pronunciara anteriormente. Como no percibiese ningún ser humano, volvió al interior de la casa, y, tomando la escarlata y la púrpura que había recibido de manos de los sacerdotes, para hacer un velo del templo, se puso a hilarlas. Cuando terminó su obra, fue a llevarla al Gran Sacerdote. Y éste, tomándola de las manos de la Virgen Santa, le dijo: María, hija mía, bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es tu seno virginal. El Señor magnificará tu santo nombre por toda la tierra. Tendrás preeminencia sobre todas las mujeres, y llegarás a ser la madre de las vírgenes. De ti vendrá al mundo su salvación. Así habló Zacarías. María se prosternó ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, y, sumamente gozosa, regresó a su casa.
14. Y, cuando tuvo lugar la anunciación del ángel a María, el embarazo de Isabel duraba ya desde su comienzo el 20 de tesrín, lo que hace el 9 de octubre, y de esta fecha al 15 de nisan, es decir, al 6 de abril, habían transcurrido ciento ochenta días, lo que hace seis meses. Entonces comenzó la encarnación del Cristo, por la cual tomó carne en la Virgen Santa. Y un día, ésta, reflexionando, se dijo: Iré a ver a mi prima Isabel, le contaré todo lo ocurrido, y cuanto ella me diga, otro tanto haré. Y envió a José, a Bethlehem, un mensaje concebido en estos términos: Te ruego que me dejes ir a ver a Isabel, mi prima. Y José le permitió ir, y ella salió a escondidas a punto de amanecer y, dirigiéndose hacia las montañas de Judea, llegó a la villa de Judá. Y entró en la morada de Zacarías, y saludó a su parienta.
15. Y, cuando Isabel oyó la vez de María, su hijo saltó en su vientre. E Isabel, llena del Espíritu Santo, elevó la voz, y exclamó: Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tus entrañas. ¿De dónde que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, al llegar a mi oído tus palabras de saludo, mi hijo saltó en mi vientre. María, que tal oyó, levantó hacia el cielo sus ojos preñados de lágrimas, y dijo: Señor, ¿qué tengo yo, que todas las naciones me proclaman bienaventurada? ¿Por qué he sido puesta en evidencia entre todas las mujeres e hijas de los hebreos, y por qué mi nombre se hace célebre y famoso en todas las tribus de Israel? Y es que María había olvidado lo que el ángel le comunícara precedentemente.
16. Y María permaneció mucho tiempo en casa de Isabel, y, confidencialmente, le relató por orden todo lo que había visto y oído del ángel. Vivamente sorprendida, Isabel repuso: Hija mía, lo que me refieres, es una obra maravillosa de Dios. Pero atiende a lo que voy a decirte. No te espantes de lo que te ocurra, y no seas incrédula. Pensamientos, actos, palabras, todo, en esto, sobrepuja absolutamente al espíritu humano. Veme a mí, que estoy avanzada en edad y ya próxima a la muerte, y que, sin embargo, me hallo encinta, a pesar de mi vejez y de mis cabellos blancos, porque nada hay imposible para Dios. Cuanto a ti, ve silenciosamente a encerrarte en tu casa. No participes a nadie lo que has visto y oído. No lo cuentes a ninguno de los hijos de Israel, no sea que, llamados a engaño, te pongan en irrisión, ni tampoco a tu marido, no sea que lo hieras en el corazón, y te repudie. Espera que la voluntad del Señor se cumpla, y Él te manifestará lo que tiene intención de hacer.
17. Y María dijo: Obraré de acuerdo con tus recomendaciones. E Isabel añadió: Escucha y guarda el consejo que te doy. Vuelve en paz a tu casa, y permanece discretamente en ella, sin ir y venir de aquí para allí. Ocúltate al mundo, a fin de que nadie sepa nada. Haz todo lo que tu marido te ordene. Y, en tus apuros, el Señor sabrá prepararte una salida. No temas, y regocíjate. Así habló Isabel. María se prosterné ante ella, y volvió a su casa con júbilo. Y allí continuó muchos días. Y el niño se desarrollaba, de día en día, en su seno. Y, temiendo al mundo, permanecía perpetuamente escondida, a fin de que persona alguna se enterase de su estado.
Aflicción de José.
Las sospechas que tuvo, y el juicio que formó de la muy Santa Virgen
VI 1. Cuando María alcanzó el quinto mes de su embarazo, José marchó de Bethlehem, su pueblo natal, después de haber construido una casa, y regresó a la suya de Nazareth, para continuar sus trabajos de carpintería. María fue a su encuentro, y se prosterné ante él. Y José le preguntó: ¿Cómo te va? ¿Estás contenta? ¿Te ha ocurrido algo? Y María repuso: Me va bien. Y, después de haber preparado la mesa, comieron ambos en buena paz y compañía. Y José habiéndose tendido sobre un camastro, quiso reposar un poco. Mas, al dirigir su mirada a María, vio que su semblante alterado pasaba por todos los colores. Y ella intentó ocultar su confusión, sin conseguirlo.
2. José la miró con tristeza, e incorporándose de donde estaba recostado, le dijo: Me parece, hija mía, que no tienes tu acostumbrada gracia infantil, porque te hallo un tanto cambiada. Y María contestó: ¿Qué quieres decirme, con esa observación y con ese examen? Y José advirtió: Me admiran tus palabras y tus pretextos. ¿Por qué estás desmañada, deprimida, triste y con los rasgos de tu fisonomía alterados? ¿Te ha hablado alguien? Ello me descontentaría. ¿Te ha sobrevenido alguna enfermedad o dolencia? ¿O bien has pasado por alguna prueba, o sufrido las intrigas de los hombres? María respondió: No hay nada de eso. Y José dijo: Entonces, ¿por qué no me respondes francamente? María dijo: ¿Qué quieres que te responda? Y José dijo: No creeré en tus palabras antes de haber visto. Ponte francamente en evidencia ante mí, para que yo me cerciore de que hablas verdad. Y María, interiormente turbada, no sabía qué hacer. Mas José, envolviendo a María a una ojeada atenta, vio que estaba encinta. Y, dando un gran grito, exclamó: ¡Ah, qué criminal acción has cometido, desgraciada!
3. Y José, cayendo de su asiento y puesta su faz contra la tierra, se golpeó la frente con la mano, se mesó la barba y los cabellos blancos de su cabeza, y arrastró su cara por el polvo, clamando: ¡Malhaya yo! ¡Maldición sobre mi triste vejez! ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Qué desastre ha recaído sobre mi casa? ¿Con qué rostro mirará, en adelante, el rostro de los hombres? ¿Qué responderá a los sacerdotes y a todo el pueblo de Israel? ¿Cómo logrará detener una persecución judicial? ¿Y con qué artificio conseguiré apaciguar la opinión pública? ¿Qué haré en esta coyuntura, y cómo paliará el hecho de haber recibido del templo a esta virgen, santa y sin tacha, y no haber sabido mantenerla en la observancia de la ley, según la tradición de mis padres? Si se me hace la intimación de por qué he dejado desflorar la pureza inmaculada de mi pupila, ¿qué respuesta daré a los sacerdotes y a todo el pueblo? ¿Cuál es el enemigo que me ha tendido este lazo? ¿Qué bandido me ha arrebatado la virginidad de esta niña? ¿Quién ha perpetrado tamaño delito en mi casa, y hecho de mí un objeto de burla y de oprobio entre los hijos de Israel? ¿Va a recaer sobre mí la falta del que, por la perfidia de la serpiente, perdió su estado dichoso?
4. Y, hablando así, José se golpeaba el pecho, con gemidos entreverados de lágrimas. Después, hizo comparecer de nuevo a María, y le dijo: ¡Oh alma digna de llanto perpetuo, que te has hundido en el extravío más monstruoso, dime qué acción prohibida has realizado! Porque has olvidado al Señor tu Dios, que te ha formad en el seno de tu madre, tú, a quién tus padres te obtuvieron del Altísimo, a fuerza de sufrir y de llorar, y que te ofrecieron a Él religiosamente y según la ley; que fuiste sustentada y educada en el tempo; que oíste continuamente las alabanzas al Eterno y el canto de los ángeles que prestaste oído atento a la lectura de los sagrados li bros, y escuchaste sus palabras con unción y con respeto Y, a la muerte de sus padres, permaneciste en tutela en el templo, hasta el momento en que quedaste corregida de toda inclinación pecaminosa. Instruida y versada en las leyes divinas, recibiste, con gran honra, la bendición de los sacerdotes. Y, luego que se te me confió, por mandato del Señor y con beneplácito de los sacerdotes y de todo el pueblo, te acepté piadosamente, y te establecí en mi casa, proveyendo a todas tus necesidades materiales, y recomendándote que fueses prudente, y que velases por ti misma hasta mi regreso. ¿Qué es, pues, lo que has hecho, di? ¿Por qué no respondes palabra, y te niegas a defenderte? ¿Por qué, desventurada e infortunada, te has hundido en tal desorden, y convertido en objeto de vergüenza universal, entre los hombres, las mujeres y todo el género humano?
5. Y María, bajando la cabeza, lloraba y sollozaba. Al cabo, dijo: No me juzgues a la ligera, y no sospeches injuriosamente de mi virginidad, porque pura estoy de todo pecado, y no conozco en absoluto varón. José dijo: En tal caso, explícame de qué tu embarazo proviene. María dijo: Por la vida del Señor, que no sé lo que exiges de mí. José dijo: No te hablo con violencia y con cólera, sino que quiero interrogarte amistosamente. Indícame qué hombre se ha introducido o lo han introducido cerca de ti, o a qué casa has ido imprudentemente. María dijo: No he ido jamás a parte alguna, ni he salido de esta casa. José dijo: ¡He aquí algo prodigioso! Tú no sabes nada, y yo veo con certidumbre que estás encinta. ¿Quién ha oído nunca que una mujer pueda concebir y parir sin la intervención de un hombre? No creo en semejantes discursos. María dijo: ¿Cómo, entonces, podré satisfacerte? Puesto que me interrogas con toda sinceridad sobre el asunto, yo atestiguo, por mi parte, que pura estoy de todo pecado, y que no conozco en absoluto varón. Y, si me juzgas temerariamente, habrás de responder ante Dios de mí.
6. Al oír estas palabras, José quedó sorprendido, y concibió un vivo temor. Y, poniéndose a reflexionar, dijo: ¡Cosa espantable y maravillosa! No comprendo nada del curso de estos acontecimientos, tan extraños de suyo, y tan fuera de toda concepción, de todo lo que hemos escuchado con nuestros propios oídos, de todo lo que hemos aprendido de nuestros antepasados. El estupor constriñe mi espíritu. ¿A quién me dirigiré? ¿A quién consultaré sobre este negocio? Porque vacilo ante el pensamiento de que el hecho, secreto todavía, sea divulgado y contado por doquiera, y que los que lo sepan, se mofen de nosotros. María dijo: ¿Hasta cuándo te sentirás arrebatado contra mí, y me condenarás en desconsiderados términos? ¿No acabarás de abrumarme con tus ultrajes? José dijo: Es que no puedo resistir la aflicción y la tristeza que se han abatido sobre mi corazón. ¿Qué haré de ti, y qué respuesta daré a quien acerca de ti me pregunte? Y temo que, si el hecho se muestra ostentoso, y es llevado y traído con escándalo por la vía pública, mis canas queden deshonradas entre los hijos de Israel.
7. Y José prorrumpió en amargo lloro, exclamando: Triste e infeliz viejo, ¿por qué aceptaste tu papel de guardián? ¿Por qué obedeciste a los sacerdotes y a todo el pueblo, para, en su ancianidad y a punto de morir, ver deshonradas tus canas? Y, como no sabía qué partido tomar, se puso a reflexionar, y se dijo: ¿Qué haré de esta niña? Porque no sabré lo que con ella ocurre, mientras el Señor no manifieste los acaecimientos que se preparan, y yo, en todo ello, no he obrado por voluntad propia. Pero sé con certeza que, si la prueba a que se me someta procede de Dios, será para bien mío, y que si, por lo contrario, mi pena es obra del enemigo malo, el Señor me librará de él. Con todo, ignoro cómo he de proceder. Si condeno a María, esto será, de mi parte, una gran falta, y si hablo mal de ella, será justamente castigada por Dios. La tomaré, pues, secretamente esta noche. la sacará de casa, y la dejaré ir en paz adonde quiera.
8. Entonces, llamó a María, y le dijo: Todo lo que me has expuesto, verdadero o falso, lo he escuchado , lo he creído. No te haré ningún mal, pero esta noche te sacará de casa y te despediré, para que vayas adonde quieras. María, que tal oyó, se deshizo en lágrimas. José salió tristemente de su casa, se fue de allí sin rumbc fijo, y, habiéndose sentado, lloraba y se golpeaba el pecho.
9. Y María, prosternando la faz contra el suelo, habló en esta guisa: ¡Dios de mis padres, Dios de Israel mira, en tu misericordia, los tormentos de tu siervo y la desolación de mi alma! No me entregues, Señor, a la vergüenza y a las calumnias del vulgo. Puesto que sabes que el corazón de los hombres es incrédulo, manifiesta tu nombre ante todos, a fin de que confiesen que tú solo eres el Señor Dios, y que tu nombre ha sido pronunciad sobre nosotros por ti mismo. Y, esto dicho, María derramó copiosas lágrimas ante el Señor. Y, en el mismo instante, un ángel le dirigió la palabra, diciendo: No temas porque he aquí que yo estoy contigo para salvarte di todas tus tribulaciones. Sé valerosa, y regocíjate. Y, habiendo hablado así, el ángel la abandonó. Y María, levantándose, dio gracias al Señor.
10. A la caída de la tarde, José volvió en silencio su casa. Y sentándose, y poniendo los ojos en María, la vio muy alegre y con los rasgos de su rostro dilatados Y José le dijo: Hija mía, por hallarte a punto de separarte de mí, e ir adonde quieras, me parece hallarte excesivamente regocijada y con el semblante demasiado se reno y jubiloso. Y María repuso: No es eso, sino qui doy gracias a Dios en todo tiempo, porque posee el poder de realizar cuanto se le pide, y porque el Señor mismo, que escruta las conciencias y las almas, tiene la voluntad y el designio de manifestar, ante todos y ante cada uno en particular, las acciones de los hombres.
11. Y, dichas estas palabras, María calló. Y José continuó presa de la tristeza desde el anochecido hasta la madrugada, y no comió, ni bebió. Y, como se hubiese dormido, el ángel del Señor se mostró a él en una visión nocturna, y le dijo: José, hijo de David, no temas conservar bajo tutela a María tu esposa, porque lo que ella ha concebido del Espíritu Santo es. Y traerá al mundo un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Y José despertó, y, levantándose, se puso en oración, y habló de esta suerte: Dios de mis padres, Dios de Israel, te doy gracias, Señor, y glorifico tu nombre santo, oh tú, que has atendido a la voz de mis súplicas, y que no me has abandonado en el tiempo de mi vejez, antes al contrario, me has hecho esperar consuelo y salud, has disipado de mi corazón el duelo y la pena, y has guardado a la Santa Virgen pura de toda mancilla terrestre, para que, desde esta noche, parezca a mis ojos radiante como la luz. Y, después de así expresarse, José se sintió lleno de regocijo, y alabó al Creador del universo.
De cómo María demostró su virginidad y la castidad de José.
Se los somete a ambos a la prueba del agua
VII 1. Cuando el primer resplandor del alba iluminó las tinieblas, José volvió a despertarse, llamó a María, se inclinó ante ella, y le pidió perdón, diciendo: Has sido sincera, querida esposa, y con razón se te llama Sublime. Yo he pecado contra el Señor mi Dios, porque frecuentemente he sospechado de tu virginidad sagrada, y no he comprendido antes lo que encerraban las palabras que me decías. Y, en tanto que José, abandonándose a sus reflexiones, hablaba de ese modo, y se absorbía en sus pensamientos, he aquí que sobrevino un escriba llamado Anás, varón piadoso y fiel, adherido al servicio del templo del Señor. Cuando entró en la casa, José se adelantó a recibirlo, se abrazaron ambos, y tomaron asiento. Y el escriba Anás preguntó: ¿Has vuelto felizmente de tu viaje, padre venerado? ¿Cómo te ha ido en tu marcha y en tu regreso? Y José repuso: Muy dichoso soy al verte aquí, escriba y servidor de Dios. Y el escriba dijo: ¿Cuándo has llegado, hombre venerable, viejo agradable al Señor? José dijo: Llegué ayer, pero estaba fatigado en extremo, y no pude asistir a la ceremonia de la plegaria. El escriba dijo: Los sacerdotes y todo el pueblo esperaron algún tiempo tu llegada, porque bien sabes cuán considerado eres entre los hijos de Israel. José dijo: Bendígalos Dios ahora y siempre.
2. Y, cruzadas estas palabras, se sentaron a la mesa, comieron, bebieron, se regocijaron, y alabaron a Dios. Pero, en aquel momento, el escriba Anás detuvo sus ojos en la Virgen María, y vio que estaba encinta. Se calló, sin embargo, y fue en busca de los sacerdotes, a quienes dijo: Este José, que suponéis es el tipo del perfecto justo, ha cometido una grave iniquidad. Los sacerdotes dijeron: ¿Qué obra inicua has observado en él? El escriba dijo: La Virgen María, que sacó del templo y a quien le habíais ordenado que santamente guardase, está violada hoy día, sin haber recibido regularmente la corona de bendición. Los sacerdotes dijeron: José no ha hecho eso, por que es un varón muy cabal e incapaz de faltar a su promesa, y de conculcar las reglas de la justicia. El escriba opuso: Yo lo he visto con mis propios ojos. ¿Por qué no creéis lo que os digo? Y el Gran Sacerdote repuso: No levantes falso testimonio, porque se te imputará comc un pecado. Y el escriba replicó: Si mi testimonio es falso, declararé ante Dios y ante todo el pueblo que soy digno de muerte. Y, si no das crédito a mi palabra, ordena a alguien que vaya a mirar atentamente a la Virgen María, y quedarás informado a placer y satisfacción.
3. Entonces Zacarías, el Gran Sacerdote, mandó unos conserjes del templo del Señor, que citasen a Jose delante de todo el pueblo. Y, cuando los conserjes llega ron a la casa encontraron que la Virgen María estaba encinta, y volvieron al templo, testificando que el escriba Anás llevaba razón. Y los príncipes de los sacerdotes enviaron a buscar a José y a María, para que compareciesen ante su tribunal. Y, cuando llegaron, en medio de una gran afluencia del pueblo, el Gran Sacerdote preguntó a María: ¿Qué acción ilegítima has llevado a cabo, hija mía, tú, que has sido educada en el Santo de los Santos, y que, por tres veces has oído los cantos de los ángeles? ¿Cómo es posible que hayas perdido tu virginidad, y olvidado al Señor tu Dios? Y María bajó silenciosamente la cabeza, se prosternó humildemente ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, y respondió llorando: Juro por Dios vivo y por la santidad de su nombre, que permanezco pura, y que no he conocido varón. Y Zacarías la interrogó proféticamente: ¿Serás la madre del Mesías? Pero ¿cómo creer en tus palabras? Auguras no haber conocido varón, y, sin embargo, estás encinta. ¿De dónde, pues, procede tu embarazo? María dijo: Lo ignoro.
4. Entonces Zacarías ordenó que se le llevase a José, y, cuando lo tuvo delante, le preguntó: ¿Qué has hecho, José? ¿Cómo has podido cometer, entre los hijos de Israel, esa falta que te deshonrará entre numerosas tribus? Y José repuso: No sé lo que quieres decir. Mas no me condenes a la ligera y sin testimonio, porque te harás culpable de ello. El Gran Sacerdote dijo: No te condeno sin motivo y con inhibición de tu inocencia, sino con razón. Devuélveme virgen a la santa y pura María, que has recibido del templo. Donde no, reo eres de muerte. José concedió: No te lo niego, pero juro por la vida del Señor Dios de Israel, que no sé nada de lo que me dices. El Gran Sacerdote opuso: No mientas, y respóndeme con lealtad. ¿Te has arrogado el derecho del matrimonio? ¿Has despreciado la ley del Señor, sin declararlo a los hijos de Israel, ni doblar tu cabeza ante la poderosa mano de Dios, a fin de que tu descendencia sea bendita, en la tierra entera? José respondió: Te.lo dije ya, y te lo repito ahora, en la esperanza de que me creas. Tú mismo sabes perfectamente que jamás me he apartado de los mandamientos de Dios, y que jamás he sido enemigo de nadie. Y el Señor mismo podría atestiguar que nunca he conocido otra mujer que mi primera y legítima esposa. Sois vosotros, sacerdotes y pueblo, quienes, ligándoos contra mí, me habéis persuadido a mi pesar, a fuerza de instancias y de lisonjas, y yo, por respeto a vosotros y a Dios, me sometí a vuestras órdenes, en lo tocante a la tutela de María. E hice todo lo que convenía, conforme a lo que habíais imaginado imponerme, llevando a esta doncella a mi casa, proveyendo a todas sus necesidades materiales, recomendándole ser prudente, y conservarse en la santidad hasta mi regreso. Yo me puse en camino, y me consagré en Bethlehem a los trabajos de mi profesión, hasta concluir lo que tenía que hacer. Cuando ayer volví, todo el mundo pudo enterarse de las circunstancias de mi llegada. Y, de la virgen, nada he visto, ni nada sé, sino que está encinta.
5. Cuando la multitud del pueblo oyó esto, exclamó: Este viejo es justo y leal. Y el Gran Sacerdote expuso: Admito de buen grado lo que dices. Pero esta joven no era más que una niña, huérfana de padre y madre. Tú, en cambio, eras viejo, y he aquí por qué te hemos confiado la custodia de su virginidad, para que permaneciese intacta e inmaculada, hasta el momento en que recibieseis ambos la corona de bendición. Y José dijo: Sin duda, pero yo no tenía idea alguna de lo que iba a suceder. Por lo demás, el Señor manifestará, de la manera que quiera, la injusticia de que he sido víctima. Y, esto hablado, José se encerró en el silencio.
6. El Gran Sacerdote dijo: Beberéis el agua de prueba, y el Señor revelará vuestro delito, si sois culpables. Entonces Zacarías, tomando el agua de prueba, llamó a José a su presencia y le dijo: ¡Oh hombre, piensa en tu ancianidad canosa! Contempla este veneno de vida y de muerte, y no te lances con voluntaria e insensata temeridad a la perdición. Y José dijo: Por la vida del Señor y por la santidad de su nombre, juro no tener conciencia de falta alguna. Pero, si el Señor quiere condenarme, a pesar de mi inocencia, cúmplase su voluntad. Y el Gran Sacerdote dio a beber el agua a José, y luego le ordenó que fuese y volviese rápidamente. Y José fue y volvió corriendo, y bajó indemne, sin deshonra, y sin que su persona hubiese sufrido ningún daño. Y, cuando vieron que no había sido atacado por la muerte, todos se llenaron de un vivo temor.
7. En seguida, el Gran Sacerdote mandó que se llamase a María a su presencia. Cuando hubo llegado, Zacarías, tomando el agua de la prueba, dijo: Hija mía, considera tu corta edad, y acuérdate del tiempo pasado, en que has sido sustentada y educada en el templo. Ten piedad de ti misma, y, si eres inocente, sálvate de la muerte, y no te advendrá ningún mal. Pero, si quieres tentar con engaño al Dios vivo, Él te confundirá públicamente, y tu fin será desastroso. María repuso llorando: Mi conciencia no me acusa de ninguna culpa, y mi virginidad permanece santa, inviolada y sin la menor mancilla. Si el Señor me condena, a pesar de mi inocencia, cúmplase su voluntad.
8. Y el Gran Sacerdote dio a beber el agua a María y luego le ordenó que fuese y volviese rápidamente. Ella partió, se alejó, descendió (de la montaña) y regresó intacta y sin mácula alguna. Viendo lo cual la multitud, poseída de admiración, quedó estupefacta, y dijo: Bendito sea el señor Dios de Israel, que hace justicia a los que son puros e inocentes. Porque han salido indemnes de la prueba, y en ellos no ha aparecido ninguna obra culpable. Entonces el Gran Sacerdote hizo que compareciesen ante él José y María, y les dijo: Bien se os alcanza que era preciso responder de vosotros ante Dios. Lo que la ley nos ordena hacer, lo hemos hecho. El Señor no ha manifestado vuestro pecado, y yo tampoco os condeno. Id en paz.
9. Y, después de haberse prosternado ante los sacerdotes y ante todo el pueblo, José y María volvieron a su casa y allí discretamente se ocultaron, sin mostrarse a nadie. Y en su casa permanecieron hasta el término del embarazo de María. Y, cuando ésta sintió que se aproximaban los dolores del parto, José tuvo miedo, y se dijo: ¿Qué haré con ella, de modo que persona alguna sepa, para confusión nuestra, lo que va a ocurrir? Y advirtió a su esposa: No conviene que quedemos en esta licalidad. Vamos a un país lejano, donde nadie nos conozca. Porque, si permanecemos aquí, los que se enteren de que has sido madre, lanzarán sobre nosotros el ridículo y el escarnio. Y María dijo: Haz lo que gustes.
Del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en la caverna
VIII 1. En aquellos días, llegó un decreto de Augusto, que ordenaba hacer un empadronamiento por toda la tierra, y entregar al emperador los impuestos debidos al tesoro, teniendo cada cual que pagar anualmente un diezmo calculado sobre el estado nominativo de las personas pertenecientes a su casa. En vista de ello, José resolvió presentarse con María al censo, para ser inscritos en él ambos, así como las demás personas de su familia. E inmediatamente enjaezó su montura, y preparó todo lo preciso para su subsistencia corporal. Y, tomando consigo a su hijo menor José colocó a María sobre el asno, y juntos partieron, siguiendo la ruta que se dirige hacia el Sur.
2. Y, cuando estuvieron a quince estadios de Nazareth, lo que hace nueve millas, José miró a María, y vio que su semblante estaba alterado, sombrío y melancólico. Pensó entre sí: Hállase en gestación, y, a causa de su embarazo, no puede sostenerse bien sobre su cabalgadura. Y preguntó a María: ¿Por qué está triste y turbada tu alma? Y María repuso: ¿Cómo podría estar alegre, encontrándome, como me encuentro, encinta, y no sabiendo adónde voy? José dijo: Tienes razón, María. Pero bendito sea el Señor Dios de Israel, que nos ha librado de la calumnia y de la denigración de los hombres. Y María replicó: ¿No te dije tiempo ha, en la esperanza de que me creyeses, que yo no era consciente de falta alguna, y que me juzgabas con ligereza temeraria, a pesar de mi inocencia? Pero el Señor de todas las cosas es quien me ha librado de mortales peligros.
3. Y, después de haber caminado una hora, José volvió a mirar a María, y vio con júbilo que ésta se estremecía de regocijo. Y María lo interrogó: ¿Por qué me miras, y por qué tu insistencia en preguntarme? José dijo: Es que me admiran los cambios de tu rostro, tan pronto triste como alegre. María dijo: Me exalto gozosamente, porque Dios me ha preservado de las emboscadas del enemigo. Mas quiero, para instrucción tuya, revelarte una cosa nueva. José dijo: Veamos. María dijo: Me alegro y me entristezco, porque contemplo dos ejércitos compuestos de numerosos batallones: uno a la derecha y otro a la izquierda. Los soldados del que se encuentra a la derecha, se muestran alegres, y los del que se encuentra a la izquierda, tristes.
4. Al oír esto, José quedó asombrado, y, sumiéndose en reflexión, se dijo: ¿Qué significa tan extraña visión? Y, en el mismo momento, un ángel se dirigió a María, y le dijo: Regocíjate, virgen y sierva del Señor. ¿Ves la señal que te ha aparecido? María dijo: Sí. El ángel dijo: Hoy día, los dolores de tu liberación están próximos. Las tropas que divisas a la derecha las componen todas las multitudes del ejército de los ángeles incorporales, que observan y esperan tu parto santo, para ir a adorar al niño recién nacido, hijo del rey divino y soberano de Israel. Las tropas que divisas a la izquierda son los batallones reunidos de la legión de los demonios de negros vestidos, los cuales aguardan el acontecimiento con gran turbación, porque van a ser derrotados. Y, habiendo oído estas palabras del ángel, José y María quedaron confortados, y rindieron vivas acciones de gracia a Dios.
5. Y así caminaban, en un frío día de invierno, el 21 del mes de tébéth, que es el 6 de enero. Y, como llegaron a un pasaje desolado, que había sido otrora la ciudad real llamada Bethlehem, a la hora sexta del día, que era un jueves, María dijo a José: Bájame del asno, porque el niño me hace sufrir. Y José exclamó: ¡Ay, qué negra suerte la mía! He aquí que mi esposa va a dar a luz, no en un sitio habitado, sino en un lugar desierto e inculto, en que no hay ninguna posada. ¿Dónde iré, pues? ¿Dónde la conduciré, para que repose? No hay aquí, ni casa, ni abrigo con techado, a cubierto del cual pueda ocultar su desnudez.
6. Al cabo de mirar mucho, José encontró una caverna muy amplia, en que pastores y boyeros, que habitaban y trabajaban en los contornos, se reunían, y encerraban por la noche sus rebaños y sus ganados. Allí habían hecho un pesebre para el establo en que daban de comer a sus animales. Mas, en aquel tiempo, por ser de invierno crudo, los pastores y los boyeros no se encontraban en la caverna.
7. José condujo a ella a María. La introdujo en el interior, y colocó cerca de la Virgen a su hijo José, en el umbral de la entrada. Y él salió, para ir en busca de una partera.
8. Y, mientras caminaba, vio que la tierra se había elevado, y que el cielo había descendido, y alzó las manos, como para tocar el punto en que se habían reunido tierra y cielo. Y observó, en torno suyo, que los elementos aparecían entorpecidos y como en estado bruto. Los vientos, inmóviles, habían suspendido su curso, y los pájaros habían detenido su vuelo. Y, mirando al suelo, divisó un jarro nuevo, cerca del cual, un alfarero amasaba arcilla, haciendo ademán de juntar sus dos manos, que no se juntaban. Todos los demás seres tenían los ojos puestos en lo alto. Contempló también rebaños, que un pastor conducía, pero que no marchaban. El pastor blandía su cayado, mas no podía pegar a los carneros, sino que su mano permanecía tensa y elevada hacia arriba. Por un barranco irrumpía un torrente, y unos camellos que pasaban por allí, tenían puestos sus labios en el borde del barranco, peros no comían. Así, en la hora del parto de la Virgen Santa, todas las cosas permanecían como fijadas en su actitud.
9. Mirando más lejos, José vio a una mujer, que venía de la montaña, y cuyos hombros cubría una larga túnica. Y fue a su encuentro, y se saludaron. Y José preguntó: ¿De dónde vienes, y adóndo vas, mujer? Y ella repuso: ¿Y qué buscas tú, que me interrogas así? José dijo: Busco una partera hebraica. La mujer dijo: ¿Quién es la que ha parido en la caverna? José dijo: Es María, que ha sido educada en el templo, y que los sacerdotes y todo el pueble me concedieron en matrimonio. Mas no es mi mujer según la carne, porque ha concebido del Espíritu Santo. La mujer dijo: Está bien, pero indícame dónde se halla. José dijo: Ven y ve.
10. Y, mientras caminaban, José preguntó a la mujer: Te agradeceré me des tu nombre. Y la mujer repuso: ¿Por qué quieres saber mi nombre? Yo soy Eva, la primera madre de todos los nacidos, y he venido a ver con mis propios ojos mi redención, que acaba de realizarse. Y, al oír esto, José se asombró de los prodigios de que venía siendo testigo, y que no se daban vagar unos a otros.
11. Habiendo llegado a la caverna, se detuvieron a cierta distancia de la entrada. Y, de súbito, vieron que la bóveda de los cielos se abría, y que un vivo resplandor se esparcía de alto a abajo. Una columna de vapor ardiente se erguía sobre la caverna, y una nube luminosa la cubría. Y se dejaba oir el coro de los seres incorporales, ángeles sublimes y espíritus celestes que, entonando sus cánticos, hacían resonar incesantemente sus voces, y glorificaban al Altísimo.
De cómo Eva, nuestra primera madre, y José llegaron a la caverna con premura, y vieron el parto de la muy Santa Virgen María
IX 1. Y, cuando José y nuestra primera madre vieron aquello, se prosternaron con la faz en el polvo, y, alabando a Dios en voz alta, lo glorificaban, y decían: Bendito seas, Dios de nuestros padres, Dios de Israel, que, por tu advenimiento, has realizado la redención del hombre; que me has restablecido de nuevo, y levantado de mi caída; y que me has reintegrado en mi antigua dignidad. Ahora mi alma se siente engrandecida y poseída de esperanza en Dios mi Salvador.
2. Y, después de haber hablado así, Eva, nuestra primera madre, vio una nube que subía al cielo, desprendiéndose de la caverna. Y, por otro lado, aparecía una luz centelleante, que estaba puesta sobre el pesebre del establo. Y el niño tomó el pecho de su madre, y abrevó en él leche, después de lo cual volvió a su sitio, y se sentó. Ante este espectáculo, José y nuestra primera madre Eva alabaron y glorificaron a Dios, y admiraron, estupefactos, los prodigios que acababan de ocurrir. Y dijeron: ¿Quién ha oído de boca de nadie una cosa semejante, ni visto con sus ojos nada de lo que nosotros estamos viendo?
3. Y nuestra primera madre entró en la caverna, tomó al niño en sus brazos, y lo acarició con ternura. Y bendecía a Dios, porque el niño tenía un semblante resplandeciente, hermoso y de rasgos muy abiertos. Y, envolviéndolo en pañales, lo depositó en el pesebre de los bueyes, y luego salió de la gruta. Y, de pronto, vio a una mujer llamada Salomé, que procedía de la ciudad de Jerusalén. Y, yendo hacia ella, le dijo: Te anuncio una feliz y buena nueva. En esta gruta, ha traído al mundo un hijo una virgen que no ha conocido en absoluto varón.
4. Y Salomé repuso: Me consta que toda la ciudad de Jerusalén la ha condenado como culpable y digna de muerte. Y, a causa de su vergüenza y de su deshonra, ha huido de la ciudad, para venir aquí. Y yo, Salomé, he sabido, en Jerusalén, que esa virgen ha dado a luz un hijo varón, y he venido, gozosa, para verlo. Nuestra primera madre Eva dijo: Es cierto, y, sin embargo, su virginidad es santa, y permanece inmaculada. Salomé preguntó: ¿Y cómo has podido enterarte de que continúa en estado virginal, después del parto? Eva contestó: Cuando entré en esta gruta, vi una nube luminosa que se cernía por encima de ella, y se oía, en las alturas, un rumor de palabras, con las que el numeroso ejército de los coros espirituales de los ángeles bendecían al Altísimo, y exaltaban su gloria. Y, hacia el cielo, se elevaba como una niebla brillante. Salomé le dijo: Por la vida del Señor, que no creeré en tus palabras, antes de ver que una virgen que no ha conocido varón ha traído un hijo al mundo, sin concurso masculino. Y, penetrando en la caverna, nuestra primera madre dijo a María: Disponte, porque es preciso, a que Salomé te ponga a prueba y corrobore tu virginidad.
5. Y, cuando Salomé entró en la caverna y, extendiendo la mano, quiso acercarla al vientre de la Virgen, súbitamente una llama, que brotó de allí con intenso ardor, le quemó la mano. Y, lanzando un grito agudo, exclamó: ¡Malhaya yo, miserable e infortunada, a quien mis faltas han extraviado gravemente! ¿Quién ha producido en mí este horror? Porque he pecado contra el Señor, he blasfemado de él, y he tentado al Dios vivo. ¡He aquí que mi mano se ha convertido en un fuego ardiente!
6. Pero un ángel, que estaba cerca de Salomé, le dijo: Extiende tu mano hacia el niño, aproxímala a él, y quedarás curada. Y, cayendo a los pies del niño, Salomé lo besó, y, tomándole en sus brazos, lo acariciaba, y decía: ¡Oh recién nacido, hijo del Padre grande y poderoso, niño Jesús, Mesías, rey de Israel, redentor, ungido del Señor, tú te has manifestado en la ciudad de David! ¡Oh luz que te has levantado sobre la tierra, tú nos has descubierto la redención del mundo!
7. Salomé añadió a estas palabras otras parecidas, y, en el mismo momento, su mano quedó curada. Y, levantándose, adoró al niño. Entonces, el ángel le dirigió la palabra, y le advirtió: Cuando vuelvas a Jerusalén, no digas a nadie la visión que te ha aparecido, no sea que llegue a conocimiento del rey Herodes, antes que el niño Jesús vaya al templo para la purificación, después de cuarenta días. Salomé repuso: Obedeceré, Señor, conforme a tu voluntad. Y, de regreso en su casa, no comunicó a nadie las palabras que el ángel le había dicho.
De los pastores que vieron la natividad del Señor
X 1. Y, cerca de aquel sitio, habitaban los pastores de que ya hemos hablado. Pero sus rebaños de cabras y de ovejas no se recogían más que al caer la noche, en lugares apartados y lejanos, donde pastaban en las montañas y en la llanura. Y, al oscurecer, cada pastor reunía su rebañó, y velaba y guardaba sobre él las vigilias de la noche. Y he aquí que el ángel del Señor vino sobre los pastores, y la claridad de Dios los cercó de resplandor. Y tuvieron gran temor y, lanzando gritos, se congregaron en un mismo lugar, y dijeron los unos a los otros: ¿Qué palabra es ésta que hasta nosotros ha llegado, y que no conocemos?
2. Mas el ángel les dijo de nuevo: No temáis, hombres discretos e inteligentes que os habéis congregado Porque he aquí que os doy nuevas de gran gozo, y es que os ha nacido hoy mismo un salvador, que es el Cristo del Señor, en la ciudad de David. Y esto os será por señal. Cuando entráis en la gruta, hallaréis a un niño envuelto en pañales y echado en un pesebre de bueyes Y, después de haber oído al ángel, los pastores, en nú mero de quince, fueron aprisa al paraje que les indican aquél. Y, viendo a Jesús, se prosternaron ante él y lo adoraron. Y alababan en voz alta a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres. Y cada uno de los pastores volvk a su rebaño, alabando y glorificando al Cristo.
De cómo los magos llegaron con presentes, para adorar al niño Jesús recién nacido
XI 1. Y José y María continuaron con el niño en la caverna, a escondidas y sin mostrarse en público, para que nadie supiese nada. Pero al cabo de tres días, es decir. el 23 de tébeth, que es el 9 de enero, he aquí que los magos de Oriente, que habían salido de su país hacía nueve meses, y que llevaban consigo un ejército numeroso, llegaron a la ciudad de Jerusalén. El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo, Gaspar, rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes. Y los jefes de su ejército, investidos del mando general, eran en número de doce. Las tropas de caballería que los acompañaban, sumaban doce mil hombres, cuatro mil de cada reino. Y todos habían llegado, por orden de Dios, de la tierra de los magos, su patria, situada en las regiones de Oriente. Porque, como ya hemos referido, tan pronto el ángel hubo anunciado a la Virgen María su futura maternidad, marchó, llevado por el Espíritu Santo, a advertir a los reyes que fuesen a adorar al niño recién nacido. Y ellos, habiendo tomado su decisión, se reunieron en un mismo sitio, y la estrella que los precedía, los condujo, con sus tropas, a la ciudad de Jerusalén, después de nueve meses de viaje.
2. Y acamparon en los alrededores de la ciudad, donde permanecieron tres días, con los príncipes de sus reinos respectivos. Aunque fuesen hermanos e hijos de un mismo padre, ejércitos de lenguas y nacionalidades diversas caminaban en su séquito. El primer rey, Melkon, aportaba, como presentes, mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino, y también los libros escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey, Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardo, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer rey, Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio.
3. Y, cuando llegaron a la ciudad de Jerusalén, el astro que los precedía, ocultó momentáneamente su luz, por lo que se detuvieron e hicieron alto. Y los reyes de los magos y las numerosas tropas de sus caballeros se dijeron los unos a los otros: ¿Qué hacer ahora, y en qué dirección marchar? Lo ignoramos, porque la estrella nos ha guiado hasta hoy, y he aquí que acaba de desaparecer., abandonándónos y dejándonos en angustioso apuro. Vamos, pues, a informarnos respecto al niño, y busquemos el lugar exacto en que esté, y después proseguiremos nuestra ruta. Y todos convinieron unánimemente en que esto era lo más puesto en razón.
4. Y el rey Herodes, al ver la numerosa caballería que acampaba, amenazadora, alrededor de la ciudad, concibió vivo temor. Y, poniéndose a reflexionar, se dijo: ¿Quiénes son esos hombres que acampan ahí con un ejército numeroso, y que disponen de una fuerza enorme, de tesoros, de vastas riquezas y de objetos de lujo? Ninguno de ellos ha venido a presentarse a mí, y sus jefes son en tal medida grandes y victoriosos, que no han dado un solo paso para cumplimentarme. Luego el rey mandó llamar a los príncipes de su corte y a sus más altos dignatarios y, reunidos en concejo, se dijeron los unos a los otros: ¿Cómo obraremos con esas gentes, que traen un ejército numeroso a sus órdenes, y que son jefes aguerridos?
5. Y los príncipes dijeron a Herodes: ¡Oh rey, ordena que se guarde bien esta ciudad por los guerreros de tu guardia, no sea que esos extranjeros la sorprendan clandestinamente, se apoderen de ella a viva fuerza, y conduzcan a los habitantes en cautividad! El rey repuso: Habláis bien, pero valgámonos antes de medios amistosos, y después veremos. Y los príncipes dijeron: ¡Oh rey, dispón que todas tus tropas se reúnan, que desplieguen vigilante energía, y que se mantengan atentas y sobre las armas! Y, en el ínterir, enviad a esas gentes como diputados a varones hábiles, que vayan a parlamentar con ellos, y que les pregunten, al justo y en detalle, de dónde vienen y adónde van.
6. Entonces Herodes eligió a tres príncipes, hombres doctos y letrados, para que fuesen a entrevistarse con los extranjeros de parte suya. Y, llegando a éstos, unos y otros se saludaron con mutua consideración, y se sentaron. Y los príncipes dijeron: Hombres venerables y reyes poderosos, explicadnos el motivo de vuestro advenimiento a nuestro país. Los magos dijeron: ¿Por qué nos hacéis esa pregunta, si somos nosotros los que venimos a interrogaros? Procedemos de Persia, comarca lejana, y tenemos prisa en proseguir nuestra ruta. Los príncipes dijeron: Escuchadnos, por amor de Dios. Nuestro rey está en la ciudad, y, al notar que os establecíais aquí en observación, esperaba que os presentaseis a él, pues querría veros, oíros, hablaros, y conversar con vosotros. Mas, como no os apresuraseis a ir a visitarlo, nos ha enviado en vuestra busca, para invitaros a que os personéis en su palacio, a fin de informarse, con todo respeto, de vuestras intenciones, y saber lo que deseáis.
7. Los magos dijeron: ¿Y para qué nos requiere vuestro rey? Si él tiene alguna cuestión que plantearnos, nosotros, por nuestra parte, nada tenemos que ver, nada que oír, nada que manifestar a nadie. Los príncipes dijeron: ¿Venís, pues, como amigos o con designios violentos? Los magos dijeron: Libre y gozosamente hemos venido de nuestra nación aquí. Nadie nos ha sometido a semejante interrogatorio, ¡y vosotros pretendéis ahora sondearnos! Los príncipes dijeron: El rey es quien nos ha mandado venir a veros, a oíros y a hablaros. Desde que habéis acampado en las afueras, un olor de esencias aromáticas ha salido de vuestras tiendas, y llenado toda nuestra ciudad. ¿Sois mercaderes, que os dedicáis al gran comercio, o poderosos señores familiares de reyes, que traéis en abundancia perfumes refinados de todas las flores preciosas, los cuales tratan de cambiar en algún país rico? Los magos dijeron: Nada de eso somos, ni nada tenemos que vender, y sólo preguntamos por nuestro camino.
8. Los príncipes preguntaron: ¿Qué camino? Y los magos contestaron: Aquel por el que el Señor nos conducirá, en la justicia, hasta el país del bien. Por orden de Dios y de común acuerdo, hemos venido aquí. Hace nueve meses que nos pusimos en marcha, y no pudimos aún llegar a tiempo a nuestro destino. La estrella que nos guiaba, nos precedía de continuo, y, al terminar cada etapa de nuestro viaje, se estacionaba sobre nuestras cabezas. Cuando, puestos de nuevo en camino, apresurábamos la marcha, la estrella, dejada atrás, tomaba otra vez la delantera, y así hasta este lugar. Ahora, su luz, ha desaparecido de nuestra vista, y, sumidos en la incertidumbre, no sabemos qué hacer.
9. Y los príncipes fueron a contar al rey todo lo que les participaron los magos. Entonces Herodes se decidió a ir en persona a entrevistarse con ellos, y, así que estuvo en su campamento, les preguntó: ¿Con qué propósito habéis hecho tan largo viaje a esta tierra, con ejército tan numeroso y con presentes tan ricos? Y los magos contestaron: Venimos de Persia, del Oriente. Por razón de nuestra nacionalidad, se nos llama magos. Hemos llegado aquí conducidos por una estrella, y la causa de nuestro viaje es haber visto en nuestro país que un rey ha nacido en el país de Judea. Nuestro objeto es visitarlo y adorarlo.
10. Herodes, que tal oyó, quedó profundamente turbado y empavorecido. Él interrogó a los extranjeros: ¿De quién habéis sabido lo que decís, o quién os lo ha contado? Y los magos respondieron: De ello hemos recibido de nuestros antepasados el testimonio escrito, que se guardó bajo pliego sellado. Y, durante largos años, de generación en generación, nuestros padres y los hijos de sus hijos han permanecido en expectación, hasta el momento en que aquella palabra se ha realizado ante nosotros, puesto que en una visión se nos ha manifestado, por mandato de Dios y por ministerio de un ángel. Y hemos llegado a este lugar, que nos ha indicado el Señor. Herodes dijo: ¿De dónde proviene ese testimonio, sólo de vosotros conocido?
11. Los magos dijeron: Nuestro testimonio no proviene de hombre alguno. Es una orden divina concerniente a un designio que el Señor ha prometido cumplir en favor de los hijos de los hombres, y que se ha conservado entre nosotros hasta el día. Herodes dijo: ¿Dónde está ese libro, que vuestro pueblo posee con exclusión de todo otro? Los magos dijeron: Ningún Otro pueblo lo conoce, ni de oídas, ni por su propia inteligencia, y sólo nuestro pueble posee de él un testimonio escrito. Porque, cuando Adán hubo abandonado al Paraíso, y cuando Caín hubo matado a Abel, el Señor concedió a nuestro primer padre el nacimiento de Seth, el hijo de consolación, y, con él, aquella carta escrita, firmada y sellada por el dedo del mismo Dios. Seth la recibió de su padre, y la dio a sus hijos. Sus hijos la dieron a sus hijos, de generación en generación. Y, hasta Noé, recibieron la orden de guardar cuidadosamente dicha carta. Noé se la dio a su hijo Sem, y los hijos de éste la transmitieron a los suyos. Y éstos, a su vez, la dieron a Abraham. Y Abraham la dio a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Alto, por cuya vía nuestro pueblo la recibió, en tiempo de Ciro, monarca de Persia, y nuestros padres la depositaron con grande honra en un salón especial. Finalmente, la carta llegó hasta nosotros. Y nosotros, poseedores de ese testimonio escrito, conocimos de antemano al nuevo monarca, hijo del rey de Israel.
12. Al escuchar esto, llenóse de rabia el corazón de Herodes, que dijo: Mostradme esos signos escritos, que poseéis. Los magos dijeron: Lo que hemos prometido remitir a su dirección, y cumplir en su nombre, no podemos abrirlo, ni mostrarlo a nadie. Entonces Herodes ordenó que se detuviese a los magos a viva fuerza. Empero, de súbito, el palacio, en que residían multitud de gentes, fue sacudido por espantosa conmoción. Las columnas se abatieron por cuatro lados, y todo el cimiento del palacio se desfondó con gran ruina. Una muchedumbre numerosa que se encontraba fuera, huyó de allí, aterrada, y los que estaban en el interior del edificio, grandes y pequeños, quedaron muertos en número de setenta y dos. A cuya vista, todos los que habían venido a aquel lugar, cayeron a los pies de Herodes, y le suplicaron, diciendo: Déjalos proseguir tranquilamente su camino. Y su hijo Arquelao se puso también de hinojos ante su padre, y le dirigió el mismo ruego.
13. El impío Herodes consintió en el deseo de su hijo, y despidió a los magos, preguntándoles en tono de amistad: ¿Qué deseáis que haga por vosotros? Y los magos contestaron: No tenemos otra demanda que hacerte sino ésta: ¿Qué hay escrito en vuestra ley? ¿Qué leéis en ella? Y Herodes repuso: ¿Qué queréis decir? Y los magos interrogaron: ¿Dónde va a nacer el Cristo, rey de los judíos? Y, oyendo esto, Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y, convocados todos los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, les preguntó: ¿Dónde ha de nacer el Cristo? Y ellos le dijeron: En Bethlehem de Judea, ciudad de David. Y Herodes dijo a los magos: Andad allá, y preguntad con diligencia por el niño, y, después que hallarais, hacédmelo saber, para que yo también vaya, y lo adore. Mas el tirano impío hablaba de esta suerte, para hacer pasar el niño a cuchillo, por medio de aquella información sorprendida pérfidamente.
14. Y los magos, levantándose en seguida, se prosternaron ante Herodes y ante toda la ciudad de Jerusalén, y continuaron su ruta. Y he aquí la estrella, que habían visto antes, iba delante de ellos, hasta que, llegando, se puso sobre donde estaba el niño Jesús. Y, regocijándose con muy grande gozo, bajaron cada cual de su montura, e inmediatamente, hicieron resonar sus bocinas, sus pífanos, sus tamboriles, sus arpas y todos sus demás instrumentos de música, en honor del recién nacido, hijo del rey de Israel. Reyes, príncipes y toda la multitud de la comitiva, entonando un canto, empezaron a bailar y, a plena voz, con alegría, con reconocimiento, con corazón jubiloso, bendecían y alababan a Dios, por haberlos considerado dignos de llegar a tiempo a Bethlehem, para contemplar la gloria del gran día, ilustrado por el misterio que ante ellos se mostraba.
15. Al ver todo aquel aparato, y al oír todo aquel estruendo, José y María, confusos y medrosos, huyeron de allí, y el niño Jesús quedó solo en la caverna, acostado en el pesebre de los animales. Mas los príncipes y los grandes señores de los reyes magos, detuvieron a José, y le dijeron: Viejo, ¿qué temor es el tuyo, y por qué haces esto? Nosotros, en verdad, también somos hombres semejantes a vosotros. José repuso: ¿De dónde llegáis a esta hora, y qué pretendéis, al venir aquí con tan numeroso ejército? Los magos replicaron: Llegamos de una tierra lejana, nuestra patria Persia, y venimos con gran copia de presentes y de ofrendas. Queremos conocer al niño recién nacido, que es el rey de los judíos, y adorarlo. Si por acaso lo sabes a ciencia cierta, indícanos puntualmente el lugar en que se halla, a fin de que vayamos a verlo. Al oír esto, María entró con júbilo en la caverna, y, alzando al niño en sus brazos, sintió el corazón lleno de alegría. Y luego, bendiciendo y alabando y glorificando a Dios, permaneció sentada en silencio.
16. Por segunda vez los magos interrogaron a José en esta guisa: Venerable anciano, infórmanos con exactitud, manifestándonos dónde se encuentra el niño recién nacido. José, con el dedo, les mostró de lejos la caverna. Y María dio de mamar a su hijo, y volvió a ponerlo en el pesebre del establo. Y los magos llegaron gozosos a la entrada de la caverna. Y, divisando al niño en el pesebre de los animales, se prosternaron ante él, con la faz contra la tierra, reyes, príncipes, grandes señores, y todo el resto de la multitud que componía su numeroso ejército. Y cada uno aportaba sus presentes, y los ofrecía.
17. En primer término se adelantó Gaspar, rey de la India, llevando nardo, cinamomo, canela, incienso y otras esencias olorosas y aromáticas, que esparcieron un perfume de inmortalidad en la gruta. Después Baltasar, rey de la Arabia, abriendo el cofre de sus opulentos tesoros, sacó de él, para ofrendárselos al niño, oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio. A su vez, Melkon, rey de la Persia, presentó mirra, áloa, muselina, púrpura y cintas de lino.
18. Y, no bien hubieron ofrecido cada uno sus presentes, en honor del hijo real de Israel, los magos salieron de la gruta, y, reuniéndose los tres fuera de ella, iniciaron mutua consulta entre sí. Y exclamaron: ¡Asombroso es lo que acabamos de ver en tan pobre reducto, desprovisto de todo! Ni casa, ni lecho, ni habitación, sino una caverna lóbrega, desierta e inhabitada, en que estas gentes no tienen ni aun lo necesario çara procurarse abrigo. ¿De qué nos ha servido venir de tan lejos para conocerlo? Franqueémonos los unos con los otros en recíproca sinceridad. ¿Qué signo maravilloso hemos contemplado aquí, y qué prodigio nos ha aparecido a cada uno? Los hermanos se dijeron a una: Sí, lleváis razón. Contémonos nuestra visión respectiva. Y preguntaron a Gaspar, rey de la India: Cuando le ofreciste el incienso, ¿qué apariencia reconociste en él?
19. Y el rey Gaspar contestó: Reconocí en él al hijo de Dios encarnado, sentado en un trono de gloria, y a las legiones de los ángeles incorporales, que formaban su cortejo. Ellos dijeron: Está bien. Y preguntaron a Baltasar, rey de la Arabia: Cuando le aportaste tus tesoros, ¿bajo qué aspecto se te presentó el niño? Y Baltasar contestó: Se me presentó a modo de un hijo de rey, rodeado de un ejército numeroso, que lo adoraba de rodillas. Ellos dijeron: La visión es muy propia. Y Melkon, sometido a la misma interrogación que sus hermanos, expuso: Yo lo vi como hijo del hombre, como un ser de carne y hueso, y también le vi muerto corporalmente entre suplicios, y más tarde levantándose vivo del sepulcro. Al escuchar tales confidencias, los reyes, llenos de estupor, se dijeron con pasmo: Nuevo prodigio es el que estas tres visiones sugieren. Porque nuestros testimonios no concuerdan entre sí, y, sin embargo, nos es imposible negar un hecho patentizado por nuestros propios ojos.
20. Y por la mañana, muy temprano, los reyes se levantaron, y se dijeron los unos a los otros: Vamos juntos a la caverna, y veamos si algún otro signo se nos manifiesta claro. Y Gaspar entró en la gruta, y vio al niño en el pesebre del establo. E, inclinándose, se prosternó, y tuvo la segunda visión, la de Baltasar, a quien se le mostró el niño a manera de un monarca terrestre. Y, cuando salió, relató el caso a los otros en estos términos: No he tenido mi primera visión, sino la tuya, Baltasar, la que tú nos has referido. Y Baltasar entró a su vez, y halló al niño en el regazo de su madre. E, inclinándose, se prosternó ante él, y tampoco tuvo su visión del día anterior, en que el niño se le apareciera como hijo de rey, sino como hijo del hombre, con su carne muerta entre tormentos, y después resucitado y vuelto a la vida. Y fue a comunicar esto a los otros hermanos, diciéndoles: No he renovado mi primera visión, sino contemplado la de Melkon, tal como él nos la ha contado. Entonces entró Melkon, y encontró al Cristo sentado sobre un trono sublime. E, inclinándose, se prosternó ante él, y no lo vio ya como lo había visto la primera vez, muerto y vuelto a la vida, sino conforme lo viera Gaspar, como Dios hecho carne y nacido de la Virgen. Lleno de gozo, Melkon fue, presuroso, a prevenir a los otros hermanos, diciéndoles: No he tenido mi primera visión, sino la de Gaspar, pues vi a Dios, sentado sobre un trono de gloria.
21. Luego de haber visto todas estas cosas, los reyes se congregaron nuevamente en consulta. Y cambiaron impresiones sobre la visión que cada uno había percibido y comprendido. Y se dijeron: Retirémonos ahora a nuestro albergue. Mañana, muy temprano, volveremos por tercera vez a la gruta, y nos aseguraremos de modo positivo y definitivo si está realmente allí el que el Señor nos ha mostrado. Y, habiendo regresado a su tienda, permanecieron alegres en ella, hasta que despuntó el día. Y, levantándose, llegaron a la abertura de la caverna, en la cual penetraron uno a uno. Y miraron y reconocieron al niño, y tuvieron de él la misma visión que habían tenido la primera vez. Y, transportados de júbilo, se contaron los unos a los otros lo que habían comprobado, y fueron a anunciarlo a todo su ejército en estos términos: En verdad, ese niño es efectivamente Dios e hijo de Dios, que se ha mostrado a cada uno de nosotros bajo una apariencia exterior en relación con los dones que respectivamente le hemos ofrecido. Y ha recibido con dulzura y con bondad nuestro saludo y el homenaje de nuestros presentes. Y todos, reyes, príncipes, grandes señores y toda la multitud del numeroso ejército que se encontraba allí, tuvieron fe en el niño Jesús.
22. Y de nuevo el rey Melkon tomó el libro del Testamento, que guardaba en su casa como herencia de los primeros antepasados, según ya advertimos, y se lo presentó al niño, diciéndole: He aquí tu carta, que a nuestros ascendientes entregaste en custodia, firmada y sellada por ti. Toma este documento auténtico que has escrito, ábrelo y léelo, porque el quirógrafo está a tu nombre. Y el documento era aquel cuyo texto permanecía oculto bajo pliego, y que los magos no se habían atrevido a abrir, y menos aún a dar a los judíos y a sus sacerdotes, por cuanto éstos no eran dignos de llegar a ser hijos del reino de Dios, destinados como estaban a renegar del Salvador, y a crucificarlo.
23. Dicho documento había sido regalado por Dios a Adán, del cual, después de su expulsión del Paraíso, se había apoderado un gran dolor, a raíz del homicidio perpetrado por Caín en la persona de su hermano Abel. Mas, cuando hubo visto al primero castigado por Dios, y a él mismo arrojado del edén glorioso por su desobediencia, se encontró también atormentado en sus hijos, por la aflicción del espectáculo de Abel muerto y Caín condenado a siete penas. Adán más entristecido todavía y sumido en un duelo más profundo, no mantuvo ya relaciones conyugales con Eva. Y, al cabo de doscientos cuarenta años de haber salido del Paraíso, Dios, en su misericordia, le envió un ángel, y le ordenó que entrase a Eva. E hizo nacer a Seth, nombre que significa hijo de la consolación. Y, por haber querido Adán hacerse Dios, éste resolvió hacerse hombre, en el exceso de su piedad y de su amor a nuestra desdichada especie. Y prometió a nuestro primer padre que, conforme a su plegaria, escribiría y sellaría con su propio dedo un pergamino en letras de oro, que llevaría la siguiente portada: En el año seis mil, el día sexto de la semana, el mismo en que te creé, y a la hora sexta, enviaré a mi hijo único, el Verbo divino, que tomará carne en tu raza, y que se convertirá en hijo del hombre, y que te restablecerá de nuevo en tu dignidad original, por los supremos tormentos de su cruz. Y entonces tú, Adán, unido a mí con un alma pura y un cuerpo inmortal, quedarás deificado, y podrás, como yo, discernir el bien y el mal.
24. Y este documento, que Adán dio a Seth, Seth a Enoch, Enoch a sus hijos, y que de tal suerte pasó de unos descendientes a otros, hasta Noé; que Noé dio a Sem, Sem a sus hijos, y sus hijos a sus hijos hasta Abraham; que Abraham dio Melquisedec el pontífice; que Melquisedec dio a otro, y éstos a otros todavía, hasta que llegó a manos de Ciro, quien lo guardó cuidadosamente en un salón especial, donde se conservó hasta el tiempo de la natividad del Cristo: ese documento era el mismo que los magos ofrecieron al niño Jesús. Y, como los reyes y todo su acompañamiento hubiesen cumplido sus votos y sus plegarias, después de tres días de permanencia en la gruta, deliberaron entre sí, y se dijeron: No hay que olvidar lo prometido. Vamos por última vez a la caverna, para adorar al niño, y después reanudaremos nuestro viaje en paz. Y, de común acuerdo, entraron en el establo, y de nuevo tuvieron exactamente sus visiones respectivas. Y, conmovidos por gran temor, se prosternaron ante el recién nacido, y rindieron testimonio de fe en él, diciéndole: Eres Dios e hijo de Dios. Y, salidos de la gruta, continuaron en sus alrededores el día entero hasta el siguiente. Y, con júbilo y alegría, bendecían y alababan a Dios.
25. Y, por la mañana, al despuntar la aurora, el día primero de la semana, el 25 de tébéth y de enero el 12, se dispusieron a partir para su país. Y, cuando deliberaban sobre si volverían a entrevistarse con Herodes, he aquí que una voz les habló, diciendo: No tornéis a Herodes, el tirano impío, porque quiere matar a ese tierno infante. Y, habiendo oído esto, los magos renunciaron a pasar por la ciudad de Jerusalén, y regresaron a su tierra por otro camino. Y, glorificando al Cristo, Dios del universo, marcharon a su patria, poseídos de gozo y siguiendo la ruta por donde el Señor los conducía.
De cómo José y María circuncidaron a Jesús, y lo llevaron al templo de Jerusalén con presentes
XII 1. Después de todos los acontecimientos ocurridos, José y su esposa permanecieron secretamente en la caverna, teniéndolo oculto, para que persona alguna supiese nada. Y, tomando todos los tesoros aportados por los magos, José los escondió cuidadosamente en la gruta. Y, siempre a hurto de la gente, salía y circulaba a diario por la villa, por la aldea y por la campiña. Las necesidades materiales de todos estaban provistas y nadie los inquietaba, ni los amenazaba, por voluntad de Dios, pues, aunque de Bethlehem a la ciudad de Jerusalén, apenas hay doce millas, todo el territorio de las inmediaciones está desierto e inhabitado. Y, cada vez que José iba a algún menester a cualquier lugar, dejaba de guardián, al servicio de María, a su hijo menor, que lo había seguido a Bethlehem.
2. Y, cuando el niño tuvo ocho días de edad, José dijo a María: ¿Cómo obraremos con esta criatura, puesto que la ley ordena hacer la circuncisión a los ocho días del nacimiento? Y María le dijo: Procede como te plazca en este asunto. Y José marchó con sigilo a Jerusalén, y trajo de allí un hombre sabio, misericordioso y temeroso del Señor, que se llamaba Joel, y que conocía a fondo las leyes divinas. Y llegó a la gruta, donde encontró al niño. Y, al aplicarle el cuchillo no resultó de ello ningún corte en el cuerpo de aquél. Ante este prodigio, quedó estupefacto, y exclamó: He aquí que la sangre de este niño ha corrido sin incisión alguna. Y recibió el nombre de Jesús, que le había sido impuesto de antemano por el ángel.
3. Y la sagrada familia continuó en la gruta. Y el niño Jesús crecía y progresaba en gracia y en sabiduría. Y, hasta los cuarenta días, los esposos siguieron ocultándolo, para que nadie lo viese.
4. Y, cuando Herodes vio que los magos habían regresado a su país sin visitarlo, se hizo la reflexión siguiente: Si los magos que aquí llegaron no han vuelto es que son traficantes familiares de los reyes. Por eso, no quisieron descubrirme sus secretos. Mas, temiendo que les exigiese rescate, se me escaparon falazmente y con falsos pretextos, para que yo no los perjudicase. Y, habiendo hablado así, Herodes abandonó la ciudad de Jerusalén, y fue a residir temporalmente a Achaía. Por el momento, no pensó más en su proyecto de buscar al niño Jesús, para hacerle una mala partida. Y, como los sacerdotes y el pueblo tampoco prosiguiesen el asunto, éste cayó en el olvido.
5. Y José, tomando en secreto a María y a Jesús, con numerosos dones y ofrendas provenientes de la liberalidad de los magos, subió a la ciudad de Jerusalén. Y, después de haber presentado el niño Jesús a los sacerdotes, ofrecieron al templo, según el uso consagrado, un par de tórtolas, o dos palominos. Y el viejo Simeón, habiendo tomado y recibido al Mesías en sus brazos, pidió al Señor que lo despidiese en paz, antes que su alma quedase en libertad de volver a Él. Y, poseído de espíritu profético, Simeón dijo de Jesús: He aquí que es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel.
6. Y, después de haber rendido el tributo de sus presentes y de sus sacrificios, José volvió, con María y con Jesús, a Bethlehem. Recogidos en la gruta, permanecieron allí largos días, hasta el año nuevo, sin aparecer en público, por miedo al impío rey Herodes. Y, a los nueve meses, Jesús dejó espontáneamente de amamantarse en los pechos de su madre. Y, al notario ésta y José, se admiraron en gran manera, y se preguntaron el uno al otro: ¿Cómo es que no come, ni bebe, ni duerme, sino que está siempre alerta y despierto? Y no podían comprender el imperio de voluntad que ejercía sobre sí mismo.
De la cólera de Herodes, y de cómo degolló a los niños de Bethlehem
XIII 1. Y continuaron los tres viviendo hasta el comienzo de otro año en Bethlehem, cuando un hombre impío de esta localidad, llamado Begor o Fegor, fue a prevenir al perverso rey Herodes, y le hizo el siguiente relato: Los magos que enviaste a Bethlehem, y a quienes ordenaste que pasasen a verte antes de abandonar Judea, no han vuelto, sino que, habiendo ido allá abajo, y habiendo encontrado a un niño recién nacido, del que se decía que era hijo de rey, le han ofrecido profusión de presentes que consigo llevaban, y han regresado a su tierra por otro camino.
2. Al saber que había sido engañado por los magos, Herodes convocó a los príncipes y a los grandes señores de su reino, y les dijo: ¿Qué hacer? Esos hombres, después de habernos burlado y escarnecido pérfidamente, han huido, y se nos han escapado. ¿Qué ha sido de ese niño, y en qué retiro tan oculto se esconde de mí, que nadie lo ha visto hasta ahora? Ea, pues, mandemos soldados a Bethlehem, para que lo busquen, lo capturen, y maten a su padre y a su madre.
3. Mas los príncipes dijeron: ¡Oh rey, escúchanos! Bethlehem es una ciudad en ruinas, y los hechos que conciernen a ese niño, largos días ha que pasaron, por lo cual es casi seguro que no esté ya en ese sitio, y que haya huido a un país lejano. Y los príncipes, que no se cuidaron más del asunto, y que no lo revelaron a nadie, hablaron así por disposición divina del Espíritu Santo, dado que Jesús y los suyos habitaban allí todavía.
4. Y el malvado impío, en la rabia de su corazón no sabía qué determinación tomar. Y los príncipes dijeron: ¡Oh rey, no te aflijas de ese modo, ni dejes que tu alma se turbe por el arrebato! Manda todo lo que quieras y te obedeceremos. El rey repuso: Sí, yo sé cómo he de obrar. Cuanto a vosotros, básteos estar prestos a cumplir mis órdenes. Y convocó a los comandantes del ejército y a los jefes de los distritos, y los envió por toda la estensión de su reino, para buscar a Jesús. Pero el resultado fue infructuoso y, a su retorno, manifestaron al rey: Hemos recorrido todos los cantones de Judea, y no lo hemos encontrado. En vista de ello, Herodes mandó a diez y ocho ci-harcas de sus tropas que recorriesen todo el territorio sometido a su dominio, y les dio la consigna siguiente: No tengáis piedad alguna de los niños pequeños, ni de las lamentaciones de sus padres y de sus madres, y no os dejéis persuadir por gratificaciones fuertes, ni por juramentos engañosos. Mas doquiera halléis niños menores de dos años, pasadlos a cuchillo.
5. Entonces todos los comandantes del ejército se congregaron en torno suyo, con sus espadas y con sus armas. Y, poniéndose en camino, circularon por todos los lugares, y mataron a todos los niños que encontraron en ochenta y tres aldeas, en número de trece mil sesenta. Y el tirano impío, al proceder de tal manera a causa de Jesús, esperaba que éste hubiese quedado incluido entre las víctimas. Pero José y María, que supieron todas esas cosas, y a quienes intimidó el temor al rey y a su ejército, tomaron al niño Jesús, lo envolvieron en sus mantillas, y lo ocultaron en el pesebre de los animales. Después, ganaron las ruinas de la ciudad, y se agazaparon allí en observación. Y nadie los vio, porque los que los divisaban no les prestaban atención alguna, ni los miraban siquiera.
De cómo Herodes mató, en el templo, a Zacarías, el Gran Sacerdote, a causa de su hijo Juan
XIV 1. Mas el tirano impío, no encontrando medio de poner término total a su sangrienta obra, hizo en seguida investigaciones cerca de Zacarías con respecto a Juan, para saber si era su hijo único; y si estaba destinado a reinar sobre Israel. Envió, pues, soldados para que les entregase a su pequeño Juan, y dijo Zacarías: Varias personas me han informado que tu hijo está destinado a reinar sobre la tierra de Judea. Muéstramelo, para que yo lo conozca. Al oír tal, Zacarías tuvo miedo del escelerato impío, y repuso: Por la vida del Señor, no sé lo que hablas.
2. Y, cuando Isabel supo esto, tomó al pequeño Juan y se fue con él, fugitiva, a un lugar desierto de la montaña, donde buscó sitio en que poner en seguridad al nino. Después, casi sin aliento, lloraba con amargura, y derramaba sus lágrimas ante el Señor, exclamando: Dios de mis padres, Dios de Israel, escucha la plegaria de tu sierva. Trátame conforme a tu piedad y a tu benevolencia para con los hombres, y arráncanos de las manos de Herodes y de la jauría rabiosa y criminal de sus ejércitos. Abrase la tierra, y tráguenos a ambos, antes que mis ojos vean la muerte de mi hijo. Y, apenas pronunciadas estas palabras, en el mismo instante, la montaña se abrió y le dio acceso, y ocultó a Isabel y al pequeño Juan. Una nube luminosa los cubrió, y los guardó sanos y salvos. Y un ángel del Señor, descendiendo a ellos, les sirvió de defensa tutelar.
3. Pero Herodes envió por segunda vez a sus servidores a Zacarías, y le comunicó: Dime dónde se oculta tu hijo y tráemelo, para que lo vea. Zacarías contestó: Yo me hallo consagrado al servicio del templo. Mas, como mi casa no está aquí, sino en la región montañosa de Galilea, ignoro qué se ha hecho de la madre y del niño. Y los servidores volvieron con el recado de Zacarías. De nuevo Herodes remitió un mensaje a sus generales, y les expuso: Id a manifestar esto a Zacarías: He aquí lo que dice el rey de Israel: Has escondido tu hijo a mis miradas, y no has querido presentármelo francamente, porque sé que ese niño ha de reinar en la casa de Israel. ¿Es que pretendes evitarme, y escapar de mis requerimientos, con palabras evasivas y con pretextos vanos? No será así en mis días. Si no me lo traes de buen grado, lo tomaré a la fuerza, y perecerás con él.
4. Y Zacarías respondió: Por la vida del Señor, repito que no sé lo que le ha ocurrido a mi esposa y a mi hijo. Y los servidores fueron a referir al rey las palabras del Gran Sacerdote. Pero el tirano impío y lleno de toda especie de iniquidad mandó nuevamente a sus comisionados, y conminó a Zacarías, diciéndole: Por tercera vez te transmito mis órdenes. No has querido atenderlas y no te han amedrentado mis amenazas. ¿Olvidas que tu sangre está en mi mano y que nadie te salvará, ni aun aquel en quien esperas?
5. Y, como los comisionados llevasen la nueva amonestación a Zacarías, éste replicó: Comprendo que queréis mi sangre, y que estáis decididos a verterla sin razón. Pero, aunque hagáis perecer mi cuerpo con muerte cruel, el Señor, que me ha hecho y que me ha creado, acogerá mi alma. Y ellos marcharon a repetir a Herodes lo que Zacarías había dicho. Pero el impío, en la perversidad creciente de su corazón, no dio respuesta alguna. Y, aquella misma noche, envió soldados, que se introdujeron furtivamente en el templo y mataron a Zacarías cerca del altar, en el tabernáculo de la alianza. Y nadie, ni de los sacerdotes, ni del pueblo, supo nada de lo ocurrido.
6. Pero, a la hora de la plegaria ritual, esperaron a que Zacarías hiciese acto de presencia, como todos los días, y tratando de verlo, no lo encontraron. Y, cuando apareció la aurora, en el momento de entregarse a aquella plegaria, los sacerdotes y el pueblo se reunieron para saludarse mutuaniente, y se dijeron: ¿Qué ha sucedido al Gran Sacerdote? ¿Dónde estará? Y, extrañados de su tardanza, pensaron: Sin duda reza su oración privada, o bien ha tenido alguna visión en el templo.
7. Mas uno de los sacerdotes, llamado Felipe, entró audazmente en el Santo de los Santos, y vio la sangre coagulada cerca del altar de Dios. Y he aquí que una voz articulada salió del tabernáculo, diciendo: La sangre inocente ha sido vertida en vano, y no se borrará de encima de los hijos de la casa de Israel, hasta que llegue el día de la completa venganza. Cuando los sacerdotes y toda la multitud popular oyeron esto, rasgaron sus vestiduras y, esparciendo ceniza sobre sus cabezas, exclamaron: ¡Desdichados de nosotros y de nuestros padres, condenados todos a este desastre y a esta ignominia!
8. Y los sacerdotes, penetrando en el tabernáculo, vieron la sangre de Zacarías coagulada, como una piedra, cerca del altar de Dios, mas no vieron su cuerpo. Y, llenos de estupor, se dijeron los unos a los otros que su pérdida estaba consumada. Y se preguntaban, atónitos: ¿Qué se ha hecho de su cuerpo, que no aparece por ninguna parte? Y erraron por doquiera en su busca, y no hallaron rastro de él. Y cada cual sospechaba entre sí que alguien había recogido furtivamente su cuerpo, y lo había llevado a esconder en algún sitio oculto. Y, celebrando gran duelo en honor del Gran Sacerdote muerto, los hijos de Israel lo lloraron durante treinta días e hicieron pesquisiciones en muchos puntos, sin que lograsen encontrar el cuerpo. Y así tuvo lugar el asesinato de Zacarías.
9. Después de lo acaecido, los sacerdotes y todo el pueblo deliberaron para constituir un nuevo Pontífice en el templo santo. Y, dirigiendo sus plegarias al Señor Dios, le pidieron que diese otro servidor al altar. Y echaron suertes, y la designación recayó sobre el viejo Simeón, el cual fue Pontífice muy poco tiempo y murió confesando fielmente al Cristo. Porque, desde la llegada del Salvador al templo hasta el momento en que Simeón entregó el espíritu, éste vivió cuarenta días en total. Y a continuación de todos aquellos acontecimientos, se estableció otro jefe en la casa de Israel.
De cómo el ángel significó a José que huyese a Egipto
XV 1. Y un ángel del Señor apareció a José, y le dijo: Levántate, y toma a Jesús y a su madre, y huye a Egipto, porque Herodes busca al niño, para matarlo. Y, en efecto, no faltó quien fuese a informar al rey acerca de Jesús, declarándole que aún vivía.
2. Y José, levantándose precipitadamente, tomó al niño y a María, y partió como fugitivo para Ascogon, que se llamaba Ascalón, ciudad situada a orillas del mar, y de allí para Hebron, donde residieron ocultos, durante medio año. Uno y tres meses tenía Jesús, y ya andaba por sus pies. E iba con sus juguetes a echarse en el seno de su madre, y ésta, en un transporte de ternura, lo levantaba en sus brazos, le prodigaba sus caricias, y alababa a Dios, dándole gracias.
3. Pero, entonces, algunas personas de la ciudad fueron a prevenir a Herodes en estos términos: El niño Jesús vive, y se encuentra actualmente en Hebron. Y Herodes despachó un correo a los jefes de la ciudad, para ordenarles expresamente que se apoderasen de Jesús con astucia, y lo matasen. Cuando José y María supieron esto, se dispusieron a partir de Hebron e ir a Egipto Y, abandonando secretamente la ciudad como fugitivos, prosiguieron su ruta. Y recorrieron etapas numerosas y, en los sitios en que hacían alto, Jesús tomaba agua de las fuentes y les daba a beber. Finalmente, entraron en tierra egipcia, por la llanura de Tanís, y se dirigieron a una ciudad, llamada Polpai, donde habitaron seis meses. Y Jesús pasaba ya de los dos años.
4. Y, partidos de allí, llegaron, cerca de las fronteras de Egipto, a una ciudad que se llama Cairo, y moraron en un gran castillo de la residencia real, edificio cubierto, en un vasto espacio, por palacios y por fortalezas. Era un castillo magnífico, muy elevado, adornado espléndidamente y decorado con gran variedad, que Alejandro de Macedonia había levantado otrora, en los días de su mayor poder. Y allí permanecieron cuatro meses, hasta el momento en que el niño Jesús alcanzó la edad de dos años y cuatro meses.
5. Y Jesús salía al exterior, para pasearse con los niños y los párvulos, jugar con ellos y mezclarse en sus conversaciones. Y los llevaba a los sitios altos del castillo, a las lumbreras y a las ventanas, por donde pasaban los rayos del sol, y les preguntaba: ¿Quién de vosotros podría rodear con sus brazos un rayo de luz, y dejarse deslizar de aquí abajo, sin hacerse el menor daño? Y Jesús dijo: Mirad todos y ved. Y, abrazando los rayos del sol, formados por minúsculos polvillos, que, desde el amanecer, pasaban por las ventanas, descendió hasta el suelo, sin sufrir mal alguno. Viendo lo cual, los niños y las demás personas que estaban allí fueron a la ciudad a contar el prodigio realizado por Jesús. Y los que oyeron el relato de tamaño espectáculo, se admiraron con estupefacción. Mas José y María, al saberlo, tuvieron miedo y se alejaron de la ciudad, a causa del niño, para que nadie lo conociese. Y salieron furtivamente por la noche, llevando consigo a Jesús, y huyendo de aquellos lugares.
6. Y llegaron a la ciudad de Mesrin, donde se habíar congregado multitud de gentes, y que era una poblaciór muy grande y rodeada de altos muros. En el barrio poi donde penetraron en ella, se habían levantado estatuas mágicas. Cuando se pasaba por la primera puerta, se veía a cada lado una estatua mágica, que los reyes y los filósofos habían colocado en cada una de las puertas de la ciudad, para que suspendiese en admiración a todos los que entraban y salían. Y cuantas veces el enemigo amenazaba al país con un peligro o con un daño, todas aquellas estatuas lanzaban un mismo grito, que resonaba en la ciudad entera. Y los que oían la voz de las numerosas estatuas reconocían ese grito y comprendían que algo funesto iba a acontecer en el país. En la primera puerta del muro, se encontraban emplazadas dos águilas de hierro, con garras de cobre, un macho a la derecha, y otra hembra a la izquierda. En la segunda puerta, se veían animales de presa tallados en arcilla y en tierra cocida, a un lado un oso, al otro un león, y otras bestias feroces, representadas en piedra y en madera. En la tercera puerta, había un caballo de cobre y, sobre él, la estatua en cobre de un rey, que tenía en la mano un águila también de cobre.
7. Y, cuando Jesús franqueó la puerta, súbitamente todas las estatuas se pusieron a vociferar con estrépito y a coro. Y todas las demás estatuas inanimadas de los falsos dioses gritaban a porfía y los ídolos de los templos lanzaban alaridos, como si la ciudad entera se quebrantase en sus cimientos y como si, en medio de terrores y de espantos, la vida se hiciese imposible para los hombres. Y, en el mismo momento, en tanto que las águilas daban grandes chillidos, el león rugía, el caballo relinchaba, y el rey de cobre clamaba a gran voz: Escuchad, todos los que aquí estáis, y preveníos, porque un monarca, hijo del gran rey, se acerca a nuestra ciudad con un ejército numeroso.
8. Al oír esto, todo el pueblo, formado en batallones, corrió precipitadamente en armas hacia la muralla. Y miraron a todos lados y no vieron cosa alguna. Y, puestos a reflexionar, se dijeron con asombro: ¿Qué voz tan sonora es ésa que nos ha interpelado? ¿Quién ha visto que un hijo de rey haya entrado en nuestra ciudad? Entonces se diseminaron por todas partes, y no descubrieron nada, excepto que, en una casa, encontraron a José, María y Jesús. Y detuvieron a José poniéndolo en la mitad de la plaza pública, le preguntaron: ¿De qué nación eres, viejo, y de dónde has venido? José respondió: Soy de la tierra de Judea, y vengo de la ciudad de Jerusalén. Y ellos insistieron: Dinos la verdad. ¿Cuándo has llegado aquí?
9. José contestó: Hace tres días que he llegado. Y ellos interrogaron: Y, por la ruta que has seguido, ¿no has visto un príncipe, hijo de rey que avanzaba contra este pais con sus tropas? José repuso: No lo he visto. Ellos le dijeron: Pero ¿cómo has recorrido un camino tan largo y desprovisto de agua? José dijo: Unas veces iba yo solo, y otras seguía al niño y a su madre. Y la multitud le dijo: Comprendemos que eres un pobre anciano extranjero y un hombre seguro y fidedigno. Solamente quisiéramos informarnos, y saber lo cierto. No nos censures, porque hemos presenciado hoy un prodigio, que nos ha dejado en el mayor estupor. Y, habiendo hablado así, despidieron a José y se fueron.
10. Y sucedió que José, al llegar a otra ciudad de Egipto, se albergó cerca de un templo idolátrico, consagrado a Apolo, y permaneció allí varios días. Y uno de ellos, Jesús consideraba atentamente el palacio de los ídolos, que, por su altura y por su longitud, era como una ciudad pequeña.Y Jesús dijo a su madre: Respóndeme sobre lo que voy a preguntarte. María le dijo: Habla, hijo mío: ¿Qué quieres? Jesús dijo: ¿Qué es esta construcción tan elevada y cuya extensión es tan considerable? María dijo: Es el templo de los ídolos, dedicado al culto de los altares ilegítimos y a la imagen del falso dios Apolo. Jesús dijo: Voy a ver qué aspecto presenta y a qué se parece. María dijo: Si quieres ir a él, sé prudente, para que no te suceda ningún mal.
11. Y Jesús se dirigió por aquel lado y entró en el templo de los ídolos. Y lo miraba todo en derredor y consideraba el esplendor del edificio, lleno de dibujos y de relieves de una decoración variada. Y lo admiró mucho, y salió prontamente. De nuevo las estatuas mágicas de la ciudad se pusieron a aullar, como la primera vez, y exclamaron: ¡Escuchad todos los presentes! He aquí que el hijo del gran rey ha entrado en el templo de Apolo. Al oír esto, toda la población se lanzó, corriendo, hacia el sitio indicado. Y las gentes se interrogaban las unas a las otras, diciendo: ¿Qué voz ha lanzado ese grito que se nos ha dirigido? Y recorrieron la ciudad, y a nadie hallaron, sino sólo a Jesús. Y le preguntaron: Niño, ¿de quién eres hijo? Jesús respondió: Soy hijo de un viejo de cabellos blancos, pobre y extranjero en este país. ¿Qué me queréis? Y ellos lo dejaron ir, y pasaron.
12. Los ciudadanos se interrogaban unos a otros, diciéndose: ¿Qué significa este nuevo prodigio de que somos testigos? Oímos distintamente una voz que grita, y no comprendemos lo que anuncia. Es de temer que nos advenga súbitamente un desastre por donde menos sospechemos. Y, cuando aquellas gentes hubieron hablado así, toda la ciudad quedó perpleja y llena de inquietud. Cuanto a Jesús, marchó silenciosamente a su albergue, y cantó todo lo que había oído decir en la calle. Y María y José se sorprendieron y asombraron vivamente.
13. Y Jesús tenía entonces tres años y cuatro meses. Y, como el año nuevo se aproximase, celebróse un día de fiesta de Apolo. Toda la multitud se apretaba a las puertas del templo de los ídolos con numerosos dones y presentes para ofrecer en sacrificio a los grandes dioses animales y toda especie de cuadrúpedos. Y aderezaron una larga mesa cubierta de enseres, para comer y beber. Y toda la multitud del pueblo que había llegado, se mantenía a las puertas. Y los falsos sacerdotes celebraban la fiesta, para honrar al ídolo de Apolo. Y Jesús, habiendo sobrevenido, entró secretamente, y se sentó. Todos los sacerdotes estaban congregados y, con ellos, los servidores del templo.
14. Y las águilas y las bestias feroces, es decir, las estatuas de estos animales, cuando vieron a Jesús entrar en el templo de los ídolos, se pusieron de nuevo a gritar y clamaron: ¡Mirad todos! He aquí que el hijo del gran rey ha entrado en el templo de Apolo. Al oír estas palabras, toda la multitud que se encontraba allí, fue presa de turbación y de cólera. Y, precipitándose los unos sobre los otros, querían acuchillarse mutuamente. Y se preguntaban: ¿Qué haremos con ese viejo? Porque todos estos prodigios se han producido desde que llegó a nuestra ciudad. Y el niño ¿será por acaso un hijo de rey, que haya robado, y con el que haya huido a nuestro país? Ea, apoderémonos de él y matémoslo.
15. Y, en tanto que ellos se entregaban a estos pensamientos homicidas, Jesús continuaba sentado en el tempio de Apolo. Y consideraba atentamente aquella imagen incrustada en oro y en plata, por encima de la cual estaba escrito: Éste es Apolo, el dios creador del cielo y de la tierra, y el que ha dado vida a todo el género humano. Al ver esto, Jesús se indignó en su alma y, levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, glorifica a tu hijo, para que tu hijo te glorifique. Y he aquí que una voz salió de los cielos, que decía: Lo he glorificado, y lo glorificaré de nuevo.
16. Y, en el mismo instante en que habló Jesús, el suelo tembló, y toda la armazón del templo se desplomó de arriba abajo. Y el ídoló de Apolo, los sacerdotes del santuario y los pontífices de los falsos dioses, quedaron sepultados en el interior del edificio, y perecieron. El resto de la población que se encontraba allí huyó de aquel lugar. Todos los ídolos y todos los altares de los demonios que había en la ciudad se abatieron en ruinas. Y todos los edificios religiosos y todas las estatuas mágicas que rodeaban la ciudad, imágenes inanimadas de hombres, de fieras y de animales, cayeron a tierra con gran destrozo. Entonces los demonios lanzaron un grito, y dijeron: Mirad todos, y compadeceos de nosotros, porque un niño muy pequeño nos ha destruido, con ser lo que somos, arruinando nuestra morada, exterminando a nuestros servidores, y haciéndolos perecer con mala muerte. Apoderaos, pues, de él y matadlo sin piedad.
17. Al oír esta queja y esta lamentación de los demonios, y al sonido de su grito, toda la multitud de las gentes de la ciudad se precipitó a una hacia el emplazamiento del templo arruinado y, con grandes manifestaciones de duelo, lloraba cada cual a sus difuntos. Y Jesús marchó en silencio a su casa y se sentó en un rincón. Y aquellas gentes, habiendo apresado a José, lo hicieron comparecer ante el tribunal, y le preguntaron: ¿Qué significa este desastre, que se ha anidado en nosotros, desde antes que nos refirieses lo que habías visto y oído en tu camino? Sin embargo, has callado esto, y nos lo has ocultado. Vamos, por tanto, a baceras perecer con mala muerte, a ti, a tu hijo, y a la mujer que te acompaña, puesto que, por tu traición, has provocado la pérdida de esta ciudad. Dinos dónde está tu hijo, y muéstranoslo, para que veamos al que ha destruido a nuestros dioses, anonadado a los ministros de nuestro culto, enterrado a nuestros sacerdotes bajo los escombros del templo, y causado tantas muertes prematuras. Y no escaparás de nuestras manos sino después de que nos hayas devuelto a nuestros parientes y a nuestros prójimos.
18. Y proferían muchas otras invectivas de este género contra él. Empero María cayó a los pies de Jesús y, llorando, lo invocaba, y decía: Jesús, hijo mío, escucha a tu sierva. No te irrites así contra nosottos, y no amotines a esta ciudad, no sea que, por odio, nos detengan y nos hagan perecer con mala muerte. Jesús repuso: ¡Oh madre mía!, no sabes lo que dices. Todas las tropas del ejército celestial de los espíritu angélicos tiemblan y se estremecen de temor ante el glorioso poder de mi divinidad, que ha concedido el don de la vida a todos los seres animados. Y él, Sadaiel mi enemigo y el de mis criaturas, hechas a mi imagen y semejanza, osa, a mi ejemplo, tomar el nombre de Dios y recibir el culto y las adoraciones del género humano.
19. Y María suplicó a Jesús: Hijo mío, aunque sea verdad lo que dices, te ruego que me escuches y que, por la intercesión de tu madre y sierva, resucites a esos muertos, cuya pérdida has producido. Y todos los que vean el milagro que hagas creerán en tu nombre. Porque bien sabes los numerosos tormentos con que afligen a ese viejo, que han detenido por causa tuya. Y Jesús respondió: Madre mía, no me aflijas de tal modo, porque aún no ha venido para mí la hora de hacer eso. Pero María insistió: De nuevo te ruego que me escuches, hijo mío. Considera nuestra angustia y nuestra situación, puesto que, por causa tuya, emigrados y desterrados, erramos, como desconocidos por país extranjero. Y Jesús dijo: Por consideración a tu plegaria, haré lo que me pides, a fin de que esas gentes reconozcan que soy hijo de Dios.
20. Y, luego que hubo hablado así. Jesús se levantó, y atravesó por entre la multitud del pueblo. Y, cuando los concurrentes vieron a aquel niño de tan tierna edad, pues sólo tenía tres años y cuatro meses, se dijeron los unos a los otros: ¿Es éste el que ha derribado el templo de los ídolos, y hecho pedazos la estatua de Apolo? Algunos contestaron: este es. Y, al oír tal, todos admiraron, con estupor, la obra prodigiosa que había cumplido. Y lo miraron fijamente, preguntándose: ¿Qué va a hacer? Y Jesús, nuevamente indignado en su alma, avanzó por encima de los cadáveres y, tomando polvo del suelo, lo vertió sobre ellos, y clamó a gran voz: Yo os conmino a todos, sacerdotes, que yacéis aquí, heridos de muerte por el desastre que os ha anonadado, que os incorporéis en seguida, y que salgáis fuera.
21. Y en el mismo momento en que pronunciaba estas palabras, tembló de pronto el lugar en que se encontraban los difuntos. Y se levantó el polvo, haciendo remolinear las piedras, y cerca de ciento ochenta y dos personas se levantaron de entre los muertos y se irguieron sobre sus pies. Pero otros ministros y arciprestes de Apolo, en número de ciento nueve no se levantaron. Y el temor y el terror se apoderaron de todo el mundo y, poseídos de pánico, dijeron: este, y no Apolo, es el Dios del cielo y de la tierra, que da la vida a todo el género humano. Y todos los sacerdotes resucitados de entre los muertos   fueron a prosternarse ante él, y confesaban sus faltas, y decían: Verdaderamente, éste es el hijo de Dios y el salvador del mundo, que ha venido a darnos la vida. Y el ruido de sus milagros se esparció por toda la región, y los que de él oían hablar, venían de lejos, en gran número, para verlo. Y, por razón de su cortísima edad, se asombraban más aún.
22. Después, toda la muchedumbre reunida cayó a los pies de Jesús, y le rogaron que resucitase también de los muertos a los que habían sido servidores del templo. Mas Jesús no quiso hacerlo. Y, llevando a José ante la multitud agrupada, imploraban, y decían: Perdónanos las faltas que hemos cometido contigo, y ruega a tu hijo que resucite a los muertos que estaban en el templo. Y José dijo: Hacedme gracia de esto, porque no puedo violentarlo. Mas, si él quiere obrar espontáneamente, cúmplase la voluntad del Señor, que tiene poder sobre toda cosa.
23. Y sobrevino un hombre de gran familia, que fue a prosternarse ante Jesús y José, diciendo: Os suplico que vengáis a la casa de vuestro siervo y, una vez entráis bajo mi techo, quedad allí el tiempo que os plazca. Y los llevó a su morada, y todo el pueblo de la ciudad iba a visitar a Jesús, y los servía de sus haciendas con mucha simpatía. Y los que estaban atormentados por espíritus inmundos, por los demonios o por sus enfermedades, se arrodillaban ante Jesús, y él los curaba. Y hubo gran alegría en aquella ciudad, y las gentes del país de los alrededores, al saber todo esto, glorificaban a Dios en voz alta.
24. Y José permaneció en aquella ciudad largo tiempo, en la mansión de un príncipe, que era de raza hebraica. Eléazar había por nombre y tenía un hijo, llamado Lázaro, y dos hijas, llamadas Marta y María. Y acogió a José y a los suyos con gran consideración y deferencia. Y José prolongó allí su estancia y cantó a Eléazar todos los tratos de que le habían hecho objeto los hijos de Israel: opresiones, persecuciones, vejaciones, y por remate, el destierro en que se veían. Y, al oír estas cosas, Eléazar se llenó de tristeza. José le dijo: Bendito seas, por habernos recibido de buena voluntad, habernos sustentado, y habernos hecho todo el bien posible, desde que aquí estamos. Eléazar dijo a José: Venerable anciano, establece tu residencia en esta localidad, y no dudes que más tarde encontrarás el reposo y el cesamiento de tu angustia.
25. Y, luego de haber hablado así, ambos se sintieron poseídos de una alegría serena y cordial. Y el príncipe reveló a su huésped: Yo también soy de la tierra de Judea y de la ciudad de Jerusalén. Y he sufrido muchas penas y muchas aflicciones, por obra de mis enemigos. Me he visto expoliado y privado de todos mis bienes, y, por miedo al impío Herodes, me he expatriado, y he venido a este lugar con mi familia y con mis compañeros. Hace quince años que me he fijado en esta ciudad, y no he sufrido violencia alguna de parte de sus moradores, antes al contrario, he encontrado simpatía, benevolencia y respeto. No temas a nadie, y establece tu estada en el sitio que te parezca mejor, hasta el momento en que el Señor te visite, y tome en cuenta tu múcha edad. Después, volverás a la tierra de Judea, y tu alma vivirá por la esperanza en el Señor.
26. Dichas estas palabras, guardaron silencio. Y la sagrada familia permaneció tres meses completos en aquella población. José y Eléazar se trataban como dos hermanos, unidos por una afección y una bondad recíprocas. Marta y María recibieron a la Virgen y al niño en su casa, con una caridad perfecta, como si no hubiesen tenido más que un corazón y un alma. Marta cuidaba especialmente de su hermano Lázaro, y María, que era de la misma edad que Jesús, acariciaba a éste, como si fuese su propio hermano.
27. Y Jesús, viendo todo lo que había sucedido, se indignó en su espíritu, y dijo a su madre: Mi espíritu está turbado por lo que he hecho en esta ciudad. Porque yo no quería manifestarme, para que nadie me conociese, y he aquí que escuché tus súplicas, y cumplí tu voluntad. Y la Virgen repuso: ¿Por qué me diriges ese reproche, hijo mío? En verdad, has ocasionado la ruina de los ídolos, y nos has librado a todos de la perdición y de la muerte, y esto es lo que yo te había rogado. En adelante, sea tu voluntad la que se cumpla, en cuanto dispongas o resuelvas hacer.
28. Y, a la noche siguiente, el ángel del Señor dijo a José, en una visión: Levántate, y toma a Jesús y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque muertos son los que procuraban la muerte del niño. Y José, despertándose de su sueño, contó a María aquella visión, y ambos se regocijaron en gran manera. Pero, pocos días más tarde, oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá. Y, levantándose de noche, tomó a Jesús y a su madre, partió en dirección al sur, hacia el pie del monte Sinaí, por el desierto de Horeb, cerca del territorio donde, en otro tiempo el pueblo de Israel se había establecido y había morado.
De cómo la Sagrada Familia volvió a la tierra de Israel, y habitó en el país de Galilea, en el pueblo de Nazareth
XVI 1. Y, levantándose muy de mañana, fueron a ganar el país de Moab, frente a Mambré, y recorrieron numerosas etapas en su ruta. Y llegaron a una ciudad de los árabes llamada Malla gpir mtín, que quiere decir «gran ciudad de Dios». Cuando Jesús pasó por el territorio de la ciudad, se encontraban allí altares. Junto al camino, había una montaña de gran elevación, y en su cima un templo, espléndidamente adornado con toda especie de imágenes y consagrado al culto de los demonios. Y éstos, congregados cerca del camino, deliberaban entre sí, y decían: Nos encontramos bien aquí, en nuestra morada, y estamos en reposo. Pero hemos oído decir que ha aparecido en el mundo el hijo de un pobre viejo, que conoce y que discierne todas nuestras prácticas, y que es un perseguidor y un enemigo de nuestra estirpe. Con él en la tierra, ¿qué va a ser de nosotros en adelante?
2. Algunos demonios dijeron: ¿Cómo os habéis arreglado para saber y conocer lo que es? Un demonio dijo: Vosotros no sabéis lo que es, mas yo lo sé, y lo conozco de antemano. Los otros demonios dijeron: Si lo conoces, instrúyenos. El demonio dijo: Es el mismo que nos precipitó de lo alto de los cielos, nuestra mansión prístina, y nos redujo a la perdición. Y ahora ha venido a la tierra, para expulsarnos del género humano. Los demonios dijeron: ¿Y cómo podrías saber lo que hará? El demonio dijo: Yo estaba en Egipto, en el templo de Apolo, cuando destruyó el sagrado edificio por completo, pulverizó las estatuas de los dioses, y lo arruinó todo de arriba abajo. Los demonios dijeron: ¡Desventurados de nosotros! Si viene aquí, ¿qué nos ocurrirá?
3. Y, en tanto que deliberaban entre sí en tal forma, divisaron de repente al niño Jesús, que avanzaba. Y, lanzando un grito, exclamaron, medrosos: ¡He aquí que el niño Jesús viene a la ciudad! Abandonemos este sitio, no sea que dejemos nuestra vida entre sus manos. Y otros demonios advirtieron: Lancemos un grito de alarma a la ciudad. Quizá se apoderen del niño y lo maten, con que quedaremos tranquilos en nuestro albergue. Y, habiendo hablado así, se esparcieron por diversos lados, y lanzaron este grito: ¡Mirad, todos, y escuchad! El hijo de un gran rey llega, y se dirige hacia esta ciudad con un ejército numeroso. Y, al oír esto, todos los habitantes de la localidad se armaron, y se reunieron en orden de combate, y fueron a patrullar por doquiera, mas no encontraron nada.
4. Y, como Jesús penetrase por la puerta de la ciudad, todas las edificaciones de los templos se desplomaron de súbito, desfondándose en ruinas, y no quedando una sola en pie. Cuanto a los sacerdotes y a los ministros del culto, fueron invadidos por la demencia de un furor demoníaco. Y se golpeaban a sí mismos y clamaban a gran voz: ¡Desventurados e infortunados de nosotros, que hemos sido expulsados de nuestros templos! ¿Quién es el autor de esta catástrofe? Y no podían explicarse aquel hecho y la destrucción de la ciudad.
5. José permaneció allí varios días. Y Jesús tenía entonces cuatro años. Y, llegado a esta edad, no quedaba ya confinado en su casa, sino que salía con otros niños y tomaba parte en sus conversaciones y en sus juegos. Y éstos acudían de buen grado a su encuentro y se prestaban a sus deseos más mínimos. Por su amenidad afectuosa, los ponía a todos de acuerdo con él, y merced al encanto de su palabra, se convirtió en conductor y en jefe de todos los niños. Y, cualquier cosa que les mandaba hacer, la cumplían ellos con gusto. No dejaba a ninguno abandonarse a la ociosidad y, si ocurría que algunos se pegasen y se maltratasen entre sí, Jesús les pasaba la mano por encima, los curaba, y los exhortaba a todos amistosamente. Y reconciliaba a los descontentos y les hacía recobrar su buen humor. Empero, si surgía entre ellos algún motivo de disputa, iban a casa de sus padres y colgaban a Jesús la causa de las faltas que habían cometido. Entonces los padres se dirigían en busca de Jesús, y no lo encontraban. E interrogaban, diciendo: ¿Dónde está? Y los niños respondían: No lo sabemos, porque es hijo de un anciano extranjero, que reside aquí como transeúnte. Y, ante este informe, los padres regresaban a sus domicilios respectivos.
6. Y ocurrió un día que Jesús fue a reunirse con los niños, en el lugar en que acostumbraban a juntarse. Y, habiéndose puesto a jugar, se divertían, conversaban y discutían los unos con los otros. Jesús admiraba su inocencia. Y, en tanto que platicaban y se entretenían, sucedió que empezaron a pegarse unos a otros. Y de la refriega salió uno de ellos con un ojo reventado. Y el niño, lanzando un grito, se puso a llorar amargamente. Mas Jesús le dijo: No llores, y levántate sin temor. Y se aproximó a él y, en el mismo instante, la luz volvió a sus ojos, y recobró la vista. Cuanto a los demás niños que allí se encontraban, marcharon presurosos a la ciudad, y contaron lo que Jesús había hecho. Y los que los oían fueron al lugar en que éste estaba, para verlo. Mas no lo encontraron, porque Jesús había huido y estaba escondido a sus miradas.
7. Más tarde, Jesús fue un día al sitio en que los niños se habían reunido, y que estaba situado en lo alto de una casa, cuya elevación no era inferior a un tiro de piedra. Uno de los niños, que tenía tres años y cuatro meses, dormía sobre la balaustrada del muro, al borde del alero, y cayó de cabeza al suelo de aquella altura, rompiéndose el cráneo. Y su sangre saltó con sus sesos sobre la piedra y, en el mismo instante, su alma se separó de su cuerpo. Ante tal espectáculo, los niños que allí se encontraban, huyeron, despavoridos. Y los habitantes de la ciudad, congregándose en diferentes lugares y lanzando gritos, decían: ¿Quién ha producido la muerte de ese pequeñuelo, arrojándolo de tamaña altura? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y los padres del niño, advertidos de lo que ocurriera, llegaron al siniestro paraje, e hicieron grandes demostraciones de duelo sobre el cadáver de su hijo. Después, se pusieron a indagar, y a intentar saber cuál era el autor de tan mal golpe. Y los niños repitieron con juramento: Lo ignoramos.
8. Mas los padres respondieron: No creemos en lo que decís. Luego, reunieron a viva fuerza a los niños, y los llevaron ante el tribunal donde comenzaron a interrogarlos, diciendo: Informadnos sobre el matador de nuestro hijo y sobre su caída de sitio tan elevado. Los niños, bajo la amenaza de muerte, se dijeron entre sí: ¿Qué hacer? Todo sabemos, por nuestro mutuo testimonio, que somos inocentes, y que nadie es el causante de esa catástrofe. Y se da crédito a nuestra palabra sincera. ¿Consentiremos que si nos condene a muerte a pesar de no ser culpables? Uno de ellos dijo: No lo somos, en efecto, mas no tenemos testigo de nuestra inculpabilidad, y nuestras declaraciones se juzgan mentirosas. Echemos, pues, la culpa a Jesús, puesto que con nosotros estaba. No es de los nuestros, sino un extranjero, hijo de un anciano transeúnte. Se lo condenará a muerte y nosotros seremos absueltos. Y sus compañeros gritaron a coro: ¡Bravo! ¡Bien dicho!
9. Entonces la asamblea del pueblo hizo detener a los niños, les planteó la cuestión y les dijo: Declarad quién es el autor de tan mal golpe y el causante de la muerte prematura de este niño inocente. Y ellos contestaron, unánimes: Es un muchacho extranjero, llamado Jesús e hijo de cierto viejo. Y los jueces ordenaron que se lo citase. Mas cuando fueron en su busca, no lo encontraron, y, apoderándose de José, lo condujeron ante el tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo? José repuso: ¿Para qué lo queréis? Y ellos respondieron a una: ¿Es que no sabes lo que tu hijo ha hecho? Ha precipitado desde lo alto de una casa a uno de nuestros niños y lo ha matado. José dijo: Por h vida del Señor, que no sé nada de eso.
10. Y llevaron a José ante el juez, que le preguntó d dónde venía y de qué país era. A lo que José respondió: Vengo de Judea y soy de la ciudad de Jerusalén. El juez añadió: Dinos dónde está tu hijo, que ha rematado cor muerte cruel a uno de nuestros niños. José repuso: ¡0h juez!, no me incriminéis con semejante injusticia, porque no soy responsable de la sangre de esa criatura. El juez dijo: Si no eres responsable, ¿por qué temes la muerte? José dijo: Ese niño que buscas es mi hijo según el espín tu, no según la carne. Si él quiere, tiene el poder de responderte.
11. Y, aún no había acabado José de hablar así, cuan do Jesús se presentó delante de las gentes que habían ido buscarlo y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: Al hijo de José. Les dijo Jesús: Yo soy. El juez entonces le dijo: Cuéntame cómo has dado tan mal golpe. Y Jesús repuso: ¡Oh juez, no pronuncies tu juicio con tal parcialidad, porque es un pecado y una sinrazón que haces a tu alma! Mas el juez le contestó: Yo no te condeno sin motivo, sino con buen derecho, ya que los compañeros de ese niño, que estaban contigo, han prestado testimonio contra ti. Jesús replicó: Y a ellos ¿quién les presta testimonio de que son sinceros? El juez dijo: Ellos han prestado entre sí testimonio mutuo de ser inocentes y tú digno de muerte. Jesús dijo: Si algún otro hubiese prestado testimonio en el asunto, habría merecido fe. Pero el testimonio mutuo que entre sí han prestado no cuenta, porque han procedido así por temor a la muerte, y tú dictarás sentencia de modo contrario a la justicia. El juez dijo: ¿Quién ha de prestar testimonio en favor tuyo, siendo como eres, digno de muerte? Jesús dijo: ¡Oh juez, no hay nada de lo que piensas! Ellos, y tú también, a lo que se me alcanza, consideráis tan sólo que yo no soy compatriota vuestro, sino extranjero e hijo de un pobre. He aquí por qué ellos han lanzado sobre mí un testimonio de mortales resultas. Y tú para complacerIos, supones que tienen razón, y me la quitas.
12. El juez preguntó: ¿Qué debo hacer, pues? Jesús respondió: ¿Quieres obrar con justicia? Oye, de una y de otra parte, a testigos extraños al asunto y entonces se manifestará la verdad, y la mentira aparecerá al descubierto. El juez opuso: No entiendo lo que hablas. Yo pido testimonio lo mismo a ti que a ellos. Jesús repuso: Si yo doy testimonio de mí mismo, ¿me creerás? El juez dijo: Si juras sincera o engañosamente, no lo sé. Y los niños clamaron a gran voz: Nosotros sí sabemos quién es, pues ha ejercido todo género de vejaciones y de sevicias sobre nosotros y sobre los demás niños de la ciudad. Pero nosotros nada hemos hecho. El juez dijo: Notando estás cuántos testigos te desmienten, y no nos respondes. Jesús dijo: Repetidas veces he satisfecho a tus preguntas, y no has dado crédito a mis palabras. Pero ahora vas a presenciar algo que te sumirá en la admiración y en el estupor. Y el juez repuso: Veamos lo que quieres decir.
13. Entonces Jesús, acercándose al muerto, clamó a gran voz: Abias, hijo de Thamar, levántate, abre los ojos, y cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y, en el mismo instante, el muerto se incorporó, como quien sale de un sueño y, sentándose, miró en derredor suyo, reconoció a cada uno de los presentes, y lo llamó por su nombre. Ante lo cual, sus padres lo tomaron en sus brazos, y lo apretaron contra su pecho, preguntándole: ¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha ocurrido? Y el niño respondió: Nada. Jesús repitió: Cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y el niño repuso: Señor, tú no eres responsable de mi sangre, ni tampoco los niños que estaban contigo. Pero éstos tuvieron miedo a la muerte y te cargaron la culpa. En realidad, me dormí, caí de lo alto de la casa y me maté.
14. El juez y la multitud del pueblo, que tal vieron, exclamaron: Puesto que niño tan pequeño ha hecho tamaño prodigio, no es hijo de un hombre, sino que es un dios encarnado, que se muestra a la tierra. Y Jesús preguntó al juez: ¿Crees ya que soy inocente? Mas el juez, en su confusión, no respondía. Y todos se maravillaron de la tierna edad de Jesús y de las obras que realizaba. Y los que oían hablar de los milagros operados por él se llenaban de temor.
15. Y el niño permaneció con vida durante tres horas, al cabo de las cuales, Jesús le dijo: Abias, duerme ahora, y descansa hasta el día de la. resurrección general. Y, apenas acabó de hablar así, el niño inclinó su cabeza, y se adormeció. Ante cuyo espectáculo, los niños, presa de un miedo vivísimo, empezaron a temblar. Y el juez y toda la multitud, cayeron a los pies de Jesús y le suplicaron, diciéndole: Vuelve a ese muerto a la vida. Mas Jesús no consintió en ello y replicó al juez: Magistrado indigno e intérprete infiel de las leyes, ¿cómo pretendes imponerme la equidad y la justicia, cuando tú y toda esta ciudad, de común acuerdo, me condenabais sin razón, os negabais a dar crédito a mis palabras, y estimabais verdad las mentiras que sobre mí os decían? Puesto que no me habéis escuchado, yo tampoco atenderé a vuestro ruego. Y, esto dicho, Jesús se apartó de ellos precipitadamente, y se ocultó a sus miradas. Y, por mucho que lo buscaron, no consiguieron encontrarlo. Y, yendo a postrarse de hinojos ante José, le dijeron: ¿Dónde está Jesús, tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro muerto? Mas José repuso: Lo ignoro, porque circula por donde bien le parece y sin mi permiso.
De cómo la Sagrada Familia abandonó Egipto y /ue al país de Siria.
Otros milagros y resurrecciones de muertos
XVII 1. Y, aquella misma noche, José se levantó, tomó al niño y a su madre, y fue al país de Siria, llegando a una ciudad llamada Sahaprau. Y Jesús tenía entonces cinco años y tres meses. Y, como penetrase por la puerta de la ciudad, donde había estatuas de dioses, los demonios, al ver pasar a Jesús, lanzaron un grito, y dijeron: Llega un niño, hijo de un rey, de un gran monarca y que va a trastornar nuestra ciudad y a expulsarnos de nuestra mansión. Poneos en guardia, para que no se acerque a nosotros, y nos haga perecer. Huyamos de él hacia otro lugar lejano, y ocultémonos en algún desierto, o en las cavernas y en los antros de las rocas. Al oír tal, los jefes de los sacerdotes y los servidores de los ídolos se reunieron en el templo de éstos y exclamaron: ¿Qué voz ha lanzado ese grito que nos aterra? Y, en el mismo instante, las estatuas de los falsos dioses se quebraron y cayeron al suelo hechas añicos.
2. Luego de haber entrado en la ciudad, Jesús encontró en ella un albergue. Y Jesús deambulaba por todos los Sitios de la población. Y llegó a un sitio en que los niños estaban reunidos, y se sentó orillas del agua, cerca de las fuentes. Y, recogiendo polvo, lo arrojó al agua. Y, cuando los niños fueron allí a beber, vieron el agua convertida en sangre corrompida. Y, atormentados por la sed, lloraban con amargura. Mas Jesús tomó un cántaro, lo metió en la fuente, lo llenó de agua, y les dio de beber. Empero, habiendo sacado de nuevo agua de la fuente, la echó sobre ellos y los vestidos de todos quedaron teñidos de sangre. Y los niños se pusieron a llorar Otra vez. Mas Jesús los llamó con amabilidad, y, poniendo la mano sobre ellos, les dijo: No lloréis, porque ya no hay ninguna tintura sanguínea en vuestros trajes. Y los niños se llenaron de alegría, al ver el prodigio operado por Jesús.
3. Otro día, Jesús fue a encontrarse con los niños, en el Sitio en que estaban reunidos, y les propuso: Vayamos a cualquier lugar distante y allí cazaremos pájaros. Ellos dijeron: Sí. Y marcharon a un paraje célebre, situado en la llanura, donde permanecieron el día entero, mas no consiguieron cazar pájaro alguno. Era un día de verano, y el calor sofocante de la atmósfera les incomodaba en extremo. Visto lo cual, Jesús tuvo piedad de ellos, y, tendiéndoles la mano, les dijo: No temáis, e incorporaos. Iremos hacia aquella roca que está ante nosotros, y a su sombra reposaremos. Mas, cuando llegaron a ella, seguían sin poder soportar la violencia de la temperatura, y algunos caían como muertos. Y, con el aliento entrecortado y los ojos fijos, miraban a Jesús.
4. Mas éste, levantándose, se colocó en medio de ellos y, con su vara, hirió la roca, de la que brotó una fuente de agua abundante y deliciosa, que existe hoy todavía, en la que todos abrevaron. Y, cuando hubieron bebido y se hubieron reanimado, adoraron a Jesús, el cual extendió la mano sobre el agua, e hizo aparecer en ella profusión de peces. Y ordenó a los niños que los agarrasen, y ellos lo agarraron en gran número. Y que recogiesen leña, que ardió, sin que nadie le pusiese fuego. Y asaron los peces, los comieron, y quedaron hartos. Luego agarraron más peces aún y marcharon alegres a sus casas, donde, mostrando lo peces de su pesca milagrosa, contaron los prodigios que había hecho Jesús. Y muchos de los habitantes de aquella ciudad creyeron en él.
5. Y, entre los compañeros de Jesús, los había de ciert edad, que, contando con su fuerza y con su vigor, llegaro a tiempo a su destino. Otros, empero, menores en edad, no podían, y, siguiendo detrás a los primeros, sin vestido, ni calzado, llegaron más tarde a sus hogares. Y uno de ello muchachito de tres años, se extravió en la llanura, se vio sin alientos, cayó al suelo, y se durmió. Muy de noche ya se despertó y, abriendo los ojos, miró a todos lados, y no vio a nadie. Entonces le faltaron los ánimos, y prorrumpió en amargo lloro. Y erró a la ventura durante la noche entera y, perdiendo su ruta, se alejó de la comarca. Y pasó tres días fuera de ella, sin que ninguno de los niños supiese lo que le había ocurrido. Después, el hambre, la sed y el ardor de los rayos solares le separaron el alma del cuerpo.
6. Y los padres del pequeño interrogaron a los niños, diciéndoles: ¿Dónde está nuestro hijito, que os ha seguido? ¿Qué ha sido de él? Los niños contestaron: No lo sabemos. Los padres dijeron: ¿Cómo no lo sabéis, si os ha seguido? Los niños dijeron: Sabemos que nos ha seguido, pero luego no pudimos averiguar su paradero. Los padres dijeron: ¿A qué hora habéis visto que estaba todavía con vosotros? Los niños dijeron: Hasta mediodía, todos lo vimos. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol, y nos pusimos en fuga, lo perdimos de vista. Y, cuando Jesús nos reunió, y nos dio a beber agua sacada de la roca, no lo vimos ya en aquel sitio y supusimos que habría vuelto a casa.
7. Entonces los padres del niño fueron a ver al juez de la ciudad y le contaron toda la historia. Y el juez ordenó que compareciesen los niños ante él y les preguntó: Decidme la verdad, hijos míos, ¿qué se hizo del pequeño? Y ellos respondieron: ¡Oh juez, escúchanos! Ayer por la mañana, estando juntos, de común acuerdo, para ir a jugar, Jesús, el hijo de José, llegó en compañía de otros niños y les advertimos que nos disponíamos a marchar para un lugar distante. Y, como ese niño no quería volver de él, lo dejamos allí, y partimos. El juez dijo: Cuando os congregasteis en el mismo sitio, ¿lo vio alguno de vosotros? Y ellos dijeron: Sí, y con nosotros estuvo toda la jornada, hasta mediodía. Pero, cuando empezó a incomodarnos el calor del sol, nos dispersamos del sitio y lo perdimos de vista.
8. Mas el juez ordenó, severo: Id en su busca, y traédmelo muerto o vivo. Y ellos recorrieron todos los alrededores de la urbe, sin lograr encontrarlo. Y así se lo manifestaron al juez, a su regreso. Y él dijo: ¿Qué idea se os ha puesto en la cabeza? ¿Pensáis que conseguiréis escapar al castigo por la astucia? No, en mis días. Decidme, pues: ¿Cuál era el fin de vuestra expedición? ¿Quién invitó a ella al párvulo, y lo llevó consigo? Los niños observaron: Nadie lo invitó, ni lo llevé, y él mismo fue por su cuenta. Mas el juez repuso: No decís la verdad y os haré perecer a todos.
9. En seguida mandó que se los desnudase y se los azotase con varas de leña verde. Y, cuando se vieron despojados de sus vestidos, los niños consultaron entre sí, preguntándose: ¿Qué hacer, puesto que todos tenemos conciencia de ser inocentes, y no se cree en nuestras protestas de inculpabilidad? Uno de ellos dijo: ¿Por qué, a base de una suposición tan injusta, hemos de ser condenados a muerte? Y le dijeron: ¿Y qué se te ocurre hacer? Él dijo: ¿Conocéis a Jesús, el hijo del viejo José? Él estaba con nosotros, él se encontraba al frente nuestro, él nos llevó consigo, y él, por consiguiente, es quien nos puso en este peligro mortal. Mas sus compañeros objetaron: ¿Y qué mal nos hizo Cuando nos moríamos de sed, bajo un calor sofocante, él fue quien nos la apagó, sacando agua de la roca, y él quien nos dio peces que comiéramos, y luego pudimos volver a tiempo a nuestras casas. Pero el niño de opuesta opinión dijo: Y nosotros ¿qué delito hemos cometido, para ser condenados a muerte? Los niños dijeron: Demasiado sabes que no hablaremos mal de él. El niño opuso: Pero nosotros, repito, ¿de qué crimen castigable con la muerte podemos acusarnos? ¡No! Vayamos al juez, y echemos sobre él toda la acusación, puesto que es desconocido y extranjero en nuestra ciudad. Y, además, ¿no comprendáis que, por su causa, estamos bajo la amenaza de esta angustia y de estos tormentos? Si a él se lo condena, a nosotros se nos absolverá. Todos clamaron a una: Toma sobre ti la responsabilidad de su sangre. Y el juez, viendo que no le respondían, ordenó a los verdugos que les infligiesen la pena de azotes. Y, cuando los primeros golpes comenzaron a caer sobre sus espaldas, el niño enemigo de Jesús dijo al juez: ¿Por qué nos condenas, a pesar de nuestra inocencia? Y el juez repuso: Si sois inocentes, designad al que es digno de muerte. Los niños dijeron: El hijo de un viejo extranjero llevó a ese niño consigo, y no sabemos lo que le habrá hecho. El juez les preguntó: ¿Por qué no me habéis hablado de él antes? Y los niños respondieron: Creímos que hubiera sido una falta obrar así, porque es muy pobre, y está reducido a la mendicidad.
10. Y el juez mandó que le trajesen a Jesús, mas no se lo encontró. Entonces detuvieron a José, a viva fuerza, y lo hicieron comparecer ante el tribunal. Y el juez lo interrogó: ¿De dónde eres, anciano, y adónde vas? José respondió: Soy de una comarca lejana, y recorro este pais como extranjero desterrado. El juez añadió: ¿Dónde está tu hijo? José replicó: ¿Para qué lo quieres? El juez dijo: Tu hijo ha ido a jugar, llevando consigo a todos los niños de la ciudad, y uno de ellos no ha vuelto. Dime, pues, donde está tu hijo, y qué se ha hecho de él. José dijo: Cuanto a eso, lo ignoro. El juez dijo: No te escaparás de mis manos con semejantes excusas, como no me traigas al niño, muerto o vivo. José dijo: Soy viejo, y ¿cómo podré ir y venir, sin fatigarme, la jornada entera? El juez dijo: Tal vez lo encuentres en seguida en cualquier lugar. José dijo: ¡Oh juez, ordena a estos niños que me sigan en esta pesquisición, pues quizá saben dónde está el pequeño! El juez dijo: Sí, lo haré, pero los padres del niño también te seguirán. A estas palabras del juez, José lo saludó profundamente y marchó muy triste a su casa a contar a María lo que había ocurrido. Y ambos a dos se afligieron en extremo.
11. Y, al día siguiente, muy temprano, José, haciéndose preceder del niño Jesús, caminó unas doce millas fuera de la ciudad, y ambos encontraron en la llanura al niño, que había sucumbido al ardor de los rayos solares, como si hubiese sido quemado por el fuegó. Su cuerpo estaba ennegrecido, sus ropas grasientas, y desunidas sus articulaciones. Habiendo visto esto, volvieron a la ciudad, e informaron del hecho a los padres del niño. Y éstos, al marchar al lugar que se les indicó, y ver el estado en que su hijo se encontraba, lanzaron un grito y golpearon el pecho con piedras. Y, llorando, envolvieron en un lienzo al difunto, lo incorporaron, y lo condujeron hasta la puerta de la ciudad. Y todos los habitantes de la ciudad lo acogieron con gran duelo y se apiadaban de la catástrofe que le había ocurrido. Y, al cabo de una hora, los padres dijeron al juez: No lo llevaremos a la tumba, antes que hayas hecho perecer en el suplicio al hijo de ese viejo y condenado a su padre y a su madre a tormentos crueles y a la muerte. Y el juez dijo: Tenéis razón.
12. Entonces ordenó que Jesús compareciese ante el tribunal y le preguntó: ¿Por qué has provocado lance tan funesto, y atraído esta desgracia sobre nuestra ciudad? Y Jesús respondió: ¡Oh juez!, no cometas este acto de iniquidad, que a nadie es lícito enunciar o conocer. El juez dijo: ¿Qué debo, pues, hacer entre dos derechos contrarios? Jesús dijo: Sí obras lealmente, tus juicios serán justos. Donde no, incurrirás en pecado gravísimo. El juez dijo: No me respondas de esa suerte, para darme una lección ante todo el mundo. Yo no obro de mala fe, sino en justicia. Jesús dijo: Si procedieses con sinceridad, habrías de antemano hecho tu información cuidadosamente con arreglo a los testimonios, y después habrías juzgado conforme a las leyes. El juez dijo: ¿Cómo puedo hacer una información cuidadosa sobre tu declaración particular de que eres inocente? ¿Quién entonces ha ocasionado caso tan triste? Jesús dijo: Recibiste el testimonio de los que me imputan una cosa calumniosa, y no crees en la verdad de mis palabras. Pero muy pronto quedarás confundido. El juez dijo: Haz lo que quieras.
13. Y Jesús, colocándose frente al muerto, clamé a gran voz: Moni, hijo de Sahuri, levántate sobre tus pies, abre tus ojos, y di cuál ha sido la causa de tu muerte. Y el niño se incorporó en seguida. Y sus padres y sus conocidos lanzaron un grito y lo apretaron contra su corazón, diciéndole: Hijo mío, ¿quién te ha devuelto la vida? Y ¿1 dijo: El pequeño Jesús, el hijo del viejo. Y el juez, los sacerdotes de los ídolos y toda la multitud del pueblo se prosternaron ante Jesús, e interrogaron al niño, diciéndole: Hijo mío, ¿quién ha causado tu pérdida?
14. Y el niño repuso: Nadie, pues son inocentes todos. No lo condenéis, que no es responsable de mi muerte. Yo me había extraviado y, por efecto del hambre y de la sed, mi alma desfalleció. Cuanto a lo que me sucedió después, todo lo que sé es que me veis y que os veo. Y Jesús exclamó: Juez inicuo, ¿por qué querías condenarme al último suplicio injustamente? Y el juez, confundido, no sabía qué contestar. Y el niño permaneció con vida cerca de tres días, hasta el momento en que, admirados hasta la estupefacción, pudieron verlo todos los habitantes de la ciudad. Y de nuevo Jesús ordenó al niño: Duerme ahora, y reposa. Y, en el mismo instante, el niño se entregó otra vez al sueño. Y, luego de haber hablado y obrado como lo hizo, Jesús desapareció de la vista de cuantos sus dichos y sus hechos habían presenciado.
De cómo la Sagrada Familia marchó a la tierra de Canaán.
Travesuras inlantiles de Jesús
XVIII 1. Al despuntar el día, José, con María y con Jesús, marchó a la tierra de Canaán, deteniéndose en una ciudad que había por nombre Mathiam o Madiam. Y Jesús tenía entonces seis años y tres meses. Y sucedió que, circulando por la ciudad, vio, en cierto lugar, un grupo de niños, y se dirigió hacia ellos. Y algunos, al ver que se acercaba, dijeron: He aquí que llega un niño extranjero. Pongámoslo en fuga. Mas otros dijeron: ¿Y qué mal puede hacernos, puesto que es un niño como nosotros?
2. Y Jesús fue a sentarse junto a ellos, y les preguntó: ¿Por qué permanecéis en silencio, y qué os proponéis hacer? Respondieron los niños: Nada. Mas Jesús insistió: ¿Quién de vosotros conoce algún juego? Los niños replicaron: No conocemos ninguno. Jesús exclamó: Mirad, pues, todos, y ved. Y, tomando barro de la tierra, amasó con él una figura de gorrión, soplé sobre su cabeza y el pájaro, como animado por un hálito de vida, echó a volar. Y Jesús dijo: Ea, id y atrapad a ese gorrión. Y ellos lo contemplaban embaídos y se maravillaban del milagro realizado por Jesús.
3. Y, amasando otra vez polvo del suelo, lo esparció por el aire hacia el cielo. Y el polvo se trocó en gran cantidad de moscas y de mosquitos, de los que toda la ciudad quedó llena y que molestaban en extremo a hombres y a animales. Y de nuevo tomó barro, con el que formé abejas y avispas, que echó sobre los niños, conmoviéndolos y alarmándolos en grado sumo. Porque aquellos insectos, cayendo sobre la cabeza y sobre el cuello de los niños, se deslizaban por dentro de su ropa hasta su pecho y los picaban. Y ellos lloraban y se movían de un lado para otro, dando chillidos. Mas Jesús, para apaciguarlos, los llamaba con dulce acento y, pasando su mano por las picaduras, les decía: No lloréis, pues vuestros miembros no sufren ya ningún daño. Y los niños se callaban. Y los habitantes de la ciudad y de la región, viendo tales prodigios, se decían los unos a los otros: ¿De dónde nos viene esta invasión de moscas y de mosquitos, que ha infestado nuestra población? Los niños dijeron: Viene de un muchacho, hijo de un viejo extranjero de cabellos blancos, que há obrado este prodigio. Y todos clamaron a una: ¿Dónde está? Los niños dijeron. No lo sabemos. (Porque Jesús había huido de allí y se había ocultado a sus miradas.) Y los que oían hablar de todas las obras de Jesús, deseaban verlo y exclamaban: Esto es cosa de Dios y no de un hombre.
4. Y, a los tres días, ocurrió que Jesús fue a circular secretamente por la ciudad. Y prestaba oído a los discursos de las gentes, que murmuraban entre sí: ¿Quién ha visto, en esta ciudad, al hijo de un anciano canoso, de quien todo el mundo atestigua que hace milagros que nuestros dioses no saben hacer? Otros comentaban: Decís verdad, pues ese niño sabe hacer todo lo que quiere. Y Jesús, habiendo oído esto, volvió silenciosamente a su casa y se escondió en ella, para que nadie supiese nada. Empero, varios días después, Jesús marchó a reunirse con los nenes de su edad, en el sitio en que estaban. Y, habiéndolo divisado, todos fueron alegremente al encuentro suyo. Y se prosternaron ante él, diciéndole: Bien venido seas, Jesús, hijo de un anciano venerable. ¿Por qué has desaparecido, privándonos de tu presencia, durante los muchos días que no has venido a este lugar? Todos nosotros... (Aquí hay, en el manuscrito, una laguna, después de la cual el texto vuelve a tomar el hilo de la narración por el tenor siguiente:)... Y llegaron allí llorando y le hicieron gran duelo. Y el niño tenía siete años. Y, pasada una hora, los padres del pequeño preguntaron: ¿Dónde está ese muchacho, que ha matado de una pedrada a nuestro hijo? Todos respondieron: Lo ignoramos. Y los padres, levantando el cadáver, lo llevaron a su casa. Y fueron a ver al juez de la ciudad, a quien contaron toda la historia. Y el juez ordenó que se detuviese a los muchachos y que se los trajese a su presencia. Cuando hubieron llegado, los interrogó, y les dijo: ¡Mozos y niños, grandes y pequeños, que estáis congregados aquí, en la sala de audiencia, considerad vuestra juventud! No imagináis que vuestros lloros y vuestras lágrimas me decidirán a absolveros por escrúpulo de conciencia, o que voy a poneros en libertad, mediante una intercesión o un regalo, como creéis, sin duda. No habrá nada de ello, sino que os haré desgarrar muchas veces en tormentos crueles, y perecer de mala muerte. No os hagáis ilusiones al respecto, diciéndoos unos que sois hijos de familia, y otros hijos de pobre, y pensando que el juez se apiadará de quien guste. ¡No! Yo os juro por el poder de mis dioses y por la gloria de mi soberano el Emperador, que todos tantos como seáis, seréis condenados en este mismo día. Decidme, pues, quién, de entre vosotros, ha matado a ese niño, ya que todos los que estabais allí, lo conocéis. Ellos contestaron a una: ¡Oh juez, escúchanos, y advierte que, unos respecto de otros, atestiguamos, bajo juramento, que somos inocentes! El juez repuso: Os dije ya, y os repito ahora, que os háblo así, no en tono de amenaza, sino de benevolencia. No encubráis vuestro delito, si no queréis perecer como ese niño, sin que nada, ni nadie, os sirva de ayuda. Los muchachos replicaron: ¡Oh juez, te decimos exactamente la verdad, tal como la conocemos! Y, no pudiendo saber quién es el culpable, ¿por qué, mediante una mentira, entregaríamos un inocente a la muerte? El juez refrendé: Os hará castigar severamente, y luego os haré parecer con muerte cruel, si no me descubrís la verdad. Los muchachos insistieron, repitiendo: Juntos estamos ante ti. Todo lo que nos mandes decir, y que sepamos, lo diremos. En Vista de esta persistencia en la negativa, el juez, lleno de cólera, mandó que se los desnudase y se los azotase con correhuelas crudas. Y el que era el matador del niño, intimidado por el juez, lanzó un grito, y exclamó: ¡Oh juez!, líbrame de estas ligaduras y te indicará quién es el matador del niño. El juez ordenó que se lo desligase, y, llamándolo a su vera, con caricias y con buenas palabras, le dijo: Explícame puntualmente y por orden todo lo que sepas. Y el muchacho expuso: ¡Escúchame, oh juez! Yo me encontraba allí, separado y alejado de todos, y vi al pequeño Jesús, el hijo del viejo José el extranjero, que, jugando, hirió mortalmente a ese niño de una pedrada y huyó, acto seguido. El juez indagó: ¿Y habia contigo otros, cuando murió el niño, y son testigos de que Jesús es el autor del hecho? Todos contestaron a una: Sí, él es. El juez dijo: ¿Y por qué no me lo denunciasteis, tan pronto vinisteis aquí? Los muchachos dijeron: Creíamos que hubiéramos procedido mal traicionándolo por ser hijo de un pobre extranjero. El juez dijo: ¿Y os parecería preferible condenar a un inocente en forma legal, a dejar libre al que era digno de muerte? Seguidamente, hizo arrestar a José, lo interrogó y ordenó emprender pesquisiciones inútiles para hallar a Jesús. Empero, cuando sometía a José a nuevo interrogatorio, Jesús entró súbitamente en el tribunal. Muchas palabras de discusión y muchos altercados pasaron entre Jesús y el magistrado, quien, finalmente, lleno de furia, mandó llamar a los muchachos y les dijo: Reveladme la verdad de una vez, a fin de que quede yo bien informado. ¿Sois vosotros los que habéis causado esta muerte, o es el pequeño Jesús? Ellos dijeron que éste era el causante. Entonces Jesús resucitó al muerto y lo obligó a designar al verdadero matador, como así lo hizo. Y descubierto por la misma víctima la realidad del caso, Jesús colmó de reproches al juez. Y el niño conservé su vida hasta la hora de nona del día, de suerte que todos tuvieron tiempo de ir a verlo resucitado de entre los muertos. Después, Jesús, tomando la palabra, dijo al niño: Saul, hijo de Saivur, duerme ahora y descansa, hasta que llegue el juez universal, que pronunciará un juicio equitativo. Y, pronunciadas estas palabras, el niño, inclinando la cabeza, quedó dormido. Al ver lo cual, todos los que habían sido testigos de tamaños prodigios se llenaron de pánico y se dejaron caer como muertos. Y no se atrevían a mirar a Jesús. En la violencia de su espanto, temblaban ante él y su sorpresa redoblaba en razón de la tierna edad del taumaturgo. Jesús quiso retirarse, pero aquellas gentes le imploraban y decían: Vuelve de nuevo la vida al muerto que has resucitado. Mas Jesús se negó a hacerlo y dijo: Si, desde un principio, hubieseis creído en mi palabra, y aceptado mi testimonio, poder no me faltaba para acceder al ruego que ahora me dirigís. Pero, puesto que habéis conspirado para condenarme injustamente, y os habéis encarnizado y ensañado indignamente contra mí, por medio de testimonios calumniosos, he resucitado a ese niño, para oponerlo como testigo a vuestras imputaciones, y así he escapado a la muerte. Y, esto hablado, Jesús desapareció de su vista. Y sacaron a José de su prisión y lo pusieron en libertad. Y varias personas que, habiendo ido a buscar a Jesús, no habían conseguido encontrarlo, suplicaban a José, y le decían: ¿Dónde está tu hijo, para que vaya a resucitar otra vez al pequeñuelo? Mas José repuso: Lo ignoro. Y, al día siguiente, al amanecer, se levantó, tomó al niño y a su madre, y, saliendo de la ciudad, se puso en camino. Y Jesús tenía entonces seis años y once meses. Y llegaron a una aldea llamada Iaiel, donde habitaron una buena temporada.
5. Y, un día, José y María tuvieron consejo con respecto a Jesús, y dijeron: ¿Qué haremos con él, puesto que por su causa tenemos que soportar tantas molestias e inquietudes de las gentes, en todas las poblaciones por que pasamos? Es de temer que cualquier día se lo aprese a viva fuerza o a escondidas, y que nosotros perezcamos con él. José dijo: Puesto que me interrogas, ¿has pensado tomar alguna resolución en el asunto? María dijo: Bien ves que va siendo ya un niño mayor y que, sin embargo, anda siempre por donde le parece, y no para un momento en casa. Si te parece, podríamos dedicarlo a la profesión de escriba, para que quede bajo la dependencia de un maestro, para que se ejercite en toda clase de estudios y en el conocimiento de las leyes divinas, y para que nosotros vivamos en paz.
6. José dijo: Razón llevas. Cúmplase tu voluntad. María dijo: Si no se fija en parte alguna para estudiar, siendo ya muy hábil y capaz de comprenderlo todo, no se someterá a un maestro. José dijo: No temas por él, porque su aspecto está lleno de misterio, y maravillosas, prodigiosas, sorprendentes son sus obras. Y he aquí por qué vamos por toda la tierra, como nómadas sin patria, esperando que el señor nos signifique su voluntad, y satisfaga, en beneficio nuestro el deseo de nuestros corazones. María observó: Muy ansiosa estoy por lo que a eso respecta, y no sé lo que sucederá más tarde. José repuso: Más tarde, en la hora de la prueba, el Señor nos sacará de angustias. No te entristezcas. Y, después de estas palabras confidenciales, calláronse ambos esposos.
De cómo la Sagrada Familia volvió a la tierra de Israel y aplicó a Jesús al estudio de las letras
XIX 1. Y José, levantándose, tomó a Jesús y a María y los llevó a tierra de Israel. Y llegó a una ciudad llamada Bothosoron o Bodosoron, donde había un rey, de raza hebraica, que tenía por nombre Baresu, y que era hombre piadoso, misericordioso y caritativo. Y, como José hubiese oído hablar de él con grandes loores, pensó en ir a verlo y preguntó a los habitantes de la ciudad: ¿Qué carácter es el de vuestro rey? Y ellos contestaron: Muy bueno. Entonces José fue al palacio real, y declaró su deseo al portero, a quien dijo: Hombre respetable, quiero pedirte una cosa. El portero repuso: Habla.
2. Y José expuso: He oído decir que vuestro rey es justo para los súbditos, benéfico para los pobres y solícito para los extranjeros. Y extranjero soy, por lo cual me sería muy grato verlo, y escuchar de su boca alguna palabra. El portero indicó: Déjame unos momentos para anunciarme, entrar y luego introducirte. Porque bien sabes cuál es el uso y la voluntad de los reyes y de los magistrados. La consigna es prevenirlos primero y, después, ejecutar sus órdenes. Y el portero, habiéndose anunciado, fue admitido cerca del rey, y éste mandó que se introdujese a José. El cual fue a presentarse al monarca e, inclinándose, se prosterné ante él.
3. Y el rey lo recibió, diciéndole: Bien venido seas a esta corte, venerable anciano. Ten la bondad de tomar asiento. Y José, después de sentarse, se encerró en el silencio, y nada dijo. Y el rey lo trató con cuidado, ordenando que se les trajese una mesa ricamente provista, ambos comieron, bebieron y se regocijaron. Y el rey preguntó a José: ¿De qué país vienes, venerable anciano, y adónde te diriges? José contestó: Vengo de una tierra lejana. El rey dijo: Te repito mi bienvenida, y te aseguro que haré en tu obsequio cuanto me pidas. José dijo: Viejo y extranjero, he llegado y me placería habitar en esta ciudad, en un lugar cualquiera. Poseo alguna habilidad en los trabajos de carpintería, y lo que fuese necesario en el palacio real lo cumpliría en todo tiempo. Entonces el rey prohibió que nadie lo molestase por su calidad de extranjero.
4. Y José, levantándose, se prosterné ante el soberano, y le dijo: ¡Oh rey, si en ello no ves inconveniente, dedica a mi hijo al estudio! He sabido que hay en esta ciudad un doctor, que educa a los niños, y que está dotado de mucho talento y de mucha sabiduría. Confíale el cuidado de enseñar a mi hijo las letras, para que se instruya a fondo en la ciencia de las Escrituras, de la Ley augusta y de los mandamientos de Dios. El rey dijo: Sí, haré lo que me pides y cumpliré tu deseo. Pero, antes, es necesario que traigas a tu hijo a mi presencia, para que yo juzgue si se halla capacitado para abordar el estudio y el aprendizaje de las letras y de la ciencia, después de lo cual lo entregaré y lo recomendaré a su profesor. Y José dio las gracias, y fue a llevar la buena nueva a María, a quien hizo un vivo elogio del rey. Pero, en vez de regocijarse, María se afligió y se espantó. Porque desconfiando de las buenas intenciones del rey, temía que no hubiese pedido por traición ver al niño, para reducirlo a esclavitud. Y, llorando, dijo a José: ¿Por qué declaraste al rey la existencia, el nombre y las buenas cualidades de un hijo tuyo? Mas José replicó: ¡Por la vida del Señor, no tengas miedo! El rey no me mandó llevarle al niño por felonía, sino por querer que, bajo sus auspicios, un maestro le dé enseñanza e histrucción. María dijo: A ti te toca acabar de cerciorarte de ello. Ahora, te entrego a mi hijo y más tarde te lo reclamaré! José dijo: Llevas razón. María dijo: Si quieres presentar el niño al rey, llévalo a palacio, conforme a tu gusto. Pero infórmate de antemano de cuanto toca a la seguridad del niño y sólo entonces debes conducirlo a la presencia del rey. José dijo: Obraré según tu voluntad. Y, tomando a Jesús, lo llevó ante el rey, que lo saludó con estas palabras: Bien venido seas, niño, hijo del Padre y descendiente de un gran rey. Y mandó llamar al doctor supremo, encargado de adoctrinar a los niños, y que había por nombre Gamaliel. Y, cuando hubo llegado, el rey lo recibió con mucho afecto, y le dijo: Maestro, quiero que te encargues de enseñar las letras a este niño, y todo lo necesario para su sustento y demás gastos materiales lo recibirás del real tesoro. Y Gamaliel preguntó: ¿De quién es este hermoso niño? Respondióle el rey: Es hijo de un hombre deelevada familia y descendiente de real estirpe, y el viejo que aquí ves es su tutor. Gamaliel dijo: Hágase tu voluntad. Entonces José, levantándose, se prosterné, tomó al niño, y volvió con él a su casa, lleno de júbilo. Y contó todo lo ocurrido a María, y, regocijándose, bendecía al Señor.
De cómo Jesús fue confiado a Gamaliel para aprender las letras.
Nuevos prodigios realizados por Jesús
XX 1. Y, al día siguiente, José fue con Jesús a casa de Gamaliel. Y, cuando el niño vio al maestro, se inclinó y se prosternó ante él. Y Gamaliel dijo: Bien venido seas, planta nueva, fruto suave, racimo florido. Después, preguntó a José: Dime, venerable anciano: ¿Este hijo es tuyo o de otro? Y José respondió: Dios me lo ha dado por hijo, no según la carne, sino según el espíritu. Gamaliel interrogó: ¿Cuántos años tiene? José contestó: Siete. Añadió Gamaliel: ¿Lo has llevado, antes que a mí, a otro maestro, para instruirlo, o para hacerle aprender alguna otra profesión? Y repuso José: No lo he llevado a nadie. Gamaliel dijo: Y ahora, ¿qué quieres hacer de él? José dijo: Por orden del rey y con tu aquiescencia, he venido aquí, atraído por la fama de sabio que te circunda. Y Gamaliel replicó: Bien venido seas, venerable anciano. Guardo hacia ti las mayores consideraciones, y siento mi ánimo sobrecogido y confuso, al conversar contigo, y al hablar en tu presencia. Sin embargo, escúchame y te expondré la verdad. Cuando miro a tu hijo, veo claramente en la hermosa expresión de sus rasgos y en la bella semejanza de su imagen, que no necesita estudiar, quiero decir, que no necesita oír o comprender las lecciones de nadie. Porque está lleno de toda gracia y de toda ciencia, y el Espíritu Santo habita en él, y no puede de él separarse. José objetó: Pero ¿qué haré de él, sin la ayuda de un maestro que le enseñe una sola palabra de escritura? Gamaliel le aconsejó: Dedícalo a un oficio manual, que coincida con tu interés a una que con su inclinación. Al oír estas palabras, José se amohinó profundamente, y, con lágrimas en los ojos, cayó a los pies de Gamaliel, y exclamó, suplicante: ¡Buen maestro, sé paciente con mi hijo, y longánime conmigo! No me trates como a un extranjero sin patria, y no me desdeñes. Encárgate con benevolencia de este niño. Todo lo que Dios se digne concederle del don de ciencia, se lo concederá. Cuanto a mí, te pagaré en cantidad doble el precio de tus desvelos. Y Gamaliel dijo: ¡Basta! Haré lo que deseas.
2. Entonces el maestro tomó las tablillas que había traído consigo Jesús, y dijo: Escribiré doce letras, y, si el niño es capaz de ajustarse y ordenarse las demás en la cabeza, escribiré estas últimas hasta completarlas todas. José dijo: Haz como gustes. Y el maestro se puso a escribir doce letras. Y Jesús, colocándose ante su maestro, comenzó a observar primero las particularidades de la escritura, y después las letras. Cuando el maestro las hubo escrito, entregó las tablillas a Jesús. Y éste, inclinándose, se prosternó ante él, y recibió de su mano las tablillas.
3. Gamaliel expuso: Escúchame, hijo mío, y lee tal como yo te indique. Y comenzó a nombrar las letras. Mas Jesús lo hizo observar: Maestro, hablas de tal suerte, que no entiendo lo que dices. Esa palabra que acabas de pronunciar, me parece un término de otro idioma, y no lo comprendo. Gamaliel repuso: Es el nombre de la letra. Jesús objetó: Conozco la letra, pero dame su explicación. Gamaliel replicó: ¿Y qué interpretación soportaría esta letra por sí misma? Jesús preguntó: ¿Por qué la primera letra tiene otro aspecto, otra forma y hasta otra figura que las demás? Respondió Gamaliel: Es para que, merced a esa circunstancia, hable a nuestros ojos, de modo que la veamos bien, la reconozcamos bien, la discernamos bien, y luego podamos determinar adecuadamente su sentido. Y Jesús dijo: Hablas con cordura y con acierto, pero explícarne lo que te pido. Yo sé que toda letra tiene un rango definido, en que se manifiesta su sentido misterioso, que es único y determinado para cada letra. Y Gamaliel advirtió: Los antiguos doctores y sabios no han parado su atención en otra cosa que en la forma de la letra y en su nombre. Jesús dijo: Lo sé perfectamente, y lo que quisiera que me procurases es la explicación de la letra. El maestro interrogó: ¿Qué quieres significar con esa petición, que no comprendo? El niño contestó a esta interrogación con otras tres: ¿Qué es la letra? ¿Y qué es la palabra? ¿Y qué es la frase? Y Gamaliel se humilló, diciendo: Dejo a tu cargo la respuesta, porque yo la ignoro. Al oír esto, José se indignó en su alma, y dijo a Jesús: Hijo mío, no repliques asi a tu maestro. Comienza por aprender, después de lo cual, sabrás. Y, hecha esta recomendación, se fue silenciosamente a su casa, y conté a María lo que había oído decir, y visto hacer a Jesús. Y ella se entristeció mucho, y le dijo: Ya te advertí de antemano que no se dejaría instruir por nadie. Mas José la tranquilizó, diciendo: No te aflijas, que todo ocurrirá como Dios disponga. Y, al salir de casa del maestro, José había dejado al niño en el mismo lugar que ocupaba. Y Jesús, tomando la tableta, sin decir nada, se puso a leer, primero las letras, luego las palabras, y finalmente las frases. Y deposité la tablilla ante Gamaliel, y dijo: Maestro, conozco las letras qué has escrito. Ahora escribe por su orden las demás letras hasta completarlas todas. Y, prosternándose ante Gamaliel, tomó otra vez la tablilla, y leyó de la misma manera primero las letras, luego las palabras, y finalmente las frases. Y nuevamente deposité la tablilla ante Gamaliel, y dijo: Maestro, ¿has acabado la serie de las letras que habías comenzado a formar? Gamaliel repuso. Sí, hijo mío. He aquí sus nombres reunidos ordenada e íntegramente. Y Jesús dijo: Maestro, todo lo que me has escrito, lo he aprendido y lo sé perfectamente. Ahora, para mi instrucción, escríbeme otra cosa, a fin de que la aprenda y la sepa. Y Gamaliel replicó: Pero dame antes la interpretación de las letras, para que la conozca. Respondió Jesús, y dijo: ¿Tú eres maestro en Israel, y no sabes esto? Respondió Gamaliel, y dijo: Todo lo que sé es lo que he aprendido de mis padres. Y Jesús expuso: La letra simple significa por sí misma el nombre de Dios. La palabra que nace de la letra, y que toma cuerpo en ella, es el Verbo encarnado. Y la frase que se expresa por la letra y por la palabra, es el Espíritu Santo. De suerte que, en esta Trinidad, la letra simple o Dios engendra la palabra o Verbo, que se incorpora al Espíritu, el cual, al manifestarse, se afirma en la palabra enunciada.
4. Al oír estas cosas, Gamaliel lo miré, estupefacto ante el saber de que estaba dotado, y le pregunté: ¿Dónde has adquirido la ciencia que posees? Yo pienso que todos los dones del Espíritu Santo se han reunido en ti. Mas Jesús repuso: Maestro, vuelvo a rogarte que me enseñes alguna otra cosa de aquellas que has prometido enseñarme. Y Gamaliel dijo: Hijo mío, a mí es a quien toca convertirme en discípulo tuyo, pues has aparecido en medio de nosotros como un prodigio, hasta el punto de que, poco ha, tus compañeros de enseñanza me han pedido que te restituya a tu hogar, por ser demasiado sabio para continuar entre ellos. Soy yo, repito, quien vuelve a rogarte que me des una explicación de la escritura. Y Jesús dijo: Te la daré, mas tú no podrás comprender este misterio, que está oculto a las intuiciones de la razón humana, hasta que el Señor, que escruta los pensamientos en todo lugar y en todo tiempo, lo revele a todos los nacidos, y reparta con profusión los dones del Espíritu Santo. Porque ahora, por lo poco que has visto de mí, y escuchado de mis palabras, puedes conocerme, y saber quién soy. Empero más tarde, oyendo hablar de mí, me verás y me conocerás. Y Gamaliel murmuré entre sí: Verdaderamente, hijo de Dios es éste. Yo creo que es el Mesías, cuyo advenimiento los profetas han anunciado.
5. Y Gamaliel llamé a José, y le dijo: Venerable anciano, razón tenías al manifestarme que este niño no era hijo tuyo según la carne, sino según el espíritu. Y José preguntó a Jesús: ¿Qué haré de ti, puesto que no te sometes al maestro? Respondió Jesús: ¿Por qué te irritas contra mí? Lo que me ha enseñado lo sabía ya, y a las cuestiones que me ha planteado no les ha dado solución. José repuso: Te he puesto a instruir, para recibir lecciones, y para adquirir sabiduría, y resulta que eres tú quien enseña al maestro. Jesús dijo: Lo que no sabía lo he aprendido, y lo que sé no necesito aprenderlo. Y Gamaliel exclamé: ¡No hables más, porque me afrentas! Levántate, ve en paz, y que el Señor te sea próspero.
6. Y Jesús se levantó sin demora, tomó las tablillas, se prosterné ante Gamaliel, y le dijo: Maestro bueno, otórguete Dios tu recompensa. Y Gamaliel contesté: Ve en paz, y realice el Señor tus deseos en bien tuyo. Y Jesús marchó a reunirse a su madre, la cual lo interrogó: Hijo mío, ¿cómo has podido aprenderlo todo, en un solo día? Y Jesús afirmó: Todo lo he aprendido, en efecto, y el maestro no ha sabido responder satisfactoriamente a nada de cuanto le propuse.
7. Y José, que estaba muy entristecido por causa de Jesús, consulté a Gamaliel, preguntándole: Dime, maestro, ¿qué haré de mi hijo? Y Gamaliel repuso: Enséñale todo lo que concierne a tu oficio de carpintero. Y José fue a su casa, y, viendo a Jesús sentado con las tablillas en la mano, lo interrogó: ¿Lo has aprendido todo? Jesús replicó: Todo lo he aprendido, y quisiera ser profesor de niños. Mas José dijo: Como sé que no quieres estudiar, aprenderás conmigo el oficio de carpintero. Y Jesús dijo: Lo aprenderé también.
8. Y José había empezado a fabricar para el rey un trono magníficamente esculpido. Y una de las gradas era muy corta, y no podía unirse proporcionalmente a la otra grada. Y Jesús preguntó: ¿Cómo piensas arreglar esto? Y José dijo: ¿Qué te importa este asunto? Toma el hacha, corta esta grada perpendicularmente, de arriba abajo, y encuádrala regularmente en sus cuatro ángulos. Jesús observó: Sí, haré lo que me mandes. Pero explícame lo que quieres hacer de esta madera que pules con tanto arte por medio de cuerda, de compás y de medida. José replicó: Tres veces ya me has interrogado sobre este trabajo, que no puedes conocer y comprender. Jesús insinuó: Precisamente por ello, te interrogo y me informo, a fin de saber la verdad. Y José explicó: Quiero construir un trono real para el soberano, y la madera de una de las gradas resulta insuficiente. Jesús dijo: Házmela ver. Dijo José: Es este trozo de madera que ves ante ti. Pregunté Jesús: ¿Cuántos palmos tiene de largo? José contesté: Uno de los lados debe tener doce palmos, y el otro lo mismo. Y Jesús torné a preguntar: ¿Y cuál es la longitud de esta pieza? José contesté: Quince palmos. Y Jesús dijo: Está bien. Ve en silencio a ocuparte en tu obra, y no temas nada. Y, tomando el hacha, Jesús partió en tres la madera que medía quince palmos. Y, cortándola por la mitad, la dividió en dos troncos, puso el hierro sobre la madera, y se sentó. Y sobrevino .María, y le dijo: Hijo mío, ¿has terminado la obra que comenzaste? Y Jesús no sin indignación, repuso: Sí, la terminé. Mas ¿por qué me forzáis a aprender todo género de labores? Verdaderamente, ¿necesito yo aprender nada? Y a ti, ¿qué cuidado te aprieta a ocuparte de mí a costa de tanta agitación e inquietud? Y, después de hablar así, Jesús se calló.
9. Y llegó José, y, viendo la madera dividida en dos partes, exclamó: Hijo mío, ¿qué estropicio es éste, que tan grave perjuicio me causa? Jesús replicó: ¿Quieres decirme qué he hecho que te perjudique? José repuso: Una de las dos maderas es demasiado pequeña, y la otra demasiado grande. ¿Por qué las has cortado de tal modo que no se adapten apropiadamente en sus dos lados? Y Jesús dijo: Las he cortado de ese modo para que queden simétricas. Dijo José: ¿Cómo puede ser eso? Mas Jesús dijo: No te disgustes. Agarra las piezas por sus dos lados, mide separadamente cada una de ellas, y entonces comprenderás. Y José, tomando una de las dos piezas de madera, la midió, y era doce palmos de larga. Luego, midió la otra pieza, y comprobó que daba la misma longitud. Y la madera no era corta, en verdad, pero, en vez de quince palmos, tenía veinticuatro, divididos en dos piezas de doce pies. Tal fue el milagro que Jesús realizó delante de María y de José y en seguida, saliendo presuroso de la casa, fue a juntarse con los niños de la población, en el lugar en que se encontraban reunidos. A su vista, todos se acercaron alegremente a su encuentro. Y, puestos ante él de hinojos, lo interrogaron, diciendo: ¿Qué haremos hoy, Jesusito? Y éste contestó: Si me escucháis, y si os sometéis a mis órdenes, ejecutad exactamente cuanto os mande. Y ellos clamaron a una: Sí, todos te somos afectos, y estamos sometidos a tu voluntad, en todo lo que te plazca. Y Jesús les habló así: No violentáis a nadie, no devolváis mal por mal, sed caritativos, y conducíos entre vosotros como amigos y como hermanos. Y entonces yo también viviré entre vosotros con un corazón siempre ptesto a serviros. Y los niños le besaban y le abrazaban con júbilo. Y había allí un muchacho de doce años, que, a consecuencia de violentísimos males de cabeza, había perdido la luz de sus ojos, y no podía andar con soltura, a menos que alguien lo guiase, llevándolo por la mano. Y Jesús se apiadé de él, y, poniéndole la mano sobre la cabeza, le soplé en un oído. Y, en el mismo momento, se abrieron los ojos del niño, que recobró su visión normal. Y los muchachos que a tal milagro asistieron, lanzaron un grito, y marcharon a la ciudad a contar el prodigio insigne de un ciego a quien había devuelto la vista Jesús. Y multitud de gentes acudieron de la ciudad a verlo, mas no lo encontraron. Porque Jesús había desaparecido, y se escondió, para no ser notado del público.
10. Algunos días después, José llevó al rey, ante quien se prosternó, el trono que había construido. Y el rey lo vio, y quedó regocijado y satisfecho. Y ordenó que se diesen a José, en abundancia, los recursos necesarios a su subsistencia. Y, recibiéndolos, José marchó jubiloso a su casa.
11. Un día, el rey invitó a José a un banquete, al cual asistieron también príncipes del más alto rango. Y comieron, bebieron y se regocijaron todos en la mayor medida. Y el rey dijo a José: Anciano, voy a hacerte una petición, para que la ejecutes. José dijo: Ordena, señor. Y el rey dijo: Quiero que me construyas un palacio espléndido, con un salón muy elevado y de puertas a dos batientes. Le darás las mismas dimensiones a lo largo que a lo ancho; pondrás, alrededor, lámparas y asientos; lo adornarás con formas, contornos, figuras y dibujos elegantemente esculpidos; representarás, sobre los capiteles, toda especie de animales; con el escoplo pulirás las superficies, y con el cincel formarás ornamentos entrelazados; lo harás accesible por una escalera sólidamente enclavijada; derrocharás todos los recursos del arte decorativo; emplearás profusión de maderas macizas de todas clases; y, por encima, colocarás una cúpula cimbrada, que establecerás sobre el plano de un templo, lo que sabes hacer a maravilla. Y por tu trabajo, te daré el doble de lo que necesitas para tu subsistencia. José dijo: Sí, rey, ejecutaré tus órdenes. Pero manda que me traigan maderas incorruptibles, para que las examine. Y el rey dijo: Se hará como quieres.
12. Y el rey, con los príncipes de alto rango y con José, se dirigió a un sitio pintoresco, en que había hermosas praderas, numerosas fuentes, un estanque en forma de anfiteatro y una elevada colina al borde del agua. Y el rey ordenó a José que midiese el emplazamiento. Y José lo midió a lo largo y a lo ancho, como el rey le había mandado, y se puso a construir.
13. Mas, cuando quiso rematar la labor de la cúpula, hallé que una pieza de madera no se ajustaba a ella, por ser demasiado corta. Y José, contrariado, no sabía qué hacer. Y, en aquel instante, el rey sobrevino, y, advirtiendo la turbación de José, le preguntó: ¿Por qué estás preocupado y sin trabajar? Respondiéle José: He laborado en este maderamen con gran esfuerzo, y salió fallida mi obra. Y el rey dijo: Mandaré que te traigan madera más larga.
14. Y, estando en esta conversación, he aquí que se les acercó Jesús, el cual, inclinándose, se prosterné ante el rey, que le dijo: Bien venido seas, hermoso niño, hijo único de tu padre. Y Jesús preguntó: ¿Por qué estáis aquí tristemente sentados, desocupados y silenciosos? Y el monarca repuso: Todo está acabado, como ves, y, sin embargo, falta algo. Jesús dijo: ¿De qué se trata? El rey dijo: Mira esta madera esculpida, y comprobarás que es demasiado corta, y que no encaja en la otra bien. Y Jesús dijo a José: Toma el extremo de esta madera, y tenlo fuertemente asido. El rey, fijando su mirada en Jesús, lo interrogó: ¿Qué vas a hacer? Y Jesús, tomando el otro extremo de la madera, dijo a José: Tira en línea recta, para que no se note que esta madera es demasiado corta. Y los allí presentes creyeron que el niño bromeaba. Mas José tuvo fe en la voluntad de Jesús, y, extendiendo la mano, se apoderé de la madera, y ésta se alargó en tres palmos.
15. Y, cuando el rey vio el prodigio que había hecho Jesús, temió a éste, se prosterné ante él, y lo abrazó. Y lo cubrió con un vestido real, le ciñó la cabeza con una diadema, y lo envié a su madre. Y José terminó todo el trabajo de la construcción. Y el rey, a quien contento en extremo, gratificó a José con mucho oro y con mucha plata, y lo remitió a su casa lleno de alegría.
16. Cuanto a Jesús, andaba siempre yendo y viniendo por los lugares que frecuentaban sus amigos infantiles. Y éstos lo saludaban con mucho afecto, y se apresuraban a cumplir cuanto él les mandaba.
17. Y, un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría la ciudad silenciosamente y a escondidas, para que nadie lo viese. Y he aquí que un muchachuelo, que lo divisé y lo reconoció, lo sorprendió por la espalda, y agarrándolo, y zarandeándolo, se puso a gritar: Mirad todos, y ved al niño Jesús, al hijo del viejo, al que hace tantos milagros y tantos prodigios. Inmediatamente fue asaltado por el demonio, y cayó sin sentido al suelo. Y Jesús desapareció, y él se vio tan maltratado por los malos espíritus, que yació en tierra como muerto, durante tres horas. Y sobrevinieron sus padres, llenos de susto y deshechos en lágrimas. Y lo levantaron, y discurrieron por toda la población en busca de Jesús, mas no lo hallaron. Entonces fueron, llorando, al encuentro del viejo José, para rogarle que Jesús librase a su hijo de los malos espíritus. Y, cuando Jesús conoció su pensamiento, y supo que el niño clamaba también por su propio alivio, se presenté a éste aquel mismo día, de súbito. Y el niño, cayendo a los pies de Jesús, le pidió el perdón de sus faltas. Y Jesús le puso la mano sobre la cabeza y lo curó.
18. Y, días más tarde, Jesús, saliendo, se fue, como solía, al lugar en que los niños se reunían para jugar. Y, al verlo, todos lo acogieron con mucha alegría, y lo recibieron con gran honor. Jesús les preguntó: ¿Qué habéis deliberado y decidido que hagamos hoy? Respondieron los niños: Pondremos como jefes nuestros a ti y a Zenón, el hijo del rey. Nos dividiremos en dos campos, y uno de los bandos será tuyo, y del hijo del rey el otro. E iremos a jugar a la pelota, y veremos cuál de los dos equipos triunfa en la contienda. Jesús dijo: Bien pensado. Y todos, de una y de otra parte, se pusieron de común acuerdo.
19. Y, en aquel paraje, había una vieja torre muy grande y de muros muy elevados, delante de la cual se citaban siempre los niños de la ciudad para verificar sus juegos. Y Jesús dijo a Zenón: ¿Qué te propones hacer ahora? Lo dejo a tu albedrío. Zenón repuso: Dividámonos, de nuevo, y de común acuerdo, menores y mozalbetes, en dos campos, y luego iremos juntos a jugar a la pelota. Jesús dijo: Haz como gustes. Y Zenón, congregando a sus compañeros, los repartió en dos grupos, que avanzaron para lanzar la pelota. Y Zenón, que tenía el primer turno. lanzó la pelota con tal brío, que, remontándola a enorme altura, la hizo caer sobre la torre, a la que era muy difícil subir y bajar. Mas, queriendo recuperar la pelota, emprendió el penoso ascenso, y Saul, hijo del aristócrata Zacarías, se lanzó en pos suyo. Y, tomando la cesta del juego con sus dos manos, le asestó por detrás un golpe en la nuca. Y Zenón cayó a tierra, desde todo lo alto de la torre, y murió. Y Zacarías escapó con todos los muchachos que había allí, y Jesús se ocultó a sus miradas, y desapareció también.
20. Entonces, un gran clamor se elevé en la ciudad, y por todas partes se propalaba que los niños habían matado al hijo del rey, que con ellos jugaba. Al oír esto, todos los habitantes se reunieron, y se dirigieron a la torre. Y el rey, los príncipes, los grandes, los jefes, los dignatarios, los oficiales del ejército, el ejército entero, los parientes, los amigos, los esclavos, los siervos, hombres, mujeres, íntimos, familiares y extranjeros, todos los que sabían la noticia, se apresuraron a ir a la torre, llorando y dándose golpes de pecho. Y, con gran duelo, se lamentaban sobre el niño, que tenía nueve años y tres meses.
21. Después de pasar tres horas en llantos y en gemidos, el rey y su séquito abrieron una información, y se interrogaban los unos a los otros, a fin de saber quién había cometido el criminal atentado. Y todos dijeron a una: Nadie sabe lo que ha ocurrido más que los niños que en este sitio se hallaban jugando. Entonces el rey ordené que se levantase el cadáver de su hijo, y que se lo llevase al palacio. Y mandó juntar a todos los niños de la ciudad, desde el mayor hasta el menor, y los llevaron a su presencia. Cuando hubieron llegado, el rey comenzó por dirigirles palabras bondadosas, y les dijo: Hijos míos, declarad quién de entre vosotros ha causado esta desgracia. Sé que no habéis obrado adrede, y que esto ha ocurrido muy a vuestro pesar, y quizá sin vuestra noticia: Los niños respondieron unánimes: ¡Oh rey, la razón te asiste! Pero ¿quién de entre nosotros hubiera osado cometer esa acción homicida de matar al hijo del rey, entregándose él mismo a la perdici.ón y a una muerte inevitable? El rey repuso: Os dije que escucharíais de mí frases benévolas. Pero ahora os repito que procuréis no exasperarme, y no encender en mi corazón la furia. Por el momento nada tenéis que temer. Pero descubridme la verdad. ¿Quién es el autor del golpe que ha hecho perecer a mi hijo con una muerte cruel y prematura? Si alguno me lo manifiesta, lo haré compañero de mi trono, lo asociaré a mi grandeza, y a sus padres les daré poder y rango. Los niños dijeron: ¡Oh rey, justo es tu mandato! Pero a la pregunta que nos haces, contestamos, con toda veracidad, que ignoramos cuál de nosotros es el autor del hecho. No tenéis más que dos salidas ante vosotros, y, si espontáneamente preferís la vida a la muerte, evitaréis perder la primera en vuestra tierna edad. Temed los tormentos y las sevicias que estoy decidido a ejercer sobre vosotros y sobre vuestros padres. Descubridme la verdad sin ambages, y así escaparéis a una muerte cierta. Y ellos contestaron: Henos aquí delante de ti. Lo que hayas de hacer, hazlo presto.
22. Entonces el rey hizo que se llevase a los niños a la puerta del palacio, y que se colocasen entre ellos cantidades muy crecidas de oro y de plata. Y ordené al jefe de los verdugos que agarrase una espada de acero, y que la hiciese brillar sobre la cabeza de los niños que se acer casen a tomar su parte del tesoro. Y, luego que todos los niños, uno a uno, fueron recogiendo su parte valientemente, y se retiraron sin miedo alguno, se aproximó el matador del hijo del rey. Y, cuando vio relucir la espada en la mano del verdugo, le entró repentino temor y temblor. Y, en el espanto que el arma le producía, no pudiendo sostenerse ya sobre sus piernas, cayó al suelo de bruces. Y le preguntaron: ¿Por qué temes y tiemblas? El niño repuso: Dejadme un instante, para que me recobre, y recupere mis ánimos. Consintieron en ello, y lo interrogaron de nuevo: ¿Te causa pavor la vista de esta espada? Y él asintió, diciendo: Sí, me atemoriza mucho que me hagáis morir. Y el monarca indicó al verdugo: Mete tu espada en la vaina, para no provocar pánico en el niño. Y éste después de un intervalo de una hora, se levanté, y dijo: ¡Oh rey!, yo sabía quién es el asesino de tu hijo, pero sentía escrúpulo de darte su nombre. El rey replicó: Dámelo, hijo mío, que vale más que perezca el que es digno de muerte que no un inocente. Y el niño dijo: ¡Oh rey, tu hijo ha sido muerto por el niño Jesús, el hijo del viejo! El rey, que tal oyó, quedó estupefacto, y mandó que se requiriese a Jesús, y que se lo intimase a comparecer ante él. Mas no se encontré a Jesús, sino sólo a José, a quien se detuvo, y se lo llevé al tribunal. Y, habiéndose inclinado, y prosternado delante del rey, éste le dijo: ¡Bien me has tratado hoy, anciano, en pago de los beneficios que te he hecho! ¡Por duplicado acabas de pagarme mi benévola acogida! José repuso: ¡Oh rey, te ruego que no creas en toda vana palabra que a tus oídos llegue! No te irrites contrá mí, a pesar de mi inocencia, ni a la ligera y temerariamente me juzgues, pues no soy responsable de la sangre de tu hijo. El rey replicó: Ya conocía yo tu espíritu de independencia y el natural indómito del niño Jesús. Viniste aquí a tomar órdenes de acuerdo con tus preparativos, y yo ejecuté cuanto fue de tu gusto. José suplicó de nuevo: Te repito, oh rey, que no des crédito a mentirosas especies, ni me hagas reproches sin testigos en su apoyo, porque no entiendo nada de lo que me hablas. El rey cortó el diálogo exclamando: ¿Dónde está tu hijo, para que yo lo vea? José juró, diciendo: Por la vida del Señor, ignoro dónde está mi hijo. Y el rey exclamó: ¡Muy bien! ¡Primero se comete el homicidio, y después se busca la impunidad en la fuga! Y ordené que se guardase estrechamente a José, y dijo a los suyos: Id a recorrer toda la ciudad, hasta que encontréis al niño Jesús; arrestadlo, y conducidlo aquí bien custodiado. Y discurrieron por todas las calles y por todas las afueras de la población, en busca de Jesús, mas no lo hallaron, y volvieron a comunicar al rey el resultado negativo de su pesquisición. Y el rey dijo a sus grandes: ¿Qué haremos de ese viejo? Porque ha facilitado la huida de la madre y del hijo, y no se da con el paradero de este último. Los príncipes manifestaron: Manda que ante nosotros comparezca el viejo, y sometámoslo a otro interrogatorio, puesto que él sabe dónde están el hijo y su madre. Y el rey dijo: Tenéis razón. No llevaré a mí la tumba, ni probaré bocado, ni beberé, ni dormiré, antes de que la sangre de ese niño no haya compensado la del mío.
23. Y, cuando hablaba de esta suerte, y deliberaba con respecto a José, preguntándose a sí mismo con qué género de muerte lo haría perecer, he aquí que el mismo Jesús en persona vino a presentársele, e, inclinándose, se prosternó ante él. Y el rey clamó, furioso: A tiempo llegas, niño Jesús, verdugo y matador de mi hijo. Mas Jesús repuso: ¿Por qué, oh rey, estás tan enojado? ¿Por qué tu corazón parece henchido de turbación, de cólera y de furia? ¿Por qué me muestras un semblante tan descompuesto? No emplees conmigo un lenguaje tan injusto: que no es digno de reyes, y de monarcas poderosos, condenar a alguien sin testigos de cargo. El rey replicó: Si te declaro digno de muerte, es sobre la fe de numerosos testigos. Jesús opuso: No basta. Ante todo, infórmate, interroga, razona, y luego juzga en verdad y en derecho. Y, si soy digno de muerte, haz lo que los jueces con poder legítimo hacen en estos casos. Pero el rey contestó: No nos aturdas con vanos discursos, y dinos claramente lo que ha causado la pérdida de mi hijo. Jesús redarguyó: Si crees en mi palabra, y, si aceptas el testimonio que enuncio, sabe que soy inocente de ese hecho. Pero, si quieres condenarme ligeramente y con temeridad, llama a tu testigo, y ponlo en mi presencia, para que yo lo vea. El rey dijo: Tienes razón. Y, acto seguido, hizo comparecer al matador de su hijo, a quien pregunté: Niño, ¿depones contra Jesús? El culpable respondió: Sí, depongo formalmente contra él. Escúchame y te lo revelaré todo. Pero permíteme hablar ante ti libremente. El rey dijo: Habla: Y el culpable se enfrentó con Jesús, diciéndole: ¿No te vi ayer en el juego de pelota? Tú tenías la cesta en la mano; tú subiste con Zenón a lo alto del muro, para recoger la pelota; tú le descargaste a dos manos un golpe por detrás de la nuca; tú lo mataste, precipitándolo a tierra; y tú huiste de allí en seguida. Jesús repuso: Está bien. Y, al oír esto, el rey, 1os príncipes, los grandes, que estaban con él, y todo el resto de la multitud popular, dijeron: ¿Qué tienes que responder a esta acusación? Contestando a la pregunta con otra, Jesús dijo: Y, en vuestra ley, ¿qué hay escrito a este propósito? Y todos clamaron a una: En nuestra ley está escrito: El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada. Y Jesús asintió, diciendo: Tenés razon.
24. Entonces el rey dijo: Indica cómo debo tratarte y con qué género de muerte te haré perecer. Y Jesús dijo Siendo, como eres, juez de todos, ¿por qué me pides eso a mí? El rey contestó: Sí, lo sé muy bien, puesto que puedo hacer lo que me plazca. Mas yo exijo que se me descubra la verdad, para juzgar con rectitud, a fin de no ser yo mismo juzgado. Jesús insinuó: Si quieres interrogarme sobre el hecho, dentro de las formas legales, emitirás un juicio inicuo, sin saberlo. El rey exclamó: ¿Cómo así? Jesús dijo: ¿Ignoras que todo hombre que ha perpetrado un crimen jura en falso, por temor a la muerte? Y los que, bajo juramento, atestiguan y deponen los unos por los otros, saben muy bien quién es el culpable. El rey arguyó: Si el culpable no eres tú, ¿por qué respondes siempre con un aluvión de palabras, declarándote inocente, y desmintiendo a los demás? Y Jesús declaré: Yo también sé algo acerca de la causa de este crimen. Pero todo el que ha cometido una maldad, se apresura a protestar de que no es digno de muerte. Y el rey replicó: No entiendo lo que dices. Si quieres que crea en la verdad de tus palabras, preséntame un testigo que responda de ti, y serás absuelto. Y Jesús observó: ¡Si ellos hablasen con sinceridad! Ninguno de ellos ignora y cualquiera puede, por ende, atestiguar, que soy inocente. El rey repuso: A ellos, y no a ti, corresponde rendir ese testimonio. Jesús replicó: Su testimonio es falso y perjuro, porque son amigos los unos de los otros, y yo soy un extranjero transeúnte y desconocido en la ciudad. ¿Dónde hallaré el amigo benévolo que examine mi causa con equidad, y que piense en hacerme justicia?
25. Y el rey dijo: Me atacas y contradices sin descanso, cabalmente en momentos de tribulación, en que no puedo más que llorar, lamentarme y darme golpes de pecho. Respondió Jesús: ¿Y qué quieres que haga? Heme aquí traicionado por numerosos testigos, y puesto en tus manos. Haz lo que hayas resuelto hacer de mí. El rey dijo: ¿Por qué sigues enfrentado conmigo? Yo sólo te pido que me expliques la exacta verdad, y sólo quiero oír de tu boca la razón de que me hayas devuelto con tamaño mal la benevolencia que usé contigo. Y Jesús dijo: Si te decides a abrir una información seria, y enterarte a fondo de las cosas, tu juicio será verdaderamente justo. Mas el rey interrumpió: ¿De quién es el juicio justo? ¿Del que tiene un testimonio en su apoyo o del que no lo tiene? Respondió Jesús: Del que tiene un testimonio sincero, y sobre él juzga. Y el rey observó: Y cuando alguien depone en favor suyo, ¿puede juzgárselo, sí o no? Jesús dijo: No. Y el rey añadió: Entonces, ¿por qué, deponiendo en tu propia causa, pretendes ser inocente? Jesús replicó: ¡Oh rey, si reclamas de mí un testimonio, opónme otro de la parte adversa, único modo de que se compruebe quién es el bueno, y quién el perverso! El rey contradijo, diciendo: La ley ordena a los jueces no juzgar a nadie más que sobre testimonio. Trae aquí tu testigo, como todos hacen, y te creeré. Y Gamaliel, que estaba presente allí, tomé la palabra, y exclamé: ¡Oh rey, te suplico que me escuches! En verdad, este niño es inocente. No lo condenes por las apariencias, con menosprecio de la justicia.
26. Y toda la multitud clamé a gran voz: Ha sido discípulo tuyo. He aquí por qué hablas de él en esos términos. Y de nuevo el rey dijo a Jesús: ¿Qué sentencia debo pronunciar contra ti con justicia? ¿A qué suplicios te entregaré? ¿Con qué muerte te haré perecer? Jesús contestó: ¿Por qué quieres intimidarme con semejantes amenazas? ¿Qué te propones, repitiéndome siempre lo mismo? ¿Y qué he de alegar en descargo de mi persona? Si me juzgas conforme al uso legal, quedarás exento de toda falta. Pero, si me entregas a la muerte de un modo arbitrario y tiránico, sin curarte de los procedimientos de derecho, caerá sobre ti el terrible juicio de Dios. Y el rey dijo: Varias veces te he perdonado con paciencia. Pero tú no sientes ningún temor de mí, ni te espantan en modo alguno mis amenazas, ni te haces cargo de la inmensa tristeza que me abruma. Respóndeme dándome un testimonio y escaparas a la muerte. Jesús le respondió: Dime lo que debo hacer, y lo haré. El rey repuso: Ahora me apiado de ti, considerando tu tierna edad, y me inspiras respeto, porque eres hijo de una gran familia. Pero, de otra parte, no puedo soportar el dolor de la desgracia recaída sobre mi hijo. Descúbreme, pues, al verdadero culpable, seas tú o sea otro. Y Jesús contestó: Me he esforzado en vano en convencerte, puesto que no has dado crédito a mis palabras. Y, aunque sé quién es el que merece la muerte, me he limitado a dar testimonio de mí mismo, con exclusión de testimonio ajeno. Mas, ya que tanto insistes en que te presente un testigo, voy a presentártelo. Llévame a la habitación en que yace tu hijo.
27. Y, una vez ante el cadáver, Jesús clamé a gran voz: Zenón, abre los ojos, y ve cuál es el niño que te ha matado. Y súbitamente, como si hubiese sido sacado de su sueño, Zenón se despertó e incorporé. Y, con una mirada circular, contemplaba a todo el mundo, y se admiraba de la multitud de pueblo, que se hallaba allí. A cuya vista, todos, padres y parientes, hombres y mujeres, grandes y chicos, lanzaron un grito, y, con lágrimas y transportes de júbilo, lo abrazaban y lo besaban, preguntándole: Hijo, ¿qué te ha sucedido, y cómo te encuentras? El niño respondió: Me encuentro bien. Y Jesús, a su vez, lo interrogó en esta guisa: Dinos quién ha causado tu muerte violenta. Zenón respondió: Señor, no eres tú el responsable de mi sangre, sino Apión, el hijo del noble Zacarías. Él fue quien, con su cesta, me asestó un golpe por detrás, y me hizo caer a tierra desde aquella altura. Al oír esto, el rey y toda la multitud del pueblo, fueron agitados por un vivo terror, y todos, llenos de miedo hacia Jesús, estaban espantados, y decían: Bendito sea el Señor Dios de Israel, que obra con los hombres según sus méritos y su derecho, y que procede como juez justo. En verdad, este nino es Dios o su enviado. Y Jesús dijo al monarca: Detestable rey de Israel, ¿crees ahora sobre mi palabra que soy inocente? Ya ves cómo me he procurado a mí mismo el testimonio de que no soy responsable de la sangre de tu hijo, lo que te parecía una mentira de mi parte. ¡Ah, mira a tu hijo, vuelto a la vida, sirviéndome de testigo, y cubriéndote de confusión! Sin embargo, yo te había prevenido, y repetido una y otra vez la advertencia de que abrieses los ojos, que no te dejases engañar por falsos discursos, y que no creyeses en muchachos indignos de fe. No me escuchaste, y ahora, tú y todos tus conciudadanos, lamentáis no haber sacado partido alguno de mi auxilio testifical. Y Gamaliel intervino, para decir lo mismo que Jesús, y para echar en cara al rey que no hubiese creído en sus palabras.
28. Y el hijo del rey permaneció con vida el día entero. Y, sentado en medio de aquellos personajes, conversaba con los grandes y con los príncipes y les contaba alguna visión sorprendente u otras maravillas prodigiosas. Todos, desde el más grande hasta el más chico, fueron a prosternarse ante el hijo del rey, y a ofrecerle sus servicios, hasta la hora en que, finada la tarde, cubrió la noche la tierra con sus sombras. Entonces Jesús interpelando de nuevo al resucitado, le dijo: Zenón, hijo del rey Baresu, vuelve a tu lecho, duerme y reposa, hasta el advenimiento del juez justo. Y, apenas Jesús hubo así hablado, Zenón se levantó de su asiento, se acosté en su cama, y quedé otra vez dormido. Y toda la multitud de gentes que vieron el milagro operado por Jesús, presa de temor y de espanto, cayó al suelo, y todos permanecieron, durante una hora, sin respiración y como muertos. Después, levantándose, cayeron todos a los pies de Jesús, y, entre lágrimas, le rogaban que devolviese de nuevo la vida al resucitado. Mas Jesús exclamó: Rey, el mismo caso que tú hiciste de mis palabras dulces y benévolas, haré yo de tus intercesiones suplicantes y egoístas. Porque, en esta ciudad, nadie ha pronunciado una sola frase en mi favor, antes al contrario, todos se han concitado y reunido contra mí, y me han condenado a la última pena. Pero yo bien te previne, advirtiéndote que mirases lo que hacías, y que más tarde te arrepentirías, y no ganarías nada. Y el rey dijo: ¿Cómo hubiera podido reconocer en ti a un Dios encarnado y aparecido sobre la tierra, para mandar en la vida y en la muerte como dueño soberano? Y Jesús dijo: No es por tu causa, ni por mi propia vanagloria, por lo que he devuelto a tu hijo la existencia, sino como respuesta a todas las vejaciones y a todos los ultrajes que de ti he recibido. Mas el rey imploró otra vez: Escucha mi plegaria y la de toda la multitud de mi pueblo, y haz que Zenón de nuevo resucite. Jesús repuso: No temo a nadie, ni jamás inferí mal a hombre alguno. Y no efectué el milagro en concepto de beneficio, sino para procurarme un testimonio que te diese a conocer e identificase al matador de tu hijo. El rey insistió, lloroso: No te encolerices contra mí, y no devuelvas con un mal el que yo te causé. Jesús contestó: Tus ruegos son inútiles. Si hubieses atendido a mis palabras, yo tenía el poder de hacer este milagro en favor tuyo, y en consideración a la bondad que habías usado conmigo. Empero tú olvidaste, y no tomaste en cuenta el prodigio que ante ti realicé, cuando la construcción de tu palacio, aumentando una pieza de madera en la medida que faltaba. Así, pues, no te soy deudor de gratitud alguna, puesto que no has creído en mí, y has anulado, con una manifestación de hostilidad, toda la benevolencia espontánea y todos los obsequios amistosos con que me habías gratificado anteriormente. Y el rey dijo todavía: Óyeme, Jesús. En el exceso de mi turbación y de mi duelo, no era verdaderamente capaz de prever nada. Completamente aturdido y enloquecido, en fuerza de llorar y a causa del tumulto, perdí la cabeza y el recuerdo de todo. Mas Jesús respondió, diciendo: Que yo hubiese producido la pérdida de tu hijo, nadie de la ciudad lo había visto, y nadie podía atestiguar, por tanto, que yo merecía la muerte. Y, aunque efectivamente hubiera causado la pérdida de tu hijo, tampoco lo habría visto nadie. Pero todos sabían quién era el matador, y no lo han denunciado hasta el momento en que, resucitando al muerto, a todos los he confundido. Y, habiendo así hablado, Jesús salió vivamente de entre la multitud, y se ocultó a las miradas de los asistentes.
29. Y José fue sacado de la prisión, y puesto en libertad. Y varias personas fueron en busca de Jesús, y no lo encontraron. Y se interrogaban los unos a los otros, y decían: ¿Quién ha visto al niño Jesús, el hijo de José? Lo buscamos, para que venga a resucitar al hijo del rey. Y recorrieron todas las afueras de la ciudad, sin encontrarlo. Y muchos creyeron en su nombre, y decían: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros. Y el rey, todos los príncipes y los habitantes de la ciudad redoblaron su duelo sobre el niño fenecido, y se afligieron aún más, después de la partida de Jesús.
30. Y el viejo José y su esposa María desconfiaban del rey y de su ejército, que podían detenerlos a viva fuerza, y encarcelarlos. Y, aquella misma noche, salieron de su casa, y huyeron de la ciudad, a escondidas y sin que nadie supiese nada. Al despuntar el día, sin dejar de caminar, buscaban con la mirada al niño. Y aconteció que, yendo hablando entre sí, y preguntándose el uno al otro, el mismo Jesús se llegó, e iba con ellos juntamente y en silencio. Y, reconociéndolo, su madre le dijo, entre lágrimas: Hijo mío, bien ves las pruebas que pasamos, cómo nos has puesto en mortal peligro, y cómo tu inocencia te ha salvado. ¡Cuántas veces no te encarecí que no te reunieses con desconocidos, ni con gentes de otra nacionalidad, que no saben quién eres! Jesús repuso: No te aflijas, madre, porque cuando os persiguieren en una ciudad, huiréis a otra.
31. Y, así dialogando, prosiguieron en paz su camino. Y llegaron a una ciudad llamada Bosra o Bosora, y en ella residieron largo tiempo. Y Jesús, que tenía ahora ocho anos y dos meses, recorría la comarca, y los niños de esta edad se congregaban a su alrededor. Y él les hablaba, y les daba consejos, con amable dulzura. Y los llamaba a él familiarmente, y les decía: No disputéis, ni riñáis entre vosotros. No os írritéis los unos contra los otros, ni, encolerizados, os peguéis. Y, al oír esto, los inocentes pequeñuelos querían estar siempre al lado suyo, y seguir sus pasos.
32. Y, un día, como se hubiesen reunido, partió con ellos para un sitio lejano. Y un muchacho de seis años que los acompañaba, y que tenía bello semblante y agradable presencia, estaba impotente, estropeadísimo y tullido de un costado. Y Jesús, al mirarlo, vio que no podía seguir los pasos de los demás niños. Y se apiadó de él, lo llamó a sí, y le preguntó: Niño, ¿quieres curarte? Y él, contemplando a Jesús, rompió en llanto, y le respondió: ¿No he de quererlo? Pero ¿quién me curará? Jesús dijo: No llores. Y llamó a todos los niños de la expedición, y les ordenó: Tomad este niño, extendedlo sobre el suelo, agarradlo unos por las piernas y otros por las manos, y tirad con fuerza. Y se colocó delante del niño durante un tiempo muy corto, y alejándose un poco de allí, dijo a sus compañeros: Dejadlo marchar. Y el niño se levantó con lentitud, y regresó a su casa muy alegre. Y los otros niños lo siguieron, y contaron a todos el prodigio operado por Jesús. Y éste se ocultó a sus miradas, para que nadie lo conociese. Y se restituyó junto a su madre a escondidas, y sin querer mostrarse en público. Y muchos habitantes de la ciudad fueron a preguntarle, y a examinarlo. Mas él desapareció de los ojos de ellos.
De cómo la Sagrada Familia fue a la villa de Tiberíades y aplicó a Jesús al oficio de la tintorería.
Milagros que allí pasaron
XXI 1. Y José, levantándose al despuntar el día, tomó a Jesús y a su madre, y se dirigió a la villa de Tiberíades. Allí estableció provisionalmente su equipo a la puerta de un hombre llamado Israel, tintorero de profesión, y que había monopolizado en su taller todo lo que había que teñir en la villa. Y, viendo a su puerta a José, al niño Jesús y a su madre, se regocijó en grado sumo, y preguntó al primero: ¿De dónde vienes, anciano, y adónde vas? Y José respondió: Soy de una comarca lejana, y ando errante por doquiera, extranjero y desterrado.
2. Israel dijo: Si quieres vivir aquí, establécete en esta villa, y yo te acogeré en mi casa, donde harás lo que bien te parezca. José repuso: Cúmplase tu voluntad, y dispón a tu grado de mi persona. Israel lo interrogó: ¿Cómo subsistes de tu oficio? José contestó: Fácilmente, porque soy muy experto en el arte de construir aradas y yugos de bueyes, y todo lo hago conforme a la conveniencia de cada cliente. Israel dijo: Quédate en mi casa, y no tendrás que sufrir de nadie importunidad alguna. Yo te respetaré como a un padre. Y, si quieres confiarme a tu pequeño, para que aprenda mi oficio, lo trataré con honra, como si fuese mi hijo legítimo. José dijo: Bien has hablado. Toma al niño, procede con él a tu albedrío, y oblígalo a acatar tus mandatos, porque hace tiempo que estoy vivamente contrariado al respecto suyo.
3. E Israel preguntóle: ¿Acaso no obedece con sumisión tus órdenes? Respondió José: No va la cosa por ahí. Es que ha comenzado el aprendizaje de varios oficios, y, por falta de perseverancia, no ha terminado ninguno. Israel dijo: ¿Qué edad tiene? José dijo: Nueve años y dos meses. Israel repuso: Está bien. Y, tomando al niño Jesús, entró con él en casa. Y, mostrándole por orden todo el detalle del taller, le advirtió: Mira bien todo esto, hijo mío, compréndelo, y lo que yo te indique, reténlo en la memoria. Y Jesús se prestaba a sus voluntades, y escuchaba con atención sus avisos.
4. Un día, Israel fue a hacer por la villa su recorrido profesional. Y recogió numerosas piezas de tejido, y aportándolo todo, con una lista, lo depositó en su taller. Y, llamando a Jesús, le manifestó: De todo lo que aquí ves, debemos, hijo mío, dar cuenta a sus respectivos propietarios. Vela con cuidado por todos los efectos que están en nuestra casa, no sea que nos sobrevenga algún accidente súbito, porque seríamos deudores del daño al tesoro real, al cual tendríamos que abonar cinco mil dineros, en concepto de multa. Jesús preguntó: ¿Dónde vas ahora? E Israel dijo: He aquí que yo he recogido todo lo que había para teñir en la villa. Te lo confío, pues voy a darme una vuelta por los pueblos y por las aldeas de los contornos, a fin de devolver cada cosa a su respectivo destinatario, y toda obra que se me dé a hacer, la haré. Jesús dijo: ¿Qué obra? E Israel repuso: La de teñir y colorear, a veces con dibujos de flores, en escarlata, verde, azul púrpura, amarillo, leonado, negro y otros matices variados, que no puedo detallarte en este momento.
5. Al oír esto, Jesús admiró el poder del espíritu humano, e interrogó a Israel: Maestro, ¿conoces por su nombre cada uno de esos colores? Respondióle Israel: Si, puedo retenerlos, con la ayuda de una lista escrita. Y Jesús añadió: Te ruego, maestro, que me enseñes a hacer todo eso. Israel dijo: Sí, te lo enseñaré, si obedeces con sumisión mis órdenes. Y Jesús, inclinándose, se prosternó ante él, y le dijo: Maestro, me prestaré a tus voluntades, pero antes, muéstrame esa obra, para que la vea. Israel dijo: Bien hablado, pero no hagas por ti mismo nada que no conozcas, y aguarda a que yo esté de regreso. No abras la puerta de la casa, que dejé cerrada y sellada con mi anillo. Permanece firme en tu puesto y no sufras inquietud. Preguntó Jesús: ¿Para qué día esperaré tu retorno? Israel repuso: ¿Qué necesidad tienes de interrogarme sobre ello, puesto que mi trabajo seguirá su curso cotidano, conforme a la voluntad del Seños? Jesús dijo: Ve en paz. Entonces Israel se alejó de la villa.
6. Y Jesús, levantándose, fue a abrir la puerta de la casa. Y tomó todo el tejido para teñir de la villa, y llenó con él una tina de tintura azul. Y calentó la tina, abrió otra vez la puerta de la casa y, según su costumbre, marchó al lugar en que jugaban los niños.
7. Y, poniéndose a luchar con ellos, les descoyuntaba el sitio del encaje del muslo, y el nervio del tendón se contraía, y los niños caían de bruces a tierra, y cojeaban de sus ancas. Después, les imponía las manos, y les restituía su posición erecta y la soltura de sus piernas. Otras veces, soplaba sobre el rostro de los niños, y los cegaba. Luego, les imponía las manos, y devolvía la luz a sus ojos. O bien, tomaba un trozo de madera, y lo echaba en medio de los niños. Y el trozo se trocaba en serpiente, y los ponía en fuga a todos. Y, a los que habían sido mordidos por el reptil, Jesús les imponía las manos, y los curaba. E introducía su dedo en las orejas de los niños, y los tornaba sordos. A poco, soplaba sobre ellos, y restablecía su oído. Y tomaba una piedra, le echaba el aliento por encima, y la tornaba ardiente como fuego. Y la arrojaba ante los niños, y la piedra abrasaba el polvo, dejándolo como un zarzal desecado. En seguida se apoderaba otra vez de la piedra, y ésta, transformándose, volvía a su primer estado.
8. Y llevaba a los niños a orillas del mar, y allí, cogía una pelota y una cayada, avanzaba, marchando erguido con sus juguetes, sobre las olas, como sobre la superficia de un agua congelada. Y, ante este espectáculo, todos los niños lanzaban gritos, y exclamaban: ¡Ved lo que hace el pequeño Jesús sobre las olas del mar! Y, al oír esto, el pueblo de la ciudad iba a la playa, y miraba aquel prodigio con estupefaccion.
9. Empero José, que tal supo, sobrevino y reprendió a Jesús, diciendo: Hijo mío, ¿qué es lo que haces? He aquí que tu maestro ha reunido en su casa toda clase de objetos, cuya guarda te ha confiado, y tú no tienes cuidado de ellos, y vienes a este lugar para divertirte. Te ruego que vuelvas a casa de tu maestro sin demora. Y Jesús repuso: Bien hablas, sin duda. Pero es el caso que yo he realizado y concluido mi tarea. Lo que mi maestro me prescribió hacer, lo hice, y, por el momento, sólo espero su retorno, contando con que vendrá a ver el producto de mi arte, que le enseñaré. Pero a ti, ¿en qué te conciernen estas cosas? Y, al oír estas palabras, José no comprendió lo que decía su hijo.
10. Y cuando Jesús llegó cerca de su madre, María le preguntó: Hijo mío, ¿has terminado lo que te mandó hacer tu maestro? Y Jesús respondió: Lo acabé, y nada falta. ¿Qué quieres de mí? María contestó: Noto que hace tres días que no has pasado por la casa, para cuidar del taller. ¿Por qué nos expones a un riesgo mortal? Jesús replicó: Deja de hablar así. He estudiado todos los preceptos que me dio el maestro, y sé lo que me compete y lo que me cumple en toda ocasión. Y María dijo: Está bien. Tú eres dueño y juez de tus actos.
11. Y, mientras así hablaban, Jesús, habiendo mirado hacia fuera, vio a su amo, que llegaba. Y, levantándose, fue a su encuentro, y se inclinó y se prosternó ante él, que le preguntó: ¿Cómo estás, hijo mío? Respondió Jesús: Estoy bien. Después, interrogó a su vez al maestro, diciéndole: ¿Cómo te ha ido en tu viaje? Israel contestó: Como el Señor lo ha querido. Jesús añadió: Celebro que hayas vuelto en la prosperidad y en la paz. Dios recompensa tus trabajos en la medida de lo que has hecho por mí. Porque yo he aprendido a fondo tu arte, y he estudiado, y poseo todos los preceptos que me has dado. Por ende, todo el trabajo que pensabas hacer lo he comprendido, y lo he acabado. Israel murmuró: ¿Qué trabajo? Y Jesús repuso: El que me has enseñado, y yo he cumplido.
12. Pero Israel no comprendió el sentido de las palabras de Jesús. Y cuando fue hacia la puerta advirtió que la cerradura y el sello estaban abiertos. Y, muy agitado, penetró en el interior, inspeccionó los rincones del taller, y no vio nada. Y, lanzando un grito, preguntó: ¿Dónde está el tejido para teñir que había reunido aquí yo? Respondió Jesús: ¿No te dije, cuando fui a tu encuentro, que había acabado todo el trabajo que pensabas hacer? Israel exclamó: ¡Bonito trabajo el que acabaste, acumulando, en una cubeta llena de azul, todo el tejido para teñir de la ciudad! Jesús repuso: ¿Y qué mal te he causado, para que así te pongas furioso contra mí, que te he librado de una multitud de cuidados y de labores? E Israel dijo: ¿Y el reposo que me procuras es ocasionarme este grave daño, esta pérdida y multas que pagar? ¡Razón tenía el viejo al advertirme que no conseguiría reducirte a la obediencia! ¿Qué haré de ti, puesto que me has irrogado un perjuicio tal, que no es mío solo, sino de la ciudad entera? ¡Ay, qué desgracia tan grande ha caído sobre mí!
13. Y lloraba, y se golpeaba el pecho. Después, preguntó a Jesús: ¿Por qué has atraído sobre mi casa tamaño desastre? Y Jesús dijo: A mi vez te pregunto por qué estás tan furioso. ¿Qué pérdida he producido en tu casa, supuesto que he escuchado con inteligencia tus explicaciones, comprendido la lección recibida, aprendido todo lo que me has enseñado, y yo soy capaz de hacer? E Israel objetó: ¿No te advertí que no hicieses por ti mismo nada de lo que no supieses hacer? Jesús dijo: ¡Maestro, mira y ve! ¿Qué desdicha notable he traído sobre tu hacienda e industria? Respondió Israel: ¡Bueno está eso! ¿Es que podré justificar el color y la tintura que mis clientes me exigen? Mas Jesús insistió: Cuando volviste en paz de tu excursión, y entraste en tu taller, ¿has encontrado que faltase algo? Israel repuso: Y eso ¿qué tiene que ver con lo que digo? Yo lo que te pregunto es qué haré, si cada parroquiano me reclama la obra particular que me encomendó. Dijo Jesús: Trae a mi presencia a los propietarios de estos objetos, y les daré el color especial que cada cual desee. E Israel objetó: ¿Cómo podrás reconocer todos los efectos de cada uno? Y Jesús replicó: Maestro, ¿qué colores variados quieres que haga aparecer en esta cubeta única?
14. Israel, que tal oyó, se amohinó en extremo ante las palabras de Jesús, y creyó que éste se mofaba de él. Mas Jesús dijo: ¡Mira y ve! Y se puso a retirar de la cubeta el tejido para teñir, brillante e iluminado de hermosos colores de matices diversos. Mas Israel, al ver lo que hacía Jesús, no comprendió el prodigio que había operado. Y llamó a María y a José, a quienes dijo: ¿Ignoráis que vuestro hijo ha producido en mi taller una avería irreparable? ¿Qué os hice yo, para que el niño Jesús me pague así? Trataros como un padre, con honra y con grande afecto. Y he aquí ahora que soy deudor al tesoro real de una multa de cinco mil denarios. Y lloraba, y se golpeaba el pecho. Y María dijo a Jesús: ¿Qué has hecho, para ocasionar en esta villa semejante destrozo? ¡Reducirte a ti mismo a esclavitud, y ponernos a nosotros en peligro de muerte! Jesús dijo: ¿Qué mal os he causado, para que os coneitéis todos contra mí, y me condenéis injustamente? Venid y ved el trabajo que llevé a cabo. Y María y José fueron a ver las obras que había hecho, y, oyéndolo hablar, abrían los ojos con asombro.
15. Mas Israel no comprendió el prodigio. Y rechinaba los dientes con rabia, y, gruñendo como una bestia feroz, quiso pegar a Jesús, que le dijo: ¿Por qué estás lleno de tamaña furia? ¿Qué encuentras que sea digno de tachar en mí? Empero Israel, tomando un celemín, se precipitó contra Jesús. Viendo lo cual, éste huyó, e Israel lanzó sobre él el celemín, que no pudo alcanzarlo, y que se estrelló en el suelo. Y, en el mismo instante, el celemín echó raíces en tierra, se convirtió en un árbol (que existe todavía hoy), floreció, y dio fruto. Y Jesús, habiendo escapado, franqueó la puerta de la villa, y, en su carrera, llegó al mar. Y marchó sobre sus aguas, como sobre terreno firme.
16. E Israel, gritando por toda la villa, clamaba a gran voz: Consideradme y compadecedme, porque el niño Jesús ha huido, llevando consigo cuanto había en mi taller. Perseguidlo y capturadlo. Y él mismo siguió a la multitud. Y, apostándose en los desfiladeros de los caminos, buscaron al niño Jesús, mas no lo encontraron. Y algunas personas dieron a Israel la siguiente información: Cuando atravesó la puerta de la villa, lo vimos avanzar hacia el mar. Pero no sabemos lo que ha sido de él. Entonces aquel tropel de gente se dirigió a la ribera. Y, no hallando a nadie, volvieron sobre sus pasos. Y, cuando regresaban, Jesús había salido del mar, y estaba sentado sobre una peña, bajo la figura de un niño pequeñito. Y las gentes lo interrogaron, diciendo: Muchacho, ¿sabes por dónde anda el hijo del viejo? Jesús repuso: No lo sé. Tomó en seguida la forma de un joven, y se le preguntó: ¿Has tropezado por ahí con el hijo del anciano extranjero? Jesús respondió: No. Después adquirió el aspecto de un viejo, y le dijeron: ¿Has visto al hijo de José? Y Jesús contestó: No lo he visto.
17. No dando con Jesús, regresaron a la villa, y, apoderándose de José, lo condujeron al tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo, que nos ha engañado, y que se ha escondido de nosotros, llevando consigo nuestros efectos, que retenía el hombre que lo había tomado de aprendiz? Mas José permaneció silencioso, y no murmuró palabra alguna.
18. E Israel tomó tristemente a su taller. Y quiso recoger el celemín en el sitio a que lo había lanzado. Y, cuando vio que había tomado raíz, llenándose de fruto, se maravilló en sumo grado, y se dijo entre sí: ¡Verdaderamente, éste es el Hijo de Dios, o algo semejante! Y penetró en su casa, y encontró todos los efectos preparados para teñir reunidos en la cubeta, que estaba llena de color azul. Y, al sacarlos, notó, estupefacto, que nada faltaba en cuenta, y, sobre cada uno de aquellos efectos, halló el nombre marcado, en signos y en letras, y todos tenían respectivamente el tinte y el brillo con que sus propietarios le habían mandado que los tiñese. Y, a la vista de prodigio tamaño, alabó y glorificó a Dios. En seguida, levantándose aquella misma noche, fue a sentarse a orillas del mar, frente a las rocas, y lloró con amargura, durante la noche entera. Y, entre golpes de pecho, suspiros y lamentaciones, exclamaba: Niño Jesús, hijo del gran rey tu Padre, ten piedad de mí, miserable que soy, y no me abandones. Porque, si pequé contra ti, ha sido por efecto de mi ignorancia, y por no haber comprendido de antemano que eras el Dios salvador de nuestras almas. Ahora, Señor, manifiéstate a mí, porque mi alma desea oír las palabras de tu boca.
19. Y, en el mismo instante, Jesús le apareció, y le dijo: Maestro, ¿por qué no has dejado de quejarte y de gemir, durante la noche entera? E Israel repuso: Señor, compadécete de tu ignorante siervo, escucha mis plegarias, perdóname todos los pecados que he cometido contra ti por torpeza, y bendíceme. Y Jesús exclamó: Bendito seas, tú y todo lo que hay en tu casa. Tu fe te ha hecho salvo, y tus pecados te son perdonados. Ve en paz, y que el Señor permanezca contigo. Dicho esto, Jesús desapareció.
20. E Israel se prosternó en el suelo, y tomando de él polvo, lo esparció por su cabeza. Y se golpeaba el pecho con una piedra, y no sabía qué partido tomar. Y volvió a su casa, y, al día siguiente por la mañana, salió de ella, se dirigió a la plaza pública, y dijo a las gentes allí reunidas: Oíd todos la sorpresa que se ha apoderado de mí, y los milagros que Jesús ha hecho en mi casa. Y todos clamaron a una: Cuéntanos eso. E Israel expuso: Un día, estando en mi casa, hallé a un viejo canoso sentado a mi puerta, y acompañado de un niño y de su madre. Y los interrogué, y él me descubrió su pensamiento, diciéndome que quería fijar su residencia aquí. Y lo recibí, y lo traté con honra, en mi hogar, y tomé a su hijo por aprendiz en mi taller. Y había acopiado en éste el tejido para teñir de toda la villa. Y, cerrando la puerta, la sellé, y encomendé al niño la comisión de quedar como guardián de todo hasta mi regreso, porque, según mi costumbre, iba a buscar por los alrededores tejido para teñir. Y, al volver, encontré la puerta de mi morada abierta, y el tejido colocado en una tina de tintura azul. A cuya vistá, monté violentamente en cólera, y, tomando un celemín, lo arrojé, furioso, contra Jesús, para castigar su fechoría. Pero el celemín no alcanzó al niño, sino que cayó a tierra, e inmediatamente, tomó raíz y se llenó de fruto. Y, ante tal espectáculo, salí con premura, fui en busca del niño, y no lo encontré. Y retorne a mi casa, y vi, en la tina de tintura azul, tejidos de diferentes colores. Venid a ser testigos de esta maravilla.
21. Y el juez de la villa y todos los notables, en gran número, fueron a presenciar prodigio tamaño. Y hallaron todo el tejido para teñir reunido en la tina. Y, mientras Isarel los iba sacando, ellos leían la lista de los nombres y comprobaban el color correspondiente a cada uno. Y él entonces tomaba el color pedido, y lo mostraba a todos en su específica brillantez. Y se decían los unos a los otros: ¿Quién ha visto jamás salir de una misma tina esta variedad de resplandecientes tinturas? Y de esta suerte, tomando cada cual sus efectos, volvieron a sus casas, y dijeron: En verdad, esto es un milagro de Jesús y una obra divina, no una obra humana. Y muchos creyeron en su nombre.
22. Luego Israel les mostró el celemín convertido en árbol arraigado y fructificado. Y, a su vista, algunos confesaron: No hay duda sino que ese niño es el hijo de Dios. Y el juez ordenó que sacasen a José de la prisión, y que se lo trajesen. Y, cuando llegó, le interrogó diciendo: Anciano, ¿dónde está ese niño, por quien se cumplen estos prodigios y estos beneficios? José repuso: ¡Por la vida del Señor! Dios me ha dado este hijo, no según la carne, sino según el espíritu. Y la multitud exclamo: ¡Bienaventurados sus padres, que han obtenido este fruto de bendición! Y José regresó en silencio a su casa, y refirió a María los milagros de Jesús, de que había oído hablar, y que había visto. Y María dijo: ¿Qué va a ser de nuestro Jesús, por cuya causa tenemos que soportar tantas cuitas? Mas José respondió: No te aflijas, que Dios proveerá, conforme a su voluntad suprema. Y, cuando pronunciaba estas palabras, sobrevino Israel, y, puesto de hinojos ante José y María, les pidió el perdón de sus faltas. Y José le dijo: Ve en paz, y que el Señor te guíe hacia el bien. Empero José y María, desconfiando del juez y de todos los demás, cerraron la puerta de su casa, y permanecieron en observación hasta la mañana siguiente.
De cómo la Sagrada Familia fue a Arimatea, donde Jesús hizo milagros y resucitó muertos
XXII 1. Y José se levantó, tomó a María y saliendo de la villa, ambos marcharon camino adelante. Y buscaban con la mirada a Jesús. Y éste se les apareció de súbito, y los siguió hasta el país de Galilea, a una villa llamada Arimatea, donde tomaron albergue en una casa. Y Jesús tenía diez años entonces, y circulaba por la villa, para ir al sitio en que los niños se congregaban. Y, cuando divisaron a Jesús, lo interrogaron, diciendo: ¿De dónde has venido? Y Jesús contestó: De un país desconocido. Los niños inquirieron: ¿Dónde está situada la casa de tu padre? Y Jesús repuso: No podrías comprenderlo. Los niños agregaron: Dinos algo, para que lo sepamos de ti. Y Jesús replicó: ¿Para qué me lo preguntáis, si lo que yo os dijera, no lo entenderíais? Los niños insistieron: Háblanos, porque nosotros somos ignorantes, y tú pareces instruido en todas las cosas. Jesús dijo: Todas las cosas conozco, en efecto, pero soy extranjero, y no aceptaríais ninguna de mis palabras. Y los niños dijeron: Te acogemos con amistad, como a un hermano, y nos someteremos a tus órdenes, conforme a tu albedrío.
2. Y Jesús dijo: Levantaos, vamos. Y los niños obedecieron, y llegaron todos juntos a cierto sitio, en el que había una roca muy alta. Y, colocándose enfrente, ordenó a la roca que inclinase su cima y se sentó en ella, y la roca recobró su posición. Y los niños lanzaron gritos de sorpresa y, formando círculo alrededor de la roca, miraban a Jesús. Y, después de haber ordenado a la roca que inclinase otra vez su cima, Jesús descendió de ella.
3. Y los niños fueron a la villa, para contar el prodigio hecho por Jesús, el cual huyó. Y uno de los niños, que lo divisó, le detuvo por sorpresa y se apoderó de él. Y Jesús, volviéndose, le sopló en el rostro y, en el mismo instante, el niño perdió la vista. Y clamó a gran voz: Jesús, ten piedad de mí. Y Jesús le puso la mano sobre los ojos, y éstos se abrieron de nuevo a la luz.
4. Y, un día, los niños se habían congregado cerca de un pozo, y Jesús fue a reunírseles. Y ellos, al verlo, se regocijaron. Y Jesús les preguntó: ¿Qué hacéis al borde de este pozo? Y los niños respondieron: Ven a juntarte con nosotros. Y Jesús dijo: Heme aquí. ¿Qué deseáis? Y, en el mismo momento en que hablaba así, dos niños jugaban al borde del pozo. Y sucedió que, disputando, uno de ellos pegó al otro, y lo lanzó al pozo. Y los demás huyeron de allí, y Jesús, levantándose, marchó a su casa.
5. Y, como algunas personas llegasen pasa sacar agua, al meter sus cántaros, vieron en medio del pozo a un niño muerto, y fueron a anunciarlo a la villa. Y los padres llegaron, y vieron a su hijo ahogado encima del agua. Y lloraban amargamente, y se golpeaban el pecho. Y era un niño muy hermoso, y de cinco años de edad. Y los padres, deshechos en llanto, preguntaban: ¿Quién ha causado esta desgracia terrible? Mas, no encontrando al matador, se dirigieron al juez, para darle cuenta del suceso nefasto.
6. Y el juez ordenó que le trajesen a los niños, a quienes preguntó: Hijos míos, ¿quién de vosotros mató a ese niño, arrojándolo al agua? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y el juez dijo: Si lo sabéis, no contéis engañarme con pretextos y con subterfugios. No hagáis tal, porque moriréis, y pagaréis inocentes por culpables. Los príncipes y los grandes les dijeron: No mintáis, y hablad sinceramente. Y los niños clamaron a una: Si creéis en nuestras palabras, tened entendido que no nos cabe parte alguna en su muerte. Cayó al agua por accidente, y no pudimos sacarlo del pozo. Y el juez opuso: Cuando cayó al agua, ¿por qué no gritasteis inmediatamente, elevando la voz, para que los habitantes de la villa fuesen a salvar al niño, que respiraba aún? Los niños dijeron: Porque ninguno de nosotros había quedado allí. Todos lo habían abandonado, y habían huido. Y el juez acrecentó: Si cayó inadvertidamente y por descuido, habríais gritado y avisado a todos. Pero, siendo los autores del hecho, habéis huido de allí por temor, y pensáis escapar a la muerte por vanas excusas. Los niños dijeron: Si quieres condenarnos injustamente, hágase tu voluntad. Porque cada cual se halla convencido de su propia inocencia y el que merece la muerte, es el que la realidad del hecho conoce. Y el juez repuso: Si conociese al culpable, no condenaría al inocente.
7. Los niños dijeron: A nosotros no nos toca culpa alguna. Nos hallábamos distraídos en el juego, y de nada nos enteramos hasta que algunos niños huyeron, dando gritos. Nada más sabemos. Y el juez repuso: Si queréis, yo os diré la verdad. Miraos bien, poned atención, y compadeceos de vosotros mismos. Y los niños replicaron: Lo hemos revelado todo, y no nos has oído. Y el juez exclamó: ¡Desconfío del artificio de vuestras palabras! Los niños repitieron: Si nos condenas injustamente, eso será a cargo tuyo. Y el juez contestó, furioso: Si no me decís la verdad, os conduciré al pozo, y os haré perecer ahogados en el agua. Y el niño que era el matador, repuso: Por mucho que nos atormentes, no podremos confesar una falsedad.
8. Entonces el juez marchó con ellos al borde del pozo. Y ordenó que desnudasen a los niños, y que los encadenasen en presencia suya. Y el matador dijo: ¡Oh juez, presenta un testigo, y, entonces solamente, condénanos. ¿Por qué se nos condenaría a muerte, sin estar convencido por un testigo? Y el juez dijo: ¿Qué testigo voy a presentar, si todos los testigos estáis aquí? No saldréis de mis manos, ni a fuerza de lamentaciones, ni a fuerza de presentes. Y los padres de los niños viéndolos desnudos ante el juez, en medio de aquel lugar, se quejaban con amargura. Y el juez dijo: No me conmueven vuestras lágrimas. Y mandó que arrojasen a los niños al pozo. Mas el que era el matador, se expresó en estos términos: No me arrojes al pozo, y te indicará quién es el culpable. ¿Dónde está Jesús, el hijo del viejo? Él es el autor del hecho. Y el juez exclamó: Siendo así, ¿por qué os dejabais matar, a pesar de vuestra inocencia? Y los niños replicaron: A ti te toca saberlo, puesto que lo has querido.
9. Entonces el juez hizo citar a Jesús ante él. Pero, como los que mandó en busca del niño no lo encontraran, apoderaronse de José, y llevaron a presencia del magistrado, el cual lo interrogó, diciéndole: Viejo, ¿de dónde has venido a esta villa? Y José contestó: Soy de un país lejano. El juez inquirió: ¿Dónde está tu hijo, que ha cometido este delito de homicidio? José repuso: Lo ignoro. El juez dijo: ¿Y no sabes que ha cometido ese crimen? José dijo: ¡Por la vida del Señor, no lo sé! El juez aseveró: Si, lo sabes. ¿Y crees que vas a escapar a la muerte? José exclamó: ¡Oh juez, no condenes injustamente a una inocente criatura! El juez rearguyó: Si es inocente, ¿por qué ha huido? José replicó: No puedo explicártelo. Y el juez dijo: No saldrán de la prisión, si no te apresuras a procurar que comparezca aquí tu hijo.
10. Y, cuando el juez acabó de pronunciar estas palabras, Jesus se presentó al tribunal de improviso, y preguntó: ¿A quién buscáis? Respondieron: A Jesús, el hijo de José. Jesús dijo: Yo soy. Interrogó el juez: ¿Cuándo llegaste a esta villa? Jesús contestó: Hace largos años que resido en ella. El juez ordenó: Manifiéstame, pues, cuál ha sido la causa de la muerte violenta de ese niño. Y Jesus afirmó: No lo sé. Mas los padres del niño clamaron: ¿Pretendes no saberlo, habiendo ahogado a nuestro hijo en el pozo? Y Jesús repuso: Si es a otro a quien hay que pedir cuenta de su vida, ¿por qué me calumniáis tan pérfidamente? El juez replicó: No digas falsedad, porque reo eres de muerte. Mas Jesús aseguró: El testimonio de ellos es falso y verdadero el mío. Y el juez le dijo: Júralo por la ley del Señor. Jesús repuso: ¿Por qué mientes ante Dios, y no lo temes? Mas el juez, respondiendo, dijo: ¿Y qué mal hay en prestar juramento, cuando se es inocente, y no queda otro recurso para escapar a la muerte? Jesús le contestó: ¿De modo que crees legítimo pronunciar un juicio injusto? El juez le respondió: Dime lo que debo hacer. Y Jesús repuso: Demasiado lo sabes, puesto que en juez estás constituido. Mas el juez repitió: ¿Qué debo hacer? Respóndeme. Y Jesús le advirtió: Si obrases de buena fe, observarías la justicia. Pero no hay que esperar de ti eso. Y el juez insistió: Obro conforme a lo que se alcanza. Jesús dijo: En esto, hablas verdad, mas no aceptas el testimonio que doy de mí mismo. El juez dijo: Yo no te condeno injustamente. Y Jesús remachó: Si escuchases la voz de tu conciencia, no condenarías con ligereza a nadie.
11. Empero los niños interrumpieron, clamando a coro: ¡Oh juez, tú no sabes qué contestarle! Préstanos oído, y te informaremos de lo que le concierne. ¿O es que no podemos nosotros responderle una palabra? Jesús les respondió: ¿Qué es lo que vosotros tenéis que decir de mí? Los niños replicaron: Desde que llegaste a esta ciudad, nos has causado muchas contrariedades y muchas vejaciones, que hemos perdonado, porque eres pobre y extranjero. Pero ahora que has ocasionado tal catástrofe, y que nos has expuesto a la muerte, es justo que te hagamos perecer. Entonces el juez preguntó: ¿Es éste el niño de quien afirmáis que engaña a los ojos por prestigios? Los niños respondieron a una: Sí. Mas Jesús observó: Sé que os habéis ligado todos contra mí, y que queréis condenarme a muerte injustamente. Y el juez dijo: ¿Cómo puedes pretender que no tienes testigos contrarios, y que te estimas inocente? Jesús dijo: Si me doy a mí mismo un testimonio verdadero, ¿me creerás? El juez dijo: Sí, te creeré. Y Jesús añadió: Espera un instante, que voy a darte la prueba.
12. Y, esto dicho, Jesús, profundamente indignado, se aproximé al muerto, y clamé a voz: Jonathan, hijo de Beria, yérguete sobre tus pies, abre los ojos, y descubre a quien te precipitó al pozo. Y, en el mismo instante, el muerto se levantó, abrió los ojos, miró a todos los allí presentes, y los reconoció, llamándolos por sus nombres. Sus padres lanzaron un grito y, muy gozosos, lo estrecharon entre sus brazos, y lo cubrieron de besos. Y lo interrogaron, diciéndole: Hijo mío, ¿qué te devolvió a la vida? Y él mostró con el dedo a Jesús, el cual le preguntó: ¿Quién fue el causante de tu pérdida? Y Jonathan repuso: No fuiste tú, señor, sino mi primo Saraka. El fue quien, después de golpearme, me hizo caer al pozo. Entonces Jesús dijo: Oíd todos vosotros cómo el muerto acaba de dar testimonio de mí. Cuando tal vieron, los asistentes al prodigio exclamaron, acometidos de espanto: En verdad este niño es Dios e hijo del Padre, venido a la tierra. Y Jesús dijo: Juez inicuo, ¿crees ahora en mi testimonio y en mi inocencia? ¿Has visto cómo mis actos engañan las miradas, y cuál ha sido mi conducta junto al pozo? Mas el juez, en su confusión, no le respondió palabra.
13. Y el niño continué con vida hasta el atardecer, tiempo bastante para que multitud de personas fuesen a comprobar el milagro hecho por Jesús, a cuyos pies se arrojaban todos, confesando sus pecados. Luego Jesús dijo al muchachito: Ea, duerme ya, y descansa, en espera de que el juez de todos los hombres venga a pautar las recompensas, y a imponer sus justos decretos. Y, cuando Jesús hubo pronunciado estas palabras, el niño recliné su cabeza sobre el leché, y quedó dormido. Ante cuyo espectáculo, todos fueron poseídos de pánico, y temieron a Jesús. Y, cuando éste quiso salir, se pusieron de hinojos ante él, y le suplicaron: ¡Devuelve la vida al muerto! Mas Jesús no consintió en ello, y les dijo: Injustamente, y a pesar de mi inocencia, quisisteis condenarme, mas mi justicia me ha librado de la muerte. Y, después de responderles así, desapareció de sus ojos. Y José, sacado de la prisión, volvió en silencio a su casa, y contó a María los prodigios realiza. dos por su hijo. Y los padres del niño muerto fueron, deshechos en lágrimas, a buscar a Jesús, y, no encontrándolo, rogaron a José: ¿Dónde está tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro difunto? Mas José dijo: Lo ignoro.
De cómo la Sagrada Familia fue al país de Galilea yio que hizo Jesús con los niños de los hebreos.
Un milagro
XXIII 1. Y José se levantó al despuntar el día, tomó al niño y a su madre, y, saliendo de la villa, caminaron en silencio. Y María preguntó a Jesús: Hijo mío, ¿por qué te has escondido así de esas gentes? Respondió Jesús: Madre mía, guarda silencio, y prosigue tu camino en paz. Yo haré siempre lo que convenga. Y permanecieron allí seis meses. Y Jesús circulaba por el territorio de la villa. E iba a sentarse cerca de los niños, en el lugar en que se reunían los niños, con los cuales mantenía largas conversaciones. Pero ellos no podían comprender lo que les decía.
2. Después, Jesús conducía a los niños al borde de un pozo, adonde toda la villa iba a buscar agua. Y, tomando de manos de los niños sus cántaros, los entrechocaba, o los rompía contra la piedra, y los echaba al pozo. Y los niños no se atrevían a volver a su casa, por temor al castigo de sus padres. Y Jesús, al verlos llorar, los llamaba a sí, y les decía: No lloréis, porque os devolverá vuestros cántaros. E, inclinándose sobre el pozo, daba órdenes al agua, y ésta sacaba los cántaros intactos a su superficie. Y cada uno de los niños recogía el suyo, y retornaban a sus hogares, y contaban a todos los milagros de Jesús.
3. Un día, Jesús llevó consigo a los niños, y los detuvo cerca de un gran árbol. Y Jesús mandó al árbol que bajase su ramaje, al cual subió, y sobre el cual se senté. Y mandó al árbol levantarse, y el árbol se elevó, dominando todo aquel paraje, y Jesús permaneció en él una hora. Y, como los niños le gritasen, diciéndole que mandase al árbol bajarse, para subir ellos asimismo, Jesús ordenó al árbol que inclinase sus ramas, y dijo a sus compañeros: Venid junto a mí. Y los niños subieron alegremente, y se colocaron en torno a Jesús. Y éste, después de haber esperado un poco, mandó al árbol bajarse otra vez. Y los niños descendieron con Jesús, y el árbol recobré su posición.
4. Y sucedió también que otro día que los niños se encontraban reunidos en cierto lugar, y Jesús estaba con ellos. Y había allá un muchacho de doce años, atacado, en toda su persona, de dolencias penosísimas. Leproso, epiléptico, mutilado en las extremidades de sus manos y de sus pies, había perdido la forma humana, no podía andar, y yacía a un lado del camino. Cuando Jesús lo vio, se apiadó de él, y le dijo: Niño, muéstrate a mí. Y el muchacho, despojándose de sus vestidos, quedó desnudo. Y Jesús ordenó a los ninos que lo extendiesen por tierra, amasé polvo del suelo, lo esparció sobre el paciente, y dijo: Alarga tu mano, porque curado eres de todas tus enfermedades. Y, en el mismo instante, toda su piel dañada se separó de su cuerpo, sus tendones y las articulaciones de sus huesos se afirmaron, y su carne se volvió como la carne de un recién nacido, y fue limpio. Y se levantó, llorando, se precipité a los pies de lesus, y se prosterné ante él. Y Jesús le dijo: Ve en paz. Y marchó alegremente en dirección a su morada, Y, todos los que se hallaban con él, testigos del milagro que Jesús había hecho, quisieron verlo, mas no lo encontraron.
De cómo la Sagrada Familia fue a la villa de Emmaús y cómo Jesús curó a los enfermos.
Milagros operados por él
XXIV 1. En vista de lo ocurrido, María y José tomaron a Jesús durante la noche, marcharon a una aldea llamada Emmaús, donde decidieron residir. Y Jesús tenía diez años, y circulaba por la comarca. Y, un día, saliendo de su albergue, fue a otra aldea llamada Epathaíea o Ephaía. Y, en su ruta, encontró a un muchacho de quince años, cuya persona entera era una pura llaga. No podía servirse de sus pies, sino que marchaba arrastrándose, y, cuando alguien discurría por allí, imploraba su misericordia. Jesús lo vio de lejos, y pasó por frente a él. Y el leproso le dijo: ¡Niño, te ruego que me escuches! Por la salud de tus padres, dame una limosna, y Dios te recompensará tu beneficio. Jesús repuso: Soy pobre e indigente, como tú, y, además, hijo de un extranjero. ¿Cómo podría darte una limosna? El leproso replicó: No alegues falsos pretextos. Si te queda en reserva una monedita, un óbolo o un pedazo de pan, préstame algún pequeño socorro, que demuestre tu generosidad, pues bien veo a qué clase perteneces, aunque, por la edad, no seas más que un niño. Yo estimo, en efecto, que eres de elevado linaje, e hijo de un general de los ejércitos reales, probablemente. Porque tus rasgos te denuncian. No te ocultes de mí, que noto una presencia distinguida y una belleza extremada.
2. Preguntó Jesús: ¿A qué raza perteneces? El leproso respondió: A la raza de Israel y a la rama de Judá. Jesús añadió: ¿Tienes padre y madre? ¿Cuidan de ti? El leproso explicó: Mi padre ha muerto y mi madre es la que me sirve conforme al capricho suyo. Y Jesús dijo, extrañado: ¿Cómo así? Y el leproso repuso: Ya ves que estoy enfermo. Al oscurecer, mi madre viene, y me vuelve a la casa. Al día siguiente, me trae otra vez aquí. Los viandantes me hacen graciosamente limosnas, y, gracias a ellas, subsisto. Preguntó Jesús: ¿Por qué no te has presentado a los médicos, para que te curen? El respondió: Estoy imposibilitado por mi enfermedad, no podría hacerlo y mi madre apenas cuida de mí. Porque, desde que me dio a luz, he crecido entre muchos gemidos y dolores. Y, por la violencia y la atrocidad de mis males, los miembros de mi cuerpo se han relajado y desunido, los tendones de mis huesos se han consumido en la putrefacción, toda mi persona se ha cubierto de úlceras, como bien ves.
3. Y Jesús dijo: Conozco médicos que saben componer un remedio, que da la muerte y la vida. Si quieres aplicártelo, este remedio será tu curación. El leproso replicó: Desde mi infancia hasta hoy día, jamás he consultado con ningún médico, y jamás he oído decir que mi mal haya sido curado por un hombre. Mas Jesús insistió: ¿No te advertí que hay médicos hábiles, que traen de la muerte a la vida? Y el leproso dijo: ¿Y por cuál remedio puede un hombre curar semejante estrago? Jesús repuso: Por una simple palabra, y no por un remedio. Al oír esto, el joven quedó vivamente sorprendido, y exclamó: ¡He aquí cosas asombrosas! ¿Cómo un mal puede ser curado sin el auxilio de remedio alguno? Jesús dijo: Existen médicos que, de una ojeada tan sólo, distinguen las enfermedades mortales de las curables. El leproso insinuó: Y tú, que cuentas menos edad que yo, ¿de dónde has sacado tanta ciencia? Jesús repuso: De lecciones oídas y de mi saber propio. Y el leproso objetó: ¿Por ventura has visto con tus propios ojos que un hombre haya sido curado de tamaño mal?
4. Y Jesús replicó: Entiendo algo en este asunto, por ser hijo de médico. El leproso dijo: ¿Afirmas seriamente que entiendes en este asunto? Jesús dijo: Puedo curar todos los males por una simple palabra, cuyos efectos he visto, y que he aprendido de mi padre. El leproso interrogó: ¿De qué país es tu padre, y quién puede ponerme en comunicación con él? Contestó Jesús: Aquel a quien entregues los honorarios de tu curación, te presentará a mi padre, y éste te devolverá la salud. El leproso preguntó: ¿Cuáles son los honorarios que reclamas de mí? Respondió Jesús: Poca cosa: un sextario de monedas, en oro y en plata, piedras preciosas de bella agua y perlas finas de alto valor. El leproso, que tal oyó, se echó a reír con amargura, y dijo: ¡Por la vida del Señor, que ni he oído siquiera el nombre de esas cosas! Pero escucha. Tu edad es la de un niñoo, y todo te resulta cómodo, por ser hijo de padre noble y vástago de una casa principal. Yo, pobre como soy, no te parezco más que un objeto de irrisión y de burla. ¿De dónde me vendría esa opulencia de que me hablas? Y Jesús lo reprendió, diciendo: ¿Por qué te enojas así? Todo lo que te dije, fue por pura benevolencia.
5. Y el leproso declaró: Varias veces se me ha puesto a prueba. Y tú también ves perfectamente que no poseo nada excepto el vestido que me cubre, y el alimento diario, que Dios nos dispensa a mi madre y a mí. Jesús preguntó: Entonces, ¿cómo quieres curarte, teniendo las manos vacías? Respondió el leproso: Dios vendrá en mi ayuda. Jesús dijo: Bien sé que Dios puede hacer todo lo que le piden los que lo invocan con fe. Mas, con todo eso, ¿cómo curarte, puesto que eres pobre? El leproso dijo: Mucho me admira que gastes tantas palabras para abrumarme. Jesús indicó: Conozco un tanto las cosas de la ley. Y el leproso dijo: Si has leído a menudo los mandamientos de Dios, sabrás cómo debe tratarse a los pobres y los indigentes. Jesús completó: Hay que usar con ellos de amor y de misericordia. Y el leproso refrendé, con llanto en sus mejillas: Has hablado con verdad y con bondad. Compadécete, pues, de mí, y el que es dispensador de todos los bienes, te lo devolverá.
6. Cuando Jesús lo vio bañado en lágrimas, se enterneció, y le dijo: Sí, me compadezco de ti. Y, en el mismo instante, extendió su mano, y tomó la del leproso, diciendo: Levántate, yérguete sobre tus pies, y ve en paz a tu casa. Y, tan pronto pronunció estas palabras Jesús, el leproso se levantó, e inclinándose, se prosterné ante él, y le dijo: Dios te trate amorosa y misericordiosamente, como tú me has tratado. Y Jesús repuso: Ve en paz, y no digas a nadie nada de lo que te hice. Y el leproso lo consultó, diciendo: Si alguien me pregunta quién me curé, ¿qué he de contestar? Jesús repuso: Que un niño, hijo de un médico, que pasaba por el camino, te vio, se compadeció de ti, y te devolvió la salud. Y el muchacho curado se prosternó de nuevo a los pies de Jesús, y volvió, gozoso, al lado de su madre.
7. Y, cuando su madre lo vio, lanzó un grito de júbilo, y le dijo: ¿Quién te ha curado? Y él dijo: Me ha curado, por una simple palabra, el hijo de un noble médico, que se encontró conmigo. Al oír estas palabras, la madre y todos los que estaban allí, se congregaron alrededor del muchacho, y le preguntaron: ¿ Dónde está ese médico? Y él contestó: No lo sé, y, además, me ordenó que no descubriese a nadie la caridad que usó con mi persona. Y los que oían desde lejos el prodigio que había pasado, se admiraban, y decían: ¿Quién es ese niño, que posee tal don de ciencia, y que opera milagros tan insignes? Y muchos creyeron en su nombre. Y deseaban verlo, mas no podían, porque Jesús se había ocultado a sus ojos.
De cómo el ángel advirtió a José que Iuese al pueblo de Nazareth
XXV 1. Y un miércoles, día cuarto de la semana, el ángel del Señor apareció a José, en una visión nocturna, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y ve al pueblo de Nazareth, donde fijarás tu residencia, y de donde no te alejarás. Construirás allí una casa, y habitarás en ella durante largo tiempo, hasta que Dios, en su bondad, te dé otro aviso. Y, habiendo dicho esto, el ángel lo abandonó. Y, al día siguiente, José se levantó temprano, tomó al niño y a su madre, y fue al pueblo de Nazareth, a la casa en que moraban antes, y en la que permanecieron dieciocho años. Y Jesús tenía doce, cuando llegó a Nazareth, lo que da la suma de treinta años.
2. Y el día segundo de la semana, Jesús salió de Nazareth, y fue a sentarse en un paraje del camino. Y divisó a dos muchachos que avanzaban, y que disputaban entre sí violentamente. Y vinieron a las manos, y se pegaron el uno al otro. Mas, cuando vieron a Jesús, cesaron de pelear, y, aproximándose, se prosternaron ante él. Jesús les ordenó que se sentasen, y lo hicieron así. Y Jesús les preguntó: Niños, ¿de qué proviene tamaña cólera? ¿Qué desacuerdo os divide, para que cambiéis golpes con tal violencia? Uno de los dos, que era el más joven, repuso: Es que no hay aquí juez que nos juzgue en derecho. Jesús dijo: ¿Cómo os llamáis? El más joven respondió: Mi nombre es Malaquías, y el de éste Miqueas. Somos dos hermanos, unidos por sentimientos de familia. Y Jesús objetó: ¿Por qué, pues, os tratáis tan animosa e injuriosamente?
3. Malaquías expuso a Jesús: Ruégote, niño, que escuches lo que decirte quiero. Mi hermano es mayor que yo, que soy su segundón. Y se esfuerza en tratarme inicuamente, lo que no le permito en modo alguno. Pronuncia, por tanto, entre nosotros, un juicio equitativo. Jesús replicó: Explícame en qué consiste el motivo de vuestro disgusto. Miqueas observó: Parece que eres hijo de juez y descendiente de grandes monarcas. Jesús refrendé: Tú lo has dicho. Y Miqueas exclamó: ¡Dios te recompense, a ti y a tus padres, si hoy traes, a mi hermano y a mí, la justicia con la paz!
4. Mas Jesús dijo: ¿Quién me puso por juez o partidor sobre vosotros? Bien comprendo que no queréis someteros a mis mandatos. Los dos hermanos replicaron: No digas eso, ni nos hagas tamaña afrenta. Nos tomas por niños ignorantes. Tenemos, sin embargo, letras, y conocemos la ley divina. Jesús indicó: Ante todo, contraed el compromiso de no engañaros mutuamente, y de hacer lo que yo exija. Y los muchachos clamaron a una: Tomamos por testigo a la ley divina, y juramos sobre sus mandamientos obedecer tus órdenes, como órdenes emanadas de la Puerta Real. Y Jesús repuso: Reveladme la verdad, para que la oiga de vosotros.
5. Y Malaquías dijo: Somos dos hermanos, que quedamos huérfanos de padre y madre. Nuestros progenitores nos dejaron una herencia, y personas extrañas a la familia retienen por usurpación nuestro patrimonio. Y disputamos entre nosotros, porque mi hermano trata de desposeerme injustamente, y yo no me presto a ello. Y Jesús preguntó: Cuando murieron vuestros padres, ¿a quién os confiaron en calidad de tutor o encargado, hasta que alcanzaseis la edad de la razón? Los niños dijeron: Ninguno de los dos se acuerda de nuestros padres. Jesús los interrogó: ¿Por qué, pues, os querelláis el uno con el otro? Y Malaquías contestó: Mi hermano procura perjudicarme, alegando que es el mayor. Mas Jesús repuso: No obréis así. Si queréis escucharme, haced paces, y repartid amistosamente vuestros bienes. Y Miqueas dijo a Jesús: Niño, reconozco que procedes con cordura, al hablarnos de conciliación. Empero cuanto al juicio que pronuncias, es muy distinto, y óyeme lo que decirte quiero. Cuando murieron nuestros padres, yo tenía más edad que mi hermano, que la tenía muy corta aún, y me empleé, con muchos esfuerzos, en reconstituir nuestro patrimonio, que estaba devastado y en el abandono más completo. Yo solo realicé ese trabajo penoso, y mi hermano no sabe nada de ello.
6. Jesús lo hizo observar: Pero es tu hermano, y es un niño. Hasta hoy, lo has sustentado y nutrido por caridad. No le hagas daño ahora. Id, y repartid vuestros bienes con equidad. Guardaos mutuo afecto, y la paz de Dios será con vosotros. Y ellos, obedientes a los deseos de Jesús, se prosternaron ante él. Y, cayendo el uno en los brazos del otro, se besaron, y dijeron a Jesús: Hijo de rey, por cuya mediación se ha restablecido la armonía entre ambos, Dios glorifique tu persona y tu santo nombre por toda la tierra. Te rogamos que nos bendigas. Y Jesús repuso: Id en paz. y que el amor de Dios permanezca en vosotros.
7. Y, luego que Jesús hubo hablado de esta suerte, se prosternaron de nuevo ante él, y se fueron a su casa. Y Jesús regresó a la suya de Nazareth, junto a María. Y su madre, al verlo, le preguntó: ¿Dónde has estado el día entero, sin comprender que ignoro lo que pueda ocurrirte, y que me alarmo por ti, al pensar que andas solo por sitios apartados? Y Jesús respondió: ¿Qué me quieres? ¿No sabes que debo, de aquí en adelante, recorrer la región, y cumplir lo que de mí está escrito? Porque para esto es para lo que he sido enviado. María opuso: Hijo mío, como no eres todavía más que un niño, y no un hombre hecho, temo de continuo que te suceda alguna desgracia. Mas Jesús advirtió: Madre mía, tus pensamientos no son razonables, porque yo sé todas las cosas que han de venir sobre mí. Y María replicó: No te aflijas por lo que te dije, pues muchos fantasmas me obsesionan, e ignoro lo que he de hacer. Y Jesús preguntó: ¿Qué piensas hacer conmigo? Respondió su madre: Eso es lo que me causa pena, porque tu padre y yo hemos cuidado de que aprendieses todas las proflsiones en tu primera infancia, y tú no has hecho nada, ni te has prestado a nada. Y ahora, que eres ya mayorcito, ¿qué quieres hacer, y cómo quieres vivir sobre la tierra?
8. Al oír esto, Jesús se conmovió en su espíritu, y dijo a su madre: Me hablas con extrema inconsideración. ¿No comprendes las señales y los prodigios que he hecho ante ti, y que has visto con tus propios ojos? Y continúas todavía incrédula, a pesar del tiempo que llevo viviendo contigo. Considera todos mis milagros y todas mis obras, y toma paciencia por algún tiempo, hasta verlas cumplidas, puesto que aún no ha venido mi hora, y permanece firmemente fiel. Y, habiendo dicho esto, Jesús salió de la casa con premura.
Sobre las numerosas curaciones que Jesús realizó en el pueblo, en la aldea y en dilerentes lugares
XXVI 1. Un día, Jesús, que había salido de su casa, recorría, solo, el país de los galileos. Y, habiendo llegado a una aldea, que se llamaba Buboron o Buasboroín, encontró allí a un hombre de treinta años, que estaba muy incomodado por la vehemencia de su mal, y que yacía tendido sobre su lecho. Cuando Jesús lo vio, se compadeció de él, y le preguntó: ¿De qué raza eres? El hombre repuso: De raza siria y del país de los sirios. Jesús añadió: ¿Tienes todavía padre y madre? El hombre dijo: Sí, y mis padres me han expulsado de su hogar. Errante ando por doquiera, para buscar mi sustento diario, mas no poseo domicilio en parte alguna. Jesús inquirió: ¿Y cómo has podido salir de tu país? Respondió el hombre: Se me trataba, unas veces contra salario, y otras para pagarme. Jesús continuó: ¿Por qué has venido a este país? El hombre contestó: Para pedir limosna, y para subvenir a mis necesidades materiales. Y Jesús sentenció con gravedad: Si soportas con calma tus tormentos, encontrarás más tarde el reposo. A lo que el hombre replicó: Pueda o no pueda, los soporto y los acepto con júbilo.
2. Y Jesús dijo: ¿A qué dios sirves? El hombre repuso: Al dios Pathea. Y Jesús le preguntó: ¿Encuentras, pues justo que te halles en este estado? El hombre manifestó: He oído decir a mis padres que ese dios es el dios de los sirios, y que puede hacer a los hombres todo lo que le place. Interrogó Jesús: ¿Cuál es tu nombre? El hombre dijo: Hiram. Y Jesús lo conminó, diciendo: Si quieres curarte, abandona ese error. Hiram dijo: ¿Y cómo he de dar crédito a tu propuesta? Porque tú eres todavía un niño, mientras que yo soy ya un varón adulto. Y Jesús le preguntó: El dios de tu culto ¿tiene el poder de devolverte la salud y la vida por una simple palabra? Y Jesús añadió: Si crees de todo corazón, y si confiesas que hay un Dios del cielo y de la tierra, que ha creado el mundo y el hombre, tal Dios es capaz de curarte. Hiram apuntó: No he oído hablar de él. Jesús dijo: Sea. Pero cree sencillamente, y tu alma vivirá. Hiram le preguntó: ¿Y cómo hacer ese acto de fe?
3. Respondió Jesús: He aquí la fórmula. Creo que es un Dios muy alto, el Padre creador de toda cosa, y creo en su Hijo único y en el Espíritu Santo, trinidad y divinidad una y perfecta. Hiram repuso: Creo lo que me dices. Entonces Jesús le habló, interrogándolo: ¿No te has presentado a alguien, para que te cure? E Hiram exclamó: ¿Qué médico podría librarme de tan grave enfermedad? Jesús dijo: Aquel a quien pagues, lo podrá fácilmente. Hiram opuso: Pobre como soy, nada tengo que dar, y nadie hace la caridad gratuitamente. Y Jesús objetó: ¿No has dicho tú mismo antes que has venido de un país lejano, que has recorrido numerosas comarcas, y que has recibido limosnas? ¿Por qué dices ahora falsamente que no tienes con qué pagar? Hiram repuso: ¡Perdona, niño! Lo que te he dicho es que nada tengo que dar, excepto el alimento que recibo al día, y el vestido que me cubre.
4. Y Jesús, viéndolo llorar, exclamó: ¡Oh hombre, dirígeme tu demanda! ¿Qué puedo hacer por ti? Y respondio Hiram: Haz por mí todo lo que te plazca, y gratifícarne con algún socorro. Y Jesús, extendiendo la mano, tomó la suya, y le ordenó: Levántate, yérguete sobre tus pies, y ve en paz. Y, en el mismo momento, el hombre quedó curado de sus males. Y cayó llorando de hinojos ante Jesús, y le hizo la siguiente petición: Señor, si quieres, te seguiré en calidad de discípulo. Mas Jesús le dijo: Vuelve en paz a tu casa, y cuenta todo lo que he hecho por ti en este encuentro. Y el hombre se prosternó de nuevo ante Jesús, y marchó a su país.
De cómo se cumplieron las tradiciones escritas por los profetas y sobre las cosas sorprendentes que hizo Jesús
XXVII 1. Y de nuevo fue Jesús llevado del Espíritu a la villa de Nazareth. Y circulaba siempre por los Sitios retirados. Y los que lo veían se sorprendían y murmuraban entre sí: Verdaderamente, el niño Jesús, el hijo del viejo, tiene el aire despierto e inteligente. Algunos refrendaban: Cierto es lo que decís. Mas Jesús no se manifestaba a ellos, a causa de su incredulidad.
2. Y sucedió que, aproximándose la gran fiesta, Jesús quiso ir a Jerusalén. Y, en el curso del viaje, se encontró con un viejo canoso que se sostenía sobre dos cayadas, las cuales desplazaba alternativamente, dejándose caer de la una a la otra. Y estaba enfermo de los ojos y de los oídos. Al verlo, Jesús se sorprendió, y le dijo: Bien hallado seas, viejo cargado de años. Y el anciano contestó: Bien hallado seas, niño, hijo único del gran rey, y primogénito del Padre. Y Jesús indicó: Siéntate aquí, reposa un poco, y luego proseguiremos nuestra ruta. El viejo asintió, diciendo: Hijo mío, cumpliré tu orden. Y, cuando se hubieron sentado, Jesús se puso a interrogarlo en estos términos: ¿Cuál es tu nombre, anciano? ¿De qué raza eres? ¿De qué país has venido a éste?
3. Y el viejo contestó: Mi nombre es Baltasar, soy de raza hebraica, y vengo del país de la India. Jesús le preguntó: ¿Qué buscas aquí? Y el viejo expuso: Mi padre era un príncipe noble e iniciado en el arte de la medicina, cuya práctica me enseñó. Pero ahora estoy impotente, y mi intención es ir a Jerusalén, para mendigar, y ganar así mi vida. Jesús le hizo observar: Siendo hijo de médico, ¿cómo no puedes curarte a ti mismo? El viejo repuso: Mientras fui joven, fuerte y robusto, practiqué la medicina. Pero cuando la falta de salud me puso a prueba, perdí todo vigor, y hoy no soy ya capaz de nada. Jesús dijo: ¿Fue durante tu infancia o en tu ancianidad cuando la dolencia se apoderé de ti? Y el viejo repuso: Treinta años tenía, cuando este mal me atacó, y todo mi cuerpo fue presa de un temblor general.
4. Al oír esto, Jesús se sorprendió, y le dijo: ¿Qué especie de tratamiento te aplicas? El viejo contestó: A tal enfermedad, tal remedio. Mas Jesús le preguntó: ¿Sabes resucitar a los muertos, hacer andar a los cojos, purificar a los leprosos, expulsar a los demonios, curar todas las enfermedades, no con remedios, sino por una simple palabra? Al oír esto, el viejo se sorprendió, y dijo, riendo: Me admiras mucho, porque todo eso es una operación prodigiosa e imposible para el hombre. Jesús replicó: ¿Y por qué te admiras? Y el viejo dijo: Porque, siendo todavía un niño, ¿cómo puedes saber todo eso? Jesús contestó: Nadie me lo enseñó, sino que lo sé por mí mismo. Y el viejo concedió: Si es como lo afirmas, de Dios y no de los hombres has recibido ese don. Jesús respondió: Tú lo has dicho. Entonces el viejo murmuré: Paréceme que entiendes el arte de la medicina. Y Jesús declaró, diciendo: Mi Padre posee el poder de hacer todo eso.
5. Y el viejo le dijo: No ha habido nunca discípulo sin instrucción de su maestro, ni hijo sin enseñanza de su padre. Te ruego que uses de caridad conmigo, y el Señor te concederá una vida que largos años dure. Jesús dijo: Bien hablas, mas yo no puedo hacer esto gratuitamente. Dame, pues, una retribución proporcionada a mi trabajo. El viejo indicó: ¿Y qué retribución es la que pides? Jesús dijo: Poca cosa: oro, plata, todo lo que por escrito acordemos bajo contrato. A estas palabras, el viejo rompió a reír. Luego, reflexionando, pensó: ¿Qué hacer? Porque este muchacho se burla pérfidamente de mí. Y, en voz alta, se quejó, diciendo: Niño, ¿por qué te mofas de un viejo como yo? Se da limosna a los pobres, sobre todo a los ancianos, y no se los pone en irrisión. Y Jesús lo hizo observar: Empezaste elogiándome grandemente, y ahora me censuras. El viejo contestó: Es que me has irritado gravemente. Y dijo Jesús: No te encolerices porque, no siendo más que un muchacho, haya querido entablar conversación contigo. Entonces el viejo respondió a Jesús, y dijo: ¿Por qué no me pides una cosa razonable, a fin de sacar provecho de mí? Pues ¿de dónde vendría esa fortuna que me reclamas?
6. Y Jesús replicó: ¿No me has asegurado antes que eras de gran familia, hijo de príncipe y descendiente de una casa real? El viejo otorgó: Y nada falso te aseguré, puesto que poseía una enorme fortuna. Pero, cuando me hirió la enfermedad, todo lo perdí. Y Jesús le preguntó: ¿Qué preferirías: recuperar tus opulentos tesoros, o hallarte en cabal salud? El viejo respondió: Valdríame más ser hijo de un mendigo, pero no estar enfermo. Y Jesús dijo: Si tal es tu deseo, abóname el precio de mi labor. Dijo el viejo: No me atormentes con tan largos discursos. ¿Por qué te obstinas en hostigarme con esas trampas y con esos engaños? Jesús repuso: ¿En qué hablé demasiado? ¿Y qué consejo he recibido de ti? El viejo exclamó: Por amor de Dios, no me exasperes, porque estoy gravemente enfermo. No me enojes. Ten un poco de paciencia. Nada más he de contarte. Pero, por poseer facultades bastantes para socorrerte, me compadezco de ti. El viejo exigió: Enuncia tus prescripciones. Y, respondiendo, Jesús le dijo: Dame una pequeña recompensa por mi trabajo, y te curaré. Y el viejo replicó: Dios te dará abundante recompensa por tu trabajo. Cuanto a mí, tanto me importa morir como seguir con vida. Y Jesús le indicó: Tu curación no es tan difícil como crees. El viejo dijo: Nada poseo más que un pedazo de pan y dos óbolos. Jesús comenté, festivo: ¡He aquí el descendiente de gentes ricas en extremo! Entonces el viejo montó en cólera, y exclamó, llorando: Verdaderamente, ¿he de sufrir todavía a este niño, que ya me ha incomodado en grado sumo? Y Jesús dijo: ¡Viejo, no te enojes! Ten un poco de paciencia, para que tu alma viva.
7. El viejo rezongó: Demasiada paciencia usé contigo, sin encontrar en ti asomos de piedad. Y, como el viejo hubiese dicho esto, siempre entre lágrimas, Jesús le preguntó: ¿Adónde vas? Respondió el viejo: A la ciudad de Jerusalén, para mendigar mi pan. Y, si vienes en pos mío, te daré la mitad de los recursos con que Dios sea servido de gratificarme. Jesús interrogó: ¿A qué Dios sirves? Y el viejo contestó: Al Dios de mis padres. Advirtió Jesús: Ahí está justamente la causa de tu aflicción. Si quieres ser perfecto, abandona la religión de tus padres, a fin de ser salvo en alma y en cuerpo. El viejo dijo: ¿Y cómo podría dar fe a tus palabras? Replicó Jesús: Varias veces me has puesto a prueba, y nada has conseguido. Y, al oír esto, el viejo reflexionó, diciéndose: Mucho temo que este niño no esté jugando insidiosamente conmigo. Mas Jesús le ordenó: Viejo, responde a la cuestión que te he planteado.
8. Y el viejo dijo: Estoy en duda, y no sé qué hacer, ni qué responder a esa cuestión. Me parece que Dios te ha enviado a mí, y que eres el Señor, el que sondea el pensamiento de los hombres. Dame, pues, a conocer lo que me es necesario. Jesús exclamó, solemne: ¿Crees que existe un Dios creador de todas las cosas y su Hijo único y el Espíritu Santo, trinidad y única divinidad? El viejo repuso: Sí, lo creo. Y Jesús extendió la mano sobre el viejo, y dijo: Libre quedas de tu azote, y curado de tu mal. Y, en el mismo instante, la curación fue un hecho. Y el viejo, cayendo a los pies de Jesús, le confesó sus pecados. Y Jesús le dijo: Perdonados te son. Ve en paz, y el Señor sea contigo. El viejo exclamó: Te ruego que me digas cómo te llamas! Y Jesús repuso: ¿Para qué necesitas saber mi nombre? Ve en paz.
9. Y el viejo, inclinándose, se prosternó de nuevo ante Jesús, y se marchó apaciblemente en dirección a Jerusalén. Y, cuando los habitantes de esta ciudad vieron al viejo inmune, le preguntaron: ¿Quién te curó? Y el viejo dijo: Me curó, por una simple palabra, un hijo de médico, que encontré en mi camino. Ellos dijeron: ¿Quién es ese médico? El viejo confesó: No lo sé. Y ellos fueron en su busca, y no lo encontraron, porque Jesús había huido de aquel lugar, y vuelto a Nazareth. Y el viejo publicó por doquiera el milagro que en él se había cumplido.
Sobre el juicio que Jesús pronunció entre dos soldados
XXVIII 1. Y sucedió, a los quince días, que Jesús pensó en mostrarse un poco a los hombres. Y, como fuese por un camino, encontró a dos soldados que, durante su marcha, disputaban con gran violencia, y que querían tomar uno de otro sanguinolenta venganza. Y, cuando Jesús los divisé desde lejos, se dirigió hacia ellos y les preguntó: ¿Por qué, soldados, estáis tan llenos de furia, y en plan de mataros el uno al otro? Pero ellos tenían el corazón tan henchido de cólera y de rabia, que no le respondieron. Y, como llegasen a cierto paraje, ante un pozo, se sentaron cerca del agua, y se amenazaban entre sí, con injurias. Y Jesús, que se había sentado también junto a ambos, prestaba oído a la verbal contienda. Y uno de los dos, el que era más joven, reflexioné, y se dijo: Él es mayor, yo menor, y conviene que me someta. ¡Desventurado de mí! Pero ¿por qué ponerle furioso, contrariándole? Me rendiré mal de mi grado, al suyo.
2. Y, como después el soldado mirase a su alrededor, vio a Jesús sentado tranquilamente, y le preguntó: ¿De dónde vienes, niño? ¿Adónde vas? ¿Cuál es tu nombre? Y Jesús respondió: Si te lo digo, no me comprenderías. El soldado interrogó: ¿Viven tu padre y tu madre? Y Jesús respondió: Mi Padre vive, y es inmortal. El soldado replicó: ¿Cómo inmortal? Jesús repuso: Es inmortal desde el principio. Vive, y la muerte no tiene imperio sobre él. El soldado insistió: ¿Quién es el que vive siempre, y sobre quien la muerte no tiene imperio, puesto que afirmas que a tu padre le está asegurada la inmortalidad? Dijo Jesús: No podrías conocerlo, ni aun alcanzar de él la menor idea. Entonces el soldado le preguntó, diciendo: ¿Quién puede verlo? Y, respondiendo él, dijo: Nadie. E interrogó el soldado: ¿Dónde está tu padre? Y él contestó: En el cielo, por encima de tierra. El soldado inquirió: Y tú ¿cómo puedes ir a su lado? Jesús repuso: Yo he estado siempre con él, y hoy todavía con él estoy. El soldado indicó, confuso: No comprendo lo que dices. Y Jesús aprobó: Ello es, en efecto, incomprensible e inexpresable. El soldado añadió: ¿Quién, pues, puede comprenderlo? Jesús dijo: Si me lo pides, te lo explicaré. Y el soldado encareció: Te ruego que así lo hagas.
3. Y Jesús expuso: Estoy sin padre en la tierra, y sin madre en el cielo. El soldado objetó: ¿Cómo has nacido, y cómo te has alimentado? Jesús dijo: Mi primera generación procede del Padre antes de los siglos, y mi segunda generación tuvo lugar sobre este suelo. Mas el soldado prosiguió objetando: ¿Cómo? ¿Se vio nunca que quien nació de su padre, renazca de su madre? Jesús advirtió: No lo entiendes como es debido. Y el soldado replicó: ¿Cuántos padres y cuántas madres tienes? Contrarreplicó Jesús: ¿No te lo dije ya? Yo tengo un Padre único, y, con él, allá arriba, nací sin madre. Yo tengo una madre única, y, con ella, aquí abajo, nací sin padre. El soldado opuso: Primero dices que has nacido de tu padre, sin haber tenido madre, y después dices que has nacido de tu madre, sin haber tenido padre. Jesús concedió: Así es. El soldado exclamó: ¡Prodigiosa manera de nacer y de existir! ¿De quién eres hijo, pues? Jesús afirmó: Soy hijo único del Padre, vástago carnal surgido de mi madre, y heredero de todas las cosas. Y el soldado argumentó todavía: Tu padre, ¿no ha conocido a tu madre? ¿Cómo entonces tu madre te ha concebido en su vientre, y te ha traído al mundo? Dijo Jesús: Por efecto de una simple palabra de mi Padre, sin sospecha de una aproximación a él por parte suya, y sin la idea siquiera de esta aproximación. Rearguyó el soldado: ¿Cómo puedes conciliar las voluntades de tu padre y de tu madre, y complacer los deseos del uno y de la otra? Respondió Jesús: Estoy con mi Padre en el cielo, y permanezco con él por toda la eternidad, y habito con mi madre en la tierra.
4. El soldado exclamó: ¡Sorprendente es lo que dices! Y Jesús repuso: ¿Y por qué me planteas la cuestión sobre la que me interrogas, y que no puedes comprender? Mas el soldado dijo: Si te he interrogado, ha sido con objeto de inducirte a que te pongas a nuestro servicio. Además, he reconocido que eres vástago de una ilustre familia real. Dios te glorifique en todo lugar y en todo tiempo, y te haga obtener la herencia de tu padre.
5. Y Jesús le contestó, diciendo: Bendito seas de Dios. Pero informadme sobre el motivo de vuestra querella. Y el soldado dijo: Yo te explicaré todo el asunto, y tú pronunciarés entre nosotros una justa sentencia. Jesús dijo: Sí. Contadme el caso. Y el soldado expuso: Somos del país de los magos y de una casa real. Hemos seguido a los reyes que llegaron a Bethlehem con numerosas tropas y con ricos presentes en honor del recién nacido rey de los israelitas. Cuando los reyes volvieron a Persia, nosotros fuimos a la ciudad de Jerusalén, y, por amor de Dios, nos convertimos en compañeros y como en hermanos el uno del otro. E hicimos un pacto de alianza, comprometiéndonos por juramento a no separarnos hasta morir, y repartirnos, en amistad perfecta y con equidad mutua, todos los provechos que Dios nos enviase.
6. Y, como nos alistásemos en la guardia del palacio de un gran jefe del reino, mi poderoso príncipe me envió con un mensaje a un país lejano, donde permanecí largo tiempo. Se me recibió allí con benevolencia y con honra, como la etiqueta de las cortes reales prescribe hacer, concediendo a los portadores de mensajes las deferencias que les son debidas. Por la gracia de Dios, volví satisfecho y, de todo lo que gané, nada oculté a mi amigo y estoy pronto a repartirlo con él. Mi camarada partió también con una tropa de caballeros y regresó a su casa, después de haber obtenido un rico botín. Yo le pido que reparta conmigo el haber que ha traído de su expedición y él se niega a ello y, en cambio, me reclama ásperamente la deuda que de mí le corresponde. Y, ahora, ¿qué me ordenas que haga?
7. Y Jesús dijo: Si queréis escucharme, y obrar con rectitud, no os engañáis mutuamente, y no olvidáis vuestros compromisos, antes bien, haced lo que habéis prometido cumplir con toda solemnidad. Repartid vuestras ganancias equitativamente, conforme al uso de la regla humana y a lo que habéis jurado sobre la ley divina. No mintáis en presencia de Dios y no os frustréis el uno al otro injustamente, si queréis vivir en amistad recíproca.
8. Empero el otro compañero, el que tenía más edad, manifestó: Niño, el juzgar en verdadero derecho, no te concierne en modo alguno. Yo estuve en el campo de muerte, corrí mil peligros y a duras penas pude tornar a mi hogar. Él, rodeado de un aparato principesco, visitó los palacios de los reyes y volvió con presentes numerosos. Es, pues, justo que me dé una parte de lo suyo y que yo no le dé nada de lo mío.
9. Mas Jesús replicó: No sabes lo que dices, soldado. Si, a la ida o a la vuelta, hubiera él sufrido de los enemigos todo género de vejaciones, ¿qué parte le hubieras dado tú? Y añadió: Si quieres repartir lo tuyo con él en plan de amistad, descubre claramente tu pensamiento. Y, pronunciadas estas palabras, Jesús se calló.
10. Entonces, el soldado de menos edad se incorporó, se puso de hinojos ante su colega, y le dijo: Perdona, hermano, que te haya contrariado gravemente, y haz ahora lo que gustes. Yo repartiré, pero no viviré más contigo en relación de comunidad. Tú has adquirido importancia, y te has convertido en el asesor de los reyes. Yo soy pobre, me veo sin recursos, y tomará lo que buenamente quieras darme. Entonces Jesús, mirándolo, lo amó, y se llenó de piedad, al ver su mansedumbre. Porque el mayor era violento, por ser hijo de pobre, y el menor era humilde, por ser vástago de casa grande.
11. Y Jesús dijo al último: Según lo que me referiste al principio, fuisteis a Bethlehem, en la comitiva de los magos. ¿Visteis con vuestros propios ojos a aquel rey recién nacido, que había venido al mundo? El soldado más joven repuso: Sí, lo vi, y lo adoré. Jesús preguntó: ¿Y qué pensaste de él? ¿Qué fe tienes en él? El soldado respondió: Es el Verbo encarnado, enviado por Dios. Y, conducidos por una estrella, fuimos a visitarlo, y lo encontramos nacido de lá Virgen y acostado en la caverna. Jesús apuntó: He oído decir que vive todavía. El soldado confesó: No lo sé. Pero he oído decir que lo mataron por orden de Herodes, después de haber sido éste engañado por los magos. Algunos afirman que, por causa suya, Herodes hizo perecer a los niños de Bethlehem. Otros pretenden que su padre y su madre huyeron con él a Egipto. Jesús comentó: Estás en lo cierto, pero repito que he oído decir que vive todavía. Ahora que no falta quien asegure que no era lo que se creía, sino un impostor y un seductor. El soldado rectificó: No propagues sobre él difamaciones que no podrías probar, porque todos los que lo han
visto, aseguran que es el rey de Israel. Mas Jesús opuso: ¿Por qué entonces el pueblo de Israel no ha creído en él?
12. Y los soldados dijeron: Lo ignoramos. Y Jesús interrogó: ¿Cómo os llamáis? Y un soldado contesté: Mi nombre es Khortar. Y el otro: Mi nombre es Gotar. Jesús añadió: ¿A qué dios servís? Los soldados repusieron: Cuando vinimos a este país, estábamos seducidos por los falsos dioses del nuestro, y practicábamos el culto del sol. Y Jesús expuso: Volviendo a vuestro pleito, ¿cómo pensáis resolverlo? Y los soldados replicaron: Haz lo que te sugiera tu buen juicio, pues nos has aparecido hoy como un juez entre ambos. En efecto: desde que nos has visto, cesó nuestra indignación precedente, y la gracia de Dios descendió sobre nosotros. Y, mientras con nosotros has departido, nuestros corazones se han llenado de un vivo júbilo.
13. Y Jesús hizo entre los dos un reparto equitativo, y los soldados se conformaron con su decisión. Y él los bendijo, y ellos prosiguieron su camino en paz.
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco


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