Manuel Hernández González*
EL PRIMER MARQUÉS DEL TORO
(1675-1742): LA
FORJA DE UNA FORTUNA
EL PRIMER MARQUÉS DEL TORO (1675-1742): LA FORJA
DE UNA FORTUNA EN
LA VENEZUELA
COLONIAL
THE FIRST MARQUÉS DEL TORO (1675-1742): THE FORGING OF A FORTUNE IN COLONIAL VENEZUELA
Profesor Titular de Historia de América. Departamento de
Historia. Universidad de La
Laguna. Campus de
Guajara, s/n. 38071. La
Laguna. Tenerife. España. Teléfono: +34 922 31 78 06;
correo electrónico: mvhdez@ull.es
Anuario de Estudios
Atlánticos núm. 58, pp.
105-132
ISSN 0570-4065, Las Palmas
de Gran Canaria.
Resumen: Este artículo estudia el
papel desarrollado por un inmigrante
canario en la sociedad venezolana de la primera mitad
del siglo XVIII. Bernardo Rodríguez del Toro, natural de Teror (Gran Canaria) llegó a convertirse en poseedor de
una de las mayores fortunas de la
Venezuela colonial. Comerciante y hacendado, adquirió
el título de Marqués del Toro. En
este trabajo se estudian sus
vías de enriqueci- miento y sus estrategias familiares y sociales.
Palabras clave: Historia de la emigración canaria a Venezuela, Historia social de
Venezuela colonial, Historia de
la elite colonial venezolana.
Abstracts: This article examines the role played by an immigrant Canary islander in
the Venezuelan society of the first half
of the eighteenth century. Bernardo Rodríguez
del Toro, born in Teror (Gran Canaria) went on to
amass one of the
largest fortunes in colonial Venezuela .
A merchant and landowner, he acquired
the title of Marqués del Toro. In
this paper, we study how he
and his family became enriched and the
social strategies he used.
Key words: History of Canary emigration to Venezuela ,
Social history of colonial Venezuela ,
the colonial history of the
Venezuelan elite.
1. UN EMIGRANTE CANARIO EN LA
VENEZUELA DEL TRÁNSITO DE
LOS SIGLOS XVII AL
XVIII
Bernardo Rodríguez del Toro había emigrado a Venezuela en los
últimos años del siglo XVII.
Había nacido en el seno de una familia intermedia de Teror en
la isla de Gran Canaria el 18 de mayo de 1675. Su
padre Blas Rodríguez del Río
había ejercido como capitán en
las milicias locales. Contrajo
nupcias con Catalina del Toro Heredia, hija de
otro capitán de milicias. En el expediente de caballero de la orden de
Calatrava de su hijo José se asienta, según declaración de José
Ortega, castellano del castillo de
Santa Catalina y vecino de
Arucas, que era hidalgo su linaje por sentarse en
uno de los bancos de
la capilla mayor de la parroquia
de Nuestra Señora del Pino junto con otras familias del
mismo relieve, enterrarse en
ella y llevar las del
palio del Santísimo, que era lo que
en ese pueblo diferenciaba a los de su clase «del estado llano». Asimismo su madre, Catalina del Toro, había sido camarera de
la Virgen del Pino. Blas
González Marrero, natural y vecino de Arucas, precisó que Blas
Rodríguez del Río en
un pleito criminal en la Audiencia
subió a los estrados de la Audiencia y se sentó
en ellos, acto que
sólo efectúan los litigantes que eran hidalgos. En el citado
expediente José introdujo un testimonio
ya tardío de 1752
en el que
se hacía constar que Fernando del
Castillo y Juan Bautista de
Franchy, caballeros de las órdenes de
Calatrava y Alcántara, habían visitado la iglesia y pudieron apreciar una loza de
cantería sobre «un sepulcro
situado en medio de la
capilla mayor y en dicha
loza gravada un escudo de
armas con varios cuarteles»,
del que dijeron varios eclesiásticos
que correspondía a las
casas del Marqués del Toro,
blasones que pudieron contemplar también
en la puerta principal de la casa
que el citado poseía en el lugar. Sin
embargo, el testamento de su madre, Catalina del Toro, especificó ser enterrada «en
la sepultura que tiene en
la capilla mayor del arco adentro». En consonancia con su riqueza solo se le hace oficio de cuerpo presente y 25 misas rezadas a lo largo del año. Su
madre Antonia de Heredia, viuda
ya de
su padre Sebastián del Toro, había fallecido en Teror el 1 de
septiembre de 1687 a los
75 años de edad. Según reza
en su
defunción «no testó por no tener bienes». Fue enterrada en
sepultura de la Iglesia de 8 reales de
precio1. Todos estos testimonios permiten situar con más exactitud a los Rodríguez del Toro dentro de una capa de pequeños propietarios locales que aspiraban a
distinguirse con cierta
precariedad de sus paisanos, labradores como ellos.
Sus padres tuvieron una larga descendencia
de once hijos, de los que llegaron a la edad adulta varias mujeres, dos varones que
contrajeron nupcias y un clérigo,
Domingo, que sería párroco de su pueblo
natal. Tres de sus hermanas contrajeron
nupcias con miembros de esa depauperada elite local, Antonia con Francisco Leal del
Castillo; Isabel, que se desposó
dos veces, primero con Francisco Navarro del Río y
más tarde con Bartolomé de Miranda;
María con Juan de Ojeda Molina, dispensada en segundo grado de consanguinidad; Francisca
con Alonso de Ulloa. Salvador se casaría
en Arucas con María Suárez Marrero y Juan Sebastián en Teror con
Juana Agustina Quintana del
Río. La hija de
éstos últimos Estefanía, se
avecindaría en La
Habana. Desposada en
primeras nupcias con su paisano y pariente Fran- cisco del Toro Pulido, contrajo segundo matrimonio
en La Habana ,
en la
parroquia del Espíritu Santo
con el icodense Francisco Rodríguez 2.
La explicación del porqué de
la emigración a Venezuela de Bernardo Rodríguez del Toro en
los años finales del siglo
XVII tiene que ver con la expansión a
la que se
asiste en la región central de ese
país, la llamada Capitanía General
de Caracas, durante los reinados de Carlos II y Felipe V y el papel relevante
que desempeñaron en ese
proceso los emigrantes canarios.
En torno a 1680 la
economía de la provincia, tras un período de recesión, comienza a manifestarse
vigorosa. En los años centrales del siglo
se había atravesado una crítica coyuntura en la que la alhorra había destruido más de la mitad de
los árboles en la costa, donde se concentraba la producción de
cacao. Un terremoto en 1647
destruye la propiedad urbana. El precio del cacao no
deja de descender en Nueva España, su principal mercado. Se asiste entre 1650 y 1670
a una crisis de suministros,
agravada por la represión inquisitorial sobre los portugueses que controlaban su tráfico, acusados de judaísmo. Los
hacendados se ven abocados a la
venta directa de sus producciones
en México. Mercaderes y traficantes
de esclavos como el canario Juan Almeida se convierten en
infrecuentes desde 16503.
En los
ochenta se comienza a salir de la
crisis con un ímpetu hasta entonces desconocido. En 1684
se contaba en la región con 434.850 árboles de cacao en 167
haciendas, 18 propiedades dedicadas al
trigo, 26 ingenios y 28 hatos. Más
del 10 % de los cacaoteros eran de nueva planta en una región virgen a poca distancia de Caracas, los
Valles del Tuy.
Comienza una época que llegará
hasta 1740 definida por la
disponibilidad de tierra
irrigable para cacao y esclavos. En
1720 había ya más de
dos millones de árboles. En 1744
había subido a cinco, estando localizados más de la mitad en
el Tuy. Mientras que las
principales familias de la elite
se consolidan, los inmigrantes que
arriban de forma significativa desde mediados de la década de los
setenta podían aspirar a integrarse dentro de
ella con la riqueza que les proporcionaba el comercio, las plantaciones y la disponibilidad de mano de obra esclava. Antes
de 1700, una parte de ellos comenzaron a
cultivar cacao en los valles más remotos de la provincia, no sólo
en el Tuy, sino también en la costa de Aragua y en el Yaracuy. Una frontera interior que varias décadas después se desplazará hacia
Barlovento. De forma paralela, prospera el tabaco en Aragua. En
el Valle y los altos de
Caracas centenares de familias
se dedican a cultivos de
autoconsumo y la ganadería. En
Guarenas o Guatire introducen
ingenios o se emplean como sus mayordomos o arrendatarios. Una expansión que
acontece de forma paralela a
profundos cambios en el pro- ceso de
colonización interna de los Llanos caraqueños. El éxito de la fundación de la villa
de San Carlos Cojedes en 1678, en
la que participaron, supuso
un claro avance en la
ocupación del área con la
fundación de 17 misiones entre 1679-1700. Se llega ría por
el sur hacia Calabozo y por el
norte hacia el Estado
Portuguesa.
En esta atmósfera tiene lugar la decisión de
la Corona en 1691 de dar
punto final a la encomienda y acabar de
facto con más de 150 años de
historia de Venezuela. Una determinación que sorpresivamente levantó poca resistencia.
Tenía ya poca importancia en una economía como la del cacao fundamentada en el trabajo
de mano de obra esclava. Los valles de
la costa caraqueña que hasta finales del siglo
XVII habían monopolizado la
producción cacaotera estaban al
límite de su capacidad productiva. A principios del XVIII
la región del Tuy los
superaba ampliamente. Suelo
fértil, abundante lluvia y fácil
irrigación proporcionaban entre 25
y 30 fanegas de cacao por
cada mil árboles, mientras que
en la costa sólo eran 10.
En 1720 el 60 % de la producción estaba albergado
en las
nuevas haciendas y en 1744 eran
ya las 3/4 partes del total de la provincia. Tan prolongado boom originó profundas consecuencias
en la sociedad caraqueña. Atrajo la
codicia de los comerciantes vascos
que constituirían la Compañía Guipuzcoana a partir de
1728, llevó a numerosos isleños a
cruzar el Atlántico con ansias y
expectativas de acceder a un
estatus nobiliario y acentuó la
trata esclavista en un nivel
relativamente inusitado4.
La emigración y el comercio entre Venezuela y
Canarias se había desarrollado desde el mismo siglo XVI. Los
isleños ya participaron en
la conquista de Cumaná y fueron contratados por el Gobernador
Spira en Coro en la
época de la concesión a los Welser. En esa
centuria se esparcieron en alguna
medida por los Andes y en el XVII
continuaron haciéndolo en
porcentajes pe- queños en Coro,
Valencia y otras áreas. Algunas de
las familias de la elite
caraqueña o cumanesa tienen esa
procedencia como los Ponte,
los Blanco, los Ascanio, los
Herrera o los Bethencourt. En el mismo sentido, los vínculos mercantiles no se perdieron. Canarias se convirtió en
el área de intermediación del
tabaco de Barinas hacia el extranjero. Sin embargo, hasta en- tonces tales relaciones
eran en buena medida esporádicas y no se
materializaron en una corriente
migratoria y mercantil constante. Es
justamente a partir de estas circunstancias cuando comienza a
generalizarse.
En 1675
salió desde Las Palmas el
Virgen de Gracia y Santa Engracia del capitán Pedro Urdánegui. En él se
trasladaron familias que tomaron parte en la
fundación de San Carlos 5. Cinco
años más tarde es cuando realmente comienza una etapa de intercambios más
constantes. En el libro de matrimonios de la Catedral caraqueña se puede apreciar esa relativa progresión. Entre 1670-1689 eran
el 36,8
% de los
contrayentes blancos inmigrantes (50
frente a un total de 136),
que contrasta con los exiguos 5,7 y 13,2
de los períodos 1630-1649 y 1650-16696.
En 1680
se embarcó en el Puerto de la
Cruz para La
Guaira El Rosario y Santo Domingo de Laureano de
Torres Gala. Eran sus dueños
dos miembros de la
oligarquía canaria, Lucas Anzola
y Bartolomé Benítez de Las Cuevas. Al año siguiente El Pilar y las
Ánimas, del vecino de Santiago de
Cuba Francisco Martínez. Invierten en
él dos comerciantes laguneros
Lázaro de Heredia y Simón Herrera Leiva.
En 1682
hace escala en La Guaira , entre otros
destinos, el Santiago Nuestra Señora del Rosario y San
Diego de Francisco García Galán, que transporta familias a Cumaná. De
todas las naos es particularmente relevante el San José y Ángel
de la Guardia
de Juan Ramos Montesdeoca, del que
son dueños los garachiquenses Fernando del Hoyo Solórzano,
Señor del Valle de Santiago y Jerónimo Ferraz Caraveo. Había
salido de Garachico con destino a La Guaira , La Habana , Cartagena de Indias
y Campeche. Dio comienzo a unas
estrechas relaciones entre Garachico y la Provincia de Venezuela, que
originan una constante emigración de
familias del no- roeste de Tenerife, que
llega a su punto culminante en esta etapa.
En este navío, el Señor del Valle
de Santiago, interesado en
consolidar su prestigio nobiliario,
transportará más de 400 personas. La
Corona le había concedido el señorío el 3 de julio de
1683. En este servicio gastó 20.000 pesos, agradeciéndoselo
el Gobernador.
El tránsito de los
siglos XVII al XVIII con
toda su complejidad, viene
definido por un fenómeno común a todas las regiones que
conforman la actual Venezuela: la irrupción masiva de la migración
isleña y su decisiva contribución a la
expansión y consolidación de su
sociedad y economía. Paralela a
ella una pléyade de gobernadores
y dirigentes de esa procedencia no sólo en
la provincia de Caracas, sino, también, en Maracaibo
y en Oriente. Una impronta
que se modificará radicalmente con la política mercantilista borbónica, que cristalizará en la Compa- ñía Guipuzcoana, creada en 1728, que
los marginará del ejercicio
del poder político en Venezuela.
Entre la década de los setenta
del siglo XVII y
1740, diferentes generaciones de
familias canarias emigrarán hacia Venezuela
atraídas por las posibilidades de futuro que
les abrían tanto su conversión en
cultivadores de autoconsumo en el Valle
de Caracas, hacendados cacaoteros en
el Yaracuy, Aragua, Valencia o Barlovento, como sus ansias de acceder a la propiedad de hatos
ganaderos en Los Llanos. Una
superposición de cadenas migratorias en
consonancia con sus expectativas. El tránsito entre los siglos
XVII y XVIII viene definido por la activa presencia de las elites canarias en la
provincia de Caracas, con su
punto culminante en las gobernaciones de Nicolás Eugenio de Ponte y
Hoyo en la conflictiva época de la Guerra de Sucesión española y de Marcos Bethencourt y
Castro entre 1716 y 1720. Una incorporación que se
puede apreciar en el protagonismo
alcanzado en el comercio y migración canario venezolanos por Juan Rico de Moya, Bartolomé de Ponte y Hoyo, Lorenzo Valcárcel y Lugo,
Matías Boza de Lima, Nicolás Massieu
Vandale, Nicolás Lesur, Roberto Rivas, José Costero o Amaro Rodríguez Felipe entre otros. Las clases dominantes canarias fueron conscientes
de las ventajas que les reportaba la floreciente expansión
venezolana y trataron de canalizar
en su
provecho el tráfico mercantil con
Veracruz y Curaçao. No es nuestro
propósito el estudio de tales
intercambios abordado por otros
autores7, pero sí reseñar su influencia
en el comercio ilegal, en el novohispano, e incluso en el
canarioenezolano, que vive unos momentos de expansión, como puso de manifiesto Arcila Farias. Un
auge mercantil al margen de las
relaciones con la Península que explica el interés de la Corona por reconducirlo con la
erección de la Compañía Guipuzcoana
en 1728.
Las Gobernaciones de Ponte y Hoyo y Bethencourt y Castro han
sido profundamente controvertidas
por su
conflictividad tanto desde la
perspectiva de la intensidad del comercio ilícito como sobre la escasa lealtad
a La Corona de
las elites isleñas en Venezuela. Un
fenómeno como la sospechosa actitud de significativos miembros de ella, empezando por
el propio Gobernador, ante la
recepción en Ocumare del enviado del
Archiduque de Austria en plena
Guerra de Sucesión 8, se repetirá a lo largo de este período, llegando a su punto culminante en la
Guerra de la
Oreja como veremos. No
era casual que se
vieran implicados Pedro de Garay
y Castro, capitán de armas y secretario
del Gobernador, acusado de haber tranzado con los
ingleses la venta de la plaza en
150.000 pesos; Miguel García del
Castillo, Castellano y
Sargento Mayor de la Guaira ; Bernardo de Matos, Teniente de Ocumare, que permitió el desembarco de los holandeses y
sus parientes Marcos Montañés, clérigo
acusado de in- troducir propaganda
austriaca y de facilitar la fuga de su
enviado y de Matías Viña.
Viña y Matos fueron condenados a la pena
capital, pero la sentencia nunca fue
ejecutada. Precisamente los hermanos silenses Bernardo y Diego Matos,
hacendados del Yaracuy, principal centro
del contrabando de cacao, estarán implicados tanto en la
conflictiva situación de la
Gobernación de
Bethencourt, como en la rebelión de
San Felipe de 1741 en plena Guerra de Sucesión Austriaca,
con la amenaza de la intervención británica
9.
El Gobernador Cañas diría al respecto en
1714 que «todos los más complicados en los delitos de ilícito comercio son naturales de
las Islas Canarias, casi la
mitad de los moradores de esta Provincia son asimismo de
dichas islas y con tal unión
y conformidad que unos a otros se
amparan y ocultan los delitos, y como todos los más viven en el
campo se facilita más bien así la ocultación
de los
delincuentes, como de los géneros que traen, y por esta razón no
se logra la total extinción de
tan pernicioso comercio, porque así
se dificultan los castigos que, logrados todos, se consigue la
enmienda y el mayor servicio de V.M.». Apostilla sobre Bethencourt: «siendo como es
natural de las Islas Canarias mi sucesor, emparentado aquí con nuevas alianzas por el casamiento de su cuñado y con
tanto número de paisanos habitadores lo tenga presente»10.
El Consejo de Indias tomó buena nota de las
recomendaciones del palmero Antonio José Álvarez de Abreu en
1715, Alcalde Visitador de la
Veeduría General de
Comercio entre Castilla e Indias y destacado teórico del regalismo y el mercantilismo, designado
por la Corona con
amplísimos poderes jurídicos, políticos y económicos para examinar la
tensa situación de la
Provincia. Convertido en
Gobernador de facto, envía
un memorial donde quedan retratadas
las relaciones entre los funcionarios peninsulares y la oligarquía criolla y los mecanismos para amparar el funcionamiento fiscal. En
1716 Bethencourt y Castro toma
posesión del cargo y a partir de ese
momento se generará un conflicto
permanente entre ambos. El Virrey
de Nueva Granada, Villalonga nombra a Álvarez
Gobernador interino. El cabildo
caraqueño se opone y no le permite tomar
posesión, pero reitera la orden y lo multa. Toma posesión por fin el
2 de mayo de 1721. Sus
ideas mercantilistas se
consideran el antecedente de la Compañía Guipuzcoana 11.
Con Bethencourt se pone fin a la
hegemonía isleña en los cargos públicos venezolanos y se inaugura una
etapa regida por las directrices de la elite mercantil
vasca, que colocará como
capitanes generales a algunos de
sus más influyentes representantes, como
Lardizábal o Zuloaga. Una identidad de
intereses con la Corona que se puede apreciar en sus
amplios privilegios y poderes12.
2. EL COMERCIO COMO MOTOR DE
LA RIQUEZA
En esa
coyuntura de expansión económica,
a fines del siglo XVII, arribó a La Guaira Bernardo
Rodríguez del Toro desde su Gran Canaria
natal. Frente a los tópicos
tradicionales que vinculan miméticamente
a los hacendados criollos con la
posesión de la tierra y su
concentración en una reducida
pléyade de familias en las
que el origen de
sus propiedades, su trayectoria vital y la
procedencia de su riqueza lo
contradice. El canario hace
añicos ese modelo. Él, que
fue uno de los
hacendados mantuanos más caracterizados y el fundador de uno de los
linajes más singulares de la oligarquía caraqueña, no constituyó su fortuna como consecuencia
directa de su gestión de
la tierra, sino a partir de sus
actividades mercantiles, que le
permitieron obtener capitales que pudo
invertir en haciendas, cultivos y
esclavos en una época en la que
los espacios prácticamente
vírgenes por roturar y destinar a la
explotación agrícola eran muy extensos y en la que
escaseaba precisamente disponer de
recur- sos monetarios para
invertir en su aprovechamiento.
Debemos de tener en
cuenta que el tópico tradicional
de la disociación entre la actividad
mercantil y propiedad agrícola no funciona en
América, como acaecía también en
la tierra natal de Bernardo
Rodríguez del Toro. Los comerciantes invertían en la propiedad
de la tierra en la misma medida que los
hacendados adquirían almacenes y
bodegas en los puertos y fletaban barcos para dar salida a
las producciones locales. La riqueza es
el motor que permite afianzar su preeminencia en la
sociedad. A partir de ella
procede a través de la política matrimonial y del ennoblecimiento a
cimentar y consolidar su preponderancia
en el tejido social caraqueño. El joven Bernardo Rodríguez del Toro es
un exacto prototipo del comerciante en una sociedad en expansión cacaotera como la venezolana
que es consciente de los beneficios que le
reporta un tráfico en auge como era
el de Nueva España y que le
permite adquirir pesos fuertes de
esa procedencia de los que
disponer para poner en
explotación un amplio elenco de
propiedades agrícolas, cuyo usufructo no
sería factible sin los
mismos.
Bernardo Rodríguez del Toro era
propietario en La
Guaira de
dos casas de tapias y rafias cubiertas de teja
contiguas, una de las cuales había derribada y fabricada desde
sus cimientos; otra casa junto a la
que se hallaba una bodega grande
que daba con la plaza del
lugar que también había sido construida a fines de 1738 y una casería en la calle del
cerro, en la que fabricó dos bodegas con casa de alto
encima. Junto a ellas, en un solar contiguo, otras dos. No solo
se dedicaba a la exportación de productos agrícolas, también importaba manufacturas.
En su
testamento refirió que se hallaba en
su bodega una porcioncilla de
medias de seda de capullo de
mala calidad, pertenecientes a su compadre Roberto Rivas, por lo
que no han tenido salida 13. El garachiquense
Roberto Rivas, hijo del regidor de
Caracas Marcos y nieto del gobernador de
Yucatán Roberto Rivas y abuelo de
José Félix Rivas, era capitán del
comercio canariomericano.
Una vez más la estrecha ligazón de los
negocios, el compadrazgo y el paisanaje.
Un isleño clave
en la sociedad venezolana de esos
años, el arriero y mercader Juan Martín de Alayón, originario de Icod de
los Vinos, vivía en otra vivienda de
tapias y rafias cubierta de tea de
su propiedad, por la que
le pagaba alquiler. El tinerfeño
de- sarrolló un activo papel en las
relaciones mercantiles de aquellos años, por
lo que, dentro de las
estrategias comerciales del Marqués del
Toro, era un elemento significativo de sus alianzas, en
las que los
lazos con los isleños y sus
descendientes juegan un papel
significativo14. No es tampoco casual al respecto que su escribano preferente, con el que
sellaba todas sus transacciones y
en el que depositó sus
apuntes testamentarios fuera Francisco Areste y Reyna, hijo de su
paisano el teldense Juan González de
Areste y Reyna, que emigró con su
mujer Isabel Suárez Gallardo y cuatro hijos y que contrajo nuevas nupcias en Caracas con
Margarita de Avalle y Alvarado15.
En Caracas Rodríguez del Toro era
dueño además de una tienda
próxima al convento de concepcionistas y de una casa contigua a la de su morada
principal16. Pero su papel esencial en la esfera mercantil era el de su
participación en tres navíos para
el tráfico más lucrativo por aquel
entonces, el de Nueva España. Era dueño de
una tercera parte en cada uno
de ellos. Compartía su
propiedad de dos, denominados
San Antonio y La Presa , con
Antonio Pacheco, su compadre
por entonces Conde de San Javier y el
capitán Francisco Antonio Pimentel, vecino de La Guaira. En el restante, que era
pingüe, el Santo Cristo de San
Román, participaban junto a él el citado
Conde y Gabriel Bernardo de Besamo. Al
momento de realizar sus apuntes testamentarios los dos
primeros estaban próximos a hacer
viaje a Veracruz, mientras que el otro efectuaría esa misma ruta a principios de 1740. El
San Antonio estaba capitaneado
por su
hijo Bernardo. Éste llevaría por
caudal lo que su padre le había ofrecido por cuenta de
sus legítimas, 200 fanegas de
cacao, por lo que expresa que
todo lo que aumentase de caudal en
dicho viaje y en los demás que
hiciese fuera beneficio propio suyo con
la que transportaba el cacao a
La Guaira. El origen de
su fortuna fue- ron sus actividades mercantiles ligadas a la Guipuzcoana. Llegó a contar con 200 mulas de
arría. Reconoce en su testamento que esta compañía le había suplido «cantidades
gruesas así en plata como en
efectos». Se fía totalmente de
su factor «por la gran fe y legalidad con que
procede» y pide a sus herederos
que su
alcance lo paguen «su gusto y
complacencia y tengan presente el gran favor que he
merecido a dicha Real Compañía, para que
le correspondan y sirvan con gran
lealtad». En esas negociaciones colaboró
activamente su yerno Gregorio Díaz por lo que
lo remunera generosamente. Son precisa- mente sus albaceas sus
yernos Gregorio Díaz, el vasco Bartolomé Galárraga y el factor de la Guipuzcoana , Matías de Orroz. A.G.N. Escribanías. Castrillo, 29 de
febrero y 8 de marzo de 1756.
Sus activos negocios mercantiles con Nueva España explican su contumaz oposición contra los procedimientos
monopolistas de la Compañía Guipuzcoana ,
erigida por la
Corona en 1728
con el objetivo de hacerse con el control del tráfico de la provin- cia de
Venezuela. Ésta, aprovechándose de
que el precio del cacao se hallaba en
franca caída en 1738, al descender a
11 pesos, propuso hacerse cargo de
toda la producción de la Capitanía para su conducción a Veracruz, pagándolo a razón
de 14 pesos la fanega. El cabildo de
Caracas en su reunión de octubre de ese año aceptó la proposición de los factores de la Compañía. Pero el
Marqués del Toro y su compadre el Conde de San Javier, que, como
hemos visto, estaban interesados en ese tráfico, al ser los principales cosecheros y
los propietarios de los navíos de ese mercado, protestaron ante tal resolución y llevaron su demanda
hasta la misma Corte. Los
directores de la empresa monopolista hicieron en 1740
una presentación al rey en
la que exponían que
los comerciantes y cosecheros tenían escasez de caudales por no
querer aventurar el transporte
de cacao a Veracruz en embarcaciones menores por el conflicto bélico existente por aquel entonces entre España e Inglaterra, la Guerra de la Oreja
o de la Sucesión Austriaca. Propuso
armar una fragata, la
Santa Ana ,
con 50 cañones para tomar carga para Veracruz. La
nave transportaría 8.000 fanegas de cacao y los vecinos podrían ocupar en ella
la mitad de su
bodega, quedándose la empresa con
la otra mitad. Proponía que el Cabildo debía acatar la real
orden sin discutirlo, pero el Consejo ordenó justamente lo contrario, lo
que no
deseaban los factores de la Compañía. El
Marqués del Toro, por sí y
por representación del Conde y de los
cosecheros y capitanes y dueños de
navíos protestó por tales
diligencias y se opuso a sus
pretensiones. Una real cédula
de 22 de
febrero de 1741 ordenaba que
no se hiciera «novedad en el modo y forma de traficar los
cacaos de esta provincia a la Nueva España. El
Cabildo, reunido el 20 de mayo, acordó llamar a los cosecheros a una junta general. Reunida el 24 de
ese mes, el Marqués del Toro sostuvo en ella
que no había
escasez de cacao en Veracruz y
que se hallaban varias naves preparadas
para zarpar con ese destino. Se adhirieron a su pro- posición su paisano y consuegro Juan Primo Ascanio de la Guerra , Miguel de
Aristiquieta, catorce viudas que dieron
su parecer por escrito y veinte
individuos más. El plan había sido abortado.
Sin embargo, al faltar a la
reunión varios de los principales cosecheros, se requirió que
un escribano pasase a sus residencias
y les tomase por escrito sus opiniones. Fue vista como una maniobra de los
capitulares adictos a la
Compañía. 28 de ellos aceptaron la proposición de la
compañía. Parecía que con ello la
mayoría estaba de acuerdo
con el viaje de la
Santa Ana , por
lo que el gobernador autorizó la salida.
El factor principal de la Compañía , Nicolás de Aizpurúa, en carta remitida al gobernador,
atribuyó la resistencia a la influencia
del Marqués del Toro por
ser éste el principal propietario de navíos del tráfico novohispano y «por complacerle y
por benevolencia como hombre que en
esta ciudad se tiene por poderoso
y necesario, le siguieron otros de dichos cosecheros, manifestando la misma oposición; y también, sin embargo, de
que de dicho viaje de la referida fragata Santa Ana no
puede ser no tan solo
de utilidad alguna a la
Compañía , sino antes bien de quebranto por
los muchos costos». Pero eran inexactas sus apreciaciones, porque, consultados 85 de ellos
sobre las cantidades de cacao
que estaban dispuestos a embarcar, solo tres respondieron afirmativamente con cargas por
un total de 240
fanegas. Los restantes alegaron no
poseerlo, afirmando alguno de
ellos que, aunque lo tuvieran,
no lo embarcarían en las
naves de la empresa
monopolista17. Debemos además de
tener en cuenta que en los años de la conflagración se vivió una considerable expansión del cacao remitido a Europa a través de Curaçao, una etapa de tolerancia que se dio
por finalizada tras la
declaración de paz en 1748, lo que explicaría y estaría en la raíz de la rebelión de Juan
Francisco de León
de 1749.
Hasta su muerte en
1742 el Marqués del Toro, junto con su compadre el Conde de
San Javier, Juan Jacinto Pacheco y Mijares y un primo de
este último, Francisco de Ponte y Mijares, se convirtieron en activos opositores a la Compañía. Marcharon
a la Corte ,
donde residieron por varios años.
Mostraron al Consejo de Indias el daño causado al comercio y la
agricultura del cacao por la Compañía y
los gobernadores vascos que actuaban
como sus aliados, al establecer la
alternativa que obligaba a dar prioridad
de carga al primer barco que llegase, aunque no la
encontrase y al repartimiento por
padrón. Criticaron el sistema de
cuotas iniciado en 1734 por el
gobernador Martín de Lardizábal, en el que
alegaba que era un
esfuerzo para evitar conflictos, mientras que mantenía la
alternativa. Planteaba que
de las 60.00 fanegas de cacao producidas por la Provincia ,
10 eran para consumo interno, 20.000
para Nueva España y 30.000 para la
Península. Cuando la
cuota para un destino había finalizado, la restante producción debía ir
para el otro mercado. El Marqués y
sus aliados subrayaron que ese
sistema era ilegal y que les privaba de
traficar libremente con Nueva
España. La
Guipuzcoana hizo cuanto estuvo en su
mano para des- acreditar al Marqués del
Toro y al Conde de San Javier. En
1739 un abogado a su servicio expuso que eran los
únicos que se le oponían al ser los principales comerciantes por sí mismos o por medio de sus
agentes en Veracruz. Aludía que ellos
dominaban el mercado por muchos años y que la
habían denunciado por ningún otro motivo que su
deseo a retornar a la condición
anterior en la que
no tenían competidores18.
Pero no solo
envió cacao a Nueva España, también efectuó remisiones a España en navíos de
la Guipuzcoana
y a Canarias en los registros del
comercio de ese Archipiélago 19.
3. SU CONSOLIDACIÓN COMO HACENDADO DEL CACAO
Sus negocios y los capitales en ellos
acumulados la permitieron adquirir tierras ya puestas en
explotación y roturar otras nuevas en
una provincia como la Capitanía General de Venezuela en
las primeras décadas del siglo
XVIII en la
que sobraban espacios
prácticamente vírgenes para dedicarlos en
sus costas a ese próspero y expansivo cultivo que era el
cacao y que lo que faltaba eran caudales para plantar los
árboles y adquirir, bien de forma legal
a la Compañía
británica o bien a través del contrabando
holandés, esclavos que fueran empleados
en esas
haciendas como mano de obra. Su
control del tráfico con Veracruz le permitía exportar con los
menores costes posibles sus
producciones y, al mismo tiempo, destinar a tan rentable mercado las
ganancias obtenidas, cuya plata podía seguir como aliciente, junto con el cacao, para la adquisición de esclavos por
las dos vías apuntadas, porque la compañía hasta la supresión de
la trata de esclavos en 1739
podía venderlos a cambio de cacao. Olavarriaga en su
instrucción sobre el estado de
esa provincia en los
años 1720 y 1721 dejó
reseñado que poseía en el valle
de Nirgua 300 fanegas y 30.000
cacaotales. Distaba dos leguas de
la playa y en él
tenían mucho comercio los holandeses
«por acercarse siempre más de la
isla de
Curaçao». En los Valles
del Tuy, próximos a Caracas, era
dueño de 542 y
media con
21.70020. Se trataba de
las haciendas de Santa Rosa, en la que
poseía una casa de tapias y rafias y los esclavos de su beneficio; San José,
de arboledas de cacao y San
Roque con casas de habitación de
tejas y rafias. Entre Santa Rosa y San
Roque era dueño de unas
vegas de
cacao denominadas La Cruz , con
dos esclavos de su beneficio, que las
tenía arrendadas a su mayor- domo en la de San
Roque Francisco del Corro
por 250
pesos anuales por ajuste y
convenio firmado con él por el que
se compensaba su salario con tal
cantidad. Había adquirido también en
esos valles por compra a Francisco Domingo Galindo. En la cabeza de
ella para su resguardo había comprado también una fanegada
de tierra. En el valle de Araire, por muerte de sus
suegros, había quedado un
trapiche con todos sus pertrechos, tierras y esclavos de su beneficio, con una posesión de tierras contiguas a él
en el sitio de Araguita. Pertenecía en 1679
al capitán Antonio Gámez de La Cerda ,
quien para ese año tenía sembra-
dos en
ese valle 4.000 árboles de cacao frutales y 500 horquetados, además de 11 esclavos para su beneficio. Al fallecer pasó a manos de
su viuda, la grancanaria Catalina Esquier de la
Guerra , quien la poseyó hasta 1695, año en que
vendió esas tierras y valle a Íñigo de
Isturiz, esposo de su sobrina doña María Esquier de la
Guerra , suegros del
Marqués quien inició la plantación de
caña de azúcar. De ella un
tercio por herencia materna les correspondía a sus hijos, quedando los dos restantes para los hermanos de su mujer, Carlos y Martín de Isturiz. Era
acreedor a ese
ingenio de 4.567 pesos y 7 reales
y medio que había suplido a éste último que
actuaba como su administrador y
que había empleado para el suministro de
su casa y 207 pesos y 7 reales y medio a Nicolás Álvarez,
que le debía de su
salario de mayordomo. Carlos le había traspasado a él su tercera parte
por las deudas de 27.019 pesos y 3
reales y medio que había contraído con
él. Asimismo en la herencia
de Capaya, que había pertenecido a sus
suegros, le correspondía también la
parte correspondiente a este
último por traspaso desde
principios de agosto de 1736 y lo mismo un
sitio en la
Cabeza del
Tirpe y una casa en el barrio
del Rosario21.
Era también propietario de unas tierras en la Quebrada
de Guarenas, que iban desde la boca
del río
de Caucagua hasta la Quebrada Seca , cerca
de la
localidad de Guarenas, que habían sido
de Martín Román de Moscoso y que
le vendieron sus herederos
por composición. También le
correspondían el sitio de los Mariches en
los altos de tales Quebradas, legalizado por el juez compositor y procedente de dicha herencia. En él mantenía diferentes arrendatarios que le abonaban su renta anual, bajo la administración de uno de
ellos, Amador Fernández. Tales bienes
los había comprado al apoderado de tales herederos, el licencia- do Esteban Fernández Monacho en 40.000 pesos, de los
que quedaron 8.000 por litigio pendiente en el
Consejo de Indias. Aunque lo había comprado con cargo de
pagar 2.360 pesos de principal perteneciente a una capellanía, lo tenía
ya redimido.
Dos eran las
vías con las
que Bernardo Rodríguez del Toro se
iba haciendo con nuevas propiedades hasta consolidarse como
uno de los mayores terratenientes de Venezuela. La
primera era su compra a hacendados mantuanos. En 1737
Beatriz de Monasterios reconoce
que sus
hermanos Pedro Nicolás, Francisco Alejandro, Francisca y Mariana habían
vendido en Capaya 32 fanegadas al Marqués del
Toro por valor de 35 pesos cada
una22. La otra era la
roturación de áreas vírgenes,
interés en el que
prosiguió su hijo sobre las
fértiles tierras barloventeñas de
El Guapo. Frente a una real orden de
18 de enero de 1752
que prohibía la enajenación
de las
que se encontraban en las orillas del
río de ese
nombre, en un memorial solicitaba su enajenación por ser
de gran calidad para el
desarrollo de nuevas labores de
cacao. Alegaba los méritos
de sus
mayores y sus donativos y préstamos a
la Real
Hacienda , de
los cuales se le debían 120.000 reales desde 1743, que ofrecía ceder por la compra de
El Guapo. El compadre de
su padre, el Conde de
San Javier, lógicamente acompañó un
informe testifical ampliamente
favorable a tal enajenación. Era
una muestra más de la pugna por el
control de la tierra de
los grandes hacendados frente a
los pequeños cultivadores, entre
los que
se encontraba el hijo de Juan
Francisco de León, retornado del
destierro, quien se aprestó para reunir un grupo de
pobladores que obtuvieron permiso
del gobernador Agüero para fundar y
poblar en dicho valle23.
También era propietario de un hato de ganado mayor y sitio en Sabana Larga, que había adquirido en 1740. Pertenecían a él 575 reses y becerros y 63 yeguas, 48
caballos, 4 mulas, 12 potros, 109 vacas de
vientre, 93 machos y un burro24. De
esa forma había acumulado a su fallecimiento en
1742 una herencia de consideración. Como
evidencia de su poder social y económico en su
inventario se expuso que era propietario de 360
esclavos. Su hijo Francisco, segundo marqués y heredero de
su mayorazgo, era
propietario en 1744 de
110.000 cacaotales. Según Brito Figueroa en 1744-1746 la familia Rodríguez del Toro era
dueña de 17 haciendas de cacao de 4.550 fanegadas con 202.100 árboles de
cacao y de 3 hatos con 2 leguas y media de extensión25.
4. SUS ESTRATEGIAS
FAMILIARES Y SOCIALES. LA
ADQUISICIÓN DEL
TÍTULO DE CASTILLA
Además del compadrazgo con el Conde de
San Javier, Antonio Pacheco y
Tovar y con Roberto Rivas, claves
en sus
conexiones sociales, su matrimonio e hijos supieron abrir a Bernardo Rodríguez del Toro nuevas conexiones y relaciones de poder en la sociedad caraqueña. Contrajo
nupcias el 30 de mayo de 1712 a los
37 años de edad con Paula de
Isturiz y Esquier de la Guerra , hija del
Tesorero Real, Regidor del
Cabildo caraqueño y Procurador
General Íñigo Isturiz y Azpeitia, originario de Añorbe (Navarra) y de la
caraqueña de ascendencia
grancanaria María Ana Esquier de la Guerra y Santiago. Ésta
última era hija del regidor del
Cabildo de Las Palmas Simón
Esquier de la Guerra ,
perteneciente a una familia de la
burguesía mercantil de procedencia flamenca. Tal parentesco le
permitió introducirse en la
esfera de la elite mantuana, estrechando sus vínculos con linajes que controlaban la hacienda pública venezolana y
las relaciones mercantiles,
enlazamientos claves para una persona que
aspira a hegemonizar su tráfico y convertirse en hacendado.
Su mujer, que falleció en
1725, había aportado al matrimonio
en dote y herencia 18.144 pesos y
3 reales y medio. Las relaciones
con los hermanos de su cónyuge fueron muy estrechas, hasta el punto que
los denomina sus hermanos. Uno
de ellos, Carlos de Isturiz, le
era deudor de 27.019 pesos y 3 reales
y medio, por lo que le hizo traspaso de todo lo que
le correspondía por herencia de
sus padres. En el caso de
no favorecerle la fortuna y
ser mayores sus deudas, expresa a sus herederos que no se le
apure ni judicial ni extrajudicialmente por haber sido «siempre mi ánimo favorecerle»26.
Once fueron los hijos de
ese matrimonio. De ellos
tres murieron niños y otros tres solteros y sin descendencia. Tal era la
confianza depositada en el Conde de
San Javier que lo dejó como tutor de sus
hijos menores Antonio y María Teresa. Esta última sería la única
que contrajo nupcias, ya que las
otras dos murieron jóvenes o en
la más tierna edad. Lo haría precisamente con su hijo
Antonio José Pacheco y Mijares Solórzano. Fueron padres del III
Conde de San Javier, José Antonio
Pacheco y Rodríguez del Toro, coronel
del regimiento de milicias de
Caracas, alcalde ordinario y
caballero de la orden de Carlos III27. Le dejó por
legado una papelera grande del
norte con aderezo de oro o diamantes, la ropa de su
uso, la arca grande, unas pulseras
de perlas con broches de
diamantes y otras de perlas con
cruz de oro, esmeraldas y dos rosas de
perlas, tres esclavas, una docena de
taburetillos de estrado.
Las donaciones que pormenorizadamente detalla legar a sus hijos
son expresión palpable de su opulencia y
de su afán de boato, distinción y
preeminencia social. En su inventario deja constancia de poseer 24
cuadros, 63 láminas, dos biombos dorados
de cabritilla y dos de pintura, un
sitial y un dosel de damasco valorado en 500
pesos, dos retratos del Rey,
armas blancas y de fuego, un
clarín de plata, platería
abundante marcada con «Toro» y «San
Javier», un reloj de oro
de repetición y otro de sol de bronce,
una venera de la
Inquisición guarnecida de esmeraldas, un bastón con el puño de
plata y una silla de manos28.
Desarrolló una política
matrimonial característica de esa
elite, que consistía en
casar a sus hijas con miembros significativos de la
oligarquía local. La estrategia familiar
con sus
cuatro hijos varones que llegaron
a la mayoría de edad es un claro exponente de la concepción de su
grupo social, que combinaba la
esfera de los negocios con
la burocracia y la propiedad territorial, en clara oposición a los tópicos tradicionales que suponen a este sector social revestido solo como meros hacendados, desligados del ámbito mercantil. Para su primogénito, Francisco, además de la herencia
sin gravamen de su título nobiliario, dispuso en sus
últimas voluntades erigir para él un
mayorazgo en el que se incluían las
casas principales de su morada y su
hacienda de San Bernardo29.
Francisco contrajo nupcias el 16 de diciembre
de 1736
con María Teresa de Ascanio y Sarmiento, hija del
hacendado canario Juan Primo de
Ascanio y Lercaro, maestre de
campo y justicia mayor de La Guaira. Originario
de La Laguna
marchó a Caracas, donde se desposó en
1723 con su prima Margarita de Herrera, con
la que tuvo 8 hijos. Tenía dos
haciendas de cacao, una en Urama y otra
en Borburata y tierras en Tipetiripe en
el Valle de Caracas. Su padre, al contraer dichas nupcias con Margarita de
Herrera, le dio 3.800 pesos a
cuenta de su legítima, del que 1.300
fueron en 100 fanegas de cacao remitidas a Veracruz en el navío de
Pedro Arrieta. Le donó también
un espadín de oro
de su uso y
el reloj de campana que poseía en su
cuarto30. Francisco fue alcalde
ordinario de Caracas y caballero del orden de
Santiago.
Bernardo Rodríguez del Toro no
era un hombre de
una vasta cultura, ni con una sólida formación, pero sí tenía una idea
muy clara de cual era el horizonte vital que
iba a dejarles a sus hijos.
En su
inventario su biblioteca era de
solo siete libros, siendo todos
ellos de temática religiosa; dos breviarios, un librito
con los tres oficios del año del
rezo menor, las sinodales del
obispado, dos libros de la
vida de Gregorio López por el Padre Francisco Losa y otro de la
vida de fray
Juan Taulero31. Sin embargo, era
consciente de las ventajas
que reportaba la formación universitaria
para sus hijos. Por ello
envió a los mayores, Francisco y
José, a estudiar a la Universidad
de Salamanca, si bien el primero lo hubo
de dejar por problemas de salud. En ese significativo centro docente donde se
formaba junto con Alcalá lo más granado
de la elite rectora del
aparato de Estado y de la
Iglesia , José llegó a
ser profesor y rector entre el 18 de noviembre
de 1735 y el 9 de
noviembre de 1736. Había
sido elegido en votación claustral
por 6 votos a su
favor, frente a los 8 de
su contrincante32. En sus últimas disposiciones su padre refirió que «está
continuando en cátedras y otros actos literarios hasta el
grado mayor, seguir sus pretensiones
por el grado que más bien vire
y todo sea costeado a mis
expensas por la obligación de padre, no se le
cargue por cuenta de la legítima cosa alguna, y si sucediese el
suplemento para ascenso de mi hijo José a algún empleo particular beneficio
solo esté en
la cantidad que constare se
le cargara para que lo colacione en
la partición que se hiciese de
mis bienes y se le adjudique en su
hijuela»33.
José fue inicialmente bachiller en cánones y leyes por la Universidad de
Sigüenza, graduándose en ese centro en
cánones y leyes el 8 de marzo de
1732. Se agregó e incorporó en esas dos disciplinas en Salamanca el 23 de noviembre de
173434. El 7 de mayo de 1741compró
por 15.000 pesos una plaza de oidor
en la Audiencia de México. Se
convirtió de esa forma en
el primer venezolano que desempeñó el cargo de oidor. La
ejerció a partir de 1743 y la
ocupó por el resto de su
vida hasta su fallecimiento el 19 de junio de
1773. En 1752 fue
revestido del hábito de caballero de
la orden de Calatrava. Contrajo nupcias en Tlaxcala el 27
de mayo de 1745
con Ana María de
Uribe, nativa de esa ciudad e hija
del magistrado originario de Jerez de
la Frontera ,
Joaquín de Uribe Castrejón, que, al ser
nacida del distrito de su
audiencia tuvo que obtener una
licencia para proceder a ello, que
alcanzó en 1744. Uribe había
estudiado también en Salamanca, donde
fue miembro del Colegio Mayor del Arzobispo. Nombrado también oidor de la
audiencia de México, se convirtió
en uno de los
mayores terratenientes de la región de Huejotzingo. Entre los hijos
del matrimonio Rodríguez del Toro Uribe, Josefa Mariana se desposó con
el tesorero de ese tribunal
novohispano, Domingo Ignacio de
Lardizábal, natural de Guipúzcoa, y María Josefa con Pedro Pineda, corregidor de Oaxaca, por lo que
se vio obligado de nuevo a
solicitar licencia en 177035.
Rodríguez del Toro destinaría a sus hijos Bernardo y Antonio a
la carrera mercantil, lo que es bien demostrativo de su concepción de hacendado-comerciante,
característica de su grupo social. Legó
a cada uno de ellos dos mil
árboles de cacao con dos esclavos
y un reloj de plata. Bernardo se estableció con esa finalidad en Veracruz, donde falleció. Era capitán de la fragata Nuestra Señora del Rosario.
Contrajo dos nupcias, la
primera con Teresa Melao y Palao,
con la que tuvo dos
hijos, y la segunda con María Ruiz de Florencia, originaria de San
Agustín de La Florida ,
con la que procreó otros siete. Por su
parte, Antonio se asentaría en La Habana , donde se desposó
con María de la Candelaria Carriazo
y Jaime, con la que
tuvo tres descendientes36. Su
esposa era hija del
lagunero Juan Antonio Carriazo, avecindado en la
capital cubana.
Su punto culminante dentro del proceso de ennoblecimiento fue la obtención del título de
Marqués del Toro por real despacho
de 26 de septiembre de 1732. En
una época en la que, como la
primera mitad del siglo XVIII,
el dinero se convertía en la vía
esencial para la adquisición de títulos
y cargos, como pudimos apreciar en
su hijo José con
la adquisición por 15.000 ducados
de su
empleo como oidor de la Audiencia
de México, la nobleza
titulada no era la
excepción. La vía del
beneficio del título nobiliario
era la empleada por la Monarquía para que determinados individuos accedieran a la
máxima expresión del poder y la
preeminencia social. Suponía en realidad
la concesión a solicitud de parte,
en el caso del Marqués del
monasterio de Nuestra Señora
de Monserrat de Madrid, que
recibió para su edificación
de Rodríguez del Toro 22.000 ducados, de su
título nobiliario. Era verdaderamente una venta simulada bajo la fórmula
de cesión o renuncia del título que
había sido cedido por el Monarca a
ese convento a cambio de
esa cantidad. El Rey concedía a esa institución para su construcción uno o varios títulos para que procediese a subastarlos entre las personas interesadas en adquirirlos. Ese fue ni
más ni menos el procedimiento abordado
por Rodríguez del Toro37.
Además de los 22.000 ducados
Bernardo Rodríguez del Toro sufragó
562.000 maravedíes de vellón por su media anata. Ocho años más tarde depositó
188.582 reales y 33 maravedíes para
que la
concesión del título fuera perpetua,
certificación que le fue otorgada el 3 de septiembre de
17403 8.
5. SU PROYECTO ULTRATERRENO. SUS CAPELLANÍAS EN CANARIAS
Y VENEZUELA
Bernardo Rodríguez del Toro falleció en Caracas el
23 de agosto de 1742. En
sus últimas voluntades invirtió
en misas y sufragios religiosos a tono
con su
posición social. Dispuso que su
sepultura se efectuase en la
capilla mayor de la iglesia del convento de Nuestra Señora de la Merced de Caracas, para la que había dejado cien pesos de limosna para
que fuera iluminada con
seis velas por
espacio de un año, a cuya finalización se cantaría una misa
con su
vigilia y responso. Como era
abruma- doramente mayoritario en
la sociedad caraqueña quiso
ser sepultado con el hábito de
la orden franciscana, de la
que era
tercero y en sus andas. Doscientas misas se darían en
su nombre en cada uno de
los tres conventos caraqueños y
otras mil a cargo de
sacerdotes seculares39, para un
patronato de misas de ánimas
todos los lunes del año en el convento mercedario había destinado
un censo de 3.000 pesos, que procedía de
una parte de lo recaudado al
tacorontero Juan Bello por la
venta de una pequeña hacienda
de cacao en el
valle de Uriere y tierras de Guare. Había erigido
también en Venezuela una capellanía y
patronato de cinco mil pesos de
principal40. Como muestra de su
identidad como isleño en la sociedad caraqueña, de la que
siempre hizo gala, donó 200 pesos a
la fábrica de la
parroquia de la
Candelaria , la
antigua ermita de los canarios que
había sido erigida en curato desde 1730 y donde sus
paisanos tributaban desde su fundación
las fiestas de su
patrona 41.
Le pertenecía también el patronato y capellanía de 5.000 pesos de principal erigida por Felipe Rodríguez de Santiago por su testamento del año 1723, por
la que le sufragaban el rédito de 1.500 pesos los herederos de
su paisano Sebastián López de
Castro, el de 1.500 el
capitán originario del Tanque
Mateo González en Guarenas y el de 2.000 el lagunero Diego Domínguez Rojas42.
Se propuso también en unión del
Marqués de Mijares y de su comadre la
Condesa de San
Javier la fundación de un
colegio jesuita en Caracas. Se
había obligado a dar 500 pesos a
la Compañía
de Jesús para ello. También había entregado 3.000 y 2.000,
respectivamente, donados para esta finalidad por los hermanos Pedro Domingo y Francisco
de Ponte43. Sin embargo, su erección se efectuaría una década después de su
fallecimiento.
En su isla
y pueblo natal quiso estar presente y mostrar a sus paisanos su abolengo espiritual, por lo
que instituyó en Teror una capellanía. Por escritura otorgada ante Areste y Reyna el 23
de abril de 1739
instituyó una colativa perpetua con
la obligación de una misa rezada todos los domingos y días de precepto en
el altar mayor de su parroquia.
Debía decirse a las diez de la mañana, aunque terminó por efectuarse al
alba según lo dispuesto por su
fundador en carta fechada en Caracas el 4 de junio
de 1739. Para su dotación señaló
3.000 pesos de a ocho rea- les de plata, que
era el valor líquido de una partida de cacao remitida en el navío de
la permisión de Canarias, cuyo
capitán era Juan González Travieso,
que había sido enviada por
su compadre Roberto Rivas a
sus apoderados en las
Islas para ser impuesta con la
mayor seguridad, comprando tierras y aguas libres de tributo. En
caso de no existirlas, se impondrían en censos sobre fincas seguras.
Con ese
capital fueron adquiridas en 1740 unas 29 fanegas de tierra con
árboles, agua para riego, estanques, cercas, cuevas y casa de alto y
bajo en El Rapador, junto a la Montaña
de Doramas, aunque por otra venta posteior se aumenta hasta las 31
fanegas. Una vez verificada la
anterior fundación, el marqués
envió cierta cantidad para otra, que
quedó reducida a 683 pesos corrientes y que se
agregaría finalmente a la anterior44. Instituyó como primer capellán a
su sobrino Domingo Leal del Castillo. Éste había estudiado cinco años
cánones en la
Universidad de
Caracas y, como su primo José,
se había graduado de bachiller en
esa disciplina y en Leyes
en la de
Sigüenza en 1734, y agregado
e incorporado en ambas y en la
de Salamanca en 173845. Pero, al hallarse éste ausente «en los
Reinos de España», donde ejercía
como profesor en los
estudios mayores de Salamanca y
su Universidad y donde más tarde llegaría a desempeñar el
empleo de contador en Madrid, fue
otro de sus primos, Francisco Navarro del Castillo,
quién la ocupó. Leal, cuyos
hermanos fueron también canónigos de la
Catedral de Las Palmas, estaba colado en una capellanía erigida en Caracas por
María de Elgeta, cuyo
principal era de 2.000 pesos y su rédito anual de 100. Precisamente un hermano del anterior, Cristóbal Leal del
Castillo, vecino de La Habana y casado en ese
puerto, le era deudor de
2.200 pesos por una obligación
consignada en Caracas, que había pagado por él y que
estaba obligado a satisfacer con
cargo a sus legítimas paterna y
materna a su hermana
Antonia Rodríguez del Toro46. La
devoción por la Virgen del Pino fue
una característica común a toda la familia. Domingo Rodríguez del Toro, párroco de su
feligresía, puso todo su empeño
en dotarle una lámpara de plata. Entre
1734 y 1739 trabajó incansablemente por ello. Recibió de su primo Domingo Leal del
Castillo 500 pesos y tres libras
de plata. Tras ser autorizado desbaratar la vieja lámpara, se pudo concluir con un
costo de 4.000 pesos, supliendo
el resto la cofradía 47.
Precisamente la voluntad de
Bernardo fue siempre dejar en
buena posición económica a sus hermanos.
La parte que le correspondía de la
herencia de sus padres, como uno de sus
diez hijos que fueron sus herederos, por haber muerto sin testar otros cinco, la habían disfrutado algunas de sus
hermanas. Incluso dispuso que si
le correspondía algo de la
de su hermano Domingo, cura párroco de Teror, pasase su disfrute a las anteriores. Había sido apoderado de
Gregorio López Travieso, un paisano suyo que falleció en
los Valles de
Barquisimeto, al que había adquirido sus
legítimas en Gran Canaria. Había
comprado también tierras con agua de
riego del heredamiento de Firgas
en donde dicen Buen Lugar, que habían sido
del capitán Pedro López Travieso,
que se
habían adjudicado al anterior en
la hijuela de partición, comprándoselas
él a sus herederos en la Provincia de
Venezuela. Esas propiedades fueron disfrutadas por sus
hermanos. Al fallecer dispuso que
pasasen a manos de su hermana
soltera Estefanía por los días de
su vida, y a su muerte, a su hija
María, para que las disfrutasen sus hijos y he- rederos con la
obligación de decir una misa
rezada perpetuamente por su alma y la
de sus padres el día
de San José en su altar, si lo hubiere, en el santuario de la
Virgen del Pino, y si
no en su
altar mayor. El Marqués fue desde siempre devoto del padre carnal de Cristo. A la su ermita terorense de San José del Álamo había donado dos vinajeras con
una campanilla y un platillo, todo de
plata «hechura de Indias» 48.
Notas:
1 Archivo Histórico
Nacional de Madrid (A.H.N.) Órdenes
Militares. Calatrava. Exped. 2237
de concesión de la
orden militar de Calatrava
de José Rodríguez del Toro.
2 LLORENS
CASANI, ANTUÑA LLORENS, S.
y ANTUÑA LLORENS, A. (1988);
TORO RAMÍREZ (1979).
3 FERRY (1989), pp. 59-60.
4 FERRY (1989), pp. 66-136
5 Fue
financiado por comerciantes de
Las Palmas como el flamenco Francisco Mustelier o el
genovés Gotardo Calimano o
de Puebla de los Án-
geles como Jerónimo de Loreto. Archivo Histórico Provincial de Las
Palmas de Gran Canaria (A.H.P.L.P). Leg. 1.143, 21
de octubre de 1764, 29
de octu- bre de 1764. Archivo Histórico Provincial de
Tenerife (A.H.P.T.). Leg. 1.092,
12 de febrero
de 1675.
6
MACÍAS
HERNÁNDEZ (1992), p. 75.
7 ARCILA FARIAS (1956), ARAUZ MONFANTE (1970) y HUSSEY (1982). Más recientemente, AZPURÚA
(1993).
8 Véase al respecto,
BORGES (1960 y 1963 a).
9 Sobre Diego Matos,
véase un amplio estudio de su papel en
BRICEÑO
PEROZO (1981).
10 Archivo General de
Indias (A.G.I.), S.D., Leg.
724, 4 de febrero de 1714.
11 BORGES (1963 b).
12 Una visión general de ese
proceso en HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ (2008).
13 Archivo General de la Nación de Venezuela (A.G.N.). Escribanías. Fran- cisco Areste y
Reyna. Año 1742. Testamentaria de
Bernardo Rodríguez del Toro.
14 Juan Martín de Alayón contrajo primeras nupcias en
Canarias con Águeda Jerónima
Especiel, con la que
tuvo 6 hijos, de los que tres
sobrepasaron la pubertad. En ese
matrimonio y un año de viudez
adquirió unos 12.000 pesos, pues no
habían llevado a él
cosa alguna. Contrae segundas nupcias con la hija de isleños Francisca Paula García,
sin descendencia. Casa a su hija Bernarda Antonia con su
paisano Gregorio Díaz. Ambos
fueron fundadores de Panaquire, donde
contaban con una plantación de 25.000 árboles de cacao y 19
esclavos en 1742. Esa hacienda
del valle de
Ocoyta la incrementaron hasta los
62.000-63.000 árboles de cacao y
9 tablones de caña con su
trapiche y 17 esclavos, todos
ellos esposos e hijos. Poseía una lancha
15 ITURRIZA GUILLÉN (1967), pp. 755-766.
16 A.G.N.
Escribanías. Francisco Areste y Reyna. Año 1742. Testamenta- ria de
Bernardo Rodríguez del Toro.
17 ARCILA FARIAS (1975), pp.
257-262.
18 FERRY (1989), pp. 183-187.
19 A.G.N.
Ibídem.
20 OLAVARRIAGA
(1965), pp. 244-254.
21 A.G.N.
Escribanías. Francisco Areste y
Reyna. Año 1742. Testamenta- ria de
Bernardo Rodríguez del Toro.
22 CASTILLO LARA
(1981), p. 271.
23 CASTILLO LARA (1981), pp.
234-237 y HERNÁNDEZ GONZÁLEZ (2008), pp. 317-
24 A.G.N.,
Ibídem.
25 LANGUE
(2000), p. 55 y BRITO
FIGUEROA (1983), p. 161.
26 A.G.N.
Escribanías. Francisco Areste y
Reyna. Año 1742. Testamentaria de
Bernardo Rodríguez del Toro.
27 LLORENS CASANI,
ANTUÑA LLORENS, S. y ANTUÑA
LLORENS, A. (1988), tomo II,
p. 252.
28 A.G.N.
Escribanías. Francisco Areste y Reyna. Año 1742. Testamenta- ria de Bernardo
Rodríguez del Toro.
29 A.G.N.
Escribanías. Francisco Areste y Reyna. Año 1742. Testamenta- ria de
Bernardo Rodríguez del Toro.
30 A.G.N.
Escribanías. Francisco Areste y
Reyna. Año 1742. Testamentaria de
Bernardo Rodríguez del Toro.
31 Inventario
reproducido en LEAL (1978), tomo
II, p.
121.
32 Archivo de la Universidad
de Salamanca. Libros del claustro. A.U.Sa.,
203 y 204.
33 A.G.N.
Escribanías. Francisco Areste y Reyna. Año 1742. Testamenta- ria de
Bernardo Rodríguez del Toro.
34 A.U.Sa. Libro de testificación de cursos y grados de las
facultades de
Cánones y Leyes 1533-1734. 683, f. 35
v-36 r y 255 r-v.
35 BURKHOLDER y CHANDLER (1982), pp. 297 y
333-334; LLORENS CASANI, ANTUÑA LLORENS,
S. y ANTUÑA LLORENS, A. (1988), tomo II, pp.
250-251.
36 LLORENS CASANI,
ANTUÑA LLORENS, S. y ANTUÑA
LLORENS, A. (1988), tomo II,
pp. 232-233 y 277-278.
37 MARURI VILLANUEVA (2009), pp.
207-240.
38 QUINTERO (2009), pp. 28-30.
39 A.G.N. Escribanías. Francisco Areste y Reyna.
Año 1742. Testamenta- ria de
Bernardo Rodríguez del Toro.
40 A.G.N.,
Ibídem.
41 A.G.N.,
Ibídem.
42 A.G.N.,
Ibídem.
43 A.G.N., Ibídem.
44 SUÁREZ GRIMÓN (1985), tomo II,
pp. 536-538.
45 A.U.Sa. Libro de testificación de cursos y grados de las
facultades de
Cánones y Leyes 1533-1734. 683, f. 62
v-63 r y 256 r.
46 A.G.N.
Ibídem.
47 SÁNCHEZ RODRÍGUEZ (2008), p. 281.
48 SÁNCHEZ RODRÍGUEZ (2008), p. 398.
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