sábado, 18 de octubre de 2014

RETAZOS DE CULTURA GUANCHE



Según el Dr. D. Juan Bethencourt Alfonso en: Historia del Pueblo Guanche
Tomo II, Edición Anotada por Manuel A. Fariña González.

Es indudable que en la historiografía canaria existe un antes y un después de la publicación de la magna obra de D. Juan Bethencourt. La sociedad canaria tiene una deuda de gratitud contraída con el librero y editor D. Francisco Lemus, quien asumió el  riesgo empresarial y  económico de su publicación.



Recopilación de E. P. G. R.

CREENCIAS:

—Almas. Los guanches creían que algunas almas iban a penar, desde el Pico a Montaña de Roja. Creían en un Dios que nos gobernaba. Tenían santitos chicos de palo. Creían que el fuego era sagrado. Tenían sus curas, que vestían con un camisón hasta los pies. Había cuevas-iglesias en el barranco del Infierno (Adeje) (Arona).

Variantes de culto idolátrico tenemos ejemplos en Tenerife. Respecto a la primera, recuérdase aún el famoso «Drago Santo» en el valle de Chacacharte, al que los fieles rendían verdadera veneración y cuyo crédito estaba cimentado en las maravillosas curas de las postemas con los preparados de su sangre y en los éxitos alcanzados en la expulsión de xaxos arrimados, cuando bajo su divina sombra eran los enfermos sometidos a tratamiento

En ciertos días solemnes o con motivo de calamidades, congregábanse para implorarle piedad en las altas montañas, como en Imoque, Jama o la Santidad del reino de Adeje, Cerrogordo en La Guancha de Icod, o en las más elevadas cumbres, en Cuajara, Bexo, el Sombrerito, donde los sacerdotes en medio de ceremonias le ofrendaban sustancias alimenticias y le hacían aspersiones de leche y miel o chacerquen; otras reuníanse en el fondo de los barrancos para recibir hincados de rodillas los rayos que les enviaba desde el zenit, o bien por las noches le dedicaban luminarias coronando los montes con centenares de simbólicas hogueras.

Aunque es legendario tenían también petroglifos o fetiches de piedra, como los hubo en las islas del Hierro y de Canaria, concretándonos a los anáglifos consistían «en tabletas de barro cocido de un jeme a una cuarta de largas, una mano de anchas y como de un dedo de gruesas, presentando en una de sus caras el relieve de una grosera figura humana siempre de varón». En esta descripción están contestes todos los que han visto los referidos anáglifos en los distintos lugares de la isla y que son conocidos por el vulgo con el nombre de «Santitos de los guanches».

Eran venerados en sus respectivos templos o cuevas santuarias, en cuyo fondo los colocaban sobre una majano metidos en groseras hornacinas o nichos de piedra tosca, adornando el altar con flores y ramaje. La tradición conserva los nombres de algunos: Chayuga o séase el santito del templo de Chinguaro, que ocupó cierto tiempo la diosa Chaxiraxi según fray Alonso de Espinosa, que enramaban con laurel y retama florida; Saguañic, idolillo del oratorio de Igueste de Candelaria, y Sagate, de otro de Arafo, ambos ataviados con hojas de haya y de palmera.

Ofrecían estas cuevas templos un atrio más o menos grande dispuesto en semicírculo, formado por una pared de piedra seca de un metro de alta con un portillo a cada extremo. Metidos los fieles en este medio corral, añade la tradición, saltaban, bailaban y gritaban derramando como ofrendas al santito gá-nigos de leche y de manteca. Otras veces los sacerdotes llevando en conchas sal marina, sometida durante ciertas noches a la influencia de la diosa Luna, a medida que la iban arrojando a puñados a una hoguera encendida en mitad del atrio, en medio del chisporroteo de la sal invocaban la divinidad, tomaban extrañas actitudes y prorrumpían en terribles imprecaciones llenando de pavor supersticioso a los asistentes.

Dentro de la teogonia guanchinesca y limitándonos a la diosa Chaxiraxi, pues lo que de ella decimos con ligeras variantes es aplicable a las demás diosas, como las de Abona, Tajo y otras, entre las que figuraba una muy venerada en Maz(s)ca, su aparición en remotos siglos por las playas de Chimisay del reino de Güímar fue acompañada de portentosos milagros, según tradición recogida por fray Alonso de Espinosa. Rendíanle culto en su santuario de Achbinico, más tarde «Cueva de San Blas» en la playa de Candelaria.

Es tradicional que en dicho templo la tenían colocada sobre un majano entapizado con hermosas pieles de ganado cabrío y tanto este altar como las paredes del oratorio adornadas con ramaje de palmera, follado, viñático, ramos de siempreviva de risco, flores silvestres y alfombrado el pavimento con incienso, tomillo y otras plantas aromáticas; aprovechando los resaltes de las paredes de la gruta para pegar velitas de cera encendidas. Con frecuencia los sacerdotes celebraban funciones religiosas con numerosa asistencia de fieles, que hacían ofrendas de leche, manteca, frutos, bailaban, cantaban himnos y silbaban en medio de un ceremonial del que ya no hay memoria.

Ciertas noches y días congregábanse para hacer solemnes procesiones conduciendo la deidad precedida de la danza sagrada, ejecutada por los sacerdotes cancos en la forma en que aún la bailan en la festividad de la Virgen de Candelaria, de Abona, del Socorro, etc., marchando a lo largo de la playa al sonido de las chácaras, flautas y tambores, entre dos hileras a manera de cofradías con velitas de cera encendidas y a la luz de hachones de orijama y de leñablanca; yendo detrás las marimaguadas, o sacerdotisas de Arafo en comunidad, entonando de vez en cuando melodiosos cantos. Así recorrían la playa y retornaban al santuario, en medio de silbidos y ajijides, estruendosos de la muchedumbre.

—El infierno:

Echeyde o Cheyde o Chéyda, lleva aún este nombre una montañita al pie del Teide, mirando al N., al poniente de otra denominada Chisere. El infierno lo apellidaban Chimechi, apelativo que llevó la isla equivalente a «Isla del Infierno», o séase «Isla de Chimeche».

Cada reino tenía estos subterráneos imaginarios de llamas, por lo que existen varios lugares en Tenerife, donde la teología figuraba remataba el extremo opuesto de los antros que aún llevan los nombres del infierno: El Infiernillo o Barranquillo del Infierno, en la cumbre de Taganana; Barranco y Salto del Infierno, en el Borgoñón, Tegueste; Hoyo del Infierno, debajo del Clavel, en El Sauzal; Salto del Infierno, en los Riscos de Las Canales, cumbre de La Victoria; Cueva y Salto del Infierno, en Barranco Hondo; Barranco del Infierno, entre La Victoria y Santa Úrsula; Barranco del Infierno, más tarde de Llarena, en La Orotava; Barranco y Salto del Infierno, en El Puerto de La Cruz; Barranco del Infierno, entre Barranco de Ruiz y de La Furnia, entre Realejo Bajo y San Juan de La Rambla ; El Infierno o Purgatorio, en Los Tos-cales de Guaja, Igueste de Candelaria; y el Barranco del Infierno en Adeje. Es tradicional que en el reino de Abona se extendía desde el Teide a la montaña de Roja, a orillas del mar. Barranco del Infierno o de Mazas (¿Masca?), Teño. ¡Tal vez esta boca externa del mito la fundamentarían eligiendo lugares que ofrecieran recientes fenómenos de vulcanismo!




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