Según el Dr. D. Juan
Bethencourt Alfonso en: Historia del Pueblo Guanche
Tomo II, Edición
Anotada por Manuel A. Fariña González.
Es indudable que en
la historiografía canaria existe un antes y un después de la publicación de la
magna obra de D. Juan Bethencourt. La sociedad canaria tiene una deuda de
gratitud contraída con el librero y editor D. Francisco Lemus, quien asumió
el riesgo empresarial y económico de su publicación.
Recopilación de E. P.
G. R.
CREENCIAS:
—Almas. Los guanches creían que
algunas almas iban a penar, desde el Pico a Montaña de Roja. Creían en un Dios
que nos gobernaba. Tenían santitos chicos de palo. Creían que el fuego era
sagrado. Tenían sus curas, que vestían con un camisón hasta los pies. Había cuevas-iglesias
en el barranco del Infierno (Adeje) (Arona).
Variantes de culto idolátrico
tenemos ejemplos en Tenerife. Respecto a la primera, recuérdase aún el famoso
«Drago Santo» en el valle de Chacacharte, al que los fieles rendían verdadera
veneración y cuyo crédito estaba cimentado en las maravillosas curas de las
postemas con los preparados de su sangre y en los éxitos alcanzados en la
expulsión de xaxos arrimados, cuando bajo su divina sombra eran los enfermos
sometidos a tratamiento
En ciertos días solemnes o con
motivo de calamidades, congregábanse para implorarle piedad en las altas
montañas, como en Imoque, Jama o la
Santidad del reino de Adeje, Cerrogordo en La Guancha de Icod, o en las
más elevadas cumbres, en Cuajara, Bexo, el Sombrerito, donde los sacerdotes en
medio de ceremonias le ofrendaban sustancias alimenticias y le hacían
aspersiones de leche y miel o chacerquen; otras reuníanse en el fondo de los
barrancos para recibir hincados de rodillas los rayos que les enviaba desde el
zenit, o bien por las noches le dedicaban luminarias coronando los montes con
centenares de simbólicas hogueras.
Aunque es legendario tenían
también petroglifos o fetiches de piedra, como los hubo en las islas del Hierro
y de Canaria, concretándonos a los anáglifos consistían «en tabletas de barro
cocido de un jeme a una cuarta de largas, una mano de anchas y como de un dedo
de gruesas, presentando en una de sus caras el relieve de una grosera figura
humana siempre de varón». En esta descripción están contestes todos los que han
visto los referidos anáglifos en los distintos lugares de la isla y que son
conocidos por el vulgo con el nombre de «Santitos de los guanches».
Eran venerados en sus respectivos
templos o cuevas santuarias, en cuyo fondo los colocaban sobre una majano
metidos en groseras hornacinas o nichos de piedra tosca, adornando el altar con
flores y ramaje. La tradición conserva los nombres de algunos: Chayuga o séase
el santito del templo de Chinguaro, que ocupó cierto tiempo la diosa Chaxiraxi
según fray Alonso de Espinosa, que enramaban con laurel y retama florida;
Saguañic, idolillo del oratorio de Igueste de Candelaria, y Sagate, de otro de
Arafo, ambos ataviados con hojas de haya y de palmera.
Ofrecían estas cuevas templos un
atrio más o menos grande dispuesto en semicírculo, formado por una pared de
piedra seca de un metro de alta con un portillo a cada extremo. Metidos los
fieles en este medio corral, añade la tradición, saltaban, bailaban y gritaban
derramando como ofrendas al santito gá-nigos de leche y de manteca. Otras veces
los sacerdotes llevando en conchas sal marina, sometida durante ciertas noches
a la influencia de la diosa Luna, a medida que la iban arrojando a puñados a
una hoguera encendida en mitad del atrio, en medio del chisporroteo de la sal
invocaban la divinidad, tomaban extrañas actitudes y prorrumpían en terribles
imprecaciones llenando de pavor supersticioso a los asistentes.
Dentro de la teogonia
guanchinesca y limitándonos a la diosa Chaxiraxi, pues lo que de ella decimos con
ligeras variantes es aplicable a las demás diosas, como las de Abona, Tajo y
otras, entre las que figuraba una muy venerada en Maz(s)ca, su aparición en
remotos siglos por las playas de Chimisay del reino de Güímar fue acompañada de
portentosos milagros, según tradición recogida por fray Alonso de Espinosa.
Rendíanle culto en su santuario de Achbinico, más tarde «Cueva de San Blas» en
la playa de Candelaria.
Es tradicional que en dicho
templo la tenían colocada sobre un majano entapizado con hermosas pieles de
ganado cabrío y tanto este altar como las paredes del oratorio adornadas con
ramaje de palmera, follado, viñático, ramos de siempreviva de risco, flores
silvestres y alfombrado el pavimento con incienso, tomillo y otras plantas
aromáticas; aprovechando los resaltes de las paredes de la gruta para pegar
velitas de cera encendidas. Con frecuencia los sacerdotes celebraban funciones
religiosas con numerosa asistencia de fieles, que hacían ofrendas de leche,
manteca, frutos, bailaban, cantaban himnos y silbaban en medio de un ceremonial
del que ya no hay memoria.
Ciertas noches y días
congregábanse para hacer solemnes procesiones conduciendo la deidad precedida
de la danza sagrada, ejecutada por los sacerdotes cancos en la forma en que aún
la bailan en la festividad de la
Virgen de Candelaria, de Abona, del Socorro, etc., marchando
a lo largo de la playa al sonido de las chácaras, flautas y tambores, entre dos
hileras a manera de cofradías con velitas de cera encendidas y a la luz de
hachones de orijama y de leñablanca; yendo detrás las marimaguadas, o
sacerdotisas de Arafo en comunidad, entonando de vez en cuando melodiosos
cantos. Así recorrían la playa y retornaban al santuario, en medio de silbidos
y ajijides, estruendosos de la muchedumbre.
—El infierno:
Echeyde o Cheyde o Chéyda, lleva
aún este nombre una montañita al pie del Teide, mirando al N., al poniente de
otra denominada Chisere. El infierno lo apellidaban Chimechi, apelativo que
llevó la isla equivalente a «Isla del Infierno», o séase «Isla de Chimeche».
Cada reino tenía estos
subterráneos imaginarios de llamas, por lo que existen varios lugares en
Tenerife, donde la teología figuraba remataba el extremo opuesto de los antros
que aún llevan los nombres del infierno: El Infiernillo o Barranquillo del
Infierno, en la cumbre de Taganana; Barranco y Salto del Infierno, en el
Borgoñón, Tegueste; Hoyo del Infierno, debajo del Clavel, en El Sauzal; Salto
del Infierno, en los Riscos de Las Canales, cumbre de La Victoria ; Cueva y Salto
del Infierno, en Barranco Hondo; Barranco del Infierno, entre La Victoria y Santa Úrsula;
Barranco del Infierno, más tarde de Llarena, en La Orotava ; Barranco y Salto
del Infierno, en El Puerto de La
Cruz ; Barranco del Infierno, entre Barranco de Ruiz y de La Furnia , entre Realejo Bajo
y San Juan de La Rambla
; El Infierno o Purgatorio, en Los Tos-cales de Guaja, Igueste de Candelaria; y
el Barranco del Infierno en Adeje. Es tradicional que en el reino de Abona se
extendía desde el Teide a la montaña de Roja, a orillas del mar. Barranco del
Infierno o de Mazas (¿Masca?), Teño. ¡Tal vez esta boca externa del mito la
fundamentarían eligiendo lugares que ofrecieran recientes fenómenos de
vulcanismo!
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