viernes, 17 de octubre de 2014

MUJERES AFRICANAS SINGULARES-XXIV

 


 

MARGARITA HERNÁNDEZ Y LOS CARVAJAL DE GRAN CANARIA

Faneque Hernández Bautista

Profesor de Historia e Inspector Educativo

Con agradecimiento al trabajo de don MIGUEL RODRÍGUEZ DÍAZ DE QUINTANA sobre la biografía y descendencia de este personaje.


En honor a su padre, don Hernando de Guadarteme, la última reina de Canaria, conocida por tal motivo con el título, que no nombre, de guayarmina, fue bautizada, después de la capitulación de Ansite y de la inmolación de su esposo Bentejuí, con el nombre de Margarita Hernández o Fernández, como indistintamente se escribía en la época. Se dice que la ceremonia fue oficiada por el canónigo Fernando Álvarez, quien muchos años después sería uno de los declarantes a su favor en la llamada información guadartémica, en la que también tomó parte, curiosamente, su probable padrino el conquistador Gonzalo de Aguilar.

Algún tiempo después de recibir las aguas bautismales, Margarita sería desposada en segundas nupcias, esta vez cristianas, con el hidalgo extremeño Miguel de Trejo y Carvajal del que algunos estudios dicen que fue conquistador  y otros que poblador. Nosotros, en ese dilema, disentimos de la opinión de Miguel Santiago que plantea que dicho personaje vino a Gran Canaria como soldado de fortuna en la expedición de Miguel de Mújica. Recordemos sin embargo que en dicha armada, que llega a las Isletas en 24 de octubre de 1482, tan solo seis meses antes de la capitulación final, venían tanto hombres de pelea, ballesteros y espingarderos, como los primeros pobladores castellanos de la isla.

La declaración de su quinto nieto, el regidor perpetuo de Gran Canaria Blas de Carvajal, en su probanza de hidalguía, de que su ascendiente don Miguel de Trejo había sido “conquistador de armas y a caballo” en la conquista de esta isla no nos parece creíble , por no estar contrastada dicha circunstancia en ninguna de las crónicas u otras fuentes primarias relacionadas con la conquista y por tratarse de una opinión interesada que se expresa más de un siglo después de concluida la guerra que supuso la incorporación de Gran Canaria a la Corona de Castilla.

Del retrato que, de Margarita Hernández, nos hace Manuel Lobo en su obra, Las Princesas de Canarias (Ed. Anroart, 2012), disentimos con respeto en algunos puntos. Consideramos en primer lugar que, en 1483, este personaje había pasado a ser la reina de la isla. Tras el rapto de su madre, la joven princesa Semidán fue nombrada guayarmina regente de Canaria, una vez casada con el príncipe Bentejuí, en espera de la edad núbil de su prima Masequera, la legítima heredera de un trono insular al que se accede por sucesión matrilineal. Es por ello que la muchacha va a ser conocida como Guayarmina, que significa reina (literalmente: almendra bella) en la antigua lengua, porque fue efectivamente la última reina de la isla.

En segundo lugar, disentimos en cuanto a su edad. Pensamos que su nacimiento tuvo lugar a fines de la década de los 60 y no de los 70, pues ya estaba en edad núbil en 1483 cuando debió desposarse con el príncipe teldense. A pesar de que sus rasgos eran bien distintos, cronistas e historiadores la confunden, sin embargo, con demasiada frecuencia con su prima Masequera, una princesa nativa que sin duda debía ser más pequeña que ella pues, siendo como era la legítima heredera del trono, aún no había podido acceder al mismo. Recordemos, no obstante, que, en Ajódar, Faya Tasarte se la promete en matrimonio a Tenesor para conseguir que abandone el bando castellano y se convierta con ello en “Señor de toda la tierra” (recogido así, literalmente, en la Información guadartémica).

Fue, en nuestra opinión, el de Guayarmina y Bentejuí, un casamiento forzado por las circunstancias, a pesar de que la desposada era tan solo una muchacha. Estas circunstancias se relacionan con la pérdida de la legitimidad para gobernar de su padre, Tenesor Semidán, tras el rapto de su esposa Abenchara, quien, como guayarmina, otorgaba la legitimidad de su reinado; y, más tarde, con la desaparición del propio Tenesor tras su “captación diplomática” (Joaquín Blanco dixit) por los emisarios del fuerte de Agaete, situación que obligaba a nombrar con urgencia a una nueva reina regente y, por ende, a un nuevo guadarteme consorte.

Por cierto, creemos que debiera revisarse la escritura de dicho título real pues en todas las citas en documentos originales del siglo XV que hemos podido consultar el término aparece escrito con d y no con n. Guadarteme o guadnarteme, en nuestra diletante opinión, el título otorgado a los reyes canarios, significaría literalmente en la antigua lengua “río grande”, en referencia a la corriente de agua más importante de la isla, la que hizo de divisoria entre Gáldar y Telde cuando se produjo la secesión entre ambos reinos y que se corresponde en la actualidad con el barranco de Tenoya.

En tercer lugar tenemos fundadas dudas acerca de la fecha del matrimonio de Margarita Hernández con el extremeño Miguel de Trejo y Carvajal. Miguel Santiago y Rodríguez en su excepcional artículo Los viajes de don Fernando Guanarteme a la Península concluye que Margarita debió haberse casado hacia 1484-85 por el hecho de que dio a luz en Córdoba a su hija María Carvajal cuando acudió en compañía de su padre a la corte castellana allá por el año 1486. Ya hemos señalado en el artículo anterior el motivo por el cual Margarita a pesar de su avanzado estado de gestación, y su hermana, Catalina, a pesar de su corta edad, acompañaron a su padre en su tercer viaje a la Península, un viaje cuya fundamentación no ha sido resuelta hasta fechas recientes (hasta la publicación de Los Semidanes de Canarias de Roberto Hernández Bautista) y que no es otra que la de interceder colectivamente por la liberación de Abenchara, la llamada en la corte Juana la canaria, quien sufría de nuevo un injusto cautiverio.

Algunos autores consideran que su matrimonio fue muy posterior (de fines del siglo XV o incluso de principios del XVI) por el hecho, insuficientemente documentado, de que Gonzalo de Aguilar fue, según se dice, curador de Margarita en 1494 cuando Fernando Guanarteme se disponía, al frente de una compañía indígena, a tomar parte en la conquista final de Tenerife. Eso significaría, de confirmarse la existencia de dicho protocolo, que muchos citan pero no conocen, que entonces aún no estaba casada y que era menor de 25 años. Lo segundo se cumple apuradamente pues según nuestras cuentas rondaría en esa fecha los 25 años; lo primero, lo relativo a un casorio tan tardío, es lo que pretendemos descartar con nuestros argumentos.

Pensamos que Gonzalo de Aguilar fue en realidad su padrino de bautismo, en la ceremonia que se habría oficiado en mayo de 1483, tras la capitulación, y presuponemos por esta razón que la joven indígena, antes de su casamiento, pudo quedar legalmente a su cargo como curador en alguna de las ocasiones en que su padre abandonó la isla, como bien pudo ocurrir con ocasión de su segundo viaje a la Península en el verano de 1483, cuando fue al rescate de Abenchara, o como bien pudo plantearse en los años inmediatamente posteriores cuando Fernando Guadarteme fue instado a participar en distintas correrías en las islas de Tenerife o La Palma en busca y captura de esclavos guanches y de ganado, como aquella en la que habría desertado el nuevo esposo de Abenchara por temor a ser él el esclavizado.

Nos decantamos pues por pensar, coincidiendo con Miguel Santiago, que su casamiento se produjo en época inmediatamente posterior a la conquista de Gran Canaria y que María, la niña que nació en Málaga o en Córdoba en 1486-1487, era hija legítima de su matrimonio con Miguel de Trejo y Carvajal, ostentando la primogenitura, condición que en el sexo femenino era absolutamente irrelevante en esa época. Lo cierto es que fue llamada doña María de Carvajal en la edad adulta.

Como prueba de la especial relación que hay entre las familias Trejo y Aguilar debemos reseñar que aquella niña, también llamada María de Castilla por el lugar donde naciera, casó de mayor con Bartolomé de Aguilar, hijo del Gonzalo de Aguilar “el viejo”, del que planteamos que pudo ser padrino y curador de su madre antes de su casamiento a mediados de los años 80 de aquella centuria.

Decimos de Margarita que constituye un personaje histórico más que controvertido, denostado, con el que no ponemos en práctica la obligada empatía de un hombre de Historia, por muy diversas razones que aquí solo vamos a apuntar: por sus radicalmente opuestos matrimonios: con Bentejuí, también llamado Tasartico, el último rey canario, y con Miguel de Trejo, un advenedizo hidalgo cacereño de incierta ejecutoria; por su renuncia a sus derechos vernáculos en favor de su marido cuando declara en la información guadartémica que “renuncia a todas las leyes que hablan y son a favor de las mujeres y de todas las demás que de cualquier manera me puedan aprovechar”; por su ambiciosa deslealtad cuando, al mes de la muerte de su hermana Catalina, trata de usurpar los derechos de sus descendientes apropiándose en exclusiva de la herencia de su padre don Fernando Guadarteme; por su enfrentamiento velado con las primas Tenesoya y Arminda, que al contrario que ella, que reniega de los suyos y de sus costumbres inveteradas, mantienen el orgullo por la gentilidad canaria, etc., etc., etc.

Su hijo Bernardino de Carvajal, continuando la atribulada saga, fue, por vengar la muerte de su hijo mayor, el asesino del Alcalde Real Hernando de Pineda, y los Carvajales, en general, conforman en la Gran Canaria de aquellos siglos una estirpe de regidores, militares, escribanos, clérigos y otros prebostes de pretendida y no demostrada nobleza cuyos mayores baluartes para no pagar la moneda forera son las hazañas militares y méritos diplomáticos de su ascendiente indígena don Fernando de Guadarteme. Por más que hemos indagado no hemos podido documentar ningún hecho de armas de Miguel de Trejo o de sus descendientes canarios que sea merecedor de la bendición de la Historia. Es por ello que las probanzas de hidalguía de los Carvajal se refieren siempre a su gentil ascendiente el rey canario quien hizo, como declara su hija, “grandes servicios a sus majestades”.

El sexismo imperante en la época no les permite a los Carvajal de Gran Canaria reconocer la hidalguía de su estirpe por parte femenina pues son con toda probabilidad los descendientes de la última reina de Canaria. Si bien Catalina Hernandez pudo rebelarse de la opresión patriarcal abandonando la casa familiar de su esposo Pedro de Vega y casándose con otros maridos al modo en que lo hacían las mujeres nobles indígenas, su hermana Margarita, sin embargo, acepta el encierro en su casa familiar de Gáldar y reniega de sus franquezas indígenas, lo que no debió ser nada fácil para una nativa de estirpe real en una sociedad que estuvo marcada por la relevancia de la mujer hasta el punto de que la sucesión al trono se establecía matrilinealmente.

Quizá por todas estas razones no sale muy bien parada la figura de Margarita Fernández en nuestros escritos. Buena muestra de ese desamparo es el ultílogo que le dedicamos en el Romance de las Guayarminas, poemario que forma parte de la publicación Cantos de Mestizaje:

¿Qué fue de la reina viuda,
tras sepultar en la cista,
en su mirlada envoltura,
al último rey de la isla?
Enlutada como un mirlo
en un charco será ungida,
la mujer de Tasartico
que llamaran Margarita.
Otro esposo le dan pronto,
natural de Granadilla,
extremeño litigioso
que le va a amargar la vida.
El de Trejo y Carvajal
patriarca de esa familia,
del oprobio colonial
es probado paradigma.
Fallecido el Guadarteme
y dos de sus nobles hijas,
para sus arcas pretende
el legado en exclusiva.
En la presencia del Juez
en su nombre testifica
que es tan solo su mujer
la única heredera viva,
olvidando que su hermana,
la difunta Catalina,
es origen de tres sagas
que los vientos diseminan.
Las dehesas de Guayedra
los perjuros se adjudican,
aunque pronto las revendan
al postor que más envida.

Para finalizar, habría que preguntarse, a pesar de su relevancia social en tiempos pasados, a qué se debe el escaso éxito del apellido Carvajal en la población actual de Canarias. En el Padrón de 2011, no llegan a 100 las personas nacidas en las islas que lo portan como primero o segundo apellido. No nos atrevemos a hacer conjeturas al respecto. Solo atestiguamos en nuestro árbol que este apellido es sustituido por el más próspero y prestigioso Quintana y reseñamos como curiosidad que un descendiente de don Alonso de Carvajal el viejo, llamado Mateo de Carvajal y Quntana edifica una mansión en Guía en la que lucen aún hoy en día en su fachada los blasones de los apellidos Guadarteme y Quintana.
En nuestro poemario El drago milenario dedicamos también unas octavas a Margarita Hernández Guadarteme a partir de las cuales se denuncia la brutal aculturación de los nativos de las islas:
¡Cuántas son las jóvenes indígenas
esposadas a hidalgos muertos de hambre
ansiosos por unirse a la familia
de los aún poderosos Semidanes!
La más señera muestra es Guayarmina,
de cristiana, Margarita Fernández,
que pierde su regio nombre canario
con bautismo y matrimonio en el acto.

Y este es tan solo un caso constatado
por venir de nativa aristocracia
pues se impone el bautismo cristiano
a toda la población de Canarias.
Se evidencia lo que siempre nos negaron:
no hubo nunca exterminio de la raza
sino cruel y salvaje imposición
de costumbres, de lengua y religión.


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