“Como norma general, las sociedades con
religiones monoteístas fueron patrilineales, emplazando a un segundo plano a la
mujer, muchas veces valoradas igual o peor que los animales. Sin embargo, en el
pasado más ancestral, el papel de lo femenino alcanzaba tintes de sacralidad
como portadora de la fecundidad y de la vida.
Si nos acercamos a las Islas Canarias, entre los
bereberes norteafricanos y canarios, a pesar de que los hombres son los que
participan en los principales actos y rituales religiosos, las mujeres son muy
respetadas por su relación con los dioses. Por ejemplo, son las que predicen el
futuro leyendo en las manos, en las nubes o en las plantas. La etnografía
comparada nos muestra que también ocurre en muchos pueblos originales e incluso
entre las naciones avanzadas. Los matrimonios son monógamos pero existe la
separación. La mujer canaria es muy fuerte física y mentalmente, da la
filiación, transmite la sabiduría popular, la literatura oral y la artesanía lo
que la convierte en pilar de la tradición y la cultura. La mujer amazigh
suele ser la depositaria de las técnicas artesanas fundamentales de la vida
cotidiana, como la cerámica, la cestería o el tejido de esteras de hojas de
palma. No llevan velo y muchas de ellas todavía mantienen viva la costumbre
milenaria de llevar tatuajes en el rostro, las manos o los pies, los cuales
tienen su código simbólico referido al status social.
Las fuentes literarias antiguas canarias recogen
claramente el papel destacado de las mujeres guanches. En Fuerteventura,
Leonardo Torriani aporta algunos detalles sobre la función de las
mujeres en la antigua sociedad amazighe. Tibiabin era considerada
una mujer fatídica y de mucho saber, quien, por revelación de los espiritus o
por juicio natural, profetizaba varias cosas que después resultaban verdaderas,
por lo cual era considerada por todos como una diosa y venerada y gobernaba las
cosas de las ceremonias y los ritos, como sacerdotisa. Tamonante regía las
cosas de la justicia y decidía las controversias y las disensiones que ocurrían
entre los poderosos o principales de la Isla.
En Gran Canaria, Abreu Galindo expone que entre
las mujeres canarias había muchas como religiosas, que vivían con recogimiento
y se mantenían y sustentaban de lo que los nobles les daban, cuyas casas y
moradas tenían grandes preeminencias; y se diferenciaban de las demás mujeres
por sus pieles largas que arrastraban por el suelo, y eran blancas. Las
llamaban magadas. Cuando faltaban los temporales, iban en procesión,
con varas en las manos, y las magadas con vasos de leche y manteca y ramos de
palmas. Marchaban a las montañas de Tirmac y Umiaya y allí derramaban manteca y
leche, hacían danzas y bailes y cantaban endechas en torno de un peñasco; y de
allí iban a la mar y daban con las varas en el agua con gritos de júbilo.
En La
Palma , Abreu Galindo afirma que las mujeres awara no eran de
menos corpulencia que los hombres, se caracterizaban por sus ánimos varoniles y
en su ferocidad ejecutaban sin perdón a los cristianos. El mismo autor
inmortalizó la pelea entre una cuadrilla de colonos herreños y la palmera
Guayanfanta, mujer “de grande ánimo y gran cuerpo, que parecía gigante, y
extremada blancura”. Relata como los cristianos la cercaron, peleó con ellos lo
que pudo y, viéndose acosada, embistió con un cristiano y, tomándolo debajo del
brazo, se iba para un risco para arrojarse al vacío con él y, a pesar de que
acudió otro cristiano y le cortó las piernas, cayeron por el barranco.”
(La
Voz de La Palma )
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