jueves, 23 de octubre de 2014

ANTECDENTES HISTORICOS DE LA INVASION Y OCUPACION DEL ARCHIPIELAGO CANARIO POR LOS EJERCITOS ESPAÑOLES-I



Eduardo Pedro García Rodriguez

Desde el descubrimiento portugués de Madeira, ca. 1419-20, va a surgir una ruta regular Madeira-Canarias, que suponía una travesía de aproximadamente unos 2 días (Torres, 1991: 356). Además, Madeira surgirá como una escala intermedia en los trayectos hacia Canarias, tanto en los viajes de ida como de vuelta. De los viajes de ida conocemos, entre otros, el de La Gaviota en 1609, que procedente de Amsterdam hizo escalas en Cádiz, Gibraltar, Madeira y Lanzarote (Torres, 1991: 353-354). Y a la inversa podríamos citar el realizado por el San Cristobal en 1511, desde Santa Cruz de Tenerife, con escalas en el Puerto de la Caleta de La Orotava, actual Puerto de la Cruz, Madeira, y destino final en Vigo o Bayona (Clavijo, 1980: 318).
En esta navegación de altura, los vientos y corrientes también favorecían especialmente otra ruta de regreso entre Canarias-Azores-Portugal, la denominada volta pelo largo (Isserlin, 1984: 32; Manfredi, 1993: 113, 115).
Si desde el reino Mauretano de Juba II, cuya fachada atlántica corresponde al actual Marruecos, se hubiese seguido una ruta descendente, lo lógico es que el trayecto hubiese seguido la línea de la costa hacia el Valle del río Drâa y Cabo Juby, lo que implicaría que la primera isla importante que se divisaría sería Lanzarote. Esto sucedió muchos siglos después en la expedición de los genoveses Ugolino y Vadino Vivaldi en 1291, la cual aportó el nombre del islote de Alegranza, pues así se denominaba a una de las carabelas de la expedición (Gaudio, 1995: 10), Sant’Antonio y Alegranza. Años después, hará escala la expedición del genovés Lanzarotto Malocello, ca. 1302, del que deriva el nombre de la isla de Lanzarote, inicialmente denominada Insula de Lanzarotus marocelus, como ya figura en el mapamundi mallorquín de Angelino Dulcert en 1339 (Hamy, 1886: 254). Posteriormente, recalará la expedición del genovés Nicolosso da Recco (1341/1998: 34), que partió deSevilla en 1341. Y finalmente, la expedición de Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle en 1402, normandos al servicio del rey de Castilla Enrique III, que supuso el inicio de la conquista de Canarias, los cuales harán iniciamente la ruta La Rochela, La Coruña y Cádiz. Y desde allí, tras un trayecto de 5 días, arribarán primero a La Graciosa e inmediatamente después a Lanzarote (de la Salle, 1404-19/1980: 19).
Un ejemplo más reciente es el viaje de H. Christ (1886/1998: 22-53), que hace escalas en esta habitual ruta descendente desde el Mediterráneo en Gibraltar, Tánger, Casablanca, Mogador, Alegranza, La Graciosa y Tenerife.
3. LAS ISLAS EXPLORADAS POR LA EXPEDICIÓN DE JUBA II
El texto recogido por Plinio procede de uno o varios periplos marítimos por el Atlántico que llegaron al menos hasta Canarias. En el caso de la información recogida de un texto de Seboso, actualmente no conservado, es presumible que se trate de información náutica recogida en Cádiz de los marinos o pescadores de la ciudad, pues se usa Gades como punto de partida o destino para medir la distancia total desde esta ciudad hasta Junonia, Pluvialia y Capraria. En el caso de la información aportada por Juba II, corresponde a los datos recogidos durante la expedición maritima que recorrió las islas (Álvarez Delgado, 1945: 34, 48, 56). Como resalta Delgado Delgado (2001: 33), expresiones como «a la vista de» [in conspectu earum] para situar la posición visual central de Ninguaria, «próxima a» [proximam ei] para señalar la proximidad de Canaria con Ninguaria, o «muy cerca de» [ab ea in vicino] para enfatizar la proximidad de Junonia menor con Junonia mayor, obviamente responden a descripciones realizadas en función del orden sucesivo de avistamiento de las islas, que utilizaremos para irlas describiendo. Plinio, cuyo último cargo hasta el 79 d.C. fue el de Praefectus Classis Misenensis, dirigiendo la flota romana del mar Tirreno con base en Portus Misenus (Misena, Nápoles), durante el emperador Vespasiano, pudo haber tenido acceso a documentación marítima confidencial, como quizás pudo tratarse de algunos aspectos de la expedición de Juba II (Schmitt, 1968: 375), cuyos resultados habrían sido comunicados al emperador Octavio Augusto de quien Juba II era rey cliente. Pero además, dado que no tenemos constancia de que el reino mauretano de Juba II tuviese una flota propia, todos los barcos, o al menos parte de los que componían la expedición, pudieron tratarse de barcos militares romanos (Schmitt, 1968: 375), con lo que podría haberse redactado un informe paralelo al propio de Juba II, por alguno de los oficiales de estas embarcaciones, que en este caso con seguridad sí que habría sido conservado en los archivos romanos.
Resulta más dudoso que se tratase de una visita involuntaria, forzados por problemas naúticos que les obligase a desviar su rumbo (Álvarez Delgado, 1945: 44), porque se trata de un viaje con cierto detenimiento, recorriendo varias islas, donde a veces se mencionan expresamente detalles que implican desembarcar en algunas de éllas e incluso penentrar en su interior, como el «estanque» en Ombrios, quizás el templo de Junonia, aunque este pudo ser visible desde el mar, los lagartos de Capraria o los perros de Canaria, de los que capturaron dos para Juba II.
No obstante, en el último libro que escribió Álvarez Delgado, aún inédito, resultado de un proyecto en el que trabajó toda su vida, las Canariarum Fontes Antiqui, propone que «Juba II de Mauritania, por mandato y con consentimiento de Augusto, a cuyo imperio pertenecían, las pobló y colonizó con Gétulos del África cercana en el último cuarto del siglo I a.C.» (Álvarez Delgado, 1977: 51), lo que implicaría que, según suúltima interpretación del texto de Plinio, la expedición de Juba II tuvo como finalidad primordial el poblamiento de Canarias y a partir de entonces las islas se integraron como una parte dependiente del Imperio Romano, presumiblemente dentro del reino cliente de Juba II.
3.1. Ombrios (Lanzarote)
Para la primera isla, Ombrios, el único aspecto que la define es la presencia de «un estanque» [stagnum] entre las montañas. Díaz Tejera (1988: 25, nota 98) cita varios posibles en Canarias: La Caldera en La Palma, La Mareta en El Hierro, La Laguna Grande en La Gomera y particularmente,La Laguna en Tenerife, que fue la única verdadera laguna natural en Canarias en el momento de la invasión y  conquista (Torriani, 1592/1978: 189). Sin embargo, no se ha prestado suficiente atención a la Gran Mareta de Teguise, en el interior de la isla de Lanzarote.
Lanzarote es una de la islas más secas de Canarias, pues es una de las dos más orientales y próximas al continente africano, por lo que Torriani (1592/1978: 10) comenta que en «Lanzarote (...) no hay agua, más de la que llueve». Igualmente, Abreu (1590-1632/1977: 58) menciona que «Lanzarote es falta de agua, que no hay otra sino la que llueve, la cual recogen en maretas o charcos grandes hechos a mano, de piedras». Para estos estanques o maretas, según V. Fernandes (1506-07/1998: 80) «los habitantes han hecho unos conductos entre las sierras para llevar el agua a un lugar parecido a un estanque, en el que se recoge toda el agua de esas sierras». Igualmente, según López de Ulloa (1646/1978: 262), «Esta Isla es pequeña y muy falta de agua. En tal manera, que de las lluvias y cisternas en maretas y charcos se proben para beber en el discurso del año la gente y todo género de ganados».
En la época previa a la conquista tenemos referencias de la existencia de varias maretas en las inmediaciones de algunos de los principales poblados aborígenes de la isla (Cabrera, 1989: 27) como La Gran Aldea (Teguise), dos en Zonzamas (Teguise), Fiquinineo (Teguise), Muñique (Teguise) y Teseguite (Teguise), todas próximas a la capital del reino aborigen en Zonzamas. Además, se localizan en torno al primer asentamiento europeo en Lanzarote entre ca. 1302-1332, el castillo del genovés Lanzarotto Malocello (de la Salle, 1404-19/1980: 34), situado en la montaña de Guanapay de 408 m. s. n. m., que domina el actual casco urbano de Teguise. En su interior se hallaba la antigua gran mareta de Teguise, en terrenos que actualmente están parcialmente ocupados por una escuela de E. G. B. (Hernández Delgado, 1989: 9). La Gran Mareta de Teguise fue mejorada por Sancho de Herrera y finalmente reconstruida por Agustín de Herrera y Rojas. Tenía entonces 40 m. de largo y 9,2 m. de profundidad (Hernández Delgado, 1989: 2), con una capacidad entre 39,7 y 50,2 millones de litros de agua.
3.2. Junonia Mayor (La Palma)
Un cambio de ruta hacia las Islas Canarias Occidentales puede ser perfectamente lógico como sucedió en la expedición francesa de seis barcos del almirante Bnabo en 1537, el cual tras arribar a Lanzarote, partirá en segundo lugar hacia La Palma (Rumeu, 1947/1: 88-94, lám. 8). La clave para detectar una ruta marítima septentrional desde Lanzarote hacia La Palma es la última posición en el texto de Plinio-Juba de la descripción de la isla de Gran Canaria que denomina Canaria (Plin., N. H., VI, 37, 205). De haberse continuado hacia el Sur, pasando de Lanzarote a Fuerteventura, siendo una posible Junonia mayor por su proximidad geográfica, lo lógico sería mencionar inmediatamente después a Gran Canaria, pero antes de alcanzarla se pasa previamente en el texto por Junonia menor, Capraria y Ninguaria.
De la segunda isla, Junonia, sabemos que tenía un «pequeño templo construido tan sólo de una única roca» (Díaz Tejera, 1988: 14), un «templecillo construido únicamente con una sola piedra» (Bejarano en Plinio, 1987: 136), «pequeño templo [aediculam] erigido en piedra» (Álvarez Delgado, 1945: 31-32), «templo pequeño construido en piedra» (García y Bellido, 1967: 25), o un «templete construido con piedra» (Arribas en Plinio, 1998). Solino (56, 16-17) dice que se trataba de «un templo [aedes] pequeño que remata torpemente en punta» (Díaz Tejera, 1988: 22), lo que sirvió a Müller (1883: 754) para proponer la lectura de «un templo construido groseramente en lo alto». Estas traducciones recuerdan a los templos abiertos fenicio-púnicos donde figurarían un ara y uno o varios betilos de piedra. Se ha planteado que podría tratarse de «cualquier vestigio de construcción existente o incluso algún elemento natural de características singulares, como un[a] montaña» (Delgado Delgado, 2001: 32). Sin embargo, como señala Díaz Tejera (1988: 22, n. 73), se trataba de una construcción de culto y no de una simple casa por el empleo de la palabra aedicula. Este pequeño templo no era un simple altar visitado irregularmente, sino probablemente debería tener un culto estable (López Pardo, 2000: 90), lo que explicaría el uso del término de pequeño edificio cultual o templo, aedicula, diminutivo de un templo o santuario, aedes, no empleando tampoco el de simple altar que habría sido denominado ara (Ginouvès et alii, 1998: 8, 37-38, 48). Una explicación atípica es la ofrecida por Moffitt (1990: 260, n. 30) al asociar Junonia con Fuerteventura, porque relaciona el templo con la muralla aborigen que dividía la isla.
3.3. Las Islas de Tinnit, Juno Caelestis y Hera
El texto de Plinio es fundamental porque no sólo es la prueba más clara de las visitas de romanos y mauritanos a las Islas Canarias sino que, simultáneamente, demuestra la precedente frecuentación y posible presencia de establecimientos púnico-gaditanos en las Islas Canarias, aún no documentados. Cuando la expedición de Juba II llega a las Islas Canarias emplea expresamente para dos islas la denominación de Junonia Mayor y Junonia Menor, en la primera de las cuales ya existía previamente una construcción, el «pequeño templo» dedicado a Juno. Este dato ya ha permitido plantear que confirma una frecuentación cartaginesa con algún establecimiento pasajero (Berthelot, 1840-42/1978: 14), muestra la intensidad de las relaciones con las colonias cartaginesas en el litoral atlántico norteafricano (Gaudio, 1958: 156 y 1995: 27) o una presencia de bereberes latinizados (López Pardo, 2000: 90). En todo caso, la denominación derivaría de un nombre previo dedicado a Tinnit (Vycichl, 1952: 170 y 1953: 28-29; Picard y Picard, 1958: 247; Gaudio, 1958: 156 y 1995: 27; Marcy, 1962: 253-254; López Pardo, 2000: 70). La presencia de dos islas de Juno apuntan expresamente al área central de influencia gaditana en la región del Estrecho pues en la actual provincia de Cádiz contamos con cuatro templos que estaban también dedicados a Juno en puntos geográficos estratégicos. Controlando justo la desembocadura del Guadalquivir, en una antigua isla, La Algaida (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz), hoy oculta por las marismas del Guadalquivir, que la rodean en las proximidades a Ébora y Asta Regia, existía el altar y templo de Juno «Iunonis ara templumque» (Mel., III, 3; Bejarano, 1987: 8, 107). En el cabo de Trafalgar (Vejer de la Frontera), entre los puertos de Gádir y Baesippo, actual Barbate (Cádiz), se encontraba el promontorio de Juno, «Iunonis promunturium» (Mel., II, 96; Bejarano, 1987: 7, 106) o «promunturium Iunonis» (Plin., N. H, III, 3, 7; Bejarano, 1987: 22, 119), donde se encontraba un templo de Hera en el «Akrotérion (...) Héras» (Ptolomeo, II, 4, 5; Bejarano, 1987: 79, 183), mencionándose también los puertos de Belo (Bolonia) y Mellaria (Tarifa).
En el Estrecho de Gibraltar o Columnas de Hércules, había dos islitas, una de las cuales se denominaba isla de Hera o «Nesidion Héras» (Str., III, 5, 3; Meana, 1992), en la cual Artemidoro menciona al menos desde el siglo IV a.C. la presencia de un santuario dedicado a Hera (Str., III, 5, 5). Entre las islas de la Paloma y del Perejil, García y Bellido (1957: 478) se inclina por la isla de la Paloma (Algeciras, Cádiz). Finalmente, en la propia Cádiz, una de las islas donde se asentaba la ciudad más antigua, era denominada por la población local isla de Juno o «Iunonis» (Plin., N. H., IV, 36, 120; Bejarano, 1987: 30, 128), la cual previamente había sido denominada como Erythea por Éforo (siglo IV a.C.) y Filístides (siglo IV a.C.) o Aphrodisias por Timeo (siglo IV-III a.C.) y Sileno. El exacto emplazamiento de esta isla de Erythea o Juno ha sido más polémico. Se la ha identificado con la única isla de ciertas dimensiones actualmente existente, la isla de León, donde se encuentra la población de San Fernando (Suárez de Salazar, 1610: 43, 45, 96; Pemán, 1941: 91; García y Bellido, 1957: 479; Jiménez Cisneros, 1971: 52; Bendala, 1987: 157; García-Bellido, 1987: 74, nota 34), o en sus inmediaciones (Casanova, 1905: 10). En el islote de Sancti Petri (Horozco, 1589/1956: 43). En el promontorio del Castillo de San Sebastián, al Sur del antiguo canal, junto a La Caleta (Schulten, 1925: 96; Bosch Gimpera, 1952: 19; Aubet, 1968: 62). O en Torre Tavira, al Norte del antiguo canal (Ramírez Delgado, 1982: 85, 113; Fierro, 1995: 96, 109). A este dato se suma la mención de una «Venus Marina, y en ella, un templo de Venus y un santuario excavado en la roca» en la Ora Marítima de Avieno (O. M. 315-316, Villalba, 1994: 96). Aquí nos encontramos con otro caso más de asimilación entre la Tinnit fenopúnica, la Afrodita griega de Timeo y Sileno, la Juno romana y finalmente, con la Venus Marina romana, a la vez que se enfatiza su papel como diosa protectora de la navegación (Blázquez, 1992: 133), que se aprecia en sus estratégicos emplazamientos en cabos, estrechos, desembocaduras de ríos, islas y puertos. Este santuario gaditano a Venus Marina se ha situado en la Punta del Nao (Corzo, 1980: 8; Bendala, 1987: 59; Aubet, 1987: 236; Álvarez Rojas, 1993: 20; Ramírez Delgado, 1994: 95), en el promontorio del Castillo de San Sebastián (Schulten, 1925; Blázquez, 1983: 519 y 1992: 24), en el alto de Torre Tavira (Corzo, 1980: 8; Ramírez Delgado, 1982: 113; Álvarez Rojas, 1993: 19-20), en la capilla de la Santa Cueva de la calle del Rosario (Álvarez Rojas, 1993: 20), y en la Cueva de Rota del acantilado de la Punta de Rota o de la Soledad (Abreu, 1596/1866: 83; Fierro, 1995: 209-210). Según García-Bellido (1987: 512, nota 59), una confirmación de la importancia del culto a Astarté-Tinnit-Juno en Cádiz sería que el templo tetrástilo de las monedas de Cádiz ó Herakeleion, correspondería realmente a la diada astral Melkart-Astarté, porque en la fachada del templo se remata los largeros del frontón con acróteras en forma de rayos solares y en su tímpano aparece un astro lunar. A ello se suma el monopolio de las dedicatorias epigráficas en las lápidas votivas gaditanas a Juno-Venus- Minerva-Diana. Si en todas estas islas, templos y promontorios dedicados a Juno y Hera del área del Estrecho, se admite su vinculación con Tinnit (García y Bellido, 1957: 479; Aubet, 1968: 62; Bendala, 1987: 157; Martín Ceballos, 1987: 74, nota 34), no hay razones objetivas para negarse a proponer similar correlación para las dos islas canarias. Preferimos la denominación Tinnit a la de Tanit, porque así es transcrita directamente al griego del púnico en una inscripción de El Hofra, Constantina (Berthier y Charlier, 1955: 167), la antigua Cirta. Otro lugares de la mitad meridional de la Península Ibérica donde Tinnit recibió culto fueron Elche (Alicante), en cuyas monedas se lee el epígrafe Iunoni (Poveda, 1995: 359), y también Bailo (Baelo Claudia, Cádiz), Asido (Medina Sidonia, Cádiz) y Sexi (Almuñécar, Granada), si nos atenemos a la presencia del creciente lunar en sus monedas (Blázquez, 1983: 519). En Tenerife tenemos constancia de un culto a la luna en varias referencias. Según Ca Da Mosto (1463/1998: 71) «unos adoran al sol, otros a la luna y otros a los planetas». Y Fernandes (1506-07/1998: 97) señala que «Unos adoran al sol, otros a la luna y otros a las estrellas». Igualmente e Gran Canaria conocemos por la bula de 31-8-1369 del papa Urbano V «que adoran exclusivamente al sol y a la luna» (Rumeu, 1986: 187). Y Marín de Cubas (1694/1986: 268) reafirma que «parece que adoraban al fuego, a el sol, y a la luna, y alguna estrella».
3.4. Junonia Menor (El Hierro) y Capraria/Sauraria (La Gomera)
Si La Palma era Junonia Mayor, la cuestión que cabe plantearse es cuál era Junonia Menor. Por sus menores dimensiones y proximidad, lo lógico sería La Gomera o El Hierro. Tradicionalmente, por haberse conservado mejor los lagartos gigantes en El Hierro, donde fueron redescubiertos y clasificados por Steindachner en 1889, y disponerse de una referencia precisa de su presencia en el momento de la llegada de los primeros conquis- tadores en el Hierro, donde se menciona que «hay lagartos grandes como un gato, pero no hacen ningún daño» (Bethencourt, 1488-91/1980: 161), retomada por Marín de Cubas (1694/1986: 116), «crianse unos lagartos espantosos de grandes, el cuerpo a modo de un gato montes», se ha asociado habitualmente el Hierro con Capraria. Tal como se sugirió desde el siglo XVII por C. Saumaise (1629) y el P. Harduino (Viera, 1799-1810/1982: 238), es posible que por erratas de copistas se produjese una evolución de un nombre griego original de Savrarian, isla de los lagartos o lagartaria, y escribieron Kvrarian, perdiéndose Sa, porque la S griega se escribía como la C latina. En todo caso, de aceptarse la denominación de Capraria implicaría cierto grado de presencia humana, quizás vinculable a la tribu de los caprariensis de Argelia (Cioranescu en Viera, 1967: 81 n. 5, Tejera, 2001:48), o al menos de navegantes que hubiesen dejado libres esos animales para cazarlos posteriormente si volvían a recalar en la isla. El lagarto gigante, que llega a alcanzar un 1 m. de longitud en ejemplares adultos, se trata de la especie Gallotia simonyi simonyi (Báez, 1984: 266). Este lagarto del Hierro, parece que pervivía hasta los años treinta en el Roque de Fuera de Anaga en el Noroeste de Tenerife (Báez
y Bravo, 1983). La intensificación de las investigaciones en los últimos años los ha redescubierto en puntos de orografía muy abrupta en La Gomera, Tenerife y se espera localizarlos próximamente en La Palma, lo que dificulta hacer una asociación mecánica El Hierro-Capraria/Sauraria. En Tenerife se localizaron en 1996 los primeros ejemplares en Teno (El Día, 1996: 10), el extremo noroccidental de la isla, con ejemplares de 0,45 m., aunque descienden del Gallotia goliath que llegó a alcanzar 1,5 m. Tres años después, se localizaron en 1999 los primeros ejemplares en La Gomera, en el inaccesible Risco de La Mérida (Valle Gran Rey) (Martín et alii, 2000), que rondan también el medio metro de longitud. Restos de Gallotia simonyi simonyi se han localizado en yacimientos aborígenes. El conchero de Guinea (Frontera) en El Hierro presentó restos de 16 ejemplares, de los cuales sólo 4 eran juveniles, mientras 12 eran adultos de mayores dimensiones (Martín Oval et alii, 1985-87: 236). También se citan posibles restos de Gallotia goliath en Plaza de San Antón (Agüimes) y Risco Chimirique (Tejeda) de Gran Canaria (Galván et alii, 1999b: 103).
En La Palma, en los estratos con cerámica más antigua de la isla o fase I del Roque de los Guerra (Mazo), aparecieron numerosos restos de Gallotia goliath, lo que ha servido a Pais (1998: 337-338) para lanzar la hipótesis de que la extinción de estos grandes lagartos fue causada porque «fueron cazados despiadadamente para consumir su carne». En el fase I o nivel V del Roque de los Guerra, aparecen escasos restos en los niveles V. 1, V. 2, V. 3 y V. 4, entre 4 y 8 restos, pero en el V. 5, desaparece la fauna doméstica, y aumentan notablemente los restos de Gallotia goliath junto con malacofauna e ictiofauna (Navarro et alii, 1998: 368- 369), lo que podría estar asociado a un momento inicial del asentamiento donde se aprovecharon los recursos más accesibles. El problema es que en los siguientes niveles inferiores V. 6, V. 7, etc., no existe fauna doméstica, malacofauna o ictiofauna, y por el contrario, los huesos de Gallotia, que como todos los de la isla quizás deberían ser atribuidos al Gallotia galloti palmae, aparecen masivamente, lo que implica que los lagartos frecuentaban el entorno previamente y justo en el primer momento de ocupación humana del yacimiento, V. 5, que poco después abandonaran hacia zonas menos frecuentadas por humanos. En este sentido, es posible que estos grandes lagartos pervivieran en otras zonas de la isla y no fueran especialmente deseados por los pobladores aborígenes, por lo que sólo serían muy excepcionalmente cazados. Sobre otros restos de la especie Gallotia galloti palmae procedentes de estratos arqueológicos de las Cuevas del Tendal (San Andrés y Sauces) y El Rincón (El Paso), Pais (1996: 190) cree que pueden responder a intrusiones postdeposicionales históricas ya que los huesos no presentan huellas de haber estado expuestos al fuego.
En Tenerife el reciente estudio faunístico de la Cueva de las Arenas 1 (Galván et alii, 1999c: 320-331) localizó 316 restos que suponían el 28,08% de los restos zooarqueológicos. A pesar de que la especie más abundante es la rata o Canariomys bravoi con el 36,53%, y que, por el contrario, la especie doméstica más representada son los ovicápridos, con unos escasos 55 restos en el nivel III más profundo, frente a los 175 de Gallotia y los 241 de rata, consideran que ambas especies fueron objeto de consumo humano por encontrarse directamente relacionados con material arqueológico y con otras especies animales consumidas, aunque reconocen que «resulta muy difícil su interpretación en este sentido» (Galván et alii, 1999c: 329). Este desequilibrio no sucede en la Cueva de las Arenas 3 donde los restos de Gallotia y rata son respectivamente 57 y 25 en comparación con los 710 de ovicápridos en el nivel I, y de 18 y 15 frente a los 807 de ovicápridos del nivel II (Galván et alii, 1999a: 78). Pese a esta mínima representación, se defiende igualmente el consumo de ambas especies por su posición estratigráfica y «huellas de manipulación que manifiestan», que lamentablemente no precisan (Galván et alii, 1999a: 96, 100). Sin embargo, la anómala distribución porcentual de ambas especies entre las dos cuevas sugieren que buena parte de estos restos deben proceder de procesos postdeposicionales posteriores a la formación de los estratos arqueológicos, particularmente en la Cueva de las Arenas 1. La serie más significativa es la procedente de la Cueva de la Arena (Candelaria, Tenerife) (Acosta y Pellicer, 1976: 141-164) que presentó sistemáticamente restos de Gallotia en los estratos III y IV de los cinco cortes. Excepcionalmente aparecen también en el estrato I-II del corte 5, donde ambos estratos son unificados en su estudio por Acosta y Pellicer (1976: 160), en los cuales se documentaron 3 restos de lacértidos. El nivel IV-IIIb fue datado por CSIC-189, 760-550 a.C., pero nos resulta dificilmente aceptable la interpretación ofrecida por sus excavadores de un nivel IV con presencia antrópica, pero de carácter precerámico, alimentándose exclusivamente de lagartos. Por el contrario, es muy importante la datación del nivel III, en el contacto IIIa-IIIb, CSIC-188 60 d.C., porque demuestra que en la segunda mitad del siglo I d.C. existía ocupación humana aborigen en Tenerife coexistiendo con ejemplares de grandes lacértidos del género Gallotia. Puesto que en época aborigen existían grandes lacértidos en El Hierro, La Gomera, La Palma, Tenerife y Gran Canaria, y debemos rechazar la asociación mecánica El Hierro-Capraria/Sauraria, quizás la clave puede encontrarse en los nombres griegos de las islas que proporciona Ptolomeo. El texto de Juba II que debió consultar Plinio debía estar en griego, pero
Plinio transcribió los nombres al latín, por lo que los nombres griegos originales quizás estén mejor reflejados en el texto de Ptolomeo y su traducción probablemente sea más próxima a la realidad. Si están claras las asociaciones Ombrios=Pluvialia, Junonia=Iunonis, Capraria=Capraria, Ninguaria=Ninguaria, Canaria=Canaria, lógicamente Junonia menor debe corresponder a Inaccessa insula. Ello implica, forzosamente, que la isla era difícilmente accesible desde el mar.
En este sentido, mientras la Gomera dispone en San Sebastián de La Gomera de uno de los dos mejores puertos de Canarias (Mederos y Escribano, 1998: 437-446), junto con Arrecife (Escribano y Mederos, 1999: 465- 467), el Hierro precisamente se caracteriza por las grandes dificultades de acceso a la isla. Las negativas condiciones para fondear en la isla son resaltadas por todas las fuentes (Béthencourt, 1488-91/1980: 160; Viera y Clavijo, 1776-83/1967-71: 97; Urtusáustegui, 1779/1983: 50; Miñano, 1826/1982: 34; Madoz, 1845-50/1986: 125). Según Urtusáustegui (1779/1983: 50), en El Hierro apenas podía hablarse de tres o cuatro «desembarcaderos muy malos». Además, a diferencia del resto de las islas, la práctica ausencia de fortificaciones militares en El Hierro es indicativa de las penosas condiciones de desembarco. Dos ejemplos significativos pueden citarse como representativos de este grave problema. A fines del siglo XVI será la única isla que el Capitán General de Canarias desde 1589, Luis de la Cueva, no visite en la inspección que realiza a todas las islas para informar a Felipe II.
En segundo lugar, el acceso al interior de la isla y la capital, Valverde, llegó a resultar disuasorio incluso para la mayoría de los piratas, pues si bien en línea recta apenas son 3 Km., se trata de un ascenso desde cero a 571 metros sobre el nivel del mar, en cuesta, a lo largo de un camino que emplea unos 7 Km. de trayecto. Un caso paradigmático fue Francis Drake, en 1585, con una flota de 29 barcos. Tras desembarcar 3.000 hombres, al haberse levantado un violento temporal que amenazaba dispersar la flota y dado lo empinado del ascenso hacia Valverde, se vió obligado a reembarcarse de nuevo (Torriani, 1592/1978: 228; Rumeu, 1947/2: 27-28). Esta opción además permite dar una explicación aceptable a la etimología de El Hierro. Como ya propuso Bethencourt Alfonso (1912/1991: 102), en época romana la isla pasó a denominarse isla de Hera, y por corrupción de Hero, pudo acabar convirtiéndose primero en Fero y luego en Hierro. En esta línea, el portulano mallorquín de Cresques Abraham de 1375 recoge Ynsula de lo Fero (Tous, 1996: 17, fig. 17), Insula del Fero en la carta anónima mallorquina de la Biblioteca de Nápoles hacia 1400, Insola del Fero en la carta del mallorquín Maciá de Viladestes de 1413, Y. de lo Fero en la del veneciano Giacomo Giroldi de 1426, Fero en la carta anónima de la Biblioteca Ambrosiana de Milán de 1460 o Isola del Fero en la del veneciano Grazioso Benincasa de 1468, apareciendo por primera vez como Hierro en la carta de Juan de la Cosa de 1500 (Tous, 1996: 20-21, fig. 19a-19b). Sin embargo, otros autores como Tous (1996: 19 y 1998: 445) defienden que deriva de la denominación italiana y catalana de herradura, fero o ferro, por la forma en herradura de El Golfo en El Hierro, lo que equivaldría a isla de la Herradura.
3.5. Ninguaria (Tenerife)
La imponente altura del Teide, 3718 m. s. n. m. y la presencia regular de nieve en el pico de la montaña es el principal punto de apoyo para proponer una correlación con Ninguaria-Nivaria, isla de la que especifica que tomó su nombre por las «nieves perpetuas». No hay datos demasiado precisos sobre el número de meses que permanece nevado el pico, que algunos años son varios meses, particularmente en la ladera norte. En la estación de meteorológica de Izaña, la más próxima al Teide, pero situada casi 1500 m. por debajo, a 2367 m. s. n. m., la media anual son poco más de 2 meses, en torno a 65 días, especialmente en Enero y Febrero, vinculadas las nevadas a la llegada del frente polar y las borrascas atlánticas, mientras que en el interior de Las Cañadas no suele superar los 15 días (Álvarez y Afonso, 1985: 114), aunque existen notables variaciones dependiendo del año.
La otra característica, el estar siempre cubierta de nieblas, denominado popularmente en las islas como «mar de nubes» es una característica propia de las Islas Canarias (Marzol, 1984: 158-159), provocados por unos vientos regulares, los alisios, especialmente constantes en el verano, que genera el anticiclón de las Azores, los cuales al llegar a Canarias, por la elevada altitud de las islas, sobre todo las Canarias Occidentales, ven frenado su recorrido. Estos vientos alisios que vienen desde el Noreste, cuentan con una capa inferior más húmeda y fresca que al estar en contacto con el Océano Atlántico, y concretamente con la Corriente Fría de Canarias, sufre un enfriamiento, se carga de vapor de agua y forma nubes del tipo de estratocúmulos que se extienden horizontalmente, sobre todo entre los 950 y los 1500 m., afectando rara vez a Fuerteventura y Lanzarote porque sus alturas máximas son 807 y 670 m. s. n. m. Por encima de esta altura, se sitúa una capa sin nubes, más seca y cálida, que crea una inversión térmica, por lo que las nubes no ascienden en altura sino se extienden horizontalmente como un mar de nubes por debajo de esta capa cálida. En todo caso, por los datos que proporciona, no hay constancia segura que se haya visitado la isla, ya que la vista del Teide, a veces nevado, y la capa de nubes por debajo del pico, pueden observarse desde cualquiera de las otras islas, especialmente La Palma, La Gomera y Gran Canaria.
3.6. Canaria (Gran Canaria)
A pesar de la abundancia de perros de gran tamaño en Gran Canaria que sorprendió en el viaje de Juba II, su presencia en el registro arqueológico en todas las Islas Canarias es bastante pobre, aunque poco a poco ha ido incrementándose el número de estudios faunísticos publicados. Los únicos datos disponibles para Gran Canaria son la presencia de tres cráneos de perro en el Barranco de Guayadeque (Agüímes) (Zeuner, 1958-59). G. de la Salle (1404- 19/1980: 68) menciona la presencia de perros pequeños que parecen lobos, y los estudiados por Zeutner tienen similar talla, aunque la morfología de las cabezas es diferente, pero en ningun caso se han constatado perros grandes, que presumiblemente serían cogidos para Juba II como perros de caza.

En Lanzarote sólo han podido ser documentados recientemente en El Bebedero (Teguise), con cronologías quizás entre los siglos I y V d.C. (Atoche, 1995-96: 39), pero no se especifica el estrato. Sólo a partir del siglo VIII d.C., en La Palma es detectado el perro (Canis familiaris) con sólo 6 huesos en la fase final o estrato I del Tendal, que suponen el 0,22% de los restos oseos del estrato I y el 0,04% de total de la cueva (San Andrés y Sauces) (Pais, 1996: 436, 463-464), algunos de los cuales están quemados y machacados para extraer el tuétano. Para La Gomera, en la Cueva F del grupo 5 del Barranco de Los Polieros (Alajeró), el perro sólo aparece en el estrato II con el 0,4% (Navarro, 1992: 61). Finalmente, para Tenerife destaca la Cueva de Don Gaspar (Icod) (Arco, 1985: 360), donde se identificó la presencia de perro. Sobre estos últimos, Espinosa (1594/1980: 114) destaca que eran pequeños, denominados cancha. Una lectura alternativa ha sido la propuesta por Martín de Guzmán (1984: 124-125 y 1985-86: 99-101, 139) de un supuesto lapsus de los copistas del texto de Plinio que habrían sustituido canarii por canum, ya que considera incoherente que se llevasen sólo dos perros «vulgares» a Juba II, y sugiere que la frase originaria habría sido «la abundancia de canarios de gran tamaño, de los que se llevaron dos a Juba», propugnando que las islas se convirtieron a partir de entonces en cotos periódicos de caza de esclavos. Pero se ha rechazado esta interpretación porque al tratarse de un genitivo, entonces Plinio habría escrito canariorum, lo que supondría una excesiva pérdida de 5 letras a cargo de un copista posterior de la obra pliniana, can-arior-um (Martínez, 1996: 113). Además, aún aceptando una captura ocasional de indígenas por los navegantes que históricamente frecuentaron las islas, esta expedición se produjo en un momento de constante expansión de las fronteras romanas durante el mandato de Octavio Augusto, cuando las redes organizadas de tráfico de esclavos aportaban constantemente nuevos efectivos desde África, Germania o el Danubio. En todo caso, tanto se trate de canes como de canarios, ambos indican la presencia humana en la isla antes de la expedición enviada por Juba II, puesto que no se conocen razas de perros autóctonas de las islas que no hayan sido previamente introducidas por el hombre. Por el contrario, la isla de capraria, que podría indicar abundancia de cabras que también habrían sido objeto de introducción antrópica, no resulta completamente satisfactoria si se acepta que se trata de una errata de sauraria. Además, junto al templo de Junonia mayor, de la isla de Canaria procede la única mención clara sobre la presencia de estructuras de habitación aparentemente deshabitadas, «vestigios de edificaciones», estructuras que han sido atribuidas a restos de un asentamiento fenicio (Picard y Picard, 1958: 248) o a cabañas de supervivientes de naufragios de barcos arrastrados por la corriente (Mercer, 1980: 21). Los datos arqueológicos actualmente disponibles indican una ocupación de la isla a partir del siglo II d.C., pues contamos con una fecha del 120 d.C. para la casa 3 de Los Caserones (La Aldea de San Nicolás) (Arco et alii, 1981: 73), aunque puede presentar mayor antigüedad al tratarse de un madero con raíces incrustadas. En todo caso, la fecha del 380 d.C. para un enterramiento en túmulo de Lomo Granados (La Aldea de San Nicolás) (Jiménez et alii, 1992-93: 159), marca una ocupación clara a partir del siglo IV d.C. Este poblado aborigen fue una de las mayores concentraciones poblacionales de la isla y aún a fines del siglo XIX, Grau-Bassas (1888/1980: 41) cifraba en «de 800 a 1000» el número de casas conservadas en Los Caserones.

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