jueves, 23 de octubre de 2014

ANTECDENTES HISTORICOS DE LA INVASION Y OCUPACION DEL ARCHIPIELAGO CANARIO POR LOS EJERCITOS ESPAÑOLES-II




Eduardo Pedro García Rodriguez

4. LOS RECURSOS QUE OFRECÍAN LAS ISLAS CANARIAS
El texto de Juba es particularmente interesante porque hace referencia a las producciones que les resultaban más interesantes de estas islas, «produce muchas palmas datilíferas (1), y piñones, y tiene abundancia de mieles (2). En los regatos se crían el papiro (3) y los síluros, y se hallan infestadas por los animales en putrefacción, que continuamente son arrojados a ellas (4)» (Álvarez Delgado, 1945: 32).
4.1. Palmeras y dátiles
Debido a la presencia de una variante autóctona de palmera, Phoenix Canariensis, que suele encontrarse generalmente en cotas inferiores a 600 m. s. n. m., no se ha prestado toda la atención debida a la simultánea presencia de palmeras datileras o Phoenix dactylifera en las islas. Este dato es muy importante porque implica que cuando se produjo la expedición de Juba II pudo haber ya sido introducida por la población existente en la isla, a cuyas construcciones también hacen mención. En la iconografía púnica de Tinnit, la palmera es uno de los elementos más destacados. Entre las monedas acuñadas por los Bárquidas en Iberia durante la Segunda Guerra Púnica (219-206 a.C.), la moneda principal de la emisión (García-Bellido, 1998: 5) representa a Tinnit con casco y guedejas bajo el cubrenucas representando su papel protector como Victrix e Invictrix, y en el reverso muestra una palmera cargada de dátiles, símbolo de la abundancia de frutos y alimentos. Ciudades púnicas como Ibiza (Vives, 1917: láms. 102 y 104), Cagliari en Cerdeña (Acquaro, 1974: láms. 9-20), Cartago (Jenkins, 1969) o durante el reino de Juba II la capital, Iol-Caesarea, actualmente Cherchell en Argelia (Mazard, 1955: 56, n.º 158), las utilizarán en sus acuñaciones. Quizás sea Christ (1886/1998: 78, 80), el primero quien resalta, de acuerdo con Plinio, que ya desde época romana coexistía la palmera endémica con el cultivo de la palmera datilera, la cual en el último cuarto del siglo XIX se cultivaba especialmente en Gran Canaria, pero también en La Gomera y Tenerife. La palmera datilera se distinge por su mayor altura, ca. 30 m., tronco más delgado, menor número de hojas o frondes, ca. 20-50, y notable producción de dátiles, ca. 150 Kg. al año. Por su abundante presencia se oscila en considerarla «quizás nativa» (Kunkel, 1977: 19) o introducida en Canarias
desde el Norte de África (Kunkel, 1981: 24). La palmera canaria suele tener una altura media de 10 a 12 m., y sólo los ejemplares objeto de una poda regular alcanzan grandes alturas. Sus frutos, las támaras o tamaranes, aún verdes son objeto de aprovechamiento por el cerdo, pero no es su principal interés por su escasa pulpa, sino sus hojas o frondes que duplican a los de la palmera datilera, ca. 60-100, y también aún verdes son cortados para la alimentación del ganado. Cada tres años, su savia blanca era extraída entre abril y septiembre mediante cortes diarios en el centro o cogollo de la palmera, obteniéndose de 10-12 litros de guarapo que puede consumirse directamente. En caso contrario, dado que se agría y estropea, debe cocerse a fuego lento obteniéndose un litro de miel de palma, densa y dorada, por cada 4 litros de guarapo (Padilla, 1980: 29-30). Sería interesante contrastar los puntos en contacto con la miel foenicium, licor que aparentemente se obtenía hirviendo el desperdicio de dátiles ligeramente fermentados, y aún continúa fabricándose en Siria. Algunas referencias son bastante claras de su presencia en el momento de la conquista. En Fuerteventura, dada la presencia de siete u ocho grupos de 100-120 palmeras en la Vega del Río Palmas de Betancuria, «unas 900 palmas (...) están por grupos de 100 a 120 (...) cargadas de dátiles» (de la Salle, 1404-19/1980: 38), se ha propuesto que estas agrupaciones se deberían a un cultivo intencionado, puesto que la densidad ideal de las plantaciones de palmeras es de 100-125 palmeras por hectárea (Cabrera, 1996: 224). Igualmente en Gran Canaria, «tenían dátiles de las palmas que aún ai gran cantidad en tierras de Arganeguín i Tirajana, hacían vino, miel i vinagre de las palmas, i esteras de sus ojas i petates para dormir» (Sedeño, 1507- 1640/1978: 371). De su abundancia un texto de Gómez Escudero (1639- 1700/1978: 435) es el más significativo, «toda la isla era un jardín, toda poblada de palmas, porque de un lugar que llaman Tamarasaite quitamos más de sesenta mil palmito i de otras partes infinitas, i de todo Telde y Arucas». La palmera era considerada símbolo real en La Palma, como pone de manifiesto un texto de Zurara (1452-53/1998: 64), previo a la conquista de la isla en 1493, cuando comenta que «murió uno de sus reyes; lo que supieron porque llevaba una palma en la mano, pues parece que entre ellos es costumbre de que el rey tenga esa preeminencia». Portar una rama de palmera en la mano, en la religión púnica, es típico en la imágenes de Tinnit en muchas de las estelas púnicas (Bertrandy, 1993: 15, 24 fig. 2, 28 fig. 6).
Y en Gran Canaria eran utilizadas en prácticas rituales, «Cuando faltaban los temporales, iban en procesión, con varas en las manos, y las maga- das con vasos de leche y manteca y ramos de palmas. Iban a estas montañas, y allí derramaban la manteca y leche, y hacían danzas y bailes y cantaban endechas en torno de un peñasco; y de allí iban a la mar y daban con las varas en la mar, en el agua, dando todos juntos una gran grita» (Abreu, 1590-1632/1977: 157), tradición que hoy se conserva en la fiesta de la rama en diversos pueblos de Gran Canaria, Agaete, la Aldea de San Nicolás o el Valle, en las que la gente porta una rama o fronde de palmera. No menos significativo es la referencia a su empleo en la fabricación de velas para embarcaciones, «hacían barcos de árbol de drago, que cavaban entero, y después le ponían lastre de piedra, y navegaban con remos y con vela de palma alrededor de la costa de la isla [de Gran Canaria]; y también tenían por costumbre pasar a Tenerife y a Fuerteventura y robar» (Torriani, 1592/1978: 113).
4.2. Miel y Cera
La miel, antes del descubrimiento de América y la llegada del azúcar, era el único producto que servía para endulzar los alimentos y en la elaboración de cualquier producto de confitería, importancia elogiada tanto en la Biblia (I Samuel, 14, 26-28; II Samuel, 17, 28-29), como por autores púnicos como Magón el Cartaginés y grecolatinos, caso de Aristóteles en De animi His. (IX, 40), Varrón en De Re Rustica (III, 16) o Virgilio en las Geórgicas (IV).
Era el primer alimento dado a los niños después de la lactancia, por estar compuesto casi exclusivamente de azúcares simples, la glucosa de asimilación muy rápida y la fructuosa. Por ello, la leche y la miel eran considerados los alimentos más perfectos, capaces de prolongar la vida. Un ejemplo clásico es el propio Zeus que fue alimentado con leche de cabra y miel por Melisa, hija del rey Meliseo de Creta (Colum., De Re. Rust., IX, 2; Diod., Bibl., V, 70; Virg., Georg., IV, 152). Partiendo de la idea errónea de que la miel acumulaba todas las propiedades medicinales de las plantas de las que se alimentaban las abejas obreras, tuvo muchas aplicaciones en farmacia, siendo las más efectivas las utilizadas en las afecciones de nariz, garganta y pecho, catarros, bronquitis y tuberculosis, por la presencia de lipasas, fermentos que desdoblan las grasas, actuando como analépticos respiratorios que normalizan el ritmo respiratorio. Simultáneamente, presenta propiedades antisépticas por la concentración de azúcares que forman el peróxido de hidrógeno (H2O2), el cual disuelto en agua forma el agua oxigenada, ayudando en todo tipo de afecciones cutáneas como cicatrización de heridas, quemaduras, etc. A la abeja se le atribuyó un origen celeste, vinculada al sol (Plin., N. H., VII, 197), o se ha asociado a la luna (Fernández Uriel, 1988: 198). Alimento de los dioses, al ser símbolo de la pureza fue utilizada en las ofrendas a los dioses, sustituyendo muchas veces al vino. Por esto también se vincula con la realeza. La abeja y la miel eran consideradas símbolos de la inmortalidad y la resurrección, utilizándola en libaciones como ofrendas a los muertos. Las frutas se conservaban en miel durante el invierno manteniendo su aspecto externo. La miel servía para embalsamar los muertos si no eran inhumados o incinerados al cerrar inmediatamente los poros de la piel en contacto con el aire, que probablemente refleje el mito de Glauco, ahogado en miel y resucitado por el adivino Polyeidos (Apolod., Bib., III, 13). Esto ocurrió con los cuerpos de Aquiles (Hom., Od., XXIV, 68) y Héctor, expuestos públicamente 17 y 9 días durante sus funerales. Y la diosa Tetis, una de las nereidas y madre de Aquiles, vierte néctar en las fosas nasales de Patroclo, mientras Aquiles aportó ánforas con miel (Hom., Ill., XXIII, 170), cuando muere a manos de Héctor. Tanto Alejandro Magno (Q. Curt., Alex., X, 101) como el emperador Justiniano fueron sepultados en miel. Con la miel se fabricaba el hidromiel (Plut., Qv. Sypm., IV, 6, 2; Plin., N. H., XXXI, 69), la principal bebida de la antigüedad, junto con el vino y la cerveza, descubrimiento atribuido a Aristeo (Plin., N. H., XIV, 16). Se trataba de miel fermentada en la cual parte de las secreciones azucaradas se convierten en alcohol, mezclándola con agua. Tenía un sabor muy próximo a los vinos blancos dulces, y un aspecto dorado brillante. Por esta razón podía sustituir al vino en las ofrendas (Plut., Qv. Sypm., IV, 6, 672). Además, fue considerada la bebida divina en la mitología alemana.
En Andalucía, Estrabón (III, 2, 6) resalta la abundancia de miel de la Turdetania, aunque la más famosa fue las mieles griegas del Ática, destacando el Monte Himeto, tanto para los griegos como para los romanos (Virg., Georg., IV, 178; Varrón, III, 16, 14; Plin. N. H., XI, 32 y XXIII, 82; Str., VI, 22 y IX, 23). Aparte de la referencia de Plinio (N. H., VI, 37, 205), la miel canaria recibió un especial reconocimiento. Así, en Gran Canaria, «Miel de auejas tenían mucha, cojíanla la que ella destilaba de los riscos i grutas de peñas onde ai grandes auejeras siluestres» (Sedeño, 1507-1640/1978: 372). Era «miel siluestre de auejeras que colmenas no supieron conocer» (Gómez Escudero, 1639-1700/1978: 435). Y la de La Palma se consideraba especialmente buena, pues «Produce mucha miel, la mejor del mundo» (Fernandes, 1506-07/1998: 90), alta calidad que actualmente está reconocida (La-Serna et alii, 1999).
En Tenerife no es seguro que tuvieran miel, porque «ni en Thenerife se hallaron auejeras» (Gómez Escudero, 1639-1700/1978: 435). Sin embargo, el control de toda «colmena salvaje» es realizado por el Cabildo de Tenerife, al menos desde 1503 (Serra, 1949: 54), sólo seis años después de la conquista, destacando Viera y Clavijo (1799-1810/1982: 284) la recogida en las Cañadas del Teide, «cumbres, donde las abejas liban las fragantes flores de los cítisos o retamas blancas».
Por el contrario, en Lanzarote y Fuerteventura «no hay en ellas abejas, ni se han podido criar, aunque se han llevado de las demás islas» a causa de «la llaneza de la isla y correr grandes vientos» (Abreu, 1590-1632/1977: 59). La cera, fue utilizada especialmente desde los inicios del cristianismo en la fabricación de velas, pues al considerarse vírgenes a las abejas reinas, simbolizaban a Cristo nacido de la Virgen. Producida por las abejas obreras para hacer las celdillas hexagonales donde se depositan las larvas y las gotas de néctar que se transforman en miel, y con la cual posteriormente las abejas sellan las celdillas, exige un lento tratamiento para convertirse en cera blanca, porque la cera amarillenta arde mal y da una luz poco brillante. La cera de las colmenas se funde en agua hirviendo, dejándola luego en reposo para que las impurezas se depositen en el fondo, mientras se separa el agua de la cera. Para blanquearla, y que pierda el resto de las impurezas, se extiende al sol y al calor y cada día se remueve, rociándola con agua para que mantenga la humedad. Aunque a veces no se le ha dado importancia, en época bajomedieval, la principal industria de la ciudad de Cádiz era la cera (Rumeu, 1996: 203), y fundamentalmente procedía del litoral atlántico norteafricano. No obstante, en Gran Canaria, si aceptamos a Gómez Escudero (1639- 1700/1978: 435) «No sauían sacar la cera».
4.3. Papiros y Juncos
El papiro (Cyperus papyrus) fue probablemente confundido con el junco (Holoschoenus vulgaris), ya que viven en ecosistemas similares, y de él se fabricaban los estiletes para escribir sobre papiro. Pero el papiro propiamente sólo existió en Egipto, con prolongaciones muy puntuales en Israel, Siria e Irak, siendo cultivado en Sicilia. La distribución natural del junco, propia de zonas muy húmedas como fondos de barrancos y fuentes hasta cotas de 700 m. s. n. m., se restringe a las islas de Gran Canaria, Tenerife, La Palma y La Gomera. Está constatado su uso en época aborigen en todas ellas a excepción de La Gomera (Galván, 1980). Aportó con la palmera la mayor parte de las fibras vegetales utilizadas en las Islas Canarias. Sus tallos flexibles, con una gran capacidad en disociarse en fibras vegetales, hacían ideal su aprovechamiento. Se trataba de un trabajo especializado en Gran Canaria, pues «Había oficiales de hacer esteras de hojas de palmas y sogas de juncos muy primas» (Abreu, 1590- 1632/1977: 159). Entre los usos más habituales, destacan los de tipo doméstico, elaborando esteras rectangulares y circulares que cubrían el suelo y servían también para dormir, y particularmente, su empleo en cestería en forma de bolsas, cestos y tapaderas para transportar o almacenar frutos y cereales.
4.4. Ámbar gris
La presencia de cetáceos arrojados por el mar a las costas canarias, además de ser un fenómeno que sigue produciéndose hasta la actualidad, viene recogida en el siglo XVIII por L. Feuillée (1724/1997: 124) quien menciona que dos sucesivas tempestades marinas arrojaron dos ballenas a tierra que fueron aprovechados para extraer aceite y sus huesos «para hacer muebles en sus casas». En época aborigen tenemos constatado su uso para la elaboración de ídolos en Fuerteventura procedentes de la Cueva de los Ídolos en La Oliva (Castro, 1975-76: 236-240). Entre los hallazgos más destacados de ballenas y cachalotes en Canarias, donde al menos se menciona el aprovechamiento del aceite, encontramos ejemplares aislados como uno en la playa de Agulo en 1715 (Hermigua, La Gomera), otro en la Playa de San Simón (Mazo, La Palma) en 1735, en Garachico (Tenerife) en 1750 o en Abona, en el Sur de Tenerife, en 1779. También conocemos casos de varadas masivas como 37 ejemplares en Las Palmas de Gran Canaria en 1747 o más de 30 en Arrecife de Lanzarote en 1796 (Castillo y Ruiz de Vergara, 1737/1948-60: 1443; Viera, 1799-1810/1982: 66). El principal beneficio que se podía obtener de los cachalotes era el ámbar gris, un cálculo intestinal. Menos pesado e insoluble al agua, lo que le permite flotar en el mar y ser recogido en las playas, es soluble en una mezcla de aceites, fundiéndose en agua o aceite hirviendo, por lo que fue utilizado como perfume y afrodisiaco de elevadísimo precio por sus cualidades aromáticas. Se encuentra excepcionalmente en las costas de los océanos Atlántico y Pacífico. Algunos hallazgos en Canarias ponen en evidencia su elevado precio.
En las playas de Fuerteventura se menciona que «se halla ámbar de excelente calidad, y algunas veces en gran cantidad», hallazgos que también se producían en Lanzarote y Gran Canaria, generalmente «en pedazos pequeños, de color negro o pardo» y se conocía su procedencia, pues en las islas «hay grandísimas ballenas, de las cuales procede el ámbar» (Torriani, 1592/1978: 71, 259). Este ámbar gris también se encontraba en La Gomera, inclusive en «largas porciones» (Viera, 1776-83/1967-71/2: 35, 39). Y en el Norte del islote de La Graciosa, existe la Playa del Ámbar, donde después de tiempo tormentoso era corriente encontrarlo (Glas, 1764/1982: 35). La toponimia nos informa de otros puntos habituales de hallazgo de ámbar, en Gran Canaria, la Playa del Ámbar (San Nicolás de Tolentino), la Punta y Montaña del Ámbar (Telde), junto al puerto y bahía de Gando, o en Lanzarote, el Roque del Ámbar (Tías). El hallazgo más valioso fue uno de 15.000 onzas de peso, 431,2 Kg., vendido en España por 30.000 escudos, y del que Torriani (1592/1978: 259) afirma que ya a fines del siglo XVI, ya valdría 180.000 escudos. Este hecho probablemente corresponda al hallazgo producido en Lanzarote por Lucas Gutiérrez Perdomo, biznieto del último rey indígena de Lanzarote, que le fue arrebatado por el primer conde y marqués de Lanzarote, Agustín de Herrera y Rojas, que vivió entre 1537-98, y tras una apelación en la corte de Madrid, obtuvo sentencia favorable y recibió como pago del marqués la vega de Taiche, la dehesa de Ye, el cortijo de Inaguadén y otras tierras (Viera, 1776-83/1967-71/1: 745-747). En 1535 el Cabildo Eclesiástico de Canarias compró 12 onzas o 345 grs. de ámbar para regalar en el Papado de Roma y le costó 100 doblas. Cuatro años después, se entabló un conflicto por el pago del diezmo de una masa de ámbar de 34,5 Kg. hallada en la Gomera. Y en 1545 encalló una «ballena» en las costa de Gáldar, en el Noroeste de Gran Canaria, que tenía en su estómago una masa de 46 Kg. de ámbar, entablándose un pleito en la Real Audiencia sobre quien era su propietario (Viera, 1799-1810/1982: 38).
5. CONCLUSIONES
El texto de Plinio, según algunas traducciones como la de Álvarez Delgado (1945: 31-32), indica que «Juba expuso así sus descubrimientos [inquisivit] sobre las Afortunadas», lo aparentar apoyar la sugerencia que el propio Juba participó en la expedición (Díaz Tejera, 1988: 14, n. 9). Sin embargo, otras traducciones no dejan claro esta participación e incluso pueden no señalar un conocimiento directo, caso de la propuesta por Díaz Tejera (1988: 14), «Juba realizó sobre las Afortunadas las siguientes averiguaciones ». Sin embargo, la referencia de que le llevaron dos perros, como también sucedió con un cocodrilo del río Drâa (Plin., N. H., V, 51), dejan muy claro que Juba II mandó realizar una expedición a las Canarias. Según Álvarez Delgado (1945: 31-32), Canaria era «así llamada por la muchedumbre de perros de gran tamaño, de los que se llevaron dos a Juba» [vocari a multitudine canum ingentis magnitudinis, ex quibus perducti sunt Iubae duo]. Consecuentemente, es el mismo texto de Plinio el que no admite propuestas muy recientes que ponen en duda incluso el conocimiento de las Islas Canarias por Juba II (Delgado Delgado, 2001: 35-36, n. 37-38), apoyándose precisamente en el verbo latino inquiro, con el valor de informarse, indagar, averiguar o investigar, pero obviando la referencia de haberle llevado los expedicionarios dos perros a Juba II. En su novedosa propuesta, rompiendo una communis opinio, Delgado Delgado (2001: 41- 43, n. 77) defiende que Juba II obtendría esta información en Gades a donde la habrían traído los fenicios que frecuentaron la factoría de Mogador entre los siglos VIII-VI a.C. y aunque su conocimiento quedó registrado en la documentación conservada en Gades, las islas «fueron olvidadas » hasta «época imperial avanzada». Además, tampoco el registro arqueológico confirma esta novedosa interpretación, pues no se corresponde ni con la intensa frecuentación que volverá a tener la isla de Mogador entre el 50 a.C-470 d.C., incluyendo también monedas de Juba II y Cleopatra Selene (Thouvenot, 1954: 465; Desjacques y Koeberlé, 1955: 200, 202; Jodin, 1967: 24, 246; Villaverde, 1992: 347, 355), ni con la cronología de las ánforas romanas que conocemos en las Islas Canarias, incluyendo Dressel 1A, Dressel 2-4 y Dressel 7- 11 (Escribano y Mederos, 1996a: 81-85 y 1996b: 45-46; Mederos y Escribano, 1997: tabla 6) o con las dataciones de carbono 14 asociadas a ánforas romanas Dressel 1A-C que ha aportado El Bebedero en Lanzarote (Atoche et alii, 1995: 34, 48-61, 113-121; Mederos y Escribano, 1997: tabla 3) que arrancan desde el siglo I d.C. La trayectoria personal de Juba II aporta muchas claves para comprender esta expedición que envió a las Islas Canarias, probablemente con consentimiento del propio Octavio Augusto. Tras la derrota y muerte de su padre, Juba I, en la batalla de Tapso en Túnez el 46 a.C., Juba II participó en el cortejo de celebración del triunfo de César en Roma en Junio del 46 a.C. (Plut., Ces., 55). Julio César se encargó de su educación, y Juba II recibió la formación greco-romana propia de las clases dirigentes de Roma. Cleopatra Selene, con unos 11 años, participó junto a su hermano mayor Ptolomeo Filadelfo y su hermano gemelo Alejandro Helio, en el cortejo triunfal en Roma de Octavio el 29 a.C., tras la derrota y suicidios de Marco Antonio y Cleopatra y la anexión de Egipto. Ya por entonces el propio Octavio estaba meditando una posible boda entre Juba II y Cleopatra Selene (Dio., LI, 15, 6), y su decisión de que su hermana Octavia fuese una nueva madre adoptiva de Cleopatra Selene (Plut., Ant., 87, 1), la convertía en la práctica en sobrina adoptiva suya. Su educación y la de sus hermanos quedó encargada al historiador Nicolas de Damasco, que ejercerá como su tutor.
Juba II debió recibir la ciudadanía romana siendo bastante joven, mientras era educado en Roma, y recibió el nombre de Caius Iulius Iuba (Gsell, 1930: 207; Braund, 1984: 45). Su mujer, Cleopatra Selene, debió heredar la ciudadanía romana de su padre Marco Antonio, que como tal la reconocía en su testamento. Y el hijo de ambos, Ptolomeo, el futuro rey, debió recibir el nombre de Caius Iulius Ptolemaeus (Gsell, 1930: 208; Coltelloni- Trannoy, 1997: 39-40, n. 47). Octavio Augusto intervino militarmente en pocas ocasiones, y una de las más significativas fue las guerras contra los cántabros y astures para completar el dominio de Hispania (Floro, II, 33, 46-60; Orosio, VI, 21, 1- 11). Allí desarrolló campañas por tierra y mar en el 26 y 25 a.C. (Dio., LIII, 25, 3; Suet., Aug., 20, 1), que fueron culminadas el 19 a.C. por M. Agripa (Dio., LIV, 11).
Durante los años 26-25 a.C., Octavio Augusto probablemente contó con la colaboración de Juba II en estas campañas, aunque Dión Casio (LI, 15, 6) no especifica exactamente donde colaboró con él. En todo caso tenían una estrecha amistad pues era «apreciadísimo por el príncipe Octaviano » (Avieno, Or. Mar., 279-280; Villalba, 1994: 88), considerándolo dentro de su círculo íntimo de amistades. En esas campañas cántabras también participó como tribuno militar el propio Tiberio (Suet., Tib., 9, 1), lo que implicaría que combatieron juntos antes de su futuro nombramiento como Imperator el 14 d.C., heredero de Octavio Augusto. A fines del 25 a.C. o quizás inicios del 24 a.C., Octavio Augusto cederá a Juba II el reino de Mauretania (Dio., LIII, 26, 2; Tac., Ann., IV, 5), mientras adscribirá las cuatro colonias romanas de la Mauretania Occidental, Tingi, Zilil, Babba y Banassa, a la Bética (Plin. N. H., V, 2). Las nueve colonias restantes de la Mauretania Oriental debieron adscribirse a la Tarraconense (Plin. N. H., III, 19) o a la Numidia. Es importante observar que tanto la Bética como la Numidia eran provincias senatoriales, completamente pacificadas, sin ejército dependiente directamente de Octavio Augusto, y en ningún caso se pudo considerar la Mauretania como un territorio políticamente o militarmente dudoso, y menos aún autónomo, de los intereses generales de Roma. Por su mayor proximidad a la capital romana, Juba II eligió como capital a Iol (Cherchel), que será rebautizada como Iol Caesarea en honor de Augusto hacia el 25-24 a.C. Su coronación debió ser efectuada en Roma por el propio Octavio Augusto. Un ejemplo es la de Herodes el Grande, para la que se convocó una sesión especial del Senado, seguido de una procesión al Capitolio, donde se ofreció un sacrificio y se depositó en el templo el decreto reconociendo el Senado romano su carácter de Rey de Judea (Jos., B. J., I, 284-285; Jos., A. J., XIV, 384-389; Braund, 1984: 24-25; Jacobson, 2001: 25). También pudo realizarse en Iol Caesarea por un enviado personal suyo (Coltelloni-Trannoy, 1997: 182). Poco después, el 20 a.C., después de una campaña militar en Capadocia y Armenia contra los partos, Tiberio, en nombre de Octavio Augusto, «restituyó el reino de Armenia a Tigranes [II], a quien impuso la diadema desde lo alto de una tribuna» (Suet., Tib., 9, 1; Trad. M. Bassols). Es posible que después de casarse Cleopatra Selene el 19 d.C., también fuese objeto de alguna ceremonia de coronación puesto que las monedas tienen inscrito el título de reina en griego, pues el estatus real de las reinas helenísticas no fue reconocido por el Senado romano que nunca estableció pactos de amistad y alianza con reinas, salvo casos muy concretos como Cleopatra VII (Gsell, 1930: 219; Coltelloni-Trannoy, 1997: 183-184). Los ornamentos triunfales que concedía Octavio Augusto, aunque estaban reservados a los generales romanos, se los concedió a Juba II el 6 a.C. como ciudadano romano, y delegado por Octavio Augusto de la seguridad militar en el territorio de la Mauretania, después de sus campañas contra los gétulos a la vez que a Cneius Cornelius Lentulus Cossus (Tac., Ann., IV, 26; Mazard, 1955: n.º 193-195; contra, Braund, 1984: 35, n. 44), lo que refleja también el carácter de ambos como agentes del poder político romano (Coltelloni-Trannoy, 1997: 31) y el papel del ejército romano como garante del orden en el reino mauretano. Como nuevo heredero de la dinastía helenística lágida-mauretana, por su matrimonio con Cleopatra Selene, probablemente el 19 a.C. (Mazard, 1955: n.º 357), su principal referente histórico en política exterior, junto a la que desarrollaba Octavio Augusto, debió ser Ptolomeo I Soter, 304- 284 a.C., quien junto a unas activas relaciones internacionales no dudó en traer inicialmente a Menfis, y posteriormente a Alejandría, el cadáver de Alejandro Magno para consolidar su línea dinástica. También trató de legitimarse políticamente estableciendo lazos dinásticos de prestigio con las leyendas heroicas míticas del Occidente (Gozálbes, 1981: 155-156), considerándose descendiente de Sophax, hijo de Hércules y Tingi, la viuda de Anteo, rey de la Libia e hijo de Neptuno y la diosa tierra Gea (Plut., Sert., IX), a quienes se rendía culto, como demuestran la cueva de Hércules-Melkart en el promontorio Ampelusia (Mel., I, 5, 25-26) o la supuesta tumba de Anteo (Mel., III, 10, 106). Su participación como magistrado o dunvir y patronus en las dos principales ciudades fenicias y cartaginesas de la Península Ibérica, Gades- Cádiz (Avieno, Or. Mar., 275-283) y Carthago Nova-Cartagena (CIL, II, 3417) (Mangas, 1988: 738), o la erección de una estatua suya en Atenas, cerca de la biblioteca del Gimnasio de Ptolomeo que había construido Ptolomeo II Filadelfo, un directo antepasado de Cleopatra Selene (Paus., I, 17, 2), muestran que intentó superar las fronteras del reino mauretano mediante una política de prestigio como benefactor o evergesia, a similitud de Tolomeo III Evergetês, que implicaba generosidad y donativos para ciudades importantes con las que tenía estrechas relaciones, a la vez que les aportaba su propio prestigio por sus conocimientos alabados por sus contemporáneos (Plut., Sert., IX). El 4 a.C. accedió al trono de Judea, Samaria e Idumea, Arquelao, hijo de Herodes I El Grande, que había muerto ese año. Sin embargo, los fariseos, cuya relación con Herodes había ido progresivamente empeorando, acabarán sublevándose contra Arquelao el 1 a.C-d.C. (Jos., A. J., XVII, 349). En su ayuda marchó Cayo César, como responsable de las legiones en las provincias de Oriente (Suet., Tib., 12, 2), y luchará también contra los nabateos de Jordania y los árabes de la península arábiga, donde contó con la colaboración de Juba II. Cayo César era el nieto, hijo adoptivo y futuro heredero de Octavio Augusto (Suet., Aug., 64, 1), y entonces no contaba sino con 20 años, con lo que es posible que Juba II fuese una de las personas de confianza de Octavio Augusto que le aconsejarían en sus campañas. No está nada claro el tiempo que permaneció Juba II en el Próximo Oriente, pero como límite máximo cabe poner el sitio de Artigeras en Licia, donde Cayo César fue herido, muriendo en Limyra el 24 de Febrero del 4 d.C. (Suet., Aug., 65, 1), habiéndose sugerido que fue envenenado por mandato de Livia, la mujer de Augusto, para favorecer la sucesión de Tiberio (Tac., Ann., I, 3). Hacia el 5 d.C. debió morir Cleopatra Selene, coincidiendo con un eclipse lunar sucedido en Marzo del 5 d.C. (Ancey, 1910: 141), aunque también se ha sugerido que pudo morir antes de la Era, poco después del nacimiento de su hijo Ptolomeo (Gsell, 1930: 221). Juba II pudo contraer matrimonio como tercer esposo de Glafira, hija del rey de Capadocia, Arquelao, a la que pudo conocer durante la campaña militar del 1 d.C. (Mommsen, 1913: 273-274; Coltelloni-Trannoy, 1997: 36), aunque también se ha planteado que este matrimonio pudo contraerse previamente, estando aún en vida Cleopatra Selene, dadas las prácticas poligámicas de los reyes númidas (Tarradell, 1960: 302; Jacobson, 2001: 24). El problema reside en el momento del matrimonio entre Juba II y Glafira. Según Josefo (B. J., II, 115), Glafira se casó con Arquelao con motivo de la muerte de Juba II, información errónea que no coincide con la muerte real de Juba II el 23 d.C. y antes de la destitución de Arquelao como rey de Judea el 6 d.C. por Octavio Augusto.
Glafira primero se casó con el segundo hijo mayor de Herodes, Alejandro, el presumible heredero del trono hacia el 18-17 a.C. (Jos., B. J., I, 446; Jos., A. J., XVI, 11), pero cuando Herodes ordenó matar a dos de sus hijos, Alejandro y Aristóbulo el 7 a.C., Glafira tuvo que regresar a Capadocia (Jos., B. J., I, 446; Jos., A. J., XVI, 11). Previamente, incluso el propio Arquelao de Capadocia, padre de Glafira, trató de salvar la vida de su yerno Alejandro, entrevistándose con Herodes I sin resultados positivos (Jos., B. J., I, 499-512; Jos., A. J., XVI, 261-269). Lo más lógico es que el segundo esposo de Glafira fue Herodes Arquelao, futuro nuevo heredero del trono de Herodes I el Grande, como rey de Judea, tras la muerte de su hermano Alejandro, y su boda con Glafira sería también una manera de compensar a Arquelao de Capadocia y mantener la alianza familiar y política entre ambos reyes. Poco antes de su muerte, Herodes I ordenó también matar a su hijo primogénito, Antipater III, que se había sublevado contra él por diferencias en la herencia del trono, pese a que le había ayudado frente
a sus hermanos Alejandro y Aristóbulo. En todo caso, es obvio el interés que tenía Herodes el Grande, y probablemente también el propio Octavio Augusto, en mantener un vínculo dinástico entre los reinos clientes de Judea y Capadocia, que a través de la unión de su hermana Octavia con Marco Antonio, también eran familia lejana suya.
Si quizás Juba II permaneció durante las campañas en Armenia junto a Cayo César, sería más lógica la relación personal que pudo establecerse con Glafira, puesto que la Capadocia sirvió de base de operaciones en la ocupación de Armenia. De esta manera, su boda el 5 d.C., un año después de la muerte de Cayo César, y quizás sólo unos meses después de la de su mujer Cleopatra Selene, sería una prolongación lógica de su estancia durante las campañas en Oriente.

La unión con Glafira tenía también para Juba II el interés de mantener lazos directos con la familia de Marco Antonio. Si Cleopatra Selene, su primera mujer, era hija directa de Marco Antonio y Cleopatra, la propia Glafira era biznieta de Marco Antonio, al ser su madre Pitodoris la nieta de Marco Antonio, su abuela Antonia la hija de Marco Antonio, y su bisabuela Antonia la primera mujer de Marco Antonio. La alianza suponía también ampliar los lazos dinásticos que Juba II había perdido con la muerte de Cleopatra Selene. La madre de Glafira, Pitodoris, era la reina regente del Ponto y el Bósforo tras la muerte de su primer marido Polemón I, y su padre, Arquelao, era rey de Capadocia, la pequeña Armenia, o Armenia Minor, y una parte de la Cilicia. Tanto Arquelao como Pitodoris habían recibido sus reinos de Marco Antonio, siendo posteriormente confirmados por Octavio Augusto, e incluso ampliados en el caso de Arquelao. Si Glafira parece que ya estaba muerta en el momento de la destitución de Arquelao el 6 d.C. (Jos., B. J., II, 116; Jos., A. J., XVII, 351-353), antes que un divorcio tras una unión frustrada de poco menos que un año, quizás sería más lógico pensar que por razones que desconocemos Glafira murió muy pronto, a pesar de ser mucho más joven de Juba II. Hacia el 19 d.C., el hijo de Juba II y Cleopatra Selene, Ptolomeo, fue asociado al trono con Juba II (Coltelloni-Trannoy, 1997: 38), aunque qui- zás se produjo algo después, hacia el 20 o 21 d.C. (Gsell, 1938: 276), cuando tenía unos 25 años, pues debió nacer hacia el 6 o 5 a.C. Tolomeo, a través de sus padres, también tenía la ciudadanía romana y se ha sugerido (Jacobson, 2001: 26) que también en su infancia debió ser enviado a Roma a recibir una educación romana con la familia del Emperador. En todo caso, es posible que las condenas a muerte por Tiberio (Suet., Tib., 37, 4) de Arquelao el 17 d.C., pues no debemos olvidar que había sido el suegro de Juba II, y de Rascuporis de Tracia el 19 a.C., influyeran en la decisión de Juba II de asociar a su hijo al trono, para tratar de garantizar la continuidad dinástica. La expedición enviada por Juba II a las Islas Canarias se inscribe dentro de la política exterior e ideológica de la dinastía mauretana. Al casarse con Cleopatra Selene, última representante de la dinastía lágida, Juba II vió la posibilidad de intentar establecer el inicio de una nueva dinastía helenística lágida-mauretana, heredera de Alejandro Magno y los faraones egipcios, que quizás tuvo su más obvia demostración en el nombre del hijo de ambos y sucesor como monarca del reino Mauretano, Ptolomeo. Además, el teórico heredero del trono egipcio y hermano de Cleopatra Selene, Ptolomeo Filadelfo, quien debió haber sido Ptolomeo XVI de no ser ya entonces Egipto una provincia romana, pudo pasar sus últimos años de vida en la corte de Juba II. En su interés por la exploración de nuevas tierras, el referente debió ser Ptolomeo III Evergetes, el Benefactor, 246-221 a.C., quien junto a una activa política militar expansionista que alcanzó a Susa en Irán, a la vez trató de descubrir infructuosamente las fuentes del Nilo. Su preocupación por descubrir las fuentes del Nilo (Plin., N. H., V, 51- 52; Am. Marcel., XXII, 15, 8), se beneficiaba de la creencia que África tenía una forma de cono truncado invertido (Desanges, 1994-95: 81), formando una línea casi recta desde el Cuerno del Oeste [Hesperu Ceras], donde finalizaba el Océano Atlántico, hasta la región meridional del Mar Rojo en Somalia, correspondiendo a las regiones meridionales el Mar Etíope (Plin., N. H., I, 6, 36 y VI, 209; Mel., I, 21) u Océano Etíope (Plin., N. H., II, 245 y VI, 196).Esta creencia en unas menores dimensiones del continente africano le llevarán a Juba II a explorar los territorios del Sur de Mauretania ya que esperaba encontrar en su nuevo reino las raíces del río fecundador y civilizador de Egipto, expedición de la que trajo un cocodrilo que exhibirá en el Isaeum de Iol Caesarea (Plin., N. H., V, 51), cocodrilos que ya había sido vistos en el río Drâa durante la expedición de Polibio (Plin., N. H., V, 1, 9), llegando algunos autores a proclamar asimilar el Darat o río Drâa con el Nilo (Orosio, Adv. pag., I, 2, 13). Probablemente dentro de este objetivo, las Islas Canarias también fueron objeto, al menos, de una exploración. Juba II pudo disponer de una importante información geográfica procedente de los cartagineses. Parte de los libros de la biblioteca de Cartago capturados a raíz de la conquista de la ciudad en el 146 a.C. (Plin., N. H., XVIII, 5, 22) pudieron haber sido entregados por los romanos al monarca númida Micipsa y éste trasmitirlo por herencia por vía de Hiempsal I y Gauda, bisabuelo de Juba II, hasta acabar en la biblioteca de su abuelo, Hiempsal II (Sal., Iug., XVII, 7), de él a su padre, el rey Juba I, y finalmente pasaron a la propiedad de Juba II, lo que le permitió consultarlos (Plin., N. H., V, 10, 15; Am. Marcel. XXII, 15, 8; Solino, Coll., 32, 2). Como monarca culto tenía como referentes a Ptolomeo I Soter y Ptolomeo II Filadelfo, 285-246 a.C., fundador y estimulador de la biblioteca de Alejandría. Sus numerosos escritos en griego, pues estaba «dedicado continuamente al estudio de las letras» (Avieno, Or. Mar., 280-281; Villalba, 1994: 88), se plasman en un mínimo de doce obras (Sevin, 1723: 463-466; Goerlitz, 1848 y 1862; Jacoby, 1916, R. E.: 2389-2395; Gsell, 1930: 251-276), que reflejan su interés por la Geografía Histórica (Peter, 1879) en libros sobre la Libia, Peri Libyês, Arabia, Peri Arabias (Plin., N. H., IX, 115) o Asiria (Plin., N. H., VIII, 155). Sobre las Ciencias Naturales abarcó campos como la Zoología, con un tratado sobre la naturaleza y propiedades de los diferentes animales, que posteriormente fue la fuente principal sobre la fauna africana de la Naturalis Historia de Plinio el Viejo (Münzer, 1897: 411-422; Desanges, 1997: 112), o también la Botánica, con un tratado sobre las virtudes medicinales de la Euphorbia que había descubierto su médico Euphorbus Musa, hermano de Antonius Musa, médico personal de Octavio Augusto (Plin., N. H., XXV, 77). Esta erudición griega debió ser muy valorada por Octavio Augusto, que se había formado con Apolodoro de Pérgamo, leía bastante a autores griegos y «favoreció cuanto pudo a los escritores de su época» (Suet., Aug., 89, 1-3). Además, le encargó a Juba II redactar una geografía histórica sobre la Arabia cuando acompañó a su nieto Cayo César (Plin., N. H., VI, 141; XII, 56; XXXII, 10), a quien dedicó el trabajo. Las expediciones hacia el río Drâa y las Canarias, o quizás se trató de sólo una, por los componentes ideológicos que llevó implícitos, cabe fecharlas durante su matrimonio con Cleopatra Selene, entre el 19 a.C. y el 5 d.C. preferiblemente antes de su marcha a la campaña militar en Oriente el 1 d.C. Dentro de este periodo, 19-1 a.C., creemos que es mejor optar por los momentos iniciales del reinado de ambos, esto es ca. 19-10 a.C., cuando se creaba como propaganda política una justificación ideológica de la nueva dinastía helenística lágida-mauretana, heredera de Alejandro Magno y los faraones de Egipto. Finalmente, en la revisión de los recursos económicos que podían ofrecer las Islas Canarias y despertar el interés por el poblamiento de las islas, llama la atención que aunque algunos productos son mencionados en el texto de Plinio sobre la expedición de Juba II, dátiles, miel, cera o juncospapiro, significativamente no se citan los más importantes, ámbar gris, sangre de dragón del drago, conchas, orchilla, púrpura haemastoma, sal y pescado. De todos ellos, históricamente, los únicos productos exportables susceptibles de una mayor producción eran básicamente dos. Como producto procedente del interior de las islas o de su costa más inmediata, los tintes, bien vegetales como la orchilla (Bory, 1803/1988: 217-218; Mederos y Escribano, 1997: 235-236, tabla 14), bien animales, a partir de la púrpura de la Thais haemastoma. En segundo lugar, la combinación de un producto terrestre del litoral costero, la abundancia de sal, junto con el aprovechamiento de los recursos pesqueros en las aguas circundantes del banco canario-sahariano para la elaboración de garum (García y Bellido, 1942: 185; González Antón, 1999: 327-329; Mederos y Escribano, 1999). En ambos casos se combinaba una producción importante con un elevado precio. A ello se suma el emplazamiento estratégico de las islas en la ruta meridional hacia el oro del Golfo de Guinea (Robiou, 1861: 204; Carcopino, 1943a: 84, 110, 154; López Pardo, 2000: 70), aunque aún no hay pruebas definitivas de su explotación (Desanges, 1978). Los restantes recursos importantes de las islas se corresponden a productos naturales de lujo que podían obtenerse muy ocasionalmente, como el ámbar gris, o a producciones en pequeña cantidad pero de gran valor, como la sangre de drago.

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