Eduardo Pedro
García Rodriguez
4. LOS RECURSOS QUE OFRECÍAN LAS ISLAS
CANARIAS
El texto de Juba es particularmente
interesante porque hace referencia a las producciones que les resultaban más
interesantes de estas islas, «produce muchas palmas datilíferas (1), y piñones,
y tiene abundancia de mieles (2). En los regatos se crían el papiro (3) y los
síluros, y se hallan infestadas por los animales en putrefacción, que
continuamente son arrojados a ellas (4)» (Álvarez Delgado, 1945: 32).
4.1. Palmeras y dátiles
Debido a la presencia de una variante
autóctona de palmera, Phoenix Canariensis, que suele encontrarse
generalmente en cotas inferiores a 600 m . s. n. m., no se ha prestado toda
la atención debida a la simultánea presencia de palmeras datileras o Phoenix
dactylifera en las islas. Este dato es muy importante porque implica
que cuando se produjo la expedición de Juba II pudo haber ya sido
introducida por la población existente en la isla, a cuyas
construcciones también hacen mención. En la iconografía púnica de
Tinnit, la palmera es uno de los elementos más destacados. Entre las
monedas acuñadas por los Bárquidas en Iberia durante la Segunda Guerra Púnica
(219-206 a .C.),
la moneda principal de la emisión (García-Bellido, 1998: 5) representa a
Tinnit con casco y guedejas bajo el cubrenucas representando su papel
protector como Victrix e Invictrix, y en el reverso muestra una
palmera cargada de dátiles, símbolo de la abundancia de frutos y
alimentos. Ciudades púnicas como Ibiza (Vives, 1917: láms. 102 y 104),
Cagliari en Cerdeña (Acquaro, 1974: láms. 9-20), Cartago (Jenkins, 1969)
o durante el reino de Juba II la capital, Iol-Caesarea,
actualmente Cherchell en Argelia (Mazard, 1955: 56, n.º 158), las
utilizarán en sus acuñaciones. Quizás sea Christ (1886/1998: 78, 80), el
primero quien resalta, de acuerdo con Plinio, que ya desde época romana
coexistía la palmera endémica con el cultivo de la palmera datilera, la
cual en el último cuarto del siglo XIX se cultivaba especialmente en
Gran Canaria, pero también en La
Gomera y Tenerife. La palmera datilera se distinge
por su mayor altura, ca. 30
m ., tronco más delgado, menor número de hojas o
frondes, ca. 20-50, y notable producción de dátiles, ca. 150 Kg . al año. Por su
abundante presencia se oscila en considerarla «quizás nativa» (Kunkel,
1977: 19) o introducida en Canarias
desde el Norte de África (Kunkel, 1981:
24). La palmera canaria suele tener una altura media de 10 a 12 m ., y sólo los ejemplares
objeto de una poda regular alcanzan grandes alturas. Sus frutos, las támaras o
tamaranes, aún verdes son objeto de aprovechamiento por el cerdo, pero no es su
principal interés por su escasa pulpa, sino sus hojas o frondes que duplican a
los de la palmera datilera, ca. 60-100, y también aún verdes son
cortados para la alimentación del ganado. Cada tres años, su savia blanca era
extraída entre abril y septiembre mediante cortes diarios en el centro o
cogollo de la palmera, obteniéndose de 10-12 litros de guarapo que
puede consumirse directamente. En caso contrario, dado que se agría y estropea,
debe cocerse a fuego lento obteniéndose un litro de miel de palma, densa y
dorada, por cada 4 litros
de guarapo (Padilla, 1980: 29-30). Sería interesante contrastar los puntos en
contacto con la miel foenicium, licor que aparentemente se obtenía
hirviendo el desperdicio de dátiles ligeramente fermentados, y aún continúa
fabricándose en Siria. Algunas referencias son bastante claras de su presencia
en el momento de la conquista. En Fuerteventura, dada la presencia de siete u
ocho grupos de 100-120 palmeras en la
Vega del Río Palmas de Betancuria, «unas 900 palmas (...)
están por grupos de 100 a
120 (...) cargadas de dátiles» (de la
Salle , 1404-19/1980: 38), se ha propuesto que estas
agrupaciones se deberían a un cultivo intencionado, puesto que la densidad
ideal de las plantaciones de palmeras es de 100-125 palmeras por hectárea
(Cabrera, 1996: 224). Igualmente en Gran Canaria, «tenían dátiles de las palmas
que aún ai gran cantidad en tierras de Arganeguín i Tirajana, hacían vino, miel
i vinagre de las palmas, i esteras de sus ojas i petates para dormir» (Sedeño,
1507- 1640/1978: 371). De su abundancia un texto de Gómez Escudero (1639-
1700/1978: 435) es el más significativo, «toda la isla era un jardín, toda
poblada de palmas, porque de un lugar que llaman Tamarasaite quitamos más de
sesenta mil palmito i de otras partes infinitas, i de todo Telde y Arucas». La
palmera era considerada símbolo real en La Palma , como pone de manifiesto un texto de Zurara
(1452-53/1998: 64), previo a la conquista de la isla en 1493, cuando comenta
que «murió uno de sus reyes; lo que supieron porque llevaba una palma en la
mano, pues parece que entre ellos es costumbre de que el rey tenga esa
preeminencia». Portar una rama de palmera en la mano, en la religión púnica, es
típico en la imágenes de Tinnit en muchas de las estelas púnicas (Bertrandy,
1993: 15, 24 fig. 2, 28 fig. 6).
Y en Gran Canaria eran utilizadas en
prácticas rituales, «Cuando faltaban los temporales, iban en procesión, con
varas en las manos, y las maga- das con vasos de leche y manteca y ramos de
palmas. Iban a estas montañas, y allí derramaban la manteca y leche, y hacían
danzas y bailes y cantaban endechas en torno de un peñasco; y de allí iban a la
mar y daban con las varas en la mar, en el agua, dando todos juntos una gran
grita» (Abreu, 1590-1632/1977: 157), tradición que hoy se conserva en la fiesta
de la rama en diversos pueblos de Gran Canaria, Agaete, la Aldea de San Nicolás o el
Valle, en las que la gente porta una rama o fronde de palmera. No menos
significativo es la referencia a su empleo en la fabricación de velas para
embarcaciones, «hacían barcos de árbol de drago, que cavaban entero, y después
le ponían lastre de piedra, y navegaban con remos y con vela de palma alrededor
de la costa de la isla [de Gran Canaria]; y también tenían por costumbre pasar
a Tenerife y a Fuerteventura y robar» (Torriani, 1592/1978: 113).
4.2. Miel y Cera
La miel, antes del descubrimiento de
América y la llegada del azúcar, era el único producto que servía para endulzar
los alimentos y en la elaboración de cualquier producto de confitería,
importancia elogiada tanto en la
Biblia (I Samuel, 14, 26-28; II Samuel, 17, 28-29), como por
autores púnicos como Magón el Cartaginés y grecolatinos, caso de Aristóteles en
De animi His. (IX, 40), Varrón en De Re Rustica (III, 16) o
Virgilio en las Geórgicas (IV).
Era el primer alimento dado a los niños
después de la lactancia, por estar compuesto casi exclusivamente de azúcares
simples, la glucosa de asimilación muy rápida y la fructuosa. Por ello, la
leche y la miel eran considerados los alimentos más perfectos, capaces de
prolongar la vida. Un ejemplo clásico es el propio Zeus que fue alimentado con
leche de cabra y miel por Melisa, hija del rey Meliseo de Creta (Colum., De
Re. Rust., IX, 2; Diod., Bibl., V, 70; Virg., Georg.,
IV, 152). Partiendo de la idea errónea de que la miel acumulaba todas las
propiedades medicinales de las plantas de las que se alimentaban las abejas
obreras, tuvo muchas aplicaciones en farmacia, siendo las más efectivas las
utilizadas en las afecciones de nariz, garganta y pecho, catarros, bronquitis y
tuberculosis, por la presencia de lipasas, fermentos que desdoblan las grasas,
actuando como analépticos respiratorios que normalizan el ritmo respiratorio.
Simultáneamente, presenta propiedades antisépticas por la concentración de
azúcares que forman el peróxido de hidrógeno (H2O2), el cual disuelto en agua
forma el agua oxigenada, ayudando en todo tipo de afecciones cutáneas como
cicatrización de heridas, quemaduras, etc. A la abeja se le atribuyó un origen
celeste, vinculada al sol (Plin., N. H., VII, 197), o se ha
asociado a la luna (Fernández Uriel, 1988: 198). Alimento de los dioses, al ser
símbolo de la pureza fue utilizada en las ofrendas a los dioses, sustituyendo
muchas veces al vino. Por esto también se vincula con la realeza. La abeja y la
miel eran consideradas símbolos de la inmortalidad y la resurrección,
utilizándola en libaciones como ofrendas a los muertos. Las frutas se
conservaban en miel durante el invierno manteniendo su aspecto externo. La miel
servía para embalsamar los muertos si no eran inhumados o incinerados al cerrar
inmediatamente los poros de la piel en contacto con el aire, que probablemente
refleje el mito de Glauco, ahogado en miel y resucitado por el adivino
Polyeidos (Apolod., Bib., III, 13). Esto ocurrió con los cuerpos de
Aquiles (Hom., Od., XXIV, 68) y Héctor, expuestos públicamente 17 y 9
días durante sus funerales. Y la diosa Tetis, una de las nereidas y madre de
Aquiles, vierte néctar en las fosas nasales de Patroclo, mientras Aquiles
aportó ánforas con miel (Hom., Ill., XXIII, 170), cuando muere a manos de
Héctor. Tanto Alejandro Magno (Q. Curt., Alex., X, 101) como el
emperador Justiniano fueron sepultados en miel. Con la miel se fabricaba el
hidromiel (Plut., Qv. Sypm., IV, 6, 2; Plin., N. H.,
XXXI, 69), la principal bebida de la antigüedad, junto con el vino y la
cerveza, descubrimiento atribuido a Aristeo (Plin., N. H., XIV,
16). Se trataba de miel fermentada en la cual parte de las secreciones
azucaradas se convierten en alcohol, mezclándola con agua. Tenía un sabor muy
próximo a los vinos blancos dulces, y un aspecto dorado brillante. Por esta
razón podía sustituir al vino en las ofrendas (Plut., Qv. Sypm.,
IV, 6, 672). Además, fue considerada la bebida divina en la mitología alemana.
En Andalucía, Estrabón (III, 2, 6)
resalta la abundancia de miel de la Turdetania , aunque la más famosa fue las mieles
griegas del Ática, destacando el Monte Himeto, tanto para los griegos como para
los romanos (Virg., Georg., IV, 178; Varrón, III, 16, 14; Plin. N.
H., XI, 32 y XXIII, 82; Str., VI, 22 y IX, 23). Aparte de la referencia
de Plinio (N. H., VI, 37, 205), la miel canaria recibió un
especial reconocimiento. Así, en Gran Canaria, «Miel de auejas tenían mucha,
cojíanla la que ella destilaba de los riscos i grutas de peñas onde ai grandes
auejeras siluestres» (Sedeño, 1507-1640/1978: 372). Era «miel siluestre de
auejeras que colmenas no supieron conocer» (Gómez Escudero, 1639-1700/1978:
435). Y la de La Palma
se consideraba especialmente buena, pues «Produce mucha miel, la mejor del
mundo» (Fernandes, 1506-07/1998: 90), alta calidad que actualmente está
reconocida (La-Serna et alii, 1999).
En Tenerife no es seguro que tuvieran
miel, porque «ni en Thenerife se hallaron auejeras» (Gómez Escudero,
1639-1700/1978: 435). Sin embargo, el control de toda «colmena salvaje» es
realizado por el Cabildo de Tenerife, al menos desde 1503 (Serra, 1949: 54),
sólo seis años después de la conquista, destacando Viera y Clavijo
(1799-1810/1982: 284) la recogida en las Cañadas del Teide, «cumbres, donde las
abejas liban las fragantes flores de los cítisos o retamas blancas».
Por el contrario, en Lanzarote y
Fuerteventura «no hay en ellas abejas, ni se han podido criar, aunque se han
llevado de las demás islas» a causa de «la llaneza de la isla y correr grandes
vientos» (Abreu, 1590-1632/1977: 59). La cera, fue utilizada especialmente
desde los inicios del cristianismo en la fabricación de velas, pues al
considerarse vírgenes a las abejas reinas, simbolizaban a Cristo nacido de la Virgen. Producida
por las abejas obreras para hacer las celdillas hexagonales donde se depositan
las larvas y las gotas de néctar que se transforman en miel, y con la cual
posteriormente las abejas sellan las celdillas, exige un lento tratamiento para
convertirse en cera blanca, porque la cera amarillenta arde mal y da una luz
poco brillante. La cera de las colmenas se funde en agua hirviendo, dejándola
luego en reposo para que las impurezas se depositen en el fondo, mientras se
separa el agua de la cera. Para blanquearla, y que pierda el resto de las
impurezas, se extiende al sol y al calor y cada día se remueve, rociándola con
agua para que mantenga la humedad. Aunque a veces no se le ha dado importancia,
en época bajomedieval, la principal industria de la ciudad de Cádiz era la cera
(Rumeu, 1996: 203), y fundamentalmente procedía del litoral atlántico
norteafricano. No obstante, en Gran Canaria, si aceptamos a Gómez Escudero
(1639- 1700/1978: 435) «No sauían sacar la cera».
4.3. Papiros y Juncos
El papiro (Cyperus papyrus) fue
probablemente confundido con el junco (Holoschoenus vulgaris), ya que
viven en ecosistemas similares, y de él se fabricaban los estiletes para
escribir sobre papiro. Pero el papiro propiamente sólo existió en Egipto, con
prolongaciones muy puntuales en Israel, Siria e Irak, siendo cultivado en Sicilia.
La distribución natural del junco, propia de zonas muy húmedas como fondos de
barrancos y fuentes hasta cotas de 700 m . s. n. m., se restringe a las islas de
Gran Canaria, Tenerife, La Palma
y La Gomera. Está
constatado su uso en época aborigen en todas ellas a excepción de La Gomera (Galván, 1980).
Aportó con la palmera la mayor parte de las fibras vegetales utilizadas en las
Islas Canarias. Sus tallos flexibles, con una gran capacidad en disociarse en
fibras vegetales, hacían ideal su aprovechamiento. Se trataba de un trabajo
especializado en Gran Canaria, pues «Había oficiales de hacer esteras de hojas
de palmas y sogas de juncos muy primas» (Abreu, 1590- 1632/1977: 159). Entre
los usos más habituales, destacan los de tipo doméstico, elaborando esteras
rectangulares y circulares que cubrían el suelo y servían también para dormir,
y particularmente, su empleo en cestería en forma de bolsas, cestos y tapaderas
para transportar o almacenar frutos y cereales.
4.4. Ámbar gris
La presencia de cetáceos arrojados por
el mar a las costas canarias, además de ser un fenómeno que sigue produciéndose
hasta la actualidad, viene recogida en el siglo XVIII por L. Feuillée
(1724/1997: 124) quien menciona que dos sucesivas tempestades marinas arrojaron
dos ballenas a tierra que fueron aprovechados para extraer aceite y sus huesos
«para hacer muebles en sus casas». En época aborigen tenemos constatado su uso
para la elaboración de ídolos en Fuerteventura procedentes de la Cueva de los Ídolos en La Oliva (Castro, 1975-76:
236-240). Entre los hallazgos más destacados de ballenas y cachalotes en
Canarias, donde al menos se menciona el aprovechamiento del aceite, encontramos
ejemplares aislados como uno en la playa de Agulo en 1715 (Hermigua, La Gomera ), otro en la Playa de San Simón (Mazo, La Palma ) en 1735, en Garachico
(Tenerife) en 1750 o en Abona, en el Sur de Tenerife, en 1779. También
conocemos casos de varadas masivas como 37 ejemplares en Las Palmas de Gran
Canaria en 1747 o más de 30 en Arrecife de Lanzarote en 1796 (Castillo y Ruiz
de Vergara, 1737/1948-60: 1443; Viera, 1799-1810/1982: 66). El principal
beneficio que se podía obtener de los cachalotes era el ámbar gris, un cálculo
intestinal. Menos pesado e insoluble al agua, lo que le permite flotar en el
mar y ser recogido en las playas, es soluble en una mezcla de aceites,
fundiéndose en agua o aceite hirviendo, por lo que fue utilizado como perfume y
afrodisiaco de elevadísimo precio por sus cualidades aromáticas. Se encuentra
excepcionalmente en las costas de los océanos Atlántico y Pacífico. Algunos
hallazgos en Canarias ponen en evidencia su elevado precio.
En las playas de Fuerteventura se
menciona que «se halla ámbar de excelente calidad, y algunas veces en gran
cantidad», hallazgos que también se producían en Lanzarote y Gran Canaria,
generalmente «en pedazos pequeños, de color negro o pardo» y se conocía su
procedencia, pues en las islas «hay grandísimas ballenas, de las cuales procede
el ámbar» (Torriani, 1592/1978: 71, 259). Este ámbar gris también se encontraba
en La Gomera ,
inclusive en «largas porciones» (Viera, 1776-83/1967-71/2: 35, 39). Y en el
Norte del islote de La
Graciosa , existe la
Playa del Ámbar, donde después de tiempo tormentoso era
corriente encontrarlo (Glas, 1764/1982: 35). La toponimia nos informa de otros
puntos habituales de hallazgo de ámbar, en Gran Canaria, la Playa del Ámbar (San Nicolás
de Tolentino), la Punta
y Montaña del Ámbar (Telde), junto al puerto y bahía de Gando, o en Lanzarote,
el Roque del Ámbar (Tías). El hallazgo más valioso fue uno de 15.000 onzas de peso, 431,2 Kg ., vendido en
España por 30.000 escudos, y del que Torriani (1592/1978: 259) afirma que ya a
fines del siglo XVI, ya valdría 180.000 escudos. Este hecho probablemente
corresponda al hallazgo producido en Lanzarote por Lucas Gutiérrez Perdomo,
biznieto del último rey indígena de Lanzarote, que le fue arrebatado por el
primer conde y marqués de Lanzarote, Agustín de Herrera y Rojas, que vivió
entre 1537-98, y tras una apelación en la corte de Madrid, obtuvo sentencia
favorable y recibió como pago del marqués la vega de Taiche, la dehesa de Ye,
el cortijo de Inaguadén y otras tierras (Viera, 1776-83/1967-71/1: 745-747). En
1535 el Cabildo Eclesiástico de Canarias compró 12 onzas o 345 grs. de
ámbar para regalar en el Papado de Roma y le costó 100 doblas. Cuatro años
después, se entabló un conflicto por el pago del diezmo de una masa de ámbar de
34,5 Kg .
hallada en la Gomera. Y
en 1545 encalló una «ballena» en las costa de Gáldar, en el Noroeste de Gran
Canaria, que tenía en su estómago una masa de 46 Kg . de ámbar, entablándose
un pleito en la Real
Audiencia sobre quien era su propietario (Viera,
1799-1810/1982: 38).
5. CONCLUSIONES
El texto de Plinio, según algunas
traducciones como la de Álvarez Delgado (1945: 31-32), indica que «Juba expuso
así sus descubrimientos [inquisivit] sobre las Afortunadas», lo
aparentar apoyar la sugerencia que el propio Juba participó en la expedición
(Díaz Tejera, 1988: 14, n. 9). Sin embargo, otras traducciones no dejan claro
esta participación e incluso pueden no señalar un conocimiento directo, caso de
la propuesta por Díaz Tejera (1988: 14), «Juba realizó sobre las Afortunadas
las siguientes averiguaciones ». Sin embargo, la referencia de que le llevaron
dos perros, como también sucedió con un cocodrilo del río Drâa (Plin., N.
H., V, 51), dejan muy claro que Juba II mandó realizar una expedición a
las Canarias. Según Álvarez Delgado (1945: 31-32), Canaria era «así llamada por
la muchedumbre de perros de gran tamaño, de los que se llevaron dos a Juba» [vocari
a multitudine canum ingentis magnitudinis, ex quibus perducti
sunt Iubae duo]. Consecuentemente, es el mismo texto de Plinio el que no
admite propuestas muy recientes que ponen en duda incluso el conocimiento de
las Islas Canarias por Juba II (Delgado Delgado, 2001: 35-36, n. 37-38),
apoyándose precisamente en el verbo latino inquiro, con el valor de
informarse, indagar, averiguar o investigar, pero obviando la referencia de
haberle llevado los expedicionarios dos perros a Juba II. En su novedosa
propuesta, rompiendo una communis opinio, Delgado Delgado (2001: 41- 43,
n. 77) defiende que Juba II obtendría esta información en Gades a donde la
habrían traído los fenicios que frecuentaron la factoría de Mogador entre los
siglos VIII-VI a.C. y aunque su conocimiento quedó registrado en la
documentación conservada en Gades, las islas «fueron olvidadas » hasta «época
imperial avanzada». Además, tampoco el registro arqueológico confirma esta
novedosa interpretación, pues no se corresponde ni con la intensa frecuentación
que volverá a tener la isla de Mogador entre el 50 a .C-470 d.C., incluyendo
también monedas de Juba II y Cleopatra Selene (Thouvenot, 1954: 465; Desjacques
y Koeberlé, 1955: 200, 202; Jodin, 1967: 24, 246; Villaverde, 1992: 347, 355),
ni con la cronología de las ánforas romanas que conocemos en las Islas
Canarias, incluyendo Dressel 1A, Dressel 2-4 y Dressel 7- 11 (Escribano y
Mederos, 1996a: 81-85 y 1996b: 45-46; Mederos y Escribano, 1997: tabla 6) o con
las dataciones de carbono 14 asociadas a ánforas romanas Dressel 1A-C que ha
aportado El Bebedero en Lanzarote (Atoche et alii, 1995: 34, 48-61,
113-121; Mederos y Escribano, 1997: tabla 3) que arrancan desde el siglo I d.C.
La trayectoria personal de Juba II aporta muchas claves para comprender esta
expedición que envió a las Islas Canarias, probablemente con consentimiento del
propio Octavio Augusto. Tras la derrota y muerte de su padre, Juba I, en la
batalla de Tapso en Túnez el 46
a .C., Juba II participó en el cortejo de celebración del
triunfo de César en Roma en Junio del 46 a .C. (Plut., Ces., 55). Julio César
se encargó de su educación, y Juba II recibió la formación greco-romana propia
de las clases dirigentes de Roma. Cleopatra Selene, con unos 11 años, participó
junto a su hermano mayor Ptolomeo Filadelfo y su hermano gemelo Alejandro
Helio, en el cortejo triunfal en Roma de Octavio el 29 a .C., tras la derrota y
suicidios de Marco Antonio y Cleopatra y la anexión de Egipto. Ya por entonces
el propio Octavio estaba meditando una posible boda entre Juba II y Cleopatra
Selene (Dio., LI, 15, 6), y su decisión de que su hermana Octavia fuese una
nueva madre adoptiva de Cleopatra Selene (Plut., Ant., 87, 1), la
convertía en la práctica en sobrina adoptiva suya. Su educación y la de sus
hermanos quedó encargada al historiador Nicolas de Damasco, que ejercerá como
su tutor.
Juba II debió recibir la ciudadanía
romana siendo bastante joven, mientras era educado en Roma, y recibió el nombre
de Caius Iulius Iuba (Gsell, 1930: 207; Braund, 1984: 45). Su mujer,
Cleopatra Selene, debió heredar la ciudadanía romana de su padre Marco Antonio,
que como tal la reconocía en su testamento. Y el hijo de ambos, Ptolomeo, el
futuro rey, debió recibir el nombre de Caius Iulius Ptolemaeus (Gsell, 1930:
208; Coltelloni- Trannoy, 1997: 39-40, n. 47). Octavio Augusto intervino
militarmente en pocas ocasiones, y una de las más significativas fue las
guerras contra los cántabros y astures para completar el dominio de Hispania
(Floro, II, 33, 46-60; Orosio, VI, 21, 1- 11). Allí desarrolló campañas por
tierra y mar en el 26 y 25 a .C.
(Dio., LIII, 25, 3; Suet., Aug., 20, 1), que fueron culminadas el 19 a .C. por M. Agripa (Dio.,
LIV, 11).
Durante los años 26-25 a .C., Octavio Augusto
probablemente contó con la colaboración de Juba II en estas campañas, aunque
Dión Casio (LI, 15, 6) no especifica exactamente donde colaboró con él. En todo
caso tenían una estrecha amistad pues era «apreciadísimo por el príncipe
Octaviano » (Avieno, Or. Mar., 279-280; Villalba, 1994: 88),
considerándolo dentro de su círculo íntimo de amistades. En esas campañas
cántabras también participó como tribuno militar el propio Tiberio (Suet., Tib.,
9, 1), lo que implicaría que combatieron juntos antes de su futuro nombramiento
como Imperator el 14 d.C., heredero de Octavio Augusto. A fines del 25 a .C. o quizás inicios del 24 a .C., Octavio Augusto
cederá a Juba II el reino de Mauretania (Dio., LIII, 26, 2; Tac., Ann.,
IV, 5), mientras adscribirá las cuatro colonias romanas de la Mauretania Occidental ,
Tingi, Zilil, Babba y Banassa, a la
Bética (Plin. N. H., V, 2). Las nueve colonias
restantes de la
Mauretania Oriental debieron adscribirse a la Tarraconense (Plin. N.
H., III, 19) o a la
Numidia. Es importante observar que tanto la Bética como la Numidia eran provincias
senatoriales, completamente pacificadas, sin ejército dependiente directamente
de Octavio Augusto, y en ningún caso se pudo considerar la Mauretania como un
territorio políticamente o militarmente dudoso, y menos aún autónomo, de los
intereses generales de Roma. Por su mayor proximidad a la capital romana, Juba
II eligió como capital a Iol (Cherchel), que será rebautizada como Iol Caesarea
en honor de Augusto hacia el 25-24 a .C. Su coronación debió ser efectuada en
Roma por el propio Octavio Augusto. Un ejemplo es la de Herodes el Grande, para
la que se convocó una sesión especial del Senado, seguido de una procesión al
Capitolio, donde se ofreció un sacrificio y se depositó en el templo el decreto
reconociendo el Senado romano su carácter de Rey de Judea (Jos., B. J.,
I, 284-285; Jos., A. J., XIV, 384-389; Braund, 1984: 24-25;
Jacobson, 2001: 25). También pudo realizarse en Iol Caesarea por un
enviado personal suyo (Coltelloni-Trannoy, 1997: 182). Poco después, el 20 a .C., después de una
campaña militar en Capadocia y Armenia contra los partos, Tiberio, en nombre de
Octavio Augusto, «restituyó el reino de Armenia a Tigranes [II], a quien impuso
la diadema desde lo alto de una tribuna» (Suet., Tib., 9, 1; Trad. M.
Bassols). Es posible que después de casarse Cleopatra Selene el 19 d.C.,
también fuese objeto de alguna ceremonia de coronación puesto que las monedas
tienen inscrito el título de reina en griego, pues el estatus real de las
reinas helenísticas no fue reconocido por el Senado romano que nunca estableció
pactos de amistad y alianza con reinas, salvo casos muy concretos como
Cleopatra VII (Gsell, 1930: 219; Coltelloni-Trannoy, 1997: 183-184). Los
ornamentos triunfales que concedía Octavio Augusto, aunque estaban reservados a
los generales romanos, se los concedió a Juba II el 6 a .C. como ciudadano romano, y
delegado por Octavio Augusto de la seguridad militar en el territorio de la Mauretania , después de
sus campañas contra los gétulos a la vez que a Cneius Cornelius Lentulus Cossus
(Tac., Ann., IV, 26; Mazard, 1955: n.º 193-195; contra, Braund,
1984: 35, n. 44), lo que refleja también el carácter de ambos como agentes del
poder político romano (Coltelloni-Trannoy, 1997: 31) y el papel del ejército
romano como garante del orden en el reino mauretano. Como nuevo heredero de la
dinastía helenística lágida-mauretana, por su matrimonio con Cleopatra Selene,
probablemente el 19 a .C.
(Mazard, 1955: n.º 357), su principal referente histórico en política exterior,
junto a la que desarrollaba Octavio Augusto, debió ser Ptolomeo I Soter, 304- 284 a .C., quien junto a unas
activas relaciones internacionales no dudó en traer inicialmente a Menfis, y
posteriormente a Alejandría, el cadáver de Alejandro Magno para consolidar su
línea dinástica. También trató de legitimarse políticamente estableciendo lazos
dinásticos de prestigio con las leyendas heroicas míticas del Occidente
(Gozálbes, 1981: 155-156), considerándose descendiente de Sophax, hijo de
Hércules y Tingi, la viuda de Anteo, rey de la Libia e hijo de Neptuno y la diosa tierra Gea
(Plut., Sert., IX), a quienes se rendía culto, como demuestran la cueva
de Hércules-Melkart en el promontorio Ampelusia (Mel., I, 5, 25-26) o la
supuesta tumba de Anteo (Mel., III, 10, 106). Su participación como magistrado
o dunvir y patronus en las dos principales ciudades fenicias y
cartaginesas de la
Península Ibérica , Gades- Cádiz (Avieno, Or. Mar.,
275-283) y Carthago Nova-Cartagena (CIL, II, 3417) (Mangas, 1988: 738), o la
erección de una estatua suya en Atenas, cerca de la biblioteca del Gimnasio de
Ptolomeo que había construido Ptolomeo II Filadelfo, un directo antepasado de
Cleopatra Selene (Paus., I, 17, 2), muestran que intentó superar las fronteras
del reino mauretano mediante una política de prestigio como benefactor o evergesia,
a similitud de Tolomeo III Evergetês, que implicaba generosidad y
donativos para ciudades importantes con las que tenía estrechas relaciones, a
la vez que les aportaba su propio prestigio por sus conocimientos alabados por
sus contemporáneos (Plut., Sert., IX). El 4 a .C. accedió al trono de
Judea, Samaria e Idumea, Arquelao, hijo de Herodes I El Grande, que había
muerto ese año. Sin embargo, los fariseos, cuya relación con Herodes había ido
progresivamente empeorando, acabarán sublevándose contra Arquelao el 1 a .C-d.C. (Jos., A. J.,
XVII, 349). En su ayuda marchó Cayo César, como responsable de las legiones en
las provincias de Oriente (Suet., Tib., 12, 2), y luchará también contra
los nabateos de Jordania y los árabes de la península arábiga, donde contó con
la colaboración de Juba II. Cayo César era el nieto, hijo adoptivo y futuro
heredero de Octavio Augusto (Suet., Aug., 64, 1), y entonces no contaba
sino con 20 años, con lo que es posible que Juba II fuese una de las personas
de confianza de Octavio Augusto que le aconsejarían en sus campañas. No está
nada claro el tiempo que permaneció Juba II en el Próximo Oriente, pero como
límite máximo cabe poner el sitio de Artigeras en Licia, donde Cayo César fue
herido, muriendo en Limyra el 24 de Febrero del 4 d.C. (Suet., Aug., 65,
1), habiéndose sugerido que fue envenenado por mandato de Livia, la mujer de
Augusto, para favorecer la sucesión de Tiberio (Tac., Ann., I, 3). Hacia
el 5 d.C. debió morir Cleopatra Selene, coincidiendo con un eclipse lunar
sucedido en Marzo del 5 d.C. (Ancey, 1910: 141), aunque también se ha sugerido
que pudo morir antes de la Era ,
poco después del nacimiento de su hijo Ptolomeo (Gsell, 1930: 221). Juba II
pudo contraer matrimonio como tercer esposo de Glafira, hija del rey de
Capadocia, Arquelao, a la que pudo conocer durante la campaña militar del 1
d.C. (Mommsen, 1913: 273-274; Coltelloni-Trannoy, 1997: 36), aunque también se
ha planteado que este matrimonio pudo contraerse previamente, estando aún en vida
Cleopatra Selene, dadas las prácticas poligámicas de los reyes númidas
(Tarradell, 1960: 302; Jacobson, 2001: 24). El problema reside en el momento
del matrimonio entre Juba II y Glafira. Según Josefo (B. J., II,
115), Glafira se casó con Arquelao con motivo de la muerte de Juba II,
información errónea que no coincide con la muerte real de Juba II el 23 d.C. y
antes de la destitución de Arquelao como rey de Judea el 6 d.C. por Octavio
Augusto.
Glafira primero se casó con el segundo
hijo mayor de Herodes, Alejandro, el presumible heredero del trono hacia el 18-17 a .C. (Jos., B. J.,
I, 446; Jos., A. J., XVI, 11), pero cuando Herodes ordenó matar a
dos de sus hijos, Alejandro y Aristóbulo el 7 a .C., Glafira tuvo que regresar a Capadocia
(Jos., B. J., I, 446; Jos., A. J., XVI, 11).
Previamente, incluso el propio Arquelao de Capadocia, padre de Glafira, trató
de salvar la vida de su yerno Alejandro, entrevistándose con Herodes I sin
resultados positivos (Jos., B. J., I, 499-512; Jos., A. J.,
XVI, 261-269). Lo más lógico es que el segundo esposo de Glafira fue Herodes
Arquelao, futuro nuevo heredero del trono de Herodes I el Grande, como rey de
Judea, tras la muerte de su hermano Alejandro, y su boda con Glafira sería
también una manera de compensar a Arquelao de Capadocia y mantener la alianza
familiar y política entre ambos reyes. Poco antes de su muerte, Herodes I
ordenó también matar a su hijo primogénito, Antipater III, que se había
sublevado contra él por diferencias en la herencia del trono, pese a que le había
ayudado frente
a sus hermanos Alejandro y Aristóbulo.
En todo caso, es obvio el interés que tenía Herodes el Grande, y probablemente
también el propio Octavio Augusto, en mantener un vínculo dinástico entre los
reinos clientes de Judea y Capadocia, que a través de la unión de su hermana
Octavia con Marco Antonio, también eran familia lejana suya.
Si quizás Juba II permaneció durante las
campañas en Armenia junto a Cayo César, sería más lógica la relación personal
que pudo establecerse con Glafira, puesto que la Capadocia sirvió de base
de operaciones en la ocupación de Armenia. De esta manera, su boda el 5 d.C.,
un año después de la muerte de Cayo César, y quizás sólo unos meses después de
la de su mujer Cleopatra Selene, sería una prolongación lógica de su estancia
durante las campañas en Oriente.
La unión con Glafira tenía también para
Juba II el interés de mantener lazos directos con la familia de Marco Antonio.
Si Cleopatra Selene, su primera mujer, era hija directa de Marco Antonio y
Cleopatra, la propia Glafira era biznieta de Marco Antonio, al ser su madre
Pitodoris la nieta de Marco Antonio, su abuela Antonia la hija de Marco
Antonio, y su bisabuela Antonia la primera mujer de Marco Antonio. La alianza
suponía también ampliar los lazos dinásticos que Juba II había perdido con la
muerte de Cleopatra Selene. La madre de Glafira, Pitodoris, era la reina
regente del Ponto y el Bósforo tras la muerte de su primer marido Polemón I, y
su padre, Arquelao, era rey de Capadocia, la pequeña Armenia, o Armenia
Minor, y una parte de la
Cilicia. Tanto Arquelao como Pitodoris habían recibido sus
reinos de Marco Antonio, siendo posteriormente confirmados por Octavio Augusto,
e incluso ampliados en el caso de Arquelao. Si Glafira parece que ya estaba
muerta en el momento de la destitución de Arquelao el 6 d.C. (Jos., B. J.,
II, 116; Jos., A. J., XVII, 351-353), antes que un divorcio tras
una unión frustrada de poco menos que un año, quizás sería más lógico pensar
que por razones que desconocemos Glafira murió muy pronto, a pesar de ser mucho
más joven de Juba II. Hacia el 19 d.C., el hijo de Juba II y Cleopatra Selene,
Ptolomeo, fue asociado al trono con Juba II (Coltelloni-Trannoy, 1997: 38),
aunque qui- zás se produjo algo después, hacia el 20 o 21 d.C. (Gsell, 1938:
276), cuando tenía unos 25 años, pues debió nacer hacia el 6 o 5 a .C. Tolomeo, a través de sus
padres, también tenía la ciudadanía romana y se ha sugerido (Jacobson, 2001:
26) que también en su infancia debió ser enviado a Roma a recibir una educación
romana con la familia del Emperador. En todo caso, es posible que las condenas
a muerte por Tiberio (Suet., Tib., 37, 4) de Arquelao el 17 d.C., pues
no debemos olvidar que había sido el suegro de Juba II, y de Rascuporis de
Tracia el 19 a .C.,
influyeran en la decisión de Juba II de asociar a su hijo al trono, para tratar
de garantizar la continuidad dinástica. La expedición enviada por Juba II a las
Islas Canarias se inscribe dentro de la política exterior e ideológica de la
dinastía mauretana. Al casarse con Cleopatra Selene, última representante de la
dinastía lágida, Juba II vió la posibilidad de intentar establecer el inicio de
una nueva dinastía helenística lágida-mauretana, heredera de Alejandro Magno y
los faraones egipcios, que quizás tuvo su más obvia demostración en el nombre
del hijo de ambos y sucesor como monarca del reino Mauretano, Ptolomeo. Además,
el teórico heredero del trono egipcio y hermano de Cleopatra Selene, Ptolomeo
Filadelfo, quien debió haber sido Ptolomeo XVI de no ser ya entonces Egipto una
provincia romana, pudo pasar sus últimos años de vida en la corte de Juba II.
En su interés por la exploración de nuevas tierras, el referente debió ser
Ptolomeo III Evergetes, el Benefactor, 246-221 a .C., quien junto a una
activa política militar expansionista que alcanzó a Susa en Irán, a la vez
trató de descubrir infructuosamente las fuentes del Nilo. Su preocupación por
descubrir las fuentes del Nilo (Plin., N. H., V, 51- 52; Am.
Marcel., XXII, 15, 8), se beneficiaba de la creencia que África tenía una forma
de cono truncado invertido (Desanges, 1994-95: 81), formando una línea casi
recta desde el Cuerno del Oeste [Hesperu Ceras], donde finalizaba el
Océano Atlántico, hasta la región meridional del Mar Rojo en Somalia,
correspondiendo a las regiones meridionales el Mar Etíope (Plin., N. H.,
I, 6, 36 y VI, 209; Mel., I, 21) u Océano Etíope (Plin., N. H.,
II, 245 y VI, 196).Esta creencia en unas menores dimensiones del continente
africano le llevarán a Juba II a explorar los territorios del Sur de Mauretania
ya que esperaba encontrar en su nuevo reino las raíces del río fecundador y
civilizador de Egipto, expedición de la que trajo un cocodrilo que exhibirá en
el Isaeum de Iol Caesarea (Plin., N. H., V, 51),
cocodrilos que ya había sido vistos en el río Drâa durante la expedición de
Polibio (Plin., N. H., V, 1, 9), llegando algunos autores a
proclamar asimilar el Darat o río Drâa con el Nilo (Orosio, Adv. pag.,
I, 2, 13). Probablemente dentro de este objetivo, las Islas Canarias también
fueron objeto, al menos, de una exploración. Juba II pudo disponer de una
importante información geográfica procedente de los cartagineses. Parte de los
libros de la biblioteca de Cartago capturados a raíz de la conquista de la
ciudad en el 146 a .C.
(Plin., N. H., XVIII, 5, 22) pudieron haber sido entregados por
los romanos al monarca númida Micipsa y éste trasmitirlo por herencia por vía
de Hiempsal I y Gauda, bisabuelo de Juba II, hasta acabar en la biblioteca de
su abuelo, Hiempsal II (Sal., Iug., XVII, 7), de él a su padre, el rey
Juba I, y finalmente pasaron a la propiedad de Juba II, lo que le permitió
consultarlos (Plin., N. H., V, 10, 15; Am. Marcel. XXII, 15, 8;
Solino, Coll., 32, 2). Como monarca culto tenía como referentes a
Ptolomeo I Soter y Ptolomeo II Filadelfo, 285-246 a .C., fundador y
estimulador de la biblioteca de Alejandría. Sus numerosos escritos en griego,
pues estaba «dedicado continuamente al estudio de las letras» (Avieno, Or.
Mar., 280-281; Villalba, 1994: 88), se plasman en un mínimo de doce obras
(Sevin, 1723: 463-466; Goerlitz, 1848 y 1862; Jacoby, 1916, R. E.: 2389-2395;
Gsell, 1930: 251-276), que reflejan su interés por la Geografía Histórica
(Peter, 1879) en libros sobre la
Libia , Peri Libyês, Arabia, Peri Arabias
(Plin., N. H., IX, 115) o Asiria (Plin., N. H.,
VIII, 155). Sobre las Ciencias Naturales abarcó campos como la Zoología , con un tratado
sobre la naturaleza y propiedades de los diferentes animales, que
posteriormente fue la fuente principal sobre la fauna africana de la Naturalis Historia
de Plinio el Viejo (Münzer, 1897: 411-422; Desanges, 1997: 112), o también la Botánica , con un tratado
sobre las virtudes medicinales de la Euphorbia que había descubierto su médico
Euphorbus Musa, hermano de Antonius Musa, médico personal de Octavio Augusto
(Plin., N. H., XXV, 77). Esta erudición griega debió ser muy
valorada por Octavio Augusto, que se había formado con Apolodoro de Pérgamo,
leía bastante a autores griegos y «favoreció cuanto pudo a los escritores de su
época» (Suet., Aug., 89, 1-3). Además, le encargó a Juba II redactar una
geografía histórica sobre la
Arabia cuando acompañó a su nieto Cayo César (Plin., N.
H., VI, 141; XII, 56; XXXII, 10), a quien dedicó el trabajo. Las
expediciones hacia el río Drâa y las Canarias, o quizás se trató de sólo una,
por los componentes ideológicos que llevó implícitos, cabe fecharlas durante su
matrimonio con Cleopatra Selene, entre el 19 a .C. y el 5 d.C. preferiblemente antes de su
marcha a la campaña militar en Oriente el 1 d.C. Dentro de este periodo, 19-1 a .C., creemos que es mejor
optar por los momentos iniciales del reinado de ambos, esto es ca. 19-10 a .C., cuando se creaba como
propaganda política una justificación ideológica de la nueva dinastía
helenística lágida-mauretana, heredera de Alejandro Magno y los faraones de
Egipto. Finalmente, en la revisión de los recursos económicos que podían
ofrecer las Islas Canarias y despertar el interés por el poblamiento de las
islas, llama la atención que aunque algunos productos son mencionados en el texto
de Plinio sobre la expedición de Juba II, dátiles, miel, cera o juncospapiro,
significativamente no se citan los más importantes, ámbar gris, sangre de
dragón del drago, conchas, orchilla, púrpura haemastoma, sal y pescado. De
todos ellos, históricamente, los únicos productos exportables susceptibles de
una mayor producción eran básicamente dos. Como producto procedente del
interior de las islas o de su costa más inmediata, los tintes, bien vegetales
como la orchilla (Bory, 1803/1988: 217-218; Mederos y Escribano, 1997: 235-236,
tabla 14), bien animales, a partir de la púrpura de la Thais haemastoma.
En segundo lugar, la combinación de un producto terrestre del litoral costero,
la abundancia de sal, junto con el aprovechamiento de los recursos pesqueros en
las aguas circundantes del banco canario-sahariano para la elaboración de garum
(García y Bellido, 1942: 185; González Antón, 1999: 327-329; Mederos y
Escribano, 1999). En ambos casos se combinaba una producción importante con un
elevado precio. A ello se suma el emplazamiento estratégico de las islas en la
ruta meridional hacia el oro del Golfo de Guinea (Robiou, 1861: 204; Carcopino,
1943a: 84, 110, 154; López Pardo, 2000: 70), aunque aún no hay pruebas
definitivas de su explotación (Desanges, 1978). Los restantes recursos
importantes de las islas se corresponden a productos naturales de lujo que
podían obtenerse muy ocasionalmente, como el ámbar gris, o a producciones en
pequeña cantidad pero de gran valor, como la sangre de drago.
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