EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1800-1900
CAPÍTULO XLI-XXI
Eduardo Pedro García
Rodríguez
1817 Julio 11.
La rama de los criollos Arocena que radica en Las Palmas de
Gran Canaria tiene sus orígenes en la figura singular del capitán Pedro Arocena
Lemos, uno de los personajes de la Marina Mercante del siglo XIX en Canarias. Nacido
en Santa Cruz de La Palma
el 11 de julio de 1817, fue bautizado el 13 de agosto en la iglesia de El
Salvador, donde se habían casado sus padres. El 20 de diciembre de 1862, cuando
contaba 45 años, contrajo nupcias con María del Pino Grondona Pérez, de 22
años.
El 13 de agosto de 1860 se produjo la botadura de la goleta Gran Canaria,
construida en los astilleros de San Telmo por Sebastián Arocena Lemos para la
propiedad de su hermano Pedro, asociado por entonces con Francisco Neyra
Orrantia, quien, además, había sido su padrino de boda. Pero con el paso del
tiempo, la Gran
Canaria sería propiedad absoluta del ilustre marino
palmero.
De 523 toneladas de arqueo, la construcción del buque ascendió a 23.000 reales
y cuando entró en servicio era el barco más grande construido hasta entonces en
Gran Canaria. Tal porte se puso de manifiesto cuando en su primer viaje a La Habana, el vigía del
castillo del Morro llegó a cantar, al divisarla, confundido ante su silueta aún
lejana: "¡Fragata española de guerra!", asombrándose después al
comprobar que se trataba de un velero de tres palos de carga y pasaje.
El día de la botadura de la goleta Gran Canaria, la gente no cabía en la
caleta de San Telmo, en la que una charanga amenizaba el acto interpretando las
piezas más en boga. La expectación aumentó al máximo cuando llegó el momento
del deslizamiento sobre la grada y el barco se negó a besar las aguas mansas de
la ribera. En el puerto de La Luz
se encontraba surto el mercante inglés Warrior, que acudió en su ayuda,
ordenando su capitán darle un cabo para hacer posible la botadura, operación
que se realizó con escaso acierto, pues el cabo se enredó entre la hélice de
éste y el timón de la otra, provocando que la goleta quedara sin gobierno y
acabara varada en la orilla del Guiniguada.
La goleta Gran Canaria pudo ser reflotada y reparada y poco después
inició sus singladuras en la línea de Cuba, trayendo, en los viajes de vuelta,
cocos, caoba, azúcar, ron, melazas, mantones de Manila y otras sedas y joyas de
la China y el
Japón, y como bien dice Martín Moreno, "todo lo demás bueno y bien visto
que de las Antillas venía en aquellos tiempos".
En 1874, tras el fracaso de la cochinilla, la goleta Gran Canaria
participó en el tráfico de la emigración a Cuba, llevando en cada viaje a unas
cuatrocientas personas, atraídos por el trato exquisito que dispensaba la
tripulación del capitán Pedro Arocena, pese a las estrecheces del espacio donde
habían de moverse, y eso que, por entonces, los trasatlánticos franceses y los
españoles competían entre sí por la preciada carga humana.
Al igual que sucediera con el capitán Eduardo Morales Camacho, al capitán Pedro
Arocena Lemos también quisieron involucrarlo en el comercio de esclavos. Consta
que a finales de febrero de 1884 arribó la goleta Gran Canaria a La Habana con unos quinientos
isleños a bordo, braceros casi todos, que en su mayoría iban contratados por el
conde de la Reunión
para emplearlos en sus colonias e ingenios. Considerados como víctimas de un
tráfico "esclavista", se le quiso hacer "pagar el gasto" al
capitán Arocena Lemos. Llegaron a decir que los emigrantes se habían visto
entre la espada del conde y la pared del armador, al no dejarlos en libertad
para elegir a otros patronos, sino rendirse a las exigencias del "más o
menos aristocrático negrero", según escribió Néstor Álamo.
A su vuelta a Las Palmas, Pedro Arocena explicó
detalladamente a la opinión pública canaria cuál había sido su parte en el
asunto y dejó clara la personal integridad que le distinguía.
María Luisa Arocena Ley de Roca -bisnieta del ilustre capitán palmero- conserva
en su casa de Las Palmas el cronómetro marino de la Gran Canaria,
sobre el que existe una placa que dice: "Al capitán don Pedro Arocena, por
su valor y buen comportamiento en salvar las vidas de los pasajeros y la
tripulación del Dácila, el 27 de abril de 1851.
Presentan esta memoria sus amigos de Tenerife". Martín
Moreno estima que es probable que tan humanitario servicio lo prestara Pedro
Arocena cuando estaba al mando del bergantín Las Palmas.
En el domicilio del doctor Fernando Navarro Arocena se conserva en perfecto
estado el escritorio de la
Gran Canaria y otro bisnieto del célebre capitán
palmero, Juan Esteva Arocena, honorable cónsul de la República de Chile en
Gran Canaria, muestra con orgullo el reloj de bolsillo, el catalejo y el sable
usados a bordo por su bisabuelo. Y, como si hubieran sido escritas ayer mismo,
conserva celosamente todas las cartas que Pedro Arocena dirigió a sus hermanos
cuando navegaba, en las que trata temas profesionales y personales.
En noviembre de 1885, la goleta Gran Canaria zarpó de La Habana al mando del capitán
Pedro Arocena Lemos, llevando como piloto a Enrique Rodríguez y José Palenzuela
de contramaestre. Al atardecer del día nueve, cuando navegaba por el mítico
Golfo de las Yeguas, el tiempo comenzó a presagiar un huracán. Se dispuso la
maniobra y todo quedó preparado para afrontar el temporal en las mejores
condiciones posibles. Esa misma noche se desató la furia del huracán y al
amanecer del día siguiente, montañas descomunales de mar embravecida amenazaban
insistentemente con envolver para siempre a la Gran Canaria,
que navegaba frágil entre las moles fabulosas.
Las velas volaron como pedazos de papel y la arboladura sufrió graves daños. En
medio de rezos y promesas, los tripulantes y los pasajeros de la Gran Canaria
se encomendaron a Dios, despavoridos en la unánime comprensión de que se
encontraban ante las puertas de la Eternidad.
Con las escotillas cerradas y en medio de infernales golpes de mar, el barco
-buen barco, legítimo orgullo de La
Palma y Gran Canaria- resistía sin que el capitán Arocena
cediese en su cumplimiento de marino avezado. Contaba entonces 68 años de edad
y a medianoche comenzó a amainar el temporal y con ello se devolvió la
esperanza a los expedicionarios. Al amanecer del día 11, con el viento bastante
calmado y las aguas más tranquilas, la euforia reapareció en los rostros de
aquellos asustados tripulantes y pasajeros que, mirando al cielo, todavía no
creían salvadas sus vidas.
La goleta Gran Canaria, uno de los veleros más famosos de la flota
isleña ochocentista, parece que acabó sus días como pontón en el puerto
habanero. Y su intrépido capitán, Pedro Arocena Lemos, falleció el 31 de julio
de 1902, a
la avanzada edad de 85 años.
Uno de los barcos más famosos construidos en La Palma fue la fragata La Amistad, de 163
toneladas de arqueo y construida en 1828 por José Arocena Lemos, para el
armador Manuel Buenamuerte González.
El erudito profesor Manuel de Paz Sánchez [La Ciudad. Una
historia ilustrada de Santa Cruz de La
Palma (Canarias), 2003] plantea la hipótesis,
refiriéndose a uno de los motines de esclavos más importantes de la historia de
la trata, acontecido a bordo de un barco llamado Amistad cuando viajaba
de La Habana
al puerto de Guanajay, frente a la costa septentrional de Cuba, si éste era, en
realidad, La Amistad,
nacido a orillas de la capital palmera.
Al histórico motín de 53 esclavos, casi todos del pueblo mende, originarios de
la región a unos cien kilómetros tierra adentro del río Gallinas, se refiere el
historiador Hugh Thomas, y habla de un barco construido en Baltimore, "un
modelo sin igual por su velocidad, de unas ciento veinte toneladas", que
iba al mando del capitán Ramón Ferrer. Manuel de Paz valora la viabilidad de su
hipótesis y resulta interesante conocer sus planteamientos.
Thomas sigue, entre otros, el testimonio del cónsul británico para la represión
de la trata Richard Madden, quien relata las peripecias de un viaje que,
gracias a la rebelión encabezada por Cinqué, acabó en Nueva York, donde el
barco fue retenido acusado de contrabando. Pese a las protestas del embajador
español, que pidió que le fuera entregado el buque, el caso pasó a la Corte Suprema de
EE.UU., donde el ex presidente John Quincy Adams -entonces diputado por
Massachussets-, defendió con éxito la tesis de que los cautivos habían sido
esclavizados ilegalmente, y por ello fueron puestos en libertad y devueltos a
Sierra Leona.
El barco era, al parecer, un velero del tipo "Baltimore Clipper" y
por investigaciones posteriores a las que se refiere al profesor De Paz citando
al profesor Forbes, se supone que fue construido en Cuba, y no en Baltimore, en
torno a 1835. La pista del velero La
Amistad se pierde en la isla de Guadalupe, donde fue
vendida en 1844 y utilizada para el transporte de mercancías, hasta que
desapareció antes de 1850.
Tanto Juan B. Lorenzo Rodríguez [Noticias para la Historia de La Palma, 1975] como
Armando Yanes Carrillo [Cosas viejas de la mar, 1953] coincidieron al
señalar al buque La Amistad
como uno de los barcos construidos en los astilleros de Santa Cruz de La Palma, aparejado de fragata
y 163 toneladas de arqueo, propiedad de Manuel Buenamuerte González,
"personaje de apellido tan pirático" que no figura como propietario
de otros barcos mencionados en las relaciones citadas, aunque es posible que
fuera hermano de José Buenamuerte González, que contrató la construcción de una
goleta de 70 toneladas, nombrada Antonia y entregada en 1843.
En la relación publicada por Armando Yanes figura otro probable miembro de la
saga familiar llamado J. Buenamuerte y Medero, que encargó a Fernando Arocena
la construcción de un pailebote redondo de 80 toneladas, botado en 1842, al que
puso el curioso nombre de Negrita y cuyo destino era Cuba.
Los nombres de los barcos se prestan, en ocasiones, a cierta confusión. Existe
constancia, por ejemplo, de que Manuel de Armas Cabrera, capitán y maestre del
bergantín-goleta español Los Dolores (a) Argos, de 99 toneladas,
matriculado en La Habana,
partió de Santa Cruz de La Palma
para la capital cubana en febrero de 1836. Este hecho demuestra que el tráfico entre
Cuba y La Palma
se incrementó considerablemente durante la primera mitad del siglo XIX,
"resultando posible -como señala el profesor De Paz-, que se fabricasen
algunos barcos en la capital palmera para ser matriculados, más tarde, en la Perla de las Antillas".
En el caso del velero La
Amistad, el investigador palmero sostiene que parece
lógico aprovechar la economía de escala y la existencia de un comercio
triangular entre este lado del Atlántico y el Caribe para sacar un máximo de
rendimiento. Podría, por ejemplo, manufacturarse el buque en Santa Cruz de La Palma, que marchara después
al golfo de Guinea en busca de esclavos y recalara, finalmente, en Cuba, donde
la demanda de fuerza de trabajo cautiva para los ingenios era extraordinaria en
estos años, especialmente de esclavos jóvenes, vendiendo allí no sólo la carga
sino el propio buque, o bien regresara a las islas o a la Península con café,
azúcar u otras mercaderías. "Sin duda -concluye el profesor De Paz-, se
trataba de un negocio infame pero económicamente redondo, especialmente durante
estos años, en los que la persecución de la trata por parte de Inglaterra hacía
que las piezas de ébano alcanzasen muy elevados precios". (Juan Carlos
Díaz Lorenzo, 2008)
1817 Octubre16. El absolutismo reimplantado en la metrópoli
devolvió las cosas en esta colonia Canaria a su antiguo estado y propicia la
resolución firme de este pleito socioagrario por parte del Tribunal de la Real Audiencia de
Canarias en favor de la casa de Nava-Grimón sentenciando firme que "el
Concejo y vecinos de La Aldea
de San Nicolás no han probado bien y cumplidamente su acción y demanda".
Siguió luego un largo período de tranquilidad a lo que contribuyó también el
ciclo depresivo que caracteriza la economía del período 1820-1850, al contraerse
las compras de grano en el mercado insular y de Tenerife como consecuencia de
la ruina vitícola y por un arancel incapaz de defender la oferta interior
frente a las importaciones de granos y harinas extranjeros.
1818. Tejeda y Artenara, Tamaránt
(G.Canaria). Por la usurpación de las agua que bajan a la Aldea.
1818.
Urbanización de la Plaza
del Adelantado, en Eguerew (La
Laguna), Chinetch (Tnerife).
1818 Febrero 16. El
gobierno español ejercido por el absolutista de Fernando VII decretó el cierre
de los puertos de la colonia de Canarias que no estaban habilitados en 1808
para comerciar con el extranjero. El de Añazu (Santa Cruz) no entraba en esta
categoría; y al serle comunicada la real orden por la intendencia española en
la colonia de Canarias, el ayuntamiento representó en este sentido, pidiendo se
declarase su puerto depósito de manufacturas extranjeras de lícito comercio,
valiéndose para ello del precedente de la real orden de 30 de marzo de aquel
mismo año, que habían conseguido los puertos españoles de La Coruña, Santander, Alicante
y Cádiz, que se hallaban en la misma situación. Su solicitud, informada
favorablemente por el comisionado regio Felipe de Sierra Pambley, fue examinada
con la acostumbrada lentitud administrativa y tuvo por efecto la real orden de
9 de noviembre de 1820, que le concedía la gracia de puerto de depósito de
segunda clase. Esta gracia no pareció suficiente. Envalentonado por este primer
éxito, y posiblemente todavía más por el retorno a la situación constitucional de
1813, el ayuntamiento solicitó en 1821 el título de primera clase que le fue
concedido. Era una concepción que
recibía Santa Cruz del gobierno liberal de la Metropoli, por mano de
José Murphy; pero las concepciones de
los liberales eran más bien peligrosos. Este duró tanto como el régimen
constitucional. Al volver el absolutismo en España, el puerto de Añazu (Santa
Cruz) no sólo perdió su categoría de puerto de primera clase, sino que lo más
probable es que se quedó también sin el depósito de segunda, que le había
otorgado el rey español. En efecto, el absolutismo anuló todo cuanto había
innovado el liberalismo constitucional y en aquel naufragio es de sospechar que
el ayuntamiento no se atrevió a levantar la voz, siquiera para defender lo que
era legítimo desde el mismo punto de vista de los absolutistas.
1818 Julio 14.
Nace en Winiwuada el criollo
Cristóbal Castillo y Manrique. Era
abogado y representó a la colonia en las Cortes españolas, afiliado al partido
conservador en varias legislaturas (1851, 1853, 1857 y 1867). Obtuvo para Gran
Canaria, con otros ilustres isleños, la división de la colonia en dos distritos
administrativos en 1852, el decreto de Puertos Francos, escuela normal y otros
grandes y trascendentales beneficios. Murió en Canaria el 28 de febrero de
1871.
Como un recuerdo de la división
administrativa en aquella época, colocaremos a continuación los nombres de las
principales autoridades coloniales que entonces gobernaban en Canarias:
Generales: don Antonio Ordoñez (1851); don Eusebio de Calonge (1852). Regente,
don Gabriel Ceruelo de Velasco. Fiscal, don Demetrio Villalaz. Juez de Iª
instancia de Las Palmas, don Eugenio Perea. Juez de Santa Cruz, don Ruperto
Mier y Terán. Subgobernador del primer distrito, don José Joaquín Monteverde. Subgobernador
del segundo distrito, don Rafael Muro y Colmenares.
1819. La concentración del comercio en Santa Cruz de Tenerife
fue obra de don Lorenzo Fernández de Villavicencio, marqués de Valhermoso,
quien trasladó al citado lugar y puerto la Comandancia General
de Canarias'. Pero, además, con la Reglamentación de 1718 quedó Santa Cruz de
Tenerife como puerto único de regreso, lo que ocasionará roces entre las Islas:
"Los inconvenientes nacen entre Tenerife y Gran
Canaria-La Palma. Estas dos últimas hacen lo
posible por librarse de la centralización tinerfeña. Santa
Cruz de Tenerife, centro comercial insular, se esfuerza por conseguir que los barcos al volver de América vayan directamente a su puerto
contra lo dispuesto por el artículo II del Reglamento
de 1718, que permite rendir viaje de regreso al misino puerto canario de donde
zarparon. En 1770 se ratifica el
contenido de dicho artículo. Ocho años después, el Cabildo palmero redacta un
Memorial cuyo primer punto hace referencia al asunto que tratamos".
Las
reivindicaciones del Cabildo palmero se mantendrán hasta bien avanzado el siglo
XIX, y ello a pesar de que el comercio con América
"languidecía hasta perecer con el tiempo", aunque no debe olvidarse
la importancia que para las Canarias continuarán
teniendo las relaciones comerciales con el
Caribe español. (Manuel de Paz-Sánchez, 1994)
1819.
Diez y seis
casas altas había ya en 1819, en el Puerto de Arrecife (Lanzarote), dos de ellas de tejado, las demás
de azotea, muy buenas, con sus aljibes dentro; otras terreras también
bastante cómodas. Y de las primeras la perteneciente a Brito, alhajada
a todo costo, con objeto de que fuese casa de gobernador, para
lo cual hizo traer de Londres muebles y vajillas primorosas. (J.
Álvarez Rixo, 1982:56)
1819.
Y con motivo de haber tratado de nuestros bárbaros vecinos los
berberiscos, relataré la aventura acaecida con ellos el año 1819; para las oportunas
precauciones en aquellos puntos más poblados. La goleta «Juana» propia
del Cap", de Puerto del Arrecife Dn. Antonio (ile/.. Bermúdez, hacía su pesquería fondeada en
aquellas aguas del A (rica. Y como sea uso de enviar las lanchas a pescar por
diversas 1,1 las distantes de la nave principal, los tripúlanos
de una de ellas tuvieron la
imprudencia de bajar a tierra a reposar, o tomar agua fresca: Cuando repentinamente se vieron asaltados de
moros armados, que los cautivaron y
se apoderaron de la lancha. Embarcáronse en esta los enemigos remando hasta la goleta, de la cual se posesionaron v
de dos o tres hombres que había en ella. Vuelta la otra lancha de pesear, observó que estaba su barco lleno de
moros, y sin atinar como pudo ser,
viró de bordo alejándose aunque sin víveres, con la esperanza de hallar otro
buque isleño. Así fue, y regresaron a Lanzarote llenos de
sentimiento, el cual se comunicó a las familias y conocidos de los cautivados
que derramaron muchas lágrimas.
Inmediatamente
Mariano de Brito, hijo mayor del Salvador Santiago
arriba nombrado en su bergantín, «S. Antonio», se equipó de algunos pedreros y fusiles, e hizo vela a intentar
traer la goleta, y algunos de los
cristianos que pudiese. Pero llegado al África tuvo el dolor de ver que la nave que buscaba, los moros
que no son marineros la habían
encallado y desmantalado para aprovecharse de su herraje y madera.
Fondeó Brito no obstante, por si algún cautivo lograba escaparse a nado recogerlo. Era la noche oscura aunque serena, y a la
media, gritó Domingo Bolaña, que hacía guardia a proa: Moros! moros!... Oyóse un fusilazo el acabar el grito, y
cayó muerto el pobre marinero vigilante. Saltaron de la cámara y rancho
los demás cristianos, echando mano cada
cual al arma que pudo, y lucharon con algunos moros que ya habían
subido al bergantín, a los cuales quitaron algunas armas repeliendo su asalto
con denuedo. También están persuadidos que
alguno de los faluchos o lancha que trajeron hubo de irse a pique, por el mucho material que le
arrojaron dentro.
Viendo Brito la inutilidad del viaje regresó a Lanzarote. Y cuando creyó que le agradecerían su buena intención; el
gobierno no le quiso admitir, porque había tenido roce con los
moros; e intentaron forzarle a ir a Puerto Mahón. Mas como no estaba el
barco en disposición ni con víveres para tan largo viaje, falto de piloto que
le costaría un dineral, se negó a partir, y
le conminaron cuarentenas con que
casi arruinaron a este buen hombre.
Por más que
digan, mucho deben valer los espíritus españoles, cuando a pesar de tantas experiencias funestas se atreven a intentar algo
bueno. No hay mayor maldición para ellos que las que les provienen de las
instituciones que llaman de Gobierno!
Los cautivos de la goleta «Juana» fueron regresando después por
vía de Mogador redimidos por los P. P. de la Redención, lo mismo que
algunos otros procedentes de una lancha de la goleta «Antoñita» propia también del citado Bermúdez, desgraciada con posterioridad
a la primera, a causa de otro descuido. (J.A.
Álvarez Rixo, 1982:147-148)
1819. Se crea el Obispado Nivaríense, con sede en
Eguerew (La Laguna).
1819. Hasta esta fecha la secta católica en colonia
canaria constituía un solo Obispado con sede en Tamaránt (Gran Canaria), donde
se situaba también la catedral.
El clero católico que servía el
culto en la catedral constituía el escalón superior de la red eclesiástica de
la colonia. Estaba dotado con 33 prebendas distribuidas entre 6 dignidades
-deán, arcediano, chantre, tesorero, maestrescuela y prior-, 18 canónigos y 12
racioneros, todos ellos con importantes rentas procedentes de los diezmos de
todo el Archipiélago, lo que hacía que fuesen cargos muy apetecidos. Ahora
bien, si el nivel superior de la estructura eclesiástica en la colonia estaba
constituido desde finales del siglo XV y se mantuvo prácticamente sin
variaciones hasta comienzos del XIX, la red parroquial fue modificándose
lentamente a fin de abarcar lo nuevos centros de población colonial que iban
formándose.
A comienzos del siglo XVI el
número de clérigos llegados a la colonia era escaso; las islas contaban
entonces con 11 parroquias –tres en Tamaránt (Gran Canaria) y Chinet (Tenerife)
y una por isla en el resto-, pero ni siquiera este corto número de parroquias
estaban ocupadas por curas encargados de servir el culto e impartir los
sacramentos del rito católico. Incluso en los núcleos más poblados, que
contaban con parroquia dotada con un beneficio eclesiástico desde la conquista,
existían problemas: para el mantenimiento del culto, pues en muchos casos estos
beneficios habían recaído en clérigos que contaban con prebendas en otros
lugares, y si bien percibían la renta de los beneficios de las islas, no
estaban dispuestos a hacerse cargo personalmente de su parroquia.
En los núcleos más importantes de
las islas, donde existían algunos conventos fundados entre fines del siglo XV y
comienzos del XVI, era el clero regular el que sostenía el culto e impartía los
sacramentos, pero allí donde no había clérigos regulares, estas funciones
simplemente no se celebraban. La reforma del sistema de provisión de beneficios
y el aumento del número de parroquias constituyen una queja constante de los
colonos durante el primer tercio del siglo XVI. Tal reforma se enfrentaba
eviden temente a los intereses de los beneficiados de las parroquias ya
existentes que veían cómo la creación de nuevas parroquias significaba una
redistribución de las rentas decimales entre mayor número de clérigos y
consiguientemente una disminución de sus ingresos. (Juan Ramón Núñez Pestano;
1991)
1819. Marzo 30. La corbeta "Unión
del Sur", registrada en numerosas ocasiones como "Unión", fue construida en Baltimore (Maryland, Estados Unidos), uno de los
enclaves fundamentales, si no el más importante, del corso argentino en el Atlántico Norte (como base de
aprovisionamiento y de armamento de buques),
armada por Juan Pedro Aguirre y puesta inicialmente bajo el mando de Clemente Cathele o Calhell. Después de
arribar a Buenos Aires, en junio de
1817, se hizo cargo de su mando Juan Browm, con quien operó por Canarias.
Contaba con una tripulación de ochenta y un hombres y doce cañones de a 18.
Una de sus singladuras por aguas de
nuestro Archipiélago llevó al mencionado
buque a la bahía de Las Palmas, donde, el 30 de marzo de 1819, apresó y
sacó del puerto al místico español, proveniente de Cádiz, "Nuestra Señora de los Dolores" del capitán José Ortiz. El 3 de abril, el corregidor y subdelegado de reales rentas, el
inefable Salvador de Terradas, se
dirigió al gobernador de las armas, Simón de Ascanio, en los siguientes términos:
"A V.S.
consta se halla quasi a la vista la
Corbeta de Guerra Insurgente la Unión, que sacó de este Puerto la noche del treinta de
Marzo último, el Místico Español su
Capitán Don José Ortiz, y que últimamente ha apresado varios Bergantines de
esta Isla que dio libertad quedándose con las lanchas. Hoy se ha cundido la voz de que daría libertad a
dicho Místico luego que realizase sus
intenciones, según han dicho algunos individuos de los Buques apresados; y como
en este caso no debemos despreciar la más ligera noticia sea, o no, verdadera para asegurar la tranquilidad
de los habitantes de esta Isla, y con
más motivo teniendo como tengo presente la orden de diez y ocho de Febrero de mil ochocientos diez y ocho
comunicada al Tribunal Superior de
esta Real Audiencia por el Excmo. Sr. Comandante General de esta Provincia; en
su consecuencia me ha parecido prudente molestar la atención de V.S. manifestándole existen en la Real Tesorería
cerca de dos millones de reales, que
su guardia es muy reducida, y que sería conducente precavernos de un daño con la fuerza. Bajo la custodia de V.S.
está la defensa de esta Isla, y en mí auxiliarle en cuanto necesite del
paisanaje; este está pronto a su
disposición, y yo mismo, a todo lo que sea en obsequio de ella y del Soberano; teniendo como tengo dadas todas cuantas
providencias están al alcance de mi
facultad, reducido a entregar una corta porción de chuzos que existen en este Ilustrísimo Ayuntamiento, para que
sirvan en caso de invasión, y del mismo modo espero de la atención de V.S. se
sirva acusarme el recibo de este
oficio".
Ascanio contestó, sin dilación, el día 5. Manifestó que ya había
tomado precauciones
ante cualquier "temeraria sorpresa", pero que necesitaba refuerzos, en concreto un retén nocturno para
la tropa de guarnición de 50
hombres, y 45 artilleros más para la
Batería de la
Línea. El costo de cada una de estas plazas ascendía a dos
reales de vellón diarios, pero que habiendo acudido en casos semejantes al
administrador de reales rentas, éste le había indicado que no tenía órdenes
para ello. No obstante, si Terradas,
como subdelegado, podía allanar el problema quedaría la defensa en
mejor estado. Además, respecto al paisanaje indicó que su opinión, "en
tales circunstancias, es que se aliste por Barrios, Manzanas o Calles, que a cada una de aquellas porciones en que juzgue
V.S. deberle dividir se le nombre un
cabo, o jefe, y que en cada noche desde la de este día esté pronto un
número como de ciento o doscientos hombres armados con los chuzos..., y con las
demás armas que puede facilitar el Ilustrísimo Ayuntamiento, que a la menor
señal de alarma acuda al cuartel del Regimiento de mi accidental mando, sito en
la Calle de la Carnicería e
incorporarse a la primera Compañía que
dormirá allí, y maniobrar bajo las órdenes del oficial que yo señale
para mandar aquella, y a quien comunicaré mis instrucciones" .
La respuesta de Terradas no se hizo esperar. Indicó que había elevado un escrito al Comisionado regio (Intendente), que el
paisanaje estaría preparado "en caso de alarma por cualquier
invasión de los insurgentes", pero que
"habiendo tropa en la Isla,
clamarían por esta fatiga diaria", y se ofreció para, en caso de apuro, costear con sus propios intereses los
gastos de los retenes, "en obsequio del Rey y de la Isla".
Ascanio, ni corto ni perezoso, le tomó por la palabra y le contestó que, "atendiendo a la generosa oferta con que
concluye de que en un caso apurado serán
satisfechos por V.S. los cuarenta y cinco artilleros que guarnezcan por las
noches las Baterías de la Línea,
añadiré que en mi concepto estamos y estaremos en ese caso apurado siempre que
los Insurgentes permanezcan a la vista de las vigías".
Terradas respondió, solícito, que "deseando yo por mi parte
evitar todo insulto, para que las Reales Armas, por falta de pago, no sufran el
más ligero desprecio, desde luego estoy
pronto a satisfacer de mis propios intereses hasta concluir con la última
alhaja de mi casa" 8S. Sin embargo, no tuvo que cubrir, en solitario, el costo del retén, porque José de
Quintana y Llarena se ofreció, y le fue aceptado,
a acompañarle en los pagos durante dos días.
No
obstante, el corregidor Terradas tuvo que hacer frente a otro donativo personal por mor de las circunstancias y
como presidente de la Junta
'de Sanidad, pues decidió socorrer al capitán del bergantín "La Vicenta", de la matrícula de Bilbao, José Antonio de ligarte, quien, con seis miembros de su tripulación, pasaba la cuarentena en
Gran Canaria tras haber sido apresados y "completamente robados", el
día 3, por "una de las corbetas de guerra insurgente que
bloquean a estas Islas". El donativo ascendió
a 300 reales de vellón, "para que sirva de socorro a esta pobre tripulación digna de toda gracia, por tener el
honor de haber sido tan leales que
han preferido su ruina a tomar partido con los enemigos del Trono".
Por fin, a fines de
mes, se recibió el oficio de Sierra Pambley, quien aprobaba las
gestiones de su subordinado, le felicitaba por su celo y le autorizaba a cubrir
los gastos habidos con motivo de la amenaza corsaria con cargo al departamento. Terradas, sin embargo, no quiso aceptar. Consideró
sus gastos como un donativo a la
Corona y ponderó sus deseos de contribuir, como buen vasallo,
a evitar "vejámenes al distinguido nombre de la Nación".
El Ayuntamiento, sin embargo, envió el testimonio al Consejo de Castilla, cuyo fiscal informó que
"el Consejo, siendo servido, les manifieste quedar satisfecho de su
leal conducta, excitándole a continuar sus
servicios en beneficio del Rey y del Estado". (Manuel de Paz-Sánchez,
1994)
1816. Julio 20. De los corsarios argentinos considerado pionero en
las incursiones marítimas por Canarias y Azores fue el capitán Miguel
Fcrreres, originario de Ragusa, comandante de la goleta “Independiente”,
que ya había servido en la campaña de
Montevideo, en la cual capitaneaba el "Itatí"-. Este corsario, como otros de sus compañeros,
frecuentó la ruta de Canarias para
—entre otros objetivos- bloquear la línea de la Compañía de Filipinas y
apoderarse de sus codiciados buques. En julio de 1816, dice Bealer, llegaban a Londres quejas y lamentos de las islas
Canarias: "Barcos independientes rodean nuestras costas. Los
corsarios de Sud América merodeaban en las
proximidades de las Canarias y habían "arruinado completamente allí el comercio español".
Miguel Ferreres
protagonizó, en efecto, diversas acciones en las proximidades de
Canarias durante este período. El 20 de julio de 1816, el capitán de puerto de Santa Cruz de Tenerife
comunicó al Comandante General que,
desde el amanecer había aparecido, a unas siete u ocho millas al Este de la Plaza, una “goleta con dos bergantines por sus
aguas y que cruzando dos botes con
frecuencia de ella a uno de los bergantines, aparentaban ser estas gestiones algún saqueo. A las dos
de la tarde, habiendo recalado uno de los
barcos menores del tráfico de esta Isla a la de Canaria le dio caza y lo hizo atracar a su costado, y a poco
rato lo largó, y dirigiéndose el referido barco a esta Rada, salí a su
encuentro y puesto al habla me informó su Patrón
ser el nombrado San Juan que venía del Puerto de Gáldar de Canaria con carga de 33 animales vacunos, 100
carneros y varias aves; que la dicha goleta
era una de los corsarios que habían salido del Río de la Plata; que hacía cuatro días había apresado sobre el
Salvaje al bergantín nombrado Rosario,
uno de los del tráfico interior de esta Provincia, que salió del Puerto de Garachico en esta Isla cargado
de maderas, y se dirigía a la de Lanzarote y
que en la noche anterior apresó igualmente, en las inmediaciones de la Punta de Anaga, al bergantín
español nombrado Juliana, su capitán don Sebastián Badaró que salió de esta
Plaza para Mo-gador la misma noche; que
durante el tiempo que permaneció atracado a la
goleta observó que su artillería eran cuatro obuses dos por banda y un cañón
como del calibre de a 12 al medio giratorio, que su tripulación se componía
como de 50 individuos de todas Naciones, que según supo, el capitán era raguseo, casado en Buenos Aires, y el
segundo, gallego; que de su barco le
quitaron 69 carneros, tres animales vacunos, cuantas aves. huevos y manteca
encontraron, los barriles de la aguada y la lancha".
Al día siguiente, el
capitán de puerto santacrucero volvió a informar, con nuevos detalles, a su
superior. Después de las once de la noche del día anterior, habían fondeado dos lanchas en el Puerto llevando a bordo
las tripulaciones de los dos bergantines apresados
por la goleta corsaria. En la del bergantín "Rosario"
venía su patrón. Marcos Cabrera, y doce marineros más. Cabrera relató que, al amanecer del día 17, hallándose de seis a
siete millas al Sur del Salvaje, se encontró bajo el
alcance del cañón de una "goleta de
gavia y juanete a proa, y en el mayor escandalosa, en cuyo peñol tremolaba una bandera angloamericana". El
corsario le disparó un cañonazo con bala y,
puesto a la voz, le "mandó poner a la capa y echando una canoa armada, llegada a su costado le mandó arriar
la bandera nacional que había largado y
le dijo era prisionero del Gobierno de las Provincias Unidas de Buenos Aires, a cuyo tiempo, arriando la
goleta la bandera que se ha dicho, enarboló en el peñol de la cangreja de la
mayor, otra bandera con dos listas
azules, que dijeron era la que usaban los buques de aquel Gobierno". Seguidamente se apoderaron del
bergantín y "marinaron" con diez individuos, mientras los prisioneros fueron pasados a la goleta
enemiga.
Durante su viaje a
bordo del barco enemigo, observó que su "tripulación
se componía de diferentes naciones, así españoles como angloamericanos, romanos, ragusos, genoveses, portugueses y
criollos de Buenos Aires", entre otros datos. A la artillería había que
añadir que la tripulación del buque estaba
bien armada con armas blancas y de chispa, y que el barco tenía "su fondo forrado de cobre, su costado negro con
siete portas, una lista blanca muy estrecha y
sin palo de atajamar". Además, según le dijo su Capitán, "había
salido del Río de la Plata
el 5 de abril, y que su buque era el 56 de
los corsarios que se habían armado contra los Españoles de Europa, que en las aguas del cabo de San Vicente
al de Santa María había hecho dos presas,
habiéndose retirado de aquel crucero por haberle dado caza un Bergantín de guerra a quien tuvo por inglés".
Cabrera relató
también que, el día 19 por la noche, estando a poca distancia
de Santa Cruz de Tenerife, habían tratado de apoderarse de una de las embarcaciones —en concreto una polacra—, que
estaba fondeada en la rada, pero
desistieron por la "mucha calma" y la cercanía a la batería de la
Plaza; que, por último, les habían puesto en libertad en la
lancha, sólo con lo puesto, a excepción
del lanzaroteño José Manuel Delgado, "uno de
sus tripularios", quien, "según vio y entendió, se quedó en la Goleta por haber tomado plaza en ella", y que "el
capitán le dio un papel de condena, el que presenta y se remite a V.E., por el
que se ve se llama la Goleta
la Independencia (a) La Invencible de las Provincias Unidas del
Río de la Plata".
En
el expediente figura, efectivamente, el siguiente recibo firmado y rubricado por Miguel Ferreres:
"Yo abajo firmado Comandante de la Goleta llamada
Independencia alias la Invencible
de las Provincias Unidas del Río de la
Plata:
Declaro haber apresado al Bergantín el Rosario en las aguas de las Islas Salvajes, y para que conste en cualquier parte que se presente y
le sirva por su resguardo, dado en a
bordo de la dicha Goleta en frente de Santa Cruz de
Tenerife, el día 20 de Julio de 1820.= Miguel Ferreres".
En la otra lancha se presentó don Sebastián Badaró, junto con los once tripulantes de su bergantín
"Juliana", que en la noche anterior había salido para Mogador cargado de mercancías. Describió que, estando a cuatro millas al Sur de la Punta de Anaga, descubrió a
la goleta y al bergantín apresado y trató de
huir -porque podía ser la goleta que cruzaba por
estas Islas y "apresó al bergantín Carmen sobre la de
Lanzarote"-, pero la mar en calma le
impidió ganar tierra.
Ambos
capitanes coincidieron, finalmente, en afirmar que la goleta y los dos bergantines seguían con rumbo al Oeste,
para remontar por el Norte de Tenerife
"con el fin de apoderarse de alguno de los buques menores que se ocupan
en la conducción de vinos, de cuyo artículo estaban muy faltos".
El Comandante General informó cumplidamente a Madrid del suceso. y, acto seguido, solicitó de las municipalidades de
Santa Cruz de Tenerife y del Puerto de la Cruz, a través del Real
Consulado, que le facilitaran fondos para armar en corso un "precioso
bergantín" que se hallaba fondeado en la rada, el "Arriero",
sobre todo porque se esperaba la llegada de buques de La Habana "con intereses del Rey y de
particulares". El Consulado alabó la idea, pero puso reticencias para
contribuir con sus propios fondos, por estar muy mermados y por las disposiciones legales al respecto,
como apuntamos más arriba.
La Buría, entonces, adoptó una táctica más severa. Escribió al alcalde real de la
Villa y le ordenó que, en vista del poco éxito de sus
gestiones, volviera a reunir a los
comerciantes de la plaza y le "remitiera la lista de los que hubieren concurrido, y la de los que
hubieren faltado, para dar cuenta a S.M.".
A su vez, el Real Consulado, reunido el 1° de agosto, acordó que "con vista de los esfuerzos que haga
el comercio para la seguridad de los buques
que se esperan, se reunirá nuevamente la Junta a fin de resolver acerca de la cantidad con que (según sus fondos y
facultades), pueda acudir a un objeto de
tanta importancia".
También los
comerciantes de la Villa
santacrucera mostraron mejores deseos de contribuir. El capitán Echeverría
había calculado los gastos de la operación en unos quinientos pesos, pero se
consiguieron trescientos veinte y siete, por lo que, para cubrir el déficit,
los propios comerciantes insistieron en la participación del Real Consulado en
el asunto.
El bergantín "Arriero",
de 180 toneladas y forrado en cobre, pudo hacerse, por fin, a la mar el día 3 a las ocho y media de la
mañana. Su tripulación ascendía a ciento dos hombres, cuarenta pertenecientes a
la dotación del buque, veintiocho voluntarios, diecinueve de la partida de Ultramar y trece de las Milicias provinciales, bajo
el mando de Echeverría y del subteniente
de la partida de Ultramar Ignacio Figueredo. El armamento estaba
constituido por seis piezas de a 6 y dos de a 12, doscientos fusiles, cien
sables, veinte pistolas y veinticuatro puñales, "con todas sus municiones y utensilios correspondientes".
Hasta el día 8, el buque recorrió las aguas del crucero insular sin
que sus pesquisas dieran resultado alguno. Realizó algunas recaladas y dio
protección a algunos barcos, pero no alcanzó a ver la vela del insurgente que, pocos días antes, había atemorizado a los
navegantes isleños.
La Buría, sin embargo, cuando informó a la Corte, alabó repetidamente la magnanimidad y el patriotismo del capitán
Echeverría y, de paso, criticó la apatía del comercio y del Real Consulado. La
empresa, según él, estaba plenamente
justificada, pues pretendía "librar a este comercio y vecindario de la ruina que les amenazaba si eran
apresadas varias expediciones
interesadísimas que se esperan tanto de nuestras Américas como de Francia, y entre ellas una fragata que conducía una
gran porción de tabacos para el
Rey..." . Quizá el "Arriero", aunque no protagonizó
ninguna aventura digna de ser contada por
Stevenson, sí contribuyó a mantener por unos días la seguridad que tanto requerían las aguas del crucero de
las Islas Canarias.
Una seguridad que echaría en falta, entre otros, el comerciante inglés
establecido en Gran Canaria, George Houghton,
quien declaraba ante el cónsul inglés en Canarias, el 25 de
junio de 1816, como unos días antes, viajando
a bordo del barco español "Nuestra Señora del Carmen" del capitán Miguel Sánchez y a unas veinte millas de
Lanzarote, había sido "saqueado
de dinero y otras propiedades". El barco asaltante ostentaba una
bandera "con dos bandas azules y una blanca en el centro", sus tripulantes
hicieron fuego de fusilería, llamaron al abordaje y declararon a sus víctimas "prisioneros de Buenos Aires".
Rápidamente procedieron a saquear
la carga, registraron todas las cajas y baúles de los pasajeros en busca de
dinero y desposeyeron al inglés de la cantidad de "3.600 dólares [pesos]
fuertes de plata y cerca de 150
barras de viejas láminas" del mismo metal.
Ante las protestas de Houghton, que expresó su voluntad de reclamar al
Gobierno británico, parece que, incluso, llegó a estar en peligro su propia vida. Tanto el barco asaltante como la mayoría de su
tripulación eran norteamericanos y, a preguntas del deponente,
"confesaron ellos mismos ser
piratas" y que, al parecer, actuaban bajo pabellón no autorizado. (Manuel
de Paz-Sánchez, 1994).