Nuestros ancestros guanches ya practicaban el socialismo
antes de que este concepto fuera conocido
por loe europeos.
Fuente: Juan Bethencourt Alfonso Historia del Pueblo
Guanche, tomo II, pags. 229-239
CAPITULO VIII
EL SOCIALISMO
COMUNISTA:
Causas probables de esta
institución en el pueblo guanche. Principio socialista comunista. Subsistencia
individual: cómputo de las raciones alimenticias y modo de efectuarlas; otros
repartos. Reservas del común: aregüemes y taros. Reserva de la riqueza pecuaria
y su usufructo por la
Corona. Presupuestos : impuestos, distribución equitativa y
aplicación del superávit a las felfas o banquetes nacionales, (i).
La institución del socialismo
comunista del pueblo guanche, que pudiera presentarse como fórmula definitiva
de las tendencias del espíritu latino frente a las individualistas del espíritu
germano, es uno de los ejemplos más acabado del sistema que ofrece la historia.
Dentro de su constitución quedaba totalmente aniquilado el individuo por la
sociedad. Movíanse hombres y mujeres como piezas inconscientes de un aparato
mecánico, como un ejército en campo de maniobras con ordenanzas draconianas. Es
verdad que el Estado cuidaba de su alimento, vestido, defensa y dirección, pero
era a cambio del sacrificio de su libertad moral y física. Todo se hallaba
reglamentado: creencias, artes, oficios, agricultura, pastoreo, caza, pesca,
festejos, ejercicios, comidas, indumentaria y en una palabra cuanto tenía
relación con la vida pública y privada de los habitantes, sin la más pequeña
gatera por donde escapar del patrón oficial la actividad o iniciativa
particular. Y es lo extraño que esta armazón social que por su índole debía ser
igualitaria, aunque parezca paradójico, resultaba una escalera cuya base
descansaba sobre una población de siervos con peldaños de privilegios.
Tal régimen social debióse
principalmente a nuestro juicio al concierto de estos tres factores: a las
cualidades psíquicas de la raza, al medio fisiológico y al sistema feudal de
una aristocracia guerrera y poderosa.
Considerada la estrecha relación
que guardan los caracteres sicológicos sociales de un pueblo con los
sicológicos individuales de sus habitantes, nos daremos cuenta de la referida
institución estudiando sicológicamente al individuo guanche en nosotros mismos,
pues por ser escasos los cruzamientos con extraños elementos étnicos y
mantenerse la raza bastante pura en varias regiones, conservamos por ley de
herencia los atributos esenciales de nuestros coprogenitores los guanches; y de
ese estudio desapasionado resulta aparte de otras buenas cualidades, de que
somos inconstantes, desconfiados, sin iniciativa personal ni espíritu
colectivo, lo que unido a nuestro fondo de incultura con sus naturales
derivaciones, hace que revelemos a las claras nuestro débil carácter
individual, la pobreza de nuestra condición sicológica reflejada en los
caracteres sociales, que en ultimo extremo no son otra cosa que la suma de
caracteres sicológicos individuales. Pues éstas, aunque más pronunciadas por su
mayor ignorancia, eran las cualidades de nuestros antecesores como se echa de
ver en su derecho político, régimen social y en el conjunto de manifestaciones
de su vida pública y privada.
Añadíase a dicha causa el medio
fisiológico por las condiciones meteorológicas de la isla, perpetuamente
amenazada por la escasez, falta o irregularidad de las lluvias y naturalmente
por el conflicto del hambre; lo que constreñía al Estado a tomar medidas de
previsión ante la incapacidad del ahorro privado. Es de suponer que para
regular con leyes fijas el consumo y las reservas del común, vencer los
egoísmos y los instintos de rapiña tan desarrollados en las sociedades
bárbaras, oponerse a las bandadas de famélicos en épocas aflictivas como lo
acontecido en tiempos históricos, por ejemplo el 47 del siglo xix, debieron tal
vez pasar centurias y sufrir horrores.
Pero existe además el tercer
agente que planteó con toda evidencia sobre el régimen colectivista una
organización privilegiada, cual fue el derecho exclusivo a la posesión de una
oligarquía aristocrática, a juzgar por los principios de propiedad que
establecieron. Es de lamentar que los cronistas no extremaran su información
sobre asunto tan interesante, pues por lo menos no aparecerían contradiciéndose
en las pocas palabras que les dedican. Dice fray Alonso de Espinosa:
«El rey, cuya era la tierra, daba
y repartía a cada cual según su calidad o servicios; y en este término que a
cada cual señalaba hacia el tal su habitación, porque congregación de pueblo no
la tenían... y en este término de su habitación o morada tenían sus ganados,
sin que paciesen otros términos ajenos...».
Tanto Viana como Abreu Galindo no
se expresan con claridad, aunque parecen aludir a la propiedad privada al
asegurar que no admitían mejoras en las herencias sino muy justificadas y de
poca monta.
Marín y Cubas es categórico:
«Viven apartados unos de otros
sin forma de pueblo o comunidad, en tierras o cortijos propios, sin ser comunes
o concejiles como en los canarios», en lo que estuvo equivocado como ya dijimos
en otro lugar; y por último Núñez de La
Peña declara que no existía propiedad territorial, «...por
ser toda del rey, que la distribuía en la época de siembra y se las devolvían
después de levantar las cosechas».
Aunque algunos de los citados
autores bordean la verdad, no la penetraron por completo. Ni existía la
propiedad privada ni tampoco era del rey la tierra, sino de la nobleza o del
común como afirma el vulgo. Dado el estado de cosas a fines del siglo XV, es de
suponer que la totalidad del territorio de la isla se lo repartieron
dividiéndolo en tantos lotes iguales o auchones cuantas eran las familias
nobles. Ya dijimos que calculamos en la época de la conquista como 600 más o
menos de estos cortijos, como los llama Marín y Cubas; aunque ignoramos su
primitiva cifra y si este reparto agrario se hizo de entrada o paulatinamente
en la forma en que aparece en los tiempos históricos.
Pero lo característico fue lo
condicional de dichos repartos. Como si la sociedad guanchinesca se hubiera
inspirado en las instituciones de Creta o en el sistema económico de Licurgo,
por lo menos en lo sustancial, es lo cierto que el chaurero y demás habitantes
de los auchones no eran propietarios del fundo, ni de los bienes movientes, ni
de nada; no podían disponer de la heredad que moraban y granjeaban, sino de lo
señalado por el Estado como simples usufructuarios en calidad de aparceros.
Nuestro actual medianero, que
tiene su abolengo en la referida institución indígena, está mucho más
beneficiado porque es un condueño del producto total.
* * *
Todo lo existente es propiedad de
la nación y el usufructo de los individuos bajo la tutela del Estado.
Tal era el fundamento que servía
de base al sistema socialista comunista guanche. Por este principio, en su
sentido más lato, lo mismo las personas que las cosas correspondían a la
república. Las ideas, creencias religiosas, moral, costumbres, la libertad, la
vida; la tierra con sus montes, prados, pastizares y aguas; los vegetales, sus
frutos, raíces, jugos, semillas; los animales domésticos y salvajes, los
insectos, las aves; el mar con sus peces, moluscos, la sal, conchas y cuanto
arroja; las habitaciones, oficios, artes, alimentos, vestidos y en resolución
cuanto existía era de su exclusiva pertenencia.
Y como el dueño de la propiedad y
de los elementos del trabajo es quien tiene el derecho de utilizarlos, el
Estado en representación del común lo mismo disponía del hombre para la guerra
y toda clase de labores que de la explotación de los medios de subsistencia
para todos los fines de la vida social y privada.
Es decir que los guanches,
anticipándose al actual partido socialista internacional en sus aspiraciones
según el Programa de Erfut, transformaron la propiedad particular en colectiva
y la producción privada en producción socialista; pero lo que no hicieron fue
resolver la eterna lucha entre el capital y el trabajo conforme a dicho
Programa, socializando y entregando a unas mismas manos ambos elementos del
problema, sino que socializaron los medios de producción y encomendaron el
papel de fuerza productiva a un pueblo de siervos o esclavos.
¡A pesar de todas las previsiones
humanas, tal vez sea éste el obligado desenlace de tales instituciones, el
corolario ineludible sin embargo de las nupcias del capital y el trabajo, pues
siempre estarán, como dice el apóstol del socialismo Carlos Marx, las fuerzas
productivas en contradicción con las relaciones de producción; como también
habrá siempre hombres directores y hombres dirigidos, añadimos nosotros, que
formaran a la larga una clase privilegiada y otra sometida a la servidumbre de
la tierra con todas sus derivaciones!
A virtud del principio socialista
establecido, el Estado guanche no sólo reglamentaba la educación moral y física
de los habitantes, su empleo como agentes de defensa y producción sino que
tenía a su cargo la cotidiana subsistencia individual, así como la creación y
sostenimiento de fondos o reservas nacionales en garantía del cumplimiento de
sus deberes administrativos, como veremos en los próximos párrafos.
* * *
Ha sido tradicional entre las
antiguas familias de pastores, en que el oficio lo venían heredando de padres a
hijos, de que los guanches regulaban las raciones alimenticias tomando por base
exclusiva el ganado cabrío; partiendo de que si una cabra de buenas condiciones
produce un promedio diario de 2 cuartillos de leche durante los seis meses de
yerbaje, con 10 cabezas vivía al año un noble con su adjunto siervo, sobrando
un remanente con destino al Tesoro público.
Fundamentalmente el cálculo «en
los años de gracia» del siguiente modo: de los 20 cuartillos cotidianos, que
rendían las 10 cabras en los seis meses de producción, 6 cuartillos consumían
al día el noble y su siervo y con los 14 cuartillos restantes hacían 4 libras
de queso (o su equivalente en manteca) a razón de 3 1/2 cuartillos por libra;
de las que destinaban 2 libras al alimento diario del noble y siervo durante
los seis meses improductivos del ganado y las otras 2 al acervo común.
Compréndese desde luego que deducidos los 6 cuartillos de leche de la ración
alimenticia, el sobrante variaba en más o menos según la producción estacional
y en general la del año, variando también por lo tanto los tipos contributivos
impuestos cuatrimes-tralmente por el Beñesmer.
De los demás productos, como
cereales y toda clase de granos, frutas, raíces, tubérculos, sal, aves, cecina,
pescado, manteca, miel, sebo, pieles, carne fresca, etc., aunque tenían sus
reglas distributivas se ignoran los detalles. Sólo se sabe que estaban
favorecidos en cantidad y calidad los proceres, tanto más cuanto mayor era la
jerarquía: las rarezas arrojadas por el mar, las pieles más hermosas, las
frutas más delicadas, las carnes y pescados más sabrosos, la mayor parte del
guarapo de las palmeras, de la miel, cera, las piezas de cerámica más bellas,
etc., eran para ellos.
Cuéntase que los mejores madroños
del reino de Güímar los reservaban para el rey Añaterve, a que era muy
aficionado; los ademas más ricos para el rey de Abona; las trufas para el de
Adeje; los taram-buches para el de Daute; los higos bicariños al de Anaga,
etc., siendo frecuentes los regalos que los reyes y magnates se hacían de uno a
otro reino en consonancia con sus gustos.
Para apreciar la forma de llevar
a efecto los repartos y de cumplimentar los demás acuerdos económicos,
recordemos que bajo la fiscalización del Estado los jefes de auchones
administraban sus respectivas fincas, practicando toda clase de labores y
recogiendo los distintos frutos con destino al Erario público. Pues bien, a
estos mismos jefes o chaureros les entregaban en calidad de depósito un capital
de 10 cabras por cada noble de ambos sexos desde su nacimiento, más cierto
número de cabezas de ganado ovejuno y porcino, para granjearlos aplicando el
producto en la forma referida u otra acordada por el Beñesmer. De manera que de
los rendimientos obtenidos la cuota señalada iba a parar al hogar comunista de
la familia civil y lo restante a los depósitos nacionales; y como existía por
ministerio de la ley estrecha solidaridad entre los tagoros, lo mismo para el
trabajo que para la producción, la totalidad de los habitantes de la república
estaban beneficiados por igual dentro de sus correspondientes categorías.
Aunque las noticias conservadas
por la tradición dan idea del sistema, es indudable de que existen muchas
lagunas. Por ejemplo, sábese que el Estado computaba una cabra por cada sierva
que fuera madre «para que la ayudara y adquiriera el recién nacido la
naturaleza de la cabra», es decir, su salud, sobriedad y aptitudes risqueras,
pero se ignora lo abonado a los auchones por los siervos excedentes a los
nobles. También se vislumbra dotaban con esplendidez al clero, o por lo menos a
las comunidades encargadas del culto de algunas diosas, como las de Abona y
Virgen de Candelaria; dedicando el remanente de las raciones alimenticias a las
telfas o ágapes públicos que celebraban durante las festividades de las
referidas diosas. Fray Alonso de Espinosa tratando de la Virgen de Candelaria, y con
motivo de creer los guanches de que la imagen era una cosa sobrenatural dice:
«... y así de común
consentimiento le ofrecieron cada cual según su devoción o posibilidad las más
hermosas cabras de sus rebaños, que llegaron a seiscientas. Y el rey le señaló
término particular que llaman Igueste, do se aposentase este ganado, con pena
de muerte que ninguno llegase a él...».
Y en otro capítulo, en el VIII,
añade:
«Quedó concluido y por ley
asentado, que tantas veces en el año se junten en este lugar (en la playa de
Achbinico), por honra de la madre de Dios a sus regocijos y bailes (que otro
modo de veneración no lo sabían ni entendían), y viendo el mucho gasto que en
estos días se hacía, acuerdan en uno los reyes de Taoro y de Güímar, que pues
se juntaban por honra y en servicio de esta señora, que ella les diese de comer
aquellos días del ganado que le habían ofrecido, que le habían en gran número
aumentado, y así sacaban cantidad de reses para aquestos días y luego volvía a
multiplicar como si no sacaran alguno».
Como fray Alonso de Espinosa no
se ocupó en estudiar las instituciones del pueblo guanche, explícanse sus
confusas interpretaciones, pues lo que acabamos de transcribir sólo significa
de que el Estado tenía señaladas 600 cabras a los sacerdotes de la diosa
Chaxiraxi, con aplicación los sobrantes a los banquetes públicos durante sus
festividades, como antes indicamos. Es decir, que ¡la dotación! del clero o de
ciertas comunidades no lo era en calidad de propiedades usufructuarias, res
universitates de los romanos, sino que figuraba dentro de la organización
general y el remanente parece iba a un tesoro destinado a las fiestas del
santo.
Era sagrado principio económico
entre los guanches como mínimo de subsistencias, las siguientes reservas
nacionales:
Alimento para doce lunas y doble
semillas, depositados en los taras y aregüemes públicos; más un capital
pecuario bastante a las necesidades de la nación, con una reserva usufructuada
por la corona.
Gracias a la inflexibilidad de
este plan administrativo se hallaban a cubierto en los meses de escasez y a las
contingencias de los malos años; y gracias igualmente a leyes tan previsoras, a
pesar de los trastornos en los ingresos, los reinos invadidos por los españoles
soportaron los tres años que duró la guerra hasta la celebración de la Paz de los Realejos sin sufrir
miserias. Por manera que por lo menos guardaban almacenados alimentos para un
año y semillas para dos, lo que unido a ciertos frutos, raíces y tubérculos con
que les brindaba la isla en abundancia, les daba la seguridad de conjurar los pavorosos
conflictos del hambre.
Pero una de las medidas más
prácticas, a la par que astuta y delicada de aquellos bárbaros, fue el modo de
resolver el entretenimiento de su reserva pecuaria, cuya principal finalidad
era reponer bajas por epizootia u otra calamidad de los rebaños dados en
aparcería a los auchones. Como por una parte la ley, ya que carecían de capital
o propiedad privada, no admitía el acrecentamiento del usufructo particular, ni
por otra lo permitía la naturaleza de las cosas, el producto de dichas reservas
era considerado como regalía de la corona, del que disponían libremente los
reyes sin la intervención del Estado. Estas reservas son las conocidas entre
los cronistas por «rebaños o ganados del rey»; contando la tradición que las
del soberano de Güímar ascendían a 5.000 cabezas, las de Pelinor de Adeje a
8.000 y las de Bencomo a 14.000.
Respecto al último hemos oído a
viejos: «que al enviar sus rebaños de Taoro a La Laguna y viceversa,
teniendo la trocha de Acentejo 28 varas de ancho, cuando la cabeza llegaba a La Guardia se hallaba la cola
en la ermita de Guía, cubriendo el camino por completo».
¿Y a qué otras manos podían fiar
las reservas del aprovechamiento de los ganados con tantas ventajas? Aparte del
prestigio que daban a la realeza facilitándole los medios de ser generosa,
colocándola en condiciones de retener a su lado a cuantos estimara necesario
—lo que beneficiaba a los auchones con las raciones de los retenidos— como
después de todo el consumo de la corte era reducido con relación a sus ingresos
y el remanente por tratarse de sustancias alterables no podían guardarse mucho
tiempo, quiere decir que cada cuatro meses durante los Juegos Beñesmares y en
los demás festejos en que celebraban los banquetes públicos, a título de regalo
de la corona se reintegraba la nación en medio de los ajijides de entusiasmo de
la muchedumbre.
Tal era el origen de los famosos
donativos de los reyes de que nos hablan los historiadores y celebran las
tradiciones que han dejado a través de las edades una estela de gratitud.
* * *
Ya hemos dicho cuales eran las
funciones complejas del Beñes-mer, así como las épocas de su constitución, pero
debemos añadir que una de las cuestiones más interesantes a resolver en las
cortes cuatrimestrales y sesiones preparatorias en los tagoros para recoger la
opinión por medio del referéndum, eran los gravámenes sobre el aprovechamiento
de los ganados y las cantidades a repartir de las existencias engraneradas, que
daban ocasión a empeñadas discusiones. Como además de la estrecha dependencia
entre ambos extremos o partidas, complicaba el problema económico la situación
de las cosechas y el cariz de la estación, compréndese cuanto les apasionaría
las determinaciones sobre el asunto.
Conforme a los acuerdos tomados,
aportaban al Beñesmer las cantidades señaladas a los taros y aregüemes de los
tagoros, para celebrar las telfas o banquetes nacionales durante los nueve días
en que funcionaba la asamblea; a lo que se unían las vituallas debido a la
generosidad de los soberanos. En medio de estos festejos, se votaban los
gravámenes del próximo cuatrimestre.
La tradición ha conservado
algunos de los tipos contributivos y distributivos de los últimos tiempos de la
guerra con los españoles.
Gravámenes. El 4.°, ó sea el 25%,
sobre la leche y carne de la quita del ganado en el reino de Taoro, es decir,
en Taoro, Tegueste y Punta del Hidalgo; y el 50% ó sea la mitad sobre la leche
y el 4% en la carne en el reino de Güímar.
Distribución: el 5.° en el reino
de Daute, el 6.° en Anaga, el 8.° en Güímar y el 10.° en Adeje'.
* * *
NOTAS
1 La institución del socialismo
comunista guanche dejó huellas muy marcadas en los pueblos del Sur, como en San
Miguel, Arona, etc., cuyos efectos se echaban de ver aún en los tiempos de
nuestra niñez. Pobre o rico, al que construía una casa todos los vecinos le
conducían gratuitamente la piedra, cal, madera, teja etc.; en las siegas,
vendimias y pela de higos todos se ayudaban celebrando juntas; el yerbaje,
leña, abrevaderos, eran comunes, etc. En las circunstancias apremiantes, unos
acudían a otros como quien ejercitaba un derecho.
ANOTACIONES
(1)
Hemos comentado, en la introducción de este segundo tomo, las razones que tuvo
Bethencourt Alfonso para hablar en términos de «socialismo comunista». Damos
por descontado que esta terminología, desde el punto de vista histórico, no la
podemos mantener actualmente cuando nos estamos refiriendo a sociedades
prehistóricas. En todo caso el autor trata de explicarnos el comportamiento de
la sociedad guanche en un terreno fundamental para la supervivencia de dicha
sociedad, se refiere en concreto a la existencia de prácticas de propiedad
comunitarias y a cómo el mencey, al ser el máximo depositario del poder civil,
militar y económico, redistribuía los excedentes de la producción o arbitraba
una serie de medidas de previsión ante períodos de escasez alimenticia.
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