domingo, 12 de octubre de 2014

EL SOCIALISMO EN EL PUEBLO GUANCHE

Nuestros ancestros guanches ya practicaban el socialismo antes de que este concepto fuera conocido  por loe europeos.

Fuente: Juan Bethencourt Alfonso Historia del Pueblo Guanche, tomo II, pags. 229-239


CAPITULO VIII

EL SOCIALISMO COMUNISTA:

Causas probables de esta institución en el pueblo guanche. Principio socialista comunista. Subsistencia individual: cómputo de las raciones alimenticias y modo de efectuarlas; otros repartos. Reservas del común: aregüemes y taros. Reserva de la riqueza pecuaria y su usufructo por la Corona. Presupuestos: impuestos, distribución equitativa y aplicación del superávit a las felfas o banquetes nacionales, (i).

La institución del socialismo comunista del pueblo guanche, que pudiera presentarse como fórmula definitiva de las tendencias del espíritu latino frente a las individualistas del espíritu germano, es uno de los ejemplos más acabado del sistema que ofrece la historia. Dentro de su constitución quedaba totalmente aniquilado el individuo por la sociedad. Movíanse hombres y mujeres como piezas inconscientes de un aparato mecánico, como un ejército en campo de maniobras con ordenanzas draconianas. Es verdad que el Estado cuidaba de su alimento, vestido, defensa y dirección, pero era a cambio del sacrificio de su libertad moral y física. Todo se hallaba reglamentado: creencias, artes, oficios, agricultura, pastoreo, caza, pesca, festejos, ejercicios, comidas, indumentaria y en una palabra cuanto tenía relación con la vida pública y privada de los habitantes, sin la más pequeña gatera por donde escapar del patrón oficial la actividad o iniciativa particular. Y es lo extraño que esta armazón social que por su índole debía ser igualitaria, aunque parezca paradójico, resultaba una escalera cuya base descansaba sobre una población de siervos con peldaños de privilegios.

Tal régimen social debióse principalmente a nuestro juicio al concierto de estos tres factores: a las cualidades psíquicas de la raza, al medio fisiológico y al sistema feudal de una aristocracia guerrera y poderosa.

Considerada la estrecha relación que guardan los caracteres sicológicos sociales de un pueblo con los sicológicos individuales de sus habitantes, nos daremos cuenta de la referida institución estudiando sicológicamente al individuo guanche en nosotros mismos, pues por ser escasos los cruzamientos con extraños elementos étnicos y mantenerse la raza bastante pura en varias regiones, conservamos por ley de herencia los atributos esenciales de nuestros coprogenitores los guanches; y de ese estudio desapasionado resulta aparte de otras buenas cualidades, de que somos inconstantes, desconfiados, sin iniciativa personal ni espíritu colectivo, lo que unido a nuestro fondo de incultura con sus naturales derivaciones, hace que revelemos a las claras nuestro débil carácter individual, la pobreza de nuestra condición sicológica reflejada en los caracteres sociales, que en ultimo extremo no son otra cosa que la suma de caracteres sicológicos individuales. Pues éstas, aunque más pronunciadas por su mayor ignorancia, eran las cualidades de nuestros antecesores como se echa de ver en su derecho político, régimen social y en el conjunto de manifestaciones de su vida pública y privada.

Añadíase a dicha causa el medio fisiológico por las condiciones meteorológicas de la isla, perpetuamente amenazada por la escasez, falta o irregularidad de las lluvias y naturalmente por el conflicto del hambre; lo que constreñía al Estado a tomar medidas de previsión ante la incapacidad del ahorro privado. Es de suponer que para regular con leyes fijas el consumo y las reservas del común, vencer los egoísmos y los instintos de rapiña tan desarrollados en las sociedades bárbaras, oponerse a las bandadas de famélicos en épocas aflictivas como lo acontecido en tiempos históricos, por ejemplo el 47 del siglo xix, debieron tal vez pasar centurias y sufrir horrores.

Pero existe además el tercer agente que planteó con toda evidencia sobre el régimen colectivista una organización privilegiada, cual fue el derecho exclusivo a la posesión de una oligarquía aristocrática, a juzgar por los principios de propiedad que establecieron. Es de lamentar que los cronistas no extremaran su información sobre asunto tan interesante, pues por lo menos no aparecerían contradiciéndose en las pocas palabras que les dedican. Dice fray Alonso de Espinosa:

«El rey, cuya era la tierra, daba y repartía a cada cual según su calidad o servicios; y en este término que a cada cual señalaba hacia el tal su habitación, porque congregación de pueblo no la tenían... y en este término de su habitación o morada tenían sus ganados, sin que paciesen otros términos ajenos...».

Tanto Viana como Abreu Galindo no se expresan con claridad, aunque parecen aludir a la propiedad privada al asegurar que no admitían mejoras en las herencias sino muy justificadas y de poca monta.

Marín y Cubas es categórico:

«Viven apartados unos de otros sin forma de pueblo o comunidad, en tierras o cortijos propios, sin ser comunes o concejiles como en los canarios», en lo que estuvo equivocado como ya dijimos en otro lugar; y por último Núñez de La Peña declara que no existía propiedad territorial, «...por ser toda del rey, que la distribuía en la época de siembra y se las devolvían después de levantar las cosechas».

Aunque algunos de los citados autores bordean la verdad, no la penetraron por completo. Ni existía la propiedad privada ni tampoco era del rey la tierra, sino de la nobleza o del común como afirma el vulgo. Dado el estado de cosas a fines del siglo XV, es de suponer que la totalidad del territorio de la isla se lo repartieron dividiéndolo en tantos lotes iguales o auchones cuantas eran las familias nobles. Ya dijimos que calculamos en la época de la conquista como 600 más o menos de estos cortijos, como los llama Marín y Cubas; aunque ignoramos su primitiva cifra y si este reparto agrario se hizo de entrada o paulatinamente en la forma en que aparece en los tiempos históricos.

Pero lo característico fue lo condicional de dichos repartos. Como si la sociedad guanchinesca se hubiera inspirado en las instituciones de Creta o en el sistema económico de Licurgo, por lo menos en lo sustancial, es lo cierto que el chaurero y demás habitantes de los auchones no eran propietarios del fundo, ni de los bienes movientes, ni de nada; no podían disponer de la heredad que moraban y granjeaban, sino de lo señalado por el Estado como simples usufructuarios en calidad de aparceros.

Nuestro actual medianero, que tiene su abolengo en la referida institución indígena, está mucho más beneficiado porque es un condueño del producto total.

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Todo lo existente es propiedad de la nación y el usufructo de los individuos bajo la tutela del Estado.
Tal era el fundamento que servía de base al sistema socialista comunista guanche. Por este principio, en su sentido más lato, lo mismo las personas que las cosas correspondían a la república. Las ideas, creencias religiosas, moral, costumbres, la libertad, la vida; la tierra con sus montes, prados, pastizares y aguas; los vegetales, sus frutos, raíces, jugos, semillas; los animales domésticos y salvajes, los insectos, las aves; el mar con sus peces, moluscos, la sal, conchas y cuanto arroja; las habitaciones, oficios, artes, alimentos, vestidos y en resolución cuanto existía era de su exclusiva pertenencia.

Y como el dueño de la propiedad y de los elementos del trabajo es quien tiene el derecho de utilizarlos, el Estado en representación del común lo mismo disponía del hombre para la guerra y toda clase de labores que de la explotación de los medios de subsistencia para todos los fines de la vida social y privada.

Es decir que los guanches, anticipándose al actual partido socialista internacional en sus aspiraciones según el Programa de Erfut, transformaron la propiedad particular en colectiva y la producción privada en producción socialista; pero lo que no hicieron fue resolver la eterna lucha entre el capital y el trabajo conforme a dicho Programa, socializando y entregando a unas mismas manos ambos elementos del problema, sino que socializaron los medios de producción y encomendaron el papel de fuerza productiva a un pueblo de siervos o esclavos.

¡A pesar de todas las previsiones humanas, tal vez sea éste el obligado desenlace de tales instituciones, el corolario ineludible sin embargo de las nupcias del capital y el trabajo, pues siempre estarán, como dice el apóstol del socialismo Carlos Marx, las fuerzas productivas en contradicción con las relaciones de producción; como también habrá siempre hombres directores y hombres dirigidos, añadimos nosotros, que formaran a la larga una clase privilegiada y otra sometida a la servidumbre de la tierra con todas sus derivaciones!

A virtud del principio socialista establecido, el Estado guanche no sólo reglamentaba la educación moral y física de los habitantes, su empleo como agentes de defensa y producción sino que tenía a su cargo la cotidiana subsistencia individual, así como la creación y sostenimiento de fondos o reservas nacionales en garantía del cumplimiento de sus deberes administrativos, como veremos en los próximos párrafos.

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Ha sido tradicional entre las antiguas familias de pastores, en que el oficio lo venían heredando de padres a hijos, de que los guanches regulaban las raciones alimenticias tomando por base exclusiva el ganado cabrío; partiendo de que si una cabra de buenas condiciones produce un promedio diario de 2 cuartillos de leche durante los seis meses de yerbaje, con 10 cabezas vivía al año un noble con su adjunto siervo, sobrando un remanente con destino al Tesoro público.

Fundamentalmente el cálculo «en los años de gracia» del siguiente modo: de los 20 cuartillos cotidianos, que rendían las 10 cabras en los seis meses de producción, 6 cuartillos consumían al día el noble y su siervo y con los 14 cuartillos restantes hacían 4 libras de queso (o su equivalente en manteca) a razón de 3 1/2 cuartillos por libra; de las que destinaban 2 libras al alimento diario del noble y siervo durante los seis meses improductivos del ganado y las otras 2 al acervo común. Compréndese desde luego que deducidos los 6 cuartillos de leche de la ración alimenticia, el sobrante variaba en más o menos según la producción estacional y en general la del año, variando también por lo tanto los tipos contributivos impuestos cuatrimes-tralmente por el Beñesmer.

De los demás productos, como cereales y toda clase de granos, frutas, raíces, tubérculos, sal, aves, cecina, pescado, manteca, miel, sebo, pieles, carne fresca, etc., aunque tenían sus reglas distributivas se ignoran los detalles. Sólo se sabe que estaban favorecidos en cantidad y calidad los proceres, tanto más cuanto mayor era la jerarquía: las rarezas arrojadas por el mar, las pieles más hermosas, las frutas más delicadas, las carnes y pescados más sabrosos, la mayor parte del guarapo de las palmeras, de la miel, cera, las piezas de cerámica más bellas, etc., eran para ellos.

Cuéntase que los mejores madroños del reino de Güímar los reservaban para el rey Añaterve, a que era muy aficionado; los ademas más ricos para el rey de Abona; las trufas para el de Adeje; los taram-buches para el de Daute; los higos bicariños al de Anaga, etc., siendo frecuentes los regalos que los reyes y magnates se hacían de uno a otro reino en consonancia con sus gustos.

Para apreciar la forma de llevar a efecto los repartos y de cumplimentar los demás acuerdos económicos, recordemos que bajo la fiscalización del Estado los jefes de auchones administraban sus respectivas fincas, practicando toda clase de labores y recogiendo los distintos frutos con destino al Erario público. Pues bien, a estos mismos jefes o chaureros les entregaban en calidad de depósito un capital de 10 cabras por cada noble de ambos sexos desde su nacimiento, más cierto número de cabezas de ganado ovejuno y porcino, para granjearlos aplicando el producto en la forma referida u otra acordada por el Beñesmer. De manera que de los rendimientos obtenidos la cuota señalada iba a parar al hogar comunista de la familia civil y lo restante a los depósitos nacionales; y como existía por ministerio de la ley estrecha solidaridad entre los tagoros, lo mismo para el trabajo que para la producción, la totalidad de los habitantes de la república estaban beneficiados por igual dentro de sus correspondientes categorías.
Aunque las noticias conservadas por la tradición dan idea del sistema, es indudable de que existen muchas lagunas. Por ejemplo, sábese que el Estado computaba una cabra por cada sierva que fuera madre «para que la ayudara y adquiriera el recién nacido la naturaleza de la cabra», es decir, su salud, sobriedad y aptitudes risqueras, pero se ignora lo abonado a los auchones por los siervos excedentes a los nobles. También se vislumbra dotaban con esplendidez al clero, o por lo menos a las comunidades encargadas del culto de algunas diosas, como las de Abona y Virgen de Candelaria; dedicando el remanente de las raciones alimenticias a las telfas o ágapes públicos que celebraban durante las festividades de las referidas diosas. Fray Alonso de Espinosa tratando de la Virgen de Candelaria, y con motivo de creer los guanches de que la imagen era una cosa sobrenatural dice:

«... y así de común consentimiento le ofrecieron cada cual según su devoción o posibilidad las más hermosas cabras de sus rebaños, que llegaron a seiscientas. Y el rey le señaló término particular que llaman Igueste, do se aposentase este ganado, con pena de muerte que ninguno llegase a él...».

Y en otro capítulo, en el VIII, añade:

«Quedó concluido y por ley asentado, que tantas veces en el año se junten en este lugar (en la playa de Achbinico), por honra de la madre de Dios a sus regocijos y bailes (que otro modo de veneración no lo sabían ni entendían), y viendo el mucho gasto que en estos días se hacía, acuerdan en uno los reyes de Taoro y de Güímar, que pues se juntaban por honra y en servicio de esta señora, que ella les diese de comer aquellos días del ganado que le habían ofrecido, que le habían en gran número aumentado, y así sacaban cantidad de reses para aquestos días y luego volvía a multiplicar como si no sacaran alguno».

Como fray Alonso de Espinosa no se ocupó en estudiar las instituciones del pueblo guanche, explícanse sus confusas interpretaciones, pues lo que acabamos de transcribir sólo significa de que el Estado tenía señaladas 600 cabras a los sacerdotes de la diosa Chaxiraxi, con aplicación los sobrantes a los banquetes públicos durante sus festividades, como antes indicamos. Es decir, que ¡la dotación! del clero o de ciertas comunidades no lo era en calidad de propiedades usufructuarias, res universitates de los romanos, sino que figuraba dentro de la organización general y el remanente parece iba a un tesoro destinado a las fiestas del santo.

Era sagrado principio económico entre los guanches como mínimo de subsistencias, las siguientes reservas nacionales:

Alimento para doce lunas y doble semillas, depositados en los taras y aregüemes públicos; más un capital pecuario bastante a las necesidades de la nación, con una reserva usufructuada por la corona.

Gracias a la inflexibilidad de este plan administrativo se hallaban a cubierto en los meses de escasez y a las contingencias de los malos años; y gracias igualmente a leyes tan previsoras, a pesar de los trastornos en los ingresos, los reinos invadidos por los españoles soportaron los tres años que duró la guerra hasta la celebración de la Paz de los Realejos sin sufrir miserias. Por manera que por lo menos guardaban almacenados alimentos para un año y semillas para dos, lo que unido a ciertos frutos, raíces y tubérculos con que les brindaba la isla en abundancia, les daba la seguridad de conjurar los pavorosos conflictos del hambre.

Pero una de las medidas más prácticas, a la par que astuta y delicada de aquellos bárbaros, fue el modo de resolver el entretenimiento de su reserva pecuaria, cuya principal finalidad era reponer bajas por epizootia u otra calamidad de los rebaños dados en aparcería a los auchones. Como por una parte la ley, ya que carecían de capital o propiedad privada, no admitía el acrecentamiento del usufructo particular, ni por otra lo permitía la naturaleza de las cosas, el producto de dichas reservas era considerado como regalía de la corona, del que disponían libremente los reyes sin la intervención del Estado. Estas reservas son las conocidas entre los cronistas por «rebaños o ganados del rey»; contando la tradición que las del soberano de Güímar ascendían a 5.000 cabezas, las de Pelinor de Adeje a 8.000 y las de Bencomo a 14.000.

Respecto al último hemos oído a viejos: «que al enviar sus rebaños de Taoro a La Laguna y viceversa, teniendo la trocha de Acentejo 28 varas de ancho, cuando la cabeza llegaba a La Guardia se hallaba la cola en la ermita de Guía, cubriendo el camino por completo».
¿Y a qué otras manos podían fiar las reservas del aprovechamiento de los ganados con tantas ventajas? Aparte del prestigio que daban a la realeza facilitándole los medios de ser generosa, colocándola en condiciones de retener a su lado a cuantos estimara necesario —lo que beneficiaba a los auchones con las raciones de los retenidos— como después de todo el consumo de la corte era reducido con relación a sus ingresos y el remanente por tratarse de sustancias alterables no podían guardarse mucho tiempo, quiere decir que cada cuatro meses durante los Juegos Beñesmares y en los demás festejos en que celebraban los banquetes públicos, a título de regalo de la corona se reintegraba la nación en medio de los ajijides de entusiasmo de la muchedumbre.
Tal era el origen de los famosos donativos de los reyes de que nos hablan los historiadores y celebran las tradiciones que han dejado a través de las edades una estela de gratitud.
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Ya hemos dicho cuales eran las funciones complejas del Beñes-mer, así como las épocas de su constitución, pero debemos añadir que una de las cuestiones más interesantes a resolver en las cortes cuatrimestrales y sesiones preparatorias en los tagoros para recoger la opinión por medio del referéndum, eran los gravámenes sobre el aprovechamiento de los ganados y las cantidades a repartir de las existencias engraneradas, que daban ocasión a empeñadas discusiones. Como además de la estrecha dependencia entre ambos extremos o partidas, complicaba el problema económico la situación de las cosechas y el cariz de la estación, compréndese cuanto les apasionaría las determinaciones sobre el asunto.

Conforme a los acuerdos tomados, aportaban al Beñesmer las cantidades señaladas a los taros y aregüemes de los tagoros, para celebrar las telfas o banquetes nacionales durante los nueve días en que funcionaba la asamblea; a lo que se unían las vituallas debido a la generosidad de los soberanos. En medio de estos festejos, se votaban los gravámenes del próximo cuatrimestre.

La tradición ha conservado algunos de los tipos contributivos y distributivos de los últimos tiempos de la guerra con los españoles.

Gravámenes. El 4.°, ó sea el 25%, sobre la leche y carne de la quita del ganado en el reino de Taoro, es decir, en Taoro, Tegueste y Punta del Hidalgo; y el 50% ó sea la mitad sobre la leche y el 4% en la carne en el reino de Güímar.

Distribución: el 5.° en el reino de Daute, el 6.° en Anaga, el 8.° en Güímar y el 10.° en Adeje'.
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NOTAS

1 La institución del socialismo comunista guanche dejó huellas muy marcadas en los pueblos del Sur, como en San Miguel, Arona, etc., cuyos efectos se echaban de ver aún en los tiempos de nuestra niñez. Pobre o rico, al que construía una casa todos los vecinos le conducían gratuitamente la piedra, cal, madera, teja etc.; en las siegas, vendimias y pela de higos todos se ayudaban celebrando juntas; el yerbaje, leña, abrevaderos, eran comunes, etc. En las circunstancias apremiantes, unos acudían a otros como quien ejercitaba un derecho.

ANOTACIONES


(1) Hemos comentado, en la introducción de este segundo tomo, las razones que tuvo Bethencourt Alfonso para hablar en términos de «socialismo comunista». Damos por descontado que esta terminología, desde el punto de vista histórico, no la podemos mantener actualmente cuando nos estamos refiriendo a sociedades prehistóricas. En todo caso el autor trata de explicarnos el comportamiento de la sociedad guanche en un terreno fundamental para la supervivencia de dicha sociedad, se refiere en concreto a la existencia de prácticas de propiedad comunitarias y a cómo el mencey, al ser el máximo depositario del poder civil, militar y económico, redistribuía los excedentes de la producción o arbitraba una serie de medidas de previsión ante períodos de escasez alimenticia.

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